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jueves, 2 de enero de 2014

Rescatando a un Corazón

Rescatando a un Corazón

Después de su aventura en el mundo de Tare, Mina continúa su vida normal hasta que tiene un encuentro con un personaje misterioso que la hará meterse en otra aventura donde el amor toca su puerta de nuevo.

Prólogo

Un fenómeno poco usual, fantástico e imperceptible en el que las vivencias dolorosas se hacen tan pesadas que no se desea cargar con ellas, separándolas, apartándolas del interior, abandonando al principal receptor y causante de las fuertes emociones: el corazón.


El joven no creía lo que sus oídos escuchaban. Ella, la mujer que amaba más que nada en el mundo, con la que había encontrado consuelo después de años de soledad e incomprensión; sí, ella, lo había estado usando como un simple muñeco; un títere al que es fácil manipular para luego desechar. Negó con la cabeza en tanto las lágrimas surcaban sus ojos, incapaz de detenerse e iniciar un recorrido tormentoso a través del rostro, para finalmente azotar en el suelo y extinguirse, compartiendo el destino de sus ilusiones y amor.

—Pero… pero —intentó hallar las frases a pesar del desgarrador nudo que quemaba su garganta—. Tú dijiste…

—Palabras —lo cortó la mujer con una mirada fría y con la voz a más grados bajo cero—. Eran sólo palabras vacías, cualquiera puede decirlas.

Estaban en el departamento que compartían desde hacía poco. La había visto llegar con maletas en mano, irradiando felicidad, falsa felicidad; y ahora la veía marcharse con una crueldad que lo golpeaba. ¿Dónde quedaron esas promesas de amor? ¿Esos actos cariñosos dedicados el uno al otro? ¿Dónde dejó sus sueños? En el piso, hollados y sin vida, como parecía quedar su espíritu.

—Eres una carga, Helio. Me tenías hasta la coronilla con tus atenciones absurdas, con tus palabras empalagosas, con tus acosos; en fin, eres insoportable, pero debo agradecerte. Fuiste tan iluso de creer que realmente me interesaba en ti como para darme un techo después de que mis padres me botaron de casa y para darme el dinero necesario y poder irme de esta ciudad tan horrible. Es una lástima que tuvieras que gastar todos tus ahorros, pero lo que se regala ya no se quita, ¿verdad?

Una risilla desvergonzada y sádica salió de la boca de ella antes de tomar las maletas que habían estado en el suelo todo el tiempo, a su lado, para finalmente salir, no sin antes ser implorada por él, arrodillándose ante ella, desbordando su sufrir en sollozos, pidiéndole que se quedara, asegurándole que la perdonaba y que todo volvería a ser como antes. Acciones que a ella le resultaron repugnantes y sin honor, por lo que sin misericordia, le asestó una potente patada en el estómago, dándole a entender su decisión final, saliendo de aquel hogar en el que el suplicio llenó el ambiente en cuanto Helio quedó solo, desaguándose en lágrimas ante el dolor en su interior y en saliva ante las punzadas en el estómago por el golpe, intentando respirar.

No se contuvo de rumiar su tormento en alaridos agudos y agónicos, en tanto se preguntaba con desazón por qué era que el corazón permitía experimentar y soñar con sensaciones tan hermosas como el amor, para después despertarlo a la cruda realidad con una sarta de daños y males. Se llevó una mano al pecho y clavó las uñas con ímpetu desequilibrado, deseando tomar el órgano literal y arrancarlo de su ser y de alguna forma librarse de las consecuencias del corazón figurado; salvándolo de aquel calvario.

Para nada; el corazón y sus sentimientos no servían para nada, fue su conclusión. Para nada bueno; simplemente para despedazar y matar en vida.



Inusual encuentro



Las instalaciones universitarias se hallaban parcialmente vacías. La tarde había caído desde hacía unos momentos y el frío característico del mes de enero podía sentirse. Las clases habían concluido algunas horas atrás y quienes ocupaban uno que otro salón o cancha eran los jóvenes que participaban en actividades extracurriculares, como pertenecer a algún equipo deportivo o a algún club como el de teatro, que era precisamente del que venía Ruth. No obstante, como había estado pasándole desde hacía un par de semanas, una de sus compañeras de clase la había interceptado para pedirle el mismo favor de siempre, de una manera tan poco educada que comenzaba a incomodarla sobremanera y a asustarla.



—¡Vamos, Ruth! —rogó Anahí teniéndola acorralada entre su cuerpo y una de las paredes exteriores—. Dile a Drake que hay alguien que quiere salir con él, sólo eso, no estoy pidiéndote que arregles la cita ni nada.



Ruth miró a su compañera con sus grandes ojos cafés en tanto jugaba con su largo cabello rojo, nerviosa. Era bien sabido en el colegio que Drake era uno de los mejores partidos allí y que recientemente había dejado a su novia, por lo que estaba libre, y dado que era miembro del club de teatro y mantenía una buena relación con ella, la mayoría de las jóvenes había ido a buscar su ayuda para usarla como celestina. Amablemente había rehusado comprometerse en nada y la mayoría pareció aceptar su decisión; todas menos Anahí.



—Es que yo no quiero…



—¿Por qué no? —se exaltó la joven frunciendo el ceño y ocasionando que Ruth se encogiera sobre sí misma, temerosa—. ¿Es que lo quieres sólo para ti? ¿Por eso no ayudas a nadie? ¿Porque también te gusta y como sabes que tienes un poco de su atención no quieres que alguien más se interponga? ¿Es eso?



—No, yo… yo…



—¿Tú qué?



—¡Es suficiente!



Una tercera voz se unió a ellas en tanto Anahí sentía que algo tocaba su parte trasera del cuello, justo bajo su nuca, al tiempo que Ruth mostraba un mohín de alivio. Anahí se giró un poco para ver a la persona que las interrumpió, descubriendo a una rubia ceniza de penetrantes y vivaces ojos azules que apuntaba su bate de béisbol a ella, amenazante, aunque con un dejo de diversión en su rostro.

—Mina —la nombró la casi acosadora.

—Cielos, Anahí —dijo Mina con una sonrisa socarrona alejando el bate de ella y colocándolo sobre su propio hombro—. ¿Rogando por las atenciones de un chico? Te creía con un poco más de dignidad, ¿sabes? Y molestando a una indefensa chica para conseguirlo, hm, hm —Negó con aparente desilusión—. Y eso que me caías bien.

Ruth se escabulló de la mirada de su compañera para ponerse al lado de su mejor amiga, quien le preguntó si estaba bien y ante su asentimiento, ambas volvieron a dirigirse a Anahí.

—Es suficiente de esto, Ana —le dijo Mina sin tanto interés ahora—. Deja de molestar a Ruth, sabes que no tiene nada con Drake, que no lo intenta y que no te ayudará con él.

—Claro, habla su príncipe azul, ¿o debería decir princesa azul?

Mina frunció el ceño absolutamente nada contenta. Odiaba los títulos de príncipe, princesa o cualquier otro que tuviera que ver con un cuento de hadas; y es que sus recuerdos de ellos no eran nada bonitos.

—Prefiero el término caballero andante —aclaró con voz un poco sombría al tiempo que movía su bate, alertando a Anahí—. Ahora, puedo pedirte de buena manera que la dejes en paz o puedo hacerlo de mala manera. Escoge.

Anahí bufó con irritación y lanzándole una última mirada de desagrado a ambas, se fue de allí. Ruth soltó un suspiro de tranquilidad y Mina uno de cansancio.

—Qué fastidiosa es esa chica —dijo la rubia en tanto jugaba con el bate levantando y tumbando una lata de comida vacía en el suelo.

—Gracias por ayudarme, aunque creo que te excediste un poco con ella. ¿Realmente planeabas golpearla? —inquirió la pelirroja con preocupación.

—No si no había necesidad —Mina sonrió divertida y la pelirroja le lanzó una mirada retadora—. Además, no debes ser tan condescendiente con todos, Ruth. Debes ser extremadamente precavida, ¿cuántas veces te lo he dicho?

—Muchas veces —Ruth sonrió—. Y lo he sido.

—Sí, pero sólo en lo que respecta a encontrar a tu alma gemela y en grados extremos. Si sigues así rechazarás a toda la ciudad. Drake es el dieciocho de la universidad, no cuento la preparatoria.

—¿Has llevado la cuenta? —Ruth frunció el ceño en desacuerdo y Mina sonrió con fingida inocencia sintiéndose con las manos en la masa. Ruth suspiró—. No necesito un amor de esa clase en este momento. Sin embargo, quizás tú sí lo necesites.

—¿Yo? —Mina alzó una ceja dejando de jugar con la lata para mirar a su amiga.

—Sí, de unos meses para acá te he notado diferente, distante, triste y aunque no sé por qué ya que no quieres decirme, quizás tener un novio pueda animarte.

—¡Qué va! Estoy perfectamente bien soltera y sin compromisos. El amor romántico es simplemente ¡problemático!

Y al gritar la última palabra, Mina hizo que la lata se elevara manejando hábilmente el bate y al hallarse suspendida en una posición que ella consideró buena, la golpeó con todas sus fuerzas, haciéndola volar por los aires. Mina se sintió orgullosa de su golpe sólo unos momentos, pues segundos después, descubrió con terror que la lata llegaba a uno de los edificios del otro lado del patio, siendo una de sus ventanas la receptora incapaz de detenerla, rompiéndola en mil pedazos.

—¡Maldición! —vociferó la rubia con alerta y frustración.

—Mina, ¿qué hacemos ahora? —preguntó a su vez la pelirroja con preocupación.

—Correr.

—¿Qué?

Apenas alcanzó a terminar la pregunta cuando sintió que Mina la tomaba del brazo y la alejaba de la escena del crimen, sin detenerse en ningún momento a pesar de sus reclamos hasta que estuvieron a varias cuadras de la construcción educativa. Mina comenzó a reír con desenfreno cuando se detuvo, sin importarle que eso ocasionara que su jadeante respiración tardara más en regularizarse. Ruth también intentó calmar lo agitado de su aliento en tanto miraba con reproche a Mina.

—No es divertido, Mina. Deberías ir a reportar lo que hiciste. Te castigarán.

—No tienen por qué hacerlo si no se enteran, ¿o sí? —respondió con despreocupación.

—Mina, tu equipo está por tener un importante partido al inicio de la primavera y eres su mejor bateadora, no puedes arriesgarte.

—Bien, bien, mañana lo haré. Además, creo que era el cuarto del almacén. No hay nada importante allí salvo documentos viejos y estantes, quizás.

—De cualquier manera házselos saber —Ruth miró la hora en su celular—. Es tarde, debo ir a casa. Le prometí a mis padres que cuidaría a Todd. Van a salir.

—¿Cuidarlo? Ya cumplió trece, ¿no es la edad suficiente para cuidarse solo?

—Es mi hermano, no me molesta estar con él.

—Menos mal que yo no tengo; a mí sí me molestaría.

Ruth rodó los ojos; su amiga era simplemente imposible. Sin más, las dos se despidieron y Mina tomó su camino a casa, andando casualmente y sin prisas. Se subió la cremallera de la chamarra que usaba; dado que el sol estaba por ocultarse por completo, hacía frío y una ligera neblina había cubierto el lugar. En el trayecto debía pasar por un puente para cruzar el río de la ciudad y que compartían peatones y autos. Cerca del puente, antes de llegar a él, había una pequeña cafetería y se le antojó comprarse un café para lo que restaba del camino y entrar en calor.

Ingresó al lugar y después de hacer línea, ordenó un café express bien cargado. Le encantaba el café caliente y siempre lo tomaba en las mañanas, aunque aprovechaba cada oportunidad que se le presentara para tomarlo; ahora entendía por qué era tan activa. Dado que el negocio contaba con bastante gente, tuvo que esperar un poco y mientras lo hacía, se dirigió a una de las ventanas y observó el exterior, viendo a través de la capa de niebla el ir y venir de los carros que cruzaban el puente, notando que no había muchas personas caminando, lo que era lógico dado el ambiente frío.

De allí que la figura de un hombre de apariencia decaída, dada la posición encorvada de su cuerpo y la mirada baja, llamara su atención. Lo vio pasar frente al local, distinguiendo apenas que era joven, quizás de su edad o un par de años mayor. Luego vio como él se detenía pasos después de pisar el puente y se apoyaba en la baranda del mismo, observando hacia abajo, el agua, con la mirada perdida. Mina iba a dejar de contemplarlo cuando escuchó que las cajeras gritaban su pedido; sin embargo, las ignoró cuando notó que el hombre escalaba el barandal que servía de protección y lo brincaba, quedando en el pequeño borde del otro lado del puente. Un paso en falso y caería a la helada agua.

—¡Hey! —gritó al percatarse de que nadie parecía tomar en cuanta al joven.

Sin esperar un segundo más, la rubia salió disparada del local para detener el claro plan suicida del desconocido aquel. ¡Nadie se suicidaba en su presencia! Era algo que no permitiría. Casi sintió no lo alcanzaría cuando detalló que él alargaba su pierna para dar el paso que culminaría con cómo-fuese-que-era su vida. Sin embargo, consiguió sujetarlo de la camiseta de manga corta, preguntándose por primera vez cómo es que no tenía frío, y lo haló hasta prácticamente fusionarlo al barandal, con la respiración entrecortada ante la adrenalina de la vivencia y la carrera.

Por primera vez él levantó la mirada y clavó sus ojos marrones en los zafiros de ella, evidentemente sorprendido.



Conociendo a Corazón



El sonido de los autos al ir y venir era lo único que envolvía al par de jóvenes, en tanto sus ojos se clavaban en los de los otros; los azules llenos de irritación y los marrones de asombro inmenso. El cabello castaño claro de él era movido por una ligera brisa en medio de tanta neblina, mientras que el largo y pesado cabello de ella se mantenía estable salvo las hebritas que no se acomodaban entre la liga de su coleta alta y que se movían también.



—¿Qué se supone que haces? —Le recriminó Mina al desconocido—. ¿Crees que tu vida es difícil? ¿Que sea lo que sea por lo que estés pasando es tan malo como para quitarte la vida? ¿Es en serio? ¿Por qué no le das una vuelta al mundo y ves si realmente tu situación es tan mala? ¿Sabes al menos cómo lo pasan las personas que viven en medio de guerras? ¿Cómo se vive en países pobres? ¡Demonios! ¿Por qué las ganas de vivir van en decadencia cada día? Esta sociedad está pudriéndose y la juventud actual es un asco.



—Tú —la interrumpió él con voz que reflejaba su estupefacción y antes de que Mina continuara con su extraño discurso—. Tú, tú, ¿puedes verme?



Mina enarcó una ceja por demás incrédula ante la cuestión. ¿Había escuchado bien?



—¿Tendría que no hacerlo?



Él negó con la cabeza frenéticamente al tiempo que explicaba.



—No, no deberías. ¿Por qué lo haces? Yo soy la forma materializada del corazón, los sentimientos, lo que es la persona interior de alguien y nadie puede verme, pero tú sí.



El joven terminó de hablar con el rostro iluminándosele, lleno de esperanza. Mina le lanzó una mirada punzante manteniendo los ojos entrecerrados y algo le quedó muy claro; el sujeto estaba loco. Lo soltó y retrocedió un par de pasos.


—Lamento interrumpirte. Puedes continuar con lo que estabas haciendo, ya me voy.

La rubia se dio la vuelta dispuesta a retirarse evitando involucrarse más con ese chiflado.

—¡No, espera!

Él escaló la baranda y se puso a salvo del lado de la acera, corrió hacia Mina y se le abalanzó para abrazarla por detrás, rodeando su estómago con sus brazos en tanto se arrodillaba en el suelo, inmovilizándola y sorprendiéndola.

—¿Pero qué rayos? —Gritó ella tomada con la guardia baja—. ¡Suelta, suelta! ¡Loco!

Procuró despegarse de él empujando su rostro sin signo de delicadeza y fuerza hiriente, pero pareciera que sus intentos eran inútiles, porque el tipo no cedió ni un milímetro, pegándosele como una sanguijuela, no mostrando signos de daño.

—Por favor, por favor, tienes que ayudarme —suplicó con voz desesperada—. Mi amo me ha desechado, ha perdido la esperanza de todo en el mundo; se ha colocado una máscara que no le favorece, adoptando un estilo de vida que lo matará. Tienes que ayudarlo.

—Yo no tengo nada que ver con tus problemas imaginarios; déjame en paz, demente —se defendió ella intentando caminar con su peso extra al ver que no lograría quitárselo de encima. ¿Por qué siempre le tocaba tratar con tipos raros?

—Te lo imploro. No puedo pedir ayuda a nadie más; tú puedes verme, eres especial, por favor.

—Ya dije que no, qué necedad.

—¿Amiga?

Mina vio que un par de chicas se le había acercado y la miraban con extrañeza.

—¿Estás bien, amiga? —le preguntó una de ellas frunciendo el ceño.

—¿Bien? —El malhumor comenzaba a apoderase de la rubia—. ¿Te parece que estoy bien? Tengo a un loco pegado a mí como una lapa. ¿Crees que eso es estar bien?

Las chicas intercambiaron miradas, ahora preocupadas.

—¿Cuál loco? —volvió a inquirir una de ellas.

—¿Cómo que cuál? ¡Este!

Mina apuntó al hombre que continuaba abrazándola y ellas volvieron a mirarse, ahora con desconfianza. A la vista de ellas, Mina había estado moviéndose raro, encorvada un poco al tiempo que había estado hablando con la nada y ahora, señalaba un punto vacío a su espalda.

—No creo que esté bien —le susurró una a su compañera, quien asintió.

—Creo que es mejor que le hablemos a alguien que pueda ayudarla.

—¿Qué? Esperen, ¿qué?

—Te dije que no pueden verme —le recordó él en tono tranquilo y suave.

A Mina se le presentó un tic en el ojo. ¿Entonces el sujeto había estado diciendo la verdad? Observó a las jóvenes notando que la miraban como si en serio tuviera problemas mentales. ¡Perfecto! ¡Sencillamente perfecto! Debía pensar en algo que salvara su reputación de inmediato. Sonrió con fingida inocencia y diversión.

—Hey, hey, muchachas, cayeron en mi actuación —Rio con nerviosismo—. Era sólo una broma, eh… Estoy en el club de teatro y tengo el papel de alguien que tiene amigos imaginarios.

—¿En serio? —Ellas parecieron tranquilizarse un poco—. Pues nos pareció muy real.

—Sí, gracias, soy una gran actriz —Volvió a reír sin convicción; si tan sólo supieran el desastre que era al actuar—. Eh, bueno, creo que me iré, gracias por su preocupación.

Mina intentó volver a caminar, pero su captor continuaba fusionado a ella.

—Suéltame —ordenó con ira mal contenida y en susurro.

—Pero…

—Suéltame —repitió en el mismo tono de voz.

Él obedeció con resignación levantándose y Mina se irguió por completo, volviendo a posar su atención en las chicas, que parecían volver a mostrar inseguridad en cuanto a dejarla marchar sin haber llamado a alguien antes. La rubia intentó sonreírles para calmarlas y se despidió sacudiendo su mano, para ahora sí retomar su camino. Suspiró con cansancio y fastidio al descubrir que el invisible la seguía, no dispuesto a dejarla ir tan fácil. Y en efecto, él continuó con su insistencia en obtener su ayuda hasta que llegaron a su casa, la que estaba vacía ya que sus padres habían ido a visitar a unos amigos y durarían con ellos todo el día, según le habían dicho en la mañana antes de ir a la universidad. No obstante, eso lo agradeció porque así podría conversar tranquilamente con su acosador sin parecer una loca.

—Muy bien, explícame cómo es eso de que eres el corazón de alguien. ¿Y por qué ibas a lanzarte del puente?

—No estoy seguro —aceptó él encogiéndose de hombros respondiendo la primera pregunta—. Parece que no ocurre muy a menudo. Solo sé que les pasa a las personas que hacen sus sentimientos a un lado, mayormente después de padecer algún sufrimiento, como mi amo. Ha perdido la esperanza en el amor, las personas, el valor de la vida y yo no he podido hacer nada para remediarlo. No me escucha, ya no soy parte de él, ha ignorado el lazo que nos unía; ya no me ve. Iba a lanzarme porque estaba desesperado y el dolor era insoportable; quería acabar con todo. Si yo me rindo, él lo hará también.

—¿Cómo se llama tu amo?

—Helio.

—¿Y por qué es que yo te veo y otros no? No tiene sentido.

—Tampoco lo sé. Me había resignado a ser imperceptible para todos, pero me siento tan feliz de que tú puedes verme y que incluso pueda tocarte, ya que poseo prácticamente las características de un fantasma entre los humanos, no con los objetos inanimados; pero me salvaste, gracias. ¿No has experimentado cosas fantásticas como esta anteriormente?

—¿Cosas fantásticas?

—Sí, tal vez tenga que ver, aunque puede que sólo se deba a que seas única —los ojos de él brillaron con maravilla ante la posibilidad de lo último.

Mina frunció el ceño con desconcierto, dudando por completo eso de ser única y recordó el evento de hacía algunos meses en cuanto a su trasportación a un mundo de cuento de hadas; lo más seguro es que debido a eso ahora podía percibir tantas cosas inusuales. Suspiró sintiéndose agotada desde la cabeza hasta los dedos del pie. ¿Por qué tenían que pasarle esas cosas a ella?

—Lo siento, pero no puedo ayudarte —declaró al final dirigiéndose a la cocina en busca de algo de comer; tenía hambre.

—No me digas eso —la tristeza tiñó el pálido rostro de él—. Tienes que ayudarme. Debes hacer entrar en razón a mi amo; debes hacerle creer que no todo está perdido, que a pesar de las desilusiones se puede seguir adelante, debes mostrarle que la vida en realidad es bella; que siempre habrá personas que lo quieran, que lo amen.

—¡Basta! —Mina se tapó los oídos para no escucharlo. No otra vez; no iba a volver a hacer algo que envolviera estúpidos sentimentalismos forzados y falsos—. No pienso hacerlo.

—Puede morir.

—Es una verdadera pena —dijo ella sin demasiada emoción en la voz haciéndose un sándwich—, pero no es mi culpa.

—Puedes evitarlo, ¿y no te importa? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

Una flecha dio en el corazón de Mina en tanto apretaba los puños. Esas palabras; recordaba claramente esas palabras. Encaró a Corazón.

—Porque así soy yo, una egoísta que no piensa más que en sí misma y tú no puedes cambiar eso, así que hazme el favor de dejarme en paz.

Mina dejó a medio hacer su bocadillo y se dirigió a su habitación, cerrando la puerta tras de sí, dejando a Corazón afuera en el pasillo. Él se recargó en la puerta apoyando el oído en ella, procurando escuchar algo del otro lado, pero no oyó nada. Suspiró por demás desconsolado bajando la mirada. ¿Significaba que su existencia terminaría junto con la de su amo? La pena lo embargó por completo y se sintió caer a un pozo sin fondo, sin vislumbrar la más mínima luz de esperanza, y por un momento agradeció no estar conectado a su amo; al menos así le evitaba sentir tan desagradable angustia.

