Verano e invierno
¿Qué
tienen en común?
Primera Parte
1
El
pueblo se escondía entre las montañas. La vida tranquila que se
vivía allí sería envidiada por cualquiera que morara en una gran
ciudad donde el estrés hacía de su víctima a muchos. Y a pesar de
que en variadas ocasiones la monotonía se hacía presente entre los
habitantes del armonioso pueblo, ésta no era una por completo
desagradable ni intolerante. En realidad, aunque no hubiera muchas
novedades, todos los pueblerinos gozaban su vida tal cual era.
Aún
era temprano cando la menor de los Glover se encaminó a la clínica
del lugar. La joven pelirroja cabalgaba sobre Wild,
un hermoso corcel marrón con algunos tintes blancos a lo largo de su
cuerpo. Había sido el más difícil de domar, de ahí el nombre.
Resultó ser bastante salvaje; pero al final había perdido la lucha.
La quinceañera desmontó el animal una vez llegó a su destino y lo
sujetó de las correas en los barrotes de la ventana que estaba a un
lado de la entrada. Lo acarició unos momentos antes de adentrarse a
la pequeña construcción.
—Buenos
días, Samara —la saludó un hombre canoso, encorvado, que usaba
anteojos y con una gentil sonrisa en su rostro, cuando estuvo dentro
de la clínica frente a la puerta.
—Buenos
días, Dr. Night —devolvió el saludo la chica—. He venido por la
medicina de mi tío.
El
hombre mayor asintió y caminó por los pasillos del edificio hasta
que ingresó a una de las tantas puertas que había por éste. Samara
lo siguió, en todo momento en silencio. La habitación era el mismo
consultorio del doctor. Éste sacó de un anaquel una pequeña
bolsita de papel etiquetada.
—Ahí
la tienes. Como siempre, paga en caja. Por cierto, ¿cómo sigue tu
tío? Sabes que una infección estomacal no debe desatenderse ni
tomarse a la ligera.
—Sí,
está mejor, gracias. Quizá sea el último medicamento que venga a
buscar. Pero lo mantendré informado.
—Me
parece excelente. Y dime, ¿qué tal va la granja?
—Muy
bien, gracias. Logan hace su mejor esfuerzo por mantener en pie la
herencia que nuestros padres no dejaron. Todavía no puede declararla
como suya hasta que cumpla los veintiuno, pero falta un año para eso
y el tiempo pasa rápido.
—Tienes
razón y así es como debe ser. Las leyes del condado así lo exigen,
mas me alegra que vayan bien las cosas.
—Otra
vez gracias y no quiero ser grosera, Dr. Night, pero mi tío me
advirtió que tenía que estar en casa con la medicina antes de que
almorzara y falta poco para eso.
—Oh,
está bien. No te entretengo más. Nos vemos después.
Ante
esto, Samara pagó rápidamente, salió de la clínica, montó a Wild
y trotó por las calles del pueblo, saludando a aquellos que conocía
hasta que llegó a las afueras del poblado, en donde siguió por un
sendero a través del bosque. Inhaló profundamente deleitándose con
el aroma natural y variado que el bosque emanaba gracias a su
biodiversidad. El otoño había iniciado la semana pasada y los
colores característicos de la estación comenzaban a impregnar los
diferentes tipos de árboles.
—Amo
esta época del año —susurró al viento que desde hacía días
había estado soplando con un tanto de fuerza—. Tengo que darme
prisa.
Le
indicó a Wild
que fuera más rápido y en cuestión de pocos minutos se encontraba
en los dominios de la granja Glover. Recorrió unos metros más antes
de que su vista alcanzara a distinguir una pequeña casa de madera.
No obstante, no se dirigió directamente a la vivienda, sino que
continuó de largo hasta el establo que se encontraba a un flanco de
la morada. Se adentró a éste y descubrió que el caballo de su tío
no se encontraba en el lugar de siempre. Suspiró sintiéndose
aliviada. Desmonto su corcel y lo dejó en su casilla, luego corrió
hacia su hogar e ingresó por la puerta trasera, recibiéndola un
delicioso aroma a comida. Fue a la cocina y se encontró con su
hermana mayor.
—Pass
—la nombró y notó como pegaba un saltito al hallarse entretenida
en el guiso y perturbarla de esa manera.
—Dios
mío, Sam, me has asustado. Creí que no regresarías a tiempo con el
encargo. Dime, ¿dónde te habías metido? Sabes de lo que es capaz
de hacer el tío John si no están las cosas como quiere.
Por
supuesto que tenía idea de aquello. Inconscientemente, Samara se
llevó su mano izquierda a su brazo derecho, tocándose un poco por
debajo del hombro. La herida de la quemadura del comal en la última
rabieta de su tío, seguía presente, más como una costra enorme que
no la dejaba usar camisas de manga corta a pesar de que el calor aún
se mostraba durante el medio día.
—Lo
lamento —se disculpó la pelirroja con abatimiento, intentando no
dirigir su vista al labio partido de su hermana gracias al puño del
mismo hombre que le hizo la quemadura—. Me distraje en el bosque,
pero no volverá a pasar.
Pass
suspiró y posó su atención una vez más en las cazuelas con
comida, y trabajando siguió hablando:
—Escucha,
Sam. Sé lo mucho que te gusta observar el bosque desde la colina,
entrar en él y admirarlo cuanto sea posible. Yo misma comparto ese
gusto y lo sabes; pero en estos momentos no podemos darnos esos
lujos. Debemos acostumbrarnos a nuestras nuevas vidas, tal y como nos
la dicta el tío John. Nuestros padres ya no están con nosotros y
hasta que no podamos independizarnos, aguantaremos esto.
La
menor asintió con tristeza. Pass tenía razón. La vida no era como
antes. Logan trabajaba todos los días del otro lado del extenso
campo que conformaba su granja y sólo las visitaba los fines de
semana y eso ocasionalmente. La situación para ellas se limitaba a
encontrarse encerradas en la casa. En realidad, así era para Pass.
Era quien se encargaba de mantener en pie la choza, limpiándola y
demás, además de ser la cocinera y quien atendía la mayor parte
del tiempo a su tío. Por lo menos Sam disfrutaba de salir unos
momentos al ser la que hacía los mandados. Debía sentirse
agradecida por eso.
El
galope de un caballo se dejó oír en la lejanía y las hermanas
supieron que su tío había llegado de su inspección al ganado
vacuno.
—Ayúdame
a poner la mesa, Sam —pidió Pass.
Sam
obedeció al instante. Siempre que su tío llegaba se ponían tensas.
Oyeron el acceso trasero azotar y después unos firmes pasos
acercándose a ellas hasta que la figura de Jon Glover se materializó
en el umbral de la puerta. Era un hombre alto, robusto y de piel
tostada por el sol a pesar de que siempre llevaba sobre su cabeza una
tejana. Rondaba los cuarenta años y las diversas canas que adornaban
su clara cabellera castaña delataban aquel hecho. Vestía una
camiseta, pantalones vaqueros y calzaba unas botas color crema; su
vestimenta diaria.
—
¿Dónde está mi medicina? —preguntó
con sequedad mirando a la más pequeña de sus sobrinos.
—Está
en la bolsa que está en la mesa —apenas le salieron las palabras
de la boca. Ese hombre cómo le daba miedo.
John
sacó un pequeño frasco con pastillas de la bolsa, tomó un vaso, se
acercó al fregadero y abrió el grifo llenando el vaso con agua;
luego se llevó un par de pastillas a la boca y se las tragó con la
ayuda del vital líquido. Aún con el recipiente a medio llenar, se
dirigió a la silla que estaba en la cabecera de la mesa que daba la
espalda a la puerta y se sentó.
Ante
este acto tan simple, Pass comprendió que ya deseaba desayunar; así
que le sirvió del guisado en un plato y lo colocó frente a él. El
jugo de naranja y la leche fresca ya se encontraban sobre la mesa,
así como los cubiertos. Pass se sentó en el extremo contrario a su
tío con su plato de comida; luego miró a Samara, inquisitiva, al no
ver en ella ademán de sentarse.
—
¿No vas a comer?
—En
realidad no tengo hambre. Iré a mi habitación —contestó
sintiendo de pronto nauseas y caminó a través de la cocina con la
intención de dirigirse a su recámara, cuando la voz de John la
detuvo.
—Espera,
Sam.
La
pelirroja, ya bajo el marco, se volvió y miró la ancha espalda de
su tío, quien no se molestó en volverse sobre la silla para
encararla, sino que continuó:
—Quiero
que limpies el establo tú sola, sin ayuda esta vez. Y no espero
verte en casa a menos que hayas terminado, ¿entendido?
—
¿Todo yo sola? —Cuestionó Samara
sorprendida, mirando ahora a su hermana, descubriendo en su rostro el
mismo asombro—. Está muy grande. Me tomará todo el día.
—Entonces
será mejor que te des prisa si quieres terminar pronto.
Samara
pensó que todo eso no se trataba más que de una simple tontería.
¿Cómo iba a poder ella sola con tanto trabajo? ¡Y para ese mismo
día además! ¿Qué ganaba su tío con ello? Seguir desgraciándole
la vida, eso era seguro ó quizás quería quedarse a solas con Pass.
A diferencia suya, cuyos dotes femeninos o no se desarrollaban bien
todavía o simplemente no los tendría tan bien definidos, Pass era
una singular belleza y su hermoso cabello castaño, brillante, sedoso
y manejable le concedían una hermosura aún mayor. Incluso sus ojos,
aunque del mismo color que los de ella, mostraban un brillo especial.
No,
definitivamente no podía dejarla con ese hombre. No confiaba en él
ni un ápice. Si dejaba sola a Pass para realizar los encargos, era
porque sabía a ciencia cierta que su tío no estaba en casa y no
podía desechar esa idea de que osara ponerle la mano encima. Como si
no lo conociera.
—
¿Escuchaste lo que te dije, Sam? —la
pregunta en son molesto la sacó de sus pensamientos y hasta entonces
descubrió que no había hecho nada para demostrar el cumplimiento de
la orden anterior.
—Sí.
—
¿Y qué esperas? —sonó impaciente.
La
menor posó su vista en Pass, quien también la miraba. Con sus ojos
llenos de preocupación le dijo que hiciera lo que le pedían, por su
bien; que no se preocupara por ella. Samara asintió y dirigió sus
pasos a la salida de atrás para después ir al establo e iniciar con
la labor que le fue encomendada. No paró de trabajar en lo que
restaba del día y terminó ya bien entrada la noche. Su estómago le
exigía alimento ya y pensó que saltarse el desayuno no había sido
tan buena idea.
—Pass
—llamó al adentrarse primero a la casa y después a la cocina.
—Ya
llegaste, ¡qué bueno! —dijo la castaña al verla, visiblemente
aliviada.
Al
igual que su hermana, Pass había pensado que su tío le ordenó
aquello para luego hacer algo malo. Sólo que ella pensó que era
para dañar a Samara al hallarse ésta sola en el establo. ¿Por qué?
¡Quién sabe! Con su tío ya nada era seguro.
—
¿Qué tal tu tarde? —preguntó la
pelirroja queriendo saber si no había pasado nada fuera de lo común.
—Normal.
El tío se encerró en su habitación cuando acabó de desayunar y no
salió hasta que la comida estuvo lista; enseguida fue a echar un
vistazo a los alrededores y finalmente llegó para irse a bañar.
Pero eso es lo de menos, seguramente has de querer algo de comer.
—Muero
de hambre.
—Bien,
entonces recalentaré lo que hice hoy.
—Pass
—la potente y ronca voz de John resonó por toda la cocina y cuando
las jóvenes se giraron, lo vieron recién duchado y vistiendo
solamente unos vaqueros—. Sam no comerá hoy.
—
¿Qué? —inquirieron las dos,
estupefactas.
—Dijiste
que no tenías hambre —acusó el hombre mirando a la más pequeña.
—Eso
fue en la mañana —la defendió Pass—. Es injusto lo que dices.
—
¿Y a ti te parece justo lo que ella
hace? Pones tu mayor esfuerzo en los alimentos que preparas, Pass, y
que ella lo rechace como lo hizo hoy no me parece justo. Debe
aprender a valorar un buen trabajo.
—A
mí no me importa que desprecie la comida —siguió defendiendo Pass
sabiendo que lo que su tío decía era absurdo.
—Pues
a mí sí me importa y he dicho: Sam no come hoy. Intenten desafiarme
y verán lo que les pasa.
Dicho
lo anterior, John se retiró de la presencia de sus sobrinas
adentrándose a su alcoba, dejándolas atónitas.
—Me
iré a la cama —anunció Samara cansada y derrotada por la actitud
tiránica de su tío, una vez más.
—Sam…
—No
te preocupes, Pass. Esta mañana me dijiste que debíamos adaptarnos
a esta situación y tienes toda la razón. No debemos retar ni hacer
nada que no le guste al tío. Es por nuestro bien.
Y
antes de que la otra pudiera replicar, Samara se alejó rápidamente
para entrar a su cuarto. Pass alargó su brazo hacia ella, intentando
detenerla, pero supo que no tendría caso. Ni siquiera si ella
intentaba hacer caso omiso de lo que su tío había dicho y le diera
de comer a Sam tendría caso. No estaba totalmente segura de que
fuera ella quien pagara las consecuencias de la desobediencia. Si
fuera así no habría problema; pero tal vez quien fuera castigada
sería Sam y eso no lo soportaría. Lanzó un suspiro de agotamiento
e imitando a sus familiares, se fue a su habitación a descansar,
teniendo ahora sí la respuesta de lo que había ocurrido en la
mañana cuando su tío le había ordenado a Sam limpiar el establo
ella sola. Fue su siniestro plan desde un inicio el mandarla a dormir
sin saciar su apetito.
2
El día siguiente llegó y para los
Glover, este empezó con el delicioso desayuno que Pass preparó y en esta
ocasión, Samara lo devoró con voracidad, sintiendo el placer de saborearlo.
—Sam —habló John mientras comían—,
cuando termines quiero que vayas al pueblo y me traigas la chaqueta que mandé
arreglar con el sastre.
La chica tan sólo asintió,
asegurándose de que su tío la viera y en cuanto terminó de degustar los
alimentos, se dirigió al pueblo montada en Wild.
Arribó al poblado y como era costumbre cada vez que se presentaba por allí,
muchos comenzaron a saludarla con ánimo y haciéndoles preguntas con respecto a
John, Pass y Logan. Jamás daba detalles importantes de nada, pero se alegraba
de que gran parte mostrara sincero interés por ella.
— ¡Sam, qué gusto verte de nuevo!
—saludó una mujer joven que tenía a un pequeño de unos seis años de edad
agarrado de la mano.
—Lo mismo puedo decirle, señora Tall
—Sam la miró desde arriba del caballo, luego miró al pequeño—. Me resulta increíble
ver que Tim esté tan tranquilo.
—Se ha ido calmando con el tiempo
—informó la mujer, risueña—. Y ya me acompaña más a los mandados de ahora que
terminaron El Paso.
— ¿Ya lo terminaron? —indagó la chica
mirándola con los ojos muy abiertos.
— ¿En qué mundo vives, pequeña? Lo
terminaron a finales del verano.
—No tenía idea… Muchas gracias por
decírmelo, señora Tall. Iré a verlo en este momento. Adiós.
Sam se despidió y galopó hasta donde El Paso había sido terminado. Debido al
tipo de terrenos desnivelado por el relieve en el que se encontraba el pueblo,
una parte de él había quedado sobre un cerro mientras la otra parte se ubicaba
en la base de éste, en una zona plana del terreno y daba la casualidad que esta
parte fue el centro, donde quedaban todas las facilidades de servicios. Durante
años las personas que vivían en la parte alta del cerro habían tenido que
rodear éste por un sendero que les quitaba varios minutos de su tiempo; así que
las autoridades pueblerinas decidieron idear un camino que le facilitara las
cosas a la gente.
Así fue como nació El Paso, que era nada más y nada menos
que una parte trabajada del cerro para que resultara una rampa de piedra no muy
empinada, con unas escaleras largas a un lado, también de piedra, permitiendo que
cualquiera ascendiera y descendiera más práctica y rápidamente, ahorrándose
valioso tiempo. Dado que el hogar de Samara quedaba en la parte alta del cerro,
ahora que El Paso se había terminado
podría ir por éste… aunque lo más seguro es que continuara por el sendero
largo. Entre más tiempo tardara en llegar a esa casa que la asfixiaba, mejor.
—Es extraño que lo veas por primera
vez siendo que lo terminaron hace casi tres semanas, Samara.
Tan concentrada estaba en la
construcción que no escuchó el ruido de los cascos del caballo que montaba el
dueño de la voz que le habló. Giró su cabeza noventa grados hacia la derecha y
descubrió a un hombre que llevaba unos vaqueros desgastados, una camiseta a
cuadros, limpia, una tejana que le cubría el sol y sus botas pulcras; además de
portar la brillante estrella que reposaba sobre el lado derecho de su pecho,
siendo muda anunciadora del puesto al que pertenecía.
— ¿Cómo sabe que es la primera vez que
lo veo, sheriff?
—Por la manera en que lo miras. Llena
de admiración.
—Bueno, he estado ocupada. Usted mejor
que nadie debería entenderme.
—De acuerdo. Y dime, ¿cómo está Pass?
En realidad, el sheriff, quien
respondía al nombre de Dan Olsen, era alguien bastante joven, razón por la que
muchos en el pueblo dudaron de su capacidad para asegurarlos, pero hacía más de
tres años que su padre le había dado el puesto y ahora, con sus veinticuatro
años, mostraba ser un hombre muy seguro de sí mismo. También era bien sabido
por todos que estaba completamente enamorado de Pass. La única que parecía no
darse cuenta era la misma.
—Supongo que bien —respondió la
pelirroja no estando muy segura.
—Hace mucho que no la veo por acá.
Creí que estaba enferma o algo.
—Si tiene tantas ganas de verla, vaya
y hágalo.
Dan se sonrojó notablemente ante el
comentario. Sam sonrió. Le encantaban esas reacciones de él cuando hablaban de
Pass y más aún su manera tan torpe de comportarse cuando estaba frente a su
hermana. Había conocido matrimonios cuyos integrantes podía ganarle hasta con quince
años a su pareja. Consideraba que seis de diferencia entre Dan y Pass no era la
gran cosa. El joven carraspeó y habló, desviando el tema:
—Te he dicho en incontables ocasiones
que no me hables de usted, Samara.
—Y yo le he dicho cientos de veces que
me llame Sam.
—Me gustaría seguir peleando contigo,
pero debo continuar con la vigilancia.
—Sí, yo también tengo que irme. Nos
vemos después, sheriff.
Y ambos jóvenes tomaron caminos
diferentes. Samara llegó al local donde el sastre trabajaba y entró, dándose
cuenta de la gran cantidad de personas que esperaban dentro del local. Nunca le
había tocado ver a tanta gente aguardar por la ropa del modista. Sin duda éste
tenía talento. No por nada su tío había llevado su prenda arreglar allí.
Intentando pasar por entre la multitud, se colocó frente al mostrador.
—Vengo por una chaqueta —le informó a
una de las ayudantes entregándole un recibo en el que se indicaba el día que se
dejó la pieza, de quién era, el día que se recogería, que ya estaba pagada y
cierto número de control.
—En un momento te lo traigo —le
aseguró la asistente tomando el papel y alejándose de Sam ingresó a un cuarto
especial del negocio, cuya vista al interior estaba fuera del alcance de los
clientes gracias a la espesa cortina que dividía las secciones.
Samara esperó hasta que la mujer
regresó con varias prendas colgadas en ganchos y cubiertas por una bolsa negra.
La mujer le entregó una de esas bolsas y viendo completada su misión, la
pelirroja salió del sitio, montó a Wild
y se encaminó a su hogar. Esta vez no se detuvo a apreciar la hermosa vista que
el bosque proporcionaba. Al arribar a su territorio, dejó a su montura en el
establo y entró a su humilde morada, encontrando a Pass barriendo la sala.
—Hoy no te demoraste —dejó saber la
castaña al verla.
—No estaba segura de que el tío
saldría y preferí no arriesgarme.
—Y apenas. No salió a dar el recorrido
diario. Está en la parte de enfrente, fumando. Por lo menos nos hace un favor
al saciar su adicción afuera de la casa.
Sam sonrió.
—Ya veo. De cualquier manera dejaré su
chaqueta en su habitación y ahora mismo te ayudo con la limpieza.
Y así lo hizo hasta que ambas
terminaron con los quehaceres diarios y con la comida. Los tres pudieran
disfrutaron la última en silencio.
— ¿Dónde dejaste la chaqueta, Sam? —le
preguntó John cuando terminaron y las chicas aseaban la cocina.
—En tu habitación.
John dejó la cocina y se perdió en el
pasillo, dejando a las jóvenes seguir con su labor. Parecía ser que el día
transcurriría normal, pero el iracundo grito de John llamando a Sam, rompió
aquella apariencia y la apacibilidad del día.
— ¡Dios mío, Sam! ¿Qué has hecho?
—cuestionó Pass a su hermana sintiendo miedo de escuchar la voz de su tío tan
enojada.
—Nada, no he hecho nada —respondió confundida,
sintiendo el mismo terror.
John, vuelto una fiera, regresó a la
cocina.
— ¡Eres un completa estúpida, Samara!
Y antes de que ella pudiera preguntar
el porqué de la acusación, John la tomó por el largo cabello rojo, que siempre
lo llevaba atado en una coleta alta, y la arrastró hasta su habitación, sin
importarle los gritos dolorosos que lanzaba su sobrina ante el maltrato ni
mucho menos las súplicas de Pass de que dejara de tratarla así. Llegaron al
cuarto y John arrojó a Sam a la cama, en donde reposaba una vestimenta estilo
oriental.
— ¡Dime qué demonios es esto! ¿Mi
chaqueta?
Samara observó el atavío y, en efecto,
no se trataba de la ropa de su tío.
— ¿Es mi chaqueta? —insistió.
Sam negó con la cabeza.
—Así es, no es lo que te pedí. ¿No puedes
siquiera hacer estos encargos tan sencillos? ¡Eres una completa inútil!
Cogió una vez más la coleta de la
chica para que se levantara y haciendo que quedara frente a él, le propinó una
bofetada, causando que la muchacha cayera al suelo.
—¡Esta incompetencia no puede quedarse
sin castigo!
Sam se paralizó ante las palabras
crueles y a la vez sin emoción de su tío, quien ya dirigía su puño al rosto de
ella. Aunque éste no logró alcanzar su objetivo porque Pass empujó al hombre y
el puño se desvió, golpeando el aire.
—Pass…
— ¡Corre, Sam, corre!
—Pero…
— ¡Hazlo!
La pelirroja se alzó del suelo y salió
del cubículo.
—Ah, eso sí que no.
John estaba por detenerla nuevamente,
pero Pass lo sujetó del brazo con todas sus fuerzas.
— ¡Tú no te metas! —le gritó airado
empujando a la joven contra la pared con brusquedad, logrando que de sus labios
saliera un gemido de dolor.
John corrió tras Samara, quien estaba
por poner un pie fuera de la casa cuando sintió un nuevo jalón de cabello.
Gritó adolorida.
— ¡Déjame! ¡Me lastimas! —rogó
mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, sintiendo un ardor insoportable
en su cuero cabelludo.
— ¿Te lastimo? Si fueras inteligente
te evitarías el dolor —espetó John sin compasión.
— ¡Ya basta, tío!
Pass hizo acto de presencia y esta vez
se subió a la espalda de John, no importándole las consecuencias. Estaba harta
de que maltratara siempre a Sam. Si ella sufría daños era por ayudar a su
hermanita. Ante el repentino peso de más, a causa de Pass, John se desequilibró
un instante y en su descuido liberó a Samara de su agarre, quien corrió al
bosque. John se sacó de encima a la mayor de sus sobrinas e hizo gesto de ir
tras Sam, pero Pass se colocó frente a él, firme, y con la determinación de no
dejarlo pasar.
—No seas tonta, Pass. ¡Hazte a un
lado! —exigió el hombre, colérico.
Pass no se movió ni un milímetro y lo
miró fijamente.
—Te lo advierto, si no lo haces serás
tú quien pague las consecuencias.
Ella siguió inmóvil en el mismo lugar,
con los brazos extendidos a los lados; resuelta en su decisión.
—Oh, tú lo quisiste —amenazó John
tomando a la chica del brazo, adentrándola a la casa y cerrando la puerta tras
de sí.
Samara siguió corriendo a través del
bosque, esquivando los árboles que se le atravesaban en su huída, sin dejar de
llorar y, debido a esto, su visión no fue del todo clara por lo que no pudo
evitar tropezar y caer de lleno al suelo cubierto de hojas caídas, rondando por
el resto de la cuesta que había estado bajando. No paró de rodar hasta que el
vuelo de la carrera terminó. ¡Era increíble que no hubiese chocado con algún
árbol!
Con un supremo esfuerzo logró sentarse
en el suelo. Todo el cuerpo le dolía. No sabía con certeza si tenía algo roto o
un golpe de gravedad porque todo le dolía a la par. Se miró las manos llenas de
rapaduras y laceraciones que comenzaban a sangrar, y supuso que otras partes
del cuerpo las tendría así. Su llanto incrementó, mas a este punto se añadieron
fuertes sollozos y lamentos de pena. Su vida se había vuelto una completa
pesadilla.
3
Frederick
Valley caminaba con paso tranquilo por el bosque. Se detuvo y observó
el paisaje que lo rodeaba. Los altos árboles en su estado cambiante
de color hacían que la vista se sintiera especial, sin deseos de
perder ningún detalle. Inhaló y exhaló con lentitud permitiendo
que el viento de la época inundara sus pulmones; luego negó con la
cabeza mientras se pellizcaba el puente de la nariz con el dedo
índice y pulgar. No entendía el propósito de todo esto.
