Capítulo
uno
El
equipo femenil de baloncesto de aquella universidad se encontraba en
el gimnasio, en la cancha correspondiente al deporte, acababan de
terminar el entrenamiento. El sudor bajó por el cuerpo de Wanda
Ríos, quien se acercó a la banca donde solían quedarse algunas
jugadoras en el transcurso de algún partido, esperando a ser
llamadas, sacando de la pequeña mochila que siempre la acompañaba y
que descansaba en la larga banca, una toalla con la que se secó el
sudor del rostro, para después tomar la botella de agua que también
era su fiel compañera en esas ocasiones y bebió del vital líquido
con vehemencia, sintiendo su sed aplacarse lo suficiente. Soltó un
suspiro de alivio mientras su agitada respiración se regularizaba.
—Wanda
—la llamó una de sus compañeras acercándose a ella y sentándose
a un lado de la mochila—. Lo hiciste muy bien hoy. Se nota que esto
se te da.
Wanda,
tan alta como todas allí, sonrió a plenitud mostrando sus blancos
dientes que de pronto contrastaron con su piel de un tono más oscuro
que el moreno, en tanto sus ojos verdes se iluminaban de emoción.
—Tú
también lo hiciste bien, Carmen, y sabes que el baloncesto es mi
pasión. Además, el torneo estatal es dentro de mes y medio y ya que
somos de las universidades que consiguió pasar, no podemos darnos el
lujo de perder.
—Hablando
de eso —se metió otra chica, amiga de ellas—. Los exámenes son
pocos días antes del torneo, ¿no?
—Es
verdad —recordó Carmen—. Y escuché que el subdirector, con
apoyo del director, dijo que quien no pase alguna materia no irá al
torneo.
— ¿Qué?
—tanto Wanda como la otra se sorprendieron al escuchar aquello.
—Es
verdad —se acercó la capitana del equipo, quien cursaba su último
año de licenciatura—. El entrenador me lo hizo saber hace poco y
por eso les digo que no se les ocurra reprobar.
—Pero,
Alba, el entrenamiento apenas nos deja tiempo para hacer las tareas,
no podremos estudiar. ¿No puedes convencer al entrenador de que
persuada al subdirector? —quiso saber Zoila, la otra chica.
—No
sean tontas. Si estaban dispuestas a continuar con sus estudios al
mismo tiempo que se inscribían en alguna clase extracurricular como
esta, es momento de que lo demuestren. Aquí sólo hay chicas que
aman el baloncesto y confían en sus capacidades para mantener el
ritmo. Si piensan igual que todas nosotras, pasen esos exámenes y si
prefieren darse por vencidas, bien, no necesitamos a indecisas y
cobardes.
Dicho
eso, Alba se alejó de las tres amigas, dejándolas con un sabor de
boca amargo.
—No
tenía por qué ser tan ruda —se quejó Zoila al verse su idea
absurda.
—Así
es ella y como para el siguiente año no estará más con nosotros,
desea que la recuerden como buena líder —explicó Wanda guardando
la botella y la toalla.
—Es
verdad, además se muestra más dura con nosotras por ser de primer
año —concordó Carmen—. En fin, me voy yendo. Tengo trabajo que
hacer.
—Yo
también —anunció Zoila—. Debo ponerme a estudiar desde ahora.
— ¿Vienes,
Wanda?
—Me
quedaré a practicar mis tiros libres.
—Wanda,
tienes que tomar en serio esta situación —intentó razonar Carmen
con ella—. No lo digo con mala intención ni nada, pero recuerda
que no eres de la mejores en Química y por reprobar podrías
quedarte aquí, ¿eso quieres?
—Claro
que no. No se preocupen, me esforzaré al máximo —les sonrió para
garantizarles confianza.
—Bien,
si tú lo dices. Sólo recuerda que eres importante para el equipo.
Entre las que no pueden faltar al torneo estás tú. Adiós.
Y
sin más, ambas jóvenes desaparecieron saliendo del gimnasio. Wanda
suspiró sintiendo de pronto una presión que no había sentido en
mucho tiempo. Vaya que quería ir al torneo, estaba ansiosa; pero era
verdad que las ciencias no se le daban bien y batallaba mucho para
entender las Matemáticas y la Física, por eso siempre sacaba notas
bajas en esas materias y en alguna que otra ocasión estuvo amenazada
con salir del equipo si no las subía, mas la Química le parecía de
otro mundo, con su propio idioma, reglas y leyes. Simplemente le eran
más que complicadas. Apretó con fuerza el balón que sujetaba entre
sus manos. No importaba, ella podía pasar todos los exámenes con
notas apropiadas, únicamente debía esforzarse más y organizar bien
su horario. Eso haría, lucharía por vencer en la fase de estudios y
luego en la de deportes.
Con
ese pensamiento optimista, comenzó con lo que se había propuesto
desde un principio de practicar los tiros libres y al trascurrir unos
minutos se vio tan concentrada en eso que no notó tu presencia
detrás de ella, por lo que la sorprendió el hecho de que cuando
lanzó el balón y no encestó, fueras tú quien lo tomara con
velocidad sorprendente en lugar de ella. Por un momento quedó
estática en su sitio, intentando procesar lo que había pasado y
cuando sus oídos captaron el sonido del balón rebotar a su espalda,
fue cuando se giró ciento ochenta grados y de esa manera pudieron
quedar frente a frente. La miraste con la sonrisa tan confianzuda que
te caracterizaba, en tanto tus ojos grises la escrutaban con avidez
como siempre lo hacías, buscando el más mínimo cambio que pudiera
haber en su apariencia, pero como las veces anteriores, no notaste
nada fuera de lo común. Dejaste de botar el balón y lo sujetaste
entre tu brazo y el costado. Ella se acomodó un mechón de su corto
cabello negro y que siempre insistía en salirse de su lugar que era
detrás de la oreja.
—No
estás concentrada –fue tu saludo con voz profunda, tranquila,
suave—. No tiendes a fallar tantas veces.
Ella
abrió los ojos sorprendida dando un paso hacia ti.
—Saúl,
¿has estado viéndome todo este tiempo? ¿Hace cuánto llegaste?
—Hace
un largo rato —aceptaste sonriendo todavía más.
— ¿Y
qué haces aquí a estas horas? Hoy no les toca entrenar hasta
mañana.
Tú
también formabas parte del equipo de basquetbol, aunque en el
varonil y también irías a competir en el torneo, así como los de
otros deportes. Ese hecho te hacía todavía más popular entre los
estudiantes, sobre todo entre las féminas, no sólo por tu atractivo
físico al ser alto, rubio y bronceado, sino que el pertenecer a un
equipo deportivo te daba más fama de la que en verdad necesitabas o
querías. Y eso que apenas era tu segundo año en la universidad.
—No,
pero vine a entregar un trabajo atrasado y pasé a ver quién seguía
por aquí. ¿Lista para el torneo? —inquiriste alargando el brazo
con balón en mano, invitándola a que lo tomara.