Alzó la vista con rostro decidido. No podía rendirse así como así; debía hacer que ella lo ayudara. Había encontrado una posibilidad de salir de aquella situación con ella, dado que era la única con quien podía mantener una conversación; eso le había levantado el ánimo de por sí, le había devuelto las ilusiones para vivir;  no iba a desperdiciarlo. Se sentó a un lado de la puerta de la habitación de la rubia y esperó a que saliera; la convencería de que le prestara su ayuda. Además, ella no era realmente egoísta. Se había tomado la molestia de salvarlo ya una vez, eso no lo hacía alguien a quien no le importara en algún grado los demás. Era posible que, quizás, el corazón de ella también necesitara un estímulo y él estaba dispuesto a dárselo con gusto.
  

Dando una mano



Los pasillos del edificio C de la universidad se hallaban vacíos aquellas horas del día debido a que la mayoría de los estudiantes se mantenían en sus respectivas aulas atendiendo clases. Sin embargo, en aquel instante Mina se hallaba en el baño realizando sus necesidades. Se lavó las manos en tanto se quejaba de las clases; su profesora era aburrida al máximo. Si de por sí tenía problemas concentrándose en sus estudios, con profesores tan tediosos era peor. Abrió la puerta para salir del baño y saltó sin reprimir un grito de sorpresa al ver frente a ella a Corazón.



—¿Ya piensas ayudarme? —le preguntó él por centésima vez en la mañana.



—Maldición, Corazón —dijo ella mirando ambos lados del pasillo cerciorándose de que nadie estuviera a la vista.



Sinceramente no quería que alguien la viera hablar con la nada. Ya no podía dudar de la veracidad de las palabras de él de ser invisible porque los hechos lo demostraban sin más. Él había estado paseándose por toda la universidad sin ser advertido. Corazón no se había ido de su casa y había optado por tomar el pasillo como su nueva residencia, allí, a un lado de su habitación. Cada vez que ella salió de su habitación, como cuando terminó de hacerse su sándwich o cuando sus padres llegaron —quienes probaron que definitivamente Corazón no era visible a nadie que no fuera ella—, él volvió a pedir su ayuda. Lo mismo hizo en cuanto el nuevo día llegó, siguiéndola a la escuela, aprovechando cualquier oportunidad para implorarle su apoyo y francamente estaba cansándose. ¡Hasta tuvo que regañarlo por entrar a clases con ella y distraerla más de lo que ya estaba!



—¿Cuántas veces voy a decirte que no? No me molestes más —Mina reiteró su postura, caminando.


—Al menos podrías intentarlo y si no te gusta lo dejas, no exijo mucho —volvió a solicitar siguiéndola algunos pasos atrás.

—He dicho que no. Tú sí que eres testarudo, ¿eh? Ahora entiendo por qué se quejan de mí todo el tiempo.

—Ser tenaz no tiene nada de malo —él sonrió alentadoramente—. Y mucho menos si es por algo que te importa y deseas.

—Hey, ayer me acusaste de ser egoísta y hoy hablas como uno. Eso no es justo —refunfuñó disconforme.

—Es verdad, lo siento —se disculpó avergonzado y con la mirada perdida observó su alrededor—. Supongo que todos somos de alguna manera egoístas.

Llegaron al salón de Mina y antes de abrir la puerta para ingresar, ella se volvió para mirarlo con firmeza.

—No entres —le advirtió—. No necesito más problemas en clases y en casa a causa de mi rendimiento escolar de los que ya tengo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —le sonrió tranquilo.

Mina asintió confiando que él respetaría su espacio e ingresó al cubículo. Corazón se quedó de pie frente al ala de madera. Tenía dos opciones; quedarse allí y esperar a Mina o irse a explorar la universidad. Se decidió por la última y caminó sin rumbo fijo de aquí para allá, observando y percibiendo el entorno de los jóvenes; sin ser detectado. Se tocó sintiéndose sólido cuando un grupo de jóvenes por los pasillos lo atravesaron sin más; se palpó aquí y allá, sintiendo la firmeza de su cuerpo, ¿por qué él sí podía tocarse y los demás no? Eso sí, no capturó temperatura o textura en su cuerpo y ropa; no podía ni sentir el clima del ambiente. Se encaminó a una pared y la tocó. No pudo decir si estaba fría o no y ni siquiera sintió su aspereza a pesar de que sabía que lo era por cómo se veía.

Suspiró con abatimiento sintiendo que a pesar de haberse resignado a su condición, no podía acostumbrarse del todo. No se habituaba a no sentir las cosas físicas, sólo sentía las emocionales y la mayoría de ellas lo laceraban. Ni siquiera podía sentir a Mina a pesar de verla y palparla. No sabía si su piel desprendía calidez, si era suave, si su cabello era sedoso; no podía ni percibir su fragancia y si era agradable. No podía saberlo y era lamentable no gozar de tan maravillosos sentidos; como el del gusto, el que definitivamente no le servía si ni siquiera necesitaba comer. Deseaba volver con su amo; únicamente enlazado a él podía disfrutar de todo lo demás con normalidad.

De pronto, ganas de llorar lo asaltaron; eso sí que tenía, lágrimas. Era quizás lo único que compartía ahora con su amo, el llanto profundo y continuo. No obstante, se aguantó las ganas de hacerlo y continuó con su recorrido tomándose más tiempo del que hubiese pensado en tanto se sumía de lleno en sus pensamientos. Cuando menos acordó y regresó al interior del edifico donde había dejado a Mina, lo encontró desolado sin más que el ir y venir de los de servicio y uno que otro estudiante, aunque en menor cantidad que antes. ¿Mina ya se habría ido? Pensar en la posibilidad y casi encontrarla un hecho lo llenó de inquietud. No era porque no supiera cómo regresar a la casa, pues Mina no vivía tan lejos de la universidad y él no era malo orientándose; era otra cosa, algo que de alguna manera ya había experimentado y que sin embargo, parecía diferente.

Un improvisto gemido atribulado atravesó su garganta y salió de sus labios antes de retomar el camino a los patios exteriores, dispuesto a dejar todo el terreno de las instituciones educativas, pero a lo lejos consiguió distinguir el sonido de una algarabía de jóvenes, y curioso se dirigió a ella, arribando a donde estaban las canchas de soccer, tenis y béisbol. Solo dos estaban ocupadas ese día y una era la de béisbol, la que llamó completamente la atención de Corazón porque allí distinguió a la rubia. La joven vestía el uniforme del equipo de la universidad, el que era color blanco con naranja. Mina estaba en el campo cumpliendo su función de atacante en su posición de jardinera central. Corazón no sabía nada del juego, pero le pareció que ella jugaba bastante bien y se emocionó mucho cuando la vio batear y correr a través de las bases con pasión, asimilando lo mucho que amaba el deporte y eso lo golpeó duramente. ¿Estaba bien intentar que hiciera algo que quizás cambiaría la vida que tanto amaba? ¿Era correcto sacarla de su rutina?

El entrenamiento terminó y Mina, junto con sus compañeras, se encaminó a las duchas para permitir que sus músculos se relajaran y quitarse el sudor y mal olor que los entrenamientos le obsequiaba. Aunque hiciera frío todavía, ella nunca dejaba de sudar al jugar. Se apresuró a alistarse sin prestar mucha atención a la plática de sus compañeras. No es que no le gustara estar con ellas ni nada, pero nunca fue de su completo agrado tomarse excesivo tiempo al bañarse a su lado. Además, Ruth estaría esperándola por allí y no le gustaba hacerla aguardar, por mucho que la pelirroja pareciera amar hacerla esperar a ella. De esa manera, como casi siempre, salió antes que las demás. En el pasillo de ese edifico en el que se hallaban el gimnasio y demás artículos deportivos, así como las duchas, se encontró con Corazón.

—¿Sigues aquí? —Inquirió la rubia y suspiró con desesperanza—. Yo creí que al fin me había librado de ti cuando no te vi en el almuerzo.

—Vi tu entrenamiento; juegas espléndidamente.

—Sí, bueno —Mina alzó la barbilla y sonriendo orgullosa de sí misma, aunque procurando no excederse al hablar, siguió—: Yo lo sé, no tienes que decírmelo.

—Es en serio. Te mueves con tanta agilidad para atrapar la pelota y esos golpes con el bate y cómo corres por las bases es… ¡Eres maravillosa!

—Oye, oye, ni creas que por tantas adulaciones lograrás que te ayude.

—No lo decía por eso —se defendió él, herido—. Lo decía de corazón.

—¿Qué quieres? Me pareció sospechoso. Ahora debo irme que Ruth está esperándome.

Mina pasó al lado de él y caminó unos momentos antes de escuchar que la nombraba. Se giró apenas lo suficiente para observarlo de soslayo y pudo distinguir que él le daba la espalda, manteniendo sus hombros caídos, desanimado, desolado. Corazón se giró también para encararla y sus ojos empañados de una tristeza que la pequeña sonrisa y la voz reflejaron, preguntó:

—¿En serio no me ayudarás?

Mina entrecerró los ojos y dando la media vuelta completa para quedar frente a frente, contestó decidida y negando la cabeza para darle mayor peso a las palabras:

—No lo haré. No puedo.

Verlo tan decaído había movido la compasión en ella, no iba a negarlo. ¡Por Dios, que no era inhumana! Pero no podía ayudarlo; no cuando todavía estaba tan inestable en sus propios sentimientos, no mientras un par de rubíes continuaran presentes en sus pensamientos haciéndola suspirar, llorar, sonreír y enojar. No podía involucrarse en otra cuestión tan forzada y tensa; era doloroso y nunca salían bien esas cosas. Corazón asintió a sus palabras.

—Entiendo —se forzó sonreír—. Lamento el incordio que he sido; no te molestaré más. Tu compañía fue interesante y la disfruté, gracias.

—¿Así sin más? Wow, eso fue rápido. Entonces, gracias a ti por comprenderlo y supongo que este es el adiós, Corazón.

—Adiós, Mina.

Mina retomó su andar alejándose de Corazón, quien en un inútil impulso alargó su mano hacia ella, deseando detenerla; allá iba su perspectiva de algo mejor. Bajó el brazo y se dispuso salir también de aquel lugar que de pronto se le antojó bastante pequeño y sofocante; sin embargo, en cuanto dio el primer paso, una ola de dolor lo golpeó en todo el cuerpo, quitándole el aliento y haciéndolo gritar de agonía, e incapaz de sostenerse sobre sus pies ante el malestar, se tiró al suelo abrazándose a sí mismo deseando menguar la corriente que le causaba tanto martirio, sin éxito. Esta vez no pudo retener las lágrimas y corrieron sin reparo sobre sus mejillas, no pudiendo evitar que los alaridos continuaran brotando desde su interior, cargados de aflicción. El tiempo estaba agotándosele.

Mina regresó sobre sus pasos al escuchar semejantes chillidos de sufrimiento que consiguieron escalofriarla. Con inquietud total, miró a su acosador sobre el suelo, retorciéndose de dolor con desenfreno.

—¡Corazón! ¡Algui…! —Se detuvo en medio de su grito. No podía pedir ayuda; nadie lo veía, sólo ella—. ¡Rayos! ¡Corazón!

Se acercó a él, preocupada y se arrodilló a su lado intentando auxiliarlo de alguna manera, pero al querer tocarlo, sus manos lo traspasaron tocando la nada.

—¿Qué demonios? —Parpadeó confundida intentándolo otra vez con los mismos resultados—. ¿Por qué ahora?

Con terror vio cómo él parecía perder consistencia y que poco a poco se hacía menos claro a su vista, casi desapareciendo y ante las muecas de él, Mina supo que eso estaba destrozándolo sin piedad y sintió una impotencia atroz que le provocó un amargo sabor de boca. Lo que para los dos resultó una eternidad a pesar de que en realidad duró apenas un minuto, terminó y Corazón volvió a la normalidad cuando ella pudo tocarlo nuevamente. Eso sí, el agotamiento era evidente en su rostro y porque su pecho subía y bajaba respirando con agitación. Las lágrimas fueron deteniéndose y comenzaron a secarse sobre su rostro.

—¿Qué fue eso? —inquirió la rubia después de un prolongado e incómodo silencio no abandonando su lugar a un lado de él.

—Una advertencia —respondió con voz queda y cansina sin dignarse a levantarse del suelo tampoco—. No puedo estar demasiado tiempo fuera de mi amo. Si lo hago, desapareceré de cualquier modo.

De nuevo el silencio reinó entre los dos y no fue roto sino hasta que Ruth hizo su aparición.

—¡Mina! —la nombró acerándose a ella, preocupada de verla arrodillada en el suelo—. ¿Estás bien? —le preguntó mirando alrededor notando nada inusual salvo la mochila y el bate de su amiga olvidados en el suelo del pasillo.

—Yo lo estoy —aseguró con un timbre de voz sombrío y cerró los ojos mientras hacía las manos en puño, apretándolos hasta que los nudillos se le hicieron blancos. Se dirigió a la pelirroja intentando sonreír—. Puedes irte ya, Ruth, tengo que arreglar unas cosas.

—¿Estás segura? —Ruth conocía bien a Mina y esa sonrisa no era otra que no fuera una falsa, pero si Mina no le decía nada, ¿qué podía hacer ella? Ya le había preguntado hasta el cansancio—. Muy bien, nos vemos mañana —concedió ante la insistencia de ella, retirándose.

—Está preocupada por ti —le dijo Corazón al quedarse solos otra vez. Era bueno leyendo las emociones de las personas, después de todo, él era los sentimientos mismos.

—Y yo por ti. Vamos, levántate.

Sin esperar respuesta, Mina se levantó y lo estiró a él para que también se levantara, lo que consiguió con mucho esfuerzo ante la todavía presente fatiga y apoyándose en ella.

—Muy bien, lo haré. Te ayudaré —declaró al final ella—. No puedo seguir viendo esto y si esos ataques raros seguirán dándote hasta que de cualquier modo desaparezcas, es mejor acabar con esto de una mejor manera, ¿no?

Él la miró con ojos brillantes de alegría, incapaz de asimilar lo que había escuchado. Tragó duro para aclararse la garganta que sentía también estaba afectada por la dicha.

—¿De verdad?

—Claro, pero es un intento nada más, ¿entiendes? Si no puedo, olvídalo, me largo.

—¡Oh, Mina! ¡Muchas gracias!

Y sin lograr controlar su euforia, se lanzó sobre ella dándole un abrazo de oso, y es que él era bastante alto y fornido, que la hizo tambalear y de no ser porque chocó fuertemente con la pared, habría caído de lleno al suelo con él sobre ella.

—¡Ouch! —Gimoteó ante el golpe—. Cielos, Corazón, eso me dolió. ¡Suéltame! Tenemos que poner ciertos límites a la hora de las muestras de cariño, ¿sabes? ¡Hey, suéltame ya! ¡Suelta, suelta! ¡Corazón!

Y por más que reclamó, amenazó, empujó e intentó, Corazón no se despegó de ella, inmensamente agradecido de tener al fin su ayuda. La esperanza seguía presente.



La persona ideal



Era tarde de ese mismo día y ella y Corazón se hallaban en el centro de la ciudad, más específicamente hablando, a punto de entrar en uno de los tantos antros de la zona. Dado que había decidido ayudar al castaño, Mina consideró que entre más pronto lo hiciera, mejor; de allí que le pidiera a Corazón que la llevara a donde estaba su amo y ver a qué clase de sujeto iba a enfrentarse. La idea no estaba gustándole nada y el arrepentimiento amenazaba por tocar sus puertas.



—¿Estás seguro que aquí se encuentra? No me gusta este ambiente —dijo ella  entrando al lugar.



Las personas se desplazaban por todo el lugar sin ataduras, bailando como les placía, con quienes quisieran y cuántos quisieran, abusando de las bebidas alcohólicas, llenando el ambiente de un olor nada grato de borrachera que se mezclaba repugnantemente con el hedor a cigarro y sudor con perfume o colonia. Además, Mina estaba segura de que por allí estaba también el olor de droga. Un mohín de asco surcó sus facciones.



—Que espantoso sitio, creo que voy a vomitar. Corazón, ¿de verdad Helio está aquí? —preguntó en un timbre de voz más alto creyendo que su acompañante no lo escuchó la vez pasada porque no le había respondido. Menos mal que allí todos gritaban sin reparo para hacerse oír entre su bullicio y el de la música estridente.



—Allí está.


Corazón señaló un sitio lejos de la pista de baile, donde se hallaban las mesas con sillas y sillones para reposar. Allí, envuelto entre brazos de diferentes mujeres y pareciendo gozarlo a lo máximo, estaba Helio, amo de Corazón; a quien habían estado buscando con tanto desespero y ansia. Mina no podía visualizarlo con mucho detenimiento dada la poca luz del lugar y porque estaba retirada de él y no la miraba, pero pudo distinguir superficialmente que se parecía mucho a Corazón, como si fuesen gemelos, aunque eso no podía ser raro si ambos eran técnicamente uno. Observó con mirada entrecerrada y disgustada que él se dejaba manosear por cada una de las mujeres que lo acompañaban, dejándose hacer lo que quisieran con él; besando a una, luego a otra, luego a la siguiente y así, en tanto bebía como si no existiera un mañana. Toc, toc, tocó arrepentimiento; Mina se dio la vuelta y se dispuso salir de allí.

—Mina, ¡Mina! ¡Espera, Mina!

Corazón la siguió hasta que ambos se vieron en el exterior del antro. Ella se detuvo.

—No pienso hacerlo y punto —fue su ultimátum en cuanto él la alcanzó.

—¿Qué? Pero Mina, lo prometiste.

—Dije que lo intentaría…

—Y no lo has hecho —la interrumpió él angustiado.

—Verlo es suficiente intento. ¡Diantres, Corazón! Creí que trataría con un emo deprimido, no con un descarado desvergonzado.

—Bueno sí, admito que no ha tomado el rumbo más acertado para deprimirse —aceptó él encogiéndose con timidez sobre sí mismo en tanto jugaba con sus dedos índices pegándolos y despegándolos—. Pero eso no quiere decir que sea una mala persona, no lo es, es sólo que está extraviado. Hay que regresarlo al camino.

—Y no seré yo quien lo haga. No pienso convertirme en una más de su harem de… ¡Agh! No podré hacerlo, Corazón. Terminaré golpeándolo sin piedad cada que intente tocarme y odiará la vida todavía más. No tengo la paciencia ni las ganas suficientes, lo siento.

Mina retomó su camino con Corazón detrás de ella, empeñado en hacerla reconsiderar la situación, no dispuesto a dejarse vencer; ya había llegado demasiado lejos como para tirar la toalla. Necesitaba convencer a Mina de que su amo no era malo y lo intentó hablándole de él cuando ambos eran uno; cómo era soñador y efusivo, un tanto ingenuo, sí, pero era amable y sonriente. De hecho, la personalidad de Helio era en realidad la que Corazón mostraba para con ella. Sin embargo, Mino era un hueso duro de roer y cuando decidía algo, no había fuerza humana —o en este caso fantasiosa— que la hiciera cambiar de opinión. Llegaron a casa de ella.

—Por favor, Mina…

—Buenas noches, Corazón.

Mina abrió la puerta de su morada y antes de que él se adentrara, la cerró velozmente, dejándolo afuera y mostrándole que esta vez su determinación era en serio. Corazón suspiró con abatimiento palpable y posó su frente en la puerta, golpeándola a su parecer fuertemente, aunque obviamente no pudo saber si lo consiguió o no porque no hubo dolor que lo distrajera momentáneamente de la realidad que lo envolvía. Ilusiones que lo alzaban para después agotarse y soltarlo, lastimándolo; una y otra vez. ¿Cuánto tiempo podría soportarlo? Se sentó en el suelo a un lado de la puerta, esperando al que un nuevo día saliera junto con Mina. Estaba prácticamente sin recursos ni armamento, pero no podía retirarse de la batalla todavía. La guerra terminaría únicamente cuando muriera y hasta entonces, él pelearía por el buen futuro que deseaba para su amo.

Mina se levantó de la cama, cansada; no había dormido lo que hubiese querido en toda la noche. En tanto se vestía, refunfuñaba acerca de todo el tema de Corazón y Helio, los culpables de su poco descanso. Maldijo su reciente costumbre de pensar tanto las cosas. ¿Cómo ayudarlos sin involucrarse ella? Lo único que su mente había logrado plantear fue que alguien más lo ayudara si ella se lo pedía, pero vamos, ¿quién estaría dispuesta a tratar a alguien tan corriente como lo era ahora Helio? ¿Quién le haría caso? No existía nadie que aceptara; era un favor muy raro y sacrificado; no había manera. Comió un poco antes de irse ya teniendo listos sus útiles necesarios y salió de la casa encontrándose con Corazón sentado a un lado de la puerta. Suspiró más cansada todavía; tener responsabilidades de esa clase era horrible, ahora comprendía un poco mejor a Tare.

“Creo que estoy pagando por todo lo que te hice sufrir, hada padrino”, pensó con desaliento.

—Buen día —saludó él levantándose.

—Tu insistencia es asombrosa y fastidiosa —fue su saludo sin dejar de caminar. Corazón la siguió.

—¿Te retractas de la precipitada decisión de ayer sin antes darle una oportunidad a mi amo de conocerlo bien?

—La verdad no, pero he estado pensado en cómo hacer algo sin tener que involucrarme con él.

—¿En serio? —El brillo de la esperanza cubrió los marrones de él una vez más—. ¿Encontraste algo?

—Nop.

—Oh, ya veo —la congoja volvió a nublar sus ojos.

Se sumieron en un silencio hasta que llegaron a la casa de Ruth, quien tardó un poco en estar lista, para finalmente dirigirse a la universidad. La rubia y la pelirroja se trenzaron en una amena conversación que surgió ante las preguntas frecuentes de Ruth de si estaba bien y que podía confiar en ella para decirle lo que fuera. Arribaron al centro educativo y cada quien se separó, ya que no tomaban las mismas clases pues estudiaban carreras diferentes. En el trayecto a su aula, Mina se encontró con Anahí, quien vestía un vestido corto y entallado que la rubia podía jurar tenía menos tela que la funda de una almohada. El frío en las piernas se lo aminoraba con las mallas negras y finas que llevaba. Mina rodó los ojos cuando vio a la chica contonear las caderas al caminar, dirigiéndose a un grupo de jóvenes con evidente coquetería. Era obvio para cualquiera que la conociera que estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de obtener un novio. No tenía esperanza.

Mina iba a seguir de largo no deseando presenciar tan degradante acto que simplemente avergonzaba su género, cuando se detuvo en seco, su mente procesando, maquinando y planeando. ¡Eso era! Miró una vez más a Anahí, que ahora hacía un puchero de niña consentida e inconformidad al ver que sus esfuerzos por atraer a los varones no servían, ya que éstos simplemente se burlaban de ella o la evadían. Eso pasaba cuando se obtenía la reputación de resbalosa. Sin embargo, lo que Mina pensó fue que ella era la mujer perfecta para ayudar a Corazón y Helio. Dado que era una cabeza dura, no se daría por vencida por conquistarlo y como estaba tan impaciente por hallarse a un chico, ¡qué mejor! Toleraría la espantosa actitud de Helio.

—¡Gran idea, Mina! A veces me sorprendes —se dijo en voz alta, feliz.

—¿Hablas contigo muy a menudo? —le preguntó Corazón, curioso.

—Corazón, sé cómo ayudarte —le dijo sin responder su pregunta con una sonrisa cómplice.

—¿En serio? —Sus ojos irradiaron una vez más—. ¿Cómo, cómo?

