Datos personales

miércoles, 24 de abril de 2013

Verano e Invierno II



Segunda Parte

1

El teatro se alzaba majestuoso en el centro de la ciudad. Su interior, bellamente decorado y pulcro, dejaba ver a dos grupos de personas, cada uno absorto en su respectivo trabajo del momento. Sobre el escenario, el Teatro Woods, acabado de llegar un par de días atrás, mostraba su espectáculo minuciosamente preparado, al público que aquella tarde de verano había dedicado un poco de tiempo en su ajustada agenda para ir a verlos. Como muestra de gratitud y estima, debía por lo menos dejarlos apreciar un show merecedor del sacrificio.


Desde su lugar en el grupo de espectadores, Samara Glover observaba atenta y maravillada cada detalle de la pieza de baile que se ejecutaba en ese instante. Su rostro concentrado y con una ligera sonrisa, se notaba iluminado, vivaz y maduro. Seis años habían pasado desde que se había mudado a la ciudad y como en cada uno de ellos, allí estaba nuevamente, mirando a aquel grupo que se había convertido en su objetivo en la vida. A aquel objetivo por el que después de tanto trabajo, estaba por dar el paso final con tal de conseguirlo.

Su sonrisa se ensanchó mucho más. No podía evitar pensar en lo irónico que era lo que sus ojos veían allí y lo que veían en el instituto. Sus profesores, incluidos la directora, mantenían el estilo de ballet muy clásico y eran bastante estrictos a la hora de ponerlo en práctica; sin embrago, el Teatro Woods manejaba un estilo mucho más libre, actual. Practicaban el baile contemporáneo, lo que en lugar de molestarla o incomodarla por su educación, la atraía, como si se tratara de un potente imán y ella de una simple pieza de metal solitaria. No podía resistirse a aquella fuerza que la llamaba. Por ello estaba allí año con año, fiel.

La danza terminó y el telón se cerró. Los aplausos no se hicieron esperar a pesar de que en sí, la función no acababa. Ese había sido el baile del intermedio. Siempre había tres. Uno introductorio, uno en el medio y el que cerraba todo el acto. Después del primero había una obra teatral que cambiaba cada año, tal como los bailes. Después del intermedio, se ofrecía una pequeña obra con marionetas, que fue la que siguió en ese momento. El telón volvió a abrirse y en medio del escenario, la fachada alta de un pequeño teatro pudo verse. Estaba diseñada de tal manera que la sección de arriba estuviera cubierta y los marionetistas no pudieran verse y así dar más viveza a la exhibición.

Cuando los muñecos comenzaron a moverse, un suspiro nostálgico escapó de sus labios. No pudo evitar recordarlo a él y la promesa que habían hecho. Esa promesa que era una importante razón por la que se hallaba sentada en su lugar. Por aquel sueño compartido. Y a pesar del tiempo que había transcurrido, sintió impotente aquel nudo en la garganta que la lastimaba cual fuego ardiente, en tanto sus ojos cafés se rendían ante las lágrimas, permitiéndoles fluir sin reparo, no apartándolos en ningún momento de los títeres, aunque sin ponerles atención, realmente. Tal como había sospechado en su tiempo, jamás dejaría de llorar por su causa. Sostuvo con fuerza el morral que descansaba sobre su regazo y bajo el material tejido pudo sentir el objeto más preciado que tenía. Aquella marioneta que no se despegaba de ella y que lo representaba a él. Su recuerdo presente siempre en su vida.

No supo cuándo terminó la obra. Cuando despertó de su ensimismamiento, era rodeada por el sonido de los aplausos. Lo había hecho otra vez. Había viajado al pasado para encontrarse con él. Se limpió el rostro burlándose de sí misma. No había mejorado en nada. Las presentaciones con marionetas seguían siendo su boleto al ayer. La droga que la hacía olvidarse de su alrededor, que la hacía olvidar la realidad del hoy. La pantalla por la que volvía a verlo y no estaba bien, lo aceptaba. Tenía tanto en qué trabajar todavía. No debía vivir en una fantasía inexistente porque entonces terminaría tocando fondo.

El último baile dio inicio y antes de que Sam lo hubiese imaginado, el espectáculo de aquella tarde finalizó. Chocó sus manos una contra la otra al igual que todos los presentes, indicando con el gesto lo mucho que habían disfrutado el trabajo de los integrantes del Teatro Woods, quienes formaban una fila en el escenario, al tiempo que mostraban una reverencia al público, agradecidos. El lugar fue vaciándose conforme los minutos pasaron. Sam salió del cuarto del escenario, aunque todavía no salía completamente del teatro. Los demás se tomaban su tiempo para hacerlo y no es como si ella tuviera prisa en irse como para quitarlos de en medio.

—¡Samara! ¡Samara!

Una voz familiar se alzó entre el bullicio de la multitud. Miró de un lado a otro en busca de la dueña de la voz. De entre la gente reconoció a una mujer madura de cortos cabellos rubios, a la altura de los hombros, y de penetrantes ojos verdes muy parecidos a los que ella recordaba con amor todos los días. La mujer le sonrió con gentileza. Se acercó a ella y no pudo evitar hacer una pequeña inclinación respetuosa.

—Buenas tardes, Leilany.

La mujer amplió su sonrisa. La relación entre amabas había mejorado en gran medida con el pasar del tiempo. Fue Sam quien tomó la iniciativa de conocer a la madre de su primer amor por lo menos para disculparse, ya que sentía que era en gran parte su culpa el que las cosas terminaran como lo hicieron. Leilany no negó verla, sin embargo, Sam pudo notar la frialdad en su mirada, sus acciones y sus palabras. Era obvio que de alguna manera también la culpaba y por supuesto, no era de extrañar que recibiera tratos distantes y cargados de rencor. Con todo, la misma Leilany le pidió que no dejara de ir a verla y conforme sus visitas fueron haciéndose más frecuentes, ambas lograron entablar una linda amistad. Podían considerarse madre e hija.

—¿Qué tal la obra, cariño? —preguntó Leilany sin apartar su visión de ella.

Sam la miró con detalle y distinguió sus ojos irritados. Sabía que tampoco era fácil para ella estar allí. También le traía recuerdos dolorosos. Estaba segura de que al ver bailar a las marionetas acudía a su mente diferentes cuadros de Matt. Cuando decidió convertirse en marionetista, cuando comenzaba a aprender a controlarlas, cuando finalmente consiguió hacer la suya propia por primera vez. Memorias llenas de variedad y colorido con sabor a dicha que sin duda la lastimaban. Y sumadas a todas ellas, estaban las de su difunto esposo, quien fue el que les mostró las grandezas del Teatro Woods a ambos.

—Magnífica, como siempre —respondió Sam con una sonrisa, intentando despejarse de pensamientos tan deprimentes. Recorrió el lugar con la mirada—. ¿Dónde está Fred?

—Lo dejé a cargo de la tienda  para venir.

Las cosas entre esos dos también habían mejorado. A pesar de que Leilany continuaba mostrando un trato algo seco hacía Fred, no se comparaba con lo gélida que fue hacía años. Podía decirse claramente que ella lo odiaba a un grado muy alto y que sería imposible que llegara a perdonarlo. Leilany no deseó verlo, deliberadamente dijo cosas que lo hirieron, aprovechó su buena condición de corazón para hacerlo trabajar a su antojo, sin remuneración. Y a pesar del maltrato, Fred siguió constante, sin permitir que ninguna fuerza lo separara de su lado, ni la misma Leilany. Muchas veces Sam se cuestionó con inquietud e incapaz de comprender por qué Fred no la olvidó. ¿Por qué a pesar de su crueldad aseguraba amarla con locura? Incluso ahora, a pesar de que sus esfuerzos fueron recompensados, Sam no entendía cómo pudo llegar a tanto. No tenía sentido. Se suponía que se amaba a quien te amaba de la misma forma, ¿no? ¿O lo que Fred sentía era realmente la definición de amor?

—Oye, ¿te gustaría acompañarme a comer? —la pregunta de Leilany volvió a sacarla de sus cavilaciones.

—Me encantaría.

Las dos dejaron el teatro finalmente. Afuera, a pesar de que podía considerarse tarde, el sol continuaba ejerciendo autoridad sobre aquella parte del globo terráqueo. Se encaminaron a un restaurante que Leilany solía frecuentar. No podía decirse que el lugar era exclusivo de personas adineradas, pero era bastante elegante. Cada una ordenó lo que apetecía una vez estuvieron sentadas frente a una de las muchas mesas. En tanto aguardaban su pedido, iniciaron una conversación.

—Y dime, linda, ahora que acabas de cumplir los veintiuno, ¿estás lista para hacer realidad ese sueño tuyo del que presumes con tanta añoranza?

—Sí —su respuesta estuvo cargada de firmeza y decisión—. Mañana pienso ir a donde se alojan y les diré que quiero unírmeles. Ya se lo hice saber a la directora y ella misma me hizo una carta de recomendación para mostrárselas, aunque supongo que no puedo fiarme de sólo eso. A decir verdad, estoy realmente asustada. He imaginado que este día llegaría durante tanto tiempo que ahora que está aquí, me da miedo pensar en el resultado. ¿Qué pasa si al final no me aceptan? Todo por lo que he luchado, ¿sería en vano? Estoy…aterrada.

No era la primera vez que pensaba en todo aquello. Hacía un tiempo para acá que tenía la costumbre de ver el peor escenario. Se decía a sí misma que el mentalizarlo de esa manera la preparaba psicológicamente en caso de que el final no fuera el deseado; pero la verdad era que aun así, conocer la respuesta de sus esfuerzos la hacía temblar, la llenaba de zozobra, la hacía llorar. Podían ser tanto suficientes como insuficientes.

—No quiero volver a escucharte hablar así —la voz dura y molesta de Leilany penetró sus oídos, por lo que miró a la mujer, quien mostraba en su rostro signos de fastidio—. Diciendo todas esas cosas luces patética. ¿De qué sirve lamentarse por algo que no ha pasado todavía? Sólo te torturas a ti misma y drenas tu confianza, así que no lo hagas más. Eres talentosa, Samara. Lo he visto tantas veces que puedo asegurarlo, bailas espléndidamente y no esperaba menos porque has estado con esto desde hace años. Si ellos no ven eso es porque son ciegos o su inteligencia sobrepasa mis expectativas. No te preocupes, ¿de acuerdo?

Sam asintió. Había escuchado las mismas frases muchas veces y de boca de personas diferentes. Sus compañeras de clase, sus profesores, la directora, Pass y Logan cuando iban a visitarla, e incluso de Fred. No obstante, como siempre, el efecto que debía provocarle sólo Leilany lo conseguía. Siempre se animaba cuando conversaba con ella. No estaba segura del por qué, pero pensaba que era simplemente el hecho de que necesitaba, a pesar de todo, una figura materna en su vida.

Se concentraron en degustar sus alimentos cuando éstos llegaron y entre otra agradable conversación, terminaron, por lo que ambas se despidieron y cada una tomó un camino diferente para regresar a casa. Sam llegó al instituto que había visto su progreso en el ballet toda su infancia y los últimos seis años. Oficialmente ya no era una estudiante, se había dado de baja esa misma mañana, pero podía seguir viviendo allí por un margen de una semana. Esperaba que no fuera necesario y que el día siguiente se arreglara todo. Deseaba desde lo más profundo de su ser formar parte de aquel grupo y estaba por conseguirlo, no debía echarse para atrás a última hora. Leilany le había dicho que aprobaría lo que fuera que le pusieran a hacer para ingresar, aunque también le aseveró que su casa era la de ella, en caso de que se ofreciera una situación no tan favorable y agradable.

Con la mentalidad de que pasara lo que pasara, triunfaría, Sam se fue a dormir o era la idea, porque de los nervios no pudo descansar como era correcto. Se limitó a rodar sobre su cama, abrazada a la marioneta de Matt. Muy temprano en la mañana, justo al rayar el alba, se levantó y se arregló. Peinó su largo cabello rojo, el que había dejado crecer y lo sujetó en una coleta alta, como siempre lo hacía. Metió a Matt en su morral y se colgó en el hombro en cuanto estuvo lista. Salió de su habitación y luego del instituto para dirigirse al lugar que servía al Teatro Woods como hogar temporal. Debido a su estilo de vida nómada, el grupo solía rentar una casa grande, más bien parecida a una mansión, lo que su estadía en la ciudad durara, la que apenas podía convertirse en una semana. Al estar frente a la gran puerta, el valor le faltó. Ni siquiera sabía si ya estaban despiertos, aunque suponía que por la clase de trabajo todos eran madrugadores. Inhaló y exhaló repetidas veces con lentitud, intentando calmarse para finalmente alzar su mano hecha un puño y tocar con fuerza.

Se preguntó si fueron capaces de oírla. Por la fachada de la casona podía decirse que por dentro era grande. Seguramente las habitaciones estaban al fondo, pasando cantidad de anchos y largos pasillos para acceder. Si estaban dormidos, ¿cómo escucharían sus ligeros toques? Lo que era más, si estaban levantados y hacía cualquier clase de actividad, ¿cómo la oirían con el ruido que produjeran? Debía golpear con más fuerza, pero si lo hacía lastimaría sus nudillos. Miró a su alrededor buscando algo con lo que pudiera golpear la puerta. Tal vez una piedra y mientras buscaba, maldijo la falta de timbre. En eso estaba cuando las alas de madera cedieron y detrás de ellas un niño de unos diez años se dejó ver. El infante movió sus curiosos ojos de un lado a otro, de arriba abajo, analizándola con cuidado.

—¿Quién eres? —preguntó ladeando la cabeza un poco.



2



Sam sonrió un poco sin saber si sentirse aliviada o no. No esperaba que un niño fuera quien la atendiera. Enfocó su visión al interior de la casa por la semi-abertura, lo que la hubiera dificultado mucho de no ser porque el niño abrió las puertas de par en par, sorprendiéndola. Él se hizo a un lado.



—¿Quieres entrar?



Sam abrió la boca sorprendida. ¿Tan evidente era?



—Ah… No, yo…



—Puedes —la interrumpió y le sonrió con inocencia—. No hay problema. Tienes asuntos que atender con papá, ¿no? Sígueme.



El niño se adentró en la gran casa. Sam se quedó plantada donde mismo unos segundos, dubitativa; sin embargo, después decidió entrar también. No perdía mucho. Quizás la echaran sin consideración y le prohibieran acercarse a ellos. No era una pérdida muy grande… era inmensa. Aun así, se vieron cruzando un ancho pasillo, en el que a través de su largo pudieron apreciarse la entrada a varias habitaciones. Una mujer salió de una de ellas.



—Mark, no vuelvas a irte sin más, me dejaste preocupada.



—Perdón, fui a abrir la puerta.



La mujer detalló por primera vez a Sam.



—¿Quién eres tú?

—Bueno, yo…

—Tiene asuntos que atender con papá. La llevaré a su despacho. Vamos.

—Con permiso.

Mark y Sam siguieron su camino, dejando a la mujer muy extrañada. ¿Asuntos con el jefe? ¿Se trataría de una nueva recluta? Y si así era, ¿en qué categoría? Debía ir con los demás y darles la noticia. Mientras, Sam continuó siguiendo a Mark, más confundida que antes. Había dicho dos veces que hablaría con su padre. ¿A caso él era hijo del jefe? Iba a preguntárselo cuando el chico giró sobre su eje para mirarla, deteniéndose.