Había
accedido acompañar a su mejor amigo al pueblo ese, viajando medio
día en un incómodo camión de tercera clase desde la ciudad, ¿y
para qué? Para cumplir con un capricho de su amigo y un capricho
tan… poco razonable. De ahí que se hallaran en el bosque, para
iniciar con el cumplimiento del gusto ese. Por si fuera poco, su
compañero no había dejado de actuar como un niñato emocionado
frente a un nuevo juguete. De acuerdo, era verdad que él era más de
diez años mayor que su amigo y por ende más maduro; aunque también
era cierto que ninguno de los dos había visto un bosque de tal
magnitud en persona; mas no por eso él se comportaría como un crío.
En realidad, él no era muy tolerante con los niños, razón por la
que aún no se casaba, y la conducta del otro comenzaba a colmarle la
paciencia. ¡Cómo si fuera tan chico!
—
¿Podrías mantener una postura más
adecuada, Matt? —le pidió al pelinegro que iba y venía de un lado
al lado, encantado.
—
¿Por qué? —inquirió éste
volviéndose a él—. Hay que empapar al bosque de nuestra alegría;
si no, sentiré que se marchitará por tu mal humor.
—
¡Por favor! Son un montón de troncos
con un puñado de hojas que los adornan.
—No
te equivoques, Fred. Toda planta está viva. Además, no quiero que
hables así de los árboles del bosque. Si sigues, llorarán.
Fred
iba a lanzar una exclamación sarcástica cuando un alarido
agonizante, corroborando las palabras de Matt, penetró sus oídos.
Los dos se miraron.
—Buen
intento, Matt. Pero necesitarás más que eso si quieres asustarme.
—
¿Eh? No he sido yo.
El
alarido se repitió y al instante una fuerte ráfaga los sorprendió,
haciéndolos estremecer.
—Se-seguramente
fue obra del viento —intentó convencerse Fred, nervioso—. ¿No
lo crees, Matt?
—Creo
que ha salido de aquella dirección —dijo el menor comenzando a
caminar hacia donde había indicado.
—Espera,
no pensarás ir, ¿o sí? Esto no me gusta nada. ¡Matt!
—Alguien
puede estar en problemas y necesitar nuestra ayuda.
Fue
la respuesta del más joven siguiendo el camino que creía era el
correcto. No teniendo más opción, Fred lo siguió. Conforme
caminaban, los lamentos que escucharon fueron aclarándose y, junto a
ellos, se sumaron constantes sollozos hasta que finalmente
descubrieron que alguien lloraba al divisar a una pequeña figura
sentada en el suelo, con la mirada baja.
“Una
chica”, pensó Matt al
observar su largo cabello.
—Oye,
¿estás bien? —preguntó Fred.
Cuando
el hombre habló, Samara descubrió que tenía compañía y,
sobresaltada, alzó la mirada para enfocarla en ellos. Sus ojos se
encontraron con los de Matt y otra ráfaga de viento sopló,
alborotando los cabellos y las ropas de los presentes en la escena,
mientras las hojas multicolor volaron a su alrededor.
“La
princesa del otoño”,
pensó ahora Matt al observarla con detenimiento con ese rojizo
cabello, esos brillantes, aunque un poco irritados, ojos cafés y la
camisa manga larga naranja que llevaba puesta.
“Lleva
los colores otoñales”. Y
Matt comenzó a dar rienda suelta a su imaginación, creyendo que
ella debía ser la encargada de darle aquellos colores a la
vegetación del bosque en esa estación en específico.
En
tanto, Samara pensaba algo parecido con respecto a los ojos de aquel
chico que la miraba con asombro; sólo que ella lo relacionó con el
verano. Con la hoja más verde que el verano pudiese crear. Se perdió
en esa mirada verde tan intensa.
—
¿Estás bien, chica? —volvió a
preguntar Fred.
Samara
salió de su ensimismamiento y miró a Fred sosteniéndole la mirada
durante unos segundos, antes de recordar a su tío, a Pass, ¿y qué
podría pasarle? Olvidando el dolor en su cuerpo, que aunque había
aminorado se mantenía presente, se levantó del suelo y corrió en
dirección contraria al par de hombres, sorprendiéndolos.
—
¡Espera! —gritó Matt al verla
desaparecer entre los árboles e hizo seña de seguirla, pero la mano
de Fred sobre su hombro lo impidió.
—Alto
ahí, héroe. A diferencia nuestra, ella debe ser una habitante del
pueblo y por ello debe conocer muy bien este bosque. Una ventaja que
nosotros no tenemos. Podríamos perdernos por querer ir en su
búsqueda. Será mejor ir al pueblo antes de que se haga más tarde.
—Sí,
tienes razón.
Samara divisó su hogar al salir del
bosque. Se detuvo a unos metros de éste para tomar el aliento que en
la carrera se le había escapado; luego se adentró a la vivienda
notándola silenciosa. Muy silenciosa para su gusto. Se dirigió a la
cocina imaginando encontrarse con Pass. El aliento que había
recuperado momentos antes volvió a irse de ella al descubrir a su
tío sentado en la cabecera de la mesa que quedaba frente a la
puerta, esperándola. Sus ojos se dilataron a causa del miedo y
retrocedió un paso como acto reflejo.
—Regresaste
más pronto de lo que pensé —soltó John y sorpresivamente su tono
denotaba una tranquilidad espeluznante.
Sam
comenzó a temblar. ¿Qué le haría ahora?, se preguntó con
inquietud.
—Vamos,
pequeña, acércate. No estoy enojado, ¿sabes? Pass logró que mi
ira se esfumara.
La
chica abrió aún más los ojos, en esta ocasión por la sorpresa y
olvidó el miedo, por lo que se atrevió a preguntar:
—
¿Qué le hiciste a Pass?
—Acércate
y te lo diré.
No
estaba segura de por qué su tío la quería tan cerca. Si ya no
estaba molesto, ¿de qué servía? No, decía no estar enfadado y
actuaba muy bien que así era, pero estaba mintiendo. Tenía que ser
eso. En él no se podía fiar.
—Vamos,
Sam, acércate. Quiero hacerte un favor.
¿Favor?
Pagaría miles si era cierto. Sin embargo, le hizo caso. Sí, era una
tonta por eso y lo sabía, mas algo la impulsó a hacerlo y quedar a
un lado de él. Además, quería saber qué había hecho con Pass.
—Pass
está en su habitación, castigada.
Ella
sabía que no sólo había enviado a Pass a su alcoba como una niñita
que hizo algún berrinche sin importancia. No. Había algo más. La
cuestión era, ¿qué?
—Ahora…
sigues tú.
Y
antes de que el cerebro de la pelirroja pudiese captar las palabras,
para mandar una reacción a su cuerpo, John la sujetó una vez más
del cabello, arrancándole otro grito de dolor.
—Para
que ya no te pase esto, habrá que arreglarte ese cabello —siguió
hablando John sin exaltarse un poco mientras le mostraba unas tijeras
a su sobrina.
—
¡No! ¡Suéltame! —pidió Samara
llorando y al mismo tiempo forcejeaba intentando soltarse del agarre,
sin éxito y causándose mayor dolor.
—No
te muevas que te mocho una oreja —dijo John con naturalidad
impasible.
Y
sabiendo que sería capaz de hacerlo, Sam no tuvo salida alguna, por
lo que se quedó quieta hasta que John cumplió con lo que había
tenido en mente, que fue quitarle toda su coleta, quedando ahora su
peinado como el de un chico. Cuando todo terminó, Sam sintió como
su cabeza se hacía mucho más ligera al no tener ningún peso extra
en su nuca. Incluso sintió que la cabeza se le desprendía del
cuello de tan liviana.
—Listo.
Nadie volverá a cogerte del pelo, ¿no estás feliz? —Inquirió
John con cinismo inhumano; luego observó el cabello que tenía en su
mano—. Aunque admito que ha sido una pena. Tenías un cabello
precioso, sobrina mía.
Y
dejando sola a la devastada joven, John salió de la cocina. Samara
lloró otro tanto allí, en esa posición. Hincada en el piso e
inconsolable. Cuando creyó que su sufrimiento había menguado lo
suficiente, fue a bañarse, sintiéndose incompleta cuando intentó
enjabonarse el largo cabello y no encontrarlo. Al terminar se dirigió
a su habitación y no salió en lo que restó del día, sino que fue
la mañana siguiente. Era temprano aun cuando salió de sus aposentos
y fue a la cocina donde ya se movilizaba Pass.
—Buenos
días, Sam —la saludó la joven con una sonrisa en el rostro, luego
la miró bien—. ¿El tío te ha hecho eso? Vaya, y a mí que me
prometió que no te tocaría. Ese hombre es un mentiroso de primera,
¿no crees?
Sam
miró a su hermana con asombro. Se veía y actuaba tan normal. Tal
vez sí había sido cierto el hecho de que su tío la castigó
únicamente, mandándola a su habitación y que por ello, al no estar
conforme con eso, se había desquitado con ella cortándole el
cabello.
—Ah,
sí, un mensaje del tío —siguió diciendo Pass sacándola de sus
pensamientos—. Debes ir a entregar el traje que recogiste ayer por
error y traer su chaqueta. Puedes ir en este momento. El desayuno
tardará un poco y asegúrate de venir con el encargo correcto esta
vez, ¿sí?
—Sí…
¿Dónde está el tío?
—Él
y el personal irían a hacer las entregas de leche y sabes que eso
toma su tiempo.
—Entonces
en un momento vuelvo.
Pass
asintió y se dispuso a cortar unas verduras. Así que la menor cogió
el traje, un sombrero floreado de anchas alas colocándoselo en la
cabeza, para después salir de la cocina y luego de la casa, sin ver
el mohín de tristeza de su hermana al quedarse sola. Sam se adentró
al establo, montó a Wild
y partió. Llegó al pueblo al cabo de uno minutos, tomándose su
tiempo y recorriendo el camino habitual, sin verse tentada a usar El
Paso. Arribó al negocio
del sastre, dejó a Wild
frente a este e irrumpió en el lugar. Ese día no había tanta gente
como el anterior. De hecho, el mismo dueño la atendió, saludándola
cordialmente.
—Buenos
días, Sam. Veo que te has hecho un corte.
—Cielos,
creí que no se notaría con el sombrero.
—Es
difícil no verlo. Vienes por la chaqueta de John, ¿cierto? Sí, el
hombre del traje que te llevaste vino por él un par de horas después
de que te fuiste. Fue entonces que descubrimos nuestro error.
El
hombre se perdió en el espacio donde se tenían todos los encargos y
donde se trabajaba. En menos de un minuto estaba de vuelta y en su
mano traía una prenda con una bolsa encima, como las de ayer.
Descubrió la vestidura.
—Ahí
la tienes. Espero que no obtuvieras dificultades por la equivocación.
—El
tío estará feliz —se limitó a contestar la chica un tanto
desanimada, evitando responder lo último—. Aquí está el otro
traje. Gracias y adiós.
El
sastre se despidió con una gentil sonrisa y con un movimiento de
mano. Sam salió del local cuando la chaqueta estuvo en su poder.
Estaba por montar su fiable caballo cuando el viento hizo de las
suyas y le voló el sombrero, que fue a parar frente a unos pies. El
dueño de los pies alzó el sombrero. Samara, quien había salido
disparada tras su pertenencia, siguió el trayecto del sombrero al
ser levantado, pasando de los pies calzados a las largas piernas y el
vientre plano hasta que llegó a la altura del pecho de la persona.
Enseguida, ella continuó con el recorrido y al fin vio el rostro del
individuo, reconociéndolo. Su mirada quedó atrapada una vez más
por aquellos ojos verdes.
—Tú…
—susurró Matt mirando a la chica.
Samara
desvió su mirada de los de él, sintiéndose de pronto ruborizada y
más tímida de lo que solía ser. Entonces, en un veloz movimiento
le arrebató el sombrero a Matt, dispuesta a correr de allí.
—
¡Espera!
4
Matt logró detenerla a tiempo al
tomarla por el brazo y halándola, la atrajo a sí. Sam sintió como una corriente
eléctrica la recorría en su totalidad. Quedaron a una escasa distancia el uno
del otro, así que ambos pudieron descubrir una que otra cosita del otro. Como
el hecho de que ella tenía unas cuantas pequitas regadas por todo el rostro, o
que él era muy alto y que su piel, en contraste con la bronceada de Sam, era
bastante blanca.
Sam no dejó de fijarse en sus ojos
mientras una sacudida constante se apoderaba de ella, y supo con certeza que su
trémulo era muy diferente al que padecía ante la presencia de su tío. Este, de
alguna manera la hacía sentirse bien y protegida. En tanto, Matt la escrutaba
con avidez y, obviamente notó el nuevo corte de ella. Un tanto inseguro, levantó
su mano y muy delicadamente la posó sobre la cabeza de ella.
—Tu cabello… ¿Qué le ha pasado?
Susurró la pregunta tomándose la
libertad de acariciar con dulzura el cabello rojizo de ella. Observó como Sam
bajaba la mirada, tornándose triste.
—Entiendo. No quieres hablar de eso.
¿Pero sabes? Hay dos cosas buenas de esto. La primera es que volverá a crecer y
la segunda —aquí bajó su mano al rostro de ella, palpándolo con suavidad al
tiempo que hacía el tramo hacia su mentón para levantarlo y hacer que lo
mirara—, es que no has perdido ni un ápice de tu belleza.
El tono de su cabellera inundó también
su rostro cuando escuchó esas palabras y sintió como su estómago se revolvía
inquieto mientras sus manos sudaban.
— ¡Oye, Matt, ya va…! —detrás de
ellos, Fred se detuvo de hablar cuando presenció la escena que el par pintaba.
El joven de mirada verde se volvió a
su amigo, algo avergonzado y aprovechando la distracción del momento, Sam se
soltó de él y emprendió su escape montándose en Wild, alejándose de allí a paso fugaz. Matt apenas tuvo la
oportunidad de ver como ella desaparecía de su ángulo de visión. Suspiró larga
y tendidamente, sintiéndose de pronto abatido.
—Ah…no sé por qué siento que arruiné
un momento muy importante para ti, Romeo —escuchó la voz de Fred a su espalda.
—Tienes mucha razón —aseguró
encaminándose al negocio del alfayate.
— ¿A dónde vas?
—A preguntar por ella. No sé, dónde
vive o algo. Vi que salió de allí, han de conocerla.
—Definitivamente, a ti Cupido te ha
dado con su mejor flecha.
Matt rio ante el comentario de Fred y
volviéndose a él, mostrando una amplia sonrisa, avaló:
—Ni discusión ni negación existen para
ese argumento.
Y se adentró al establecimiento de
ropa.
Sam había regresado al establo y había
dejado a Wild en su sitio. Ahora se
encontraba sentada en el suelo, recargando su espalda en las puertas cerradas
del establo mientras apretaba contra su pecho la chaqueta de su tío e intentaba
calmarse. Nunca antes había experimentado una sensación como la que había sentido
desde el primer momento que conoció a ese chico de penetrantes y hermosos ojos
verdes. El corazón le latía a mil por hora, se sentía sumamente nerviosa y aun
así con un extraño deseo de volver a verlo la invadía por completo. Inhalo y
exhaló profundamente y con lentitud varias veces hasta que logró calmarse un
poco.
Cuando pareció que todo encajaba
adecuadamente dentro de ella, se levantó y se dirigió a su hogar. Adentro, echó
una miradita a la cocina, donde se suponía debía estar Pass, pero no la captó y
eso le pareció inusual; miró la sala y tampoco. Confundida, fue a dejar la
chaqueta en la habitación de su tío y luego se dirigió al baño, aunque dudaba
que estuviera allí porque la puerta estaba abierta. Su sorpresa fue enorme al
descubrir que, precisamente, allí estaba Pass, quien se mantenía ocupada
poniéndose crema en las pequeñas pero múltiples marcas circulares ubicadas en
todo lo largo de sus brazos. Sam las identificó como quemaduras.
— ¡Pass!
Corrió hacia ella, preocupada. La
castaña saltó del susto al escucharla y miró a su hermana con ojos tristes y
asustados.
—Sam. No te oí llegar.
Intentó bajarse las mangas de la
camisa para que ocultaran la evidencia del trato tan atroz que recibió la tarde
anterior, pero Sam no se lo permitió.
—Pass, ¿pero qué…? ¿Cómo es que…?
El nudo en su garganta no la dejó
concluir ninguna de las preguntas. Sabía que su tío no podía conformarse con
mandarlas a la habitación castigadas. Debía dañarlas físicamente para que fuera
feliz, si no…
—Me apagó el cigarro en los brazos.
Una tras otra, tras otra vez —exclamó Pass en un hilo de voz.
No deseaba que Sam se preocupara por
ella, por eso se lo había ocultado, pero ya que la había descubierto no tenía
caso intentar esconderle los detalles ni nada más.
—Lo siento mucho, Pass —lágrimas de
dolor por su hermana y de arrepentimiento brotaron de los ojos de Sam, cayendo
sobre las manos de ambas, debido a que ella sujetaba las de Pass y las mantenía
a la altura de su pecho—. Todo es mi culpa. No debí huir de esa manera dejándote
sola con ese monstruo. No debí aceptar tu propuesta sabiendo que el desenlace
sería este. No debí, no debí…
—Ya es suficiente —la interrumpió la
mayor mientras, con dolor, alzaba sus brazos y estrechaba a su hermana entre
ellos—. No te culpes más. Fui yo la que te dio la oportunidad de salvarte de
este trato y me alegra haberlo hecho aun cuando tenía presente lo que pasaría;
así que no te martirices más. No eches en saco roto mi esfuerzo, ¿sí? Hiciste
lo correcto al irte. Estoy feliz de que no perdieras más que tu cabello.
Sam lloró sobre el pecho de su
pariente, sintiéndose desconsolada. ¿Hasta cuándo dejaría que Pass sufriera por
defenderla? ¿Por qué no podía ser un poco más valiente? Debía ser tan fuerte
como Pass y aunque lo procuraba parecía nunca lograrlo.
Después de unos momentos de un medio
silencio, donde no se escuchaban más que los sollozos de Sam, ambas escucharon
el azote de la puerta delantera y un amedrentamiento tal las embargó, que
sintieron el corazón les dejaría de latir. Incluso quedaron paralizadas, sin
saber qué hacer.
— ¿Hay alguien en casa? —escucharon a
alguien preguntar.
“Esa
voz”, pensó Sam
separándose de Pass y corriendo hacia la puerta principal. “No puede ser, ¿o sí?”
Sí, precisamente ya ubicado en medio
de la sala, un hombre alto y joven de piel bronceada, vestido con unos
vaqueros, una camiseta un tanto sucia, botas color beige y de un caballo color
cobrizo, enfocó sus ojos cafés en ella.
— ¡Logan! —lo llamó mientras corría a
él, permitiendo que las lágrimas fluyeran con más intensidad.
— ¡Hey, Sam! —el hombre la abrazó con
fuerza y ternura una vez hubo llegado a él—. Oye, oye, ¿por qué lloras?
Ella recordó las palabras de su tío
que repetía constantemente tanto a ella como a Pass:
“No
olviden que Logan está trabajando bajo mi merced. Si se entera de algo de lo
que no debería, no volverán a verlo. Piénsenlo.”
—Sólo estoy feliz de verte —respondió
forzándose una sonrisa.
— ¿Feliz de verme? Si me viste la
semana pasada.
— ¿Es tan inusual que te extrañara
tanto, Logan? —Preguntó ahora Pass, quien había entrado al lugar—. Sabes que
Sam siempre ha estado muy apegada a ti.
—Tienes razón —respondió el joven
después de soltar a su hermana menor—. Oh, veo que te has cortado el cabello.
Pero como que se te pasó la mano un poco, ¿no?
—Ah, bueno sí… Un poco… ¿No te gusta?
—Claro que sí. Creo que los cambios
siempre son buenos. Y bueno, ¿saben algo? Vine aquí sin almorzar nada pensando
que quizás aquí podía comer algo delicioso de lo que Pass prepara. Díganme que
no me equivoqué.
—En absoluto —le contestó la aludida—.
El almuerzo está listo. De hecho, el tío está por llegar también.
Dicho y hecho, apenas los tres se
habían dirigido a la cocina, listos para disfrutar de los ricos alimentos, John
hizo acto de presencia.
— ¿Qué hay, tío? —lo saludó alegre el
mayor de los hermanos Glover.
— ¿Logan? —a John lo tomó por sorpresa
el hecho de que su único sobrino estuviera allí. En verdad no lo esperaba—.
Hijo, creí que no vendrías hasta la próxima semana. El otro día que fui a verte
me comentaste que tenías mucho trabajo por aquellos lares de la granja.
—Sí, pero trabajé horas extras para
tener tiempo de venir a ver a las chicas…
Y mientras las mujeres ponían la mesa
y le servían de comer a los varones, estos se trenzaron en una agradable
conversación. Ni a Pass ni a San les resultaba extraña la manera tan cordial
con que John trataba a Logan. Sabían que en cualquier familia estaba ese estilo
tan común de tener a un “favorito” y a ellas no les quedaba duda de que para su
tío, Logan era “el favorito”. Era por ello que, no deseando que hubiera un
choque entre ellos, evitaban hablarle a su hermano de lo que sufrían con John.
Aunque también estaban conscientes de que eso no ocupaba más que un lugar
secundario. La principal razón era por el enorme temor que le tenían a ese
hombre. No obstante, sí que disfrutaban enormemente y al máximo las visitas de
Logan, no sólo porque podían verlo, sino porque el tiempo que él estaba allí,
la mano de hierro que les imponía su tío se ablandaba bastante para con ellas,
dándoles un poco de mayor libertad.
La familia terminó de almorzar y
siguieron hablando acerca de varias cosas, entre ellas contaban sobre los
trabajos que desempeñaban Logan y John en el rancho y cómo iba la producción en
los campos o ganados.
—Hablando de trabajos —dijo en una de
esas John—. Se nos ha terminado la leña. Hay que ir por más.
—Oh, en ese caso déjame ir a buscarla,
tío —se ofreció Logan.
—No te preocupes, muchacho. Sam puede
ir. Lo ha hecho antes ya, ¿verdad, Sam?
—Ah, sí. Yo iré.
—Pero…
Logan intentó protestar mas John no se
lo permitió.
—Te dije que no te preocupes. Ella es
una experta y conoce el bosque mejor que la palma de su mano. Además, estás
aquí para descansar un poco. No te sobre esfuerces, ¿de acuerdo?
Logan asintió y Sam, obediente a su
tío, tomó un morral especial que utilizaba cada vez que iba a buscar leña y se
dirigió al bosque, permitiéndose suspirar y relajar su cuerpo ya en el interior
de éste. Sí, había buscado leña antes, muchas veces; pero siempre debía
regresar temprano a causa de su tío y debido a eso no podía apreciar el bosque
como tanto le gustaba. Ahora que estaba su hermano, aprovecharía para tardar un
poco más de lo habitual.
Caminó durante unos momentos mientras
echaba pedazos de madera en el morral. No tendía a hacer lo que cualquier otro
haría para encontrar leña, como talar un árbol y cortarlo con el hacha en
pequeños pedazos; no. Se limitaba a coger todos los trozos sueltos que se
hallara en el piso. Esa era su manera práctica de hacer aquel trabajo. Estaba
en eso cuando, unos metros frente a ella y al lado de un árbol, pudo divisar
una pequeña figura que se movía graciosamente. Se acercó a ella.
—Una marioneta —pudo distinguirla,
observándola maravillada.
La marioneta estaba hecha de madera y
parecía estar sacada de un típico personaje pintor francés, ya que la
vestimenta consistía en unos pantalones de lana ajustados, una blanca playera
manga larga rayada horizontalmente con franjas azul marino, un pañuelo amarrado
en el cuello color rojo y en la cabeza llevaba una boina negra. En la pequeña
mano izquierda de la marioneta se podía verse la paleta que los pintores
utilizaban para colocar los colores, y en la derecha llevaba el pincel.
— ¿Te gusta?
Sam escuchó una voz que se alzaba por
sobre su cabeza y, mirando hacia arriba, descubrió al chico de esa mañana,
quien reposaba en una rama y controlaba al muñeco desde allí.
Matt sonrió un poco cuando notó la
sorpresa de ella. Entonces comenzó a descender del árbol, mas no lo bajó con el
suficiente cuidado porque antes de poder tocar tierra, resbaló y cayó de
espalda al suelo, ocasionando que algunas hojas volaran ante la pequeña brisa
que su golpe ocasionó. Un gemido de dolor escapó de sus labios mientras cerraba
los ojos intentando procesar lo que había pasado segundo antes. Definitivamente
no estaba hecho para este tipo de terreno. Él era cien por ciento citadino.
5
—
¿Estás bien?
La
dulce voz de ella, que fue opacada por un tono de preocupación, fue
lo que lo obligó a abrir los ojos. Cuando lo hizo, lo primero que
vio fue el rostro de ella sobre el suyo, ya que Sam se había sentado
a su lado y se había inclinado un poco sobre él para saber que
estaba bien. Para Matt esa fue la visión más bella del mundo por la
increíble concordancia que denotaba el panorama variado en color
detrás de la princesa del otoño con ella misma.
—
¿Estás bien? —volvió a inquirir
Sam.
—Ahora
que te vi, sí.