Wanda
acortó más la distancia entre ambos y cuando estaba a punto de
sujetarlo, hiciste una maniobra que consistió en pasar rápidamente
el balón a la otra mano botándolo, al tiempo que te alejabas de
ella dando unos pasos hacia la izquierda, logrando confundirla por
unos instantes. Parpadeó varias veces sorprendida, observándote con
extrañeza. Le devolviste la mirada con una traviesa mientras volvías
a ofrecerle el balón. Ella trató de tomarlo una vez más sin éxito
cuando hiciste un movimiento parecido al anterior.
—Saúl
—se quejó colocando sus manos en su estrecha cintura, que no se
notaba por el gran y holgado uniforme del equipo que vestía.
—Te
lo pregunto una vez más: ¿Lista para el torneo?
Ella
frunció el ceño y la boca con frustración, después cerró los
ojos y sonrió divertida, para finalmente lanzarse sobre ti en un
nuevo intento de arrebatarte el balón, comenzando de esa manera un
juego de uno a uno en el que logró quitarte la esfera un par de
veces antes de que volvieras a tenerla en tu poder. Cuando no
quisiste arriesgarte más, alzaste el balón a lo alto, reposándolo
en tu palma y como eras, a pesar de la estatura de ella, mucho más
alto, no pudo tomarlo.
—No
es justo, eres un tramposo —te dijo con voz agotada y con reproche.
Wanda
pateó el suelo con rabia y se alejó de ti cruzada de brazos. Tú
bajaste la pelota hasta tu pecho.
—Esto
que acaba de pasar demuestra que no estás preparada para el torneo.
—No,
significa que no sabes jugar limpio.
— ¿Entonces
estás preparada?
—Por
supuesto.
— ¿Ah,
sí? ¿También para la próxima evaluación parcial? Todos saben que
no eres de las mejores estudiantes.
Wanda
se encogió de hombros sintiendo que la presión la oprimía todavía
más. ¿Por qué tenía que recordárselo todo el mundo? Ella sabía
que tenía que sacrificarse mucho para conseguir lo que quería. Se
irguió totalmente y cruzó sus brazos sobre su nuca mientras alzaba
la vista al techo del gimnasio.
—Está
bien, ya he tomado una decisión —confesó y la miraste expectante,
deseando saber a lo que se refería—. Conseguiré un tutor.
— ¿Un
tutor? —las palabras de ella lograron asombrarte. Eso indicaba que
en realidad estaba dispuesta a hacer lo que estuviera a su alcance
para pasar esos exámenes. Después de todo, nadie deseaba a un
estilo maestro a domicilio—. Suena buena idea. ¿Ya lo tienes?
—No,
quería a alguien conocido, pero será imposible. En el programa de
tutores de aquí no hay nadie que conozca, así que tendré que
conformarme.
—Yo
puedo ayudarte. Tal vez no lo creas, pero mis notas son de las tres
primeas en el aula.
—Eres
el chico perfecto, Saúl, no tendría por qué dudarlo, pero
honestamente no me infundes del todo confianza por lo que declino tu
oferta.
Ella
no lo supo, pero sus palabras te dolieron sobremanera. Apretaste el
balón con fuerza.
—Bueno,
tengo que irme. Nos vemos después —ella se encaminó a la banca de
la que tomó su pequeña mochila.
—Wanda
—la llamaste y cuando ella se volvió a verte le lanzaste el
balón—. Haz tu mayor esfuerzo.
Y
con esas palabras de ánimo, de las cuales ella no captó el tono
triste con las que las pronunciaste, saliste del gimnasio dejándola
sola una vez más.
El
día siguiente llegó y Wanda se hallaba en la oficina de la
coordinadora general, con quien tenía una simpática amistad.
—Así
que, Wanda, quieres que uno de nuestros estudiantes que se ofrecen
voluntariamente a estar en nuestro programa de tutores vaya a tu
casa, ¿cierto?
—Así
es, cordi, necesito ayuda con Química más que nada. En verdad
intento comprender las explicaciones del profe, pero no puedo y no
tiene sentido que quiera estudiar por mí misma o repasar los apuntes
si sigo sin entender. Por eso necesito que alguien me lo enseñe de
una manera más sencilla.
—Muy
bien, entiendo, no te exaltes. Veamos —la mujer de edad madura
aunque carácter jovial, buscó unos papeles de entre los tantos que
había en su escritorio y halló una lista de nombres que era lo que
buscaba—. ¿Quieres que sea chico o chica?
—Eso
es lo de menos, con que le entienda.
—De
acuerdo —señaló un nombre que Wanda no alcanzó a ver—. Como te
noto tan desesperada, tu caso quedará en urgente, así que llamare a
tu tutor lo más pronto posible para que vaya a tu casa.
— ¡Muchas
gracias, cordi! —casi gritó Wanda de alegría y estaba a punto de
salir cuando la mujer volvió a llamarla.
—Espera,
Wanda, espera. ¿Qué días quieres que vaya? ¿Cuándo tienes los
entrenamientos?
—Ah,
es verdad. Hm —lo pensó un poco—. ¿Puede ir dos días a la
semana?
—Los
que quieras, ellos se ajustan al horario.
—Pues
qué voluntariado tan más extraño… En fin, los lunes y los jueves
no tengo práctica, que vaya esos días.
—Bien
—la coordinadora anotó algo en una libreta—. Todo está listo.
La próxima semana empiezan.
—Gracias
otra vez —volvió a decirle Wanda sonriente antes de desaparecer de
su vista.
Fue
de aquella manera en la que, para Wanda, los días trascurrieron en
un abrir y cerrar de ojos, no porque deseara con ahínco estudiar la
materia que más se le dificultaba y que la odiaba, sino porque en su
mente estaba el anhelo de estar en el torneo junto a todo su equipo y
para ello debía pasar las evaluaciones que se avecinaban. Por ello,
el lunes siguiente, ya por la tarde y estando en su casa, Wanda
caminaba de aquí para allá, de alguna manera sintiéndose nerviosa,
contagiando tanto a su madre como a su pequeña hermana de diez años,
Ana.
—Hija,
deberías sentarte o harás una zanja en el piso —le aconsejó su
madre una vez terminaron de recoger la cocina entre las tres.
—A
mí está mareándome —confesó la niña sujetando su cabeza con
las manos.
—No
puedo —miró el reloj que indicaban minutos pasados de las cuatro—.
Ya se tardó.
— ¿Te
dijeron a qué hora llegaría? —preguntó la madre.
—No,
pero siento que ya se tardó.
—Relájate,
hija. ¿Por qué no aprovechas el tiempo y haces algo de tarea?
—Necesito
tener mi mente completamente centrada en lo de hoy. Quizá haga la
tarea al final de la sesión.
Transcurrieron
otros minutos.
—Uh,
creo que iré a mi habitación en tanto espero —aceptó finalmente
sabiendo que si no lo hacía, enloquecería a su madre y a sí misma.
Comenzó
a subir las escaleras que daban acceso a la planta alta, que era
donde estaban todas las habitaciones: la suya, la de Ana y la de sus
padres. Sin embargo, a media escalera el timbre resonó por toda la
casa provocando un pequeño sobresalto en las presentes.
— ¡Es
para mí! —se apresuró a decir Wanda iniciando el descenso de los
escalones con rapidez, por lo que en el último peldaño tropezó y
cayó de bruces al suelo, logrando sacarle un grito de preocupación
a su madre y a Ana, más bien que a ella.
— ¡Hija…!