—Hemos llegado —anunció señalando una puerta cerrada.

Sam mantuvo su vista en ella, incapaz de abrirla. Ni siquiera sabía a ciencia cierta en qué parte de la mansión estaba. Se había vuelto a sumir tanto en sus pensamientos que no había tomado en cuenta el recorrido. Y aquel temor que siempre se había albergado en su pecho con el pasar de los años, explotó. No quería sufrir una decepción más. No estaba lista para enfrentarse a lo que fuera que la esperara detrás de la puerta. Al final, su actitud cobarde no había cambiado. Una mano pequeña se posó sobre su brazo.

—¿No vas a entrar?

—Tengo que…

Y a pesar de su inseguridad, tocó la puerta antes de abrirla y dar constancia de su presencia. Del otro lado, al fondo de la habitación, un hombre de mediana edad se mantenía sentado tras una mesa con algunos documentos sobre ella. El hombre era castaño y grandes ojos pardos. Sam pudo notar que se parecía bastante a Mark, por lo que debía ser su padre. A un lado de él, había otro sujeto de pie, más joven aunque unos años mayor que ella. Él era alto, de piel blanca y hebras doradas como el sol adornaban su cabeza, además de ser poseedor un par de orbes azules como el océano.

—Oh, una visita inesperada —dijo el rubio mirando a Sam, incauto.

—Perdonen mi interrupción.

—¿En qué puedo ayudarte, jovencita? —preguntó el mayor.

—¿Es usted el encargado de todo?

—A sus órdenes. Soy Tucker Woods

—Papá —Mark penetró en la estancia—. Ella quiere decirte algo.

—Sal, hijo, es conversación de adultos.

—Pero…

—Descuida, la trataré bien.

El niño asintió y salió de lo que era realmente una oficina.

—Muy bien, dime qué puedo hacer por ti, señorita.

—Mi nombre es Samara Glover y estudio en un instituto de ballet —Sam sacó del morral la carta de recomendación y la colocó sobre la mesa—. Estoy aquí porque me gustaría formar parte de su elenco. Quisiera trabajar a su lado, por favor.

—¿Una bailarina? —inquirió Tucker leyendo la carta. El hombre rubio silbó.

—Hacia mucho que no venía nadie a pedir trabajo.

—Es verdad. Menos mal que estás aquí, Brian. ¿Qué dices? ¿Hay puestos disponibles?

Sam pasó su atención a él, asombrada y algo confundida.

—Ah, lo lamento, no lo introduje. Samara, él es Brian Charlton, es el moderador y organizador de los bailes que llevamos a cabo aquí.

La estupefacción de Sam creció más y no pudo evitar preguntar:

—¿Tan joven?

—Bueno, dejando la modestia aparte, soy muy talentoso —alardeó Brian con una sonrisa autosuficiente—. Como sea, vamos a lo importante.

Brian se acercó a ella y comenzó a rodearla varias veces, en tanto la escrutaba con ojos críticos. Sam se encogió de hombros un tanto incómoda de sentir la penetrante mirada de él. Era una inspección algo extraña.

—Siempre será bienvenida una chica tan bella como tú —dijo finalmente.

—Haz las cosas bien, ¿quieres? —pidió Tucker con fastidio.

—Sí, sí. Vamos, te haremos una prueba, tómalo como una audición.

Sam asintió y los tres salieron de la oficina. Hacer audiciones era algo a lo que estaba muy acostumbrada, por lo que se calmó un poco. Caminaron por un pasillo, no sabría decir si era el mismo de antes o diferente, para ella todos lucían igual. Se preguntó dónde estaba todo el mundo. El Teatro Woods contaba con muchas personas y no había visto a nadie salvo aquella mujer en cuanto entró. Iba a pedir noticias de eso cuando llegaron a un gran patio trasero, que si bien, no estaba adornado por flores, el brillo que el césped despedía al ser alcanzado por los rayos del sol y lo grande del lugar, permitía aflorar un sentimiento agradable. Fue allí donde sus interrogantes internas fueron respondidas, pues la muchedumbre se dejó ver en cuanto salieron al aire libre. Muchos notaron las tres presencias, pero se enfocaron principalmente en la de la pelirroja, cohibiéndola.

—¡Su atención, chicos! –pidió Brian en voz alta para ser escuchado—. Hagan espacio, por favor. Será sólo un momento en tanto terminamos la prueba.

—¿Prueba? ¿De quién? ¿Ella?

—Hace mucho de eso. ¡Quiero verla!

—Sí… Ah, ¿no es de la que hablaba Ann?

—Es verdad…

Estos y otros comentarios salieron de la boca de todos, mezclándose, dando como resultado un alzamiento de murmullos inentendibles; sin embargo, hicieron caso de la petición del moderador y se hicieron a un lado, abriendo un círculo con el diámetro suficiente para realizar una pieza de baile sin problema.

—Tu escenario —dijo Brian alargando su mano frente a sí, indicándole a Sam que podía empezar.

Ella soltó un suspiro de inquietud. Jamás había hecho una audición con tantas personas mirándola. Sacudió la cabeza. No importaba, no era nada nuevo. Supondría que Tucker y Brian eran los jueces y los demás eran los espectadores. No era diferente a las obras en las que había participado en el instituto. Dejó su morral  en el suelo, nunca se acostumbró a bailar con él, y luego se colocó en medio de la circunferencia y tomando una posición de arranque, ejecutó su danza. Los años de duro trabajo, prácticas constantes y experiencia se cargaron en ese momento, porque Sam deseaba ser aceptada, porque quería que cada uno de los presentes observara cuánto se había esforzado por llegar a donde estaba, en esa situación. Lo consiguió. Logró que se cautivaran con sus gráciles movimientos y sus sinceros sentimientos, ya que al finalizar, los aplausos no se hicieron esperar, junto con uno que otro grito y silbido de victoria.

—No sé tú, pero lo hizo muy bien —aceptó Tucker sin dejar de aplaudir mirando al rubio.

—De hecho sí, consiguió mi total interés. Es buena, sin embargo…

—Entiendo. El estilo clásico no lo manejamos, pero tiene las bases bien cimentadas, creo que podría aprender el moderno sin problema. Incluso lo considero mucho más fácil.

—¿La aceptarías a pesar de que habría que prepararla antes de una presentación?

—Sólo si ella está dispuesta y, por supuesto, como encargado deberías estar al pendiente de su adelantamiento. Estaría a tu completo cuidado.

—¿Y pasar tiempo extra con esa preciosidad? Hm… Creo que acepto el desafío.

—Tú y tu coquetería —le dijo por último antes de acercarse a Sam—. Tus dones son dignos de ver, no nos gustaría tener que rechazarte, pero para que puedas estar aquí deberías aprender el baile contemporáneo, ¿qué dices?

—Sí, vine con eso en mente. Por favor, enséñeme todo lo que pueda.

—Perfecto. Eres de las pocas personas que conozco que no se aferran con locura al ballet clásico.

—Es porque me gusta aprender.

—Bien —Tucker se dirigió a toda la multitud que no dejaba de hablar, ansiosa por saber en qué quedó todo—. ¡Escuchen todos! De ahora en adelante esta joven formará parte del teatro. Denle una cálida bienvenida y háganla sentirse como en casa.

Una vez más, la gente rompió en aplausos y como si una barrera invisible —aquella que existe entre desconocidos— desapareciera, se acercaron a Sam, sumamente curiosos y la bombardearon con preguntas tales como ¿de dónde era? ¿Cuál y cómo era su instituto? ¿Por qué decidió trabajar con ellos? Preguntaron por sus pasatiempos, su comida y color preferidos e incluso hubo quienes de una vez le pidieron una cita. La trataban como una de ellos sin restricción y eso la hizo feliz. Estaba preocupada por no encajar y ahora se daba cuenta que todos allí eran una familia y ya formaba parte de ella, por lo que, gustándole o no, debían soportarla y ella debía aprender a soportarlos.


Lejos de las personas que interrogaban a la recién llegada, una joven mujer miraba todo con expresión ausente, sin importarle en concreto a quién decidían contratar y a quién desechar. Prefería mantenerse ajena a esa clase de cosas.

—Hey, Glynn —la llamó una de sus compañeras acercándose a ella—. ¿Qué piensas de la nueva?

—¿Pensar? ¿Qué puedo decir? No la conozco.

—Ya lo sé, me refiero a cómo baila. Sabes de eso, estás en el grupo de danza. ¿Es buena?

—Supongo, la verdad es que no estoy familiarizada con el ballet clásico, pero si la contrataron es porque sabe lo que hace.

—¿Sí? Yo pensé lo mismo y creo que Brian se ha prendido de la chica. ¡Mira!, no aparta sus ojos de ella.


—Es otro capricho suyo, lo conoces. Se emociona por cada fémina que ve y que considera linda.




3





Sam continuaba mirando todos los rostros que la rodeaban. No creía aprenderse los nombres de todos, además le hablaban al mismo tiempo que no sabía quién decía qué cosas ni nada.



—A ver, a ver —una joven se puso delante de ella—. Por favor, chicos, están sofocándola. Déjenla respirar un poco. Sé que todos queremos conocerla, pero seamos comprensivos. Por cierto, el desayuno está listo. Vamos, a comer todos.



Entre más comentarios que denotaban tanto desacuerdo como concordia, el círculo de humanidad fue haciéndose cada vez más pequeño, estando todos dispuestos a disfrutar unos deliciosos alimentos y después regresar a sus ocupaciones del día con día. Ese día también tenían otra presentación, no podían estar perdiendo mucho tiempo. Su trabajo consistía en ajustarse a un horario.



—De alguna forma me salvaste, gracias —le dijo Sam a la joven.



Ella la miró y le brindó una sonrisa reconfortante. Sam detalló que era una chica bonita. De largo cabello negro, piel apiñonada y ojos marrones. Quizás algo alta para la estatura promedio de una mujer, pero sólo le daba un toque más de encanto.



—No hay problema, discúlpanos a nosotros, podemos llegar a ser muy encimados. Por cierto, soy Sasha Nichols, mucho gusto. Parece que seremos compañeras de habitación.



—¿Eh?

—Verás, dada la cantidad de personas que somos, ni una casa de este tamaño tiene los cuartos suficientes como para que cada uno tenga su propia recámara, por lo que nos vemos en la necesidad de compartir habitación con otra persona. Tú, alguien más y yo, dormiremos en una por órdenes del jefe que me acaba de decir, ¿qué tal?

—Ya veo, estoy encantada. Deseo que nos llevemos bien.

—Yo también… Ah… ¿Cómo era tu nombre?

—Samara, puedes llamarme Sam.

—Bien, Sam, ¿dónde está tu equipaje?

—No lo tengo ahora. Sería raro si lo trajera conmigo en este momento. No sabría si me aceptarían, así que… Quiero decir…

—Lo entiendo, lo entiendo, no te exaltes ni te compliques la vida —Sacha rió—. Eres divertida. Será mejor que vayas por él. Lo que es más, sería bueno que te tomaras el resto del día libre. Tienes amigos y familia de los qué despedirte, ¿no?

—Sí, ¿pero está bien?

—Claro, ahora mismo no es como si pudieras hacer mucho. Mañana iniciaría tu dura preparación, así que aprovecha. Daré una explicación a todo el que la exija.

—De acuerdo, muchas gracias.

Sasha asintió y vio que Sam daba la vuelta y se encaminaba a la puerta que daría acceso al interior de la casa. Pasaron unos segundos y la vio retornar.

—No puedo llegar a la salida, me perderé.

—Entonces sígueme —las dos comenzaron a caminar—. Cuando regreses me encargaré de darte un tour por aquí, por lo menos para que te des una idea. No es como si importara saber exactamente cada rincón de los lugares en los que nos alojamos; después de todo, no duramos mucho en ellos. Pero es bueno que te orientaras.

Continuaron con paso tranquilo unos momentos más, cuando Brian se les puso enfrente.

—Hey, hey, Sasha, ¿a dónde la llevas?

—Ah, eres tú. Irá por sus cosas y a despedirse.

—Entiendo, dime, ¿quieres que te acompañe? —Brian le sonrió seductor.

—¿No sería eso raro? —cuestionó Sasha en voz baja al tiempo que Sam respondía:

—Prefiero ir sola.

—¿Estás segura? Es peligroso ir sola por allí en estos tiempos. Si me dejas acompañarte —tomó su mano con mirada conquistadora—, prometo tratarte bien.

Y posó sus labios en el dorso de la mano.

—Vamos, hombre, vas a asustarla —le dijo Sasha separándolos porque Brian no había soltado a Sam y estaba por robar su espacio personal—. Continuemos, Sam.

Sasha la sujetó del brazo y la arrastró lejos del rubio. Sam miró unos momentos su mano antes de que un escalofrío la invadiera. Nada que ver. La sensación actual era completamente diferente a lo que había experimentado anteriormente con una acción parecida, por lo que, perturbada hasta la médula, se limpió discretamente la mano en la falda de su vestido.

—Lo siento por eso —se disculpó Sasha—. Brian tiene la reputación de un Casanovas. Conquista sin pensarlo, deberías cuidarte. Hasta ahora todos sus objetivos se han enamorado de él.

—Mantendré el consejo en mente, aunque realmente no desearía mantener una relación con él fuera del ámbito profesional.

—Ya decía yo que eras una chica inteligente, pero una cosa es el dicho y otra el hecho. Insisto en que seas precavida, ¿sí?

—Sí.

Caminaron unos minutos más hasta que Sam pudo distinguir el gran vestíbulo y la puerta principal. Con esto, prometiendo que regresaría después, salió del que sería su nuevo hogar. Antes que nada, se dirigió a donde Leilany. Debía darle la noticia lo más pronto posible. Tuvo que tomar un trasporte público porque su casa estaba muy lejos de donde se encontraba. Arribó a la parada usual y al bajar continuó unas cuadras más a pie, para que finalmente sus ojos visualizaran un establecimiento. Esa era la tienda de artesanías de Leilany. Bueno, originalmente era de su esposo, pero pasó a ser suya, Aunque la simpleza del local no dejara apreciarlo, la verdad era que le iba muy bien en el negocio.

Subió los tres peldaños que daban acceso a la entrada y al ingresar, la múltiple cantidad de diferentes formas de arte como esculturas pequeñas, vasijas, ornamentos, adornos, muebles hechos a mano y con encajes y diseños elaborados, cuadros y demás se dejaron ver. Se acercó al amplio mostrador en el que descansaba una pequeña campanilla. La tocó para llamar la atención del vendedor, quien salió de una cortina ubicada al fondo a la derecha del mostrador, que era la que separaba la tienda de la casa. No fue sorpresa para Sam ver quién aparecía frente a ella, aunque no pudo decirse lo mismo de la otra persona.

—¡Damita! —soltó Fred asombrado de verla—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Cómo has estado?

—Excelente, gracias. Tengo buenas noticias que darles. ¿Dónde está Leilany?

—Un momento, ya la llamo.

Fred desapareció de su vista una vez más y al poco rato regresó junto con la rubia.

—¿Qué pasa, Sam? ¿No me digas que…?

Leilany no pudo terminar la frase porque Sam ya asentía con vitalidad y lágrimas de felicidad hacían el trayecto de sus ojos, cruzando por las mejillas para llegar al mentón y luego al suelo. Las dos se unieron en un abrazo alegre en tanto daban saltitos como niñas pequeñas, emocionadas. Fred observó la escena con una sonrisilla en sus labios, divertido, al tiempo que negaba con la cabeza y se preguntaba con ironía cuando dejaría de ser niñera.