De
nuevo, un rubor escandaloso se apoderó de Sam y sumamente azorada,
dejó de inclinarse sobre él y enfocó su atención en la marioneta
que yacía desparramada y sin vida sobre las hojas caídas. La tomó
entre sus pequeñas manos. Al mismo tiempo, Matt levantaba del suelo
su espalda y cabeza para poder quedar sentado, igual que ella. Un
repentino mareo lo recorrió al cumplir la acción y un punzante
dolor la travesó toda su parte de atrás. Soltó un gruñido al
momento de colocar su mano derecha sobre la espalda y la izquierda en
la nuca, masajeándose estas partes del cuerpo para intentar menguar
el dolor. Miró una vez más a Sam y al descubrir la curiosidad con
que ella veía la marioneta, sin dejar de sonreír, una sonrisa
también adornó sus labios.
—En
verdad te gustó —afirmó sintiendo ternura por ella.
Sam
asintió con enérgica vitalidad.
—Es
preciosa. ¿Dónde la compraste? ¿Cómo la conseguiste?
Y
es que en el pueblo no podían observarse muchas clases de arte. No
de ese tipo, por lo menos.
—
¿Comprarla? —le divirtieron las
preguntas de ella—. Yo la hice. A eso me dedico. Soy marionetista.
—
¿Eh? —El asombro de Sam no pudo ser
mayor—. ¿Pues cuántos años tienes?
—Dieciocho.
¿Eso qué tiene que ver?
—
¡Igual que Pass! Pero eres demasiado
joven y este trabajo —señaló el pequeño monigote— es de un
profesional, ¿cierto?
—
¡Qué va! Me faltan muchos años de
práctica para eso. Si no soy tan malo es porque desde que era un
niño me han interesado las marionetas y he aprendido cómo hacerlas
y manejarlas. De hecho, Fred ha sido mi maestro…
—
¿Fred?
—Ah,
sí. Hm, el tipo que estaba conmigo en el bosque cuando no conocimos.
Sam
visualizó al hombre en su mente.
—El
mismo que nos interrumpió esta mañana…
La
voz se le fue apagando ante el bochorno del recuerdo, mientras el
rojo se apoderaba de su rostro. Samara también se sonrojó.
—Hablando
de eso —siguió Matt—. Es la tercera vez que nos vemos y no nos
hemos presentado adecuadamente.
Se
puso de pie y estando frente a la pelirroja mientras pasaba su brazo
izquierdo detrás de su espalda y el derecho en su estómago,
haciendo una pequeña reverencia, dijo:
—Mi
nombre es Matthew Dylan Black, a tus órdenes. ¿Con quién tengo el
gusto?
Aquí
estiró su brazo derecho hacia Sam, ofreciéndolo su mano. Ella,
divertida por la actitud de él, tomó su mano y cuando se puso de
pie con la ayuda de él, se presentó:
—Soy
Samara Glover, un gusto. Puedes llamarme Sam.
—Bueno,
Sam —como Matt aún no soltaba la mano de ella, depositó un dulce
beso en el dorso de esta, provocando que su dueña se sonrojara de
nuevo—. Todos me dicen Matt y puedes considerarme una persona a tu
completo servicio.
La
joven bajó la mirada y se soltó del agarre de él no cabiendo en sí
de vergüenza. Era extraño. Todo a su alrededor parecía tan extraño
cuando estaba con él. No importaba que fuera lo más normal o usual
del mundo. Para ella nada de lo que sentía era común.
—Por
cierto, ¿por qué Sam? Yo creo que Samara es un lindo nombre. ¿Por
qué acortarlo?
—Bueno,
me he acostumbrado a que todos me llamen así. Por ejemplo, ¿por qué
te llaman a ti Matt? Tu segundo nombre es Dylan, ¿por qué no dejas
que te llamen así? Me gusta el nombre, ¿o tienes algún problema
con él?
—Para
nada, me gusta también.
—
¿Puedo llamarte Dylan, entonces?
Los
ojos de ella brillaron de ilusión.
—Ah,
no. Me gusta, pero ya me acostumbré al Matt —Sam dejó que una
tristeza la invadiera y él intentó cambiar de conversación—.
Este… ¿Qué se supone que haces en medio del bosque?
—Oh,
verás. Estoy busca… —guardó silencio bruscamente—. Es verdad.
¡Ya tardé mucho! Tengo que irme.
Y
más rápido de lo que a Matt le hubiese gustado o esperado, ella se
dio la vuelta y comenzó a caminar a paso veloz.
—
¡Espera!
Él
corrió tras ella. Había seguido las específicas instrucciones del
sastre al pie de la letra para poder dar con ella y apenas lo había
conseguido. No planeaba dejarla ir tan fácil.
—Es
cierto —Sam se detuvo en seco, haciendo que Matt se detuviera
también, sorprendiéndolo. Ella se volvió a verlo—. Aquí está
tu marioneta.
Le
entregó la figurita que no había soltado en ningún momento y
retomó su andar.
—Eh…
Pero yo… ¡Oye!
Lo
ocurrido momentos antes lo confundió tanto que no hizo ningún
movimiento más, así que Sam volvió a escabullírsele. Suspiró
desalentado y miró su títere; luego observó el amplio y frondoso
entorno. Un tic de preocupación se apoderó de su ojo derecho.
—Y
ahora, ¿cómo se supone que regrese al pueblo?
Samara
llegó a su casa y dejó la leña en el porche delantero, que también
era de madera, donde normalmente se dejaba la tronca, a un lado de la
puerta principal. Había ido recogiendo más trozos de madera
conforme regresaba a casa. En verdad se había distraído al ver a
Matt. Una desconocida aunque agradable sensación la invadió ante el
recuerdo del joven. Era increíble que un extraño como él pudiera
hacerle perder la noción del tiempo; que la hiciera olvidar sus
penas haciéndola reír y sentirse especial. Negó con la cabeza. No
era momento de pensar en eso.
—Ya
llegué —informó adentrándose en la cocina.
—Sam,
¿cuándo dejarás de darme esos sustos? —Le preguntó la castaña
en forma de reprimenda—. Menos mal que el tío decidió llevarse a
Logan a ver lo que ha hecho con esta parte de la granja; si no,
estaría muy molesto porque no aparecías.
—Lo
siento mucho…
—Bueno,
eso ya quedó en el pasado, pero ten más cuidado, ¿sí? Por cierto,
te tengo noticias buenas. Logan estará con nosotras por un mes,
¿puedes creerlo? Después de tanto volveremos a ser una familia
reunida; por poco tiempo, pero es mejor que nunca. ¿No estás feliz?
Sam
parecía como si no estuviera escuchando, pues se limitaba a observar
un punto al vacío, muy sumida en sus pensamientos y eso extrañó a
Pass.
—
¡Sam! ¿Me escuchaste? —elevó un
poco la voz y la pelirroja salió de su ensimismamiento.
—Ah,
lo siento. Sí, te escuché y también estoy feliz de que Logan esté
acá por un mes. ¿Sabes? Estoy algo cansada. Me iré a mi
habitación. Me llamas si necesitas ayuda para la comida.
Y
se alejó de Pass, quien quedó bastante desconcertada por su
actitud. Algo le debía haber pasado, pensó al recordar la expresión
tan iluminada que mostró cuando cruzó la puerta. Suspiró. Bueno,
ya se enteraría del porqué esa súbita alegría. Estaba casi segura
de que no era simplemente por la noticia de Logan. Con esto, el día
transcurrió sin anomalías.
A
la mañana siguiente toda la familia Glover exceptuando a John, quien
tenía compromisos ya establecidos con una familia amiga, bajó al
pueblo a disfrutar el almuerzo en el único restaurante que había en
la zona. La idea había sido de Logan porque, aunque estaría más
tiempo de lo que solía quedarse, sus labores no quedaban a un lado,
al contrario; esa decisión de pasar un mes en esos lares de la
granja había sido tomada con la intención de ayudar a su tío un
poco y el trabajo duro comenzaba el día siguiente, por lo que optó
pasar el mayor tiempo posible con sus hermana ahora que podía
hacerlo. Se encontraba feliz de ver tantos rostros conocidos después
de tanto, de ver a las personas que crecieron junto a él o que lo
vieron crecer lo llenaba de una alegría que no podía describir. Sam
y Pass compartían ese sentimiento, sobre todo la castaña, quien al
igual que Logan, se mantenía lejos de aquella pequeña civilización,
sólo que su caso era peor porque todo el tiempo estaba encerrada.
—
¡Oye, Logan! —Un joven de su misma
edad lo llamó.
—
¡Robert!
Logan
bajó de su caballo y abrazó a su amigo. Pass y Sam también
desmontaron.
—
¿Qué te habías hecho que ya no
venías a visitarnos?
—Sabes
que tras la muerte de papá he tenido que atender muchas cosas y me
falta tiempo.
—Sí,
sí, aunque tienes que venir conmigo porque los muchachos se
reunieron en casa de Paul y les encantará verte.
—Me
gustaría ir, pero quedé con las chicas para almorzar.
—Será
sólo un saludo. Ellas te dejarán ir, ¿cierto?
Robert
miró a ambas jóvenes y en sus ojos pudo notarse la súplica,
logrando que ellas intercambiaran miradas. Los amigos de Logan se
querían mucho entre sí; en realidad, ese grupito en especial había
adquirido una popularidad increíble en el pueblo, precisamente por
ese amor que se profesaban los unos a los otros, por esa amistad
sincera que se tenían y ambas estaban conscientes de que en el
interior Logan deseaba hablar por lo menos un minuto con sus
camaradas y no eran quiénes para destruir ese deseo.
—Yo
no tengo problema —aseguró Pass con una sonrisa de complicidad
mirando a Sam—. ¿Qué te parece a ti?
—Puede
ir.
—Son
las mejores, chicas.
Inmensamente
agradecido porque era con quien Logan mantenía una relación
amistosa más estrecha, Robert le dio un beso en la mejilla a cada
una sabiendo de antemano que no le molestaría a ninguna de ellas ni
a Logan, pues también él podía considerarse parte de la familia
Glover. Logan tomó la palabra.
—Esto
haremos. En tanto yo voy con Rob de manera fugaz, ustedes aguardan en
el restaurante que no pienso faltar a lo que prometí.
—No
pongas cuidado y apresúrate —dijo Pass y mirándola con gratitud,
los dos se alejaron. Suspiró— De que vendrá, vendrá.
—Pero
de que se tarda, se tarda —concluyó Sam pensando y sabiendo lo
mismo que Pass.
—
¿Qué hacemos en este rato? Quizás
sea mejor si le hacemos caso y nos dirigimos al restaurante de una
vez.
—
¿Tú crees? Hace mucho que no viene
para acá. ¿Por qué no vas a pasear por allí o por qué no vas a
ver a alguien como Logan?
—No
se me viene nadie a la mente. Creo que me acostumbré a ser una total
hogareña.
—Yo
sí sé a quién debes ir a ver, a los Olsen. Dan tiene muchas ganas
de saber de ti.
—
¿De verdad? Ahora que lo pienso es
una gran idea.
—Vamos.
6
Así,
ambas se encaminaron a la pequeña oficina del sheriff, sabiendo de
antemano que allí estaría tanto Dan como su padre. Arribaron y
dejando los caballos frente al lugar, se adentraron encontrándose
con Ken Olsen, quien por muchos años fue sheriff del lugar, padre de
Dan y que se mantenía sentado tras un pequeño escritorio.
—Buenos
días, señor Olsen —saludaran los dos con una pequeña reverencia.
—Muchachas,
¿qué las trae por aquí? ¿Algún problema?
—Todo
bien, es sólo que Pass viene a ver a Dan —informó rápidamente la
pelirroja.
—
¡Sam, eso no es verdad! Queremos
estar al tanto de la familia —corrigió Pass sintiéndose de pronto
nerviosa por el atrevimiento de Sam.
—Gracias
por preocuparse. ¡Hijo, ven un momento!
De
una pequeña habitación que estaba del lado derecho del escritorio,
salió Dan.
—Pass
—dijo sorprendido al ver a la joven, aunque muy feliz.
—Nos
vemos.
Samara
salió de la oficina como alma que se lleva el diablo sin darle una
explicación a su hermana, dejándola por demás confundida ante su
actuar.
—Sam,
¿por qué…?
—Oh,
miren qué hora es —Ken interrumpió a Pass observando el reloj que
colgaba de la pared a su derecha—. Quedé con George y no quiero
llegar tarde. Te encargo la oficina, hijo. Nos vemos, Pass.
Y
de igual manera que Sam, Ken salió de la oficina con prisa,
abandonando a los jóvenes en un mar de desconcierto, en una
ignorancia total, más nerviosos que nada y completamente rojos.
Ninguno de los dos abrió la boca en los segundos siguientes, no
atreviéndose a mirar al otro. Pass se sentía aturdida cada vez que
estaba a solas con Dan y él se mostraba inseguro al lado de ella.
—Así
que, ¿cómo está tu madre y Selena? —Rompió el hielo por fin
Pass.
—Las
dos están bien, aunque la actitud de Selena me preocupa. Ha estado
actuando con rebeldía y eso provoca que mamá se mortifique en
demasía.
—
¿Con rebeldía? ¿En qué sentido?
—Intenta
estar más tiempo fuera de casa y a veces se escabulle para ir a no
sé dónde.
—Tal
vez está enamorada y quiere verse con su novio —Pass soltó una
risita ante esa posibilidad.
—Lo
he pensado y definitivamente sería el peor escenario.
—
¡Qué cruel!
—Es
mi hermanita y no quiero una mala vida para ella…
Algo
bueno de ellos era que por muy introvertidos que parecieran al
inicio, sólo hacía falta que surgiera la conversación para que las
cosas funcionaran bien.
Sam
cabalgaba por las calles medio transitadas manteniendo una pequeña
sonrisa en su rostro, pensando que era increíble que ni Pass ni Dan
se dieran cuenta de los sentimientos recíprocos que había entre
ambos. No cabía duda de que el amor era ciego. Llegó a la pequeña
pero bien decorada plaza que estaba justo en el centro del
pueblecillo. Se acercó a donde podía observarse a una considerable
cantidad de personas reunidas en un punto, rodeando algo o alguien.
Cuando estuvo a una considerable distancia pudo distinguir con
claridad que se trataban de Matt y su amigo Fred, quienes entretenían
a los espectadores con una corta actuación de marionetas, siendo los
protagonistas una princesa de un reino lejano, un valiente guerrero
que iba en su recate y un gran, feroz y malo dragón que mantenía
capturada a la princesita.
Más
que prestarle atención a la historia, Sam se enfocó en el joven de
mirada verde que, si bien no se había percatado de ella ni la había
mirado, despertaba en su ser una sensación de bienestar con tan sólo
poder verlo. Una alegría que creció dentro de su pecho todavía más
al descubrir lo bien que se la pasaba Matt controlando esas
marionetas que con esfuerzo fabricaba con sus propias manos. Podía
verse a leguas ese hecho en sus ojos que brillaban de una manera
especial, más vivazmente que de costumbre, como si se tratara de la
vegetación del campo que había sido víctima del rocío matutino y
que al salir el sol le daba ese toque resplandeciente y único con
sus rayos. Sam no podía estar más segura de que Matt amaba su
trabajo. Lo disfrutaba sobremanera y eso la hacía feliz a pesar de
que en realidad no fuera una razón aparentemente coherente.
Sin
siquiera percatarse, la obra concluyó y lo que terminó sacándola
de sus cavilaciones fueron los aplausos de la gente que rodeaba a los
marionetistas y los vítores de los pequeñuelos, quienes encantados,
saltaban de gozo en tanto pedían otro espectáculo.
Desafortunadamente, era el último espectáculo del día y se los
hizo saber Fred; no obstante, la promesa de que la mañana siguiente
habría otro acto, llenó de esperanzas a los niños, por lo que
aceptaron gustosos las manos de sus padres para alejarse de allí
deseando que ese día transcurriera velozmente para volver a ver una
obra de esa clase. Al mismo tiempo que todos se dispersaban para
continuar con sus actividades correspondientes, Fred alzaba el
pequeño recipiente de madera que había dejado en el suelo para que
los que quisieran pudiera dejar unas moneditas. Después de todo era
su trabajo y de eso vivían.
—Esto
es bueno, Matt —dijo contento—. Si seguimos así podremos
mantener nuestra estadía aquí sin necesidad de agotar nuestros
ahorros.
Matt
observó su entorno con curiosidad, no haciéndole mucho caso a su
compañero hasta que a unos metros de él pudo reconocer a Samara
sobre su caballo. Una amplia sonrisa adornó sus labios y sus ojos
brillaron de una forma diferente a cuando solía trabajar. Caminó
hacia ella con paso calmado.
—Con
esto compraremos suficientes alimentos para unos días. Hay que ir
ahora para desayunar algo que me estoy muriendo de hambre. Algo
interesante… —Fred se volvió a donde se suponía debía estar
Matt escuchándolo, encontrándose frente a frente con nadie—… Es
que estoy hablando solo.
Fred
entrecerró sus orbes negros y buscó a su amigo, descubriendo que se
aproximaba a la dama que desde hacía dos días no paraba de ser
nombrada en el cuartito que había rentado para los dos. Fred se tomó
la frente con su mano derecha e hizo presión en ésta con sus dedos
y cerrando los ojos, suspiró.
—Ese
chico es un dolor de cabeza. Y de los agudos.
—Sam
—la nombró Matt al estar escasos pasos de ella.
Sam
bajó de Wild
sintiéndose confundida de su actuar. Había visto a Matt acercársele
y tratándose ella una persona de naturaleza tímida, debió correr
en dirección contraria para no tener que hacerle frente; pero no lo
hizo porque otra cosa se apoderó de su voluntad y la obligó a
quedarse en ese lugar: El deseo de hablar una vez más con él, de
estar a su lado.
—
¡Qué lindo caballo! ¿Puedo
acariciarlo?
Sam
asintió y Matt tomó la cabeza de Wild
entre sus manos y comenzó a palparla con suavidad y cariño,
apapachándolo, en tanto halagaba la hermosura del corcel y de paso
la de la dueña.
—Vi
la obra de las marionetas —mencionó Sam ruborizada ante los
comentarios de Matt para con ella.
—
¿De verdad? —La ilusión se hizo
presente en el rostro de él—. ¿Te gustó?
—Mucho,
eres muy bueno.
—Ni
hablar, me falta mucha práctica, pero me alegra que te gustara —Matt
dejó de tocar el caballo y sujetó las manos de Sam con las suyas—.
Sam, tienes que venir a vernos. Prepararé una obra especialmente
para ti.
—
¿Tú las planeas?
—Entre
Fred y yo, pero si le digo que me ayude a hacer una para ti, sé que
aceptará. También estoy pensando hacer una marioneta de ti.
Sam
abrió los ojos y la boca, sorprendida. Era un detalle muy lindo y a
los que no estaba acostumbrada, por lo que avergonzada, bajó su
rostro para no tener que mirar a quien deseaba darle ese regalo,
aunque más bien era que no quería verlo porque si lo hacía
volvería a perderse en sus ojos. Sin embargo, Matt, como había
hecho el día anterior, tomó el mentón de la joven y lo levantó
para que lo mirara. Le gustaba apreciar cada rasgo de ella; le
parecía preciosa.
—Me
gustan tus pecas —confesó pasando su pulgar en el pómulo de ella.
—Y
a mí me gusta que me tomes en cuenta, Matt.
Los
dos jóvenes se volvieron a ver a Fred, quien se mantenía a un lado
de ellos con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Ninguno de los
dos se había percatado de su presencia, por lo que al verlo se
separaron velozmente, abochornados. Fred suspiró.
—Por
lo menos haz las presentaciones adecuadas, ¿quieres? —le dijo a su
amigo.
—Claro.
Fred, ella es Sam y Sam, él es Fred.
—Samara
Glover, a sus servicios.
—Frederick
Valley, los mismo digo. Me da gusto conocer formalmente a la damita
que le robó el corazón a mi mejor amigo.
—
¡Fred!
—
¿Qué? Dime que es mentira. En fin,
detesto ser yo quien tenga que jugar el papel del malvado villano que
intenta destruir la felicidad de esta maravillosa parejita de
tórtolos, pero Matt, tenemos muchas cosas que hacer para hoy, así
que despídete de la damita, que por cierto, un placer conocerte. Con
permiso.
Sam
asintió y vio como Fred se alejaba para darles la oportunidad de
despedirse.
—No
sé qué le pasa; tiende a ser más carismático.
—Hay
que entenderlo, estoy retrasando a su compañero y por extensión, lo
retraso a él.
—Bueno,
Sam, fue un completo deleite verte de nuevo, mas no voy a ocultarte
que me siento insatisfecho de este corto encuentro. Fred y yo
estaremos trabajando esta tarde en el bosque, cerca del sendero donde
está el río y si pudieras ir, me harías muy feliz.
Sam
abrió la boca con la intención de decir algo, pero no encontró las
palabras. A decir verdad, no sabía ni qué decirle ya que no podía
prometerle que allí estaría. Al ver su indecisión, Matt le sonrió
tranquilizador.
—No
te preocupes, si no puedes lo entenderé y si sí, nos vemos.
Matt
se inclinó y le dio un fugaz beso en la mejilla alejándose de ella
rápidamente, dejándola más sonrojada, turbada y con mil
sensaciones desconocidas que revolotearon en su interior, aunque no
por ello desagradables; todo lo contrario. Una felicidad que no la
había invadido desde hacía mucho tiempo se apoderó de ella y
tocándose la mejilla que recibió los cálidos labios de Matt en
tanto su rostro mostraba una amplia sonrisa, montó en Wild
y se encaminó al restaurante donde se encontraría con sus hermanos.
Pass ya se encontraba allí y ya había reservado una mesa para los
tres.
—Sabía
que llegarías antes que Logan, pero pensé que ya te encontrarías
aquí, ¿dónde estabas?
—Di
una vuelta y me quedé en la plaza un rato.
Pass
la miró detenidamente no queriendo desconfiar de las palabras de
Sam, pero tampoco estando muy segura de que fuera la verdad la que le
exponía y tenía sus razones para pensárselo bien; por ejemplo, el
hecho de que Sam se mostrara distante, en un mundo que no era ese y
que una sonrisa soñadora se mantuviera presente en sus labios. Podía
preguntarle qué pasaba, mas el lugar no era el apropiado por lo que
se armó de paciencia y decidió que ya se enteraría de todo.
Después fue Sam quien inició una conversación al preguntarle cómo
le había ido con los Olsen y se mantuvieron hablando entre ese y
otros temas todo el tiempo que Logan tardó en llegar.
—Perdón
por hacerlas esperar —fue lo primero que dijo en cuanto tomó
asiento a un lado de Sam para quedar frente a Pass—. Los chicos me
entretuvieron más de lo que imaginé, pero me alegró verlos a
todos.
Las
chicas asintieron sabiendo que todos los pueblerinos eran cariñosos
y agradables, por lo que era muy fácil llegar a quererlos como ellos
lo hacían. Fue de esta manera que los hermanos Glover se dispusieron
a pasar un rato de convivencia placentera al mismo que tiempo gozaban
de un exquisito manjar.
En
tanto, en un cuarto considerablemente grande donde cabían
perfectamente un par de camas, un cuartito a parte que era el baño,
una pequeña mesa con dos sillas, una estufa y una pequeña barra que
contenía el fregador, Fred se mantenía sentando en el suelo,
recargado en una de las cuatro paredes que quedaba frente a las
camas, mientras trabajaba con un pedazo de madera intentando darle
forma mediante una navaja. Matt se hallaba frente a él sentado en la
cama que le fue designada al llegar al pueblo y a pesar de que
también tenía un trozo de madera y una navaja en sus manos, no
mostraba el mismo espíritu trabajador que su amigo, mucho menos su
comportamiento silente.
—Es
en serio, Fred. Sam es la chica más linda que he visto en mi vida;
es definitivamente como el otoño, no sólo por esa sedosa y
brillante cabellera rojiza, sino que su actitud es muy fresca en el
sentido de lo pura que es, lo juvenil y lo agradable. Por eso la
confundí con la ninfa o el hada del bosque otoñal, aunque me gusta
más el término princesa, ¿tú qué piensas?
Matt
miró al hombre que seguía clavando sus ojos en el trabajo que
realizaba sin prestarle atención a él. Frunció el ceño y la boca
en desacuerdo.
—
¡Fred! —lo nombró alzando un poco
la voz, lo suficiente para que lo mirara—. ¿Estás escuchando algo
de lo que digo? Me conformo con una palabra.
—Sinceramente
no.
—
¿Qué clase de amigo eres? Deberías
estar feliz por mí.
—Y
lo estoy…creo.
—
¿Creo? Qué ánimos me das. Oh, ya
entiendo, estás celoso porque ya no eres el único en quien pienso.
—En
tus sueños.
—
¿Entonces qué pasa? Has estado
actuando extraño. ¿No sientes lo mismo que yo?
—Tengo
treinta, ¿por qué iba a tener esos sentimientos inestables de
adolescentes?
—Los
míos no son inestables, voy en serio con Sam. Sé que entiendes de
lo que hablo, una vez fuiste joven o por lo menos eso es lo que dicen
los rumores.
—Muy
simpático. Te aclaro que aún gozo de muy buena juventud.
—
¿Lo ves? En alguna ocasión debiste
sentir esto que en mi pecho crece cada día que pasa. Esa extraña
sensación que hay dentro de ti cada vez que esa persona especial
sonríe, diciéndote que todo parece estar bien y cuando te mira con
esos ojos radiantes te sientes la persona más dichosa del mundo y
crees que no necesitas nada más que una de esas miradas para
continuar vivo, te sientes con las fuerzas suficientes para afrontar
cualquier obstáculo en tu camino por muy difícil que sea.
Fred
volvió a observar el trozo de madera que tenía en su mano
izquierda, el cual adquiría la forma de un pequeño torso. Claro que
sabía de ese tipo de sentimientos, pues lo había experimentado; lo
que era más, todos ellos aún ardían fervientemente en su interior.