—Estoy
bien, estoy bien —quiso calmarlas cuando se levantó de la misma
manera en la que cayó y aún con prisa, acudió al llamado de la
puerta, abriéndola.
Esa
fue la primera vez que nuestros ojos se encontraron.
Capítulo
dos
Cuando
esa lucha entre piedras preciosas dio inicio, fue como si el tiempo
se hubiese detenido unos instantes, en donde ni ella ni yo pudimos
apartar nuestros ojos el uno del otro, siendo sus esmeraldas fuertes
luchadoras y mis zafiros azules grandes resistidores. Pudieron haber
pasado muchas horas de no haber sido porque vi como una delgada línea
de sangre salía de los labios de ella y me preocupé.
—Estás
sangrando —Fue mi saludo descortés en tanto levantaba mi mano
derecha y la colocaba sobre mis labios—. Allí.
Ella me
imitó y tocó el líquido rojizo, logrando que detallara la herida
de la caída anterior, provocándole un repentino ardor en la zona
afectada. Ahogó un gemido de dolor.
—¿Estás
bien?
Ella
levantó un poco su vista hacia mí, no mucho porque sólo le sacaba
unos centímetros, y me miró de una manera que no pude decifrar;
después bajó su rostro y observó nuestros calzados en tanto un
rubor que no pudo explicarse la invadió. Fue entonces que recordé
qué hacía allí. Me aclaré la garganta.
—Disculpa
mis modales. Soy Tom Paredes y busco a alguien llamada Wanda Ríos
porque formo parte...
—Tú
—me interrumpió volviendo a mirarme con ojos bien abiertos—. ¿Tú
eres mi tutor?
—¿Tú
eres Wanda? —Ella asintió con lentitud—. Ya veo. En ese caso sí,
soy tu tutor.
Y nos
quedamos nuevamente en silencio hasta que fue su turno reaccionar.
—Oh,
lo siento, pasa por favor —Se hizo a un lado para permitirme el
acceso a su casa.
—Después
de ti.
Ella se
adentró primero conmigo detrás y pude detallar lo limpia y
acogedora que era su casa. Me limité a seguirla sin saber a dónde
me llevaba, sólo supe que comenzamos a subir una escalera, pero me
hallaba tan ensimismado en mis pensamientos que no noté cuando ella
se detuvo hasta que choqué con su espalda y tuve que esforzarme por
mantener el equilibrio para no irme escalera abajo.
—Lo
siento —me disculpé como un acto reflejo.
Ella se
giró sobre el escalón en el que estaba, quedando frente a mí y con
otro sonrojo en su rostro comenzó a jugar con sus manos.
—No
podemos estudiar en mi habitación.
Enarqué
una ceja, confundido.
—Es
que tú eres chico y yo chica y si estamos los dos solos en mi
habitación pues...
Se le
apagó la voz ante la vergüenza y aunque bajó su rostro una vez más
para que yo no la viera, se le olvidó que como estaba un par de
escalones más abajo que ella, pude ver con claridad todos su gestos.
—Descuida.
Estudiaremos donde a ti te parezca mejor.
—Vayamos
a la sala.
Me hice
a un lado para que ella pasara de mí y bajara para después
encaminarnos a la sala, donde se hallaban su madre y Ana.
—Vamos
a estudiar aquí, mamá —le informó Wanda.
—¿Tú
eres el tutor? —me preguntó la señora.
—Soy
Tom Paredes a sus órdenes.
—Un
gusto. Los dejamos para que se concentren.
Con
esto, la señora tomó a la pequeña y ambas abandonaron la estancia.
Una vez que Wanda me imvitó a sentarme en uno de los sillones con
ella a mi lado, descolgué la mochila que llevaba en mis hombros y
saqué un par de libretas usadas, un libro viejo y uno papeles. Le
eché una rápida mirada a los papeles.
—Según
me dijo la coordinadora, necestias especial ayuda con Química —Ella
asintió—. De acuerdo, tuve que hacer unos repasos del libro de
primero porque este año no me están dando Química, pero no te
preocupes, haré lo que pueda para que todo te quede claro y si
tienes alguna pregunta no dudes en hacerla.
Wanda
asintió a todo lo que le dije por lo que, sin esperar un segundo
más, comenzamos con las pequeñas clases y conforme la tarde
avanzaba, también avanzaba nuestro conocimiento en cuanto a
nosotros, ya que le hacía preguntas entre ejercicios y explicaciones
con tal de que no se fastidiara o se le hiciera muy pesado. Para mí,
su compañía era muy agradable pues era una chica bastante tranquila
y sumisa, ya que hacía todo lo que le pedía y respondía lo mejor
que podía a las interrogantes que le planteaba, además de que era
muy inteligente. Finalmente, después de un par de horas, decidimos
que era suficiente por ese día. Guardé todo en la mochila y
levantándome del sillón la miré en toda mi altura, mientras ella
continuaba sentada y observaba su propia libreta de notas.
—Increíble
—la escuché murmurar—. Pude
entenderte la mayor parte de las cosas. Eres bueno para esto.
—Gracias,
pero gran parte del mérito es tuyo. Tu disposición por captar
adecuadamente las cosas es sorprendente. Bueno, nos estamos viendo.
—Ah,
sí —se levantó presurosa y me acompañó a la puerta—. Muchas
gracias.
—No
hay de qué.
Desaparecí
de su vista mostrándole una gentil sonrisa y ella todavía
permaneció bajo el umbral de la puerta unos momentos más, en tanto
algo en su interior se agitaba nervioso y sentía como el corazón le
golpeaba con frenesí el pecho, en tanto se preguntaba por qué no
había actuado como normalmente era y por qué no fue ella quien
inició la conversación al hacer múltiples preguntas para saciar su
innata curiosidad. ¿Por qué había estado turbada todo ese tiempo?
Negó con la cabeza para dispersar aquellas cuestiones y entrando a
la casa, recogió todo lo que había utilizado para estudiar,
convenciéndose de que su reacción había sido normal dadas las
circunstancias. Después de todo, era la primera vez que
experimentaba la tutoría.
Al día
siguiente, por la tarde, tanto el equipo femenil como el varonil de
baloncesto se hallaban en el gimnasio, dispuestos a iniciar con el
entrenamiento. Ambos bandos hacían los calentamientos
correspondientes, manteniéndose cada grupo en un extremo de la
cancha.
—Miren
quién va allí —dijo de pronto Carmen moviendo los ojos a la
dirección que mencionaba.
—Ah,
es la engreída de Nicole —dijo Zoila en un tono de voz despectivo
al reconocer a una joven castaña que acababa de ingresar al
gimnasio.
—No
entiendo qué tienen en su contra —habló al fin Wanda sin dejar de
estirar sus músculos—. Siempre tienen que estar hablando mal de
ella y ya me tienen harta. No me gusta escuchar esa clase de
comentarios.
—Lo
dices porque no sabes cómo trata a la gente. Se cree superior a
todos —informó Zoila.
—Exacto,
no tiene nada bueno.
—A mí
no me ha tratado mal así que me niego a seguir participando en esta
conversación —Wanda comenzó a distanciarse de ella.
—Hey,
no te molestes —Carmen le dio alcance con una sonrisa pícara—.
Muy bien, hablemos de la única cosa buena que tiene.