—¿Entonces ya está? ¿Tu sueño ha sido cumplido finalmente? —preguntó Fred para estar seguro. Sam asintió una vez más.

—Sí, sólo venía a decírselo y bueno, a despedirme también. Debo prepararme para las presentaciones y no tendría tiempo después de verlos en los siguientes días antes de irnos de la ciudad; pero como sospeché, es difícil después de todo. Es duro imaginar que me alejaré de ustedes que han estado siempre para mí cuando los necesitaba, que han sido mi familia aquí, en a la urbanización. Estoy tan agradecida que no sé cómo expresarme.

Leilany la abrazó con cariño en tanto acariciaba su cabeza, dejándola desahogarse.

—Lo sabía —continuó Sam entre sollozos pronunciados—. No me gustan las despedidas.

—¿Pero por cuánto tiempo, damita? —Preguntó Fred con voz dulce y serena—. ¿Un año? Un poco más, quizás. Luego volverán a la ciudad, ¿cierto? Entonces podremos vernos de nuevo y, por lo que dices, no tendremos la oportunidad de verte bailar en esta ocasión, así que sigue luchando por mejorar y muéstranos un buen entretenimiento la próxima vez que nos encontremos, ¿de acuerdo?

—Fred tiene razón. Te estaremos esperando, pero para que esta despedida no se convierta en recuerdos amargos, vamos, te invito a desayunar. Estaba preparándolo cuando llegaste.

—¿Puedo ayudar? —preguntó ella limpiándose el rostro.

—Claro, trabajemos de nuevo y démonos una comida digna de nosotras.

—¿Y yo? ¿Van a darme de ese gran platillo suyo? —inquirió Fred, curioso.

—No, es sólo para mujeres. Tú quédate aquí y trabaja, esclavo.

—¡Qué cruel!

Las dos se adentraron a la casa y comenzaron a preparar el desayuno. Sam se divirtió bastante mientras cocinaban y platicaban temas varios. Aquel día se concentraron el hablar de los recuerdos que habían formado en los últimos años, colándose uno que otro de Matt y su padre. Al terminar de preparar todo, se dispusieron a disfrutar de su creación y aunque Leilany había dicho que Fred no comería, en realidad sí lo llamó para que las acompañara. Pasaron un buen momento lleno de risas y demás. Las dos mujeres recogieron el desastre que había quedado en la cocina antes de que Sam decidiera que era momento de macharse.

—Fred, llévala al instituto.

—¿En el auto? —se sorprendió bastante. Leilany nunca lo dejaba conducir su auto.

—No, a pie, sólo quiero que le hagas compañía —dijo con sarcasmo burlón—. Por supuesto que en el auto.

—No hace falta… —Sam estaba por rechazar la oferta cuando Leilany la interrumpió:

—No hay problema, linda. Fred será tu chofer hoy, así que aprovéchalo y explótalo.

—No deberías poner a disposición la vida de otros —habló el hombre.

—Eres mi esclavo, me perteneces, por lo que puedo disponer de ti cuándo y cómo quiera sin que tengas derecho a reclamar, así que anda —le dio las llaves—, llévala al instituto.

—Sí, sí —Tal vez lo tacharan de masoquista, pero que Leilany le dijera que era su pertenencia lo hizo muy feliz.

Una vez en el interior del automóvil, los dos se dirigieron al instituto para que Sam pudiera ir por su equipaje. Al llegar, le pidió a Fred, a pesar de las insistencias de él de ayudarla, que esperar en el auto en tanto iba por todo, esperando no tardar. Ya había empezado a empacar unos días antes con la mentalidad del éxito. Cuando entró y sus conocidos compañeros la vieron, otro grupo de preguntas la asaltaron. ¿Cómo le había ido? ¿Consiguió entrar? ¿Cómo era el Teatro Woods? ¿Cuánto ganaría? Y muchas, muchas más. Sus deseos de salir rápidamente de allí se fueron frustrados y el que creyó sería un corto espacio de tiempo, se trasformó en horas, y antes de lo que hubiese imaginado, la hora de comer había llegado. Salió de la institución cargando un par de maletas. Al verla, Fred corrió en su ayuda.

—Lo siento mucho, Fred —se disculpó apenada—. Mis amigos me entretuvieron más de lo que creía.

—Descuida —colocaron las maletas en los asientos traseros—. Era obvio que querrían despedirse de ti apropiadamente —Miró su reloj de muñeca—. Es tarde, ¿comiste allí?

—No. Me invitaron pero no podía hacerte esperar más.

—No debiste angustiarte por eso. Habría esperado lo que fuera. Soy un simple chofer ahora, ¿no?

—Para nada. Eres mucho más que eso, Fred, mucho más. Eres mi amigo.

—Entonces déjame invitarte a comer a algún lado como amigo. Apuesto a que con todo el trabajo que hiciste estás hambrienta.

—No realmente. Debería, pero no me apetece nada ahora.

—¿No?

—No, ahora mismo me gustaría que me llevarás a otro sitio, por favor.

—¿Otro? ¿Cuál?

—El cementerio.


—Entiendo. Sube.




4





Los dos tomaron el camino que los llevaría al único cementerio de la ciudad que visitaban con constancia. Llegaron y Fred le abrió la puerta a Sam, quien al bajar del auto comenzó a caminar para adentrarse en el lugar, no obstante, se detuvo al sentir que Fred no la seguía. Giró sobre su eje y lo vio recargado en el vehículo con los brazos cruzados sobre su pecho.



—¿No vienes?



—No. Es tu momento con él. Ya vendré otro día. Aprovecha. No estarás aquí en un tiempo.



Sam cabeceó en forma afirmativa e ingresó a los aposentos de la muerte. Tantas veces en ese sitio y aún no podía acostumbrarse del todo a atravesar los mismos pasillos, los senderos de siempre, llenos de frialdad silente e inactiva; por los que debía andar para llegar a su destino. Se hizo visible ante ella esa colina que le significaba tanto. El pino también apareció ante sus ojos y no pudo evitar sonreír. Las cosas cambiaban, ella cambiaba, el entorno cambiaba. Había visualizado ese lugar como estaba ahora, rebosante de verde por las hierbas y el pasto natural. Lo había visto cubierto de la blancura pura de la nieve. Lo había detallado junto con el nacer de la vegetación y las flores; y por supuesto, lo había apreciado lleno de una alfombra de hojas multicolor. No obstante, ese pino seguía igual. Tan grande, tan alto, tan fuerte y verde, tan majestuoso.



Se posicionó frente aquella solitaria lápida en aquella elevación de terreno y cerró los ojos unos segundos, permitiendo que el aire cargado de un nivel de humedad alto, inundara sus pulmones. Volvió a abrirlos; una sonrisa sincera y plagada de nostalgia adornó su boca; saludó.



—Hola, Matt.


No sabía si era una buena o mala costumbre ir a hablarle a la nada de cada detalle de su vida, y precisamente en ese lugar; pero era algo que ya no podía dejar de hacer. De alguna manera debía descargarse, sacar todo lo que por su mente cruzaba. Sus preocupaciones, sus alegrías, sus miedos y sueños; todo. Había cosas que incluso no le contaba a Leilany, y cuando Pass iba a visitarla, no podía hablarle de todo tampoco. Ella ya había formado su familia con Dan y debía atenderla con cuidado y toda su mente en ella, no en su hermana. Por eso iba allí y soltaba su sentir total al vacío. A su parecer, le parecía mejor que escribirlo en un diario. Al final la idea era la misma de que sólo ella y nadie sabrían las palabras que salían de su boca. Aunque sí había una ligera diferencia, en un diario escrito podía releer y pensar en lo que dejabas plasmado en él; en cambio, al hablarle al viento, las palabras se iban, no regresaban jamás y eso era lo que buscaba ella.

—¿Sabes? Vengo con una noticia feliz. Finalmente nuestra meta ha llegado. Lo logré. Entré al Teatro Woods por los dos. Me alegra tanto ser capaz de decírtelo. ¿Es demasiado pronto? No lo sé. Si estuvieras aquí quizá lo hubieras conseguido en más poco tiempo, pero para mí, ha sido lo más rápido posible. Aunque supongo que en este caso el tiempo no importa demasiado, ¿eh? Ya estoy dentro y es lo que importa. Dentro de unos pocos días inicio mi nueva vida como una nómada aventurera que trabajará en lo que ama, por lo que, con el dolor de mi corazón, debo decirte adiós una vez más. Cuando regresemos, serás al primero a quien vendré a ver, lo prometo. Espera con paciencia.

Por supuesto, la verdad era que las promesas se las hacía a sí misma y el último consejo se lo dio a ella, pues quien debía ser paciente para soportar más de un año lejos de allí, sería ella.

—Adiós, Matt. Te amo.

Y como último acto de cariño en un tiempo, besó las puntas de sus dedos y los colocó sobre el frío material de la lápida. La frialdad de ésta era algo que tampoco cambiaba, así como el amor que le profesaba al dueño del nombre grabado en ésta. Por muy muerto que estuviera y por mucho que lo supiera, a su amor simplemente no podía pasarle lo mismo. No perecería. Ahora entendía por qué se decía que el amor duraba para siempre. Salió del cementerio.

—¿Listo? —preguntó Fred al verla subir del auto.

—Sí. Un último favor, Fred. Si pudieras y quisieras, ¿me llevarías al correo?

—Claro —encendió el motor y se puso en marcha—. ¿Les escribirás a tus hermanos?

—Sí. Tal vez para cuando les llegue la carta, ya no esté aquí. Es una pena, me hubiese gustado decirles un “hasta luego”. También me hubiese gustado abrazar a mi sobrino.

—Supongo que igual se le complicaría venir Pass. Está a punto de dar a luz su segundo hijo, ¿no?

—Hm, tienes razón. Ah, espero que la noticia no la afecte mucho. Su estado es delicado ahora.

—No tendría de qué preocuparme. Pass estaba más preparada que tú de que este día llegaría. Conociéndola, que si bien no es mucho, diría que estará feliz.

Sam asintió, estando de acuerdo. Pass siempre la había apoyado, en cada una de sus decisiones. Era una hermana magnífica, una amiga excepcional; al casarse con Dan demostró ser una esposa capaz y ahora, con casi dos hijos, demostraría ser una madre cariñosa y fuerte. Estaba contenta por ella, porque había encontrado la dicha que se merecía. Dan la trataba como una reina, la amaba mucho.

Llegaron al correo y allí mismo Sam escribió dos cartas, cada una dirigida a sus hermanos correspondientes. Después de eso, Sam aceptó la invitación de Fred de comer, pues ya era muy tarde. Al terminar de comer, Fred la dejó frente a la mansión donde se alojaba el teatro. Se despidieron deseándose lo mejor del mundo y Fred se fue. Sam inhaló y exhaló reiteradas veces mirando la puerta. Una nueva página en el libro de su existencia comenzaría si cruzaba esa puerta y se armó de valor para afrontar ese pedazo en blanco y preparar la tinta de sus hechos, dispuesta a escribirse un futuro maravilloso. Tocó la puerta y casi al instante una mujer que rondaba los cincuenta, de rostro redondo y regordete la atendió.

—Ah, sí, la nueva —fue el saludo de la mujer—. Anda, pasa, me pusieron al tanto de que estuviera pendiente de tu regreso.

—¿La pusieron?

—Sí, ya sabes que ahora no están aquí, sólo los que nos encargamos del servicio estamos en la casa.

A Sam se le había olvidado por completo que las tardes estaban ocupados con su trabajo en el teatro.

—¿Y a qué hora regresan?

—Normalmente después de las nueve.

Sam asintió. Realizaban dos espectáculos por la tarde y el último terminaba treinta o cuarenta minutos antes de esa hora. En tanto se vaciaba el lugar, se arreglaban ellos y atendían llamados de fans, seguro pasaban de las nueve.

—¿Dónde dormiré?

—No sé —su respuesta la sorprendió un poco—. No creas que sé cada detalle que pasa en este sitio, niña. Además, no sé qué habitación es de quién, por lo que tampoco serviría de nada que supiera quiénes son tus compañeras. Mi espacio es la cocina y de allí no salgo. Por cierto, has algo productivo en tanto viene alguien a quien le intereses y ven a echarnos una mano con la comida.

—Sí, señora.

—No soy señora. Me llamo Dina.

No es que Dina le pareciera una mala persona, sino que más bien tenía su carácter y pensándolo bien, era lógico que hubiera personas con personalidades diferentes con las que habría que aprender a convivir. Fue de esta manera como Sam se concentró a ayudar con la preparación de alimentos para los que llegaran. Allí se comía tres veces al día ante la información que le dieron y por lo que pudo apreciar, cada uno de los convites era como banquetes completos. Suponía que debía ser así. La clase de trabajo exigía muchas energías y debían reponerlas de algún modo. La mayoría de las cocineras la trataron bien, por lo que fue fácil acoplarse al ritmo de ellas.

Hacía un momento que habían terminado y ahora Sam se concentraba en lavar los utensilios de los que habían dispuesto, cuando escucharon las voces de un gentío que se acercaba por el pasillo. La encargada de la supervisión de la cocina anunció que era ahora de repartir los alimentos, por lo que Sam y compañía comenzaron a llenar los platos con un poco de cada estofado. En eso estaban cuando una por una, las personas comenzaron a formar una línea para que se les diera su respectiva colación y bebida. Sasha la vio.

—¡Sam! ¿Qué estás haciendo?

—Ayudo un poco…

—No hace falta, no tienes la obligación. Vamos —Se dirigió a las mujeres que habían embaucado a la pelirroja—. Bueno, señoras, nos vemos luego.

Tomó a Sam del brazo y se la llevó de allí, no sin antes pedir el plato para cada una.

—Eres demasiado inocente, Sam —aseguró Sasha en tanto caminaban al comedor—. Ahora iremos donde los demás para que los conozcas. Ya te hostigaron a ti con una bomba de preguntas, es tu turno devolverles el favor, ¿no?

Llegaron a la estancia que sería como comedor. No había ni una sola mesa o silla, por lo que la gente se limitaba a estar sentada en el suelo al lado de sus amigos, restándole importancia a la falta de mobiliario.

—Comencemos con los míos —dijo Sasha.

—¿Los tuyos? Es verdad, no sé en qué categoría te desempeñas.

—En la actuación.

Sam no tuvo tiempo de demostrar su asombro ya que llegaron a un grupo de personas que se encontraba en la esquina derecha del fondo una vez se atravesaba la puerta del comedero. La joven se presentó, así como los demás. Reconoció a la primera mujer que vio al pisar la mansión. Se llamaba Ann y era la niñera de Mark. También conoció a su esposo Rick, lo que la asombró. De alguna manera se imaginaba que allí había únicamente solteros, pero era ilógico. Pasó más tiempo del que imaginó conversando con todos ellos. Cuando menos acordó ya todos habían terminado de comer.

—Creo que es suficiente parloteo por hoy —habló Sasha levantándose de su lugar. Todos le dieron la razón—. Entonces nos despedimos. Te llevaré a nuestra habitación, Sam.

Ella asintió y despidiéndose del grupo, asegurándoles que seguirían la plática en otro momento, se aseguró de tomar sus maletas que habían quedado en el olvido al iniciar su trabajo de ayudante de chef y siguió a Sasha.