Pero eso era algo que no podía decírselo a Matt y mucho menos podía
decirle que la persona que provocaba en él todo aquello era Leilany,
su madre. No era tan malo como parecía. Leilany había tenido a Matt
muy joven y tan sólo era cuatro años mayor que él, aunque no la
conoció hasta que Matt tenía dos. Ella y Matt eran de una ciudad
diferente a la suya y cuando llegaron a la localidad, su familia les
había dado albergue ya que se encontraban en pésimas condiciones,
sobre todo Matt que estuvo al borde de la muerte por una fuerte
infección pulmonar; afortunadamente fue atendido a tiempo.
Al
principio, Fred los consideraba unos completos desconocidos que no
tenían por qué estar en su casa. Evitaba lo más posible mantener
cualquier tipo de contacto con ellos, sobre todo con Matt, ya que a
él lo desesperaban los niños. No obstante, el tiempo pasó y poco a
poco fue relacionándose con Leilany hasta que el amor por ella
nació, fue entonces que comenzó a tratar más a Matt. ¿Cómo iba a
imaginarse que al final también terminaría amándolo a él? Para
desdicha suya, Leilany se casó con un hombre que si bien la amaba
profundamente a ella y a su hijo, era bastante mayor que ella; bien
podría tratarse de su padre. Lo peor había sido que él no se había
convertido en un hombre hecho y derecho como para declarársele.
Padecía un amor prohibido y secreto que lo hería constantemente y
lo carcomía por dentro; pero no podía hacer más que continuar con
ese cariño fraternal que hubo entre ambas familia, guardar ese lazo
de hermandad que los unía a él y a Matt.
Fred
se había quedado tan ensimismado en sus pensamientos que por mucho
que Matt lo llamara e intentara formar parte de su atención, no lo
consiguió. Bajó los hombros y lo miró con preocupación para
después barrer el cuarto con sus ojos y encontrando otra cosa qué
hacer, comenzó a recoger todas las fibritas de madera que Fred le
había quitado al pedazo en el que trabajaba y, como una travesura,
se los colocó a su amigo sobre la cabeza aprovechando que no estaba
del todo consciente. Lanzó una carcajada divertida al verlo con
semejantes adornos, mas las risas se convirtieron en gemidos de dolor
cuando Fred lo tomó velozmente por las mejillas y se las estiró.
—Sigo
preguntándome cuándo vas a madurar —le dijo halándole más las
mejillas.
Matt,
con lágrimas a punto de derramarse porque en esa área era bastante
delicado, cerró los ojos e intentó sonreír a plenitud en tanto le
mostraba el signo de “amor y paz” levantando sus dedos índice y
medio.
—La
esperanza muere al último —soltó con dificultad aunque con voz
risueña.
7
La
tarde había caído por completo en todo el pueblo y Sam se
encontraba encerrada en su habitación, aunque parecía león
enjaulado porque iba y venía de un lado a otro, desesperada y
preocupada al no saber qué hacer. Ya habían comido y sus hermanos
estaban en la sala conversando amenamente. Ella podría estar allí
también, pero les había dicho que se sentía mal por lo que iría a
recostarse. Había mentido, sí, y por eso su conciencia la
mortificaba, mas tuvo que hacerlo porque no podía decirles que iría
al bosque a encontrarse con un extraño que la traía loquita. Pass
podría comprenderlo, pero Logan era muy celoso; así que decidió
que se escabulliría sin que se enteraran. Una gran ventaja era que
cada vez que su tío salía a atender sus “negocios” no llegaba
hasta bien entrada la noche.
Aun
así, sentíase extremadamente nerviosa. Jamás había actuado de esa
manera, era como estarse revelando y eso la hacía sentir mal; pero
no podía o más bien no quería desaprovechar la oportunidad de
volver a ver a Matt porque anhelaba estar a su lado. El encuentro de
esa mañana le había parecido exactamente igual que a él:
insuficiente, y quería saciarse de su compañía, por lo que estaba
resuelta. Se acercó a la única ventana de su habitación y que
dejaba ver el majestuoso bosque, la abrió logrando salir de la casa.
No llevaría a Wild
en esa ocasión porque estaba en el establo y si lo sacaba, sus
hermanos podrían enterarse de su escape. No le quedaba de otra que
dirigirse al lugar citado a pie. Lo bueno era que al conocer a la
perfección el bosque, sabía cantidad incontable de atajos y rutas
para llegar rápidamente a su destino; lo malo era que no sabía si
Matt seguía allí o ya se había, pero estaba dispuesta a
averiguarlo y correr el riesgo siendo su fuerza y valor la esperanza
de encontrarlo.
Frederick
trabajaba ardorosamente partiendo con un hacha el grueso tronco del
árbol que él y Matt habían talado minutos atrás, en tanto sentía
que el sol vespertino le daba de lleno en toda su parte posterior,
quemándolo sin piedad alguna. Se irguió con dificultad al sentir
unas punzadas de dolor en la espalda baja y tocándose con la mano
libre la parte afectada, hizo un mohín de dolor; después, con la
misma mano sacó un pañuelito que estaba en la bolsa de su pantalón
para secarse el sudor que le bajaba por el rostro colorado ante el
esfuerzo, para finalmente posar su visión en Matt, quien se mantenía
sentado cómodamente bajo la sombra de uno de los tantos árboles del
bosque, teniendo la hachuela con la que trabajaba a su lado.
—Muévete,
muchacho. El capricho es tuyo y yo estoy haciendo todo el trabajo.
—No
es verdad y sólo descanso un poco que la tala requirió más
esfuerzo del que pensé. Deberías hacer lo mismo que te vas a
enfermar.
—Por
favor, deberías tener más energía que yo al ser más joven.
—No
estoy acostumbrado a labores de esta clase y tú tampoco. Hazme caso
y descansa. Pareciera que te urge acabar con todo.
Fred no contestó y levantó la vista
al cielo. Por supuesto que le urgía. Él no estaba hecho para esa
clase de vida de pueblerinos y extrañaba en demasía su ciudad, su
casa y su trabajo, que aunque tuviera que ver en su mayoría con la
entretención de niños, lo prefería mil veces a lo que hacía
ahora. Negó con la cabeza sintiéndose de pronto confundido. ¿Por
qué había aceptado acompañar a Matt a ese lugar sabiendo que no le
ocasionaría más que problemas? Un rostro familiar portador de un
par de ojos verdes en un tono más deslavado que los del amigo
asaltó su mente dándole la respuesta. Claro, era por ella; porque a
Leilany no podía negarle nada y por desgracia a su retoño tampoco.
Suspiró inconscientemente.
—Bueno
—la voz de Matt penetró sus pensamientos—, es hora de seguir con
lo nuestro.
Se
levantó ya teniendo la filosa hoja en su poder y dio unos pasos
hacia Fred.
—
¡Matt!
Escucharon
una voz femenina que a los oídos del menor fue la voz más delicada
y dulce, por lo que al reconocerla, comenzó a buscarla con
desesperación hasta que su princesa adorada salió de entre los
árboles.
—
¡Sam! —gritó contento de verla y
arrojando la herramienta al suelo, corrió hacia ella.
Fred
tan sólo pasó si incrédula mirada de ellos, al hacha caída sobre
las hojas secas y así sucesivamente. Soltó una pequeña exclamación
de frustración arrojando también su hacha al suelo para después
cruzar los brazos manteniendo el ceño fruncido; finalmente fue a
sentarse bajo el mismo árbol en el que había estado echado Matt.
—
¡Sam! —Matt llegó a ella y
tomándola desprevenida, levantó sus brazos y la estrujó con fuerza
moderada y a la vez con ternura, indicando lo frágil que la sentía
aunque demostrando que no deseaba soltarla—. Estoy feliz de que
pudieras venir —le susurró al oída y ella sintió un
estremecimiento que la recorrió de cuerpo entero y que no pudo
disimular.
De
alguna manera fascinado por la reacción de ella, Matt la despegó un
poco de sí y la miró con curiosidad, logrando que ella volviera a
desviar su rostro a un lado, totalmente sonrojada. No obstante, en
lugar de obligarla a que siguiera clavando sus ojos en él, Matt
movió su rostro en dirección a donde ella miraba, iniciando una
breve competencia entre ambos en la que ella se esforzaba por no
verlo y él buscaba su atención, resultando vencedor cuando Sam no
pudo resistirse más y de nuevo quedó atrapada en los ojos de él.
Desde
su lugar y de soslayo para no incomodarlos, Fred veía todo en
silencio pensando con un poco de desaliento que regresar a la ciudad
iba a ser difícil y no pudo evitar imaginarse que para lograrlo
tendría que arrastrar al joven. Notó que los dos se acercaban a
donde estaba.
—Buenas
tardes —lo saludó Sam con cordialidad.
—
¿Qué hay, damita? Me sorprende
verte, aunque veo que para Matt no es sorpresa que estés aquí.
El
nombrado se encogió de hombros al reconocer reproche en la voz del
mayor y es que, por la emoción del momento, se le había olvidado
por completo mencionarle que había invitado a Sam esa mañana. No
era para menos que Fred estuviera resentido. Nunca le había ocultado
una sola de sus acciones hasta ese día. De hecho, era un poco más
común que le ocultara cosas a su padre que a él.
—Lo
siento mucho, Fred. No me acordé de decirte que le conté a Sam que
estaríamos trabajando por aquí y…
—Ya
déjalo, no necesitas explicarme nada. Cuando se está enamorado no
se tiene nada en la cabeza que no sea la otra persona.
Matt
volvió a sonreír con nerviosismo en tanto Sam bajaba el rostro,
avergonzada; luego miró el árbol talado que estaba a un lado de
ella y se acercó a éste.
—Por
cierto, he querido preguntarles qué hacen aquí. Son de la ciudad,
¿no? ¿Por qué vinieron hasta aquí? ¿Negocios?
—No,
fue por mí —tomó la palabra Matt—. Por cumplir un deseo mío,
bueno, Fred dice que es un capricho.
—Sí
que lo es.
—No
es verdad, es uno de los tantos procesos por los que tendré que
pasar para hacer mi sueño realidad de convertirme en el mejor
marionetista de la ciudad. Todos los marionetistas de los que sé
algo han fabricado sus obras desde cero. Talando el árbol que desean
y sacando los trozos de madera que desean para formar los muñecos.
Incluso ellos mismos sacan el barniz para protegerlos, la ropa y creo
que incluso algunos colores para los rasgos de la cara. Por supuesto
que yo también haré todo eso para igualarlos, pero iniciaré
primero con recolectar la madera desde cero.
—
¿Y para eso tenían que venir hasta
acá? ¿En la ciudad no hay árboles?
—La
mayoría de ellos están en zonas protegidas como parques y demás,
por lo que no nos dejarían cortarlos, aunque tenía ganas de venir a
un lugar como este, por lo que el estar aquí sí podría
considerarse un capricho. De cualquier modo, necesitaba
específicamente un pino.
—
¿Por qué?
—Me
gusta el pino. Es mi árbol favorito.
Sam
lo miró por demás confundida y él se la devolvió sonriente.
—
¿Es raro? ¿Tú no tienes un árbol
que te guste más que otros?
Negó
con la cabeza. Ella amaba al bosque por igual, con cada una de las
especies de flora que lo habitaban, sin preferir alguna es específico
ya que no veía la necesidad. ¿Era demasiado simple?
—Pues
a mí me encanta el pino —dejó de mirarla y se enfocó en el
entorno.
—
¿Por qué? —inquirió nuevamente
pensando que no había hecho otra cosa que soltar interrogantes desde
que estaba allí, mas quería conocer la respuesta de él.
—Porque
es verde y el verde representa vida. Me recuerda al verano, que por
cierto es la estación del año que más me gusta.
—No
estoy segura de entender. Todos los árboles son verdes, ¿no?
—Mira
a tu alrededor, Sam. Dentro de unas semanas el invierno caerá sobre
este bosque cubriéndolo de un ambiente frío y seco, así que el
panorama se verá muerto todo ese tiempo; sin embargo, los pinos del
área se mantendrán verdes a pesar de que el más crudo y gélido
clima se avecine, seguirán vivos. Por eso me gustan, por la
fortaleza que muestran, por lo especial que son, y me enseñan que
debemos esforzarnos por ser igual. Las adversidades pueden apoderarse
de nuestras vidas cuando menos lo esperemos y nuestro espíritu
luchador y vivaz puede verse afectado, pero hay que imitar al pino y
seguir firmes, verdes, vivos. ¿Por qué marchitarnos o secarnos ante
las calamidades? No lo vale o por lo menos es lo que yo creo, ¿tú
qué opinas?
Hasta
ese momento él volvió a dirigir su visión a ella, manteniendo un
brillo esplendido en sus orbes, contagiándola y consiguiendo que una
sonrisa se formara en sus labios. Asintió estando de acuerdo con él.
—Es
una buena reflexión, la tendré en cuenta.
—Me
alegra saberlo. ¿Oíste eso, Fred? —Matt miró a donde estaba su
amigo y descubrió con sorpresa que el hombre mantenía los ojos
cerrados y descansaba plácidamente apoyado en el árbol— Se
durmió.
Aunque
las ganas de reír lo asaltaron ante la situación, se contuvo para
no despertarlo pues sabía que Fred debía estar cansado, así que
prefirió continuar su conversación con Sam, quien se mostró
bastante interesada en su profesión como marionetista al comenzar a
hacer varias preguntas con respecto al tema. Se la pasaron de esa
manera tan confortante hasta que el sol estuvo a punto de iniciar su
rutina de ocultarse del otro lado del horizonte para alumbrar la otra
mitad del globo terráqueo, dándole al bosque tonalidades naranjas,
rojizas y violetas, combinándolo más maravillosamente con la época
que reinaba en aquel momento.
—¿Y
cuánto tardas en hacer una marioneta? —Los dos estaban sentados
sobre el pino derribado.
—Si
trabajo duro y no me distraigo, la tengo terminada en una semana.
—Es
mucho tiempo.
—Por
los detalles y porque me gusta hacer bien las cosas, aunque como te
lo dije, Fred me ayuda bastante porque no soy muy diestro todavía.
Es por eso que tengo que ponerme a trabajar ya en tu marioneta y
tener lista tu obra la próxima semana.
—Entonces
será mejor que te deje para que continúes —se puso de pie.
—¿Tan
rápido? —la imitó.
—Es
tarde y debo regresar a casa.
—¿Te
regañan?
—Mi
tío puede ser un poco estricto en algunas ocasiones.
—Ya
veo. No te entretengo, pero promete que irás a vernos.
—N-no
puedo hacerlo. Mi vida es ocupada —¡Cómo le dolía decir eso!
Ella anhelaba verlo otra vez.
—Entiendo,
pero no puedes perderte tu obra, está hecha por ti y para ti. La
musa no puede faltar a su obra, ¿verdad? —Ella volvió su rostro a
un lado y él lo tomó con suavidad entre sus manos para que lo
mirara—. No puede faltar, ¿verdad?
La
súplica en la mirada de él la desarmó. Debía agradecerle ese
detalle que mostraba para con ella no faltando a la cita, no
importaba si para eso tenía que volver a escapar. Asintió al tiempo
que respondía;
—Sí,
iré.
Matt
sonrió y la abrazó con ternura depositándole un dulce beso en la
frente.
—Nos
vemos después.
Matt
la liberó de su agarre y ella pudo regresar a casa, perdiéndose
entre la espesura del bosque, dejándolo con un vacío interior que
nunca antes había experimentado, logrando que las ganas de terminar
la marioneta lo más pronto posible para verla, aumentaran. Se acercó
a su amigo, quien continuaba aparentemente ajeno a todo. Lo llamó
con suavidad sin reales intenciones de despertarlo y el no obtener
respuesta de su parte, lo instó a buscar algo que hacer. Encontró
una oruga en una planta cerca del árbol y tomándola, se acuclilló
a un lado de Fred para ponérsela en el rostro.
—Si
te atreves, haré que te la comas —advirtió el hombre de
improvisto con voz ronca y sin abrir los ojos ocasionando en Matt un
sobresalto que lo hizo perder el equilibrio, por lo que quedó
sentado en el suelo.
—Creí
que estabas dormido —dejó la oruga en el suelo.
—No
soy tan irresponsable como tú —se levantó, sacudiendo sus ropas.
—¿Escuchaste
todo? —también se irguió.
—Efectivamente,
mi pequeño poeta.
—Bien,
eso quiere decir que no tendré que darte explicaciones y podremos
regresar al trabajo sin perder tiempo.
Matt
tomó el hacha que había quedado en el olvido todo ese tiempo,
dispuesto a continuar en lo que se había quedado.
—Espera
un segundo. No pensarás acabar de cortar eso hoy, ¿o sí? Matt,
está a punto de anochecer y ten por seguro que a oscuras y en este
bosque, sí nos perdemos.
—Pero...
—Nada.
Mañana venimos después de la obra y el almuerzo, y no acepto
quejas. En todo caso es tu culpa por no concentrarte lo necesario.
Anda, vámonos ya.
Matt
suspiró rendido y cuando ambos tuvieron en su poder las herramientas
que habían utilizado, dejaron el lugar antes del anochecer total.
8
Sam
casi llegaba a casa. A pesar de que estaba extremadamente feliz, la
ansiedad y la preocupación por regresar a su habitación estaba muy
presente en su mente. El tiempo se detenía para ella cada vez que
estaba con Matt y eso era muy peligroso teniendo a su tío cerca. En
realidad, era por ello que apresuraba el paso, porque quería estar
nuevamente en la seguridad de su casa antes de que John llegara y
descubriera que se escapó; si no, lo pagaría muy caro y no
importaría mucho el que Logan estuviera allí.
Al
visualizar la pequeña construcción, se acercó con cuidado porque
no sabía si alguien que pudiera delatarla anduviera por los
alrededores, luego se dirigió a la ventana de su habitación, que
seguía lo suficientemente abierta como para entrar y lo que quería
decir que nadie se había dado cuenta de su ausencia. Suspiró de
alivio y permitió que su cuerpo se relajara una vez ingresó a sus
aposentos, viéndose segura. Se dispuso a cerrar la ventana cando la
puerta se abrió de golpe ocasionando que saltara ante el susto y
todo su ser se congeló de terror al ver a John bajo el umbral.
Comenzó a temblar y sudar frío. Él la miró con fijeza poniéndola
nerviosa. ¿Sabría la verdad de su fuga? El aire le faltó ante la
posibilidad de una respuesta afirmativa a esa pregunta.
—Pass
dijo que estabas enferma.
—Me
sentí un poco mal después de la comida, pero ya estoy mejor.
El
hombre entrecerró los ojos. No tenía por qué dudar de Sam. No se
atrevería a mentirle porque sabía las consecuencias, simplemente le
había parecido un poco extraña la actitud de Pass. Al llegar a casa
le había notificado del estado de Sam y cuando quiso ir a
comprobarlo, Pass intentó de alguna manera detenerlo diciéndole que
no debía molestarla entre otras cosas, algo que era muy usual en
ella, por lo que concluyó que algo no estaba bien, mas ahora
descubría que todo estaba en orden o eso parecía.
—Sam
—Logan se acercó a la puerta y se colocó a un lado de su tío—.
¿Te sientes mejor ahora?
—Sí,
gracias.
—Significa
que puedes acompañarnos en la cena, ¿cierto?
—Claro.
El
joven sonrió y volvió a perderse en el pasillo. John frunció el
ceño analizador y desvió su mirada a la ventana abierta. Sam creyó
que sus piernas no podrían con su peso y cuando pensó que no podría
con la situación, el hombre giró noventa grados y se alejó de su
presencia. Sam soltó el aire que inconscientemente había estado
reteniendo y se sentó en la cama mientras se colocaba una mano en el
pecho para intentar apaciguar su acelerado corazón. Por un momento
pensó que todo había acabado. Se obligó a tranquilizarse para ir
con su familia a cenar y se dijo a sí misma que en tanto actuara
como siempre, nadie tenía por qué sospechar de nada. La cena
transcurrió con normalidad y después de ésta se dispusieron a
dormir. Ya en su habitación, Sam escuchó unos toques en la puerta.
El miedo volvió a asaltarla. ¿Y si era su tío? ¿Y si realmente se
había dado cuenta de todo? Nuevamente tembló y la puerta cedió.
—¿Sam?
—Pass se dejó ver y ella soltó un suspiro de alivio.
—Me
asustaste.
—Y
tú me asustaste esta tarde. ¿A dónde fuiste? ¿En qué estabas
pensando? Te escapaste, Sam.
—¿No
me digas que...?
—Sí,
fui a tu habitación para darte una medicina y descubrí que no
estabas. ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba? Nos mentiste a
Logan y a mí y me obligaste a mentirle al tío. Yo también me
asusté cuando el tío iba a comprobar que en verdad estabas enferma,
creí que descubriría que no estabas y pensé muchas cosas horribles
que te haría cuando regresaras, fue una tortura.
Sam
se sintió realmente culpable. No hacía más que causarle problemas
e inquietudes a su hermana y eso no era justo, no se lo merecía.
—¿Y
bien, Sam? ¿Por qué saliste sin permiso? Nunca antes nos ocultamos
nada, ¿por qué empezar?
—No
quiero esconderte nada, pero vas a decepcionarte de mí si te lo
digo.
—¿Por
qué iba a hacerlo? ¿No confías en mí?
—Sí,
pero les mentí metiéndonos en dificultades por algo sin sentido,
sin importancia o al menos no para ti, porque para mí sí es
importante y mucho.
—Deja
el misterio a un lado y cuéntamelo todo, ¿sí?
Sam
asintió y le contó cómo había conocido a Matt, le habló sobre
sus otros encuentros, lo bien que se sentía al lado de él, lo feliz
que era cuando lo veía y la promesa que había hecho de ir a ver la
obra que le prepararía especialmente a ella. La conversación duró
más de lo que pensaron.
—Ya
veo, así que ese chico te gusta mucho —Pass no evitó que una
sonrisa se posara en sus labios—. Bueno, ahora me siento más
tranquila, aunque preferiría que pensaras más las cosas —Sam
asintió—. No te preocupes, yo entiendo el sentimiento y todo lo
que harías por estar al lado de quien te gusta. ¿Recuerdas que
cuando era más pequeña quería estar todo el día al lado de Logan?
Bueno, nadie lo sabe, pero lo hacía para estar cerca de Rob que en
aquel entonces me traía loca. Me gustaba mucho.
—¿En
verdad? —Oír eso sorprendió mucho a Sam.
—Sí
y no importaba si Logan se molestaba conmigo y le era un fastidio, yo
quería permanecer cerca de Rob, sin embargo, tuve que eliminar esos
sentimientos al descubrir que para él no era nada más que una
hermana.
—Y
por eso te fijaste en Dan, ¿cierto?
—Sí...
quiero decir no... Eh... Ya hiciste que dijera una tontería —Sam
rió ante el nerviosismo de su hermana—. En fin, ya me voy.
Descansa.
—Tú
también.
Pass
salió de la recámara para ir a dormir y dejó que Sam hiciera lo
mismo, por lo que la noche transcurrió sin contratiempos, al igual
que el siguiente par de días, en los cuales no hubo ningún encargo
para la menor de los Glover, lo que la preocupó bastante. ¿Qué
pasaba si el día de la obra tampoco había una razón para bajar al
pueblo? Sin un encargo de por medio no tendría por qué ir. Su tío
no se lo permitiría, ni siquiera era necesario preguntárselo,
estaba segura. Por ello, encontrándose en el establo cepillando a
Wild,
Sam se mantenía un poco deprimida y pensaba qué hacer para mantener
su promesa y cumplirla. El galope de un caballo la sacó de sus
cavilaciones y pensó que se trataría de su tío o de Logan, que
estaban trabajando por los alrededores de la granja, mas le pareció
extraño. Era demasiado temprano para eso. Escuchó que los galopes
se acercaban directamente al establo.
—¿Hola?
¿Hay alguien aquí? —escuchó la voz de la persona antes de que
entrara por completo al lugar.
Sam,
hallándose en el fondo de lugar detrás de Wild
y por ende invisible a la persona, abrió los ojos sorprendida al
reconocer la voz. Una voz que no había parado de resonar en su
cabeza una y otra vez, que la instaba a rememorar al dueño con
constancia, haciéndola feliz. Sí, se trataba de Matt, quien
recorrió todo el lugar con la mirada no encontrando forma de vida
que no fueran animales. Suspiró con desilusión. Esperaba que
cualquiera le diera referencias de si esa era la granja Glover o no.
—¿No
hay nadie? —volvió a preguntar aunque más para sí mismo que otra
cosa. Estaba por darse la vuelta cuando Sam se atrevió a salir de su
escondite.
—¡Matt!
—lo llamó presurosa y él la miró primero con sorpresa y luego
sonrió a plenitud.
—Sam.
Matt
intentó desmontar el caballo de una manera ágil y elegante, mas sus
intenciones se vieron distorsionadas de la manera más cruel y
humillante cuando el pie se le atoró en el estribo y tomándolo
desprevenido, el caballo se movió inquieto y terminó en el suelo
junto al sonido de un golpe seco y su propio gemido de dolor.
—¡Matt!
—La pelirroja corrió en su auxilio hincándose a su lado—.
¿Estás bien?
No
podía evitar estar preocupada. La pequeña y ahogada risa de Matt la
mortificó todavía más. ¿Se había golpeado la cabeza? ¿Había
sido tan dura la caída como para que enloqueciera? Él se cubrió el
rostro con el brazo en un intento de ocultar lo ruborizado que estaba
ante la vergüenza, por el dolor que recorría toda su parte
posterior y el querer sofocar la risa.
—Simplemente
no estoy hecho para este estilo de vida. No puedo acostumbrarme a los
caballos —Enarcó la espalda al sentir que algo duro se clavaba en
ella y pasando su mano por debajo de sí, sacó un cepillo especial
que se utilizaba para acicalar los corceles—. Oh, bueno. Por lo
menos esto amortiguó la caída.