—¿Y
es?
—Su
novio —respondió Zoila sonriendo con complicidad.
— ¡Ustedes!
Si tienen tiempo para los chismes aprovéchenlo en la práctica de
hoy —las reprendió Alba al ser consciente de todo lo que hablaban.
—Hey,
Saúl —te llamó uno de tus compañeros robando tu atención del
equipo femenil, o más concretamente, robando tu atención de Wanda.
— ¿Qué
quieres? —Tu disgusto no pudo esconderse tras la pregunta.
—Tu
novia te busca —informó señalando la sección de los
espectadores.
Tú
lograste distinguir a Nicole y dando un pequeño bostezo que te
asaltó de pronto, te encaminaste a ella. Al estar a una corta
distancia, ella te sonrió a plenitud en tanto se colocaba de
puntitas y levantaba los labios en busca de un beso; no obstante, no
te inclinaste para ofrecerle lo que quería, cosa que la extrañó un
poco, más no lo suficiente. Frunció el ceño y cruzó los brazos,
molesta.
—¿Qué
haces aquí? —preguntaste con voz monótona.
—¿Qué
hago aquí? Se supone que estés feliz de que esté apoyándote. ¿Qué
pasa contigo? Desede hace mucho que actuas extraño. Ya no te alegras
de verme, ya no salimos, ya no me buscas. ¿Qué sucede?
—Cosas
que definitivamente tienen que ser aclaradas, pero este no es el
momento ni el lugar. Cuando termine el entrenamiento iré a ducharme,
luego pasaré a tu casa y hablamos. Hasta entonces.
—Oye,
yo... ¡Hey! ¡No pienso irme de aquí!
—No
dije que lo hicieras.
Te
alejaste de ella y regresaste con los demás, sin embargo, el
entrenador del equipo femenil se acercó a ti.
—Rivera,
¿podrías encargarte unos momentos de las chicas? Me surgió un
imprevisto y debo ir a arreglarlo. Será rápido o eso pretendo.
—Encantado,
profe —aceptaste de inmediato.
—Te
las dejo.
El
hombre se retiró y tú fiste a notificárselo a tu entrenador, para
finalmente ir con las jóvenes. Al llegar distes unas palmadas para
llamar su atención.
—My
bien, chicas. Por asuntos de fuerza mayor, seré yo quien las
supervise. Órdenes directas de su encargado.
A pesar
de que las incógnitas comenzaron a formularse entre la mayoría, la
emoción de que estuvieras entre ellas las invadió por completo.
—De
acuerdo, practicaremos los pases. Cada una tome a una de sus
compañeras, trabajarán en parejas. Wanda, tú conmigo.
—¿Eh?
—Su expresión se tornó confusa—. No es justo, Saúl. El equipo
está completo y si practico contigo, alguien se quedará sin pareja.
—No,
está bien —se metió una de las chicas—. María no vino.
—¿Lo
ves, Wanda? Quien no tendría pareja serías tú, así que prepárate
—tomaste un balón y se lo lanzase con fuerza. Ella consiguió
atajarlo con un poco de dolor en sus manos—. Más te vale que esta
vez sí estés concentrada.
E inició
el entrenamiento y aunque Wanda cumplía adecuadamente cada una de
las instrucciones, sabías que su mente no estaba completamente
dirigida al deporte. Y así era, sus pensamientos estaban muy lejos,
ubicados en la tarde pasada, en su nuevo tutor. Por una razón que no
lograba asimilar, no había podido sacarme de su cabeza. Todo el día
había sido un ladrón en su concentración y eso la frustraba.
Además, ese calorcillo desconocido que la invadía de cuerpo entero
al recordarme la hacía sentir vulnerable y la sensación no le
agradaba en lo más mínimo.
—¡Wanda!
El grito
de pánico de una de sus amigas la alertó, aunque muy tarde. Cuando
reaccionó vio con impotencia como el balón se dirigía velozmente a
ella, dispuesto a golpearla sin piedad, por lo que no pudo más que
cerrar los ojos y esperar un golpe que nunca llegó. Lo que sí pudo
sentir fue el tibio cuerpo de alguien más que se pegaba al suyo.
Abrió los ojos y lo primero que vio fue tu ancha espalda, pues te
habías movido con prisa al ver lo que pasaría hasta colocarte
frente a ella y lograr detener el balón con tus manos.
—Lo
siento —se disculpó en un murmuro que sólo tú entendiste.
—¿Estás
bien, Wanda? —se acercaron Carmen y Zoila.
—Tomemos
un pequeño descanso —anunciaste soltando la esfera con un tono de
voz que Wanda interpretó con uno de desepción.
—No
solemos tomar descansos —te dijo Alba extrañada dejando a un lado
su fuerte carácter un momento.
—Lo
sé, pero siento que lo necesitan —No pudiste evitar mirar a Wanda
en tanto la preocupación crecía en tu interior. ¿Qué le pasaba?
Esa
misma pregunta se hacía ella estando en el baño de mujeres al
tiempo que se echaba agua al rostro, en un intento de despejarse. No
entendía por qué actuaba tan distante. Así no era ella y mucho
menos si estaba de por medio el baloncesto, se suponía que no
existía nada que la desconcentrara de él. Se miró en el gran
espejo y acomodándose su mechón rebelde se dio unos golpecitos en
el rostro. No era nada, estaba segura de que todo volvería a la
normalidad en cuanto ese asunto del torneo y estudiar para los
exámenes terminara. Sí, eso era. La presión estaba volviéndola
loca. Se dispuso a salir del baño y antes de cruzar la puerta
nuestros ojos volvieron a encontrarse porque yo también salía del
baño de hombres, que estaba frente al de las damas. Sonreí al
reconocerla y cerrando los ojos, alcé mi mano derecha.
—Hola.
Mi voz
sonó alegre y al abrir lo ojos no la capté, por lo que muy
extrañado miré a mi alrededor, buscándola, mas no logré ubicarla
de nuevo. Me rasqué la cabeza, extrañado, creyendo de repente que
el haberla visto no había sido más que una ilusión mía, un
producto de mi mente que no había podido sacarla desde la tarde
anterior y sin entender qué pasaba, me alejé de allí, sin saber en
aquel momento que ella había entrado nuevamente al baño cuando me
vio, por demás confundida, mucho más que yo. Se preguntó por qué
esa reacción. De manera misteriosa una vergüenza que nunca había
experimentado se apoderó de su ser al descubrir que la vi salir de
ese lugar y le pareció por demás tonto. Todo el mundo tenía
necesidades. Incluso yo había salido del baño. Su cara ardía y el
corazón volvió a saltar desbocado dentro de su pecho. Se sentía
enferma; en verdad necesitaba ponerle un alto a todo eso.
Regresó
al gimnasio con la mentalidad de que no dejaría que aquellos
síntomas tan extraños volvieran a ella. De ahora en adelante
levantaría un muro contra la presión o lo que fuera que estviera
quitándole la confianza en sí misma y pensó que la próxima vez
que estuviera conmigo, sería la chica poco penosa y nada nerviosa
que era. Con ese pensamiento llegó el jueves por la tarde y ya nos
encontrábamos en la sala, dispuestos a iniciar con la sesión de
estdios. Wanda me parecía muy animada. Había abierto la puerta con
una sonrisa muy linda y a pesar de que me había saludado con voz
temblorosa, no lo vi raro, sólo pensé que pudiera estar enferma de
la garganta o algo. Lo que no sabía es que agradecía interiormente
que estuvieramos sentados porque si continuaba de pie a mi lado sus
piernas no soportarían su peso al verse deblilitadas de un momento a
otro, tambaleantes.