—Mañana podremos conocer a los demás… Aunque creo que no hará mucha falta. La mayoría restante es de los de danza y con ellos a fuerza tendrás que relacionarte un poco más. Ah, por cierto, no te le dije, pero la otra chica que compartirá cuarto con nosotras e una de tus compañeras de baile. Es buena, pero no sé… Quizás puedas darle un par de consejos.

—Creo que me sobreestimas.

—¡Qué va! Eres genial. Mira, aquí es.

Llegaron a una de las muchas puertas que daban acceso a las recámaras y estaban por abrirla cuando una voz masculina las detuvo, llamando a Sasha. Se volvieron y descubrieron a un hombre alto, de mediana edad, cabellos negros cual ónix y ojos grises.

—Sasha, eres cruel —gimoteó el tipo, dramatizando en gran medida su pesar—. Yo que siempre te trato bien, que intento ser lo más complaciente contigo, que procuro ayudarte en lo que pueda y me haces esto.

Las chicas se miraron entre ellas con una sonrisa de extrañeza.

—¿Hacerte qué? —cuestionó la morena, jugando.

De la boca del hombre salió un gritito, en tanto iba bajando poco a poco al suelo hasta quedar en cuclillas. El hombre empezó a hacer circulitos con el dedo en el suelo en tanto susurraba entre dientes.

—Sasha es mala… Después de todo lo que hice por ella… Mi corazón duele.

Sam parpadeó sorprendida. No creía lo que sus ojos veían. ¡Qué sujeto más extraño! Sasha rio divertida.

—Ya lo recordé, lo recordé. Dije que en cuanto regresara, te presentaría a la nueva. Pues aquí está.

El hombre se alzó con una velocidad sorprendente, al tiempo que apresaba con sus manos las de Sam y las sacudía con vitalidad, sonriéndole ampliamente.

—Mucho gusto, un placer, encantado. Soy Clark Green. No dudes en pedirme cualquier cosa que necesitas, ¿sí? Estoy aquí para lo que sea. Puedes disponer de mi presencia el tiempo que desees.

Sam simplemente cabeceó ante cada palabra de él, sin ser capaz de apartar su vista del rostro iluminado y risueño que mostraba. Había conocido a tantas personas con una linda sonrisa que no creyó que alguien pudiera hacer una diferencia hasta que vio la de Clark. Más que bonita, era reconfortante, confianzuda, cálida. Nuevamente los recuerdos de Matt la golpearon. Sí, era la que más se parecía a la de él.

—Es suficiente, Clark. Harás que su mano quede temblorosa con tanta sacudida —Sasha hizo que Clark soltara la mano de Sam—. Anda, mañana hablas con ella si quieres. Ahora vamos a dormir.


—Está bien. Oye —se dirigió a la bailarina—. ¿Te gustan las marionetas?




5





—¿Marionetas? —Sus ojos se abrieron sorprendidos ante la pregunta y la mezcla de deseo, amor y dolor se infló en su pecho—. Me encantan —aceptó al final con voz débil y una triste sonrisa.




—¡Woho! —Exclamó Clark chocando sus palmas—. Tengo que enseñarte las que tengo. Te aseguro que no hay muñecos más perfectos, no hay mejores, son especiales.



—Claro que sí. Los de Jake —dijo Sasha burlona.



—No es verdad. Falta mucho para que ese niñato amargado me sobrepase.



—¿Jake? —La confusión de Sam intervino en la riña de sus compañeros.


—Ah, sí. Junto con Clark, hay dos personas más que forman parte del pequeño grupo de marionetistas —explicó Sasha—. Uno es el señor Ford. Es una persona mayor y ya no se le facilita el manejo de los títeres, pero sigue con ellos. El otro es Jake, pero no te preocupes por él.

—Es verdad —secundó Clark acercándose a las jóvenes, haciendo ademán de que lo que fueran a decir quedara entre ellos—. No tiene remedio. Es como un cubo de hielo. Su personalidad es tan fría e impersonal que se le ha dado el título del rey del invierno… Aunque eso no significa que no sea mi amigo, así que chicas, cuidado con lo que hablan.

—¿Quién habla de quién? —inquirió Sasha, incrédula.

—Entonces nos vemos. Tengan dulces sueños. Descansen. Buenas noches.

Y sin más, Clark se alejó sacudiendo su mano en señal de despedida. Sasha volvió a reír.

—A que te ha parecido extraño. Bueno, lo es. No perdamos más tiempo —la actriz abrió la puerta de la estancia—. Me imaginaba que estarías aquí ya, Glynn.

Sentada sobre un saco de dormir, que era la cama de todos los integrantes del teatro, sosteniendo un delgado libro que era capaz de leer gracias a la tenue luz que la vacilante llama de la lámpara de aceite despedía, Glynn miró a las jóvenes. Sam pudo detallar el espeso, lacio y largo cabello rubio de ella y sus ojos miel que la miraban con seriedad.

—Ella es…

—Sí, ya lo oí por boca de los demás —cortó Glynn a Sasha—. Samara Glover, la nueva bailarina. Soy Glynn.

—Espero podamos llevarnos bien.

—Sí, sí, yo también. Ahora háganme el favor de ir a dormir ya. Yo quería hacerlo y he tenido que esperarlas. Soy susceptible a los ruidos.

—Lo lamentamos —la queda disculpa de Sam quedó ahogada por el comentario de la morena.

—Tienes razón, es desconsiderado. Hay que hacer caso, Sam. Fue un día agotador para ti también, después de todo. ¡Mira!, ya te preparé el saco en el que dormirás. ¿No es fantástico? Usamos el estilo de los orientales.

Sam sonrió con timidez y Glynn rodó los ojos. Si ya era difícil convivir con Sasha ahora lo sería más con su nueva “amiga”. Se preguntó qué había hecho para merecer aquello. No obstante, las dos recién llegadas fueron piadosas e hicieron lo más rápido posible los preparativos para acostarse y la paz reinó. Sasha tenía razón, había sido un día muy largo. Fue apenas un pequeño reposo. El sentido del tiempo  escapó por completo de su conciencia y no les pareció suficiente, por lo que cuando el cielo nocturno fue aclarándose y uno toques en la puerta llegaron, junto a los primero rayos del sol, las tres se revolvieron disgustadas en su espacio y lanzaron un gemido en forma de queja. Aun así, el perturbador de sus sueños no desistió y Glynn, por ser la más cercana a la puerta, se alzó con aire irritable y la abrió de golpe. Unos ojos azules cual cielo la hicieron espabilarse por completo.

—Hola, muñeca —fue el saludo galante de Brian adornado espectacularmente con su típica sonrisa coqueta—. Necesito a Samara.

Y el joven iba a entrar a la habitación de no ser porque la rubia se interpuso en su camino. Brian no demostró su ligero asombro e inquirió con tono calmado:

—¿Qué pasa?

—No es adecuado que entres en un cuarto donde sólo hay chicas durmientes.

Brian no reprimió una risilla cínica. Jamás se había hablado de semejante restricción y mucho menos si se trataba de ir él al cuarto donde Glynn dormía.

—¿Cuál es el problema ahora? —volvió a preguntar y levantando su mano la colocó en la mejilla de ella—. No estarás celosa, ¿verdad?

—Para nada… —su voz flaqueó.

—Menos mal. ¿Qué sería de mí si te alejas de mi lado? Mis ojos no tendrían más utilidad si no pueden apreciar tu natural belleza día con día. Sería mejor tener el sentido del olfato atrofiado si tu aroma no vuelve a adentrarse en mi nariz. Preferiría perder las manos a negarle a mi tacto la suavidad de tu piel.

Y mientras lo decía, Brian intensificó la caricia, no conformándose sólo con la mejilla, sino que inició un descenso por el cuello. Glynn cerró los ojos disfrutando el roce. Quería mentirse otra vez. Quería convencerse de que ella era a la única a la que Brian le había dirigido aquellas palabras, la única dueña de sus caricias, pero sabía que no era así. Que no era la única y que no lo sería. Prueba de ello el acto de Brian en cuanto tuvo a la rubia bajo su merced. Velozmente se adentró al cuarto aprovechando el estado perdido en el que estaba y la dejó soñando despierta bajo el umbral de la puerta.

—Oye, ¿qué haces aquí, pervertido? —Exigió Sasha que se había sentado sobre su saco—. Necesitamos nuestra privacidad, ¿sabes?

—La tendrás, solo déjame llevarme a Samara.

—¿A dónde? —preguntó la nombrada frotándose los ojos con pereza.

—Tus clases empiezan hoy.

—Ya veo. Me alistaré.

—Ya oíste. Espérala afuera —dijo Sasha.

Brian se encogió de hombros y regresó sobre sus pasos, ignorando esta vez a Glynn, quien ya se había recuperado. Ella cerró la puerta cuando él salió y con pesadez volvió a la calidez de las cobijas, no prestando atención a Sam y Sasha mientras la primera se cambiaba. Era tan tonta por continuar albergando esperanzas de que Brian se fijara en ella más que como un objeto. Ella pudo haber sido un juego para él, pero no para ella. Se había enamorado realmente y no podía escapar de las lacerantes garras que la atenazaban sin piedad. Hubiese preferido caer en manos suaves de un amor correspondido y fiel.

Cuando estuvo lista, Sam salió del cuarto teniendo en mente el reiterado consejo de su nueva amiga de que se mantuviera alerta con el Casanova, a quien vio apoyado en la pared paralela a la puerta. Brian sonrió y le pidió que lo acompañara al patio. Durante el trayecto, Brian intentó sacarle una charla con varias preguntas, pero dadas las cortas y concisas respuestas de la chica, supo que no se extendería demasiado, así que optó por ser él quien hablara, lo que no extrañó a Sam, pues estaba rodeada de personas que dialogaban bastante. Ella no era del todo buena con las palabras. Descubrió del moderador que acostumbraba halagarse a sí mismo. Arribaron al patio.

—Muy bien. Antes que nada te enseñaré la coreografía del baile de entrada. Todos los bailes son relativamente nuevos, por lo que no podemos esperar que aprendas nuevos pasos junto a los demás. Presta atención. De un lado del escenario salen las mujeres y del otro los hombres. Haré el papel de una mujer para que se te facilite.

Fue así como las lecciones de Sam dieron inicio. La primera vez que Brian le mostró la primera coreografía hizo considerables pausas, porque en cada una dio una aclaración de alguna clase de intervención que tendría lugar con uno de sus compañeros, lo más seguro, por quien sería su pareja. Después, el rubio repitió la pieza de corrido, mostrándole a Sam más claramente lo bien que sabía moverse y entendió que no por nada se le daba el papel de encargado del grupo de bailarines. Lo siguiente fue que, poniéndose a la par, Brian estando unos pasos delante de Sam, le enseñó uno por uno los pasos y las posiciones que su cuerpo debía adquirir en relación con cada uno, para que no hubiese discordancia con el resto.

—Estás demasiado tensa. Muestras poses y actitudes del ballet clásico. Este no es tan así. Es hasta cierto grado menos estricto. Es verdad que se necesita ritmo y coordinación, pero no es necesaria la precisión minuciosa del otro. Relájate.

Sam intentó por todos los medios hacer todo lo que su instructor le dijo, mas era complicado. Toda su vida había sido enseñada en un estilo de baile en el que, si bien era fluido y nada rígido, debía mantenerse como una roca, firme y fuerte. Este otro era más flojo que otra cosa. Una cosa que agradecía era que no contaba con un papel muy importante en la obra. Brian le aseguró que en cuanto mostrara sus habilidades con el resto, ya la dejaría obtener más protagonismo. Tan centrado estaba cada quien en lo suyo, que el tiempo pasó más veloz de lo que pensaron, ya que apenas notaron a los demás que despertaban e iban a verlos de vez en vez. Entonces los llamaron para desayunar, así que dejaron su práctica para después.

—¡Aquí, Sam! —la llamó Sasha en cuanto entró a la pieza con comida en mano.

Sam se acercó a ella. No estaba con su grupo de siempre, sino que se mantenía sentada a un lado de Clark. Se sentó a un lado de su amiga.

—¿Cómo te fue?

—¡Ah! —Soltó Clark con abatimiento—. No puedo creer que me perdiera tu demostración de ayer. Vagaba por la ciudad a esa hora. Quiero verte bailar. ¡Quiero, quiero!

—Tranquilízate, hombre. ¿En verdad pasas de los cuarenta? —indagó Sasha, escéptica—. No está prohibido que la veas practicar en el patio.

—¿En serio?  —Su rostro se iluminó y miró a Sam, esperanzado—. ¿Puedo?

—C-claro.

—¡Genial! Definitivamente tengo que mostrarte mis marionetas —En eso distinguió a Mark—. ¡Mark, hijo! Ven aquí un momento.

El niño se acercó sosteniendo en sus pequeñas manos un plato lleno de comida.

—Mira, él está interesado en las marionetas —le notificó Clark a Sam—. ¿Verdad, Mark?

—Sí, son muy bonitas. Me gustan —mostró una gran sonrisa.

Sam le devolvió el gesto. No dejaban de nacer personas cautivadas por el encanto de las marionetas.

—¿Vas a comer? Puedes sentarte con nosotros —le ofreció Sam e iba a hacerse a un lado para que se sentara, cuando él negó con la cabeza.

—Es la comida de Jake.

—¿De Jake? —repitió, extrañada.

—Sí —afirmó Sasha—. Jake prácticamente no sale de la recámara que se escoge a menos que sea para ir al teatro.

—Es cierto —concordó Clark cruzándose de brazos, cerrando los ojos y asintiendo—. Ni siquiera va a los ensayos. Es un problemático. ¿Qué tiene en la cabeza? Es un verdadero antisocial. Es el único que se le hizo frente al jefe para evitar compartir habitación… pero es mi amigo. No digan nada malo de él, ¿de acuerdo?

—¿Quién dice qué? —Sasha sintió una punzada en su sien ante la irritación—. Eres tú quien lo critica cada vez que hablamos de él.

—¿En serio?

—Sí…

Para cuando los dos se trenzaron en una pequeña discusión, Mark ya se había alejado. Sam se concentró en su tarea de comer y hubiese sido un momento agradable entre risas y comentarios divertidos de no ser porque en todo momento, Sam sintió una penetrante y perturbadora mirada sobre ella. La primera vez que la sintió observó a su alrededor hasta descubrir que no era otro que Brian. El rubio mantenía sus filosos ojos sobre ella y la incomodaba sobremanera. Era la primera vez que se sentía asechada y la sensación no le gustó en lo absoluto. Poco a poco, un temor extraño comenzó a crecer dentro de ella y por el mismo, ya no se atrevió a verlo, por mucho que él insistiera en observarla a ella con descaro. Pensó que si esto seguía así tendría que pedir que alguien más le enseñara los bailes o no lo soportaría.


Cuando todos terminaron de desayunar, Sam supo que debía continuar con su entrenamiento y las enormes ganas del día anterior fueron echadas fuera de sí. Ahora ya no estaba tan segura de seguir. No obstante, a pesar de su preocupación, regresó al patio junto con Brian. Afortunadamente, el portador de zafiros como ojos resultó bastante respetuoso en el ámbito laboral. Como en la mañana temprano, se dedicó por completo en ayudarla con los pasos del baile en los que tenía mayores problemas. En realidad, él pudo discernir la gran inteligencia y habilidad de Sam. Aprendía fácil y rápido las cosas. Sin notarlo ninguno de los dos de nuevo, los demás miembros del teatro fueron llegando para ver el esfuerzo de la “novata”. Entre ellos estaban Sasha, Clark y Glynn, aunque la última no parecía del todo contenta. Había notado las miradas de Brian dirigidas a Sam y no le gustó nada porque nunca había visto esa clase de miradas en él.