—Déjame
ayudarte —Sam quiso alzarlo, pero ante el daño prefirió quedarse
como estaba un poco más—. ¿y qué haces por aquí?
Matt
vio que ella se inclinaba para verlo y sonrió inconscientemente. Eso
le traía recuerdos que si bien eran bastante recientes, a él se le
antojaban lejanos y por ello los atesoraba con fervor.
—Necesito
hablar contigo. Para hacerte una obra debo saber de ti; tus
aficiones, gustos y demás, por eso pedí en el pueblo una guía
exacta de dónde vivías y me aventuré hacia aquí por mi cuenta. Vi
este establo y la casita de al lado y vine a ver si había alguien
que me confirmara que esta era la residencia Glover. Creí que no
había nadie, así que iba a preguntar en la casa y entonces
apareciste. Eso significa que soy bueno siguiendo indicaciones, ¿qué
piensas?
Ella
asintió con una sonrisa, intentando reponerse de la sorpresa de
aquel suceso. ¿Todo eso lo había hecho por ella? ¿En verdad era
capaz de llegar tan lejos? Se sintió más que privilegiada, se
sintió especial, única.
—¿Y
bien? —La voz de él la volvió a la realidad—. ¿Qué me dirás
de ti?
—¿Eh?
Pues... No, no lo sé.
—¿No
lo sabes? —ignorando el dolor, se irguió para quedar sentado igual
que ella—. No me digas eso. Puedes contarme lo que sea, en verdad.
No pienso divulgarlo y no es con mala intención que lo pido.
—No,
no es por eso. Confío en ti, es sólo que no se me ocurre nada que
decir —Y es que su vida se había vuelto complicada, tenía que ser
cuidadosa.
—Es
fácil, sólo háblame de ti. ¿Qué te gusta? ¡Eso es! Háblame de
tus sueños.
—¿Sueños?
—Sí,
todos tenemos sueños, sobre todo los adolescentes.
—El
tuyo es convertirte en el mejor marionetista, ¿cierto?
—Bueno
sí, aunque puede que sea un poco difícil, después de todo es
cierto lo que Fred dice; no tengo madera para ser marionetista. Eso
sí, lo que realmente deseo es llegar a ser lo suficientemente
adecuado como para que el Teatro
Woods me acepte.
—¿Teatro
Woods?
—Sí,
es un teatro móvil que llega a la ciudad una vez al año. Se dedican
a entretener a la gente con varios espectáculos, entre los que están
las obras dramáticas con personas y las obras de marionetas. Yo
quiero formar parte de ellos algún día. Imagínate, sería una
experiencia única. A partir de allí me volvería un nómada
aventurero que haría lo que le gusta. El trabajo perfecto. Ese es mi
sueño, ¿cuál es el tuyo?
Sam
pareció pensarlo bastante. Jamás se había fijado una meta en
concreto. Creía que su vida siempre giraría en torno a su familia y
la granja, y a pesar de que lo disfrutaba no era una mala idea
expandirse en otro tipo de aptitudes.
—Me
encanta bailar. Hasta hace poco estaba inscrita en un instituto de
ballet en la ciudad y lo disfrutaba mucho. Supongo que estaría bien
si continúo con eso.
—Es
fantástico. El Teatro Woods
también muestra
espectáculos de baile y creo que se tratan de ballet. Sam, ¿qué te
parece si hacemos de nuestros sueños uno mismo?
—¿Uno
mismo?
—Exacto.
Personalmente no me molestaría compartir el mío contigo, todo lo
contrario, me encantaría y me impulsaría a esforzarme mucho más.
Tan sólo visualízalo. Ambos crecemos en nuestras habilidades y
llegamos a formar parte del Teatro
Woods, trabajando hombro
con hombro, apoyándonos mutuamente y seguir juntos. Yo quiero
permanecer a tu lado siempre.
—Yo...
Yo también quiero quedarme a tu lado.
—¿Entonces
será nuestra meta? ¿De los dos?
Sam
asintió, permitiendo que la emoción la invadiera. Compartir un
objetivo con Matt le parecía una oportunidad que no podía
desperdiciar. Como la ocasión anterior, continuaron conversando
durante un largo rato y esta vez, a petición del joven, se centraron
en ella por lo que él pudo conocerla un poco más. Le contó acerca
de sus hermanos y como su tío había quedado como encargado de ellos
tras la muerte de sus padres. Ante la mención de sus progenitores,
se tornó triste y melancólica; después de todo apenas se habían
cumplido cinco meses desde la muerte de su padre y tres de la de su
madre. No es como si la profunda herida hubiese sanado ya. Matt se
vio en un aprieto cuando quiso consolarla torpemente, al fin y al
cabo él no sabía con exactitud qué clase de dolor afrontaba Sam.
—No
te preocupes —lo tranquilizó ella con voz trémula—. Estoy bien.
Logan y Pass me han ayudado a superarlo poco a poco. Creo que si no
los tuviera, estaría perdida en un abismo oscuro y sin fondo.
—Ah,
ese sentimiento sí lo conozco. Me pasa exactamente lo mismo con
Fred. Me da siempre buenos consejos y me apoya en todo. No podría
ser yo sin él. Diría que es como un hermano mayor para mí, pero es
más que eso. Incluso el lazo de amistad me parece pobre para
utilizarlo en nuestra situación. En fin, hablando de él, tengo que
regresar ya.
—¿No
sabe que estás aquí?
—Claro
que sí —se puso de pie ayudando a Sam a hacer lo mismo—. Pero
debiste haberlo visto. Se puso como loco cuando le dije que vendría
a buscarte yo solo. Insistió en acompañarme y aunque al final
accedió a dejarme venir, la preocupación salía por cada uno de sus
poros. Estoy casi seguro de que ahora mismo está en el cuarto, yendo
de aquí para allá como león enjaulado, pensando mil y un cosas
malas que pudieron haberme pasado. Eso o ya inició una búsqueda con
muchos de los pueblerinos.
Sam
rio cuando imaginó aquello. Ayudó a Matt a subirse a su montura.
—Bien,
Sam, gracias por dejarme ver un poco de tu vida. En cinco días
exactos es la obra, así que ya sabes.
—Allí
estaré.
9
Matt
sonrió y sujetándose fuertemente de las riendas que usaba al
controlar el caballo, para no caerse cuando sacó la mitad de su
cuerpo inclinándose a un lado, besó la nariz de Sam, tomándola con
la guardia baja, por lo que un intenso rubor subió a sus mejillas y
la sensación de mariposas en su estómago revoloteando como locas
volvió.
—Espera
el próximo con ansias. Adiós.
Y
sin más, Matt salió del establo dejándola no simplemente anonadada
sino confundida también. ¿A qué se refirió con lo último?
¿Esperar ansiosa el próximo qué? Pensando mucho y repitiendo en su
cabeza la última escena, llegó a la conclusión de que se refería
al beso. ¿Por qué habría dicho eso? Pensó más y recordó que en
algunas de las veces anteriores que se había encontrado con él, la
había besado en diferentes zonas. Primero la mano, luego la mejilla,
después la frente y ahora la nariz. ¿Faltaba algo? Un carmín
mucho más profundo se apoderó de su rostro. La boca. Matt le había
dado a entender que su siguiente beso sería en la boca.
Con
el corazón palpitándole mil veces por segundo, regresó a su tarea
de darle mantenimiento a Wild
para volver a casa pronto, pues Pass debía estar preocupada.
Efectivamente, al terminar y regresar a casa descubrió que el lindo
rostro de la castaña se mantenía con el ceño fruncido ante la
inquietud de no saber de su hermana en tanto tiempo. Una vez más, la
culpabilidad recayó en Sam.
—Lo
siento mucho, Pass —se disculpó antes de que le dijera algo.
—¿Qué
pasó? ¿Por qué te llevó tanto tiempo atender tu caballo? Estaba a
punto de ir a buscarte.
—Es
que me distraje.
—¿Volviste
a salir sin permiso?
—No,
Matt vino a verme.
—¿Hasta
acá? —una risa escapó de sus labios—. Vaya, creo que está más
enamorado que tú. ¿Y de qué hablaron?
—De
nuestras promesas. Pass, tienes que ayudarme. No quiero faltar a mi
palabra. Él confía en mí y deseo que siga haciéndolo, pero si lo
decepciono ya no lo hará y podría dejarme de hablar y no quiero
eso, yo... Yo lo quiero mucho, por favor...— su voz se quebró ante
la posibilidad de llorar.
—Oye,
no te precipites en pensar cosas negativas. Idearemos un plan y no
faltarás a esa cita importante. ¿Cuándo es?
—Dentro
de cinco días.
—Tenemos
tiempo. Se nos ocurrirá algo, siempre puedes volver a salir sin que
el tío se entere, pero intentaremos hallar otra solución, así que
no te preocupes, ¿bien?
Era
verdad, debía ser fuerte y pensar, no era momento de desmoronarse,
estaba segura de que junto a Pass conseguirían que bajara al pueblo
sin que su tío se opusiera o las castigara. No obstante, las ideas
no surgieron porque las posibilidades de si quiera comentárselo a
Logan fueron nulas, por lo que ambas decidieron que no había otra
opción más que Sam volviera a escapar, claro que teniendo esta vez
la complicidad y apoyo de Pass. Algo que agradeció enormemente
porque el riesgo de ser decubierta era mayor, no sólo porque Sam
iría a un lugar lleno de gente que la conocía, sino porque si Logan
o John regresaban no verían a Wild
en el estabo y era necesario que se lo llevara si quería arribar a
tiempo a la obra. No obstante, decidieron continuar con los planes
que se habían trazado.
El
día tan esperado llegó y a pesar de que ambas estaban sumamente
nerviosas, no dieron indicios de su estado. Debían actuar de la
manera más natural posible para mostrar que se trataba de una mañana
común y corriente. Sin embargo, esos nervios se convirtieron en
miedo cuando la hora usual en la que el par de hombres se iban a
trabajar llegó y ninguno se dispuso a levantarse, siguiendo con la
conversación que entablaban. Las chicas se miraron vez tras vez,
preocupadas. ¿Por qué no se movían? No pretendían descansar
precisamente ese día, ¿o sí? Sam sintió que si las cosas segían
así, volvería lo poco que había desayunado. Su cuerpo estaba
tensándose a niveles inimaginables. No podía preguntar porque
sonaría sosprechoso, o por lo menos eso pensó sólo ella, pues
escuchó que Pass inquiría:
—¿No
piensan salir hoy?
—¿Por
qué? —John la escrutó con mirada penetrante. ¿Quería que se
fueran? ¿Cuál era la razón?
—Oh,
no —a pesar del temor que la recorrió de cuerpo entero, Pass pudo
controlarse para actuar y hablar con normalidad—. Lo digo porque si
es así, ya se les hizo un poco tarde y me sorprendió, pero si no,
es bueno. Trabajan demasiado, es necesario descansar. Pensé que si
van a descansar, puedo hacerles una tarta y aprovechar que estamos
todos juntos.
—Tienes
razón, se lo digo al tío muchas veces y pensamos descansar
—concordó Logan y por un momento las esperanzas de ellas se
derrumbaron. El joven se puso de pie y tomó su tejana de la silla—.
Mas no lo haremos hoy. Debemos ir a las porquerizas porque los
clientes vienen a llevarse algunos cerdos, pero la cita es un poco
más tarde que de costumbre, así que queríamos esperar un poco más.
Otro día celebramos con esa tarta.
—Así
que es eso —dijo ahora Sam siguiéndoles la corriente—. Me
entusiasmé con la pequeña celebración. Se pasó el tiempo volando.
Apuesto que los cerditos ya están todos muy grandes desde la última
vez que fui a verlos.
—Vámonos
de una vez, Logan. Quiero que vayamos a ver el manantial. Estaban
haciendo unos ajustes en los alrededores porque no había suficiente
agua para los riegos.
—Bien,
tío.
Los
dos finalmente salieron de la casa logrando que un gran peso se
esfumara de los hombros de ellas. Sam esperó unos minutos para
asegurarse de que los hombres ya se hallaban lejos y después salió
hacia el establo para montar en Wild
e ir hacia el poblado , prometiéndole a Pass que regresaría lo más
rápido posible y que le contaría los detalles de la obra.
Fred
intentó calmar a una impaciente multitud compuesta tanto por adultos
como por niños, quienes comenzaban a ponerse exigentes, mas no era
para menos. La hora a la que daban inicio con el espectáculo ya
había pasado por varios minutos, más de quince para ser exactos.
Miró a Matt, que buscaba en la lejanía por quien se retrasaban, en
tanto sostenía en sus manos una marioneta pleirroja, que usaba un
lindo vestido naranja y cuyo rostro pintado con finura y delicadeza
mostraba facciones alegres de una jovencita que él conocía.
—Siguen
esperando, Matt.
—Un
momento. Ella vendrá, lo sé —apretó un poco la figurita.
Fred
suspiró y enfocó su atención en tranquilizar a la gente una vez
más, aun así, era obvio que muchos de ellos no tenían tiempo que
perder, por lo que, entre más minutos pasaban, más pequeño se
hacía el grupo.
—Bueno,
no están obligados a esperarnos ni nosotros estamos obligados a
seguir un horario —intentó animar Fred al ver que Matt se deprimía
porque la gente se iba—. Además, es para ella, por lo que tiene
que estar en el estreno. No te preocupes, llegará.
—Sí,
es lo que quiero creer, pero...
—Confía
en la mujer que amas, hombre. No sufras.
—Ah...
—¡Matt!
La
voz que tanto esperaba escuchar llegó a sus oídos y alzando la
vista la buscó por todos lados. La ubicó unos metros lejos de
ellos, pero acercándose de manera veloz cabalgando su corcel,
dándole un aspecto encantador el que el viento moviera sus ropas y
cabello hacia atrás, logrando que Matt grabara en su memoria ese
otro cuadro de ella que al igual que los anteriores, le pareció
bellísimo. Ella llegó junto a los demás con las mejillas rojas por
la frescura del día y con la respiración entrecortada, enfocando
sus orbes en los de Matt. Fred carraspeó y se dirigió al resto de
gente.
—Bien,
daremos inicio. Matt.
—Ya
voy.
Sin
perder un mintuo más, ambos comenzaron a manipular los títeres,
siendo el de Sam el protagonista de aquella historia que trataba de
superación personal para cumplir los sueños pese a los obstáculos
que la vida presentara. Al igual que la musa, la mini Sam de madera
deseaba convertirse en una bailarina profesional y en minutos se
narró el enorme esfuerzo que tuvo que hacer para que alguien le
enseñara el arte de la danza dados los problemas económicos que su
familia afrontaba. También se vio lo mucho que sufrió en las
prácticas porque la profesora era muy estricta con ella y muchos de
sus compañeros le hacían la vida imposible. Cuando se graduó con
dificultades, su siguiente brecha a atravesar sería que no lograba
que nadie la contratara, mas no se dio por vencida hasta que encontró
a un pequeño grupo de personas que se dedicaban a entretener a la
gente. Finalmente, el grupo fua haciéndose más grande y ella
continuó mejorando hasta que se volvieron muy populares ella y sus
amigos. Su sueño se cumplía al fin.
Con
esa culminación tan emotiva, llena de felicidad y de lecciones
valiosas, el acto terminó y los aplausos no se hicieron esperar.
Había sido una historia muy linda y diferente a las que habían
visto anteriormente, pues ésta se enfocaba más a la realidad y la
vida. Las otras solían ser cuentos fantasiosos, especialmente
dirigido a niños. Fue por ello que los adultos y jóvenes
especialmente, gozaron y les encantó esa obra. La cajita de madera
en el suelo fue llenándose de monedas y billetes. Matt se acercó a
Sam.
—¿Qué
te pareció?
Ella
no pudo contener lágimas de emoción. Nunca en su vida se había
sentido tan feliz como en ese momento. En realidad, jamás en su vida
había derramado lágimas de alegría.
—Estuvo
preciosa, muchas gracias —habló con dificultad por el llanto—.
Lo siento, se me hizo tarde y vine tan a la carrera que olvidé traer
algo de dinero conmigo.
Matt
la tomó por los brazos y la atrajo hacia su pecho.
—No
te precupes por eso. Las musas no pagan ni agradecen. Son los
artistas quienes lo hacen, así que gracias por ser mi inspiración,
por permitirme dedicarte esto y por venir a verlo. No sabes lo
contento que estoy y lo reconfortante que es tenerte a mi lado.
Y
durante algunos momentos permanecieron así, abrazados, sin necesidad
de decir nada, simplemente deleitándose de la presencia del otro.
Fred se encargó de que nadie los molestara en tanto despachaba a las
persona y contestaba algunas dudas. Quien rompió el abrazo fue Sam.
—Debo
irme ahora —le informó más calmada, aunque con tristeza.
—¿Ya?
Acabas de llegar.
—Sí,
pero debo regresar ya. Tengo cosas que hacer en casa y...
—En
verdad eres una persona muy ocupada. Bueno, no te detendré. Gracias
otra vez por venir. Un día de estos volveré a visitarte.
—Hm,
bien, pero no toques la puerta principal si no estoy en el establo,
toca mi ventana. Si te colocas en el frente, es la segunda ventana
del lado derecho de la casa.
—Entendido.
Nos vemos.
—Sí
—Sam se alejó de él para aproximarse a Fred—. Gracias por tu
duro trabajo.
—Ah,
damita, no hay problema. ¿Qué? ¿No me digas que te vas ya?
—Sí,
venia a despedirme también de ti, ya lo hice de Matt.
—¿Y
te dejó ir así como así? Eso significa que tiene planeado verte
más pronto de lo que creo.
Sam
rio divertida, pensando que era increible lo bien que Fred conocía a
Matt. Después de eso se fue de allí galopando sobre Wild,
dejando una sensación agradable en los hombres, así como la que
ella misma experimentaba. Al llegar a casa, le contó todo a Pass con
lujo de detalle, y lo maravillosa que había sido la historia que
Matt creó en su nombre. Afortunadamente para ambas, John y Logan no
se enteraron de nada de lo que ocurrió esa mañana y eso las alivió
sobremanera; no obstante, eso no significó que era la última vez
que ambas se unieron para hacer que Sam fuera a encontrarse con Matt,
quien como había prometido, fua a buscarla los siguientes días con
más constancia, usualmente una hora después de la comida. Casi
siempre Sam lo llevaba al interior del bosque, mostrándole
diferentes lugares del mismo que a ella le encantaban y que
terminaban por fascinarlo a él y asombrarlo, sacándolo de su
erróneo pensamiento de que todo el bosque era igual. No, también
era muy diverso en sus zonas interiores.
10
Una
de esas ocasiones, mientras ambos descansaban acostados sobre un montón de
hojas que ellos mismos juntaron, y miraban el claro cielo azul que se hacía
cada vez más visible ante el deshoje de los árboles, Matt hizo una confesión.
—¿Sabes?
Antes odiaba el otoño.
Sam,
a su lado, dejó de mirar el cielo y enfocó su atención en su perfil, sumamente
sorprendida y ese asombro se convirtió en una interrogación.
—¿Por
qué? —No podía creerlo. Probablemente porque a ella le encantaba esa estación
del año, no asimilaba que alguien pudiera odiarla.
—Porque
me parecía deprimente, tanto o más que el invierno. Pensaba que no era más que
una lenta y dolorosa muerte de la vegetación, y sus colores me parecían
tristes, tenebrosos; eso pensaba. Ahora puedo verlo de una manera diferente.
Como un escenario que quiere ser mostrado y si existe está para disfrutarlo e
incluso creo que es una época muy romántica, como el verano.
—Sí,
así es como lo veo yo, ¿pero qué te hizo cambiar de opinión?
Matt
giró su cabeza hacia donde ella para mirarla. Se deleitó en observarla un
momento antes de sonreír y ponerse de pie. Le ofreció su mano para que hiciera
lo mismo y, confundida, Sam la tomó.
—Cambié
mi manera de pensar cuando te conocí.
La
incógnita se reflejó en el rostro de Sam. ¿Qué significaba eso? Él se explicó.
—La
primera vez que te vi, te confundí con la princesa del otoño; ya sabes, por el
color de tu cabello, ojos y ropas. Eras como el otoño en persona, así que creí
que eras la encargada de pintar los árboles de rojo, naranja, ocre y demás, y
pensé que si alguien tan linda como tú se molestaba y se esforzaba por hacer
eso, era porque en verdad el otoño es especial y hermoso, por lo que poco a
poco fue gustándome cada vez más. Fui enamorándome de él gradualmente, tal como
lo hice de ti.
Sam
abrió la boca y los ojos, anonadada. Escuchar eso lo había soñado muchas veces
desde que lo conoció, pero que se hiciera realidad era algo que le parecía muy
lejano. Estaba asombrada por escuchar del propio Matt que estaba enamorado de
ella, pero también la sorprendía mucho la confesión de que le hallaba parecido
con el otoño, al mismo tiempo que le parecía gracioso, porque ella misma lo
había comparado con el verano muchas veces. No sólo porque sus ojos tenían el
color característico de éste, sino que su actitud la hacía pensar en el verano.
Siempre tan vivaz, tan alegre, tan divertido, resplandeciente y sobre todo
cálido. Matt desprendía una calidez única que lograba llegar a ella,
relajándola. Lo miró con inmensa dulzura, deseando llorar, mas no lo hizo, sino
que le sonrió.
—A
mí también me gustas, Matt, mucho. No... No puedo decirte con palabras cuánto
te quiero.
—Entonces
no lo digas.
No
necesitó decir una palabra más para que ella entendiera a lo que se refería, y
con ganas verdaderas de hacerlo, acercó sus labios a los de él para obsequiarle
su primer beso. Ese beso que él le había prometido darle de manera indirecta
aquel día en el establo y que ella esperaba con afán. Un beso primerizo lleno
de sentimientos castos y puros, sin ganas de convertirse en otra cosa que no
fuera el cierre de una inocente declaración de amor. La lluvia de hojas los
acompañó todo el tiempo y el viento travieso jugó con sus ropas y cabellos,
ocasionando que la escena fuera digna de recordar e indudablemente, ambos la
mantendrían en sus memorias el resto de su vida.
Fred
releyó la carta que había llegado desde la ciudad. Lo que decía le concercía
más bien a Matt, pero como no tenía remitente, él la había abierto y al leerla
la preocupación lo invadió. Dejó la hoja de papel sobre su cama e intentó
calmarse. Necesitaba decirle a Matt lo qe pasaba de inmediato. Muchas veces se
detuvo de ir a buscarlo y no es que estuviera tardando más de lo acostumbrado
cuando iba a ver a Samara, sino que la situación ameritaba urgencia, por ello
le parecía que el tiempo avanzaba con tortuosa lentitud. Intentó trabajar en
sus marionetas, pero no tenía caso; no lograba concentrarse. El mensaje de la
carta lo perturbaba sobremanera y la reacción de Matt mucho más, porque por una
vez en su vida no atinó a adivinar cómo respondería.
—¡Ya
llegué! —anunció Matt al ingresar a la habitación—. No sabes lo que me pasó.
Fue algo genial. ¡Soy el chico más feliz del mundo!
Fred
apretó los puños y maldijo en voz baja. ¡Perfecto! Su amigo venía con una
sonrisa de oreja a oreja y un contento inigualable. ¿Cómo demonios le daría la
noticia ahora? Estaba en un dilema y Matt, percibiendo el ambiente tan
delicado, se dio cuenta de que algo no andaba bien con Fred o tenía algo muy
importante que decirle. Su rostro sonriente se tornó serio.
—¿Qué
sucede?
—Llegó
una carta de tu madre.
—¿Y
qué dice? —se preocupó. ¿Algo le había pasado?
—Leela
tú mismo.
Fred
le alcanzó la carta y comenzó a leerla. Conforme lo hacía, su expresión se
volvió sorprendida, incrédula y triste. Sus manos temblaron. No se trataba de
su madre, sino de su padre. Un nuevo ataque cardiaco lo había mandado al
hospital y aunque se había repuesto a un par anteriormente, pues su padre era
muy fuerte, esta vez las posibilidades de que saliera bien, según el análisis
médico, eran pocas, casi ninguna.
—No
puede ser —susurró con voz ronca. ¿Por qué ahora?
—Pues
parece que sí puede ser. Como te habrás dado cuenta, Leilany nos quiere de
regreso en la ciudad ahora mismo, sobre todo a ti. Dadas las circunstancias, tu
padre quiere que estés a su lado todo el tiempo que pueda quedarle de vida
—Matt no dijo nada—. Escucha, sé que puede ser difícil, después de todo es por
ti y por la damita por lo que nuestra estadía aquí se ha alargado tanto, a
pesar de que ya terminamos con lo que venimos a hacer.
—Lo
sé, pero... —miró las letras sin leerlas—. No quiero irme...
—Matt,
tu padre está muriendo y lo único que desea es verte antes de que pase. ¿No
piensas cumplirle su último deseo? Se trata de quien te adoptó como hijo y te
crió.
—Ya
lo sé. ¿Crees que no me duele saber lo que está sufriendo? Claro que me duele y
quiero estar a su lado y verlo, ver a mamá, ¿pero piensas que es fácil luchar
contra lo que me ata aquí? ¡No lo es y mucho menos si acabo de cofesarle a Sam
que la amo! ¿Cómo puedes entender algo así? Yo...
Hasta
ese momento Matt se dio cuenta de que todo lo había dicho como un reproche
dirigido a Fred, quien se mantenía un poco sorprendido. Esa reacción lo había
tomado desprevenido y parecía ser que ni el mismo Matt la esperaba. El joven se
tocó la cabeza que comenzaba a dolerle y balbuceó.
—Lo
siento...