—Pues
a empezar —volvió a decir con jovialidad.
—Claro,
pero antes de hacerlo quiero obsequiarte algo —busque el dichoso
“algo” en la mochila—. Quizás sea muy atrevido de mi parte,
pero quiero dártelo —encontré lo que buscaba y se lo ofrecí. Era
un brochecito con una margarita azul como adorno—. No sé si tienes
y no usas porque no te gustan, mas consideré que ese mechón debe
quedarse quieto. El lunes vi que te causaba muchas molestias.
Ella me
miró por demás impactada y aquella barrera que había levantado se
vino abajo de la manera más súbita y el corazón volvió a
emprender una apresurada carrera. Eso no era bueno.
Capítulo
tres
El
segundo lunes había llegado y en esta ocasión nos hallábamos en el
comedor estudiando. Wanda decidió que sería más fácil y cómodo
por la mesa y era verdad, era más práctico. En tanto yo me
concentraba en explicarle las fórmulas de una manera que pudiera
entender, Wanda intentaba prestar atención al máximo, pero no había
parado de tener estremecimientos cada vez que mi piel rosaba con la
suya, poniéndosela de gallina y creí que estaba enferma, por lo que
siendo preso de la inquietud, me acerqué más y coloqué mis manos
en sus brazos, encontrándome yo detrás de ella, en un medio abrazo
y pregunté:
—¿Te
sientes bien?
Ante el
contacto, ella se puso de pie con brusquedad, sorprendiéndome. Ella
volvió a temblar y apretó sus puños con fuerza evitando verme al
rostro. Negó con la cabeza.
—No me
siento bien —confesó abrazándose a sí misma—. Por favor,
retírate. No estoy dispuesta a estudiar hoy.
La miré
unos momentos y noté que era verdad, por lo que comenzé a guardar
mis pertenencias en la mochila para finalmente ponerme de pie.
—Espero
que te mejores. Intenta descansar y repasa lo que vimos la semana
pasada. Cuídate.
Ella
asintió a todo lo que dije y lanzándole una última mirada llena de
preocupación con una mezcla de cariño, salí de su casa. Ella pudo
relajarse por completo y respirar con total libertad. De verdad que
la presión estaba haciendo estragos para mal en ella. Dado que
necesitaba despejar su mente, decidió tomar un paseo esperando que
con éste, todos sus síntomas se fueran al olvido, así como yo que
seguía clavado en su memoria. Caminó varios minutos sin un rumbo
específico hasta que sus pasos la condujeron a un pequeño parque
que estaba cerca de su barrio. Al llegar, lo recorrió deleitándose
del paisaje verde y disfrutando de la vista que las personas, que
hacían lo que ella, o la de los niños que jugaban contentos, le
presentaban.
—Piensa
rápido, Wanda —escuchó una voz tras ella.
Giró
sobre su eje y miró como un objeto esférico se dirigía a ella y
como la situación la tomó por sorpresa, sólo atinó a encojerse de
hombros al tiempo que alzaba los brazos a manera de protección y
cerraba los ojos esperando un golpe que no tardó en llegar cuando
sintió que la pelota aquella aterrizó justamente sobre su cabeza.
Lo que le resultó extraño fue que el golpe había sido más leve de
lo que imaginó; apenas le había dolido. Escuchó una sonora risa
divertida y al volver a abrir los ojos te vio.
—Saúl.
—Ay,
Wanda, si sigues así, en el torneo van a hacerte papilla —le
dijiste tomando de nuevo la pelotita para niños que era de plástico
blando.
—¿Cómo
te atreves a golpear a una dama?
—¿Dama?
—miraste a tu alrededor sobre su cabeza—. No veo a ninguna dama,
sólo a ti.
—Eres
un irrespetoso —te dio la espalda disgustada.
—Vamos,
no te enojes, fue una broma —pediste inclinándote para quedar a su
altura y le picaste la mejilla con el dedo.
—Por
cierto, ¿qué haces aquí?
—Le
compré esta pelota a mi sobrino. Le gustan mucho. ¿Tú que haces
por aquí? ¿No es día de que estés en casa estudiando con tu
tutor?
—No...no
me sentía bien para estudiar.
—Pero
sí para salir a caminar, ¿eh?
Wanda
bajó la mirada, apenada, y la analizaste con detenimiento para
después encojerte de hombros dado que no eras quién para juzgar y
desviaste el tema.
—¿Cómo
están tus padres y Ana?
—Bien,
gracias. Ana quiere que vayas a jugar con ella un día de estos
—Wanda recordó lo mucho que su hermana quería a Saúl y no era
para menos, el tendía a ser muy carismático y juguetón con los
niños, por lo que ellos se sentía atraídos a él.
—Oh,
cualquier día iré y puede que lleve a mi sobrino.
—Sería
genial... Y, ¿cómo está tu familia? ¿Cómo van las cosas con
Nicole? —más que otra cosa, hizo las preguntas por cortesía.
—Mi
familia está bien, mas no puedo decir lo mismo sobre Nicole.
Terminamos.
—¿Por
qué? —eso no se lo esperaba—. Quiero decir, eran la pareja
perfecta, todos lo pensábamos. Se veían tan bien juntos.
—¿Y
qué es más importante? ¿Cómo se ven las personas o lo que
realmente sienten?
—Lo
último —reconoció con extrañeza—. ¿Por qué era tu novia,
entonces? ¿No la querías?
—Le
tengo cariño, aunque no estoy enamorado de ella y sí, acepto que
fue mi culpa. En cuanto me conoció se me insinuó y comenzaron los
rumores de que salíamos juntos, pero como nunca me molesté en
corregirlos, ella concluyó que eran ciertos. Sin embargo, tuve que
terminar la relación porque acabo de darme cuenta de lo mucho que
amo a alguien más.
La
miraste con intensidad dejándole ver que era ella a la que te
referías, esperando que lograra captar el mensaje, no obstante, no
lo hizo.
—Pues
no entiendo del todo. Me voy ya. Ha sido suficiente aire. Nos vemos.
Estaba a
punto de retirarse cuando la sujetaste por el brazo para imedir que
continuara y con increíble fuerza, aunque con cuidado de no
lastimarla, la atrajiste a ti. Ella te miró más confundida que nada
y con expresión seria recorrriste sus facciones milímetro a
milímetro.
—¿Te
han dicho lo bella que eres?
Ella
parapdeó varias veces preguntándose a qué venía esa cuestión,
mas no le resultó una molestia contestarla, ni mucho menos tomarla
como algo vergonzoso.
—A
decir verdad sí, muchas veces —Frunciste el ceño comenzando a ser
víctima de los celos—. Mis padres me lo dicen con frecuencia y
Carmen y Zoila también.
—Así
que es eso —la soltaste con una sonrisilla de medio lado,
burlándote en silencio de lo ingenua que podía ser y pensaste que
tendrías que ser más directo de lo que imaginabas—. Bueno, nos
vemos mañana y procura esquivar los balones que se dirijan a ti,
¿quieres?