Mina movió la cabeza indicándole que la siguiera y obediente, ambos se encaminaron a donde Anahí, quien ya se encontraba sola en el pasillo, frustrada por ser ignorada. Escuchó un silbido insinuante y notó que Mina se le acercaba con una abierta sonrisa de completa diversión.

—No te burles así de mí, Mina —ordenó la joven sintiéndose humillada.

—No es burla, es apreciar la belleza.

—Menos mal que tú la aprecias porque parece que todos los chicos de por aquí están ciegos.

—Tal vez. Así que, ¿continúas empeñada en encontrar pareja?

—Por supuesto, no quiero quedarme solterona.

—Tenemos veinte, Ana, nos queda una vida por delante para encontrar a nuestra persona ideal.

—Bah, si tú quieres quedarte solterona, allá tú; yo no dejaré que mi hermosura se desperdicie.

—Muy bien —concedió no dispuesta a envolverse en una tonta discusión con ella. Pasó de lleno al punto de su interés—. ¿Sabes? Es curioso, pero conozco a alguien que también está buscando a su media naranja. ¿Te interesa?

—¿Es un nerd? —inquirió Anahí desconfiada, alzando una ceja.

—No, casi no.

—¿Cómo se llama y cómo es? —quiso saber ahora interesada.

—Su nombre es Helio y es, a ver —Mina escrutó con avidez a Corazón de arriba a abajo y él se sintió muy desprotegido—. De hecho es atractivo. Tiene cabello castaño y ojos marrones, tan grandes que son como ventanas abiertas a su interior y también —Se colocó a un lado del castaño para tomar su estatura— es alto, me saca más de una cabeza y parece que ¿hace pesas?

Aquí miró a Corazón, quien le dio la razón al asentir.

—Oh —Anahí se hizo una imagen del chico y en su visión era prometedor, muy prometedor. Se aclaró la garganta y aunque estaba que bailaba de emoción, le dijo haciéndose la desinteresada—. Supongo que podría intentarlo.

—Bien, pero quiero advertirte que su forma de ser no es la más bonita del mundo.

—Sí es un nerd, ¿verdad?

—Claro que no, es más bien del tipo casanovas, rompecorazones, rebelde y desvergonzado.

—Un chico malo, me gusta. De acuerdo, quiero conocerlo. ¿Dónde y cuándo?

—Ah, bueno, eh…

Mina pensó un poco. No sabía nada de Helio; no sabía cuál era su rutina del día con día, no sabía dónde vivía ni nada. No estaba segura de dónde encontrarlo.

—El concierto de “Napolitano” —se apresuró a decir Corazón para sacar a la rubia de apuros.

—¿El concierto de “Napolitano”? —Mina lo miró con sorpresa—. ¿Estás loco? Es mañana en la noche, ¿de dónde crees que sacaré los boletos?

—Lo siento, sé que estará allí e intentaba ayudar —se disculpó retrocediendo un paso.

—¿Con quién hablas, Mina? —quiso saber Anahí con extrañeza mirando hacia donde su compañera veía con tanta insistencia, notando a nadie.

—Oh, con mi amigo imaginario. Saluda, Corazón —Él sacudió la mano.

—¿Amigo imaginario? ¿Realmente puedo confiar en ti, Mina? —cuestionó de nuevo con recelo. ¿Y qué onda con el nombre? Era raro.

—¿Qué? ¿Nunca tuviste amigos imaginarios? ¿Qué clase de niñez tuviste? En fin, ¿aceptas acompañarme al concierto de mañana y conocer a Helio? ¿O prefieres quedarte como una solterona de por vida?

—Acepto, iré.

—Entonces bien.

Anahí se retiró de allí más feliz de lo que su altiva figura demostraba, dejando a Mina atrás, derrotada y con un problema más.

—¿Crees que funcione? —inquirió Corazón sin apartar su vista de la espalda de Anahí.

—No lo sé, pero hay que probar —Suspiró con agotamiento—. ¿Y ahora cómo conseguiré las entradas para el concierto?



Negocios son negocios



La cafetería estaba abarrotada de jóvenes ocupados en su nueva tarea de olvidarse de los cursos un momento y quitarse el estrés por medio de la compañía de amigos y camaradas, al tiempo que disfrutaban de unos deliciosos alimentos, charlando con alegría, alzándose sus voces en un estruendoso sonido desentonado. En una de las tantas mesas del lugar, Mina estaba sentada con una rebanada de pizza a medio comer en su mano, en tanto con la otra mano manipulaba la laptop que reposaba en la tabla. Le dio otra mordida a su pizza y así ahogó las incansables protestas que salían de su boca.



—¿Éxito?



Apenas se dignó mirar al ansioso recién llegado. Corazón había ido a pasearse nuevamente por el lugar mientras las clases transcurrían, pero esta vez se vio muy pendiente de cuándo sería la hora del almuerzo para retornar a un lado de Mina.



—¡Nah! —Respondió saliendo de otra página de compra-venta en línea—. Es inútil, los boletos están agotados en donde sea y no es para menos. “Napolitano” es un grupo muy famoso. El concierto se viene anunciando desde cuatro meses con anterioridad y los boletos se acabaron el primer mes.



—¿Entonces no hay nadie que los venda por allí? —Corazón miró la pantalla de la laptop. Mina negó.

—Ya busqué en todas la páginas que pude. ¡Rayos! Creo que tendré que decirle a Anahí que habrá que verlo otro día y no en el concierto.

—¿Cuál concierto?

Los dos miraron a Ruth, que acaba de llegar a la mesa con su propio lonche en mano. La pelirroja se sentó a un lado de su amiga; Corazón estaba del otro lado.

—El de “Napolitano” —respondió Mina—. Quedé de ir con Anahí, pero no tengo entradas.

—¿Quedaste de ir? —Ruth se sorprendió—. Creí que no te gustaba el pop.

—Pues no, la verdad, por eso es que no compré tickets.

—¿Entonces por qué quedaste de ir con ella? —Ruth ladeó la cabeza, por demás confundida. Mina rio con aparente inocencia. ¿Cómo explicarle a Ruth el verdadero motivo? Ella todavía no podía creérselo.

—Digamos que perdí una apuesta.

—Tú y tus apuestas, Mina; por eso te metes en problemas todo el tiempo —Ruth sonrió ligeramente—. ¿Sabes? No lo conozco en persona, pero he escuchado rumores de que aquí en la universidad existe alguien que puede conseguir lo que sea que busques a un buen precio; una clase de negociante. Tal vez él tenga boletos extra para el concierto. Dicen que lo puedes hallar después de clases en el estudio de grabación; creo que está estudiando dirección o producción cinematográfica.

Mina miró a Corazón con una ceja alzada y él tan sólo se encogió de hombros. No sería mala idea ir a ver a aquel sujeto más tarde. El resto del día trascurrió sin anomalías y Mina se dedicó gran parte de él pidiendo más información acerca de este supuesto negociante. Parecía ser que el tipo no era tan social, pero consiguió enterarse de sus negocios. Tenía una página web de compra-venta muy famosa en la ciudad y una página de vídeos que se sostenía por donativos. Después del término de los cursos, la rubia y Corazón se dirigieron al estudio de grabación que se hallaba en el edificio B. El estudio era lo suficientemente grande para permitir la dirección de un proyecto pequeño. Mina pensó que estaría lleno de personas trabajando de aquí para acá, sin embargo, al llegar, su vista no percibió alma alguna. Tal vez no estaban de programa.

—Hola —saludó sin dejar de recorrer el lugar al tampoco percibir sonido.

Llegó a una de las esquinas del lugar en donde se hallaba un pequeño escritorio con un montón de utensilios para la filmación, como la claqueta, los que parecían ser guiones y un altavoz. Detrás del escritorio, se encontraba sentado en una silla un hombre joven, un poco mayor que Corazón, delgado, de corto y negro cabello, quien había dejado su trabajo de revisar uno de los libretos para ahora enfocar sus dorados ojos en la rubia. Sonrió abiertamente.

—Vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? No te había visto; no serás parte del elenco, ¿verdad? ¿Una visita inesperada?

—¿Tú eres Odín? —indagó Mina.

—Lo soy, ¿y tú eres?

—Mina.

—¿Mina? —Odín entrecerró sus ojos sin borrar su sonrisa, la que pareció ensancharse—. ¿La mejor bateadora del equipo de béisbol femenil?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella ahora manteniéndose alerta.

—Sé muchas cosas y eres popular. ¿Y? ¿Tienes negocios que atender conmigo?

—Algo así. Quiero un par de boletos para el concierto de “Napolitano” de mañana. ¿Puedes conseguirlos?

—Uh —Odín se encogió ligeramente de hombros en tanto cruzaba los brazos y se recargaba en el respaldo de la silla—. ¿No te parece un poco tarde querer ir a ese concierto? Los boletos se vendieron como pan caliente.

—¿Significa que no puedes conseguirlos?

Odín sonrió altivamente a la hora de inclinarse hacia adelante para apoyar los codos en el escritorio y ocultar medio rostro con sus manos, dejando a la vista únicamente sus ojos, los que brillaron de manera misteriosa.

—Será difícil, mas no imposible. Eso aumenta el valor. ¿Qué ofreces?

—Soy una persona pobre, no tengo dinero —confesó ella cruzándose de brazos y sin apartar su vista de él en ningún momento. Odín lanzó una pequeña carcajada.

—Qué seguridad y valentía. Supongo que podemos llegar a un acuerdo; no acepto únicamente dinero, puedes pagarme con otra cosa… quizás con tu cuerpo.

Aquí él la miró de arriba abajo, escudriñador, aunque en realidad sin signo de lasciva.

—Mina —Corazón se alarmó, pero ella simplemente le pidió que se tranquilizara con una señal de mano.

—No obstante, sabrás que cualquier hombre de negocios tiene sus políticas —continuó él volviendo a apoyar su espalda en el respaldo—. Y entre las mías figuran no hacer un negocio con alguien que ya tiene deudas.

—¿Eso qué significa? Yo no le debo nada a nadie —se defendió la rubia frunciendo el ceño.

—¿No? —cuestionó el pelinegro con tono divertido, de fingida incredulidad y cantarín.

—¡Claro que no!

Odín se levantó de su silla y se encaminó a otra parte del estudio donde había un montón de cámaras y otras cosas técnicas que ni Mina ni Corazón entendían. Poco después, el joven regresó con una videocámara digital que parecía nueva, la que dejó sobre la mesa y así Mina pudo observar que tenía el lente roto y estaba agrietada con más rupturas.

—¿Y esto? —Ella no comprendía nada para ese punto.

—Alta definición —Odín comenzó a describir el aparato sin apartar su visión de él—, memoria interna, 32 gigabits de capacidad de grabación y 24 megapíxeles de resolución. Es buena y costosa. ¿La reconoces?

—Por supuesto que no. ¿Esto qué tiene que ver con los boletos para el concierto?

Odín no contestó y de uno de los cajones del escritorio sacó una lata vacía un poco abollada y la colocó a un lado de la cámara.

—¿Reconoces esto?

—Ay, no —A Mina se le atoró el aire en el pecho, obstruyendo un momento sus pulmones.

—Ay, sí —Odín sonrió burlón—. Tenía el permiso de guardar mi cámara en el almacén, sobre una repisa. Desgraciadamente, en un descuido, un torpe descuido, alguien rompió una de las ventanas con esta lata, dándole de lleno a la cámara, haciéndola caer del aparador, rompiéndola e inutilizándola. Gracias por reportar tu travesura, si no lo hubieses hecho, no hubiera sabido que se trataba de ti. Esta es tu deuda más reciente y tienes que liquidarla.

—¿Cómo se supone que lo haga? Ya te dije que no tengo dinero. Tuve que gastar mis ahorros en esa estúpida ventana que me obligaron a pagar.

—Hey, que soy una persona justa y flexible —Odín mostró tres dedos de su mano—. Tienes tres ofertas; elije la que te apetezca. Primera oferta, por los boletos quiero un trueque con algo que valga para ti, lo que sea, y por la cámara quiero que juegues fatal en el venidero partido de béisbol.

—¿Qué? —Mina abrió grande los ojos—. ¿Bromeas?

—En absoluto. Imagina, primera plana en los periódicos escolares: la mejor bateadora del equipo femenil de béisbol muestra una ineptitud asombrosa. Me darías material para subir en mi página de vídeos.

—Olvídalo.

Mina sintió que la humillación de una mala participación la golpeaba desde ahora y la sonrisa autosuficiente y burlona que imaginó Odín le lanzaría la hizo enojar; no le daría el gusto a ese bárbaro desalmado. Odín se encogió de hombros.

—Allá tú, aunque era la que más me gustaba. Pasemos a la segunda oferta entonces; ambos precios, tanto el de los boletos como el de la cámara, se pagan con tu falta de participación en el partido que se avecina.

—¿Qué? —Gritó con más asombro e incredulidad—. ¿Por qué te empeñas en arruinar ese partido?

—Yo no quiero arruinar nada, es el precio justo. Le tienes un gran cariño al béisbol, ¿no? Pues yo también le tenía especial afecto a mi cámara y sin embargo me la quitaste; ojo por ojo. Considera los boletos como un premio de consolación; me siento de buenas hoy.

—¿Cuál es la última oferta? —preguntó con acidez.

—Ninguna. Es lo que pasará si no aceptas alguna de las anteriores. Significa que no tendrás los boletos, le diré a la escuela que tu tontería rompió mi cámara y te verás obligada a pagármela de cualquier forma, con la seguridad de que si no lo haces, quien sabe, quizás igualmente consiga que no participes en el partido.

Mina se tragó el terrible disgusto que toda esa situación la hacía sentir. Por eso le había dicho a Ruth que era mejor no decir nada, ¡pero no!, siempre tenía que hacerle caso de hacer lo correcto. La próxima vez seguiría sus instintos sin pedir segundas opiniones. Cerró los ojos y los puños, procurando tranquilizarse.

—Mina, no tienes que hacerlo —pidió Corazón, preocupado de verla tan molesta y acorralada.

—De acuerdo, me quedo con la opción dos —aceptó al final entre dientes.

—Buena elección —Odín sonrió condescendiente—. Ahora espera un momento aquí, por favor.

El joven salió del estudio y Mina soltó un gritito de indignación.

—Ese tipo no es ningún negociante; es un chantajista, convenenciero, calculador y aprovechado.

—No debiste aceptar, Mina. No tenías que doblegarte ante él de esa forma —le dijo Corazón, sintiéndose mal por ella.

—Ya no hay marcha atrás, Corazón; además, no quiero posponer más que Ana y Helio se vean. Entre más pronto lo hacen, más rápido termina esto y menos sufres, ¿no?

—Ay, Mina, eres un encanto —Corazón suspiró conquistado.

—Bien —Odín hizo acto de presencia una vez más trayendo consigo unos papeles—. Me gusta hacer las cosas lo más legalmente posible, así que necesito que firmes este contrato.

—¿Ya lo tenías preparado? —indagó Mina, sorprendida.

—Tengo guardado el esquema de lo que implican todos los contratos; después simplemente añado las cláusulas apropiadas dependiendo el negocio. Ahora firma aquí.

Odín extendió la última hoja de las cuatro que llevaba sobre el escritorio y le tendió una pluma a la rubia, quien la tomó, pero no hizo ademán de querer firmar.

—Vamos, no he añadido nada que no hayamos acordado. ¿No confías en mí?

—Sinceramente no —Al final se inclinó y le obsequió su firma—. ¿Por qué siento que he hecho un pacto con el diablo?

—Muy halagador, gracias —Odín también firmó, sonriente—. Perfecto. Mañana a primera hora tendrás tus boletos, simplemente requiero de tu información personal y tu teléfono —Mina se los dio—. Todo listo, ten mi tarjeta. Si quieres negociar nuevamente no dudes en acudir a mí, ¿de acuerdo?

—Ni de chiste —Fue la última palabra de ella tomando la tarjeta del negociante y saliendo de ese estudio que empezaba a ponerla de nervios. Las cosas sí que iban de mal en peor.



El concierto



Odín cumplió con su parte del trato. Justo al rayar el alba, cuando Mina terminó de alistarse para ir a clases, vio frente a la puerta de su hogar una pequeña caja de cartón y al abrirla, descubrió los anhelados y problemáticos tickets para el concierto. Cuando se encontró con Ruth, quien le preguntó cómo le había ido, se limitó a responderle que al menos había conseguido lo que quería. Si derrochaba detalles y le contaba cómo es que Odín la había manipulado y extorsionado para no participar en el siguiente partido, sabía que la pelirroja se sentiría culpable por haberle aconsejado ir a verlo y se lamentaría por ella. No necesitaba de la auto-culpabilidad de su amiga y mucho menos de su lástima.



Arribaron a la universidad y después de cada quien tomar su respectivo camino, Mina se apresuró a encontrarse con Anahí y darle su propio boleto, quien gustosa lo aceptó y la rubia no exageraría al decir que casi abrazaba el pedazo de papel. Con eso, el día transcurrió normal y dado que el concierto era tarde en la noche, ella no tuvo por qué faltar al entrenamiento, aunque en realidad ya no lo necesitaba si no iría al partido, pero de igual forma quiso hacerlo. No obstante, no se mantuvo concentrada en el juego porque su mente se envolvió en el dilema de cómo rayos le diría al entrenador de su ausencia para el partido. Quizás sería bueno fingirse una herida o torcedura; después de todo, ¿no decían que los accidentes pasaban todo el tiempo?



En su lugar como espectador en uno de los tantos asientos que formaban los peldaños de cemento ubicados a lo largo de la cancha, Corazón miraba a Mina con evidente inquietud. Su rendimiento en la práctica no estaba bien y todo era por su causa. Si no la hubiese obligado a ayudarlo no tendría por qué estar pasando por tantas angustias e inconvenientes en su vida. No quería verla todo el tiempo con ese ceño fruncido; lo fruncía al pensar, al molestarse, al preocuparse. Quería verla sonreír, se veía preciosa cuando sonreía y él no podía evitar sentirse completo cuando la notaba feliz; se sentía restaurado.



El entrenamiento terminó y Mina fue reprendida un poco por su entrenador ante su poca concentración, lo que provocó que Corazón se apesadumbrara más. De regreso a casa, la joven de azules orbes detalló a su compañero inusualmente callado; extremadamente silencioso para su gusto.


—Oye, ¿qué tienes? —preguntó directamente. Ella no era de las personas que se andaban con rodeos; le gustaba ir al grano.

—Estamos en medio de la calle, Mina —le recordó el castaño; y es que a ella ciertamente no le gustaba hablar con él en espacios tan abiertos.

—¿Qué más da lo que piensen de mí? No puedo evadir mi realidad. Dime qué te pasa.

Corazón abrió la boca, pero luego la cerró, dubitativo. Volvió a abrirla y balbuceó torpemente.

—Nada —respondió al final con voz queda y bajando la cabeza.

Mina soltó un suspiro de exasperación e impaciencia. No estaba de humor para jugar a ser psicóloga, sin embargo, lo intentó.

—¿Sabes cuál es el problema con las personas como tú y yo, Corazón?

—¿Personas como tú y yo? ¿A qué te refieres?

—A ser personas honestas y espontáneas. ¿Sabes cuál es nuestro problema? —Corazón negó con la cabeza—. Que normalmente somos un asco mintiendo, así que dime. ¿Qué tienes?

El silencio reinó entre ellos por unos momentos, pero casi después, él se atrevió a hablar, aunque con un tono tenue y suave.

—Lo lamento mucho, Mina. Tu vida se ha tornado un torbellino por mi culpa; se ha puesto patas arriba. No debí comprometerte a lidiar con una situación tan difícil.

—¿Eso es lo que te preocupa? —Mina se detuvo y lo miró directamente a los ojos, irritada—. Escucha, Corazón, no quiero que vuelvas a inquietarte por eso, ¿de acuerdo? No puedes arrepentirte de intentar salvar algo tan importante como lo es tu vida. ¿Primero luchas con fuerza y al final te rindes? ¿Qué clase de seguridad y firmeza es esa? ¿Dónde está tu orgullo? Vamos, no quiero tener esta conversación otra vez. Recuerda que pronto volveré a la normalidad, así que está bien. Anda, hay que apresurarnos o no llegaremos a tiempo al concierto y seguro Ana se quejará.

Corazón ya simplemente asintió y retomaron el camino. Poco después, llegaron a la casa de la rubia y enseguida de comer un poco, y de avisar a sus padres que iría a un concierto con una “amiga”, se dirigió al estadio de soccer de la ciudad, donde quedó de verse con Anahí y donde se efectuaría la función. Efectivamente, la joven ya se hallaba en el lugar, afuera, vestida con una falda blanca corta y una blusa rosa ajustada, con las conocidas mallas negras y unas zapatillas de tacón alto. Uno de sus pies chocaba una y otra vez contra el suelo, impaciente.

—Tardaste demasiado, Mina, ¿y con ese atuendo? —refunfuñó Anahí molesta y apuntando sin discreción la sencillez en la vestimenta de su compañera, consistente en unos jeans, una camisa azul de manga larga para cubrirse el frío un poco y sus típicos converses. Además de que no tenía ninguna clase de maquillaje en su rostro.

—¿Qué tiene de malo mi atuendo? No soy yo quien viene a conquistar a alguien, ¿o sí?

—Es verdad —con altivez, Anahí acarició su largo cabello negro, el que iba un poco rizado y suelto—. Pero si estás conmigo deberías al menos lucir bien, aunque bueno, eso me ayuda a resaltar.

—Lo que tú digas, Ana —Mina rodó los ojos; había aprendido a no tomar en serio a esa chica.

—Yo creo que luces muy bien siempre, Mina —halagó Corazón, sonriente.

—Gracias. Bueno, hay que entrar de una vez.

Los tres se unieron a las cientos de personas que esperaban su turno para entrar y que eran controladas por los guardias de seguridad, los que también se encargaban de tomar los pases respectivos. De esa manera, cuando ellas hicieron el proceso adecuado, ingresaron por completo al estadio y se dirigieron directamente a la cancha, la que estaba adecuadamente acondicionada para que todo funcionara perfectamente. Se habían colocado puestitos de comida, bebidas y recuerdos a lo largo del sitio, así como algunas mesas y asientos; había una tarima que servía como escenario para cuando los “Napolitano” iniciaran y seguramente en el interior, donde estaban los vestidores y demás, ahora se encontraban los camerinos de las estrellas del pop.

De por sí el ambiente era ruidoso gracias al habla de las personas elevándose, pero cuando los tres integrantes del grupo se hicieron visibles por primera vez de muchas esa noche, la gritería incrementó haciendo un escándalo que Mina juraría se oiría hasta su propia casa; y eso que estaba bastante lejos. El estado de ánimo de la rubia fue cambiando de tolerancia a uno de disfrute completo en tanto aceptaba que el concierto no estaba nada mal, que era divertido y que no todas las canciones estaban estropeadas. Así, pasando un buen tiempo, se dio un intermedio para que los cantantes descansaran  y para que el auditorio comiera un poco y compraran sus artículos.

—¿Dónde se supone que encontremos a Helio entre tanta gente, Corazón? —inquirió Mina alzando la voz para hacerse oír y poniendo las manos en su cintura, observando la muchedumbre mientras esperaban a que Anahí volviera de comprar algún producto de los artistas.