6





Una puerta que la mayor parte del tiempo permanecía cerrada, ocasionando que el habitante de aquel cubículo pocas veces se mostrara al mundo, se abrió y de entre las penumbras emergió un hombre joven que sostenía en su mano derecha una lata pequeña y que gracias a las letras impresas en ella, pudo concluirse que en el interior había barnice para madera. O era lo que debía haber, porque la lata se hallaba vacía. La miró con expresión insulsa. Necesitaba ir a comprar más. Y era por ello que forzosamente se vio obligado a salir de sus aposentos. No le gustaba encargarle cosas delicadas a alguien más. Él era el único que sabía qué clase de barnice quería. Estaba por dar el paso que lo llevaría a su destino cuando oyó una vocecilla chillona, llamándolo.





—¡Jake, Jake!




Corriendo por el pasillo, Mark se acercó a él.



—¿Qué quieres? Estoy ocupado.

 —Perdón. Jake, ¿ya conociste a la nueva?

Jake alzó una ceja. ¿Mark también? Desde el día anterior se había hecho un alboroto por el tema de la nueva integrante del teatro. Clark le había hecho una visita la noche pasada presumiéndole lo linda y agradable que era y que había podido conversar con ella un poco. Volvió a mirar la lata. He de allí que estuviera vacía. A él nada le importaba a quién reclutaban o a quién expulsaban del grupo. Él vivía por y para su trabajo, no para quienes trabajaban. Así que el parloteo constante de Clark y a las altas horas de la noche lo llevaron a lanzarle lo primero que tuvo a su alcance, resultando en toda una pared salpicada, pegajosa y olorosa, excepto su objetivo, que finalmente salió aterrado del cuarto.

—No, no la conozco —fue su seca respuesta comenzando a caminar.

—¿No? Entonces te llevaré a donde está.

Y antes de que pudiera decir nada, Mark lo tomó de la mano libre y lo jaló por el lado contrario a donde se dirigía. La escena era digna de ver. Un pequeño de diez años arrastrando a un joven de expresión inmutable, aunque con un ligero ceño fruncido.

—Verás que es muy bonita y adivina qué. ¡Sabe bailar muy bien!

Jake iba a soltar una sarta de palabras que denotaran su nulo interés en el tema, cuando cruzaron la puerta que los sacó al patio. La iluminación que los potentes rayos del sol le daban a la zona lo obligó a cerrar los ojos un momento, adolorido. Por eso no le gustaba salir. Sus ojos eran demasiado delicados a la luz fuerte. Poco a poco los abrió, queriendo acostumbrarse al alumbramiento, y lo primero que éstos captaron, fue la figura movible de una bella pelirroja que danzaba sin inmutarse por todas las personas que la rodeaban. Se frotó los ojos con ímpetu. ¿A qué venía eso?

Por un momento una imagen mental de la chica como la misma representación del otoño cruzó su cabeza. Con su largo cabello rojizo que se movía al compás de ella; con ese cómodo y fresco vestido naranja que favorecía por completo su figura. Y a pesar de lo poco que podía apreciarse, alcanzó a ver sus perlas cafés, llenas de brillo y pasión por lo que hacía. Parecía ser las hojas multicolores características del otoño, que siendo impelidas por el viento, efectuaban una danza en honor a la época. En realidad, casi hasta pudo ver las susodichas rodearla. Señales otoñales en pleno verano. ¡Menuda estupidez! Y aun así, seguía allí, observándola con fascinación como un perfecto imbécil.

Mientras tanto, Sam continuaba absorta en lo que había aprendido de la primera parte de la representación. Vagamente estaba consciente de todos sus espectadores, pero no prestaba atención. De pronto, su concentración terminó. En medio de un giro se detuvo en seco cuando sus orbes chocaron con otros que la miraban detenidamente, dueños de un familiar color verde. Sus propios ojos se abrieron desmesuradamente al tiempo que tantas emociones diferentes la invadían, mareándola. Sorpresa, miedo, alegría, confusión. Espasmos salvajes se apoderaron de su cuerpo al tiempo que se le formaba un nudo en la garganta amenazando con sofocarla.

¡Matt! ¿Qué hace Matt aquí?

¿Qué era aquello? ¿Acaso su mente estaba tan desesperada que había recreado una viva alucinación de él? Pero no era posible, ¿verdad? Tanto la saliva como las lágrimas se atoraron en su garganta y ojos. ¿Era una ilusión? El cabello negro, la piel tan pálida como la recordaba, pero que a la vista parecía tersa. Esos ojos verde intenso. No podía ser un juego de su mente porque las añoradas facciones que día con día nadaban en sus recuerdos eran las mismas, más maduras, siendo afectadas igualmente por el paso del tiempo, pero allí estaban. Era la misma imagen de su primer amor y nuevamente se preguntó con aflicción cómo es que estaba allí. No entendía nada.

Brian se había acercado a ella para sacarla del trance en el que había caído. Lo mismo hicieron Sasha y Clark, intentado llamarla, pero nada funcionó, ni las palabras ni las leves zarandeadas. Estaba completamente ida, fuera de este mundo. En su lugar, sin moverse un solo centímetro, Jake volvió a arquear una ceja, más preocupado por la indescifrable e incómoda mirada que la pelirroja le lanzaba que por su comportamiento. Porque sí, estaba seguro que lo miraba a él, podía sentirlo.

Aún con infinidad de interrogantes volando por sus pensamientos, Sam dio un paso corto y lento hacía donde aquella copia de Matt se hallaba. Dio otro y otro; así hasta que fue acortando la distancia entre ellos, ignorando olímpicamente a los que intentaban ayudarla. Alzó una de sus manos mientras caminaba. Necesitaba tocarlo. Saber que no era una simple fantasía causada por el dolor de la pérdida, y si lo era, ¿por qué hasta ahora se atrevía a presentarse? ¿No hubiese sido mejor  que se le apareciera justo cuando murió? Al estar más cerca, vio que él echaba su cuerpo para atrás un poco, evitando el contacto con sus dedos. ¡Se movió! Era real. Se cubrió la boca para evitar gritar de… no sabía qué. El trémulo incrementó y una aceleración considerable del pulso y la respiración la asaltó. Estaba hiperventilando. No pudo más. El shock había sido tan grande que terminó desplomándose y habría caído de lleno al suelo de no ser porque Jake logró sujetarla en brazos en un impulso.

—¡Samara!/¡Sam! —gritaron Brian, Sasha y Clark acercándose presurosos, haciéndose paso por lo que ya rodeaban a los dos.

—¿Qué pasó? —inquirió uno y el que tenía al lado se encogió de hombros, ignorante.

—¿Está bien? ¡Sam! ¡Sam! —Sasha la sacudió en los brazos de Jake, sin respuesta—. Está sudando mucho y su respiración es agitada… pero no tiene fiebre. ¿Por qué?

—¿Trabajo excesivo? —opinó Clark, inseguro, después de todo no creía que fuera eso. Debía estar acostumbrada al trabajo duro.

—Lo que sea, hay que llevarla al cuarto a que descanse. Brian fue a buscar a un médico —siguió diciendo Sasha al ver que el rubio no andaba por allí.

—Jake, llévala a su habitación —apresuró Clark.

El aludido se acercó al hombre con la dama inconsciente en sus brazos y se la entregó a él.

—¡Oye…!

—Tengo cosas que hacer. No me metas en asuntos que no me incumben.

—¡Jake!

El joven no contestó y se alejó del tumulto, dispuesto a ir a obtener lo que necesitaba. Clark lo vio partir, extrañado. No lo entendía para nada.

—¡Clark! —lo nombró Sasha en modo de urgencia.

El hombre espabiló y se apresuró a llevar a Sam a su habitación en tanto esperaban al médico.


El bosque se extendía frente a ella, colorido, otoñal. Movió su vista de un lado a otro, recorriéndolo. ¿Qué hacía allí? Caminó sin rumbo fijo, confundida.

>>Sam<< >>Sam<<

Una voz que llegó junto a una escalofriante ráfaga de viento la sobresaltó. Conocía la voz, era sumamente familiar. Sintió una presencia detrás de ella y al girarse lo vio. Matt. Se acercó a él con una sonrisa, feliz de verlo, pero en el momento en que iba a tocar sus ropas, se desvaneció. Parpadeó varias veces, sorprendida, y cada pestañeo fue suficiente para que su entorno cambiara. Ya no estaba en medio del bosque, ahora se hallaba en una parte de su pueblo natal. Abrió los ojos con terror al reconocer la zona.

>>Sam<< >>¡Sam! <<

Frente a ella la imagen de Matt siendo ahorcado por su tío apareció. Se apresuró a correr hacia ellos. Sabía lo que venía, sin embargo, como siempre, llegó tarde. John lo soltó con un fuerte empujón y Matt cayó a un acantilado y en la base del mismo, Sam apreció con espanto como al chocar con el suelo, su cuerpo se rompía en varios pedazos que quedaban regados por todos lados como si se tratara de una marioneta sin vida.


Se irguió sobre su saco repentinamente, con la respiración entrecortada, el corazón latiéndole a mil por hora y sudorosa. Había sido una pesadilla, pero no, no había sido cualquiera. Tuvo exactamente la misma pesadilla que durante muchas noches que precedieron la muerte de Matt había sido la culpable de su desvelo. Hacía mucho tiempo que no lo soñaba. ¿Por qué ahora? Miró el cuarto, su cuarto temporal, descubriéndose sola y esa soledad le permitió pensar bien las cosas y recordar. ¡El chico idéntico a Matt!

Su corazón volvió a iniciar una carrera dentro de su pecho. Claro, tenía sentido. Al verlo a él, su subconsciente rememoró muchas cosas. Aun así, estaba dudosa. ¿Realmente lo había visto o fue en verdad un producto de su imaginación? Había escuchado en un par de ocasiones la creencia de que en algún lugar del mundo cada persona tiene a alguien que se le parezca. A un gemelo. No es que fuera muy crédula, pero tampoco escéptica. A pesar de todo, estaba segura de que por mucho que alguien luciera como alguien, simplemente no podían ser exactamente iguales como ella había visto, aunque seguía confundida. Apenas podía recordar qué pasó antes de quedar inconsciente, quizás exageraba las cosas.


Se levantó por completo del saco y un mareo la asaltó de súbito, mas fue fugaz. Salió de la habitación y comenzó a buscar a Sasha, Clark o alguien más, pero al no encontrar a nadie llegó a la conclusión de que estarían en el teatro. Se asombró un poco. Significaba que su desmayo duró más de lo que pensó. Iba a ir a la cocina a confirmar sus sospechas, pero prefirió no arriesgarse a que volvieran a ponerla a trabajar, así que fue al patio y siguió con la práctica que había dejado a medias esa mañana. Entre más pronto dominara el estilo, mejor.




7



Incluso cuando la oscuridad se apoderó del cielo continuó con su práctica gracias a la tenue iluminación de las farolas que encendió. Poco después escuchó mucho alboroto y pensó que los demás había llegado, por lo que se dirigió al comedor. Efectivamente, allí se hallaban muchos de sus homólogos. No vio ni a Sasha ni a Clark y supuso que hacían fila en la cocina. Se alegró de no tener que encarar a Brian. Iba a dirigirse a la cocina por su comida cuando divisó a Mark por el pasillo con un plato lleno. Se acercó a él.



—Mark, espera.



—¿Estás bien ya? —le preguntó en tono preocupado y frunciendo el ceño.


—Sí, no te preocupes, gracias.

—Menos mal. El doctor dijo que no tenías nada y me alegré; pero me enojó que Jake no fuera a verte. Ahora iré a regañarlo. ¿Crees que merezca cena?

—¿Eso es para él? —Sam recordó al joven a quien confundió con Matt. ¿Se trataría del famoso Jake?—. Mark, ¿puedo llevárselo yo, por favor?

No tenía ni idea de lo que hacía, pero tenía que quitarse aquella duda y también deseaba asegurarse de lo que había visto. Mark la miró confundido.

—¿Por qué?

—Ah… Eh, bueno… —¿Qué decirle a un niño?—. Sólo me gustaría verlo.

—¿Por qué? ¿Te gusta?

Un intenso carmín adornó su rostro y se puso muy nerviosa. Mark rio.

—Está bien. Toma —le entregó el plato—. ¿Puedo ir yo a entregarle su bebida?

—Claro.

Mark asintió y estaba por irse de allí cuando Sam lo detuvo.

—Espera, no te vayas. No sé cuál es el cuarto de Jake.

—Ah, es verdad. Ven, yo te digo.

Y con esto, ella volvió a seguir al niño a través de los pasillos. Miró el plato que llevaba en las manos. Estaba nerviosa, inquieta y tenía miedo. ¿Qué le diría cuando lo viera? ¿Sería capaz de controlarse? ¿Y si volvía a desmayarse? O peor aún, ¿y si la emoción de ver a alguien con las mismas características físicas de su primer amor sobrepasaban su cordura y se lanzaba a abrazar a aquel desconocido? ¡Qué vergüenza! No quería ni imaginarlo y aun así, allí estaba, camino a su habitación. No había manera de que alguien la entendiera. Ni ella lo hacía.

—Aquí es —anunció el pequeño guía señalando una puerta—. Me voy, tengo hambre.

Mark se despidió sacudiendo la mano y se alejó. Al estar frente a la puerta cerrada, Sam comenzó a temblar y no supo descifrar exactamente a qué se debía. Era la segunda vez que un extraño le provocaba tantas emociones al mismo tiempo. Decidió que si no se daba prisa, su tormento sería más largo, así que tocó la puerta. Para sus oídos, los golpes sonaron tan fuertes que se estremeció asustada. Lo menos que quería ser era perturbarlo de esa manera. Con expectación sofocante y llena de tortura esperó a que atendieran su llamado, sin respuesta. Frunció el ceño, confundida y volvió a tocar, esta vez un poco más fuerte, logrando que la puerta se moviera hacia el interior, abriéndose un poco.

—¿Hola? ¿Jake? Traje… tu cena —la voz le falló. Estaba a punto de echarse a correr.

Una vez más, el silencio la recibió. Miró a ambos lados del pasillo, cerciorándose que no había nadie y mostrándose dudosa de su mismo pensamiento, abrió más el rectángulo de madera y se adentró al cuarto. De no ser por la tenue llama de una lámpara sobre una mesa situada al fondo de la recámara, las sombras ocuparían cada centímetro de la misma. Herramientas, pinturas y piezas de madera con forma de brazos o piernas imperaban en el lugar, cada uno amontonado en una zona específica del cubículo, dejando mucho espacio libre y dándole un aspecto ordenado y limpio.

Sam ahogó un gemido de dolor. A su mente acudió la habitación de Matt. Él había sido un desastre en la limpieza y antes de que ordenaran su espacio personal, ella había alcanzado a verlo tal y como lo había dejado él. A pesar del contraste en la organización, la similitud era perturbadora. El mismo trabajo, los mismos artículos. Tanto Jake como Matt tenían y tuvieron que relacionarse con la madera, la pintura, el barniz y demás. Aspiró hondo y el olor mezclado de todos ellos inundó sus fosas nasales. Comenzaría a dolerle la cabeza. No estaba acostumbrada a esa clase de olores tan penetrantes. Se admiraba de aquellos a los que ya no les importaba vivir entre ellos.