Sin
añadir otra palabra, caminaste por tu propio rumbo, dejándola con
un sinfín de incógnitas sin responder. Éstas no duraron demasiado
cuando sus propios referentes a mí regresaron a su mente y la única
solución que hasta ahora había encontrado volvió a asaltarla.
Quizás no sería justo, pero era lo mejor. Decidida, se encaminó a
casa y al día siguiente, estando en la oficina de la coordinadora,
puso en práctica esa solución.
—¿Ya
no quieres que Tom te enseñe? ¿Por qué? —inquirió la mujer por
demás sorprendida—. ¿No hace bien su trabajo? —No es que lo
creyera porque era de los mejores, pero tenía que preguntar.
—No,
es my bueno.
—¿Entonces?
¿Te ha tratado mal?
—No,
no. Es muy amable y caballeroso.
—¿Entonces?
—insistió no entendiendo nada.
—Tan
sólo no me siento bien con él, es todo. Y si siguen así las cosas
no prestaré atención y no me conviene. Por favor, cordi, cámbiemelo
por una chica.
—No es
común hacer cambios ya, pero este programa quiere lo mejor para los
ayudados, así que si te sientes mejor con alguien más, bien. Desde
este momento Tom Paredes deja de ser tu tutor.
—¿Por
qué?
Acababa
de entrar al despacho y tan sólo escuché las últimas palabras por
lo que la interrogante formulada no pudo retenerse y salió de mis
labios. Las dos me miraron con asombro y un silencio incómodo y
abrumador nos envolvió. Miré a Wanda con confusión notable y ella
evitó a toda costa que nuestros ojos se encontraran.
—Gracias
por todo, cordi —dijo ella antes de salir lo más velozmente que
pudo.
Me
olvidé por completo de lo que iba a hacer en la oficina y de lo que
le diría a la coordinadora, salí tras ella de la misma manera que
lo había hecho, en tanto una revuelta de situaciones se formaba en
mi cerebro.
—Espera,
Wanda, detente, por favor —pedí en vano porque ella siguió
caminando—. Necesito saber por qué me cambiaste. ¿Es por mi
culpa? ¿No hago sencillas las sesiones, divertidas? ¿Son demasiado
pesadas? Puedo ajustarlas.
—No,
te suplico que no me sigas —me dijo con voz quebrada.
—Pero
necesito saber. Sé que no tengo derecho a exigirte ninguan
explicación, pero me gustaría que me la dieras. Es para estar
seguro y si el problema es por mí intentaré arreglarlo y nos
eforzaremos por trabajar juntos otra vez, ¿qué tal? —a pesar de
que no me veía sonreí con esperanza.
—No es
por ti —confesó al fin sin detenerse.
—¿Entonces?
—No me
pidas que te lo diga... —“que ni yo misma la sé”,
pensó con agobio—. Por favor, no me sigas más.
Su deseo
se cumplió cuando te interpusiste en mi camino y me miraste furioso.
—¿Eres
sordo o algo? Dijo que no la molestaras.
Con ira
mal contenida me empujaste con ambas manos. Wanda detuvo su andar y
se acercó a nosotros. La tensión fue haciéndose cada segundo más
densa.
—El
asunto no es contigo, retírate, por favor —te pedí con expresión
seria.
—Todo
lo que tenga que ver con ella, tiene que ver conmigo —respondite
desafiándome con los ojos y con otro fuerte empujón. Mi paciencia
estaba por agotarse.
—Saúl,
es suficiente —pidió ella imaginándose lo peor, pero sus palabras
no llegaron a nuestros oídos.
—No
quiero problemas —dije con voz calmada.
—Pues
yo sí.
Estabas
por empujarme una vez más, pero en esta ocasión lo evité cuando
puse las manos entre el hueco que hacían tus brazos extendidos,
logrando desviarlos a ambos lados cuando yo abrí los míos y no
hiciste más que empujar el aire. Me miraste ahora con sorpresa
porque mi movimiento había sido rápido e inesperado, no obstante,
tu asombro duró poco y la fiereza volvió a opoderarse de tu rostro.
Nos miramos fijamente y con reto, en tanto Wanda, quien decidió
callar al ver que no hacíamos caso de sus llamados, pasaba sus orbes
confusos de mí a ti, esperando que el ambiente de pelea que ya se
palpaba no se hiciera realidad en actos porque entonces no sabría
que hacer. Quien rompió el contacto visual fui yo al dirigir mi
atención nuevamente a ella. Le sonreí para tranquilizarla al ver su
preocupación.
—En
verdad deseo que me digas qué te orilló a tomar esa decisión
—volví a decírselo—. Me retiro ahora porque veo que no estás
dispuesta en estos momentos, mas espero que cuando te sientas mejor
puedas contármelo con confianza, como un amigo.
Volví
mi visión a ti, que habías permanecido en amenazante silencio, y
borrando mi sonrisa me despedí.
—Hasta
luego.
No
impediste que me alejara de ustedes, te limitaste a seguir clavando
tus ojos asesinos en mi espalda. Wanda pudo soltar el aliento que de
manera inconsciente había estado conteniendo ante aquella peligrosa
situación.
—Saúl
—se plantó frente a ti— ¿Por qué actuaste así?
—Porque
estaba molestándote.
—No es
verdad...
—¿Por
qué lo defiendes?
La
pregunta la obligó a apartar su vista de ti, avergonzada.
—No lo
defiendo, es sólo que... —se silenció al descubrir que no tenía
argumento que pudiera excusarla—. Es que... Él tiene razón. No
era tu asunto, ¿por qué te metiste?
—¿Por
qué? —frunciste el ceño con frustración. ¿En verdad era tan
ciega, o mi presencia la hizo así?—. ¿Por qué, dices? Te lo
diré: porque te amo.
Retrocedió
un par de pasos, completamente incrédula, como si lo que había
escuchado se tratara de un golpe que de alguna forma la dañó. Negó
con la cabeza. No era posible.
—Mientes
—susurró con voz sofocada.
Te
molestaste por su comentario y con algo de brusquedad la sujetaste
por los brazos y la atrajiste a ti.
—¿Por
qué dices que miento? Mírame a los ojos y ve en ellos si lo hago o
no. Que ellos te digan si esto es una broma o no. ¡Míralos!
Así lo
hizo y con temor pudo descubrir nada que no fuera la verdad impreso
en ellos; nada que no fuera la honestidad y como gritaban con
desesperación el intenso amor que tú, su dueño, le profesabas a su
persona. No pudo seguir viendo aquello y desvió la mirada. La
soltaste poco a poco, sin reales deseos de despegarla de tu cuerpo.
—¿Cómo
ha pasado esto? —se preguntó ahora con culpabilidad—. ¿Por qué,
Saúl? Nunca te di motivos para que sintieras esto.
—En el
corazón no se manda, Wanda. Tu mera existencia me cautivó.
—No.
Eso no puede ser porque... Nicole. ¿No me digas que por mí
terminaste con ella?
—De
acuerdo, no te lo diré.
—¡Saúl!
—¿Ahora
qué hice?