—Puedo ir a buscarlo —se ofreció dando vueltas en su propio eje para mirar a todos.

—Buena idea. Cuando Ana vuelva también lo buscaremos.

Corazón asintió y se alejó atravesando a todos los presentes, sin estorbo y Mina pensó que en esa situación ella también quería esa habilidad. Al poco rato, Anahí se le acercó con un montón de cosas inútiles y comunes, como camisas y libretas, que no tenían nada de extraordinario salvo el estampado del sello del grupo y el rostro de sus integrantes. Mina negó con la cabeza apenas perceptiblemente; era definitivo, su compañera no tenía salvación.

—Vamos, quiero que veas a Helio antes de que inicie el próximo período —informó la rubia comenzando a caminar.

—¿Hay que buscarlo? —Anahí hizo una mueca de disgusto, siguiéndola—. ¿Por qué no lo llamas?

—No tengo su número.

—¿No lo tienes? ¿Qué clase de amigos son?

—Nunca dije que era mi amigo; te dije que es alguien que conozco y apenas.

—¿Y por qué quieres ayudarlo a encontrar a una chica? Me mentiste y sí es un nerd, ¿verdad?

—¡Que no, diantres! Ya te dije qué clase de tipo es. Eso me recuerda que tienes que luchar mucho para obtener su atención y no desistir. Se rodea de muchas mujeres y quizás no lo impresiones.

—¿Insinúas que soy como cualquiera? —El orgullo de Anahí se vio herido—. Hm, lo tendré bajo mis redes en un santiamén.

—Ese es el espíritu.

—¿Y cómo se supo...? ¡Ah! —la pelinegra lazó un grito agudo.

—¿Qué pasa? —Mina se detuvo a mirarla.

—Alguien me tocó el trasero —respondió, indignada. Mina sonrió con diversión intentando no carcajear—. ¡No te burles, Mina!

—Ah, lo siento, lo siento, pero no puedo evitarlo. Si no te visiteras tan provocativamente quizás no tendrías por qué soportar eso. Vamos, Corazón nos está ayudando a buscar a Helio.

—¿Otra vez con tu amigo imaginario? Mina, él no puede ayudarnos porque no existe. Es sólo un producto de tu imaginación, algo que tú creaste simplemente y que sólo tú puedes ver; no más.

—Te sorprenderías —susurró la rubia y obviamente la otra no la escuchó.

—Hey, hey, bellas damas —Un par de sujetos se les acercaron—. Parecen perdidas y solitarias, ¿necesitan compañía?

“No ahora”, pensó Mina fastidiada al ver las claras intenciones de ellos de conquistarlas y de cómo a Anahí se le iluminaban los ojos.

—Es un pecado que dos preciosidades estés solitas —siguió un de ellos—. ¿Por qué no nos acompañan? Por allá están nuestros amigos. Les prometemos una noche agradable y divertida.

—¡Cla…!

—¡No, gracias! —Mina interrumpió a Anahí antes de que metiera la pata—. Ya tenemos planes, así que adiós.

Sin dejarla rezongar ni nada, Mina se la llevó consigo casi que a rastras, alejándola.

—¿Qué te pasa, Mina? Arruinaste una gran oportunidad —se quejó Anahí, disgustada.

—Ya te comprometiste conmigo de que le darías esa oportunidad a Helio —se defendió la rubia. No podía perder a Anahí, era su salvadora y fue entonces que al meditarlo bien, descubrió lo desesperada que estaba—. Ahora cumples porque cumples.

Antes de que pudieran envolverse en una acalorada discusión, Corazón hizo acto de presencia.

—Lo encontré, Mina —notificó presuroso.

—¿En serio? Bien, vamos, Ana. Corazón encontró a Helio.

Una vez más, sin darle oportunidad de nada, Mina la jaló consigo entre la gente siguiendo a Corazón. Después de mucho batallar y de ser aplastadas varias veces, llegaron con un grupo de jóvenes adultos como ellos, que también parecían pasársela fenomenal sentados frente a una de las mesas y allí, Mina distinguió a Helio, quien nuevamente gozaba de las atenciones de innumerables chicas.

—Ese de allí es Helio —dijo Mina señalando al susodicho, que era el que estaba en el tercer asiento de la mesa de ocho personas.

Anahí lo observó y a su vista fue de su gusto; era alto, fornido y muy atractivo. Sin duda, su tipo. Sin esperar un momento más, se acercó al grupo y contoneando las caderas manteniendo en su rostro la más cautivante de las sonrisas, se acercó a él directamente.

—Hola, ¿qué tal? ¿Sería alguien tan amable de ser mi compañero esta noche en lo que resta de la presentación? Mi amiga me dejó —pidió con un tono de voz dulzón y como si fuera la verdadera víctima en la situación, actuando bien y sin apartar su visión de su presa.

Helio detalló a la chica que lo miraba con tanta insistencia y con un brillo especial en sus ojos. Era muy guapa y tenía una figura despampanante. No la conocía, pero ella estaba abriendo las puertas para cambiar eso, ¿por qué no aprovechar? Sonrió con socarronería y aparente emoción, a pesar de que ésta no llegó a sus marrones ojos.

—Estaría encantado de hacerte compañía —dijo levantándose de su asiento e ignorando las protestas de las demás chicas—. Soy Helio.

—Soy Anahí —le sonrió seductoramente—. ¿No te apetecería ir a un lugar un poco más tranquilo?

—No tengo problemas.

Y de aquella manera, los dos se alejaron del grupo de él y se hicieron paso entre la multitud para mejor salir del lugar e irse a un sitio donde pudiera conocerse mejor.

—¡Libertad! —exclamó Mina llena de felicidad alzando los brazos en triunfo. Había estado observando todo a una prudente distancia.

—¿Regresarás a casa? —quiso saber Corazón.

—No, me quedaré hasta que termine el concierto. Después de todo ya estoy aquí y necesito quitarme el estrés de alguna manera. ¿Tú irás con ellos?

—¿Puedo quedarme mejor contigo? —inquirió esperanzado—. Aun si voy a donde vayan, no me notarán; contigo puedo conversar al menos.

—Supongo que sí —accedió creyendo que ya no había problemas. Anahí sería ahora quien lidiaría con la fuente de ellos. Nada podía salir mal a partir de ese momento, ¿verdad?


Sin resultados

El estadio estaba lleno, los estallidos de impaciencia y algarabía de los presentes  se alzaban con intensidad, acompañando el rugido que las motocicletas hacían aquella tarde. Estaban en la competencia de la ciudad de motocross estilo libre, en donde cada participante debía mostrar su habilidad para hacer saltos y acrobacias en el aire, siendo las más espectaculares y peligrosas las mayor puntuadas. El lugar se había acondicionado para que el terreno fuera el adecuado, lleno de tierra y con montículos altos para realizar las piruetas. Desde su lugar como uno de los concursantes, Helio se colocaba el equipo de seguridad; el que no es que quisiera usar, sino que era obligatorio, y su rostro no mostraba ninguna clase de preocupación a pesar de que era la primera vez que participaba en una competencia como esa. Aunque su manejo de la motocicleta era bueno, no lo era tanto.

Sin embargo, era lo que él buscaba; arriesgarse lo más posible. Quizás fuera afortunado y una mala caída terminara por matarlo. Lo había querido, sí; terminar con su patética existencia era su deseo más grande, mas no tenía el valor suficiente o la cobardía necesaria para quitársela él mismo. No sabía por qué, pero sentía que una barrera invisible lo privaba de ir más allá del anhelo y evitaba que lo llevara a la práctica. ¡Ni para acabar con su vida era bueno! De allí que buscara otras alternativas; algo que fuera efectivo, que lo hiciera parecer un accidente y que no tomara mucho tiempo. Una vez intentó con el cigarrillo esperando que le diera cáncer, pero descubrió que era un proceso muy tardado, así que buscó otras cosas.

Mantenía la ilusión de que alguien lo contagiara de alguna enfermedad cuyo pronóstico fuera mortal; participaba por las noches en carreras de auto a alta velocidad, con la esperanza de que el suyo pudiera estrellarse; se inmiscuía en altercados entre pandillas para ver si los golpes o alguna herida grave lo privaban de la vida; y su más reciente opción: los deportes extremos. No obstante, ninguno había funcionado hasta ahora. Le decían un tipo con “suerte”, pero él sabía que no era más que un desdichado miserable.

Su desgracia fue mucho más evidente cuando al llegar su turno, se lanzó al terreno ignorando lo que el comentarista hablaba de él como novato; se concentró en realizar las piruetas más peligrosas que se sabía y las que apenas podía controlar. No duró mucho tiempo; cayó rápido en una de las acrobacias, estando en el aire a algunos metros del suelo y rodó sobre el montículo en el que se suponía debía aterrizar, sintiendo muy cerca la motocicleta que también rodaba, casi sobre él. Sin embargo, la caída no le afectó nada importante o que amenazara su vida y la moto quedó lejos de él. De hecho, tuvo la dicha de no romperse nada y tan sólo sufrir unas cuantas contusiones por todo el cuerpo. ¡Maldijo su resistencia!

—¡Wow, qué aterrizaje! —dijo el presentador acercándose a él—. ¡Amigo, qué fortuna la tuya! Esa caída estuvo fea. ¡Felicidades! No todos consiguen salir casi ilesos; considérate privilegiado.

Helio gruñó con ira mal disimulada sin prestarle atención a los gritos de sorpresa de todos los presentes y salió del terreno; ya estaba descalificado por lo que ya podía irse de allí. Ingresó a las partes interiores del estadio donde le habían asignado un cuarto para cambiarse; lo condujeron al susodicho y allí encontró a la que recientemente se había convertido en su regular acompañante: Anahí.

—¿Estás bien? —le preguntó la morocha, preocupada.

El castaño no respondió y se limitó a quitarse el equipo de seguridad con una cara de completa furia. Anahí frunció el ceño, disconforme; no le gustaba que la ignoraran así.

—Oye, te estoy hablando, al menos responde por educación, ¿quieres?

Helio la miró con los ojos entrecerrados y con acritud palpable dijo:

—No estoy de humor para soportar tus rabietas. ¿Por qué no me haces un favor, te largas y me dejas solo?

—¿Me estás corriendo? ¿Quién te crees que eres? No puedes mandar sobre mí. Si me quiero quedar aquí, pues me quedo y ya.

—Entonces has lo que quieras.

Helio terminó de recoger cualquier cosa que le perteneciera y salió del vestidor para encaminarse a la puerta que lo llevaría al exterior. Anahí lo siguió, disgustada.

—Espera, no me dejes.

—No te quiero conmigo —volvió espetar él con acidez.

 —Pero yo sí quiero estar contigo, me gustas.

Helio sonrió escéptico. Y él era el rey de Roma, seguro. No iba a volver a caer en las redes lacerantes de esas palabras. Al final había comprendido cómo era que el mundo funcionaba; a base de mentiras, engaños, conveniencias y con él siendo únicamente una herramienta para todo. Había sido una herramienta para ésa que le había prometido falso amor y que le había otorgado tanta amargura a su vivir. Incluso había sido una herramienta para sus padres, con quienes ni siquiera mantenía una buen relación; ¿pero cómo hacerlo si ellos sólo lo habían tenido para que el gobierno los ayudara económicamente hablando? Así fue como creció, en un ambiente frío, desamoroso, obligado; y a pesar de todo siempre mantuvo la esperanza en la gente y el amor. ¡Vaya imbécil había sido! En cambio ahora, todo era diferente o se forzaba creer que así era.

Salió de sus cavilaciones al escuchar el constante y fastidioso parloteo de Anahí; gruñó exasperado. Estaba cansándolo y mucho.

—Cállate ya —ordenó con violencia.

—No me calles. Yo sabré si hablo o no. Ya te dije que no eres dueño de mí y por mucho que me gustes no dejaré que me mandes a hacer lo que sea que quieras…

Y siguió hablando. Fue suficiente, Helio no tenía el temple para soportar tantas estupideces, por lo que con los nervios ya de punta, dispuesto a no seguir escuchándola, se detuvo para mirarla frente a frente y levantando la mano, le asestó tremenda bofetada, que la hizo retroceder y perder el equilibrio hasta caer al suelo. El crepúsculo estaba cayendo, la calle apenas estaba concurrida y el barrio no era de los mejores, por lo que a nadie pareció importarle el “pequeño” acto de violencia. Helio miró a Anahí desde toda su altura, con el ceño fruncido y con sus ojos marrones ardiendo en furor. Ella en cambio, lo miró con indignación total, humillación y dolor, en tanto se esforzaba por no llorar, pero se sentía fatal.

—¡¿Por qué me golpeas, idiota?! —explotó, ya sin contener el llanto, molesta y asombrada.

—Te dije que te callaras —contestó sin emoción en su voz.

—¿Y esa es razón suficiente? Eres un bruto, un salvaje.

—¿Así llamas a todos los chicos que te gustan? Con razón no encuentras pareja.

—Maldito —Anahí se levantó como pudo, aun sintiéndose vilmente mofada—. ¿Cómo vas a seguir gustándome? Eres un insolente estúpido. No quiero volver a verte en mi vida.

—Por mí mejor. Adiós —Y sin mayor problema, el joven comenzó a caminar, alejándose.

—Vas a arrepentirte de esto, ¡me oyes! ¡Vas a lamentarlo! —gritó Anahí queriendo deshacerse de la ira en tanto lágrimas de desencanto bajaban por sus ojos.

Helio bloqueó sus oídos para no escuchar las amenazas de la pelinegra. Su cuerpo temblaba al máximo. Había golpeado a una mujer. Ya no podía caer más bajo. Vagó muerto en vida de aquí para allá, procurando hallar algo que lo hiciera olvidar la escena antes vivida con Anahí. La conciencia todavía la conservaba y a veces podía ser un verdadero incordio. Entraba y salía de los bares, bebiendo como un empedernido, anhelando perder el conocimiento y no despertar mañana, ni el día siguiente o el siguiente; simplemente terminar con todo de una vez. Sin embargo, a pesar de ahogarse en alcohol hasta el hastío, no consiguió desmayarse; tal vez había desarrollado una gran tolerancia al líquido embriagante. Tendría que cumplir su deseo de alguna otra manera.

Ya más alejado de la realidad con tanto estimulante y con los reflejos más muertos que los de un mismo cadáver, se encaminó a paso tambaleante a uno de los pubs más exclusivos de la ciudad, y era exclusivo no necesariamente porque fuera especialmente para las personas de la alta sociedad; no, sino que una de las pandillas más temidas en la urbanización lo había hecho como su base para descansar y pasársela bien, por lo que cualquiera que entrara allí debía ser tremendamente cuidadoso para no molestarlos y por supuesto, no meterse con ellos por nada del mundo.

No obstante, lo que menos buscaba Helio era ser precavido, por lo que al arribar ya entrando la medianoche, abrió las puertas del local con un gran estruendo, silenciando a los presentes unos momentos al tomarlos por sorpresa. Con su borrosa visión, el castaño enfocó a la pandilla de entre todos los demás clientes; estaban en la esquina de al fondo, gozando sin mayores contratiempos y sin prestarle atención a su llegada. El joven ser arrastró con pesadez por el sitio, atravesándolo y se colocó frente a su mesa; la que habían condicionado uniendo varias, ya que el grupo era grande y mixto. El montón de jóvenes lo miraron alzando una ceja, curiosos y desconfiados, ahora sí manteniéndose silentes un momento. Helio no soltó ni una sola palabra y por sus movimientos vacilantes, ellos supieron que estaba ebrio al extremo.

—¿Qué te pasa, vago? —dijo uno de ellos levantándose de su silla en una actitud altiva—. ¿Tienes algún asunto pendiente con uno de nosotros?

Los demás rieron divertidos al saber que sería muy estúpido de parte de Helio intentar algo siendo ellos tantos y él sólo uno. El castaño parpadeó varias veces ante de girarse y darles la espalda.

—Eso es, perdedor, vete de aquí —concedió el mismo haciendo un ademán con la mano de que se fuera.

El miembro de la banda iba a sentarse pensando que Helio se iría, pero vaya sorpresa se llevaron todos cuando, de manera increíble y sacando una velocidad de quién sabe dónde, Helio viró sobre su eje teniendo listo el puño y lo azotó contra el pandillero, quien tomado desprevenido se desplomó sobre su silla, la que a su vez se volcó a un lado y cayó sobre las piernas de otro compañero. Helio iba a continuar golpeando, pero los demás lo sometieron muy fácilmente y sin problemas.

—¿Cuál es tu problema? —inquirió otro dándole un puñetazo en el rostro.

—Hey, hey —los llamó el barman—. Peleas aquí, no; vayan afuera.

Obedientes, toda la chusma salió del pub sin soltar a Helio ni un momento, el que forcejeó con ímpetu para liberarse, sin éxito alguno. Balbuceó sinfín de cosas que la pandilla no pudo entender, aunque tampoco es que les importaran. Ya afuera, todavía lo llevaron a un callejón solitario que estaba no muy retirado, todo en contra de su voluntad. Allí le dieron la paliza de su vida. Lo patearon, lo apuñetearon y lo zamarrearon como jamás creyó. Sintió cada golpe y cada herida que las extremidades de sus atacantes le ocasionaron como fuego en su cuerpo, ardiente y doloroso. Sintió su sangre correrle por el rostro, acumulársele en la boca y penetrar su ropa. Lo lanzaron contra un montón de basura que estaba fuera del contenedor.

—¡Pero qué cretino tan pesado! —dijo el que Helio había golpeado, escupiendo en dirección del moribundo.

—Déjalo, es un pobre diablo —lo tranquilizó otro, el líder—. Vámonos, chicos. Aquí se queda éste. La basura con la basura.

Y se fueron, dejando a Helio medio muerto entre tanta porquería y pestilencia. Estaba semi-consciente todavía y entre lo que parecían ser más delirios que otra cosa, pudo escuchar el ir y venir de lo que supuso eran ratas. Tal vez ahora sí fuera lo suficientemente afortunado como para que una de ellas lo mordiera y lo contagiara de rabia. Sin embargo, ya estando más en el mundo de los inconscientes, sintió que las ratas se alejaban.

“Así que ustedes tampoco me quieren cerca, ¿eh?”, fue su último pensamiento lleno de agobio antes de finalmente dejar que la oscuridad se apoderara de él para ya no saber más.



Otro encargo, otra deuda



Mina vagaba por los barrios con menos fama de la ciudad siguiendo a Corazón. Era temprano todavía, a pesar de que era sábado y que debía estar en su cama gozando de más horas de sueño, pero no; allí estaba ella, en una zona de mala reputación en busca de Helio. La habían levantado los alaridos del castaño. Quizás Corazón estaba tan desesperado por hablar con alguien que había decidido quedarse con ella hasta que Helio finalmente lo tomara en cuanta otra vez, y la sala de su casa se había convertido en su dormitorio con el sillón como cama. Sin embargo, esa mañana otro de esos ataques raros lo había golpeado, nuevamente robándole consistencia y visibilidad en medio de un sufrir palpable y por el que no podía hacer nada para menguarlo.



Esta vez duró más de un minuto y algo no le dio buena espina. ¿No se suponía que con las atenciones de Anahí, Helio debía mejorar su actitud? ¿Acaso las cosas entre ellos no estaban funcionando? Quiso preguntarle a Corazón si sabía algo cuando la onda de dolor pasó, pero éste se había apresurado a levantarse tan rápido como pudo balbuceando cosas como “pub”, “callejón” “problemas” y demás, para después salir de la casa, diciendo que debía encontrar a su amo y ayudarlo. Preocupada y sintiendo extrañamente que lo que padecía su compañero era su culpa, se cambió velozmente para no perder tiempo e ir tras el corazón materializado de Helio.



Así es como llegó a ese vecindario de mala muerte después de más de una hora y media de camino; menos mal que estaba acostumbrada a caminar, si no ya hubiese perecido de cansancio. Al transcurrir unos minutos en los que fue de aquí para allá detrás de Corazón sin aparente rumbo fijo, pensó que en realidad él no sabía dónde estaba Helio y cuando iba a iniciar con sus quejas, él gritó:


—¡Es él!

Corrió a uno de los tantos callejones de por allí y la rubia lo siguió. Con perplejidad completa, los dos observaron al agonizante hombre cuya respiración era jadeante y densa, costándole llenar sus pulmones de oxígeno. La sangre en la cabeza y demás partes del cuerpo se habían secado y no eran más que manchas oscuras que le daban un aspecto mucho más horrible; sobre todo a la cara, la que se mantenía desagradablemente hinchada y morada. Su lecho para reposar eran las bolsas de basura, que no hacían más que amenazar con infectar terriblemente las heridas y apresurar un agusanamiento.

—Está molido —comentó Mina incapaz de salir de su asombro—. Hay que hacer algo por él. Llevémoslos a un hospital.

—No tiene seguro, lo canceló —notificó Corazón con pesar, acuclillándose a un lado de su amo, mirándolo con tristeza.

—¿Lo canceló? —la incredulidad en la voz de Mina se hizo evidente—. ¿A quién se le ocurre cancelar el seguro? ¿Qué pretende este tipo?

—Morir —declaró Corazón con voz vacía. Mina frunció el ceño, inquieta.

—En ese caso, llevémoslo a su casa; algo podremos hacer allá —Mina dejó de hablar al recordar algo nada grato—. Ah, olvidé la cartera; no podré pagar un taxi. Apenas si agarré el celular.

—Quizás él tenga algo de efectivo —opinó Corazón—, revísalo.

—¿No es eso robar? —inquirió ella no estando tan segura; no quería que la vieran esculcando las cosas de un pobre moribundo.

—Técnicamente todo lo de él me pertenece también y te estoy dando permiso, así que creo que está bien, ¿no?

—Supongamos que sí, pero sólo porque la situación lo amerita, ¿entendido?

Corazón asintió y Mina se inclinó para revisarlo, encontrando absolutamente nada, ni cartera, ni dinero; ni un mísero centavo.

—Es raro, él no sale sin dinero —se extrañó Corazón, ladeando la cabeza.

—Creo que alguien se nos adelantó y lo hurtó primero —Mina suspiró levantándose y pensó un poco—. Anahí puede venir a ayudarlo, es su pareja, deberá preocuparse si le digo cómo se encuentra.

Mina le marcó a la morena y después de unos segundos, respondió.

—Hey, Ana, soy Mina.

—¿Qué quieres? —sequedad  y resentimiento fue lo que imperó en su voz.

—Necesito un favor. Quiero que vengas a recoger a Helio para llevarlo a su casa; está grave.

—No me importa —respondió con ira mal contenida.

—¿Qué? Espera, ¿qué? Le dieron una tunda que casi lo mata.

—He dicho que no me importa. ¡No me interesa lo que a ese idiota le pase!

—Espera, espera, ¿qué tienes? ¿Qué ha pasado entre ustedes? —Una preocupación se adueñó de la rubia. Las cosas tenían que estar bien con esos dos, debían estarlo.

—Solo que no quiero volver a verlo nunca. ¡Me ha golpeado, Mina! ¿Cómo se atrevió? —Su voz cargada de rencor tembló ante el llanto retenido.

—¿Te golpeó? —Mina se llevó una mano al rostro y negó con la cabeza; eso sí no lo hubiese imaginado—. Siento eso, Ana, pero no puedes rendirte ahora. Él te necesita. ¿Dónde queda tu orgullo como luchadora? ¿Dejarás que se quede con la idea de ti como una cualquiera? ¿Otra del montón?