—¿Qué haces?

Estaba tan metida en sus pensamientos que no sintió cuando alguien entraba a la habitación.  Alguien con un timbre de voz que extrañó durante años y que no pudo olvidar, encantándola de un momento a otro y consiguiendo que sus ojos se cristalizaran sin derramar ninguna lágrima. Se volvió con lentitud, temerosa y ansiosa de encarar aquel misterio que rondaba por su cabeza y revelarlo. Tuvo que sujetar fuertemente el plato para no soltarlo ante la gran impresión. La segunda del día y por la misma razón. Frente a ella, una vez más, la figura del Matt que con tanto amor recordaba se hallaba materializada. Sintió desfallecer de nuevo.

—¿Qué haces? —volvió a preguntar Jake con sequedad.

Sam parpadeó sorprendida. Sí, era la misma voz pero con un tono diferente. La que recordaba era cálida, tierna; en cambio, esta era impersonal, fría. Clavó sus ojos en los de él. Esos también diferían. No brillaban cual esmeralda, no iluminaban cual sol.  Aquellos, sí bien sí poseían brillo, era como aquel que se apodera de una superficie congelada, gélida.

—¿Por qué estás en mi habitación? —cuestionó nuevamente, impávido. Tal vez con una pregunta diferente le respondiera. Ella balbuceó un rato.

—Yo… venía a… traerte la cena.

Sus piernas flaquearon, su voz salió trémula y sin fuerza. Estaba fuera de combate una vez más. Jake miró el plato que ella llevaba. No sabía por qué no había ido Mark a entregárselo, pero no le importaba mucho, así que se acercó a la pelirroja, tomó su comida, la dejó en la mesa y sujetó a Sam del brazo. Ella despertó de su ensoñación al sentir un jaloneo poco delicado y lo miró extrañada. Él la sacó del cuarto.

—P-pero…

—No vuelvas a entrar a mi habitación —advirtió con frialdad y le cerró la puerta en las narices.

—L-lo siento —se disculpó con la puerta.

Miró el ala de madera y se mordió el labio inferior. Ese había sido un encuentro algo desagradable. Su corazón se sintió herido. Ver el cuerpo de Matt actuando tan distante, rígido y estoico no le gustaba. Un sollozo se le escapó. Claro que Jake no era Matt. Podían parecerse más de lo que hubiese creído, pero no eran el mismo. Debía convencerse de eso y habituarse o la que saldría lastimada sería ella.

—¿Samara?

Saltó del susto al oí su nombre. Giró noventa grados y vio a la esposa del jefe, la madre de Mark. Jill Woods.

—¿Te asusté? Perdona

—No, es mi culpa. ¿Qué pasa?

—Tucker quiere verte, Samara.

—¿A mí?

—Sí —Jill puso una expresión preocupada—. Es por lo de esta mañana, pero ven, te espera.

Sam asintió y con la guía de la mujer, se dirigió a la oficina de Tucker. No sabía qué podía querer Tucker ahora. Llegaron y allí estaban tanto Tucker como Brian. Ninguno mostraba una expresión de contento.

—Aquí está. Con permiso.

Jill hizo una reverencia y se retiró. Sam hubiese preferido que se quedara. Estar con los dos solos la ponía nerviosa.

—Samara —comenzó Tucker mirándola con insistencia—. Nos preocupa lo que pasó contigo esta mañana. Sabes que este es un trabajo que exige muchas energías, por lo que nos vemos en la obligación de no contratar a personas que no sigan el ritmo y mucho menos a personas enfermas.

—Estas siendo demasiado severo, Tuck —le dijo Brian—. El día anterior sufrió muchos cambios, fue la emoción, ¿cierto, Samara?

—Perdón, pero no estoy segura de entender.

—¿Por qué te desmayaste? —Preguntó al fin Tucker alzando un poco la voz—. ¿Tienes algún padecimiento del que no sepamos nada? ¿Estás enferma?

—No, no —se apresuró a negar. Ahora entendía todo—. A mí no me pasa esto nunca, de verdad, no importa lo agotada que esté. Ayer… sólo pasó, pero puedo asegurarle que será la última vez.

—¿Lo vez, Tuck? Estabas exagerando. El médico ya había dicho que no era nada grave.

—El médico la examinó de manera superficial y creo que debemos seguir su sugerencia. Sam, mañana irás al doctor y te harás un buen chequeo médico. Es todo.

Sam asintió y salió de la oficina con Brian junto a ella.

—No te preocupes, Samara. No dejaré que te saquen ahora que estás aquí.

Brian levantó su brazo para pasarlo por los hombros de Sam, pero al sentir el contacto, ella velozmente se alejó de él.

—Debemos darnos prisa o todos acabarán de comer —se excusó aumentando el paso.

Brian sonrió ladino. Reconocía que ella no era fácil y que su orgullo como galán estaba herido, pero se dijo mentalmente que no importaba cómo, Samara caería a sus pies. Era una chica muy interesante. Llegaron al comedor y cada quien se dirigió con sus amigos. En cuanto la vieron, Sasha y Clark le preguntaron si estaba bien, por qué se desmayó y demás. Ella intentó explicarles lo mejor que pudo sin revelar lo de Matt y el parecido de Jake y él. Después de eso, todos se fueron a sus respectivas habitaciones a descansar para continuar con lo suyo.

Al día siguiente, tal como la mañana anterior, Brian fue a buscar a Sam para continuar con los ensayos. Practicaron hasta que el desayuno estuvo listo. Antes que nada, Sam buscó a Mark. Debía pedirle algo importante.

—¿Eh? ¿Quieres que te deje llevarle la comida a Jake todos los días? —inquirió sorprendido cuando lo halló y le hizo su pedido.

—Sí, por favor —Sam juntó sus manos en forma de plegaria. En verdad no tenía ni idea de las acciones que tomaba, sólo sabía que quería tomarlas.

—Pero… A Jake le gusta que sólo yo se la lleve —informó el niño.

—Entonces haré que se acostumbre a mí. ¿No sería lindo para él que hiciera más amigos?

—¡Sí, tienes razón! Está bien. Puedes llevársela.

—Muchas, muchas gracias, Mark. Ah, pero me guías de nuevo, ¿sí?

Mark asintió y fueron por la comida del joven marionetista para después dirigirse a su habitación. Mark se fue dejando sola a Sam. Un momento de duda y tocó. Esta vez sí la atendió casi al instante y puedo ver la confusión en los ojos de Jake.

—¿Dónde está Mark? —preguntó y la hizo temblar.

—Hm… Nosotros… cambiamos de puesto.

Jake alzó una ceja. ¿A qué venía eso? Miró el plato en las manos de Sam. Ya hablaría después con Mark. Tomó su ración de alimento.


—Oye… —demasiado tarde, Jake volvió a cerrarle la puerta en la cara.




8





Sam volvió a morderse el labio inferior. Quería hablar con él, preguntarle tantas cosas, conocerlo mejor. No podía evitarlo, se sentía atraída a él. Originariamente esa atracción nació por lo mucho que le recordaba a Matt, pero después una interrogante ocupó el primer puesto de importancia. ¿Por qué actuaba de esa manera tan fría? Había conocido personas que no eran muy afectivas, pero el caso de Jake sobrepasaba todo lo que había visto. ¿Qué clase de situación lo llevaría a comportarse de aquella manera? ¿Cuál era su pasado? Tantas preguntas y ninguna respuesta. Suspiró profundamente antes de regresar sobre sus pasos. Esa vez sí se había fijado un poco mejor qué pasillos había recorrido. Llegó al comedor y se sentó junto a Sasha.





—Oye, Sasha. ¿Conoces a Jake? —le preguntó a la actriz después de unos minutos de conversación.



—¿Que si lo conozco? —Sasha miró al frente, meditativa en tanto terminaba de tragar el pan que comía—. Realmente no podría decir que sí. Es demasiado reservado. Apenas he hablado con él algunas veces. ¿Por qué?


—Ah, no —un rubor cubrió sus mejillas—. Evitó que me diera un golpe cuando me desmayé, supongo que es curiosidad.

—Entonces pregúntale a Clark. Él lo conoce mejor, aunque no sé si te diga algo.  Por más que intento persuadirlo, chantajearlo o amenazarlo no suelta nada.

Sam enfocó su vista en el hombre, quien se hallaba sentado lejos de ellas y conversaba con algunos de actuación. No pudo evitar darse el lujo de mirarlo sin disimulo. Le gustaba mucho su sonrisa, en un buen sentido claro. Ella era apreciadora de las cosas lindas y la belleza, por lo que la alegre y resplandeciente sonrisa de Clark llamaba mucho su atención. Iluminaba todo a su alrededor, era increíble. Su mirada fue tan intensa que Clark pudo sentirla, pues volvió su rostro a ella y al verla sonrió mucho más en tanto agitaba su mano en manera de saludo. Sam enrojeció de vergüenza, pero le devolvió el saludo, gustosa. Debía ser cuidadosa o volvería a atraparla in fraganti. Entonces fue su turno sentir una indiscreta mirada sobre ella. No tuvo que girar a ver a la persona para saber que se trataba de Brian y sus acosadores ojos. Ese era otro problema que no la dejaba tranquila. No podían aumentar, ¿verdad?

—¡Fíjate por donde vas, nueva! —rugió Glynn cuando todos terminaron de comer y fueron a dejar los utensilios que habían ocupado. La rubia la había chocado con fuerza deliberada como para hacerla caer con todo y plato y vaso, rompiéndolos al ser de porcelana y vidrio respectivamente.

—Lo siento —susurró apenada, pero Glynn no esperó su disculpa, ya se había ido.

—¿Estás bien, Sam? —Sasha se apresuró a ayudarla—. ¿Qué pasa con Glynn? Ella no es así, ¡qué raro!

Sam ahogó un gemido. Parecía ser que las dificultades sí podían ir en aumento. El resto de la mañana y parte de la tarde se la pasó ensayando hasta que la hora de la comida llegó una vez más y en esta ocasión no fue necesario buscar a Mark para que le entregara la porción que era para Jake, sino que ella misma la pidió y con nerviosismo, como siempre que iba al cuarto de él, inició su recorrido. Se colocó frente a la puerta e intentó poner una sonrisa en su rostro. Jake nunca la había visto sonreír. Se suponía que se saludaba a las personas con una sonrisa radiante. Cuando lo creyó conveniente, tocó y poco después la puerta cedió, dejando apreciar al joven. La sonrisa de Sam se esfumó. La simple presencia de él la turbaba. Jake no la miró con mucha sorpresa. Ella tartamudeó un poco.

—T-te traje la comida.

Jake no dijo nada y tomó el plato dispuesto a cerrar la puerta nuevamente de no ser porque sacando fuerza de flaqueza, Sam lo impidió dando un paso y colocándose entre ésta y el margen.

—Espera —pidió con voz quebrada—. Espera.

—¿Qué quieres? —la inexpresiva voz de él la puso mucho más nerviosa.

—Yo… Ah, quería… quería darte las gracias por evitar mi caída ayer.

—¿Es todo?

—¿Eh? Oh… ¿sí?

Jake la empujó un poco para que no obstaculizara más la puerta y así pudo cerrarla. Sam se golpeó mentalmente. Por supuesto que no era todo. Quería hablar con él un poco más, pero su cerebro se bloqueó en el momento preciso, por eso incluso se atrevió a hacer lo que hizo. Suspiró con abatimiento apoyándose en la puerta. Jake era más que reservado, estaba totalmente cerrado al mundo. Debía encontrar una manera de que se abriera un poco más, por lo menos con ella. Sacudió la cabeza. Estaba volviéndose una acosadora con él tal como Brian lo era con ella. Se estremeció. Pensar eso no era bonito. La sensación de ser acosado no era nada placentera.

Estaba por regresar al comedor cuando la puerta tras ella se abrió en una improvista rapidez, asustándola, sorprendiéndola e impidiéndole plantarse firme sobre sus pies, por lo que se fue para atrás y habría caído de no ser porque otro cuerpo sostuvo el suyo. Alzó su vista por sobre su cuerpo inclinado hacia atrás y sus ojos chocaron con los de Jake, quien la miraba ligeramente confundido. El rostro de ella se encendió en un rojo vivo ante el bochorno y velozmente se irguió para no seguir robándole su espacio personal a Jake.

—Lo siento, lo siento mucho. Fue un accidente, no quise hacerlo. Ya me iba, de verdad. Con permiso.

Y por demás azorada se alejó casi corriendo sin saber que Jake no apartó su vista de ella hasta que no pudo visualizarla más al virar en un pasillo. Regresando con los demás, Sam pudo sentir el latir desesperado de su corazón, como si no fuera a funcionar mañana y estuviera aprovechando el día de hoy para dar todo su potencial. Cerró los ojos con fuerza. ¡Hacía tanto que no experimentaba esa sensación de desconcierto, inseguridad y atrevimiento! Estaba aventurándose a hacer cosas que jamás haría, igual que había hecho cuando conoció a Matt. Al llegar al comedor, intentó mantener su mente en la conversación con Sasha, pero en realidad se mantenía lejos de allí.

Todos terminaron de degustar los alimentos y como cada vez que lo hacían, iniciaron los preparativos para ir al teatro aquella tarde. Sam ayudó a Sasha con su vestuario y a Clark a guardar una que otra marioneta que utilizaría para la presentación de esa tarde. Como bien había dicho su creador, eran buenas. Después de eso se despidió de los que pudo y volvió a verse casi solitaria en la casa, de no ser por los de servicio, que también estaban, pero ellos se mantenían ocupados en otras cosas, por lo que no podía hablar mucho con ellos. De cualquier manera, no era como si exactamente ese día ella tuviera mucho tiempo como para socializar. Había decidido el día anterior que esa tarde iría al médico para hacerse el examen general que Tucker le había pedido.

Por ello, después de arreglarse un poco se dispuso a salir e ir con el médico al que acostumbraba ver. Afortunadamente el consultorio no estaba muy lejos de la casa, por lo que no demoró mucho en arribar. Lo que tomó más tiempo fue que la atendiera, ya que había mucha gente en espera. Después de eso y de que el doctor la revisara, le entregó la forma que indicaba que no había absolutamente nada malo con ella. Sam esperó que con eso Tucker estuviera un poco más tranquilo. No deseaba que la echaran tan pronto. Regresó a casa y al tiempo que ella llegaba por un lado, del otro lado llegaba Jake con una bolsa colgando sobre su espalda. Lo miró un tanto sorprendida. Él no supo qué pensar. Ya había sido mucho encontrarse con ella, ¿no? Aun así, no le prestó demasiada atención y se adentró a la mansión con Sam siguiéndolo.

—¿Por qué no estás en el teatro? —escuchó que Sam le preguntaba con un timbre de voz débil y dubitativo, como si estuviera insegura de hacer la interrogante.

—Mi acto ya terminó.

—Pero… ¿por qué no te quedaste? ¿Por qué no esperas a los demás?

Jake no contestó y continuó con su camino confundiendo mucho más a Sam hasta que llegaron a la habitación de él, quien abrió la puerta y se volvió para mirar a Sam.

—Porque las personas son molestas.