—Yo no
puedo corresponder tus sentimientos —soltó finalmente las palabras
que esperabas escuchar y a pesar de que te dabas una idea, que
salieran de su propia boca te hirió más de lo que pensabas.
—¿Por
qué no? ¿Es porque amas a alguien más? —Necesitabas estar seguro
de tus suposiciones.
La
pregunta la tomó por sorpresa una vez más y de un momento a otro yo
llegué a sus recuerdos. Sacudió la cabeza con rapidez.
—No...
No amo a nadie, no de esa forma —respondió sin estar segura.
—Eso
es perfecto, así podrás darme una oportunidad...
—¡No!
Traición.
Esa palabra la asaltó ante la posiblilidad de que lo que decías se
hiciera realidad. La cuestión era, ¿traicionar a quién? Una vez
más acudí a su mente.
—¿Por
qué no?
—No
quiero darte falsas esperanzas.
—Estará
bien. Úsame como quieras, te doy permiso. Toma mi corazón y hazlo
el más feliz del mundo para después despedazarlo, volverlo trizas y
pisotéarlo si lo deseas, no importa. Seré un simple títere en tus
manos. Tira de mis cuerdas como te plazca sin miedo a lastimarme,
pero déjame estar a tu lado el mayor tiempo posible. Dame una
oportunidad, voy a estar bien, no te preocupes...
—No
pidas esas cosas —te interrumpió con voz a medio quebrar—. No
las pidas porque no las voy a hacer. No sabes el cariño que te
tengo, Saúl, pero sólo como un amigo, un hermano, no como algo más.
Lo lamento en verdad, pero no puedo hacerlo.
Y sin
poder retener más tiempo las lágrimas, comenzó a llorar al tiempo
que se alejaba de ti, dejándote más triste que nada, con un vacío
en tu interior que creíste nada ni nadie podría volver llenar.
Quedaste inmóvil en aquel lugar durante varios minutos más,
repitiendo en tu cabeza la escena anterior una y otra vez, dañándote
por ti mismo mucho más.
Capítulo
cuatro
Había
entendido todo cuando el jueves llegó y no fui a casa de Wanda por
el cambio que había ocurrido. Toda la tarde me la pasé inquieto,
sintiendo que algo me faltaba y nuevamente ella se negó a apartarse
de mi mente, a salir de ella, y fue cuando lo descubrí y entendí.
No necesité un gran análisis para comprenderlo, únicamente tuve
que aceptarlo tal y como era, y así lo hice. Acepté que me había
enamorado de Wanda y por ello me había lastimado tanto saber que me
rechazaba como su tutor, por eso sentía la imperiosa necesidad de
verla y estar a su lado. Sin embargo, también descubrí que era
probable que el que ella me evitara estaba estrechamente relacionado
con mis sentimientos. Quizás los había demostrado de manera
inconsciente, cuando aún no me daba por enterado de las cosas, y la
había incomodado, por eso su reacción, fue natural que actuara así;
no la culpaba, debió haber sido desagradable para ella.
Por esa
razón en aquel momento había decidido ir a disculparme con ella y
por lo mismo es que caminaba en el extenso patio de la universidad,
dirigiéndome directamente al gimnasio. Le confesaría lo que sentía
abiertamente aunque ya se diera una idea y luego le pediría perdón
por todas las incomodidades que le ocasioné y al imaginarme su
respuesta, lo mejor sería alejarme de ella por completo. Pensar eso
me hundió en la tristeza, mas en verdad no quería ocasionarle
disgustos. Estaba por llegar al gimnasio cuando mi trayecto fue
bloqueado por ti. Fruncí el ceño en respuesta del tuyo que estaba
igual, mientras el ambiente se tensaba.
—Obstruyes
mi camino ¡Muévete! —te dije con dureza.
—¿A
dónde vas? —inquiriste con brusquedad.
—A ver
a Wanda —No tenía por qué ocultarte nada, así como no tenía por
qué dar más explicaciones.
—Pues
ella no quiere verte. Le eres una molestia, un fastidio, un problema,
y no es necesario que me lo dijera, es evidente por su actitud que no
te soporta, aunque de cualquier manera me lo hizo saber con palabras.
—No te
preocupes, el problema y su molestia terminan hoy, y para eso lo
único que necesito es hablar con ella, así que con permiso.
Me hice
a un lado para continuar con mi camino, pero extendiste el brazo
frente a mí para evitar que lo hiciera.
—Es
una lástima —usaste el mismo brazo para empujarme y retrocedí un
par de pasos—. No vas a pasar.
—¿Y
quién va impedirlo?
—Yo...
—Que
no eres más que otro estudiante de esta universidad que no tiene
ninguna autoridad sobre nadie y mucho menos sobre mí, por lo que no
tienes derecho a detenerme ni puedes, mas te lo pediré una vez más:
Hazte a un lado.
No te
moviste ni un milímetro y de mi boca salió un gruñido de
frustración, comenzabas a irritarme sobremanera. Volvimos a mirarnos
con reto y con sorpesa que no mostré, vi como sonreías con
altanería o burla, no lo supe con claridad.
—¿Para
qué quieres verla? ¿No me digas que acabas de darte cuenta que la
quieres a pesar de que apenas llevan un par de semanas de conocerse y
ahora vas a ir a declarártele?
No te
respondí con palabras, pero estuve seguro que mi mirada fue más que
suficiente para que tu incrédula interrogante fuera contestada. En
efecto, al ser consciente de las cosas dejaste de sonreír y tu
expresión fue tornándose cada vez más iracunda, sin embargo, ésta
duró muy poco porque ahora lanzaste una carajada divertida.
—¿De
verdad es eso? ¡Vaya iluso! Te advierto que piertes tu tiempo, Wanda
no está interesada en ti ni en nadie. Evítate una humillación...
—¿Como
la que tuviste tú?
Volviste
a la seriedad y a la cólera en tanto me matabas con los ojos.
—Sé
que ella me rechazará, las probabilidades son altas, pero no
necesito que ella acepte mis sentimientos, me conformo con que los
sepa de la manera más clara. No pienso esconderlos.
Y sin
más, volví a hacerme a un lado para caminar y me asombró que no
estorbaras mi acción. Lo que no pude ver fue que comenzabas a
sacudir los hombros en tanto procurabas que una loca risa no brotara
de tu garganta. Giraste sobre tu eje y miraste mi espalda.
—¡Oye!
—escuché tu voz más cerca de lo que pensé y cuando me volví a
encararte tu puño dio de lleno en mi rostro, tomándome
desprevenido, fue por eso y por la fuerza del golpe que me vine
abajo, cayendo al suelo sobre mis posaderas—. ¡Te dije que no
pasarías!
Te miré
desde el suelo. La sangre apareció de un pequeño desgarre de piel
de mi mejilla izquierda, sobre el pómulo. La toqué mirándola
mientras la ira me tomaba robándome el razonamiento que intentaba
tener contigo, así que sin pensarlo ni avisar, me levanté con una
agilidad que no esperabas y lo siguiente que tú viste y sentiste,
fue mi puño dándote en tu propia mejilla. Mi inesperada acción te
lanzó hacia atrás y ahora fuiste tú el que dio contra el suelo,
también de posaderas y te miré hacer exactamente lo mismo que había
hecho yo. Tocaste la herida sobre tu pómulo mirando el líquido
precioso. Tu mirada lanzando ese odio asesino, no obstante, para
cuando te pusiste de pie, yo ya estaba en guardia, esperando tu
siguiente golpe, el que recibí levantando una de mis piernas para
poder detener con mi pie, el tuyo. En esta ocasión, habías
utilizado tus piernas para golpearme y en el instante de bloquear tu
pie, diste un salto para girar y utilizar la otra pierna deseoso de
darme ese golpe, no obstante, logré leer tu movimiento, así que de
igual manera giré y utilicé mi otra pierna para detenerte.