Fred
no le tomó demasiada importancia, era obvio que actuara de esa forma si estaba
confundido. Estaba seguro de que pensaba mucho en Sam, ya que si se iba la dejaría
muy triste y él evitaba ocasionar sentimientos negativos en los demás. Matt
siempre había sido esa clase de persona y aunque estaba bien, a veces eso le
cerraba el mundo y no podía encontrar salida a los problemas. Al fin y al cabo,
no podia lograr que todo el mundo fuera feliz. Afortunadamente esa no era una
de esas ocasiones y se lo hizo saber.
—¿Dices
que le dijiste a la damita que la amas?
—Así
es.
—¿Y
cómo reaccionó ella?
—Dijo
que también me quería y hasta nos dimos un beso.
—Ya
veo, eso es bueno. Significa que por ella no debes preocuparte tanto.
—¿Qué
quieres decir? —no comprendió. ¿Le restaba importancia a Sam o algo?
—Quiero
decir lo que quiero decir. Si ella te ama tanto como dices presumir y si tú
confías en ese amor, entenderá por qué debes irte tan rápido, incluso después
de su declaración. Simplemente tienes que explicarle las cosas y aunque tu
partida la entristezca, no será por mucho tiempo, porque no es como si esta
fuera la última vez que venimos a este lugar, ¿o sí?
—Es
verdad, siempre puedo regresar a verla cuantas veces quiera, ¿pero a papá
cuánto más lo tendré conmigo?
—Exacto.
Concentrate ahora en él —Matt asintió—. En ese caso será mejor que empaquemos.
Arreglaré todo para que alguien nos lleve a la ciudad ya que el camión para ir
allá sale una vez por semana.
—Ah,
espera, Fred. Sé que es repentino, ¿pero podrías esperar un par de días?
—¿Por
qué? Creí que había quedado claro que esto era urgente.
Matt
miró una esquina de la habitación, donde descansaban herramientas y materiales
en una mesita para hacer una marioneta y precisamente, una a medio completar
podía observarse. Fred dirigió su visión a donde su amigo lo hacía y entendió.
—Ya
veo. Quieres acabarla.
—Sí,
será la despedida adecuada si se la entrego a Sam. Sólo necesito un par de días
para conseguirlo. Tómalo como otro capricho si quieres, quizás después de todo,
eso es lo que sea. Un simple niño caprichoso.
—Definitivamente
lo eres, mas eso puede serte de mucha ayuda a veces para cumplir lo que
quieres, como ahora. Dos días, ¿entiendes? Ni uno más.
Matt
asintió y no desaprovechando ni un sólo minuto porque su tiempo era limitado,
se dirigió a la esquina para tomar las herraminetas y trabajar en la marioneta
inconclusa. Fred lo miró desde su lugar. Sí, era verdad. Matt podía ser muy
caprichoso y hasta cierto grado un mimado, pero era él quien accedía a todos
los pedidos de alguien así, por lo que, ¿quién estaba más mal? La oscuridad
llegó pronto y a pesar de que dio la media noche, Matt continuó con su trabajo
bajo la tenue y tambaleante luz de una vela.
—No
tienes que sobre esforzarte, Matt. Debes decansar.
—Estoy
bien, duerme tú. Debo terminarla.
—Y
lo harás en tanto te tomes las cosas con calma.
—Lo
hago. No te preocupes, de verdad. Un poco más e iré a la cama. Duerme.
—No,
me quedaré despierto junto contigo.
—No
tienes que hacerlo.
—No
hay problema, ¿Qué clase de amigo sería si no te doy mi apoyo moral?
—Siempre
serás el mejor, Fred.
No
mucho después, Matt decidió dejar de trabajar por ese día, pero en cuanto los
primeros rayos del sol entraron por el par de ventanas, retomó su labor y no
salió a ningún lado, ni siquiera dieron una obra ese día y tampoco la mañana
siguiente. Un par de horas después del medio día, finalmente terminó con lo que
estaba haciendo y esperó a que se hiciera la hora habitual en la que había
estado yendo a ver a Sam. Después de informarle a Fred, montó el caballo que
habían conseguido al ver la necesidad de uno, y se dirigió a los terrenos
Glover. Al divisar la pequeña casa de madera, se encaminó a ella y colocándose
a un lado de la ventana de Sam, bajó del caballo y la tocó. No esperó
demasiado, pues ella la abrió y salió.
—Hola,
Matt —lo saludó con una gran sonrisa. Él se la devolvió, pero más pequeña y
desganada.
—Acompáñame,
Sam. Tengo algo importante que decirte.
11
Le
ofreció su mano para que pudiera subir al caballo y cuando lo hizo, se
dirigieron al interior del bosque. Al verlo conveniente, Matt se detuvo y bajó
junto con Sam. Ella se preguntó qué le pasaba. Un aire diferente lo rodeaba, un
ambiente deprimente y la inquietud la invadió.
—¿Qué
pasa? Estás preocupándome. ¿Sucede algo malo?
—Más
o menos —a pesar de la tristeza en su mirada, no la apartó de ella—. Recibí una
carta de mi madre. Mi padre está en el hospital muy grave, quizás no dure
mucho, así que debo ir a su lado y apoyar a mamá. Por eso estoy aquí, vengo a
despedirme.
Todas
sus palabras la impactaron. Era horrible que estuviera pasando por una
situación tan dura. Si era verdad lo que decía, podría perder a su padre y ella
sabía lo doloroso que era eso. No obstante, sentía admiración por él, porque
había ido hasta allí a pesar de todo, para darle una explicación de su partida.
Una explicación que ella consideraba innecesaria pues sabía que tarde o
temprano se tendría que ir, mas el que confiara en ella de ese modo la halagaba
en gran manera. Al mismo tiempo, no podía dejar de sentir desconsuelo. Se iría
y el pensar que no lo vería más, la afligía mucho. Todavía no se iba y ya
comenzaba a extrañarlo. Todas esas emociones en conjunto la asaltaron y la
pusieron sensible, por lo que el llanto comenzó a brotar, aunque no estuvo
segura del porqué lloraba exactamente.
—Lo
siento —se disculpó a media voz en tanto se limpiaba el rostro—. Estoy apenada
por lo de padre y porque te vas, pero entiendo que tienes que estar con él.
Debes hacerlo y me alegra que lo hagas. Yo... —se silenció al sentir los
cálidos brazos de Matt rodearla. Se acurrucó contra su pecho—. Lo siento. No me
gustan las despedidas.
—A
mí tampoco —aceptó con un nudo en la garganta—. Pero, Sam, esta no es una
despedida definitiva, ¿entiendes? —Hizo que lo mirara—. No es un “adios” es un
“hasta luego”. Yo volveré por ti. No fue mentira cuando te dije que estoy
enamorado de ti y no bromeaba cuando dije que deseaba estar contigo siempre. Es
algo que realmente siento y quiero; es por ello que vendré y podremos realizar
nuestras promesas, nuestro sueño, el que compartimos, ¿lo recuerdas?
—Lo
llevo grabado en la mente y el corazón.
—¿Y
confías en mí? ¿Confías en que regresaré?
Ella
asintió con completa seguridad, sin pizca de duda y agradeciéndoselo, Matt le
regaló su segundo beso antes de volver a estrujarla con suavidad.
—Aun
así, te traje algo para que me recuerdes siempre.
La
soltó y Sam miró con extrañeza como él buscaba el dichoso algo en una pequeña
bolsa de cuero que llevaba colgada del hombro, y que no había detallado hasta
entonces. Sacó una marioneta y se la mostró. A ella se le iluminó el rostro de
la sorpresa y la emoción. Era la viva imagen de Matt. La tomó con manos
temblorosas, teniendo miedo de dañarla de alguna forma. La observó maravillada.
—Es
preciosa.
—Con
esto no me olvidarás. Es como mi retrato, ¿no? Fred le dio el visto bueno.
—Me
encanta. Es el regalo más bello que he recibido en mi vida, pero no tenías que
molestarte. No sería capaz de olvidarte jamás.
—De
cualquier modo quiero dártela. Está hecha especialmente para ti. Yo conservaré
la tuya, así será perfecto. Tú cuidas de mí y yo de ti a pesar de la distancia.
—Muchísimas
gracias, pero yo no tengo nada que darte para que me recuerdes.
—He
estado pensando en eso y a pesar de que no necesito nada para que sigas viva en
mi mente, desde que me dijiste que sabías bailar he querido ver cómo lo haces.
Así que, como recuerdo de despedida, ¿bailarías un poco para mí?
Ella
volvió a ruborizarse. Hacía varios meses que no practicaba y aunque desde que
era pequeña lo llevaba a cabo, sentía que estaba un poco oxidada. Sin embargo,
era para Matt, un obsequio para él. Debía dejarle ese recuerdo por lo menos,
así como el materializado que él le regalaba. Asintió no del todo segura, pero
de cualquier manera le pidió que cuidara la marioneta y se alejó un poco de él,
en tanto pensaba algún baile que recordara bien y tarareaba la melodía que la
acompañaba para facilitarle las cosas, comenzó a moverse con algo de rigidez al
principio, pero conforme fue famirializándose con la pieza, sus movimientos se
volvieron fluidos, naturales. El cuadro que le mostró le pareció magnífico a
Matt y estuvo consciente de que sería lo que más recordaría de ese viaje. A su
princesa otoñal danzando en medio del bosque medio deshojado y multicolor.
Cuando
dejó de moverse, Matt le aplaudió completamente embelesado, asegurándole que en
su vida había visto espectáculo tan hermoso. Después de eso, gozaron un poco
más la presencia del otro antes de que finalmente Matt tuviera que volver al
pueblo para ayudarle a Fred con las maletas y demás preparativos, pues mañana
en la madrugada abandonarían el lugar. Se dieron un último beso y cada quien
siguió su camino. Sam permaneció distante el resto de la tarde, provocando que
Pass se preocupara y cuando le explicó la situación pudo comprender su estado
de ánimo. Con Matt pasó algo parecido, a pesar de que siguió las direcciones de
Fred al pie de la letra para terminar rápido con el empaque, se mantuvo más
serio de lo que era, algo anormal en él.
—Oye,
¿seguro que estarás bien? —le preguntó Fed por cuarta vez, si seguía así le
daría un ataque de nervios.
—Sí,
sí, lo siento —se palmeó el rostro con fuerza e intentó sonreír forzadamente.
—Hm,
no me engañas, chico. Es tarde ya —miró a través de la ventana que la noche
había caído—. ¿Por qué no sales a caminar un rato? Así puedes despejarte.
Matt
lo miró sorprendido. Fred nunca lo dejaba salir de noche, en ese aspecto era
incluso más estricto que sus padres, por lo que la propuesta lo asombró, mas
comprendio que en verdad estaba actuando como un depresivo y que preocupaba a
su amigo, por lo que tomándole la palabra, salió, asegurándole que no tardaría.
Comenzó a vagar por las calles del pueblo que a esa hora estaban parcialmente
vacías. Deambulando sin tener un rumbo fijo, terminó en un callejón sin iluminación,
cerca de una de las dos únicas tabernas del pueblo. Debido a que no le gustaban
esos lugares, estaba por retirarse cuando escuchó una conversación muy
interesante entre un par de hombres que estaban dentro de la casa del final del
callejón. Dado que la ventana estaba entre abierta, pudo oír con suficiente
claridad.
—Estoy
cansándome de esperar. Para mí que John nos mintió con todo esto.
—No
comas ansias. Tiene que tomarse su tiempo para ganar la confianza del heredero.
La espera valdrá la pena. Los fondos de los Glover son gigantescos y siguen
haciendo mucho dinero con esa granja tan próspera que tienen.
—Aun
así me parece que cuando obtenga la herencia, no nos dará nada.
—¿Cómo
crees? No puede hacernos eso, somos cómplices. Lo ayudamos a deshacerse de su
hermano, haciéndolo parecer un accidente, pero él mató a su cuñada. Ni nos
puede echar de cabeza ni podemos echarlo a él. Ya no saques el tema otra vez,
¿quieres?
—Bien...
Matt,
que inconscientemente se había acercado mucho más a la ventana para escuchar
mejor, no pudo creer lo que aquellos hombres decían. Indudablemente hablaban de
John Glover, el tío de Sam, pero también mencionaron una herencia y unos
asesinatos. ¿Qué significaba eso? Comenzó a formular algunas situaciones posibles
y ninguna era prometedora o bonita. Iba a retirarse del lugar con la mayor
discreción posible, cuando un perro grande, no distinguió la raza, ladró y
gruñó casi saltando de aquella ventana abriéndola a la par, asustándolo y
alertando a los dueños de su presencia, que definitivamente no tenía que estar
allí en ese instante. Matt corrió al verse descubierto y los hombres salieron
de la casa siguiéndolo.
—Maldita
sea. Por eso no debemos hablar de estas cosas así como así —dijo uno de ellos
en tanto corrían y con irritación notable—. ¡Espera, niño! ¡No te haremos nada!
“Sí,
claro”, pensó Matt con sarcasmo sin detenerse. Debía
perderlo de alguna manera y aunque no sabía cómo, sí sabía que tenía que ser ya
porque estaba cansándose. Al distinguir un negocio donde arreglaban zapatos,
recordó que cerca de allí había una casa que tenía un pequeño ganado de ovejas,
por lo que, sin pensarlo dos veces, se dirigió allí y cruzó el corral. Los
animales comenzaron a hacer un alboroto, asustados, en tanto las luces de la casa
de al lado se encendían.
—¿Quién
anda allí?—escuchó la voz de un hombre desde el interior—. Ni se te ocurra
robarte mis ovejas.
El
hombre de edad madura salió teniendo en su poder una larga escopeta y lanzó dos
balazos al aire, haciendo que otras personas se despertaran también. Los
perseguidores de Matt se detuvieron a una distancia prudente al ver que más
gente salía de sus hogares.
—Ese
chico está en problemas.
—Hay
que irnos de aquí o nos acusará y el tipo trae un arma. Además, ya hay
demasiada gente. Vamos a alertar a John y decirle que por tu idiotez ese niño
sabe o sospecha algo.
—No
ha sido mi idiotez.
—Ya
cállate y vamos por los caballos.
—¿Dices
que te seguía? —el dueño de la casa no estaba seguro de si creerle o no a Matt.
—Sí,
vine aquí para obtener de alguna manera protección, aunque creo que elegí mal
—miró la escopeta con desconfianza.
—No
te preocupes, no debes temerles a estas cosas —el hombre palmeó la culata,
orgulloso—. En cualquier sitio hay ladrones y la tengo por precaución.
—Ya
le dije que no soy ningún ladrón.
—Te
dejaré ir, pero que sea la última vez.
—Gracias,
señor, es muy amable.
Y
aprovechando la bondad del señor, Matt salió del corralito y se encaminó a paso
veloz hacia la que había sido su morada esos días, pensando que debía ir a como
diera lugar con Sam y el sheriff a explicarles todo, y para ello necesitaba la
ayuda de Fred. En tanto él iba por Sam, Fred iría con el sheriff.
Sam
se preparaba para dormir colocándose su pijama azul celeste, que consistía en
un pantalón y una playera de manga larga de tela ligera y fresca, con adornos
de pequeñas nubes. Aún se mantenía triste porque Matt se iría, pero no era
egoísta y no quería que por su culpa no viera a su papá. Debía aprovecharlo lo
mayor posible, porque si no lo hacía se arrepentiría cuando no lo tuviera, tal
como ella se arrepentía de no pasar el mayor tiempo posible con los suyos.
Siempre dio por sentado el que los viera diario y los tenía cerca. Ahora que no
estaban, los extrañaba en demasía. Fue sacada de sus pensamientos cuando
escuchó unos fuertes golpes en la puerta principal. Se preguntó quién podría
ser a esas horas. Estaba por salir de su cuarto cuando escuchó una voz grave.
—¡John!
Sal rápido, es urgente.
Regresó
a su cama. El asunto era con su tío, por lo que no debía inmiscuirse. Escuchó
que la puerta de la habitación de John se abría y luego sintió sus pasos que
atravesaban el pasillo e incluso atinó a oír una que otra maldición de su parte
hacia el que se atrevía a perturbar su paz y su hora de descanso. Después de
eso, percibió algunos murmullos inentendibles y que su tío se molestaba por
algo, pues comenzó a alzar la voz con un timbre de ira. Unos nuevos toques
hicieron que dejara de prestar atención a lo que pasaba en la puerta de entrada
y se dirigió a la ventana, que era la que había tocado, sorprendiéndose de ver
a Matt a través del cristal. La abrió.
—¿Qué
haces aquí?
—Vamos,
Sam. Hay que ir con el sheriff.
Matt
la tomó por el brazo e hizo que saliera de la cálida recámara al cortante
fresco de la noche, ocasionando en ambos que el vaho saliera de su boca.
—¿Por
qué? ¿Qué pasa?
—No
podemos perder tiempo ahora, luego te explico. Sube al caballo.
—Pero...
—¡Hazlo!
Repentinamente,
como si las cosas estuvieran en su contra, el caballo relinchó sorpresivamente,
como si se hubiera asustado con algo, quizás un pequeño animal salvaje que
rondaba por allí y que los ojos de ellos no lograron ver. A pesar de que Sam
consiguió apaciguarlo antes de que huyera despavorido, los hombres que
mantenían la discusión en el frente lo escucharon y dándole la vuelta a la
casa, los descubrieron.
—¡Ese
es el muchacho!
Matt
montó el caballo presuroso y extendió su mano a Sam.
—Vámonos
ya.
La
pelirroja, aunque estaba confundida y no entendía nada, no dudó en subir al
animal al ver el fúrico rostro de su tío. Quizás huir de él le ocasionaría
muchos más problemas, pero quería atrasarlos el mayor tiempo posible. Se
dirigieron al bosque.
—¡No
se queden allí, estúpidos! —Les gritó a los hombres—. ¡Vayan tras ellos!
Obedeciéndolo,
los dos galoparon en busca de los jóvenes. En tanto, John volvió a entrar a la
casa, hecho una fiera. Ya no se podía contar con buenos e inteligentes
secuaces, cómplices o lo que fuera. Había sido claro cuando advirtió que no
quería que nadie se enterara de nada, pero había sido un tonto en confiar en
esos idiotas. Vio que Pass y Logan estaban fuera de su cuarto.
—¿Qué
pasa, tío? —preguntó Logan, preocupado.
—No
es nada de lo que no pueda encargarme. Vuelvan a dormir.
Y
entró a su cuarto para alistarse e ir al pueblo. Debía evitar a toda costa que
las autoridades se enteraran de algo.
12
—Rayos,
tenemos que perder a esos tipos —dijo Matt al ver que los seguían sin hacer que
el caballo detuviera su trote.
—Déjame
controlarlo —le pidió Sam, que estaba sentada frente a él, casi sobre sus
piernas.
Él
soltó las correas para que las tomara en tanto se aferraba a la cintura de
ella, con temor de caerse en plena carrera si no lo hacía. Sam se sonrojó al
sentir los brazos de Matt rodearla, pero no permitió que la vergüenza tomara un
lugar importante en la situación. No entendía demasiado de lo que pasaba, en
realidad, sabía relativamente nada, pero estaba segura de que los dos estaban
envueltos en una situación difícil y si los tipos que iban detrás de ellos
querían lastimar a Matt, sería ella la que lo salvaría, pues conocía el bosque
mejor que nadie.
Fue
gracias a eso que, a pesar de la oscuridad de la noche, pudo guiar al caballo a
uno de los tantos lugares que le gustaba donde se formaba una pequeña cascada
que acababa en un amplio lago y en la que había un camino escondido detrás de
ella para atravesarla, entrando a una pequeña cueva para luego salir del otro
lado del lago. En esta ocasión no tuvieron la oportunidad de apreciar la
belleza que resultaba de la caída del agua y el lago bajo la luz de la media
luna y las estrellas que iluminaban el paisaje con esplendor, sino que
siguieron de largo realizando el plan que Sam realizó en su mente, confundiendo
a los hombres inexpertos en el terreno, perdiéndolos finalmente. Los jóvenes
continuaron galopando con velocidad hasta que salieron del bosque, cruzaron
parte del pueblo superior y llegaron a El Paso. No debían más que bajar
para llegar a donde el sheriff, algo que alegró enormemente a Matt, no
obstante, se sorprendió cuando Sam hizo que el caballo se detuviera en el borde
de las escaleras y luego desmontaba.
—¿Qué
pasa, Sam? Hay que apresurarnos.
—Necesito
una explicación, Matt. No entiendo qué sucede y no puedo seguir a ciegas.
—Te
dije que te explicaría cuando llegáramos con el sheriff.
—¿Por
qué debes ir con él? ¿Qué hiciste?
—Yo
no he hecho nada —se bajó del caballo—. Yo no, pero tu tío sí.
—¿Mi
tío?
—Sam,
él asesinó a tus padres.
Sus
palabras fueron como un fuerte golpe para ella. ¿Su tío había matado a sus
padres? No, no era posible. Tal vez era verdad que su tío no era la persona más
cariñosa que conociera, pero de eso a cometer homicidio había un largo camino.
Su padre había muerto porque un animal salvaje lo había atacado, un oso al
parecer. Su madre lo había seguido un par de meses después, pero ella había
enfermando, la tristeza la consumió. Su tío no tenía nada que ver, ¿verdad?
Pero por qué iba a dudarlo. John era realmente cruel. ¿Debía desechar la posibilidad
así nada más? No sabía qué creer.
—Esa
acusación...
Fue
silenciada por un fuerte ruido, como el de un trueno, luego vieron que el
caballo en el que iban cayó al suelo con un sonoro golpe junto con un chillido
de dolor, para finalmente ver que John arribaba en su propio corcel, bajando de
él y quedando frente a ellos. Sam miró incrédula al animal agonizante en el
suelo, notando como la sangre salía de la herida en la cabeza que la bala le
había hecho. Observó a su tío aterrorizada... ¡De verdad era un asesino!
—Samara,
vamos a casa —dijo John acercándose unos pasos a ellos.
Sam
retrocedió un poco, llena de terror y Matt se colocó frente a ella en un
intento de defenderla mientras miraba a John con completa desconfianza y le
dijo:
—No
dejaré que la toque una persona como tú.
—¿Te
ha dicho algo este sujeto, Samara? —John ignoró la petición del chico al ver la
expresión de su sobrina para con él—. Sea lo que sea, no le hagas caso y
vámonos.
—No...
tú los mataste... ¿no es así? —susurró.
—¡He
dicho que nos vamos!
John
se acercó a ellos velozmente, dispuesto a llevarse a Sam a la fuerza si era
necesario, pero al ver sus intenciones, Matt lo empujó con todas sus fuerzas,
logrando que el hombre retrocediera un poco.
—¡Y
yo he dicho que no dejaré que la toques!
—¡Tú
no te metas!
John
le asestó un golpe en pleno rostro, airado, por lo que Matt cayó de lleno al
suelo, sangrando de la boca y con un gran dolor, el que no pudo esconder cuando
se retorció sobre el suelo.
—¡Matt!
¿Cómo te atreves? ¡No le hagas daño!
Sam
sintió la ira correr por todo su ser, lo que le dio el valor suficiente de
lanzarse sobre John al ver que se disponía seguir castigando a Matt. Como lo
había hecho Pass un día, ella se montó en la espalda de su tío y tiró de su
cabello con fuerza, como una vez lo había hecho él con ella, sacándole gritos
de dolor y consiguiendo que su furia incrementara. Cuando se hubo recuperado,
Matt sujetó las piernas de John, en un intento de hacerlo caer y darles tiempo
de huir, pero no contó con que él tenía tan buen equilibrio y firmeza, lo que
repercutió en que Matt saliera herido en diversas partes del cuerpo cuando los
pies de John se estamparon en él, con varias patadas brutales, consiguiendo
liberarse del agarre del joven. Después, haciendo gala de su gran fuerza, se
sacó de encima a Sam y regalándole una dolorosa bofetada, que la dejó mareada,
la empujó sin compasión hasta caer al suelo.
—¡No
la golpees, monstruo! —le gritó Matt irguiéndose con dificultad y corriendo a
John.
Ni
un puñetazo consiguió darle antes de que el sonido del trueno volviera a
repetirse, precedido de un silencio sepulcral. Matt, apoyado en John, miró
asombrado el rostro sin emoción del hombre antes de posar sus ojos en el arma
de fuego que le había quitado la vida al caballo anteriormente y de la que se
había olvidado, para al final observar la herida en su estómago, que sangraba
de manera considerable y la que punzaba de dolor. Una debilidad que jamás había
experimentado lo asaltó y sintió que con cada segundo que pasaba, ésta
empeoraba. John lo tomó por el cuello e hizo que se moviera hacia atrás hasta
quedar al borde de las escaleras, para después decirle con voz fría:
—En
verdad no debiste meterte en lo que no debías.
Impotente,
desde el suelo y aún desorientada como para mandar una señal al cerebro y
moverse, Sam vio como su tío arrojaba a Matt por las escalera, quien tensó todo
su cuerpo al sentir que sus pies dejaban la superficie, en tanto manoteaba como
acto reflejo, intentando sujetarse de algo y evitar su caída, sin éxito. Un
grito desgarrador escapó de la garganta de Sam al mismo tiempo que, dada la
posición, el primer impacto lo recibía de lleno el cuello de Matt, rompiéndolo
al instante, seguidamente de que su cuerpo inerte continuara rodando por los
peldaños, dejando un rastro de sangre en su descenso. Sam, temblando por el
shock, gateó adolorida a la orilla de El Paso y observó con incredulidad
el bulto que era Matt en ese momento al pie de los escalones. Las lágrimas no
pudieron retenerse.
—¡Matt!
¡Matt! —gritó con desesperación, pensando que si la escuchaba, Matt se
levantaría, le sonreiría y le diría que estaba bien, que no pasaba nada.