Y un portazo se dejó oír. Sam parpadeó, ofuscada y un poco lastimada. Le daba la sensación de que Jake dijo aquello por su causa. Sin embargo, una cuestión más se sumó a las demás. ¿Por qué Jake pensaba eso de la gente? Volvió a su actividad de práctica con aquello en mente hasta que los demás retornaron. En la cena, después de entregarle su propia a Jake, se acercó a Clark.

—¿Cómo te fue? —quiso saber sentándose a su lado.

—Tan bien como siempre —alardeó el hombre con una sonrisa confianzuda—. Todos quedaron maravillados con mi manejo de las marionetas.

—Eso es bueno… Y, ¿cómo lo hizo Jake?

—¿Jake? —Clark se extrañó un poco de que Sam inquiriera por el joven, pero dejando de lado el sentir, sonrió ampliamente y siguió—: También lo hizo bien. Puede ser un amargado, pero se nota lo mucho que ama su trabajo. Te sorprendería ver cuánto cambia su expresión.

—Me gustaría verlo —susurró Sam con honestidad esperando que Clark no la escuchara, mas no fue así porque exclamó:

—¡Qué buena idea! Tienes que venir mañana que es nuestro último día en esta ciudad.

—No puedo. Me quedo a ensayar. Debo gastar mucho tiempo en esto para comenzar a trabajar con los demás.

—¡Ah, qué mal! —Clark se hundió sobre sí mismo, deprimido. Sam sonrió un momento antes de soltar la bomba del porqué estaba allí.

—Clark, tú ¿conoces bien a Jake?

—De hecho sí. Somos los mejor amigos después de todo… aunque no estoy seguro de que él lo sepa, je De cualquier modo, me alegro haberlo convencido de que viniera con nosotros.

—¿Por ti está aquí? —saber eso la sorprendió.

—Sí. Arribamos a una ciudad y dado que siempre me ha gustado salir de paseo, caminaba por las calles y lo vi allí con sus marionetas. Le propuso que viniera con nosotros y aunque al principio no quiso, insistí. Al final, bueno, está aquí ahora, ¿no? Puedes imaginártelo.

—¿Cuándo lo conociste ya era así? ¿Ya actuaba con tanta frialdad?

—Sí, siempre ha sido así.

—¿Por qué? ¿Lo sabes?

—Lo sé, pero no es algo de lo que pueda hablar contigo.

—Pero…

—¿Quieres saberlo? —Clark miró a Sam y ella asintió con una mirada mezclada de decisión y tristeza—. Entonces pregúntaselo a él. Si quiere te dirá.

—¿Si quiere? Suena imposible —Sam se desanimó.

—No del todo —Clark sonrió con diversión—. Te daré un consejo que funciona con él. Hostígalo lo más que puedas. Persiste. Es así como Mark y yo lo convencemos de todo.

—¿No es eso poco práctico?

—No si se trata de Jake. Debe aprender de la forma más inconveniente que sí hay gente que se preocupa por él.

Sam la miró asombrado y Clark  se llevó una boca a la mano, arrepentido. Se revolvió el cabello con desespero.

—¡Ah! ¡No debí decir eso! Esto es un sueño, Sam. No escuchaste absolutamente nada de lo que dije. Estás dentro de la hipnosis. Vas a olvidarlo todo, uh.


Clark movió sus dedos frente a Sam, como si con eso pudiera arreglar el error. Sam rio para intentar aligerar el ambiente y que Clark no se preocupara demasiado. No obstante, en su cabeza quedaron grabadas las palabras de él. Jake creía que no existían personas que en verdad se preocuparan por él. El deseo de saber por qué pensaba de esa manera invadió su pecho, creció. Ansiaba conocerlo más y más. El joven marionetista encerraba un misterio que no podía sino despertar el completo interés de la pelirroja. Con aquello, el día volvió a concluir y todos se retiraron a su habitación a descansar como era debido.



9



El día siguiente llegó con una buena noticia para Sam. Comenzaría a aprender los pasos del segundo baile. Brian le dijo que como ya dominaba gran parte de la primera danza, sería bueno que empezara a memorizar la intermediaria. Eso sí, le advirtió que tuviera cuidado de no olvidarlo o mezclarlos. Sam sabía que no era un problema. En el instituto tuvo que aprender tantos bailes diferentes y muchos casi al mismo tiempo, por lo que había aprendido a concentrarse bien para no confundirse. Así, entre rutina y rutina, el momento de que fueran a alimentarse llegó. Fue a buscar la comida de Jake. Toda la noche había estado pensando cómo iniciar una conversación con él. Obviamente que él debía querer hablar con ella, cosa que estaba lejos de lograrse. Por ello decidió que en lugar de intentar expresarse con palabras que serían cortadas por la puerta al cerrarse, lo haría de forma escrita. Había tenido que conseguir una bandeja para poner el plato, el vaso y bajo éste, la pequeña nota que había escrito en la que se leía:



“Buenos días. ¿Cómo amaneciste hoy? Es un espléndido día, ¿no?”



De acuerdo, aceptaba que no era lo mejor que pudo escribir, pero no tenía ni la más remota idea de qué poner, así que se fue por las preguntas que la mayoría hacía para iniciar la plática. Esperaba que de alguna forma diera resultados y le contestara un seco “Bien”, o “Ajá”, incluso un “Hm” escrito, la haría feliz. Se colocó frente a la puerta y tocó. No hubo respuesta inmediata. Frunció el ceño, extrañada, y volvió a tocar; nada nuevamente. No estaba. Miró el picaporte de la puerta, tentándola a abrirla, mas negó con la cabeza desechando el pensamiento. Jake se lo había prohibido. No iba a desobedecerlo. Se recargó en la pared adyacente a la puerta y esperó. Tuvo que hacerlo más de lo que pensó ya que los brazos le dolieron al sostener la bandeja, los pies de estar parada en el mismo sitio y el hambre empezaba a hacer estragos en ella. Con todo, sintió que el sacrificio valió la pena cuando vio a Jake acercarse por el pasillo.

—¿Qué haces? —inquirió él con una ceja alzada, incrédulo.

—Bueno —el rostro de Sam adquirió el tono de su cabello y bajó la vista, avergonzada—. Te traía el almuerzo y no estabas, así que esperé.

—Pudiste dejarlo en el suelo —dijo Jake crudamente, dándole a entender que hasta el más idiota habría pensado en esa posibilidad.

—Es que… —la voz de ella se apagó y se sintió pequeñita. ¿Qué decirle?

Jake ya simplemente le arrebató la bandeja y entró al cuarto, dejando a la joven sintiéndose la persona más torpe del mundo. Quedó estática en su lugar unos segundos, jugando con sus manos, nerviosa. Tal vez iba a ser más difícil de lo que creía. Regresó al comedor y como sospechó, ya la mayoría comenzaba a alzarse al terminar de comer. Escuchó que Sasha la llamaba y se dirigió a ella, que estaba junto a Clark.

—¿Dónde estabas, Sam? —Le preguntó la morena—. Te perdiste la repartición. ¿No me digas que no sabías que después de repartir ya no dan más comida?

Sam abrió los ojos, perpleja. No, eso no lo sabía.

—Descuida, descuida —la tranquilizó Clark—. Puedes comerte esto. Estoy satisfecho.

—En ese caso yo también te daré el resto de mi comida —ofreció Sasha.

—Chicos, no tienen que hacerlo.

—Pero queremos —respondieron los dos al mismo tiempo—. Para eso son los amigos, ¿no?

Sam sonrió, enternecida. Siempre era muy afortunada de contar con buenas personas a su lado que la querían y la apreciaban. No obstante, también era lo suficientemente miserable como para atraer alguna clase de enemigo y lo descubrió cuando, aceptando los alimentos que le ofrecían Clark y Sasha, se dispuso a comer. A una cierta distancia, Glynn observaba todo con expresión disconforme y mostrando el sentimiento, se dirigió a la pelirroja y en un arrebato golpeó el plato que llevaba en manos logrando que la comida quedara inservible, regada en el suelo junto a los añicos del plato.

—¿Por qué hiciste eso? —demandó Sasha molesta.

—Quien no viene a la repartición no tiene derecho a comer —contestó sin mostrar ningún tipo de amedrentamiento por el tono de voz que la actriz usó para con ella.

—¿Quién te crees para decidirlo? —volvió a inquirir la morena.

—Sasha, es suficiente —pidió Clark poniéndose en medio de ambas, temeroso de que una pelea más que verbal iniciara—. Glynn, lo que hiciste fue muy grosero.

—Intentaba cumplir las reglas.

—Las reglas no prohíben dar alimentos a quien uno desee —argumentó Clark.

—En ese caso a ver cómo le consiguen más comida a ésa.

Y sin más que añadir, la rubia se alejó de ellos. Sasha rugió.

—No la entiendo para nada. En mi vida la había visto actuar tan vilmente. ¿Qué le pasa?

—Sam, ¿estás bien? No te preocupes, conseguiremos algo para que comas —aseguró Clark con voz suave. Ella negó con la cabeza.

—No quiero meterlos en problemas por mi culpa. Estoy bien.

—¿Cómo puedes decir eso? —Sasha no le creyó—. No has comido nada.

—Puedo soportarlo hasta la siguiente colación.

—Pero…

—Está bien, de verdad. No pasa nada.

Sam les dedicó una última sonrisa antes de alejarse. No era verdad que no pasaba nada. Hubo un tiempo en que estuvo acostumbrada a la falta de alimentos, cuando su tío la castigaba por lo que fuera, pero de eso hacía mucho. Sin embargo, no quería darles problemas a sus amigos, por ello negó la ayuda. Si iban contra las reglas podrían ser reprendidos y no deseaba eso. Era mejor dejarlo así.

Se dirigió al cuarto de Jake. Supuso que no habría pasado tiempo suficiente como para que terminara de comer, pero algo la instó a ir allí. Se sorprendió al ver el plato y vaso vacíos sobre la bandeja. Se acercó a ella velozmente e inusualmente emocionada. ¿Le habría contestado algo en el mensaje? Con desilusión descubrió su pequeña nota donde mismo, como si no se hubiese molestado en tomarla, leerla y arrojarla a la basura. Si hubiese sido eso por lo menos estaría alegre porque la leyó; mas nada. Ni siquiera una respuesta bajo sus preguntas. Alzó la bandeja  con el desconsuelo impreso en su rostro. Sí, iba a ser más complicado de lo que imaginaba.

De esta manera, Sam regresó al patio trasero para continuar con las prácticas; sin embargo, la falta de nutrientes y energías que los alimentos daban se vieron en su potencial de aquel mediodía. La cabeza comenzó a dolerle, se volvió más lenta y se cansó con prontitud, además del terrible hueco que sentía en su estómago.

—¿Qué pasa? ¿Trabajar con dos bailes es demasiado para ti? Podemos tomar un descanso.

Sam negó con la cabeza. Podía sonar extraño, pero no le gustaba tomar descansos cuando estaba con Brian, pues no los llamaría exactamente descansos; todo lo contrario. Su cuerpo se tensaba mucho más y su sentido de alera se mostraba al máximo. Era agotador.

—Puedo continuar, vamos.

Brian la miró no estando del todo seguro, pero como Sam no esperó una respuesta afirmativa y siguió bailando, él también lo hizo. La hora de la comida volvió a tocar las puertas de todos. Presurosa, Sam fue por lo que era propio de Jake y luego escribió la nota para esa ocasión.

“Da lo mejor de ti hoy. Yo seguiré practicando duro para poder decir con orgullo que soy tu compañera.”

Pensó que si Jake era una persona de pocas palabras —incluso más que ella—, lo mejor sería que fuera ella quien se esforzara por decir más. Esa vez decidió darle un poco de ánimos asegurándole que también lucharía. Se dirigió al cuarto de él y después de tocar, Jake abrió. Como las veces anteriores, se limitó a tomar la bandeja sin soltar ni pío y volvió a cerrar la puerta. Sam suspiró. Sabía que no podía esperar resultados inmediatos y también estaba el hecho de que acababa de empezar. Esperó no desesperarse antes de lograr una plática de tres minutos con el marionetista. Se apresuró a regresar a la cocina. Ahora sí no debía faltar; tenía que continuar con sus prácticas y necesitaba energías.

La comida llegó a su fin y Sam se dirigió al cuarto de Jake y volvió a sentirse triste cuando no encontró respuesta a su mensaje y lo vio en el mismo sitio donde lo dejó, sin un milímetro de diferencia… Bueno, quizás tampoco podía asegurarlo, pero ya le había quedado claro que Jake no quería salir de la burbuja en la que se hallaba. Recordó el consejo de Clark en cuanto a ser persistente. Ya había hecho cuanto pudo por sus sueños, hacerlo de nuevo para romper el hielo con Jake no sería mayor problema o eso esperaba. La rutina volvió a repetirse; ella se quedó en el patio practicando mientras los demás iban al teatro. El resto del día pasó normal hasta la mañana siguiente, la que recibió al grupo con un montón de cosas que hacer y trabajo. Finalmente, después de casi una semana de estar allí, se marchaban y Sam junto con ellos, iniciando propiamente su nuevo estilo de vida.

Cada uno de los integrantes se mantuvo absorto en empacar sus cosas y accesorios. Como cada vez que se movían, todos se alistaron para subir a los camiones que Tucker había conseguido para que los llevara a la siguiente ciudad. Eran varios ante la cantidad de personas que formaban el teatro y de hecho, con el tiempo que estaba allí, Sam salió de una idea errónea en cuanto al equipo. Siempre imaginó que era de los más ricos y de los mejores generadores de dinero, mas ahora veía que si bien eran lo suficientemente populares como para hacer ganancias y pagar lo adecuado a cada miembro, también debían tener un plan administrativo sumamente efectivo. Pareciera que gastaban más de lo que producían. Con todo, el teatro seguía en pie y era feliz. Una vez Sam tuvo empacadas sus pertenencias, se encaminó a la recámara de Jake. La puerta estaba abierta y de ella salió Clark, quien permaneció en el umbral en tanto observaba el interior.

—Vamos, vamos, Jake. ¿Por qué siempre tardas tanto en arreglar todo? Son tantas marionetas. ¿Por qué no te deshaces de algunas? —El mohín de arrepentimiento mezclado con miedo de Clark le dijo a Sam que Jake le había lanzado una mirada asesina—. Anda pues, lo siento. Olvida lo que dije…

Clark giró su cabeza y detalló a Sam. Sonrió.

—¿Lista para mudarte, Sam?

Ella asintió. Desde adentro, Jake sacó su cabeza y miró a Sam sin expresión antes de fruncir el ceño y regresar al interior del cubículo. En su lugar, Clark parpadeó confundido y alternó miradas de la chica al joven. Para cualquiera otra persona, ese pequeño momento en que los ojos de ellos chocaron, significaría nada; aquí la cuestión era que él no era cualquiera. Pudo discernir que en los ojos de ambos algo diferente a lo usual afloró en cuanto se encontraron; un grado de complicidad casi indescifrable y misterioso. Además, ¿desde cuándo Jake dejaba de hacer algo para ver con quién conversaba, aun si eso implicaba fracción de segundos? Luego recordó las repentinas preguntas de Sam con respecto a Jake.

—¿Se te ofrece algo, Sam? —inquirió al fin.

—No, yo… me preguntaba si podía ayudarlos con algo —se ofreció viendo algunos sacos en el suelo y una maleta.

—¿Qué dices, Jake? ¿Necesitas una mano?

Jake salió con otro saco lleno y cerró la puerta. Limpio al fin. Posó fugazmente su atención en Sam para después ver a Clark.