—¿Cómo puedes pedirme algo así? ¿Cómo me ofendes en lugar de consolarme? Él es un monstruo y tú lo eres más por habérmelo presentado e insistir que lo vea.

—¡No! No es tan malo como parece, es sólo que no está muy bien orientado.

—¡Está desubicado por completo y yo no soy una brújula! ¡Adiós!

—No, Anahí, espera… —Demasiado tarde, le colgó. La rubia tragó duro y miró unos segundos el aparato, sin saber qué pensar. ¿Ahora qué haría?

—No fue bien, ¿verdad? —quiso saber Corazón, quien había estado escuchando todo en silencio y se había dado una idea de lo que pasaba dada la actual actitud de su amo. No era fácil lidiar con él.

—No —Mina suspiró otra vez, cansada—. ¿Y ahora a quién le pido ayuda? Ruth tampoco no tiene auto, Mike salió desde ayer por la tarde al rancho de los padres de su novia; Dalia nunca contesta el teléfono después de las doce del día de los sábados.

Mina pensó en alguien que pudiera hacerle el favor y aunque muchas personas rondaron por su mente, el problema fue que no contaba con sus números. Su lista de contactos era bastante pequeña. Analizando esa lista, recordó que hacía poco había agregado un nombre más. Un dolor de estómago la asaltó al imaginarlo siquiera.

—Creo que ya sé quién puede venir por nosotros —dijo mirando a Corazón con desgana completa, dejando caer los hombros, derrotada.

—¿Quién? —Corazón alzó una ceja, curioso por la actitud tan decaída de ella.

—El extorsionista.

—Mina —Corazón se levantó, alarmado—. No es necesario, te cobrará otra vez. Podemos dejarlo aquí…

—¿Cómo se te ocurre decir eso, Corazón? ¡Míralo! Está que da vergüenza ajena —lo apuntó con determinación, luego sonrió resignada—. Además, creo que la pelea con Anahí lo llevó a este desenlace y es gran parte mi culpa por prácticamente obligarlos a estar juntos. Al menos déjame compensarlo.

—Oh, Mina, eres un amor —volvió a halagar el castaño simplemente cautivado.

Mina marcó el número indicado y casi al instante respondieron.

—¿Diga? —la alegre, grave y cantarina voz le enchinó la piel; era tenebrosa.

—Odín, soy Mina, necesito ayuda…

—Número equivocado —Y le colgó. La rubia parpadeó un par de veces.

—¿Pero qué rayos? —Gritó mirando con irritación el teléfono móvil—. ¿Cómo me cuelga sin antes escucharme? —Volvió a marcar, furiosa.

—¿Sí? —Volvió a escucharse el tono alegre.

—¿Por qué colgaste? ¿Qué clase de educación lucrativa es esa? ¿No se supone que los buenos negociantes escuchan bien a sus clientes en lugar de…? —El sonido característico de la llamada al terminar volvió a oírse—. ¡Pedazo de…! —Lo intentó una vez más, sacada por completo de sus casillas; ese tipo era exasperante en verdad—. ¿Qué quieres por transportarnos a mí y a un amigo mal herido a su casa? —dijo en cuanto escuchó que atendía sin dejarlo hablar; no permitiría que la cortara otra vez.

—Depende de la distancia —respondió él con voz risueña, concentrándose de lleno en el trato—. ¿Dónde están y a dónde van? —Mina le dijo dónde se hallaban y luego pidió a Corazón la dirección de Helio para dársela a Odín—. ¿Eso es todo? No es lejos. En fin, el transporte llega dentro de poco, no te muevas de donde estás.

—¿Cuánto va a costarme? No te…

—Sí, sí, no tienes dinero. No te preocupes, te diré el cobro justo dentro de unos días. Chao.

Y el tranquilo aunque jovial y misterioso tono en que dijo lo último no le infundió nada de confianza. Se estremeció de pronto, perturbada; le daba la sensación de que debía dejar de meterse con ese tipo. De aquella manera, esperaron a que su pasaje llegara, el que no tardó demasiado. Una camioneta cerrada y grande se colocó frente al callejón y de ella bajó un tipo que ella no había visto en su vida.

—¿Tú eres Mina? —le preguntó el sujeto mirándola. Ella asintió—. Soy Adrián —Miró a Helio—. ¿Ese es tu amigo?

Ella volvió a asentir y sin decir una palabra más, Adrián se acercó a él y lo levantó echándoselo sobre el hombro como si de un costal lleno se tratara, para después subirlo a la parte trasera de la camioneta.

—¿Trabajas para Odín? —cuestionó Mina incauta, viendo que Corazón se subía en la camioneta a un lado de Helio antes de que Adrián cerrara la puerta.

—¡Ya quisiera! Estoy pagándole una deuda —Y Mina entendió lo terrible que era eso y se sorprendió de comprender que el imperio del pelinegro era más grande de lo que creía—. Por cierto, me dijo que firmaras esto —Le tendió el contrato y una pluma.

—Ah, claro —Lo hizo en el mismo lugar que la otra vez, a un lado de la firma de Odín que ya estaba allí.

—¿No te da la sensación de que firmas tu propia acta de defunción?  —comentó él en tono casual—. En fin, sube, quiero acabar con esto de una vez.

Mina asintió y subió a un lado del copiloto para así dirigirse a la que era la morada de Helio, a la que llegaron después de más de treinta minutos de andar por la ciudad entre el tráfico que empezaba a ser abundante a esas horas; la casa se encontraba del otro lado de donde estaban esos barrios de maleantes. ¿Y Odín le había dicho que no estaba lejos? No quería saber qué otra clase de viajes le habían pedido. Todos bajaron del automóvil y Adrián se encargó de llevar al inconsciente Helio, quien no se dignaba despertar por nada del mundo. Se colocaron frente a la puerta e intentaron abrirla, pero estaba asegurada.

—Cerrada, ¿por qué no buscas sus llaves? —le dijo Adrián a Mina, impaciente por irse de allí.

—No las tiene —recordó que no las había visto cuando lo revisó—. Se las robaron.

—Perfecto, ¿y ahora cómo entraremos? Creo que yo los dejo aquí.

—Espera —dijo Corazón.

—¡Espera! —repitió Mina al ver que Adrián iba a dejar a Helio en el suelo para irse y abandonarla con un peso muerto. El hombre la miró sin mucho contento y ella miró a Corazón con disimulo.

—La ventana del baño siempre está abierta y el mosquitero está suelto, puedes quitarlo y entrar por allí —explicó el castaño y Mina asintió apenas perceptiblemente.

—Espera aquí un momento, Adrián. La ventana del baño está abierta. Entraré por allí y te abriré, ¿sí?

—Date prisa —declaró el otro, ansioso por irse.

Corazón le dio la vuelta a la casa por la izquierda, para indicarle a Mina cuál era la ventana correcta y ella lo siguió, esperando que ninguno de los vecinos de por allí la vieran en medio del acto de vandalismo. No quería cargos por allanamiento de morada.



La esperanza se mantiene



—Esto será más complicado de lo que pensé —aceptó Mina viendo que la ventana no era tan grande como esperaba, ya que era un rectángulo apenas ancho y estaba bastante arriba, sobre su cabeza.



Miró a ambos lados buscando algo que pudiera ayudarla a quitar el mosquitero, pero no encontró nada, por lo que tuvo que usar sus manos. Fue cansado porque tuvo que mantenerlas levantadas todo el tiempo para empujarlo y porque no estaba tan suelto como Corazón le había asegurado. Cuando finalmente pudo sacar la tela de metal, haciendo que cayera del otro lado, se sujetó fuertemente de los bordes del rectángulo vacío y usando todas las fuerzas que el ejercicio de los entrenamientos y del día con día le daban, se levantó sosteniendo su peso para pasar por entre la ventana. Lo que resultó bastante bien hasta que se vio atorada por la cadera, con la mitad del cuerpo dentro de la casa.



—¡Maldición! —gruñó pataleando sin cuidado.

—¿Estás bien, Mina? —preguntó Corazón desde afuera, viendo el moverse desesperado de las piernas de ella.

—No, creo que me atoré. Intenta empujarme.

Corazón parpadeó turbándose sobremanera, y aunque no se le vio ni lo sintió, en condiciones normales se habría notado el sonrojo intenso. Vio la única parte por la que podría empujarla; la retaguardia.

—¿Estás segura? —inquirió con ofuscación.

—No, olvídalo, creo que estoy saliendo.

Mina se movió como lombriz esperando que así pudiera deslizarse poco a poco hasta el otro lado, lo que consiguió después de mucho batallar; ya hasta sudaba. Azotó de lleno al suelo y se masajeó el lado derecho, con el que había aterrizado, adolorida. Miró el baño y una mueca de repugnancia se adueñó de su rostro. Estaba suciamente asqueroso; con la tina, el inodoro y el lavamanos completamente llenos de mugre y hasta moho. El olor no era nada bonito; era como el de una fosa séptica y el suelo estaba lleno de un líquido que no quería saber qué era.

—¡Oh, por Dios! —Gritó levantándose súbitamente y sacudiéndose, como si de esa manera pudiera evitar que el ambiente la tocara—. ¡Qué horror de lugar!

—¿Estás bien, Mina? —volvió a indagar Corazón desde afuera, preocupado.

—Sí, ya voy a abrir.

Mina salió presurosa del baño, no deseando presenciar más aquel escenario tan impuro; sin embargo, se encontró con la nada agradable sorpresa de que toda la casa en general estaba hecha una porquería y parecía un chiquero, como si a propósito ensuciaran todo y deliberadamente no se molestaran en limpiar nada.

—¡Qué desastre! ¿Por qué no puedes cumplir tus deseos de morir en un sitio más limpio y agradable, Helio?

Llegó a la puerta principal y finalmente la abrió, logrando que Adrián soltara un suspiro de alivio al tiempo que se adentraba. El hombre alzó una ceja, interrogándose por qué es que esa casa estaba tan mugrosa, pero no le dio mucha importancia. No estaba allí para querer enterarse de nada ni nadie, sólo fue a cumplir un trabajo y eso hizo. Corazón había entrado detrás de él y dándole instrucciones a Mina de dónde estaba la habitación de Helio, Adrián lo dejó en la cama para después despedirse e irse de aquel repulsivo lugar. El cuarto también estaba sucio, con restos de comida de aquí a allá, mucha ya echada a perder lo que le confería al cubículo un hedor asqueroso; había moscas por doquier y seguramente también habría una plaga de cucarachas, aunque Mina no vio ninguna. La cama no estaba tendida y despedía un olor muy penetrante a sudor mezclado con mugre; parecía que no se había lavado en mucho, mucho tiempo.

—¿Cómo es que puede vivir aquí? —volvió a inquirir Mina sin créeselo y negando con la cabeza.

Abrió la ventana que estaba cerrada y recorrió las pesadas cortinas para que un poco del aire limpio del exterior pudiera ventilar la toxicidad de ese. Luego miró al grave hombre unos segundos y entrecerró los ojos. Quería irse, pero la consciencia no la dejaba retirarse así como así.

—¿Dónde está el botiquín, Corazón? Quizás pueda atender un poco sus heridas para que no se le infecten y eso.

Corazón le indicó dónde estaban los desinfectantes y demás artículos para las lesiones. Cuando las tuvo en su poder, Mina se sentó en el borde de la cama, a un lado de él, y comenzó a tratarlo, todo el tiempo en silencio, hallándose ella muy concentrada en su trabajo y Corazón, estando del otro lado de la cama, se vio demasiado metido en observarla fascinado como para intentar iniciar una conversación. Mina era simplemente asombrosa. La rubia tuvo un poco de problemas a la hora de lavar las magulladuras y cortadas que estaban debajo de la camisa y el pantalón, pero hizo lo que pudo.

—Peor estaba, eso es seguro —quiso alentarse ella misma y luego, notando que el rojo en el rostro de él se mantenía presente a pesar de ya haberle limpiado la sangre seca y que el sudor lo empapaba, tocó su frente—. Arde en fiebre. Buscaré una píldora para que le baje.

La rubia iba a levantarse para realizar su cometido, cuando una fuerte mano sujetó su brazo en un apretón firme que la lastimó un poco, sorprendiéndola y asustándola. Con sus celestes bien abiertos y aterrados, vio que Helio había abierto los ojos apenas notablemente, en una rendijilla muy angosta, pero Mina pudo observar a través de las pestañas de él, que sus ojos brillaban intensamente ante el sufrir de la alta temperatura y el dolor del cuerpo. La miró fijamente.

—¿Quién… eres? —apenas consiguió articular audiblemente con voz muy ronca y tormentosa, entre jadeos inquietantes.

—Nadie, esto es un sueño, yo no existo; estás delirando, sigue durmiendo —dijo Mina con nerviosismo en tanto movía su mano libre frente a él de manera extraña, intentando arrullarlo.

—¿Un sueño? —Volvió a preguntar con voz queda y pausada—. ¿Eres…eres mi ángel?

—Eso es, eso soy y te digo que vuelvas a dormir, así que anda, hazlo —Mina le cerró los ojos, pero él volvió a abrirlos—. Así no funciona, debes cerrarlos —Y volvió a cerrárselos, pero de nuevo los abrió—. Necio.

Helio posó su visión por el resto de la habitación, sintiendo un terrible malestar que lo mareó y la oscuridad volvió a amenazar con apoderarse de él, pero al fijarse del otro lado de la cama donde estaba la rubia, detalló otra borrosa figura.

—¿Y ése quién es?

Mina miró con asombro a Corazón, quien parecía estar en el mismo estado. Sin embargo, no pudieron preguntar nada ni hacer algo más porque Helio volvió a su estado de inconsciencia total.

—¿Te diste cuenta, Mina? —preguntó Corazón, ahora feliz—. Me vio, después de tanto tiempo al fin me tuvo en cuenta un momento.

—Muchas felicidades —respondió ella sin mucho contento intentando zafarse del agarre de Helio, quien a pesar de estar dormido nuevamente, mantenía su mano aferrada a su brazo. Tiró su extremidad intentando librarse sin mayores resultados. Ahora sabía que tenía el mismo poder de adhesión que Corazón—. Vamos, suelta, suelta. ¡Que sueltes te digo!

Estiró con fuerza, levantándose, esperando que con ese impulso él la dejara, pero no fue así; al contrario. Helio se alzó también un poquito de la cama, pero fugazmente, regresando a ésta al instante y el peso del joven atrajo a Mina hacia él, por lo que no encontrando el equilibrio necesario para mantenerse en pie, cayó sobre el cuerpo masculino lanzando un pequeño grito y sacándole un sonoro gemido de dolor a él.

“Lo siento”, se disculpó mentalmente la rubia e intentó levantarse presurosa, pero sorpresivamente se vio rodeada por los brazos de Helio, quien ya la usaba como muñeco de felpa. “No, no, ¡no! Suelta, suelta”. Lloró interiormente no pudiendo encontrarse en una situación más incómoda; además, él apestaba y mucho.

—Corazón, ¡ayúdame! —le susurró con desespero en su voz.

—¿Qué puedo hacer yo, Mina? —Se hizo el que no tenía idea, encogiéndose de hombros. En realidad no tenía ganas de ayudarla; de alguna manera estaba feliz de ver la escena, y se preguntó qué sentiría en ese momento su amo de poder abrazarla de esa forma.

—Yo qué sé. Dame la mano y sácame de aquí.

Ella le extendió su mano, y más de fuerzas que de ganas, él la tomó para comenzar a jalarla, esperando que pudiera salir del abrazo de Helio, mas éste la asía con gran fuerza. No obstante, después de mucho tiempo, ya más debido a que el agarre del castaño fue debilitándose, consiguió liberar a la rubia, quien inhaló aire con ansiedad; estuvo a punto de asfixiarla por completo.

—No vuelvo a arriesgarme tanto, ¡casi me mata!

—Exageras —opinó Corazón sonriente—. Lucían bien.

—Bueno, creo que será mejor que me vaya. Al menos ya cumplí socorriéndolo y mi consciencia está tranquila. ¿Te quedas? —miró a Corazón inquisidora.

—Sí, por ahora. Me gustaría saber si volverá a verme cuando despierte o si no lo hará.

Mina se encogió de hombros respetando su decisión y despidiéndose después de dejar las píldoras para el dolor y la fiebre sobre el buró a un lado de la cama junto con el agua, se fue de allí. Ya se le había hecho tarde para ir a limpiar la casa de una señora con quien había acordado ir todos los sábados; después de todo, necesitaba el dinero. Ya solo, Corazón se sumió en un silencio agobiante que en esa casa, tener que soportarlo era hasta una tortura. No le gustaban las nuevas condiciones de vida de su amo, por eso prefería quedarse en casa de Mina, pero allí estaba, expectante a que abriera los ojos y descubrir si al final se había reparado un poquito del lazo que los unía. Se mantuvo vigilante a su lado hasta que Helio despertó ya entrada la tarde.

Se sentía pesado, sumamente pesado y le punzaban la cabeza, el cuerpo; de hecho todo. Intentó abrir los ojos, pero sus párpados tenían toneladas sobre ellos. Giró sobre la cama y la acción le sacó alaridos de dolor así que se hizo ovillo, procurando aminorar tan terrible malestar. La cabeza iba a explotarle y sentía una sed del demonio. Su mente rememoró entonces el sueño tan raro que había tenido donde una linda rubia de hermosos ojos azules se mantenía atenta a su ser y bienestar, pidiéndole con voz extremadamente dulce que volviera a dormir, como si se tratase de su ángel guardián. Había sido un buen sueño, placentero, pero era lo que era; algo irreal y ficticio, producto de su imaginación.

Con sufrimiento atroz y lentitud desquiciante alzó la mitad de su cuerpo para quedar sentado. Se llevó las manos a la cabeza y tembló sin reparos haciendo un esfuerzo porque el mareo que lo asaltó no lo regresara a la cama de nuevo. Un segundo. Levantó la mirada velozmente ocasionándole otro vértigo, pero la estupefacción pudo contra éste y se mantuvo estable. Recorrió la estancia con cuidado; era su habitación. ¿Qué hacía allí? Unos pandilleros casi lo matan en un callejón, ¿cómo era que ahora se encontraba en su cuarto así como así? Miró sus brazos y descubrió en ellos algunos vendajes. ¿Quién había hecho eso? Parpadeó confundido al mirar el buró y descubrir las pastillas y el vaso con agua. La imagen de la rubia golpeó su mente. ¿Había sido un sueño o no?

—¿Ya te levantaste? —preguntó Corazón al verlo, pero Helio no mostró señal que le indicara que lo escuchara o lo viera, sino que se levantó por completo de la cama y caminó de aquí para allá buscando ropa limpia entre tanto desastre—. Así que volvemos a lo de siempre, ¿eh?

Helio encontró ropa para cambiarse y luego fue a tomar una ducha de agua helada, esperando quitarse el resto de la sangre que, por un motivo que todavía no entendía, no había sido alejada de su cuerpo. Al terminar, regresó a su alcoba y lanzó la ropa manchada por allí, sin embargo, después de pensarlo un poco y observar con detenimiento las condiciones de su recámara, una clase de vergüenza lo envolvió y sin entender por qué, comenzó a recoger una cosita por aquí y otra por allá.

—¿Limpias? —Corazón parpadeó confundido—. Eso es nuevo.

Vio que Helio se colocaba frente al buró y observaba con extrañeza las pastillas y el vaso, dudando si tomarlas o no. ¿Qué había pasado en tanto él se mantuvo inconsciente? Sin embargo, al final se tomó el medicamente bebiendo de un golpe el agua del vaso. Aún tenía sed.

—Oh, ya veo —se dijo Corazón al analizar la situación—. Quieres saber qué ha pasado y si ella es real, ¿no? Pues lo es, se llama Mina; es una persona maravillosa. Ha hecho mucho por ti; es honesta, amable y quiere a las personas. Tiene su carácter, pero es grandiosa. Si quisieras, si desearas conocerla, podría llevarte con ella.

Helio iba a salir de la habitación pero se detuvo en seco, asombrando a Corazón cuando volvió su vista hacia donde estaba él. ¿Acaso lo había escuchado? ¿Acaso podía verlo? Volvió a hablar, mas no parecieron surgir efectos las palabras ni parecía que en realidad lo viera, ya que Helio quedó estático bajo el umbral, con pose meditativa y desconcertada, con mirada enfocando un punto al vacío y frunciendo el ceño confundido. El lazo seguía roto, ¿verdad? Corazón suspiró con tristeza y escuchó que alguien tocaba la puerta principal. Helio fue a atender teniendo a Corazón detrás de él, sorprendiéndose un poco de encontrar a Anahí del otro lado, quien lo miraba atónita, detallando su mal aspecto e hinchazón.

—¿Vienes a demandarme? —preguntó sin sentirse bien todavía.

—No. Me dijeron que estabas mal herido y vine a verte.

—¿Te dijeron? ¿Quién? —eso lo desconcertó bastante, ¿quién pudo haberle hecho saber de su estado? Nuevamente la figura de su ángel llenó su cabeza.

—Una amiga, pero no importa eso. Yo —Le enseñó una bolsa perteneciente a un restaurante de comida rápida—, te traje algo de comer. ¿Te parece si disfrutamos los alimentos juntos?

—¿Por qué? —indagó no entendiendo nada.

—Porque después de todo, realmente me gustas —confesó ella sin mirarlo.

Helio volvió su rostro a un lado, gruñendo ligeramente. El atardecer se reflejaba en los edificios y casas, dándoles un toque rojizo-anaranjado muy hermoso y por primera vez después de mucho tiempo, gozó de la vista y sus ojos adquirieron un brillo de viveza, muy apenas visible, pero algo era algo. El hombre miró nuevamente a Anahí antes de hacerse a un lado y dejarla pasar.

—Ya no te parece tan atractiva la muerte, ¿verdad? —Corazón susurró al viento estando fuera de la casa de su amo, con una ligera sonrisa alegre, emprendiendo su camino a casa de Mina.
 
No estaba planeado

La felicidad de Mina no tenía comparación. El domingo temprano Anahí le había hecho una llamada, y aunque la molestó que no tuviera la cortesía de esperar para más tarde, se calmó cuando le informó que ella y Helio habían vuelto. Eso era motivo suficiente para gritar de júbilo y su buen humor se hizo evidente todo lo que restó del día y no quedó sólo allí, sino que el lunes, a pesar de que una semana de escuela iniciaba, su alegría no se vio afectada. Ruth lo notó sorprendiéndose bastante, pero sintiéndose bien por su amiga. ¡Nada podía quitarle sus buenos ánimos! O eso pensó, porque al arribar a la universidad, se encontró con que la mayoría de los estudiantes la señalaban divertidos y murmuraban cosas contra ella entre risillas. Así duraron los primeros tres períodos antes de que el almuerzo llegara, y ya no pudiendo resistir ser el centro de atención sin saber por qué, Mina explotó.

—¡Bueno, ya estuvo! ¿Por qué se burlan tanto de mí? ¿Qué hice o qué? —le preguntó al grupo de jóvenes que estaban en la mesa ubicada a un lado de la que compartía con Ruth y Corazón.

—¿No te has enterado? ¿No te lo han dicho? —inquirió una chica con una amplia sonrisa entretenida.