Ambos
nos miramos con ese gran reto y nuestras piernas permanecieron
cruzadas en el aire por unos instantes, luego, bastante rítmicamente,
las bajamos y dimos un salto hacia atrás tomando la posición de
guardia y rogué en silencio que no notaras que mi respiración
comenzaba a elevarse. No quería que te dieras cuenta de mi mala
condición física, en cambio, te vi sereno, como si el pelear fuera
algo que hiceras todos los días.
Sonreíste
mientras sentí tu mirada recorrerme, analizándome. Al lanzarte de
nuevo contra mí, supe que te habías dado cuenta, pero desconocías
la velocidad de mis reflejos, los que te mostré al esquivar una,
dos, tres veces tu puño, cabeceando hacia los lados y hacia atrás,
pero lo que no pude esquivar, fue tu pierna derecha que se levantó
con una velocidad sorprendente para incrustar tu pie en mi pecho en
un doloroso impacto que me hizo retroceder algunos pasos. Me encorvé
por el dolor mientras aspiraba con ansiedad. Esa patada había
interrumpido la ventilación del aire a mis pulmones, entonces sentí
en mi mandíbula tu pie izquierdo y me vi volar en el aire hasta que
mi espalda rebotó en el duro cemento del suelo.
Me sentí
patético. Estaba demostrado que no era un gran rival para ti. No es
que yo me incorporara, sino que me vi incorporado por ti cuando me
tomaste del cuello de la camisa y ahí fue que noté en realidad por
qué razón no era rival para ti. Al levantarme, pude sentir tu
fuerza. Eras atlético, fuerte, y muy rápido. Aunque yo tenía muy
buenos reflejos, comprobé que tú también los tenías, incluso
mejor que yo, pero aún así, todavía intenté hacerte pagar por
esto que me estabas haciendo y por ello te lancé uno de mis mejores
puñetazos, el que no te alcanzó porque tu mano lo detuvo a escasos
centímetros de tu nariz mientras con la otra seguías sujetándome
por la camisa.
Volviste
a sonreír, burlón. Sabías que habías ganado esta pelea, así que
lanzando mi puño, utilizaste esa mano que me lo sujetaba para
hacerme llegar un derechazo debajo de mi mandíbula. Mi cabeza se
inclinó dolorosamente atrás y mis ojos brillaron por lo que menos
quería que apareciera en ese momento. Unas traicioneras lágrimas
producidas por el dolor. A continuación, estabas por darme el
siguiente golpe cuando su voz detuvo tu puño en el aire:
—¡Saúl!
Al
escucharla, no supiste que hacer y por un instante miré miedo en tus
ojos y... sentí lástima por ti. Me soltaste lanzándome por último
lejos de ti y para mi fortuna, logré mantenerme firme en mis pies.
Me erguí para mirarla, pero no solo la miré a ella, sino que a
nuestro alrededor había muchos compañeros. Nos habían rodeado sin
que nos diéramos cuenta y habían presenciado la pelea en completo
silencio.
—¿Qué
sucede aquí?—inquirió Wanda colocándose en medio de los dos,
mirándonos en completa confusión.
Te miré
tragar saliva y ahora fui yo el que sonrió. Nunca creí que la
amaras con tanta intensidad que temías perder lo que fuera que ella
te daba.
—Saúl,
¿por qué lo agrediste? Te conozco, sé que tú comenzaste esto.
Te miré
ahora palidecer, pero aún así cobraste valor y trataste de decirle
aquello que ya antes le habías dicho:
—Wanda,
lo que siento por ti...
—¡Basta!—ella
se acercó a tí y la mirada que te lanzó fue muy triste. Debías
comprender que no podía sentir más de la amistad que sentía y no
sabía cómo hacértelo entender, así que volvió a repetirte lo que
ya sabías, pero esta vez delante de todos— Saúl, ya fui muy clara
contigo. No te amo, no de esa manera. Te quiero como amigo, pero nada
más. Por favor, no esperes más de mí. No puedo.
sus ojos
se llenaron de lágrimas. Toda la situación le producía un
sentimiento doloroso, además, se sentía muy avergonzada del
espectáculo que estábamos dando, sin embargo, a pesar de eso se
volvió a mirarme y con voz temblorosa por estar reteniendo las
lágrimas, me dijo:
—En el
nombre de Saúl, te pido disculpas por los golpes que te dio.
Te miré
y tú desviaste la mirada, molesto. Intenté sonreír. Para entonces
mi rostro ya me dolía mucho por la inflamación.
—Disculpa
aceptada. Verás, Wanda, todo esto inició porque necesitaba...
necesito hablar contigo y no me iré sino hasta que me escuches. Por
favor, perdóname.
Wanda
clavó su mirada sobre mí. Leí su interrogante. No comprendía por
qué le estaba pidiendo perdón.
—Perdóname—repetí
acercándome a ella—porque te hice sentir mal, porque te lastimé
sin que yo lo supiera, porque no me soportas a tu lado, perdóname
porque no fui un buen tutor. Perdóname por enamorarme de ti. Sí,
Wanda, te amo y aunque sé que no me corresponderás, esto es algo
que necesitaba decirte. Te amo.
Me di la
vuelta para irme de allí, porque ella había quedado muda y no me
dijo nada. No podía saber lo que en su interior estallaba. Un
torbellino de emociones que no la dejaban reaccionar, sin atreverse a
detenerme. Indecisa, sobrecogida de amor, pero sin poder hacérmelo
notar y mientras yo me alejaba, tú la empujaste para que pudiera
salir de su encierro emocional.
—No
pensarás dejarlo ir, ¿verdad?—y volviste a empujarla— Es un
buen muchacho. ¡Corre! ¿Qué esperas?
Y fue de
la manera en que las piernas de Wanda reaccionaron y corrió a
alcanzarme, lanzándose sobre mi espalda, deteniendo mi andar,
apresándome con sus brazos cruzándolos sobre mi pecho. Pude sentir
su aliento agitado sobre mi cuello, entonces tomé sus manos
alzándolas para besarlas y después, dándome la vuelta, quedé
frente a ella y... la besé.
Un beso
espectacular, pero ni siquiera escuchamos los vítores de los
compañeros y mucho menos notamos tu sonrisa. Finalmente te sentías
contento. Ella era feliz. Te volviste a las chicas y preguntaste:
—¿Alguien
quiere una cita conmigo?
Las
chicas saltaron jubilosas y estaban por rodearte, cuando Alba se
colocó entre tú y las chicas diciendo:
—Antes
que nada, tienes que ir a curarte esas heridas— y tomándote por la
oreja, te llevó a la enfermería.
Fin
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te gustó esta historia? ¿Qué crees que le hizo falta?