Esperanza que murió al no obtener respuesta. Miró a su tío con un odio que no
creyó poseer—. ¡Inhumano! ¡Asesino!
Y
con toda la energía que el dolor y la cólera le dieron, se puso de pie y
comenzó a mover sus manos cerradas de aquí a allá, dispuesta a desgastarse en
golpearlo, sin importarle que en su mayoría, los puños fueron detenidos y no
dejó de intentarlo ni cuando John apresó sus manos, sino que ahora movió sus
piernas para darle patadas en donde dieran. Hastiado, John le propinó un
puñetazo con todas sus fuerzas, esta vez sin contenerse un poco, consiguiendo
dejarla inconsciente. Él maldijo en voz baja. Todo su plan estaba yéndose por
el drenaje. Sacó la pistola, la que había devuelto a su sitio, que era en una
funda especial ceñida a un costado del cinturón, tras dispararle a Matt. Miró a
Sam desparramada sobre el suelo y apuntó con el arma la cabeza de ella. No podía
permitirse más errores. Iba a presionar el gatillo cuando escuchó varios
galopes cerca, muy cerca.
—¡Por
aquí se oyeron disparos!
—¡John
debe aclarar muchas cosas!
—¡Maldito
avaro! ¡Siempre me dio mala espina!
—¡Allí
está!
En
cuanto vio al sheriff y compañía, John montó en su caballo y salió huyendo de
la escena del crimen, más fúrico que nada. Ese mocoso había alertado de alguna
manera a las autoridades de todo lo que había descubierto. Ken y Dan pasaron
por donde Sam se hallaba.
—Es
Samara —anunció Dan al reconocerla.
—Alguien
socórrala. Hijo, hay que seguir a John, no te preocupes por ella.
Los
Olsen y otro par siguieron a John, mientras otro se quedaba a atender a Sam,
junto con Fred, quien después de ir con el sheriff y decirle todo lo que Matt
le había pedido que le dijera, se unió al grupo de búsqueda. Estaba muy
preocupado por Matt y al ver a Sam desmayada y con tantos golpes, esa inquietud
aumentó. No veía a Matt por ningún lado. Él no era capaz de dejar sola a Sam,
¿entonces dónde estaba? Se acercó al borde de la construcción para observar el
centro del pueblo y el aliento escapó de él durante unos segundos cuando lo
faroles, ubicados estratégicamente de tal manera que toda el área estuviera
iluminada, le mostraron un cuerpo humano sobre un charco de sangre, inmóvil.
Las pupilas se le dilataron ante la impresión y el terror, en tanto reconocía
al cuerpo. Ese era... era...
“No
puede ser...”
Pisó
el primer escalón, traumado y con el corazón a punto de detenérsele.
“No
es posible...”
Bajó
el siguiente peldaño en tanto un trémulo y unas ganas de vomitar lo envolvían.
“¿Por
qué?”
La
siguiente grada y el llanto no pudo contenerse más.
—¡Matt!
Bajó
el resto de la escalera con velocidad increíble, sin importarle el hecho de que
podía caer ante la carrera y lo nublado de su visión por las lágrimas.
—¡Oh,
Dios! ¡Oh, Dios! ¡Matt!
Llegó
a su lado y lo movió para que quedara boca arriba,
—¡Oh,
Dios!
Se
aterrorizó ante el movimiento antinatural que hizo su cabeza. Su cuello. Su
cuello estaba roto. La pálida piel de su amigo, más pálida de lo que era, y la
frialdad que lo invadía confirmaron sus sospechas. La vida lo había dejado por
completo. Un dolor agonizante golpeó el pecho y la garganta de Fred, quien no
supo si tocar la herida en el estómago, el cuello roto o el rostro de Matt. Se
llevó una mano a la mejilla, manchándola de sangre y temblando a más no poder.
Estaba muerto. Su mejor amigo estaba muerto. Aquel chico tan alegre que estuvo
siempre a su lado y a quien llegó a querer más que a un hermano. El hijo de la
mujer que amaba. Leilany. Ante su recuerdo, un escalofrío lo recorrió. ¿Qué
explicación iba a darle ahora? ¿Cómo regresaría a la ciudad con Matt en un
féretro?
Incapaz
de controlarse por más tiempo, Fred lo abrazó con todas sus fuerzas en tanto
dejaba que el sufrir que lo embargaba saliera junto al abundante llanto y los
aullidos y gritos a voz viva, sin importarle que lo vieran tan vulnerable, sin
importarle que vieran su tormento, sin importarle despertar a los vecinos con
sus alaridos. Simplemente necesitaba desahogarse todo lo que pudiera, porque
sabía que no tendría oportunidad de hacerlo después.
13
Corría
por el verde bosque y mientras lo hacía, una felicidad incomparable
la llenaba, permitiendo que el aire húmedo, aunque no desagradable,
golpeara su rostro y miraba encantada el escenario tan bello que se
le mostraba, con ese verde tan intenso siendo iluminados por el
resplandeciente y caliente sol. Escuchó su nombre y enfocando su
vista al frente, notó a Matt unos metros delante de ella, quien le
sonreía a plenitud y lo invitaba a seguirlo. Ella sonrió también e
hizo caso del deseo de él, por lo que ambos reanudaron su carrera,
ingresando a las entrañas del bosque. Se divertían jugando. Sam
debía atrapar a Matt, en tanto él la evitaba escondiéndose entre
los árboles. Nada podía ir mal.
Sin
embargo, eso era mera apariencia, porque entonces ella lo perdió de
vista al mirar detrás del árbol en el que vio que Matt se había
escondido y no lo encontró. Lo llamó repetidas veces buscándolo
con impaciencia y desesperación. En un parpadeo, su entorno cambió.
El cielo dejó de mostrar el cálido sol y unas gruesas nubes se
apoderaron de él, al tiempo que las hojas desaparecían, dejando sin
su ropa natural a la vegetación y un intenso frío tomó posesión
de todo. Hallándose así, sintió como un vacío insoportable crecía
en su interior. Uno parecido a cuando alguien muy querido la
abandonaba, pero sabía que ese no era el caso. Matt no la dejaría
nunca, era más bien el vacío que queda cuando le arrebataban algo
importante de una cruel manera.
Poco
a poco fue dejando el mundo de la inconsciencia y con pesadez y
lentitud fue levantando sus párpados. La luz del día los lastimó,
por lo que volvió a cerrarlos y un pequeño gemido salió de sus
labios, alertando a Logan y Pass que se encontraban sentados a un
lado de la cama en la que reposaba.
—¡Sam!
Menos mal que estás bien —Pass se sintió aliviada de que su
hermana estuviera despierta y sin daños graves, en tanto lágrimas
de felicidad peleaban por salir de sus ojos.
—¿Cómo
te sientes, Sam? —le preguntó Logan con voz suave.
La
pelirroja, en cuanto se hubo acostumbrado a la luz, detalló que sus
hermanos mantenían el rostro cansado y preocupado, además de las
ojeras bajo sus orbes, dándoles un aspecto mucho más agotado.
—¿Dónde
estoy? ¿Qué pasó? —de repente se sintió desorientada, en tanto
comprobaba que todo su cuerpo le dolía y le pesaba, pero sobre todo
el rostro, el que sentía inflamado.
—¿Qué
recuerdas, linda? —volvió a preguntar Logan.
Sam
rebuscó en sus recuerdos y una zozobra la invadió al recordar a
John.
—¡El
tío! —intentó levantarse, pero no se lo permitieron.
—No,
no te exaltes, por favor —le pidió Pass.
—Pero
él... Nuestros padres... —comenzó a temblar.
—Parece
que fuiste la primera en enterarse —Logan tomó la palabra y la ira
se apoderó de su rostro en tanto apretaba sus puños con fuerza,
viéndose impotente—. Ese maldito realmente se encargó de
aniquilar a nuestros padres y frente a mis narices.
—¿Entonces
es verdad? —los ojos de Sam se humedecieron y Pass no pudo seguir
reteniendo las gotas de agua salada.
—Sí,
afortunadamente anoche lo encontraron en las afueras del pueblo y
bajo interrogatorios confesó todo. También acusó a quienes
contrató y bueno... —Logan calló por un momento intentando
tranquilizarse—. Y todo por obtener nuestra herencia. No puedo
creer que lo hiciera y mucho menos puedo creer que estuve a punto de
conceder su deseo. Lo creía capaz y honesto. ¿Quién mejor que una
persona así para tener gran parte de la granja? ¡Maldición!
El
silencio reinó unos momentos más.
—En
fin, me alegra que su castigo se haya decidido. Ha sido condenado a
muerte y los otros dos también. El sheriff nos dirá cuándo y
siendo honesto, no siento la más mínima tristeza. Menos mal que el
testimonio de ese hombre de anoche le dio a los Olsen motivos para
entrar en acción y buscarlo, así dieron contigo.
—¿Anoche?
¿Hombre? —Hasta ese punto de la conversación, Sam recordó a
Matt—. ¡Matt! ¿Dónde está? —intentó levantarse una vez más,
ansiosa.
—Tranquila,
Sam, todo está bien —rogó Pass sujetándola de los hombros para
que no se irguiera.
—¿Dónde
está? ¿Está bien? El tío le hizo daño...
Tanto
Logan como Pass bajaron las miradas en silencio. Pass había puesto a
Logan al tanto de lo de Matt de una manera superficial, diciéndole
que era un amigo de Sam y como los había ayudado con lo de John,
Logan llegó a admirarlo. Si en él había ocasionado ese sentir,
¿qué efecto no habría tenido en Sam que lo llegó a conocer en
persona? Estaba seguro de que la siguiente noticia la destrozaría.
Miró a la castaña, suplicante. No era el indicado de decirle nada.
Pass la entendería mejor y la informaría con tacto.
—Chicos,
están poniéndome nerviosa. ¿Qué pasa? —No supo por qué, pero
la voz se le quebró y su pecho se oprimió—. ¿Dónde está Matt?
—Él...
Su amigo se lo llevó a la ciudad antes del amanecer.
—¿Por
qué? ¿Tan graves son sus heridas? ¿Necesita atención especial?
Debo ir a verlo entonces.
Un
nuevo intento de erguirse fracasó ante la insistencia de Pass.
—No,
Sam, no tiene caso.
—¡No
digas eso! Quiero verlo. Logan me llevará, ¿verdad?
El
aludido no pudo sostenerle la mirada. No quería romper sus
ilusiones. Un nudo en la garganta se le formó a Pass, amenazando con
impedirle hablar, pero no podía callar.
—Me
temo que no podrás volver a verlo jamás —hizo una considerable
pausa entre cada palabra, ocasionando un lento y doloroso desgarre en
el corazón de Sam.
—¿Por
qué? —apenas logró articular y a pesar de que lo preguntó, muy
en el fondo sabía la respuesta sin que se la dijeran.
—Matt
está muerto, Sam —confesó finalmente.
El
silencio regresó, pero la última oración quedo suspendida en el
aire, taladrando una y otra vez los pensamientos de la pelirroja,
quien se aferró con fuerza a la sábana, tratando de recordar cómo
respirar. ¿Matt había muerto? Era mentira. Debía haber algún
error. La imagen de él, caído al pie de El
Paso acudió a su mente
como un flash. No había equivocación. Su tío le había disparado.
Lágrimas descontroladas bajaron por sus mejillas, en tanto la
sensación de su sueño se repetía, invadiendo cada fibra de su ser.
El terrible sentimiento de perder algo importante. El horrible sentir
de que le habían quitado algo amado.
—¡No!
—su grito prolongado y a todo pulmón dejó ver lo mucho que
sufría—. ¡No, no, no! ¡Matt!
Se
retorció en la cama involuntariamente, en tanto un dolor
insoportable aparecía en su pecho, por lo que se sujetó el corazón,
como si una parte de él realmente hubiera sido arrancado. Logan y
Pass intentaron calmarla y asistirla a toda costa, pero el mundo del
desconsuelo en el que estaba sumida en aquellos instantes no permitía
que nadie entrara a ayudarla, ahogándola en su propia desesperación.
Al
mismo tiempo, a muchos kilómetros de allí, en la ciudad, una triste
escena se presenciaba, siendo los protagonistas Fred y una rubia
mujer, quien después de agotarse por asestarle incontable cantidad
de bofetadas a él, ahora se concentraba en golpearlo a puño cerrado
en el pecho, incapaz de contener el llanto.
—¿Cómo
lo permitiste? ¿Cómo te atreves a volver sin él? ¡Mi querido
Matthew! ¡Te odio, te odio! Por tu culpa está muerto. No lo
cuidaste bien. ¿Qué clase de amigo eres? ¡Devuélveme a mi hijo!
Devuélvelo... Debiste ser tú...
—Por
favor, señora, tranquilícese.
Se
encontraban afuera del hospital y las personas, tanto visitantes como
el personal, separaron a Leilany del pobre Fred, a quien, a pesar del
dolor físico, el interior estaba matándolo.
—Será
mejor que se vaya, señor —le pidieron en tanto intentaban calmar a
Leilany.
Sin
objeción alguna, Fred se alejó con paso tambaleante, meciéndose de
un lado a otro, como si estuviera borracho. Al dar la vuelta en la
esquina, las ganas de vomitar que habían permanecido con él desde
la noche anterior finalmente ganaron la batalla, por lo que volvió
todo lo que había en su estómago, que en realidad no era nada, por
lo que sólo salió un amargo líquido transparente, junto con más
lágrimas. Las cosas se dificultaban mucho y le daba la impresión de
que continuarían empeorando.
La
tarde había caído de una manera lenta para los Glover. Sam había
sido dada de alta. Su situación no era como para quedarse en la
clínica por mucho tiempo. Logan y Pass la llevaron a comer en cuanto
los médicos la dejaron ir, pero no probó bocado alguno a pesar de
las insistencias de sus hermanos. Era como si estuviera muerta en
vida. Decidieron que era mejor regresar a casa y en cuanto arribaron,
Sam se dirigió a su habitación sin soltar palabra alguna y con
expresión vacía, tal como se había mantenido desde que saliera de
la clínica.
Al
cerrar la puerta de su habitación una vez ella adentro, clavó la
mirada en el suelo unos minutos, inmóvil. Le dolía todo, sobre todo
el corazón. Sus ganas de luchar también le habían sido despojadas.
Alzó su visión y recorrió con ella todo el cubículo hasta que sus
ojos se detuvieron en el tocador que se ubicaba del dado derecho de
la puerta, apoyado contra la pared frente a la cama. Más
concretamente, se concentró en la marioneta que reposaba sentada
sobre el mueble. Se acercó a ella con paso vacilante y la tomó
entre sus manos, sintiendo que el fuego del pesar incrementaba,
quemándola. Cabello negro, ojos verdes cual verano, una sonrisa
esplendorosa que daba a entender lo feliz que el creador era, lo
mucho que había gozado al tallarla. Indiscutiblemente, era un
reflejo de él.
Sus
piernas no pudieron con su propio peso, por lo que tuvo que
arrodillarse, al tiempo que lágrimas salían de sus ojos y apretaba
el títere con fuerza contra su pecho, abrazándolo. Sollozó sin
reparos, creyendo que nunca dejaría de llorar por la pérdida de su
primer amor. Y sintió que sin la sonrisa iluminadora de Matt su vida
estaría siempre llena de tinieblas y oscuridad. Él había sido como
un pequeño sol que le había brindado el calor necesario cuando su
vida se había tornado frívola. Y ahora regresaba esa frialdad, pero
con muchos grados bajo cero de diferencia. ¿Qué debía hacer a
partir de ese momento? ¿Morir congelada? ¿Recordar y tener presente
el optimismo de él y acostumbrarse al gélido invierno en el que
giraba su actual condición? No lo sabía, no tenía mente para
pensar en eso, así que simplemente continuó drenando su tormento.
Afuera,
Pass y Logan escuchaban los lamentos de su hermana menor con
tristeza. Les partía el alma verla y escucharla de esa manera.
Debían hacer lo posible por contentarla. Quizás salir a pasear en
caballo por el bosque, no había nada que la hiciera más feliz que
eso. No obstante, Sam no cooperó. El par de días siguientes se
mantuvo encerrada en su cuarto y comía, pero casi obligada por Pass,
aunque era un bocado mínimo. Un día, Dan fue a visitarlos y al
verlo, Pass no pudo contenerse de ir a refugiarse en sus brazos.
—¡Oh,
Dan! —Exclamó con voz ronca y quebrada—. No soporto verla así.
¿Qué debo hacer? ¿Cómo ayudarla?
Dan
la abrazó con ternura. Por desgracia, tampoco sabía qué hacer para
ayudar a esa familia. No podía más que seguir ofreciéndoles su
apoyo incondicional.
—¿Y?
¿A qué has venido? —preguntó Logan después de un momento de
silencio y no muy contento de la muestra de cariño de los dos.
—Les
vengo a dar una noticia. Mañana es la ejecución de John.
—Ya
veo —Logan apretó sus puños con rabia—. Ya era hora. ¿Quién
lo hará?
—Yo
mismo. Papá se encargará de uno de los cómplices y otro oficial
del segundo.
Pass
tembló y lo miró con susto. No le gustaban las armas ni lo que
ellas provocaban: dolor, heridas, muerte. No quería que Dan hiciera
algo tan horrible como el acabar con una vida. Dan la estrujó un
poco más con suavidad. Conocía los disgustos de ella.
—Lo
siento, es mi trabajo.
—Hay
que decírselo a Sam —volvió a hablar Logan tornándose incómodo
por ellos.
—¿Está
bien que lo hagamos? —preguntó Pass separándose finalmente del
sheriff.
—No
lo sé, pero hay que informarla de cualquier modo.
Pass
asintió y cuando Dan regresó al pueblo, ella se dirigió a la
recámara de su pariente. Afortunadamente nunca la cerraba con
seguro, lo que la tranquilizaba sobre manera pues podía entrar
cuando quisiera para estarla vigilando. Como cada vez que atravesaba
la puerta, el ambiente depresivo la golpeó con ímpetu. La cortinas
cerradas impedían que cualquier atisbo de luz alumbrara la alcoba,
volviéndola más deprimente. Sam se hallaba acostada en su cama,
cubierta hasta el cuello y uno de sus brazos salía de la colcha,
dejando al descubierto lo que su mano sostenía con firme agarre. La
marioneta de Matt. Una vez más, Pass lloró interiormente al ver el
demacrado rostro de Sam. Pálido, con pronunciadas ojeras, ojos rojos
e hinchados y poco a poco más flaca.
—Sam,
¿estás despierta?
Era
una pregunta tonta. No había obtenido el debido descanso desde aquel
nefasto día.
—Vino
Dan, trajo noticias... No sé cómo clasificarlas. Agradables o
desagradables, buenas o malas. Realmente no lo sé, lo siento.
Hizo
una pausa, esperando que Sam le dijera lo que fuera, aunque en el
fondo supo que era inútil. No había soltado gran cantidad de
palabras desde que llegaran de la clínica, por lo que continuó.
—Al
tío... A John lo ejecutarán mañana y sabes las costumbres del
pueblo. Los perjudicados deben estar presentes y... Si no te sientes
bien puedo excusarte con todos...
—Iremos
—la cortó Sam sin mirarla, con voz hueca y apenas audible—.
Iremos, ¿no?
—Sí,
lo haremos. Es al medio día.
—Bien.
14
Y
el día siguiente llegó lleno de tensión. Pass no sabía cómo
sentirse con respecto a lo de John. Estaba nerviosa y tenía miedo.
Por lo que sí se hallaba profundamente feliz, era que Sam parecía
un poco mejor. Había comido más que otros días, se había
levantado muy temprano para darse una ducha, la que no tomaba desde
el incidente y había permanecido al lado de ellos toda la mañana.
No obstante, eso preocupaba a Pass de alguna manera. ¿Estaba así
porque John moriría? ¿La hacía feliz saber eso? No eran
pensamientos lindos, mas dada la actitud de Sam así era. También se
inquietaba por Logan, pues demostraba estar contento con todo.
Parecía ser que era la única que difería en sus sentimientos. ¿Era
ella la que estaba mal?
Se
dirigieron al establo, donde estaban los caballos de cada quien. Un
poco de brillo regresó a los ojos de Sam al ver a Wild, quien
también parecía contento, pues se movió inquieto. Se acercó a él
y lo tocó.
—Wild
—susurró acariciando su crin con dulzura—. Wild,
te he echado tanto de menos —Lo abrazó por el cuello en tanto
volvía a llorar—. Lo siento, te he descuidado mucho. He sido
egoísta con todos... Lo siento.
Y
duró unos instantes llorando nuevamente, pensando en el problema que
le ocasionaba a su familia. Sólo había pensado en ella y su dolor,
no pensaba en el dolor que sus acciones le provocaban a Logan y Pass.
Lo peor de todo es que lo sabía y aun así se le hacía muy difícil
regresar a lo que era antes. Cuando la joven se encontró un poco
mejor, montó en Wild
y salió del establo, donde ya la esperaban sus hermanos. Al ver que
lloraba la dejaron sola un momento, sin apresurarla. En situaciones
así el llanto era el mejor desahogo. Finalmente se encaminaron al
pueblo.
Al
llegar se dirigieron a la zona de ejecución, que era un baldío con
paredes levantadas sin techo y que estaba detrás de la oficina del
sheriff. Como era de esperarse, gran cantidad de personas estaban
congregadas allí. Las noticias volaban rápido y más si
involucraban a personas tan ilustres como lo era John. Los verdugos
ya estaban listos y los delincuentes también. Sería un
fusilamiento, por lo que John y compañía se hallaban con los ojos
vendados, con las manos atadas detrás de la espalda y formados uno
al lado del otro, metros delante de Dan, su padre y el otro oficial,
quienes vigilaban cada cual su víctima, teniendo en sus manos,
rifles. Cuando las familias de los implicados estuvieron presentes y
las exactas doce del día llegaron, la muchedumbre completa dejó los
murmullos. Dan dio un paso adelante.
—¡Atención!
Fusilamiento número cincuenta y cinco. John Glover, Ronald Griff y
Thomas Baker, acusados y con pruebas suficientes, declarados
culpables del asesinato de Zack y Margaret Glover, así como del
joven Matthew Dylan Black ¿Su última voluntad?
—Cuiden
bien de mi familia —dijo uno de ellos con voz tremendamente triste.
—No
morir —dijo el otro con sorna—. Aunque supongo que no se podrá
cumplir, ¿eh? Así que sólo diré que lamento haber conocido a
John.
—Oh,
cállate, imbécil —fueron las frías palabras del nombrado y
después de eso no dijo nada, por lo que Dan concluyó no tenía un
último deseo.
—Bien,
en ese caso. ¡Preparen! —Él y los otros sujetaron bien las
armas—. ¡Apunten! —lo hicieron—. ¡Fuego!
Los
gatillos fueron apretados y tres vidas dejaron de existir ese día.
El silencio no pudo ni durar un segundo antes de que un plañido de
dolor se dejara oír. Era una mujer, quizás la esposa de uno de
ellos. Poco a poco, más gemidos agonizantes de amigos y familiares
se apoderaron del entorno. Cosa que con los Glover no sucedía. Logan
no cabía en sí de alegría de que alguien tan horrible y
desagradable como John muriera. No podía perdonarlo, ni siquiera lo
intentaba. Lo odiaba porque lo había usado a su antojo con engaños
y falsos tratos bondadosos mientras maquinaba un siniestro plan y
hacía sufrir a sus hermanas. Al contrario, Pass, a pesar de que no
estaba realmente triste, una emoción de lástima la embargó. Sintió
lástima por su tío. Esforzarse tanto, caer tan bajo y finalmente
fracasar por algo tan banal y fugaz como una herencia. Era
lamentable.
Sam,
sin embargo, simplemente no podía sentir absolutamente nada. No
estaba enojada, no estaba feliz, ni triste. No sentía nada. Creyó
que al verlo morir su dolor se iría, pero no había sido así, ni un
ápice de felicidad surgió de su corazón. Mas tampoco se sentía
compasiva, ni siquiera creía estar satisfecha. John había matado a
Matt y a sus padres y luego le habían arrebatado la vida a él, ¿era
justo? Quizás ante la ley del pueblo lo era, pero para ella no era
más que la salvación de una tortura que John debió padecer. Eso
era, debió sufrir el resto de su vida como ella lo haría... ¿Pero
eso le garantizaba a ella que estaría mejor? No; entonces tampoco
valía la pena. Al final terminaría asqueándose de algo así. Lo
mejor era dejar las cosas como estaban.
—¿Están
bien, chicos? —Robert se acercó a ellos con expresión preocupada.
—Sí,
no te preocupes. Mejor que nunca —le respondió Logan.
—¿Seguro?
¿Pass? —la miró al ver que su mente estaba extraviada. Ella y Sam
podían ser muy sensibles en esa clase de situaciones.
—Lo
estaré, no te preocupes.
—Hm
—el joven dudó un poco—. Sam, ¿tú estás bien?
—Quisiera
estarlo...
—Mamá
hizo bastante comida, ¿por qué no vienen? —los invitó—. Dicen
que las penas con pan son buenas.
—No
quisiéramos molestarlos...
—No
es molestia. Somos amigos, ¿no? Los amigos se apoyan en todo y
ustedes necesitan mucho ánimo en estos momentos. No sería bueno que
rechazaran una mano amiga, si no se dejan ayudar será su perdición.
Sam
bajó la mirada. Robert tenía toda razón y la prueba era ella
misma. Había estado rechazando las atenciones de sus hermanos y por
ello se había hundido más en el hoyo en el que había caído. ¿Qué
diría Matt si la viera así? No estaría contento, de eso estaba
segura.
—De
acuerdo, si insistes iremos, o por lo menos yo sí —aceptó al
final Logan.
—Yo
no tengo problemas, pero... —Pass miró a Sam.