—¿Decirme qué? ¿Enterarme de qué?

—Estás en la red; un vídeo —le dijo otro alcanzándole una tableta electrónica para que ella misma lo viera.

Mina tomó el aparato y acercándose a la pelirroja, se la mostró para que también la viera, teniendo a Corazón por detrás, de igual manera deseando enterarse de la situación. Era un vídeo del concierto de “Napolitano” en el que se veía a Mina sobre el escenario en medio de las estrellas del pop, haciendo el ridículo frente a todos cuando la escogieron de entre el público para que cantara algo con ellos, resultando con que no se sabía ninguna canción y descubriendo que de hecho, era una desentonada y pésima cantante cuando le pidieron que cantara cualquier otra cosa. Mina apretó con fuerza la tabla, sintiéndose terriblemente avergonzada cuando se vio a sí misma intentando huir del escenario sin éxito, teniendo las carcajadas de los espectadores como fondo. Vio también cómo los miembros del grupo la habían lanzado al público para que la levantaran entre todos y la pasearan de aquí para allá en tanto gritaba como loca que la bajaran.

La rubia tembló sintiendo su rostro arder en tanto fruncía el ceño, iracunda. Cuando le pasó eso no tuvo en mente que podrían estarla grabando a pesar de ser lo más lógico, y hasta le había pedido a Corazón que evitara hablar del tema y que en realidad lo olvidara. Sin embargo, ahora estaba en internet al alcance de todos y lo que era más, los primeros en entrarse habían sido sus compañeros de escuela.

—¿Quién demonios…? —Iba dejar salir toda su furia cuando vio el nombre de la página: “Ragnarök: Odín y sus Ases” y recordó que esa era la página del extorsionista—. ¡Ese bribón!

Mina dejó la tableta en la mesa y corrió dirigiéndose al edificio B, esperando encontrarse con Odín y hacerle frente. Corazón la siguió. Llegaron y se encontraron con que esta vez sí había gente, aunque no mucha, lo que no los extrañó dado la hora; debían estar en la cafetería. Mina se paseó por todo el lugar buscando al pelinegro de ojos áureos y lo encontró hablando con un grupito; parecía dirigirlos para algún proyecto.

—¡Oye, tú! —gritó ella acercándosele con molestia peligrosa. Odín la miró con una sonrisa autosuficiente.

—Lo siento, ahora te atiendo, sólo déjame terminar aquí, ¿quieres?

—No, no quiero —dijo ella importándole un rábano que estuviera siendo grosera al interrumpirlo de aquella manera—. ¿Cómo te atreviste a poner un vídeo de mí sin mi autorización? Y tan vergonzoso además. ¡Te exijo que lo borres!

—Les termino de explicar luego —le pidió Odín a su grupo antes de despacharlos y concentrarse de lleno en Mina; su sonrisa se ensanchó y su buen humor no se inmutó a pesar de que la rubia estaba atrasándolo—. ¿Piensas pagarme los donativos que obtuve desde que lo subí hasta ahora?

—¡Por supuesto que no! Ya te dije que no tengo dinero.

—Entonces no hay más que hacer. Ten un buen día —Odín le dio la espalda dispuesto a retirarse pero ella lo tomó por la manga de la camiseta formal, estilo que siempre usaba.

—Alto allí, vamos a negociar; quizás podamos llegar a un acuerdo.

—Ah, me encantararía hacerlo, pero tienes una deuda bastante reciente conmigo, ¿recuerdas? Conoces mi política.

—Entonces te pago esa de una vez. ¿Qué hago?

—¿De verdad? —Odín la observó con ojos juguetones.

—Mina, mejor vámonos —A Corazón no le dio buena espina esa mirada, mas ella lo ignoró.

—Necesito a alguien para que salga en un cortometraje que estoy dirigiendo fuera del ámbito escolar. Será una escena corta.

—¿Eh? Yo no soy buena actriz.

—Descuida, no actuarás, serás más bien modelo —aclaró sin dejar el tono chispeante en su voz.

—¿Y qué debo modelar?

—Lencería —informó con franca diversión.

Un minuto de silencio en el que Mina intentó procesar lo que sus oídos habían escuchado al tiempo que Corazón, ubicado unos pasos detrás de ella, abría los ojos y la boca, impactado; ya decía él que no había buenas intenciones detrás de ese sujeto. El escarlata subió al rostro de la rubia, coloreándolo graciosamente y esta vez Odín no pudo evitar reír abiertamente. Mina se alejó de él lanzando una exclamación de sorpresa, retrocediendo unos pasos hasta que chocó con el pecho del castaño, azorada.

—Me pregunto qué color de ropa interior te quedará mejor —siguió burlándose el pelinegro mirándola fijamente.

—¡Eres un pervertido! —Gritó ella por demás abochornada cubriéndose a sí misma con los brazos como acto reflejo, lo que ocasionó que Odín volviera a carcajearse.

—Es una broma, es una broma —dijo al final él, sumamente entretenido al ver que Mina estaba por desmayarse—. Si necesitara a alguien para eso, me molestaría en escoger a alguien con mejores atributos.

Al decir lo último, él posó fugazmente la vista en el busto de ella y para Mina fue lo suficientemente directo. ¡Estaba diciéndole plana!

—¡Tú! ¡Ya tuve suficiente! Ahora sí te mato, ¿me oyes?

E iba a lanzarse contra él de no ser porque Corazón la sujetó de la cintura con firmeza, deteniéndola e impidiendo que cometiera una locura; aunque muy en el interior él también quería golpear a Odín.

—Tranquilízate, Mina —le pidió con voz serena.

—Desgraciadamente —habló Odín encogiéndose de hombros—, aún no encuentro el pago adecuado que tendrás que hacerme, por lo que deberás esperar un poco más. Pero no te preocupes, yo te avisaré. Pasa un lindo día.

Y sin decir más o conseguir ir tras él porque Corazón todavía la detenía, vio que Odín retomaba sus labores, por lo que no pudiendo hacer más, decidió ir a la cafetería antes de que las clases empezaran. No había comido nada por las prisas y tenía hambre. Como era habitual en ella, en el camino se quejó incontables veces en tanto injuriaba de las mil y un maneras al aprovechado chantajista, e instaba a Corazón a pensar, nuevamente. Si no lo hubiese conocido, si no se hubiese sacrificado tanto por él y su amo, Mina no tendría por qué estar padeciendo tantas injusticias. Pero a pesar de todo, seguía dispuesta a prestar su ayuda y la admiración que profesaba por ella creció a tal grado que sintió cambiaba a algo más; algo mucho más grande.

—¿Y dice no tener listo el cobro? ¿Qué clase de negociante es? Es un inepto. Seguramente… —Mina interrumpió sus represalias cuando sintió los brazos de su acompañante rodearla por detrás en un sorpresivo, suave y cariñoso abrazo. Parpadeó confundida—. ¿Corazón? ¿Qué pasa con esto? ¿Estás bien?

—Sí —susurró con dulce y grave voz, enterrando su rostro en el hombro de ella, apretándola mucho más, sin lastimarla—. Es sólo que todo lo que está pasándote…

—Hey, ya te había dicho que no quería tener esta clase de conversaciones de arrepentimiento otra vez —lo interrumpió ella queriendo girarse para mirarlo, pero él no se lo permitió.

—Lo sé, no es eso. Estoy muy agradecido, en verdad y esta es mi manera de demostrártelo, así que déjame estar así un momento, por favor.

Mina frunció la boca sintiéndose un tanto incómoda, pero estaba segura que de todas formas, si intentaba despegársele no la dejaría, por lo que se quedó quieta y los dos se sumieron en un silencio apacible. Los jóvenes que comenzaban a volver a sus respectivas aulas tan sólo la pasaban por alto o la esquivaban, ya que estaban en medio del pasillo. La bestia habitadora del estómago de la rubia se hizo oír.

—Oye, Corazón, tengo que ir a comer algo o no toleraré las clases que vienen. ¿Ya me puedes soltar?

Él dudó un momento antes de hacerlo con lentitud exasperante, demostrando así que en realidad no quería dejarla ir. Viéndose libre, Mina pudo realizar aquello que deseaba, dejando a Corazón en medio de un mar de incertidumbre y sensaciones complicadas que no se desvanecieron ni cuando las clases concluyeron y Anahí se les acercó, ya estando dispuestos a regresar a casa. Ruth tenía ensayo en el club de teatro y Mina no tenía entrenamiento, así que podía irse a descansar sin problemas, más todavía tenía cosas que hacer.

—Pareces alegre, Ana —comentó Mina al verla tan feliz.

—Lo estoy —Claro que sus molestas ínfulas no bajaban ni un grado—. Creo que finalmente estoy consiguiendo que Helio cambie. Ayer limpiamos toda su casa al menos.

—Eso está muy bien, falta le hacía —dijo la rubia recordando con horror el aspecto de la casa.

—Bueno, quedé con él, así que nos vemos —Anahí se despidió sacudiendo la mano, alejándose.

—Esa es una buena noticia, ¿no, Corazón? Significa que podrás regresar a casa a un lado de Helio, como se supone debe ser, ¿cierto? Helio está mejorando.

Corazón sintió que algo desconocido lo oprimía por completo ante ese hecho. ¿Significaba que no tendría por qué estar más con Mina? Lo había visualizado, sabía que un día llegaría ese momento, y sin embargo le parecía tan difícil asimilarlo. No quería alejarse de ella; anhelaba verla feliz, enérgica, irritada, todo. Se había convertido en alguien importante en su vida; había llenado un vacío que pensó jamás nadie llenaría. Había sido una hermosa luz en medio de sus densas tinieblas. Ella había logrado lo que nadie antes con tan sólo verlo. Era especial; única y él…

—Entonces aquí nos despedimos —siguió diciendo ella, interrumpiendo sus pensamientos—. Creo que ya no nos veremos tan a menudo, pero supongo que siempre será agradable verte. Nos vemos.

—¡No, espera! —Corazón volvió a abrazarla por detrás, deteniéndola.

—¿Ahora qué? —Mina no entendía la actitud de Corazón. Ya había cumplido con ayudarlo, ya no corría peligro, ¿para qué la necesitaba esta vez?

—No quiero que te vayas —confesó él con voz trémula y Mina frunció el ceño, confundida; ¿eso qué rayos significaba?—. No quiero no volver a verte; quiero que te quedes, quiero estar junto a ti. Yo… me he enamorado de ti, Mina.

Mina abrió los ojos por demás estupefacta. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Se suponía que eso no debía estar pasando; no era parte del plan. Las palabras de la declaración del corazón quedaron flotando en el aire con una intensidad y una sinceridad que la hirieron; la hicieron parecer una desalmada desagradecida por no poder corresponderle un poco.

“Oh, no”, pensó con mortificante inquietud. “¿Qué hago ahora?”


En el corazón no se manda

—¿Qué rayos estás diciendo?

Mina se soltó del agarre de Corazón con facilidad ya que él la había abrazado únicamente para detenerla, sin usar mucha fuerza. Se plantó frente a él y lo miró por demás incrédula. Corazón le devolvió la mirada, sus orbes marrones fundiéndose en una ternura y honestidad tan grande que no hizo más que perturbarla en mayor medida. Negó con la cabeza.

—Tienes que estar bromeando —le dijo intentando sonar dura o fría.

—No, en verdad lo he hecho.

—¡Estás confundido! Seguramente no es lo que piensas. Es sólo gratitud, ya lo habías dicho, ¿no?

—Es más que eso, Mina; es amor. Te amo.

—No puedes. Anahí está con Helio, debes amarla a ella.

—No puedo mandar sobre mí mismo y lo que siento.

—Aprende a hacerlo.

Un recuerdo la golpeó; uno muy parecido a ese, con palabras similares envueltas, solo que aquella vez fue ella quien ocupó el puesto de Corazón y Tare el de ella. Su hada padrino también le había dicho que aprendiera a mandar sobre su corazón, pero no lo había conseguido porque no se podía, simplemente no se podía; lo que sentías era lo que sentías y reconocer eso la llenó de mayor mortificación. Se llevó las manos al rostro y así ahogó la exclamación de agobio que surcó sus labios, y se preguntó con pesar si Tare también había sentido esa tremenda impotencia que la embargaba a ella en ese momento. Impotencia por no ser capaz de hacer algo e impedirle un terrible sufrimiento a Corazón.

—Mina —Corazón la nombró acercándosele, pero al sentirlo, ella se alejó de él, hiriéndolo—. Mina.

—No puedes, Corazón, no puedes —repitió ella descubriéndose el rostro, mirándolo determinada—. Hay que ponerle un fin a nuestros encuentros.

—No, Mina —El pánico mezclado con dolor surcó las facciones de él.

—Piénsalo. Los momentos que las personas comparten es lo que hace que las aprecies; entre más tiempo pasas con ellas y las conoces, más las amas. Nosotros debemos cortar nuestros lazos y hacer que los tuyos se afiancen a los de Anahí. Cuando se lo propone puede ser una buena chica, seguramente aprenderás a amarla y te olvidarás de mí.

—¿Por qué, Mina? ¿Por qué haces esto? —Inquirió él con voz tormentosa y quebrada—. ¿Por qué no me quieres a tu lado? Nunca lo has hecho. ¿Es porque me odias?

—¡Por supuesto que no! —aclaró la rubia al ver que Corazón ya no controlaba las lágrimas y éstas surcaban su rostro.

—¿Entonces por qué?

Mina dudó un poco. ¿Contarle o no? El problema con todo lo que le pasaba tenía que ver gran parte en que se trataba de algo inverosímil.

—No vas a creerme si te lo digo —advirtió mirando el patio delantero de la universidad, en el que se hallaban de pie y quietos.

—¿Con quién estás hablando, Mina? —la alentó él, sonriente y dejando de llorar—. Soy el corazón materializado de alguien, ¿hay algo más insólito que eso?

—Oh, te sorprenderías —exclamó ella, sonriendo con complicidad y después de unos momentos de silencio en el que se tornó seria, siguió—: Hace unos meses, por imposible que parezca, me adentré a un cuento de hadas que está bajo una maldición. Tuve que tomar el papel de princesa para terminarlo y volver a casa, pero me enamoré.

—Del príncipe —estuvo seguro Corazón.

—No —lo corrigió ella—, y allí inician los problemas. Me enamoré del mago y aunque intenté por todos los medio quedarme con él y cambiar el rumbo del cuento, el mundo estaba amenazado por destruirse si no lo terminaba, así que yo… ambos, tuvimos que hacer a un lado nuestros sentimientos. Fue difícil y doloroso, pero lo logramos y un mundo con miles de personas se salvó.

Corazón no dijo nada un instante, imaginándose el sufrimiento que debió suponerle a Mina tener que separarse de la persona que amaba por el bien de otros y comprendió un poco mejor su actitud, pero quiso asegurarse.

—Tu… Tu corazón le pertenece a él, ¿verdad? A ese mago. Tú aún lo amas —No eran ni preguntas. Mina tardó un poco en responder.

—Sí, lo amo y mucho —Miró el cielo unos instantes—. A veces me pongo a recordar lo que pasamos juntos y me pregunto si allá, dondequiera que esté, él también se molesta en pensar en mí; un poco al menos. Aunque quizás no, le causé muchas preocupaciones.

—Estoy seguro de que sí piensa en ti —dijo Corazón, convencido.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Eres alguien difícil de olvidar, Mina. Impactas.

—Gracias… supongo —Ella lo miró a los ojos—. Me entiendes, ¿verdad, Corazón? ¿Comprendes por qué te pido que dejemos de vernos? Es lo mejor para los dos. Yo no podré corresponder tus sentimientos. Lo amo a él y ya una vez lo traicioné, no quiero hacerlo de nuevo. Además, no quiero que estés atado a alguien que te hará sufrir por no devolverte el afecto. Eso no podría ser bueno para Helio, ¿verdad?

—Sí, entiendo —asintió el castaño, triste—. Lamento los problemas que te ocasioné, gracias por todo lo que has hecho por mí y por preocuparte por mí hasta el final, Mina. Eres una gran persona y me daría pena olvidarte por completo; no quiero hacerlo, pero me esforzaré por ayudar a mi amo con Anahí. Su recuperación y felicidad es lo que debe importarme más que nada en este momento.

—Bien, es el adiós, entonces. Cuídate y cuida de Helio.

—Lo haré; cuídate también. Adiós, Mina.

Corazón se quedó plantado en su sitio en tanto observaba a la rubia alejarse de él, dispuesto a continuar con su vida, sabiendo que un gran vacío dentro de su ser estaría presente siempre y que nadie sería capaz de llenar.

La rutina regresó a la vida de Mina conforme los días fueron pasando y aunque estaba feliz y se sentía ligera con ninguna clase de responsabilidad sobre sus hombros, no iba negar que a veces echaba de menos a Corazón, como en aquel instante. Ella no tenía entrenamiento, Ruth estaría ocupada y el par de chicas con las que socializaba cuando la pelirroja no podía hacerlo, también tenían cosas que hacer, por lo que caminando a la salida de la universidad dispuesta a ir a casa, una sarta de refunfuños salían de su boca. ¿Qué demonios iba a hacer para pasar el rato? Tampoco tenía un trabajo ese día. Eran raros lo días que no tenía nada que hacer, pero jamás le gustaban. Ella era demasiado activa y le gustaba pasar el tiempo con la gente porque así se le ocurrían más cosas para divertirse. Sabía que ahora que no tenía nada que hacer, iría a casa, se encerraría en el cuarto a ver vídeos estúpidos en tanto se atragantaba de chocolate. Se estremeció; no era la mejor de las visiones.

De allí que recordara otra vez a Corazón. A pesar de que sólo ella había podido verlo, le servía de compañía; ella era amadora de la compañía. Sin embargo, allí estaba, deambulando sola, procurando encontrar a alguien que quisiera salir a divertirse un momento y entonces pensó que debía hacer algo para aumentar su lista de amigos íntimos o, ya viéndose en una situación desesperada, rentarlos. Al pensar eso, se detuvo ladeando la cabeza, analizando lo que acaba de clavarse en su mente. ¿Rentar amigos? ¿Quién lo haría? ¿Tan desesperada estaba? Cuando se vio caminando rumbo al edificio B supo que sí, estaba desesperada y loca.

Afortunadamente, días atrás había pagado su deuda anterior. La escuela tenía un programa especial en el que voluntarios con créditos extras podían transferirle un máximo de dos créditos a alguien por semestre. Ella tuvo que darle dos de sus créditos a quien Odín le indicó (seguramente se los debía). Lo difícil fue que, al no rendir tan bien las materias, esos créditos le eran indispensables. Pero negocios eran negocios, ¿no? ¡Sí claro!; extorsiones eran extorsiones. Alcanzó a divisar la construcción que conformaba el estudio de grabación y logró distinguir a Odín, quine salía por la puerta. Se acercó a él.

—¡Oye! —llamó su atención poco antes de plantarse frente a él.

—Ah —exclamó él, deteniéndose con su sonrisa confianzuda de siempre—. La chica pobre, ¿qué puedo hacer por ti esta vez? Estás volviéndote un cliente bastante habitual. Tendré que preparar ofertas especiales para ti.

—Estoy aburrida y no tengo a nadie con quién pasar el rato.

—¿Y quieres que consiga a alguien? —Odín alzó una ceja, extrañado. Esa era la primera vez que le pedían algo así.

—No en realidad. Lo que quiero es rentar un poco de tu tiempo.

—¿Perdón? —El pelinegro alzó la otra ceja, ahora sí fuera de lugar.

—Ya oíste, te rento, veamos, por un par de horas.

—Estás loca. Mi tiempo no es rentable.

—Vaya, vaya. El gran Odín tiene miedo de hacer un negocio que lo involucre. Espera a que los demás se enteren.

—¿Miedo? —El joven clavó sus dorados ojos en ella, llameantes en reto—. Estoy haciéndote un favor, deberías agradecerme. No sabes lo que pides, el precio de mi tiempo es sumamente elevado y…

—Sí, sí —lo interrumpió ella tomándolo del brazo para comenzar a caminar—. Vamos, se hace tarde. Ya te pagaré; luego haces el contrato.

Y sin poder hacer más dado que su reputación estaba en juego, Odín se dejó conducir hasta donde fuera que Mina lo llevara. El lugar al que llegaron lo convenció mucho menos de los beneficios que obtendría de ese negocio.

—¿Por qué aquí? —inquirió con desgana total, mirando el negocio con ojos entrecerrados y expresión aburrida.

—¿Cómo que por qué? El patinaje sobre hielo es genial, ¿no te gusta?

—No. No tengo tiempo para gastarlo en estas cosas.

—¡Oh, oh! Otro adicto al trabajo que no se divierte. Hm, hay que cambiar eso.

Y jalándolo, lo adentró al centro recreativo pagando sus entradas y la renta de los patines. La rubia se los colocó y obligó a Odín a ponerse los suyos; después, ella fue la primera en pisar la superficie helada y comenzar a deslizarse con rápidos y alegres movimientos; tenía años de práctica. Se detuvo al no ver a su compañero por ningún lado y al girar a donde estaban los espectadores, lo vio en el suelo firme y descongelado. Se le acercó.

—¿Por qué no vienes? —inquirió ella con expresión disgustada. Lo había rentado para que la acompañara, no sólo para que la viera sin hacer nada.

—No sé patinar —aceptó él sin titubeos cruzándose de brazos y cerrando los ojos.

Y por alguna extraña razón, Mina no le creyó. Lo único que quería, según ella, era evadir su responsabilidad como “amigo” rentado y no hacer nada. Ah, pero no se dejaría engañar así como así. ¡No, señor! Por lo que decidida, salió de la pista para colocarse a un lado de él y sin consideración, tomándolo desprevenido, lo empujó fuertemente hasta el hielo, donde volvió a empujarlo importándole nada sus reclamos. Odín se vio yendo sin control de aquí para allá en tanto procuraba  mantenerse estable y sin caer, moviendo los brazos de arriba abajo, pero no resultó. Fue incapaz de mantenerse en pie y cayó de lleno al suelo gélido, hacia atrás, dándose en toda su parte posterior. Se mantuvo cual largo era sobre el suelo, con expresión de tedio, viendo que Mina se le acercaba.

—Entonces me decías la verdad, ¿quién lo diría?

—Vas a pagar esto —amenazó con el mismo tono de aburrimiento.

Momentos después, podía verse al pelinegro tomando de las manos a Mina, temeroso de que ésta lo soltara y volviera a darse tremendo golpazo, en tanto ella lo instruía en el arte del patinaje. Que él se aferrara tanto a la rubia y que le hiciera saber su desconfianza a la hora de hacer una vuelta u otro paso “complicado”, la divertía.

—Esto es humillante —se lamentó por milésima vez el negociante.

—Me muero por tener una cámara en estos momentos y grabar esto. Sería una buena venganza —comentó ella en tono casual, sonriente.

—Lo digo en serio, vas a pagar esto. En cuanto me las cobre verás que no te dan ganas de volver a rentarme, ¿me oyes?

—Uy sí, qué miedo me das.

—¡Cuidado!

