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martes, 13 de noviembre de 2012

Valioso don

Valioso don

La selva era espesa. Los árboles y demás vegetación se alzaban de tal manera que simplemente no era capaz de distinguirse ninguna figura por delante. La humedad del ambiente hacía difícil la respiración del hombre y la mujer que corrían a través de aquel campo salvaje de la naturaleza, logrando que su ya agotado aliento ante la carrera, se tornara mucho más jadeante, siéndoles casi imposible acumular el oxígeno necesario en sus pulmones. No obstante, no podían detenerse a pesar de eso ni del hecho de que sus pies fueran por poco alimento del espeso fango que amenazaba con tragarse sus botas, deteniéndolos en fracción de segundos que eran necesarios para ellos. Su vida dependía de que mantuvieran el paso veloz que llevaban. No había cabida a las dudas e indecisiones.


Él era el cazador y explorador de ecosistemas hostiles más famoso de la televisión y junto a su fiel compañera, daban grandes espectáculos a los televidentes que los observaban cómodamente desde casita en tanto ellos arriesgaban sus vidas sobreviviendo como pudieran, únicamente acompañados del equipo de grabación. Aun así, la situación actual se había tornado complicada. No creyó que en aquella selva existiera algún tipo de nativos, y por desgracia habían pisado territorio santo para ellos, enfureciéndolos, y estaba seguro de que no podrían aclarar las cosas por varios motivos: diferente lenguaje, él y su compañera eran unos completos extraños y los otros eran unos salvajes. No existía probabilidad. Por eso huían.

Él escuchó un sonido sordo detrás de él, seguido de una maldición. Se volvió y miró a su compañera, quien finalmente había sido vencida por las negativas condiciones en las que se hallaban. Se acercó a ella y se inclinó a su lado, intentando alzalrla.

Vamos, ¡levántate!

No, no puedo más. Me he doblado el tobillo. Déjame y vete.

Nunca se abandona a un compañero.

¡Qué más da! Seré el señuelo en tanto escapas. Es mejor perder una vida que dos.

¡No, ambos nos salvaremos...!

Una flecha a gran velocidad se clavó en el tronco de un árbol que estaba a su costado izquierdo, interrumpiéndolo. Los aullidos y gritos de los nativos se escucharon, atravesando la espesura. Maldijo en voz alta y en un abrir y cerrar de ojos se vieron rodeados, amenzados con flechas y hachas gigantes y filosas que portaban los individos tatuados, medio desnudos y con varias perforaciones en el cuerpo. Uno de ellos suejtó al cazador por el cuello con una cuerda, que en realidad era una liana, y halando de ésta, consiguió tumbarlo al suelo, sometiéndolo. Intentó gritar en vano en tanto escuchaba los gritos de su compañera, que era sometida de igual forma. Era el fin, no había salida. Serían torturados de la más cruel manera y luego los azarían vivos antes de comérselos; eso pasaría. Estaban a punto de llevarlos a la aldea cuando...



El timbre que anunciaba el fin del receso y el inicio de la otra parte de las clases es escuchó.

¡Hey! Ya es hora de regresar. ¡Déjenme ir! —pidió uno de los cinco chicos que formaban el pequeño grupo de amigos, mientras estaba echado en el suelo boca abajo con dos de sus amigos sobre él—. Mañana seguimos jugando.

Los tres se levantaron.

No olviden que ya los capturamos —dijo un cuarto acercándose a ellos, junto a la única mujercita, a quien mantenía con las manos trás la espalda, simulando que estaba atada.

No importa, el famoso cazador los derrotará y nos salvará —aseveró ella soltándose de su compañero.

Así es, porque no saben que tengo un robot gigante que los aplastará —avaló con orgullo el que jugaba el papel del cazador.

¿Un robot? No es justo, es trampa.

Las reglas no dicen nada de no poner robots.

Entonces el brujo de la aldea lo hechizará y no se podrá mover.

¿Eh? Eso sí es trampa.

Claro que no...

Y agregando muchas más posibilidades a la ruta de escape, los cinco regresaron al salón, deseando que el día siguiente llegara lo más pronto posible para continuar con la aventura que su activa imaginación creaba, haciéndola más real para ellos de lo que cualquiera pensaría, porque todos ellos tenían ese valioso don:

La imaginación.

F I N

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