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domingo, 2 de febrero de 2014

La Mancha (Cuento)



La Mancha

Había una vez una familia compuesta por una mamá y un pequeño hijo que vivían en una linda casa y aunque la casa no era muy grande, era muy bonita porque la mamá siempre la tenía muy limpia. La mamá era muy trabajadora y todos los días lavaba, planchaba, cocinaba, barría, sacudía y hacía todo cuanto podía para que en su casita  no hubiera huella de suciedad, ni mucho menos desorden, así que privaba a su pequeño hijo de jugar dentro de la casa y el pequeño debía salir afuera, por lo que pocas veces tenía la atención de su madre y eso realmente entristecía mucho al niño.

Entonces sucedió un día en que la mamá estaba limpiando los pisos, que encontró una mancha negra en la sala. La mancha era muy pequeña, casi imperceptible, pero a sus ojos resultó ser desagradable, así que hincándose junto a la abominable imperfección, puso jabón en el cepillo de mano y talló con energía. Por un momento, la espuma fue todo lo que se miró en el piso, sin embargo, cuando enjuagó con el agua, descubrió que la mancha no solo no había desaparecido, sino que se había hecho un poco más grande; ahora sí resultaba visible desde cualquier lugar que se le mirara.

Al verla, la mamá lanzó una exclamación de desagrado, así que volvió a poner jabón y junto con este, un chorro de cloro y talló más enérgica aún, pero descubrió que entre más tallaba, más crecía la mancha. Lanzó maldiciones de descontento e incrementó su ardor al tallar y talló y talló, pero la mancha creció y creció, mas sin darse por vencida, vertió sobre la insolente y ahora grande mancha, todos los productos de limpieza que tenía, pero la cosa no desapareció, por lo que la mamá, frustrada, agotada y enojada, recriminó tal fealdad y en medio de una larga letanía de insultos, siguió en su empeño de eliminarla, pero nada.

La mancha había invadido gran parte del suelo y la mamá estaba para morir de la ira.

—Mamá —la llamó su pequeño hijo con voz llorosa.

La madre dejó de tallar y controlando su agitada respiración, se volvió a mirar a su hijo, quien, de pie en el umbral de la  puerta, la observaba con ojos lagrimosos mientras se tocaba las rodillas que sangraban.

—¡Oh, por Dios! —Exclamó la madre dejando el cepillo y la preocupación por su hijo se reflejó en su rostro — ¿Qué sucedió?

—Me caí —sollozó el niño mientras su madre lo conducía al sofá.

La madre extrajo del botiquín médico gasas y desinfectante para limpiar las heridas del pequeño y mientras lo curaba, le susurraba palabras de aliento y cariño, a la vez que acariciaba su cabello y depositaba besos en las mejillas y frente del niño, olvidándose de la presión e ira que momentos antes había sentido por causa de la mancha. Sus dulces palabras de consuelo flotaron en la habitación, invadiendo cada recoveco, atravesando los átomos y ocurrió que con cada caricia, con cada palabra y con cada beso, la mancha en el suelo comenzó a empequeñecer.

La madre, dándose cuenta de este suceso, continuó prodigándole todo su amor a su hijo, cantando su cariño en dulces y bellas palabras:

No temas niño amado,
que mis brazos te han amparado,
en ellos seguro estás
esto pronto olvidarás.

Y la mancha disminuía, disminuía…

La razón de mi vivir eres
el más importante de todos los seres
ahora y siempre te amaré
por ti mi amor potenciaré.

Y la disminución se convirtió en desaparición. La abominable, desagradable y extraña mancha, había dejado de existir. La madre acarició el cabello de su hijo y meditó en el caso curioso de la mancha, así fue que comprendió que su actitud, estaba empañando su relación con su hijo.

Así que se hizo una promesa:

Antes que cualquier cosa, primero sería su hijo.

F I N