Unos jóvenes que habían estado haciendo payasadas con su patinaje, haciendo supuestamente pasos y trucos de baile, se salieron de control y cuando empujaron a uno de los suyos con fuerza, éste se dirigió velozmente a donde estaban Mina y Odín, haciendo que la rubia lo soltara a él, por lo que el joven volvió a caer sobre su retaguardia con dolor. En cambio, Mina no se sacó a tiempo del camino del proyectil humano y fue envestida, siendo lanzada hacia atrás en desequilibrados movimientos, viéndose a punto de caer al suelo en un golpe duro de no ser porque uno de los patinadores logró sujetarla. Suspiró aliviada.

—Gracias, si no me habrías atrapado me hubiera dado un buen… —se interrumpió cuando, al volverse para mirar a su salvador, sus celestes chocaron con unos conocidos marrones que la miraban con interrogación. La sangre se le fue a los talones cuando él entrecerró sus ojos para analizarla mejor.

—Tú… —susurró Helio, sorprendido.

—Mina —Detrás de él se hicieron visibles tanto Anahí como Corazón, quien volvió a nombrarla, asombrado.

—Me lleva el… —Mina se soltó del agarre del castaño y patinó alejándose de él.

—¡Espera!

Helio fue detrás de ella sin prestar atención a los llamados de Anahí. En su recorrido, Mina ya se había desatado los patines, por lo que cuando llegó a la zona de espectadores, simplemente se los quitó sin mayor problema y ubicando velozmente sus converses, los tomó y sin siquiera ponérselos, corrió de allí, siendo seguida por Helio, quien no perdió tiempo quitándose los patines, sino que con todo y ellos, salió de la pista, dispuesto a alcanzar a la joven que cumplía las características del ángel en su visión y a la que no podía borrar de la mente. No obstante, descubrió que no era sencillo caminar sobre cuchillas delgadas, así que para cuando salió del centro de diversión, ya la había perdido.

—¡Demonios! —exclamó por demás frustrado y regresó.

Helio hizo acto de presencia otra vez en la pista, donde lo esperaban Anahí y el invisible Corazón. Ella, fastidiada de tener que esperar y él, alegre de haber visto a Mina al menos un momentito.

—¿Qué fue eso? —demandó saber Anahí poniendo las manos sobre la cadera, disgustada—. ¿Por qué fuiste tras de Mina de esa manera? ¿Qué se hicieron?

—¿Mina? ¿Así se llama? —preguntó a su vez él, parpadeando—. ¿La conoces?

—¿Cómo que si la conozco? Claro que sí y tú también. Es por ella que estamos saliendo, ¿no?

Helio ladeó la cabeza por demás confundido. ¿Él la conocía? Si en su vida la había visto. ¿O sí? Las imágenes de su ángel y la de ella momentos atrás al tenerla en sus brazos, lo golpearon. Se parecían, eran idénticas. ¿Eran la misma? Miró a Anahí, suplicante.

—Por favor, dime, ¿dónde puedo encontrarla? Necesito verla.

—¿Por qué? —indagó ahora desconfiada.

—Necesito preguntarle algo importante.

—No sé dónde vive —declaró al final, irritada—. Pero asiste a la misma universidad que yo. ¿Ya podemos irnos? Me quistaste todo el encanto de patinar. Llévame a casa.

Helio asintió, agradecido de tener esa información y se retiraron del lugar. En su lugar, tendido sobre el hielo aunque ahora con la posición de panza abajo, sin dignarse levantarse, Odín observó todo con ojo curioso y gran interés. Un drama romántico juvenil, ¿eh? Una heroína torpe, un héroe ingenuo y una villana manipuladora. Era un buen tema para un cortometraje.


¿Un encuentro decente?



Las clases habían terminado en su mayoría y entre la muchedumbre de estudiantes que se encontraba paseando por los patios exteriores de la universidad y que deseaban olvidarse un momento de los cursos, estaba Helio, yendo de aquí para allá en busca que aquella rubia que asistía a esa institución según el informe que le había dado Anahí. Tenía que verla, necesitaba verla. El encuentro del día anterior había empeorado lo que fuera que estuviera pasándole y la había estado pensando más, volviendo a soñarla. Sueños extraños que sentía sumamente reales donde él estaba con ella en diferentes escenarios; en un puente, en una casa que no conocía, en un estudio de grabación y hasta la soñó en el concierto de “Napolitano”, cuando ni siquiera se había quedado al final por irse con Anahí. Todo era muy complicado.


Como venía haciendo desde que llegó allí, al ver una femenina y larga cabellera rubia, se acercó a su dueña y la detuvo para averiguar si era a quien buscaba o no; de nuevo se equivocó, no era ella. Se disculpó con la joven para que continuara con su camino en tanto él hacía lo mismo. Debía estar cerca; lo sentía,  y como si se tratara de una visión, se miró correr en cierta dirección, sabiendo a donde ir, conociendo bien la universidad a pesar de haberla pisado por primera vez, llegando a uno de los muchos edificios del terreno y allí la vio. A su ángel rubio en compañía de una pelirroja. La visión terminó y él corrió.



—¡Mina!

La rubia escuchó que alguien la llamaba y dejando su conversación con Ruth un momento, miró a todos lados para ver de quién se trataba. Abrió la boca sorprendida y disgustada al distinguir que Corazón corría hacia ella. ¿Qué rayos estaba haciendo allí? Ya habían quedado en no verse de nuevo, ¿no? Bufó con frustración.

—¿Te encuentras bien, Mina? —preguntó Ruth ante su repentino cambio de humor.

—Ah, sí, sí —rio nerviosa—. Ruth, me voy adelantando, tú ve a casa. Tengo asuntos que atender. Hablamos al rato.

Y sin darle oportunidad de decir nada, se alejó de ella a paso veloz, encontrándose con Corazón.

—Mina…

—Vayamos a un sitio más quieto —le dijo ella sin dejar de trotar, por lo que él la siguió. Llegaron a uno de los edificios mayormente vacíos a esas horas; uno de los de las aulas—. ¿Qué te propones, Corazón? Te dije que lo mejor para ambos era que dejáramos de vernos.

—Lo sé, lo siento. Sólo quería informarte algo. Helio está aquí, está buscándote.

—¿Qué? —Eso sí no se lo esperaba—. ¿Cómo que está buscándome? ¿Para qué; por qué?

—Creo que lo impresionaste mucho con el encuentro de ayer y por eso le pidió a Anahí que le dijera dónde hallarte. Tal vez quiera aclarar dudas.

—No, no —Mina sacudió la cabeza. Le daba la impresión de que nada bueno podía resultar si los dos se veían otra vez—. No puedo permitir que me vea. Gracias por la alerta, Corazón, será mejor que te vayas y no te preocupes por mí. De ahora en adelante seré extremadamente cuidadosa. Esto es la guerra. Adiós.

Mina giró sobre su propio eje dispuesta a emprender el camino de regreso, cuando frente a ella la, en ese momento, indeseable figura de Helio se materializó, sacándole un pequeño grito de sorpresa y fracaso. ¿Qué las cosas no podían irle bien una vez en la vida?

—Te encontré —comentó él con voz cargada de alivio y brillantes ojos.

—¡No! —gritó larga y tendidamente sintiéndose completamente desamparada y no sabiendo qué más hacer después de eso, simplemente decidió huir.

—¡Espera!

Helio la siguió en cuanto la vio salir disparada cual bala, no dispuesto a dejarla ir esta vez. Corazón lo siguió, por lo que en fila india, una extraña persecución dio inicio, en la que Mina corría de aquí para allá procurando que el castaño no la alcanzara y escabullírsele. Era una excelente corredora, después de todo era una jugadora de béisbol; pero al ser él más alto y de piernas largas, sus zancadas eran grandes, acortando la distancia entre ellos más rápidamente de lo que la rubia desearía. Esperando que el hecho de que ella conociera bien las instalaciones la ayudara, Mina se adentró al edificio donde estarían los del club de lectura y entrando a su respectiva habitación, alborotando a todos obviamente, esperó que el relajo detuviera un poco a su perseguidor y así fue; al menos le dio un poco de ventaja nuevamente antes de emprender la carrera de nuevo.

—¡Rayos! ¿Qué no se cansa? —se preguntó sintiendo que sus propias energías menguaban considerablemente, escuchando que él volvía a pedirle que se detuviera detrás de ella.

Llegó a donde estaba la cafetería y se encontró con que la estaban aseando, por lo que el piso estaba mojado; no obstante, no permitiendo que eso le supusiera un problema, la rubia se trepó a las limpias mesas —importándole un comino los reclamos de los intendentes— y corrió sobre ellas, mirando una vez sobre su hombro al escuchar un grito de sorpresa mezclado con dolor, descubriendo que Helio había caído en la trampa y se había resbalado, cayendo al suelo. No es que le gustara la desgracia ajena, pero en esa ocasión no evitó que una pequeña sonrisa de contento se posara en sus labios al verse libre momentáneamente. Dio varios giros en los diferentes pasillos, intentando confundirlo si es que se recuperaba y decidía seguirla otra vez; luego salió del edificio, jadeante y sudando a mares. Intentó regularizar su respiración.

Comenzó a caminar alerta y apresurada, pero sin correr realmente dado que ya no tenía fuerzas. ¡Sentía había corrido más que en los entrenamientos! Por supuesto, estaba exagerando. En esas andaba, creyendo que finalmente estaba fuera del alcance de Helio y que él había abandonado sus deseos de cazarla, cuando vio que se acercaba a ella con velocidad atravesando una de las tantas secciones llenas de césped de los patios, con la resolución pintada en su rostro de que hablaría con ella a como diera lugar.

—Este tipo tiene una voluntad de hierro —reconoció la chica con pesar y admiración volviendo a correr.

Mina llegó a una de las tantas escaleras que permitía el acceso a los diferentes niveles que conformaban el territorio universitario, y las bajó velozmente de dos en dos, esperando no perder el equilibrio, resbalar, caer y darse tremendo golpe; pero no, esa no fue la razón de su caída. La razón fue que Helio, reacio a perderla, bajó de una vez los siete peldaños al saltar, estando ya Mina en la base de ellos, sujetándola de las piernas, llevándosela al suelo consigo, sacándole un grito de impresión y dolor dado el impacto, en tanto ambos quedaban boca abajo.

—¡Suelta, loco! —gritó ella retorciéndose en el suelo, esperando que la liberara en tanto procuraba arrastrarse ella misma lejos de él.

—¡Espera un momento!

Helio estaba alterado a lo más y su voz así lo denotó, por lo que usando increíble fuerza la jaló hacia él haciendo que ella quedara bajo su cuerpo, consiguiendo que lanzara otras exclamaciones de conmoción y desaprobación, al tiempo que la giraba para quedar rostro con rostro, aprisionándola con su cuerpo para que dejara de moverse con tanta histeria y no lo golpeara de ninguna forma, mientras sujetaba las manos de ella con las suyas y las colocaba sobre la rubia cabeza para que no lanzara puñetazos. Sus alientos se mezclaron fácilmente ante el agitado respirar y la cercanía.

—¡Quítate de encima, me aplastas! —exigió ella intentado forcejear sin resultados positivos. Él era fuerte, muy fuerte.

—Sólo quiero hablar —pidió él con voz ronca notando que a pesar de su ceño fruncido, Mina lucía linda gracias el adorable sonrojo en sus mejillas, sin saber si éste se debía a la posición en la que se hallaban, o a la carrera pasada, o por ambas; y sintió que una parte de él que creía muerta despertaba junto con el rápido palpitar de su corazón—. Dime por qué. ¿Por qué no puedo sacarte de mi mente? ¿De dónde me conoces? Yo no te conozco; a pesar de que siento que sí, sé que no lo hago y sin embargo, provocas tantas sensaciones en mí que ya había enterrado. ¿Por qué? ¿Por qué me haces temblar así? ¿Por qué me emociona tu presencia? ¿Quién eres? ¿Qué significas para mí?

La mirada que le lanzó, fundiéndose en incertidumbre, curiosidad y demás sentimientos que Mina no consiguió asimilar, la perturbaron sobremanera e intentó liberarse del agarre de él una vez más, pero fue inútil. Esto no estaba bien, no lo estaba, no lo estaba.

—Es suficiente, la lastimas.

Una tercera voz se les unió; una con un timbre de voz idéntico a la de Helio, así que levantando sus miradas, los dos enfocaron a nadie más que al corazón materializado del castaño, asombrándolos; en especial al hombre, quien quedó más que estupefacto de verse a sí mismo allí, pasos alejado de él.

—¿Tú quién eres? —le preguntó atónito.

Ante la pregunta, una ráfaga de viento que increíblemente sólo golpeó a los tres presentes porque el resto del entorno se vio tranquilo, los envolvió y pudieron advertir que dentro de ella, lo que parecía ser una tenue corriente eléctrica se formaba conectando a Helio y Corazón. Entonces, cuando el viento se aquietó, Corazón miró con maravilla y ojos bien abiertos sus manos, sintiendo una repentina calidez en ellas, como si estuviera sujetando algo; pero no lo hacía. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza en tanto la misma sensación de tibieza se presentaba en otras partes de su cuerpo, y al ver a Helio y Mina en el suelo, en la misma posición, lo entendió. Finalmente después de tanto tiempo, sentía lo que su amo palpaba. El lazo regresaba.

—Mina —habló con voz trémula ante lo fantástico del descubrimiento y la felicidad que le ocasionó—. Te siento, Mina, y eres suavecita.

La rubia suspiró derrotada, destensando todo su cuerpo en tanto ganas de llorar la asaltaban. ¡Perfecto, simplemente perfecto! ¿Y ahora cómo se suponía se zafara de esta?

—Un segundo —Helio alternó su mirada de Mina a Corazón y viceversa; luego le preguntó a él—. ¿Quién eres tú? ¿Por qué luces como yo? ¿Cómo la conoces? ¿Qué está pasando? ¿Qué…?

—Te explicaremos todo —lo interrumpió Mina cansada de tantas preguntas—. Pero antes libérame, estás pesado y ya se me durmieron las piernas. No huiré, lo prometo.

—Oh, lo lamento.

Abochornado, Helio se levantó permitiendo que la rubia se alzara rechazando su ayuda. Al verla de pie, Corazón se acercó velozmente a ella y la tomó por el rostro, acercándosele mucho, sorprendiéndola un poco y antes de que soltara otro grito de inconformidad, él habló.

—Es raro, si te toco por mi cuenta no te siento.

Antes de poder decir algo más, fue retirado bruscamente de ella por Helio, quien había estado viendo la escena con ojos cargados de inesperados celos.

—¿Qué se supone que haces, aprovechado?

—¿Podrías tocarla por mí, por favor? —le pidió Corazón a su amo.

—¿Qué?

Tanto Mina como Helio abrieron los ojos, impactados, pero antes de que siquiera la rubia pudiera reclamar algo, el joven, impulsado por una desconocida fuerza y con verdaderos deseos, hizo lo que Corazón le dijo y la sujetó por el rostro, acercándosele tanto que casi unieron sus labios.

—Ah, así sí te siento —dijo Corazón sintiendo nuevamente la calidez del tacto que seguramente debía estar sintiendo su amo y hasta pudo percibir el aliento de Mina sobre su rostro.

—¡Ya basta de esto! —Gritó finalmente la rubia poniendo su mano en el rostro de Helio al ver que estaba por acortar la prácticamente nula distancia entre los dos, alejándolo de ella—. Yo no soy un juguete ni su conejillo de indias.

—Lo siento —se disculparon los varones al unísono, avergonzados.

—Si quieres saber qué demonios pasa, acompáñame y compórtate —le advirtió a Helio antes de comenzar a caminar y sin rechistar ni una sola palabra, él la siguió seguido de cerca por Corazón. Era hora de aclarar las cosas.



Los mismos errores



Decidieron ir a una cafetería. El lugar era  popular, pero a horas más tempranas o más tardías, por lo que en esa ocasión no había demasiadas personas, así que el negocio estaba bastante tranquilo; lo que alegró a Mina porque así no tendría que alzar la voz entre el bullicio de los demás y el asunto podría quedarle claro a Helio. De ello que al verse instalados en una de las mesas, la de al fondo en la esquina izquierda para mayor privacidad, y después de pedir algo para beber y para la rubia algo de comer también ya que tenía hambre, iniciaron con las respuestas a las dudas. Ella y Corazón le contaron a Helio todo; quién era él, cómo se conocieron y cómo había estado ayudándolo Mina.

—¿Entonces tú eres mi yo interno? —Helio miró a Corazón escéptico y una pequeña risa de incredulidad brotó de su garganta, renuente a creer algo así—. Sí, claro; es una buena historia para algún cuento o algo así, no para la realidad; es imposible.

—¿Verdad que es difícil creerlo la primera vez? —Preguntó Mina entendiendo al castaño—. Pero es la verdad, ¿cómo explicarías entonces que se parece tanto a ti? Es tu gemelo.

Helio miró a Corazón y lo escrutó con avidez. Era verdad; las mismas facciones, el mismo estilo de cabello y color, los mismos ojos, la misma complexión física; lo único diferente era el tono de piel. Helio era trigueño y Corazón era pálido, pero fuera de eso, igual.

—Pues, supongo que es una coincidencia —intentó excusar lo evidente.

—No lo es. Nadie de aquí lo ve. Sólo tú y yo podemos, ¿qué otra prueba quieres?—volvió a hablar Mina dándole un sorbo a su café.

—Todos actúan muy normal —dijo él mirando a los otros clientes—. Ajenos a los demás, ¿cómo estar seguro de que no lo ven en realidad?

—Ay, eres un incrédulo —expresó la rubia sacando su celular y dado que los dos estaban juntos, puedo tomarles una foto—. Ve esto y explícalo.

Helio tomó el aparato que le ofrecía y con asombro increíble se vio a él en la foto, sentado, mas no vio a su acompañante en la silla de a un lado; estaba vacía. Impactado, volvió a posar su atención en Corazón y hasta alargó su mano para tocarlo. Estaba allí, no había duda. ¿Por qué la cámara no lo captó? En un reflejo, movió su silla a un lado, alejándose de Corazón, desconfiado y con un signo de miedo en su rostro al no asimilar lo que estaba viviendo.

—Tampoco tienes que ser tan cuidadoso —comentó Corazón, divertido por su acción—. No muerdo.

—¿Ahora sí nos crees? —Quiso saber Mina tomando su celular de vuelta—. Y no vayas a salirme con algo así como que él es un vampiro o yo qué sé. Eso sí es estúpido.

Helio no podía negarlo más, todo era verdad; mas era complicado aceptar que algo así estuviera pasándole. Se rascó la nuca, confundido.

—Creo que sí, ya les creo, aunque sigue siendo raro.

—Y créeme, esa rareza no se acaba ni aunque estés con él por semanas —declaró la rubia comiendo un poco—. Pero eso es bueno, ¿verdad, Corazón? Si Helio ya te acepta, quiere decir que el peligro ha desaparecido, ¿no? Ahora él podrá ayudarte a ayudarse a sí mismo o como quiera que funcionen. Y recuerden que tienen a Anahí. Definitivamente yo no tengo por qué aparecer en sus vidas otra vez.

—¿A qué te refieres con eso? —Una sensación de pánico y desolación envolvió a Helio y mirando a Corazón, quien se mostraba triste, descubrió que en realidad era él quien la sentía y sólo se la transfería.

—Es el acuerdo al que llegamos Corazón y yo en cuanto mejoraras. Yo saldría de sus vidas y podrían retomarla con normalidad.

—Espera, ¿por qué decidieron algo así?

—Porque me enamoré de ella —confesó Corazón, suspirando.

—Corazón —lo nombró Mina en tono de reprensión y vio que el mohín de Helio mostraba pasmo y confusión—. No te preocupes, seguramente es pasajero. Apuesto a que dentro de nada me olvidarás y podrás seguir tu vida con Anahí.

—No creo que pueda —respondió al fin Helio después de un largo silencio en el que se mantuvo pensativo, observando el suelo.

—¿Por qué no? —Mina alzó una ceja, inquisidora.

—Anahí no me hace sentir lo que tú provocas en mí —reveló mirándola con intensidad.

—¿Qué demo…? —Iba protestar, pero Helio la interrumpió, siguiendo.

—Ella no logra que mi pulso aumente; no hace que me ponga nervioso; no causa emoción en mí al verla; no hace que me estremezca ante su tacto; no me turba, no me desconcierta, no me hace desear abrazarla, acariciarla, besarla. No consigue que me sienta vivo. En cambio, tú logras todo eso y más.

La confesión derribó el mundo de Mina y más que asombrada o conmocionada e incluso culpable, se sintió irritada, molesta, furiosa. Apretó los puños y frunció el ceño, lanzándole una mirada de completo disgusto a Helio.

—Eres un idiota —insultó intentando calmar su ira—. Un verdadero idiota.

—¿Por qué dices eso? No me conoces.

—Sí lo hago, te conozco muy bien. Corazón me dijo todo sobre ti y me contó de aquella infeliz que te engañó, ésa que te orilló a despreciar la vida y buscar la muerte; la culpable de todo lo que pasa aquí. Y por eso eres un idiota; porque siempre terminas enamorándote de personas crueles y despiadadas.

—Tú no eres una mala persona, Mina —intervino Corazón.

—Sí lo soy. No me interesa nada que tenga que ver con ustedes; sus sentimientos o lo que les pase, nada. Eso me hace ser egoísta y vil.

—¿Entonces por qué nos ayudaste? —inquirió esta vez Helio con el ceño fruncido, sin creerle.

—¿Cómo que por qué? Es obvio; humanitarismo, caridad, condolencia, ¿te suena? Dabas tanta pena que no podía dejarte así como así.

—No —Helio negó con la cabeza cruzándose de brazos—. La lástima no llega a esos extremos de soportar tantos problemas una y otra vez; dejando de lado ocupaciones y adquiriendo deudas por ayudar. La lástima es limitada; tú ayudaste dándolo todo. ¿Por qué?

—Pues, pues, pues —Mina pensó un poco y recordó lo mucho que había dificultado las cosas para Tare—. Simplemente eran los cargos de conciencia; debía desecharme de ellos.

—¿Eso qué significa?

—Lo que dije y no pienso discutir más. Métete en la cabeza que no puedes sentir nada por mí, sigue tu vida y deja en paz la mía. ¡Adiós!

La rubia se alzó de su asiento y caminó con pasos grandes y firmes a la salida, refunfuñado un sinfín de cosas contra la terquedad de Helio. Corazón, sintiendo de nuevo el vacío en su pecho, se levantó de su silla para ir tras ella, pero Helio lo sujetó por el brazo, impidiendo que lo hiciera. Corazón lo miró entre confundido, sorprendido y solicitante.

—No te preocupes, yo también lo siento —le dijo Helio y se tocó el pecho—. El hueco.

Corazón suspiró con desconsuelo y volvió a su asiento. Helio lo miró y preguntó.

—Tú sabes por qué, ¿no es así? Por qué Mina recluye su corazón de esa manera.

Corazón miró el suelo unos instantes antes de asentir.

—Entonces cuéntamelo, por favor —rogó con afán y nuevamente, Corazón asintió.



Mina caminaba por las calles sin disminuir su cólera. Sabía que pasaría eso, por eso no quería encontrarse con Helio de ninguna forma. Siempre pensó que si el lazo de esos dos se unía nuevamente, esos sentimientos de cariño estarían presentes, después de todo eran uno; por eso quiso que en ese momento Anahí estuviera con Helio, no ella. ¡Pero no! Tuvieron que verse, Helio tuvo que seguirla, tuvo que declarársele y ella tuvo que rechazarlo. Se detuvo llevándose una mano al pecho; los rechazos dolían, mucho. Miró el cielo despejado en donde el sol irradiaba, calentando un poco el clima frío de la época; salvo su interior.