—Vamos
—dijo en un hilo de voz.
—Bien,
no se arrepentirán... o eso intentaremos.
Y
con eso, los cuatro se encaminaron a casa de Robert, donde pasaron un
rato lo suficientemente agradable, pues la familia del joven, dado
que era muy amiga de ellos, se esforzó por hacerlos sentir bien e
intentaron no remover agua amarga, por lo que se abstuvieron de
hablar de John y se concentraron en otros temas. Después de un par
de horas, los tres se despidieron. Poco después se encontraron con
Dan y el pidió prestada a Pass unos momentos y aunque el principio
Logan se opuso, al final el sheriff y la castaña tomaron rumbos
diferentes y Logan y Sam regresaron solos a casa.
—¿Qué
pasa? ¿No piensas dejar a Wild
en el establo? —le preguntó al ver que pasaba de largo el
susodicho.
—Me
gustaría ir a pasear un rato por el bosque.
—¿Quieres
que vaya contigo?
—Preferiría
que no. Procuraré no retrasarme mucho.
Y
sin darle más oportunidad de hablar, Sam galopó alejándose de su
hogar. Se internó en el bosque y a pesar de que sabía que le
provocaría mucho más daño, fue a cada uno de los lugares que había
compartido con Matt, llenando su mente de recuerdos que revivió, en
los que pudo verlo con claridad, cada gesto suyo, cada sonrisa que le
dedicó, incluso logró escuchar su voz que era llevada hacía ella
por el viento. Hermoso recuerdos que nunca volvería a vivir y que
obligaron a sus lagrimales a trabajar. ¡Qué daría por volver a
verlo! Pero era imposible, su razón lo sabía, mas su corazón se
negaba a creerlo. Debía hacerlo entender, debía enseñarlo a vivir
nuevamente lleno de alegría sin la presencia de Matt. No lo
entendía. ¿Por qué alguien que había estado tan poco tiempo en su
vida fue capaz de dejar tanto impacto en ella? No tenía sentido,
aunque tampoco lo buscaba. Era la simple realidad y debía aceptarla
tal como debía aceptar que él ya no pertenecía a ese mundo.
Cuando
regresó a casa ya estaba oscuro. Dejó a Wild
en el establo
prometiéndole que lo visitaría más seguido y luego ingresó a su
hogar, antes de finalmente sucumbir ante el cansancio y abrazada a la
marioneta que le fue obsequiada con tanto cariño, quedó dormida
sobre su cama. Una semana pasó, un poco lenta para Pass y Sam,
quienes se esforzaban por acostumbrarse a las nuevas condiciones. Ya
gozaban de libertad, pero el trabajo también había aumentado;
después de todo, no podían dejarle toda la responsabilidad de
atender la granja a Logan. Ellas también eran parte de ella y tenían
su porción de la herencia, por lo que debían cuidarla.
Una
tarde, mientras Sam daba mantenimiento a Wild,
rememoró aquella vez que Matt la había visitado por primera vez.
Habían hecho una promesa a largo plazo. Ese día fusionaron sus
sueños y prometieron que los cumplirían para estar juntos los dos y
compartir cosas que amaban. Era imposible que la mitad de esa promesa
se hiciera realidad ahora ante la ausencia de él, pero estaba casi
cien por ciento segura de que si estuviera vivo la cumpliría. Él
había sido esa clase de personas. No importaba lo que se le pusiera
enfrente, no importaban los obstáculos, siempre se esforzaría por
realizar lo que decía. Esa era su impresión de él. ¿Cuál era la
impresión que se daba ella misma? ¿Se conocía realmente?
No,
no se conocía por completo y eso era porque su vida había tenido
tantos giros inesperados que la tomaban por sorpresa y no sabía cómo
actuar, además de que siempre había sido de un carácter sumiso y
hasta cierto grado cobarde. No sabía si sería capaz de luchar,
pero... Un nuevo recuerdo la asaltó. Su obra. La obra que Matt había
hecho especialmente para ella, de la que era la musa, la inspiración,
la protagonista. En la historia no tuvo las cosas fáciles, debió
luchar. Hasta ahora meditaba en ello, pero seguramente Matt era de
los que mejor sabían que no todo se obtiene en bandeja de plata en
cuanto a alcanzar un sueño se refiere y por eso había planificado
la obra con todos eso problemas de por medio, para mostrarle que, a
pesar de todo, se podía triunfar y por sobre todo, que había
confiado plenamente en ella. Que al igual que la marioneta, ella
saldría adelante y conseguiría ser feliz haciendo lo que le
gustaba.
Con
pesar descubrió que volvía a llorar. Sin embargo, en esta ocasión
sus lágrimas no eran especialmente producidas por la tristeza, sino
por la vergüenza. ¿Qué había estado haciendo todo ese tiempo?
Matt creyó en ella de una forma casi aterradora de que haría lo que
estuviera en su mano para cumplir su promesa y tan sólo se había
limitado a auto compadecerse a ella misma sin ganas de levantar un
dedo. En verdad era vergonzoso. Se limpió las lágrimas con algo de
brusquedad. Estaba cansada de tanto llorar. Era hora de ponerle fin a
su auto destrucción. Al fin y al cabo, no había sido confianza
ciega, era correspondencia. Él había confiado en ella tanto como
ella había confiado en él. No lo decepcionaría.
—¿A
la ciudad? —inquirió Logan sumamente extrañado.
—¿Al
instituto de ballet? —fue el turno de Pass preguntar.
Era
un nuevo día y los tres estaban desayunando cuando Sam les dio a
conocer lo que deseaba. Se mudaría a la ciudad y se internaría en
el instituto donde había estado practicando ballet desde que era una
niña y al que dejó cuando sus padres murieron.
—Así
es —respondió ella con mirada decisiva—. No hay problema porque
estás por cumplir los veintiuno, Logan, así que la custodia de
nosotras pasará a tus manos. Además, no sólo dan ballet, recuerda
que como uno de los mejores institutos tiene maestros particulares
que enseñan las materias básicas a quienes lo desean.
—No
es que la educación me preocupe —aceptó el joven—. Es
simplemente que no entiendo por qué ahora y aparte dices que no
saldrás de allí hasta que cumplas la mayoría de edad. ¿A qué
viene eso? ¿No será que quieres escaparte del trabajo?
Sam
abrió la boca para objetar, pero las palabras no salieron de su
boca. A decir verdad, la petición parecía más bien una excusa.
Después de todo, la había hecho cuando más ayuda Logan necesitaba
con la granja.
—Me
decepciona escuchar eso, Logan —dijo Pass mostrándole una sonrisa
reconfortante a su hermana—. Sam no es esa clase de personas,
únicamente desea hacer realidad su sueño.
—¿Sueño?
—Sí,
a ella siempre le gustó el baile y ha querido vivir de eso. No iba a
ese instituto sólo por alegrar a nuestros padres, lo hacía porque
lo quería. Si ya no fue después fue porque el... John se lo
prohibió. Ahora que tiene una oportunidad ¿vamos a ser nosotros
quienes se la quitemos? Tan sólo porque nosotros somos tan simples
que no expandimos nuestros horizontes, sino que nos conformamos con
quedarnos aquí el resto de nuestra vida, ¿vamos a querer que ella
haga lo mismo? Yo no lo quiero.
Logan
quedó en silencio, mirando a Pass sorprendido. Era increíble, su
hermana menor lo había sermoneado. Se rascó la nuca, aun confundido
y suspiró.
—Como
lo haces parecer, me harás un monstruo si digo que no, así que
bien. Tienes mi apoyo, Sam.
—¡Gracias,
Logan! —chillaron ambas lanzándose al cuello de su hermano en un
fuerte abrazo.
—Bien,
bien. Muy dulce, muy dulce, pero quedan cosas por hacer. Sé que
quieres irte lo más pronto posible, Sam, mas sería de gran ayuda
que te quedaras hasta que la conmoción con los empleados y demás
detalles se arreglaran. Entonces veremos lo de tu viaje, ¿bien?
Sam
asintió estando de acuerdo. Ya había abierto la primera puerta, era
un logro que le daba un toque de contentamiento, un paso a la vez, no
debía apresurarse o todo le saldría mal. Un poco más de dos
semanas transcurrieron antes de que todo en la granja se ajustara lo
suficiente y finalmente se hicieran los preparativos para la mudanza
de Sam. Logan la acompañaría y habían conseguido quien los llevara
hasta la ciudad. La fecha en la que decidieron partir llegó y los
tres Glover se encontraban en la casa del hombre que los llevaría,
además de Robert.
—¿No
se te olvida nada, Sam? —inquirió Pass viendo la maleta de ella.
—No,
descuida. Además, cargo con lo más importante.
Sam
se acomodó un morralito tejido a mano en el que llevaba la marioneta
de Matt, la que le serviría de ahora en adelante como inspiración y
de la que no se desprendería nunca.
—Gracias
por encargarte de la granja en lo que estoy ausente, Rob, a pesar de
que tienes tus propias ocupaciones.
—No
hay problema, ¿para qué están los amigos si no para aprovecharse
de ellos?
—Por
favor, cuida bien de Pass —dijo Logan y luego susurró en el oído
de Robert para que ellas no escucharan—. Asegúrate de que Dan no
se le acerque.
Robert
no pudo esconder una pequeña carcajada divertida.
—Cuida
bien de Wild —fue
la petición de Sam.
—Ambos
están en buenas manos —aseguró Robert.
—Bien,
es hora de partir, Sam.
Los
dos que se quedarían se despidieron con un abrazo de los que se
irían y sin hacer esperar más al hombre que los llevaría, se
alejaron en el interior del pequeño auto, de los pocos que había
en el pueblo. El vehículo se perdió de vista en el horizonte y las
ganas de llorar asaltaron a Pass, después de todo, siempre había
estado muy pendiente de Sam. Para ella, aún era una niña que no
estaba lista para salir al mundo, pero no era verdad. Aunque no lo
pareciera, Sam era muy madura. Además, fue su propia decisión. No
podía detenerla, mas la extrañaría en demasía. Sintió una mano
sobre su espalda que la palmeó un par de veces. Miró a Robert,
quien le ofreció una sonrisa.
—Estará
bien —le aseguró con firmes y confiadas palabras. Ella asintió—.
En marcha, entonces.
Los
dos tomaron el rumbo que los llevaría a la residencia Glover.
También tenían mucho que hacer.
15
Incomparable.
Nuevamente Sam pensó que no podía comparar para nada lo que era una
ciudad real con un pueblo. Las personas que caminaban por las calles
llegaban a un número incontable, no se detenían a hablar con los
que se cruzaban, sino que seguían de largo a paso veloz para seguir
con sus actividades diarias. Los autos abundaban. No había
caretillas jaladas por caballos, o por lo menos no muchas. Sólo
había carros en movimiento. Sam no pudo esconder una sonrisita
nostálgica al volver a ver aquel escenario después de tantos meses.
Por supuesto, amaba la tranquilidad de su pueblo, pero nunca dejó de
parecerle emocionante la ciudad. Desde que era niña le gustó estar
allí. Era diferente a lo que sentía en casa, mas no por ello
desagradable. Se sentía una aventurera.
—Nunca
dejó de sorprenderme —le dijo a Logan con mirada melancólica—.
Cuando tenía ocho creí que al crecer, vería la ciudad más
pequeña, pero creo que no es verdad. La veo incluso más grande y
con más gente.
—Esta
zona se desarrolla muy rápido —asintió Logan—. Más rápido que
tú, creo yo.
Sam
no volvió a hablar. Sentíase extraña. No era la primera vez que
visitaba la ciudad, pero sí era la primera vez que iba sabiendo que
era donde Matt había vivido. Apretó la correa del morral que
todavía no se descolgaba. Estaba nerviosa. El plan era ir al
instituto en ese momento para que la registraran y quedarse allí de
ahora en adelante, pero ella tenía otros planes aparte de ese.
Llegaron a su destino.
—No
puede estar aquí —dijo la directora del instituto en cuanto Logan
y Sam explicaron su situación.
—¿Por
qué no? Creí que aceptaban a cualquiera dispuesto a aprender. Ya le
dije que el dinero no es problema, podemos pagar lo que sea necesario
—insistió Logan con aire frustrado al ver la desilusión en el
rostro de Sam ante la noticia.
—Las
inscripciones fueron hace un mes, un poco más quizás. Debe haber un
orden siempre, joven —aclaró la mujer de edad madura.
—No
importa, Sam es muy buena, fue estudiante de este sitio por años.
Estoy seguro de que cumple con las expectativas de cualquiera y en el
raro caso de que le faltara algún movimiento o lo que sea, lo
aprenderá en un instante.
—¿Es
eso cierto? —inquirió la directora mirando a la pelirroja.
—Bueno...
—ella se vio más nerviosa. Logan hablaba de ella como si fuera un
súper humano.
—¡Claro
que es cierto! Es más, puede hacerle una demostración en este
momento.
—¿Eh?
—Muy
bien. Probemos tus habilidades, linda. Síganme por favor.
Sin
darle oportunidad de decir nada, la mujer salió del despacho seguida
por Logan, por lo que Sam no tuvo más opción que ir tras ellos. La
mujer consiguió el vestuario necesario para Sam, que consistía en
un leotardo color rosa pastel, las malla de un tono más claro que el
leotardo y las zapatillas a juego con el leotardo. En esta ocasión
no le dieron tutú ni otro tipo de falda. Luego se dirigieron a una
de las tantas salas para practicar, obviamente, a una vacía.
—Bien,
empieza con algunos estiramientos, querida —pidió la sonrisa con
una sonrisa amable.
Sam
asintió e inició con calentamiento de piernas, haciendo el pilé y
relevé, que consistía en separar los pies sin despegar los talones
y flexionar las rodillas para luego ponerlas rectar. Repitió el
proceso varias veces. Luego siguió con el estiramiento de espalda,
que consistía en echar su tronco hacia atrás lo más que pudiera.
También realizó estiramientos laterales, de ambos lados. Hizo otros
de un estilo parecido antes de finalmente alejarse de la baranda de
apoyo y colocarse en el centro de la habitación. Apoyó todo su peso
en las puntas de sus pies y comenzando con pequeños pasitos, dio
inicio a una danza. Se vio a sí misma ir y venir por lo amplio del
lugar, acelerando y disminuyendo la velocidad, dando vueltas,
saltando, moviendo sus brazos. Un par de veces cometió errores
notorios que no pudieron ser pasados por alto por la directora, ya
que el propio Logan, ignorante en el campo, los notó, lo que aumentó
el nerviosismo de ambos.
—Es
suficiente —habló la mujer y Sam se detuvo. Vio como la dama
cerraba los ojos unos momentos manteniendo sus brazos cruzados sobre
su pecho—. Te falta práctica, querida, mucha práctica, pero lo
has hecho muy bien. Eres alguien muy capaz. Supongo que puedo hacer
una excepción.
—¿Quiere
decir que...? —Logan miró a Sam muy contento.
—Sin
embargo, el que permita que inicie estudios aquí, no quiere decir
que pueda ingresar a los dormitorios del instituto.
—¿Por
qué no? —El joven estaba desconcertado. ¿Más problemas por
resolver?
—Necesito
la autorización de un representante legal y usted no lo es.
—Ya
le explicamos la situación. Dentro de poco pasará a mis manos su
custodia. ¿No puede dejarla quedarse mientras eso pasa? Después
arreglamos el papeleo faltante.
—Me
temo que en asuntos así de delicados no puedo hacer nada. Van más
allá de mi poder y preferiría no meterme en problemas, joven. Estoy
gustosa de que atienda clases aquí, pero por ahora no puede ser
internada, ¿me explico?
No
había más que hacer, todo había sido dicho.
—¡Qué
fastidio! Supongo que no todo sale como uno espera, ¿no crees, Sam?
—Los dos ya estaban fuera del instituto—. En fin, vamos a buscar
un lugar dónde quedarnos. Menos mal que traje un poco de equipaje
conmigo, pues pensaba quedarme unos días, aunque ahora se alargarán
los días.
Y
es que habían acordado que Logan con Sam en la ciudad hasta que él
cumpliera la mayoría de edad y se hicieran los trámites necesarios
de la custodia, para que lograran que Sam ingresara a la institución
como una estudiante en su totalidad. La búsqueda de un departamento
para ambos comenzó. Decidieron que los más conveniente era que
fuera cerca de la escuela de Sam, no importaba lo caro que fuera; de
cualquier modo, a pesar de que todavía no podían dar uso a su
herencia, los dos contaban con grandes ahorros, los de todas las
mesadas que sus padres les dieron. Al fin podían darles un uso
apropiado y gratificante.
Cuando
hallaron uno que fuera de su agrado, en el que venían incluidos los
muebles necesarios, Logan dejó a Sam desempacando mientras él iba a
atender unas diligencias, en las que estaba la de mandarle una masiva
a Pass en la que le explicaba lo que había pasado. La pelirroja hizo
un poco de limpieza y acomodó la ropa de Logan en la que sería su
habitación y la de ella en la otra. El departamento no era grande,
después de todo no durarían mucho tiempo allí, pero era lo
suficientemente cómodo como para que ninguno de los dos se
estorbara. En tanto realizaba su trabajo, vino a su mente Pass.
Seguramente se sentiría muy sola todo ese tiempo. También pensó en
Robert y una sonrisa se le escapó. A buena hora había accedido
ayudar con la granja.
Cuando
Logan regresó, ella preparaba la comida. Habían desayunado antes de
partir del pueblo, pero de eso hacía ya varias horas. Los
disfrutaron de los alimentos y fue de esa manera como el día
concluyo. Se había acordado que el día siguiente Sam iniciaría con
la escuela, por lo que cuando se hizo de mañana, el par de hermanos
se alistó y se dirigió a la escuela. La directora le había dado a
Sam el horario de clases desde un día antes.
—Aquí
estás. Ten un buen día, ¿quieres? —le dijo Logan una vez frente
a la puerta.
—Gracias,
tú también. Ah, Logan, ¿puedo pedirte un favor?
—El
que quieras.
—¿Puedes
averiguar dónde quedan los cementerios de aquí, por favor?
—¿Los
cementerios?
—Sí...
Sam
bajó la mirada triste. Su agenda estaría muy ocupada de ahora en
adelante, no sólo por las mañanas, sino que por las tardes también,
pues la directora la había programado a una sesión de práctica de
ballet extra. Aun así, ella debía seguir con sus planes. Si Logan
le echaba una mano dándole las direcciones de los cementerios, le
sería de gran ayuda. Se limitaría a buscar los fines de semana,
aunque no la mañana del sábado porque también tenía práctica,
pero era trabajo menos.
—¿No
te parece algo extraño? Una chica de tu edad debería preguntar por
algún centro comercial, no por el cementerio.
—No
pidas razones. Si lo puedes hacer, hazlo, por favor.
—Sí,
sí, las conseguiré.
—Gracias.
Con
esto, Sam entró al centro educativo y Logan se fue. Los días
siguientes pasaron rápido para Sam ante sus ocupaciones, por lo que
su primer fin de semana en la ciudad se hizo presente y tal como lo
había estado maquinando en sus pensamientos, la tarde del sábado,
después de que ella y Logan comieran, a uno de los seis grandes
cementerios que había en la urbanización. Pasó toda la tarde
buscando el nombre que deseaba y a la vez no, encontrar. Revisó
lápida por lápida, gaveta por gaveta, sin resultados. La noche la
sorprendió sin siquiera haber abarcado la mitad del cementerio, por
lo que tuvo que volver a casa, pero el día siguiente regresó para
continuar con la búsqueda.
El
pensamiento de que lo encontraría tarde o temprano la motivó a
continuar con su cometido los fines de semana siguientes. Supo que
tenía mucho trabajo, pues los sitios eran amplios y eran seis, mas
no se daría por vencida. Logan se había ofrecido a ayudarle en lo
que fuera que necesitara, pero se negó. No quería que viera su
debilidad cuando lo hallara. Sabía que dolería y que lloraría
mucho. Caminaba por el cuarto cementerio, que estaba bastante lejos
de su departamento, agudizando bien la vista, mirando arriba y abajo
en uno de los pasillos llenos de gavetas. Se detuvo y suspiró.
Parecía una loca. Enfocó su visión frente a ella y alejado unos
metros, caminando por el pasillo que se cruzaba con el que ella
estaba, logró distinguir un rostro que le pareció familiar,
sumamente familiar. Corrió apresurada hacia la persona.
—¡Fred!
¡Fred! —lo llamó esperando que en verdad se tratara de él.
El
hombre se detuvo al escuchar su nombre y volviéndose se encontró
con la pelirroja.
—¡Damita!
—exclamó sorprendido de verla—. ¿Qué haces aquí?
—Es
una larga historia. Me alegra haberme cruzado contigo. ¿Viniste a
ver a Matt? He estado buscando su tumba, pero no la encuentro.
—Ah,
no, no vine a verlo. Al padre.
—¿Tu
padre?
—No,
al de Matt.
Esas
palabras la tomaron por sorpresa. ¿Eso significaba...?
—Sí
—dijo Fred al ver la interrogante de ella en su rostro—. La
noticia de la muerte de su hijo fue demasiado para su corazón. No
consiguió salir adelante.
No
era fácil para Fred decir aquello. Después de todo, también había
visto la reacción de Leilany ante la muerte de su marido. Mucho
sufrimiento para ella. Primero su hijo y luego su esposo. Y claro, la
culpa se la echaba únicamente a él. Doble asesino, fue el
sobrenombre que adoptó de parte de ella desde aquel día, y el
desprecio y frialdad con el que lo trataba lo hería como nadie tenía
idea, mas no podía alejarse de ella ni con eso. Quería darle su
apoyo, aunque quizás no lo necesitara. Leilany mostró ser una mujer
fuerte, pues estaba recuperándose de manera asombrosa; aun así, se
había prometido a sí mismo ser esclavo de ella el resto de su vida,
tal vez de esa manera ella obtendría un poco de paz. Sacudió su
cabeza alejando esos pensamientos.
—Así
que estás aquí para ver a Matt. ¿Quieres que te diga dónde está?
Es aquí mismo. Ven, sígueme.
Los
dos continuaron caminando hasta que salieron de los pasillos y se
adentraron al campo de las lápidas. Continuaron su recorrido hasta
que pudo visualizarse una pequeña colina, en la cual pudo
apreciarse una sola tumba, que estaba ubicada bajo un árbol. Sam
abrió los ojos, sorprendida. Al acercarse lo suficiente, descubrió
la clase de árbol del que se trataba.
—Es
un pino —susurró con voz trémula mirando asombrada a Fred.
Luego
dejó de hacerlo para enfocar su visión en la solitaria lápida. Un
gemido de dolor escapó de sus labios al leer lo que rezaba en el
material de la losa.
“Matthew
Dylan Black. Amado hijo y amigo”.
Además
de tener la fecha de nacimiento y defunción. El dolor que volvió a
golpear el corazón de la pelirroja fue tal que se tumbó de rodillas
al suelo, al tiempo que traicioneras lágrimas brotaban de sus perlas
cafés. Volvió a lamentar la pérdida de él. Volvió a agonizar
ante el hecho de que las vivencias felices que había pasado a su
lado no volverían. La esperanza ilógica de que todo aquello se
trataba de una horrible pesadilla murió allí mismo y quedó
enterrada junto con Matt. Se abrazó a sí misma al sentir
repentinamente un frío atroz, que caló sus huesos a pesar del
grueso abrigo que llevaba puesto ante el clima de la época. Fred no
dijo no una palabra y se limitó a permanecer al lado de Sam todo el
tiempo que hiciera falta. Él no podía llorar ya. Debía ser un
apoyo, un pilar que no se viniera abajo. Sam se calmó unos minutos
después. Se limpió el rostro aun sollozando y sin levantarse.
—A
él le gustaban los pinos —articuló con dificultad, casi
quebrándosele la voz, mirando el verde árbol que se lazaba sobre
ella. Algo le decía que el que hubiera sido enterrado en ese lugar
no era coincidencia.
—Así
es, le gustaban mucho —concordó Fred, recordando—. Siempre que
veníamos aquí por mis padres, Matt venía a esta colina y una vez
me hizo prometerle que el día que muriera lo tendría que sepultar
aquí, bajo su árbol favorito. Fue el primero en saber su deseo,
pero se lo dijo a sus padres y aseguró que se lo diría a su futura
esposa y a sus hijos. Incluso pensaba decírselo a sus nietos. Todo
con tal de que le cumplieran su última voluntad.
—Ya
veo —Sam se levantó—. Entonces tenía razón.
Fred
la miró curioso. Ella se explicó.
—Imagine
que Matt era de esa gente que no se da por vencida tan fácil y que
lucha por lo que quiere.
—Sí,
así era.
—Bien,
entonces debo ser igual. Lucharé por cumplir mi sueño, el que ambos
teníamos. Si lo logro yo, no hay duda de que Matt habría podido
hacerlo también. No puedo seguir atormentándome. Me duele que no
esté, pero los recuerdos que tengo de él fueron lindos y estoy
feliz, porque tuve la oportunidad de vivirlos junto a él. Además
—Sacó la marioneta del morral—. No lo olvidaré jamás, por lo
que no me preocuparé más por eso. Estaba realmente asustada de
olvidar su rostro, su sonrisa, lo que me hacía sentir. Tenía miedo
de que todo esto fuera relegado al concentrarme de lleno en otra
cosa, pero no es posible que eso pase. Mi vida sigue adelante y debo
aprovecharla, ¿no es así, Matt?
Después
de mucho tiempo, una sonrisa que logró alcanzar sus ojos apareció
en su rostro y dedicándosela a la sepultura, se alejó de allí
junto a Fred, dispuesta a seguir adelante, pues todavía tenía
muchas cosas que hacer.
Segunda Parte
Segunda Parte
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