—Cosechas lo que siembras, ¿no, hada padrino?

Ella había causado problemas, ahora le causaban problemas; no había mucha ciencia. Se dispuso seguir su camino cuando su celular sonó. Lo tomó y en la pantalla rezó el nombre “Odín”. ¡Genial!, más problemas por sumar a la lista. Un gemido de duda brotó de su garganta y aunque no quería contestar, lo hizo.

—Buen día. Espero te encuentres bien para pagar tu deuda —Directo y al grano, con su usual tono perturbadoramente alegre y cantarín.

—La verdad no estoy de humor —confesó con abatimiento total.

—Oh, es una pena escuchar eso —Y por la sobreactuación de lástima impresa en la voz, Mina supo que no lo sentía nada—. Bueno, la fecha límite del pago es hoy, pero si no quieres, lo haces otro día. Eso sí, te advierto que las tasas de intereses son altas.

—¿Qué? Nunca me hablaste de ninguna tasa de interés.

—¿No lo hice? Vaya, qué descuido de mi parte, perdóname —Y nuevamente, por la clara falsedad en la disculpa, supo no lamentaba nada y que quizás fue su plan desde un principio—. Bueno, te lo digo ahora. La tasa es de un veinte por ciento por cada día de retraso.

—¡Estás loco! Eso es un robo.

—Es negocio.

—Es un robo te digo.

—¿Y qué puedes hacer al respecto? Ya firmaste el contrato, ¿lo olvidas? Y créeme, puedo demandarte por incumplimiento de éste sin ningún problema.

Mina apretó el celular en su mano, molesta. Era verdad, esa mañana sobre la mesa donde solía sentarse en clases, estuvieron el contrato junto con las indicaciones de que lo firmara y lo dejara allí mismo a la hora del almuerzo para que se lo llevaran. ¿Por qué no se tomó la molestia de leerlo antes?

—¿Qué tengo que hacer esta vez? —preguntó al fin entre dientes.

—Al final sí participarás en mi cortometraje.

—¡Olvídalo! ¡No modelaré ropa interior, pervertido! —Los colores se le subieron a la cabeza ante la idea y la carcajada burlona de Odín la desquició todavía más.

—Te dije que eso había sido una broma. No, considero que lo que harás es más a tu estilo.

—¿Eso qué significa?

—Ven a donde estamos filmando y lo sabrás.

Mina tragó duro en tanto una súbita desconfianza se apoderaba de ella; esas palabras no le infundieron nada de seguridad, pero estando atada a él, no tuvo más opción que dirigirse a la dirección que le dio; un fraccionamiento en los suburbios de la ciudad que estaba en vías de desarrollo y afincamiento. Como sospechó, lo que le esperaba no era nada bonito. La escena era una de persecución en autos, en donde uno de ellos era conducido por el héroe y a su lado tenía a la heroína. Odín la quería para hacer de doble a la chica que era la heroína porque ésta no quería arriesgarse tanto; y ella sí quería arriesgarse, seguramente. Sin embargo, sin importar sus reclamos, le pusieron una peluca ya que la actriz era castaña, la subieron en el auto y arrancaron a tanta velocidad, que Mina sintió se pegaba al asiento dolorosamente, en tanto daban vueltas sin precaución y derrapando, mareándola y sacándole gritos de terror absoluto. ¡Eso era tremendamente peligroso!

La escena terminó y temblando sin reparos, sintiendo que su estómago iniciaba una revolución en su interior, se bajó del auto quitándose la peluca y se hincó a tierra firme, hermosa tierra estable. El alimento que había consumido momentos antes no pudo continuar dentro de ella y salió en vómito, junto con lágrimas; sintiendo un terrible malestar que la recorrió de cuerpo entero, al tiempo que la cabeza le daba vueltas y le estallaba, manteniendo su visión borrosa.

—Oye, cuida la peluca, me salió cara —le dijo Odín acercándosele, levantando la susodicha para que no la ensuciara de su regurgite—. Cuando termines quiero que lo hagas de nuevo.

—¡Qué! —Mina lo miró desde abajo, atónita y los ojos dorados de él no mostraron clemencia alguna por su padecer.

—No me gustó cómo quedó —comentó él encogiéndose de hombros en tanto acicalaba la peluca con sus dedos—. Gritas demasiado; intenta no hacerlo y podremos terminar rápido, si no, lo repetiremos las veces que sean necesarias.

—¡Tú! —Mina se aferró al borde de la camisa de él y halándose ella misma hacia arriba con la ayuda de ésta, se puso de pie en tanto lo miraba con irritación completa—. Cruel, desalmado, cretino, extorsionista y aprovechado. Eres un demonio.

—Oh, por favor, no tienes que ser tan aduladora; no te daré descanso de cualquier manera, así que anda —Odín le colocó la peluca y comenzó a retirarse a su puesto de dirección—. Tal vez así pienses un poco mejor antes de volver a hacer convenios que poco te favorezcan.

Y hecha trisas por completo, Mina no tuvo más opción que hacer lo que el pelinegro y retomó su puesto dentro del auto, preparándose mentalmente para tensar todo su cuerpo y temer por su vida ante semejante manejo de salvajes. Desgraciadamente, no repitieron la escena ni una, ni dos o tres veces; fueron varias, y en todas ellas, Mina no se contuvo de devolver lo que hubiese en su estómago, siendo en las tomas finales nada más que un amargo líquido transparente al no tener más alimentos. Después de tanto martirio y caprichos por parte del director, la toma quedó ya cuando el ocaso se adueñaba del firmamento y la rubia quedó libre de su deuda, pero se encontraba demasiado débil, con rostro demacrado, pálido y espasmos violentos sacudían su cuerpo.

—Muchas gracias por tu participación —agradeció Odín, sonriente y aproximándose a donde Mina estaba sentada, en una de las aceras intentando calmar sus nervios.

Ella lo miró con resentimiento punzante, aunque no tuvo ganas de insultarlo esta vez ni discutir; estaba agotada en grados extremos, y tenía frío, mucho frío, así que abrazándose a sí misma, solamente preguntó con voz queda y trémula:

—¿Podrías llevarme a casa?

—¿Tienes con qué pagarme el viaje?

Mina cerró los ojos suspirando profundamente; debió imaginarlo. Negó con la cabeza; se había agotado el poco dinero que llevaba en la cafetería y no quería involucrarse en otra deuda en ese preciso momento.

—Entonces pasa una linda velada y procura descansar.

Odín se alejó de ella para montar su propio auto e irse de allí; esa escena había sido la última que le faltaba para completar el cortometraje y ahora debía concentrarse en el desarrollo de la edición.

En su lugar, Mina volvió a suspirar, con resignación esta vez y levantándose con vacilación, dispuso tomar su camino a casa con paso lento, pensando que tal vez era mejor no intentar inmiscuirse tanto en la vida de ese bárbaro extorsionista; ahora comprendía que podía irle mal, muy mal. Llegó a casa más tarde de lo que acostumbraba y después de un regaño por parte de su madre porque no la llamó para hacerle saber su paradero como otras veces, se duchó y se dispuso dormir. El cansancio era tanto, que no le costó conciliar el sueño a pesar de que creía no podría dormir por todo el asunto de Helio. Bueno, al menos para algo le habían servido Odín y sus times.



El ultimátum de amo y corazón


Un nuevo día había llegado y éste no había iniciado tan bien como Mina hubiese imaginado o deseado. Primero, a pesar de dormir de una toda la noche, sentíase enferma porque las energías que había agotado ayer por la persecución con Helio y la toma de escena con Odín, no se habían recargado al cien por ciento, lo que ya de por sí la hacía parecer un zombi. No le dieron ganas de ir a la escuela, pero no podía tomarse el día libre; su madre no se lo permitiría jamás. Después, al llegar a la universidad, se encontró con la desagradable sorpresa de que era el centro de atención en la red, en otro vídeo, ganándose más burlas y condolencias. Cuando ella y Ruth vieron las imágenes, Mina descubrió que se trataba del día anterior; tomas de cuando acababan de filmar y ella se concentraba en vomitar, llorar y maldecir; incluso algunas eran de sus gritos de loca histérica en el auto a gran velocidad.

Por supuesto, el perpetuador del crimen era Odín y Mina lanzó todas las expresiones existidas y habidas por existir que denotaran su disgusto hacia el pelinegro, comprendiendo que no había treguas con él. La hora del almuerzo llegó, así que Mina y Ruth, ya con sus alimentos en mano, tomaron asiento en una de las muchas mesas, intentando ignorar las risillas que le lanzaban a la rubia, al tiempo que ésta arrojaba incansables protestas e insultos contra el negociante.

—Es increíble que ese manipulador volviera a hacerme algo así. Me dan ganas de matarlo de la manera más lenta y dolorosa posible. ¿Qué no conoce las palabras privacidad y confidencialidad? Ah, pero me las va a pagar.

—Tal vez deberías alejarte de él, Mina —le sugirió Ruth, preocupada—. Con esa clase de personas, entre menos tengas contacto, mejor.

—Lo entiendo y estoy de acuerdo, pero también sé que es lo que él busca; que lo deje en paz. Me parece que no le gustó nada que lo rentara la otra vez —Mina sonrió con autosuficiencia—. ¿Cree que con algo como esto en serio voy a dejar de molestarlo? No, señor; no ahora que sé cuál es su punto débil. El extorsionista va a conocerme, sí que sí.

Y soltó una pequeña carcajada psicópata, provocando que la pelirroja tan sólo suspirara. La perseverancia estaba escrita en las facciones de su amiga, lo que la hizo saber que nada de lo que dijera la haría cambiar de opinión, por lo que se ahorró palabras; Mina era tozuda. Lo menos que podía hacer era escuchar sus locuras y rezongas. Se concentraron en comer desviando el tema de Odín y estaban en eso cuando divisaron a Anahí acercárseles. La joven lucía en absoluto contenta y prueba de ello el que sus facciones se crisparan en cólera, su ceño se mantuviera fruncido, sus ojos ardieran en ira completa y tuviera las manos hechas puño, apretándolas fuertemente.

—¿Qué hay, Ana?

La rubia saludó en tono casual y en buenos términos; sin embargo, la pelinegra no respondió, sino que al tenerla en su alcance, extendió los brazos hacia Mina y con las manos sujetó el dorado cabello con fuerza increíble, jalándoselo con molestia palpable, sacándole gritos de sorpresa a los presentes y de dolor a ella. Mina sujetó las manos de la otra entre las suyas para que dejara de lastimarla en tanto se ponía de pie, intentando que de alguna manera el dolor menguara.

—¡Ouch! ¿Cuál es tu problema, Anahí? —le preguntó entre quejidos, contagiada de su mal humor.

Anahí no respondió y se concentró en continuar jalando el cuero cabelludo de la rubia, quien harta de ser agredida sin razón aparente, le proporcionó un pisotón marca yunque, para después lanzarle un golpe en el costado con fuerza moderada, consiguiendo que su atacante gritara y aminorara el agarre; aprovechando para liberarse, empujarla y retroceder un par de pasos. Con el rostro rojo ante el esfuerzo y el dolor, sintiendo que su casco ardía, Mina vio que Anahí lanzaba un puñado de palabras altisonantes que nunca había escuchado salir de su boca antes, en tanto se frotaba el costado herido y no apoyaba el pie izquierdo, también lastimado. Los presentes simplemente las rodearon sin molestarse en detener el espectáculo, entretenidos.

—Maldita sea, Ana, ¿qué mosca te ha picado? —exigió saber la atacada, sin entender nada.

—¡Todo es tu culpa! —gritó la chica, airada, esforzándose por detener las lágrimas de dolor, tanto físico como emocional—. Helio ha terminado conmigo y todo es tu culpa.

—¿Qué? —La respuesta la sorprendió bastante.

—¿Para qué me pedías que saliera con él si ya estaba enamorado de ti? —El llanto ganó la batalla para la pelinegra despechada—. ¿Querían burlarse? ¿Estaban jugando conmigo? ¡Eres un monstruo; los dos son monstruos! ¡Los odio a ambos!

Y se abalanzó nuevamente a Mina, dispuesta a descargar su enojo, sólo que esta vez utilizaría sus largas uñas, intentando marcarla; no obstante, siendo hábil y ya estando alerta, la rubia esquivó los ataques, mientras procuraba tranquilizar a la desencantada muchacha. Mina sujetó uno de los brazos de Anahí y llevándolo a la espalda de la misma, se lo torció aplicándole una llave, acorralándola entre ella y una mesa.

—¡Suéltame, suéltame! —vociferó Anahí, indignada.

—No hasta que te calmes. Si me dejas explicar, te…

No pudo terminar porque con su mano libre, Anahí había tomado un plato con caldo que había sobre la mesa, y lo vertió sobre Mina, siendo su puntería tan perfecta que el rostro fue el blanco; afortunadamente, el espeso líquido ya no estaba tan caliente, pero sus desprotegidos ojos fueron los principales dañados. La soltó retrocediendo al tiempo que gritaba ante las punzadas de dolor, tallando sus azules orbes con frenesí, irritándolos más de lo que ya estaban. Aprovechando aquello, Anahí volvió a abalanzársele lanzando torpes puñetazos, en tanto Mina trataba de esquivarlos, aunque su llorosa y borrosa vista no le daba mucha ventaja, así que la pelinegra ahora sí pudo enterrar sus garras en la piel desnuda de los brazos de la rubia.

—¡Ay, ya es suficiente! —gritó Mina cansada, adolorida e iracunda.

Haciendo su mayor esfuerzo para enfocar a su desengañada y loca compañera en su campo de visión, preparó el puño derecho y lo asestó de lleno en el rostro de su contrincante, justo en la barbilla, de lado, como si fuese una pelota que debía batear en medio de un juego; siendo el sonido del impacto tan claro ante la fuerza utilizada, que por un momento todo quedó en silencio, para después escucharse el alarido de Anahí que, desorientada por el golpe, fue incapaz de tenerse en pie y cayó de lleno al suelo cual larga era, hacia un flanco, quedando inmóvil. Mina se hincó en el suelo con la respiración jadeante; sintiéndose agotada. No había querido utilizar tanta fuerza, al fin y al cabo, era la mejor bateadora de su equipo; pero ya la tenía harta. Los murmullos se levantaron entre los demás estudiantes y alzando la mirada, Mina descubrió difusamente a algunos docentes acercárseles. Estaban en problemas.

Y sí, llevaron a las dos perturbadoras de la paz a las oficinas del principal y a pesar de que Mina explicó que no inició nada, sino que simplemente se defendió, no fue eximida del castigo, el que consistió en su falta de participación en el venidero partido de béisbol. Oh sí, su entrenador se molestó como jamás creyó lo haría y después de lanzarle un sermón por su poco autocontrol en un asunto tan tonto como lo era el de pelearse por un chico, perjudicando a todo el equipo, la dejó ir. Mientras, Anahí se preparaba para recibir su propia sanción; quizás la expulsaran, o la suspendieran de los clubes, o le impusieran una multa; podría ser que hasta le llamaran a la policía, o todo lo demás junto. Lo que fuera, ya no era problema de Mina y de alguna manera se sintió contenta de que no le pusieran otra clase de castigo. Al menos le ahorraron tener que inventarse una excusa para faltar al partido.

Mina se encaminó a la enfermería de la institución esperando que atendieran sus heridas y le dieran algo para sus ojos, los que ya no soportaba de tan inflamados que los tenía. Sí, allí le limpiaron las marcas de las uñas que le hizo Anahí y las vendaron, le dieron unas gotas para evitar la infección en los ojos y unas píldoras para el dolor. No le dieron ganas de seguir con las clases, por lo que al regresar al salón se excusó con el profesor que ya estaba en medio de su presentación; tomó sus cosas y mandándole un mensaje a Ruth diciéndole que estaba bien, que no se preocupara y que ya se iba casa, salió del edificio. Al llegar a la puerta principal del territorio universitario, vio a Helio apoyado en la pared mirando el cielo, esperando a alguien. ¿A ella? Dudaba que fuera a la pelinegra dado lo que le dijo anteriormente. No divisó a Corazón por ningún lado. Se le acercó.

—¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Corazón?

El hombre la miró y la sorpresa se imprimió en sus facciones al ver el agotamiento y la palidez en su rostro, sus rojos e hinchados ojos y las heridas en sus brazos que, aunque estaban vendadas, la sangre se notaba a través de la tela. Asombro que se transformó al segundo siguiente en preocupación.

—¿Qué te ha pasado?

—Una odisea completa. Parece que Anahí no se tomó muy bien que la dejaras. Me imagino que le dijiste que no podías continuar con ella porque estabas enamorado de alguien más —Suspiró con abatimiento—. Sólo te reprocho una cosa, ¿tenías que decir mi nombre? Me hubieses ahorrado un enfrentamiento tan sucio y lleno de trampas.

—No se lo dije para que pasara esto, lo lamento —se disculpó Helio tornándose por demás culpable—. Pero no podía seguir con esta situación…

—No importa —lo interrumpió ella al ver que su estado sombrío se activaría—. Al final no puedo forzarte a estar con alguien que no amas si no lo deseas; ser obligado a eso lastima mucho. Y no es tu culpa que Ana no pudiera tomarse más maduramente las cosas, aunque debí esperar esto. Apuesto a que incluso contigo se portó mal, ¿eh?

—Fue bastante desagradable e insultadora, sí.

—Eso pensé. En fin, eres libre ahora sí de ir y hacer lo que quieras; aprovecha y decide con inteligencia, ¿quieres? Adiós.

Mina caminó con la intención de pasarlo de largo, pero él se colocó frente a ella, obstaculizándole el paso. Lo miró con el ceño fruncido; no estaba de humor para esto. Se hizo a un lado para continuar con su camino, pero él volvió a colocarse a su frente, estorbándole. Lo intentó de nuevo con el mismo resultado.

—Demonios, Helio, muévete. No quiero bailar, estoy cansada y… —El repentino y tórrido abrazo, firme pero suave, la interrumpió de hablar—. ¿Qué rayos…?

Mina vio que casi frente a ella y fuera de la vista de Helio, alejado unos pasos, Corazón se hacía visible, quedando plantado en su sitio, mirándola intensamente.

—Ya he tomado mi decisión, Mina —susurró Helio en su oído con voz serena, grave y cargada de cariño, sin aminorar el agarre de su abrazo—. Y es quedarme junto a ti.

—¿Qué? —La rubia sintió que un gran desasosiego la inundaba al escucharlo y al ver que Corazón asentía en aceptación—. No puedes, ¿no lo entiendes? Yo…

—Lo sé —La interrumpió él—, lo sé; Corazón me lo dijo. Sé que en este momento no puedes corresponder mis sentimientos porque ya alguien es dueño de tu amor y lo entiendo; es por eso que esperaré. No me rendiré, te demostraré que estoy enamorado de ti cuantas veces sean necesarias hasta que lo veas, hasta que lo aceptes y cuando lo hagas, allí estaré, sin falta.

—¿Cómo puedes decir esto? ¿Qué te hace creer que un día eso pasará? ¿Cómo puedes estar tan seguro? No hay garantías, no prometo nada.

—Porque eres una persona realista, Mina, y porque eres alguien que nunca se da por vencida; siempre sigues hacia adelante, por eso.

Los ojos de Mina escocieron ante las lágrimas, mientras sentía que su pecho se comprimía en múltiples sensaciones que la atormentaban. Sabía a lo que Helio se refería y eso la hería, porque muy en su interior estaba al tanto de la situación; jamás volvería a ver a Tare, nunca. Había buscado maneras y no las encontró; ni siquiera pudo conseguir otra copia del cuento para probar si podía volver a meterse con ese ya que su propio libro parecía ineficiente para otra trasportación. Y su mente se lo advirtió: era hora de continuar; sin embargo, no era sencillo porque su corazón no quería abandonar la lucha.

—¿Crees que es fácil aceptar que no podrás estar al lado de la persona que amas por mucho que lo desees? —preguntó con voz quebrada intentando por todos los medios no llorar—. ¿Admitir que nunca volverás a verlo? ¿Crees que es fácil desarraigar del corazón la mínima esperanza de una posibilidad? No lo es.

—Entiendo —Helio la estrujó más, con delicadeza, al sentirla temblar—. Lo comprendo totalmente y por eso no te pido que lo olvides, jamás; no olvides lo que representa para ti, ni el amor que le tienes. Sólo pido que no te estanques porque te dañas a ti misma. Permítete la felicidad que te mereces, Mina y déjame ayudarte; es mi turno de hacerlo y quiero hacerlo.

Después de mucho tiempo de no derramar ni una sola gota de agua salada a causa de su amor imposible, siendo esa misma noche que se separaron la última vez, Mina finalmente se dio la oportunidad de desahogarse del sufrimiento interno que parecía crecer con cada día que transcurría, y entre sacudidas de sollozos, se aferró a Helio con exiguas fuerzas y lloró en su pecho. El hombre se limitó a acariciarle con ternura el cabello, intentando serenarla con palabras de aliento; teniendo a Corazón en el sitio en donde había permanecido todo el tiempo en silencio, observándolos.

Cuando se tranquilizó, la ráfaga que habían presenciado el día anterior volvió a ocurrir, envolviéndolo a ellos únicamente, y aún abrazada a Helio, Mina pudo ver que la misma corriente eléctrica aparecía conectándolo a él y su corazón, sólo que ésta vez era mucho más visible. Abrió los ojos sorprendida cuando detalló que Corazón se volvía más tenue a la vista, desapareciendo poco a poco, aunque esta vez no se quejaba de ninguna forma; parecía no dolerle. Por inercia, alargó la mano hacia él, quizás en un intento por sujetarlo, pero Corazón negó con la cabeza y se limitó a sacudir su mano en señal de despedida y ella lo supo; regresaba a donde pertenecía. Mina también le dijo adiós con la mano y antes de que desapareciera por completo, él movió los labios sin expedir ningún sonido y ella pudo leer sin mayor problema lo que le quiso decir. Te amo. Desapareció completamente junto con la ráfaga y la quietud volvió.

—Se ha ido —comentó la rubia con un deje de aflicción después de un período de silencio.

—Al contrario —argumentó Helio separándola de sí para mirarla con un brillo renovado en sus ojos, otorgándole una gentil y amorosa sonrisa—. Ha vuelto  —Tomó la mano de ella entre la suya y se la llevó al pecho—. Y esta vez ha sido para quedarse contigo, Mina.

—Ah, ¿por qué me suena a amenaza? —dijo ella con sorna y una sonrisa divertida, logrando que él riera un poco.

—Si quieres tomarlo así, pues bien.

Y entre más conversación, comenzaron a caminar para que Mina regresara a casa; estaba cansada y quería dormir. Helio a su lado, se prometió que no sólo le otorgaría su amor, sino que la protegería de cualquiera que quisiera dañarla. Teniendo en mente un futuro hermoso para ellos; lleno de la esperanza que nunca moría. Esperanza para algo mejor y que les daba renovada voluntad para seguir adelante, sabiendo que contarían con el apoyo del otro, por ahora como amigos; el tiempo decidiría si eso cambiaba o no.
  

FIN

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