—No.

—Vamos, no seas orgulloso. No puedes con todo. ¿Piensas hacer dos viajes?

Jake no contestó y tomando otro saco se alejó. Clark bufó.

—Así que sí eres orgulloso. Bueno, es tu problema. Eres tú quien batalla, no yo.


Clark siguió a Jake y Sam se quedó en su sitio mirando los sacos y la maleta restantes sin saber qué hacer. Realmente quería ayudar a Jake, serle de utilidad; pero él no se dejaba y temía cometer acciones que le desagradaran. Era un completo dilema.




10





Pellizcándose las manos, nerviosa, regresó a su habitación. Sasha estaba allí y le indicó que los camiones esperaban, así que salieron de la mansión y organizándose sujetaron bien el equipaje en la parte superior del autobús.



—¿No dejas eso arriba? —le preguntó Sasha señalando el morral.



—Oh, no —Sam lo tomó con fuerza—. Contiene algo muy importante para mí. No me permitiría perderlo. Prefiero mantenerlo conmigo.

—Oh

Sasha sintió curiosidad por lo que había adentro, pero no pudo preguntar nada más, ya que tuvieron que subir a uno de los camiones. Estaba casi completamente lleno.

—¡Hey, chicas! —Las interceptó Clark, sentado a la mitad de lo largo del transporte—. Nos tocó en el mismo autobús, genial, ¿no? Aquí hay un asiento —palmeó a su lado.

—Yo quería sentarme junto a Sam —se sinceró Sasha intentando divisar dos lugares juntos disponibles.

—Debieron ser de las primeras en subir, ya no hay. Vamos, Sasha, siéntate.

—Pero Sam…

—Ella puede sentarse a un lado de Jake.

—¿Eh?

Ambas chicas miraron a donde Clark señalaba que era la parte trasera del camión. En la fila de cinco asientos, Jake estaba en el de la esquina derecha con el codo sobre el borde de la ventana y el rostro apoyado en la mano, observando el exterior sin inmutarse por el jaleo de los demás. Los rayos del sol lo iluminaron de tal forma que a la vista de Sam le pareció una criatura irreal llena de una tranquilidad ficticia. Se corazón dio un vuelco y palpitó con fuerza queriendo salirse del pecho.

—¿Estás loco? —Replicó Sasha—. ¿Cómo se te ocurre mandarla con él? Luego querrá huir. Yo podré soportarlo mejor. Iré yo.

Apenas alcanzó a dar un paso cuando Clark la tomó del brazo e hizo que se aplastara a su lado.

—¿Pero qué…?

—Shh —la silenció—. Mira.

Sasha lo hizo y vio que Sam caminaba a donde Jake con paso insegura aunque con expresión aparentemente decisiva a ocupar el asiento anexo a él, el que de igual forma no habría dejado de estar vacío seguramente. La voz de Clark la hizo volver su vista a él.

—No puedo asegurarlo en un cien por ciento, pero creo que algo se traen esos dos.

—¿Algo se traen? Explícate.

—Ya sabes. Creo que Sam se ha fijado en él.

—No puede ser.

—Te digo que sí y no sé por qué me da la impresión de que algo de ella ha llamado la atención de Jake.

—Y yo te digo que es imposible.

—No, lo digo en serio y la verdad no estoy en contra; es lo que él necesita.

—Pues yo sí que estoy en contra.

—¿Por qué?

—¿Lo dices en serio? Jake no es un buen partido, Clark. Entiendo que lo quieras como un hijo y todo eso, pero imagínate, pobre de Sam. Estoy segura de que sufrirá; él la hará llorar.

—¿Cómo puedes decir algo así? No conoces ni un poco a Jake. No puedes juzgarlo.

—No es mi culpa. No quieres decirme nada de él por más que te lo pida.

—Debes hablar con él personalmente si tanto te inquieta.

—No me deja. Lo intento y lo intento, pero es un terco inadaptado social.

—¿Cuántas veces te he dicho que no lo ofendas?

Y en tanto esos dos se trenzaban en una discusión, Sam llegaba finalmente a donde Jake estaba.

—Hola —saludó con voz trémula y queda.

Él no se movió pero puso sus pupilas en ella mirándola de soslayo, luego volvió a mirar a través de la ventana.

—¿Puedo sentarme? —preguntó y al instante se arrepintió. ¿Qué pasaba si le decía que no? ¿No habría sido mejor sentarse y ya, sin pedir un permiso que pensándolo bien, no necesitaba?

Sin embargo, Jake no negó su petición, aunque tampoco afirmó, dándole a Sam la oportunidad de elegir por ella misma y por demás resuelta y llena de valor, se sentó a su lado. Sin poder evitarlo, sus músculos se tensaron y su piel se enchinó cuando su brazo rozó el de él. Estaba tan emocionada como turbada, era increíble. Debía controlarse o comenzaría a temblar. Los primeros minutos mantuvo la vista sobre el morral en su regazo al tiempo que sus manos jugaban con la correa del mismo, nerviosa. Después se dedicó a observar a sus compañeros antes de mirar el perfil de Jake por un buen rato. No dejaba de asombrarse de lo mucho que se parecía a Matt en aspecto físico, pero hasta allí llegaba el parecido. No había ni un ápice de similitud en su forma de ser y con todo, allí estaba ella, siendo atraída por ese enigmático personaje que llegó sorpresivamente a su vida.

Por el reflejo de la ventana descubrió que Jake enfocaba sus orbes en ella, lo que la obligó a apartar la vista de su rostro. Quién sabe cuánto tiempo la había visto observándolo. ¡Qué vergüenza! Después de aquello los camiones calentaron motores, listos para partir. Conforme atravesaban las calles, Sam se llenó de melancolía.  La ciudad donde había estado viviendo los últimos años; donde hizo buenos amigos; donde había obtenido a quien consideraba una madre; donde realizó sus sueños; donde yacía Matt. Todo lo dejaba atrás. Sintió que sus ojos escocían y antes de que alguna gota fuera derramada, se las apartó. No podía seguir llorando. Habían sido demasiadas lágrimas a lo largo de su vida. ¿Es que sus lagrimales no se secarían jamás? Vio que Jake la miraba directamente y enrojeció.

—Ah…lo siento —No supo por qué se disculpó; no es como si faltara o debiera, pero sintió la imperiosa necesidad de hacerlo—. Lo siento, no quiero incomodarte. Creo que es mejor que me vaya.

—¿A dónde? —habló finalmente al ver el ademán de Sam de levantarse—. No hay lugares.

La pelirroja miró entorno y en efecto, no detalló ningún asiento vacío.

—Es verdad, lo siento.

—¿Por qué te disculpas tanto? Es molesto.

—Lo si…

La penetrante mirada de irritación de él la silenció. Volvieron a quedar en silencio hasta que vieron el letrero que indicaba que estaban saliendo de los territorios citadinos. Sam suspiró. No había marcha atrás. Miró a Jake una vez más, quien volvía a mirar el exterior. Su serena expresión no cambiaba mucho, ni siquiera cuando fruncía el ceño, pues apenas lo hacía perceptiblemente.

—Jake —lo llamó con suavidad temerosa de sacarlo de sus pensamientos y que se enojara con ella. Él le lanzó una rápida mirada a través del reflejo del vidrio dándole luz verde para que continuara—. Pareces meditativo. ¿Es por algo especial? ¿Es porque dejamos la ciudad? ¿La extrañaras?

—¿Por qué iba a hacerlo? No hay nada que me haga echarla de menos.

—Oh, supongo que tienes razón. Una semana no puede ser tiempo suficiente para encariñarte del todo con un lugar, ¿eh? Sin embargo, sería lindo que cada una de las ciudades y pueblos a los que arribamos tuvieran algo significativo para nosotros, algo que nos hiciera desear volver a como diera lugar. Quizás no sea conveniente para muchos, pero lo considero lindo. Po ejemplo, no puedo esperar por volver a mi ciudad. Estoy ansiosa de sentir ese alivio de estar nuevamente donde mantengo recuerdos hermosos que reviviré en mi estadía. Me llenaría de paz y satisfacción, ¿no lo crees? ¿No añoras volver a tu ciudad natal año con año? ¿No te sientes feliz cuando lo consigues?

Jake cerró los ojos e inhaló profundamente soltando el aire con lentitud. Los abrió y observó el panorama de la carretera. No había mucho que apreciar. Planicies en plena vegetación con árboles regado aquí y allá. A lo lejos, un medio-visual cerro rebosante de verde, libre de neblina o nubes que lo cubriera.

—No —Su sequedad alertó a Sam y lo miró confundida.

—¿No? —No estuvo segura de entender—. ¿No te alegras? —Tomó su silencio como un sí—. ¿Por qué? —Ahora definitivamente entendía nada.

—No necesito recordar lo que viví allí.

Iba a indagar a qué se refería, pero él se levantó y caminó hacia donde estaba Clark. Pidió intercambiar el sitio con él, algo que lastimó profundamente a Sam. Lo había hecho. Consiguió ser el fastidio que tanto evitaba ser. Vio que Clark se rehusó dejar su lugar, pero Sasha se metió y entre el ruido de las conversaciones de los demás, oyó que la actriz aseguraba que era lo mejor. El corazón de Sam dolió más, pero porque su amiga tenía razón; era lo mejor. Por ello, sin mayores ganas, Clark le dejó el asiento a Jake y se dirigió a donde Sam sentándose a su lado.

—Lamento eso —se disculpó el hombre—. Jake es especial.

Sam negó intentando esbozar una sonrisa para después desviar el tema con una plática diferente con Clark, quien comenzó a contar cantidad de anécdotas propias. Agradecía en gran manera que se tratara de él. Clark lograba calmarla bastante con sus ocurrencias y sus historias súper dramatizadas. Aun así, lanzó contantes miradas a donde Sasha y Jake se hallaban, viendo que la morena trataba de iniciar conversación con él, pero no se mostró cooperativo; tal y como con ella. Con todo, el tiempo pasó más a prisa de lo que pensó y después de casi dos horas de camino, llegaron a la siguiente ciudad en su mapa personal de trabajo. Era grande también y a Sam le pareció prácticamente igual a la suya, mas no era algo que la sorprendiera. Se lo había imaginado.

Tucker había dado constancia de su llegada de antemano al dueño de la casa en la que se quedarían en esta ocasión por medio de cartas, lo que les permitió arribar directamente a la misma sin necesidad de perder mucho tiempo, el que valía más que el oro para ellos y mayormente si estaban hambrientos y debían esperar a que estuviera lista la comida. Comenzaron a bajar ellos y sus equipajes para introducirlos en la casona, que si bien era muy grande, no tenía la extensión territorial que la anterior y eso era porque ésta contaba con tres pisos. En el primero se hallaban la cocina, el comedor, un patio delantero, un par de baños, el vestíbulo, una gran sala de estar y unas cuantas recámaras. En los otros niveles había más habitaciones, las que comenzaron a ser ocupadas por cada uno y sus compañeros teniendo que subir la ancha y elegante escalera de madera que estaba justamente cruzando el recibidor, que era la primera sección de la casa cubierta con techo una vez se atravesaba el patio empedrado.

Sasha y Sam bajaron su equipaje con la ayuda de Clark y se encaminaron al que escogieron como dormitorio. El hombre se había ido dejándolas solas y poco después se les unió Glynn. En tanto la rubia acomodaba sus pertenencias en el pedazo que sería suyo, Sam no pudo contenerse de lanzarle miradas discretas de vez en cuando. Se sentía incómoda y su conciencia no la dejaba tranquila. Cuando había estado bajando sus maletas, vio por accidente que escondidos detrás de uno de los camiones ya vacíos, Brian y Glynn se besaban; aunque consideraba que más bien se comían con la boca. Un bochorno indescriptible la invadió en el momento, aunque también cierto grado de ira. ¿Por qué Brian se empeñaba en acercársele si ya tenía a Glynn? Era un descarado. La rubia salió del cuarto.

—Oye, Sasha. ¿Glynn y Brian son algo? ¿Novios?

—¿A qué viene eso ahora? ¿No me digas que ya caíste en las garras de ese insensible? ¡No, Sam! Espabila, muchacha.

Sasha la tomó por los hombros y la sacudió con vehemencia.

—Claro que no —se soltó del agarre—. Accidentalmente los vi besándose.

Incluso recordarlo le calentaba el rostro. Tal vez Sasha tuviera razón. Era demasiado inocente o muy ingenua o extremadamente estúpida.

—Ah, eso. Qué va. Si tuviera que describir el papel que Glynn cumple en la vida de Brian, lo haría con cuatro simples palabras. Ella es su servilleta.

—Sasha. Eso es cruel.

—Es la verdad. Sé que suena horrible, pero es lo que es. Y no digo precisamente que seque sus lágrimas de amores perdidos. Lo de chicas perdidas sí queda, más no de amores. Te lo pondré simple. Cada vez que a él no le funciona una de sus “jugadas” con alguien, va con ella a desahogar sus “penas” y en cuanto encuentra a otra víctima, ¡paf!, la desecha. Justo como una servilleta.

—Pobre de ella.

—¿Hm? No me lo tomes a mal, Sam, pero no  la compadezco en nada. Es su culpa por dejarse mangonear. Es una tonta.

—El amor te hace cometer tonterías, Sasha. Además, no puedes decidir de quién vas a enamorarte y de quién no. Es algo que se presenta sin más.

—¿Aún a costa de tu felicidad? No me lo trago.

—El daño que la persona amada pueda causarte no se compara a la alegría que sientes cuanto estás junto a ella, cuando te presta atención, te regala una mirada, una sonrisa, cuando te demuestra que sabe que estás allí a pesar de todo. Creo que Glynn lo entiende mejor que nadie, por eso desea estar al lado de Brian a pesar de todo. Mantiene la esperanza de que él la note algún día.

—Puedes creer tú lo que te plazca. Puedes seguir soñando con todas esas patrañas si quieres; pero yo creo que alguien que te hace sufrir tanto no merece la pena.

—¿Entonces quién sí la merece? No lo sé, Sasha. Dímelo por favor.

—Demonios, yo no sé. Alguien que te quiere desde que te ve o algo así… ¡No sé! Estás poniéndote inusualmente a la defensiva. ¿Qué tienes?

—Nada, lo lamento.


Era verdad, estaba comportándose atípicamente sin haber una razón justificable. Ella tampoco creía que se podía amar a alguien que te dañaba constantemente, ¿o era lo que creía antes? Ni siquiera lo sabía. A su mente acudió la imagen de Fred. Él era un ejemplo de que era verdad su pensar. Que sí se podía amar a alguien así; que el amor podía calentar el corazón más frío, que podía instalar una buena conciencia en la mente más perversa y callosa. Era un escenario que le parecía maravilloso, que había contemplado, que podría vivir.




11





El extraño silencio que se formó entre ellas fue irrumpido por la llegada de Clark.





—Y aquí están las mujeres más bellas de mi reino —saludó ingresando en la habitación, aligerando el ambiente de inmediato.

—¿De tu reino? —Inquirió Sasha poniendo sus manos en la cintura—. ¿Y ese dónde queda?

—Justo aquí —Clark se golpeó la cabeza con su dedo índice—. Deberían verlo, es hermoso y ustedes son las súbditas más lindas… aunque igual son las únicas.

—Ahora has destrozado todas mis ganas de conocerlo —se quejó Sasha—. ¿Súbditas? ¿No podías ponernos en una mejor posición? Princesas, tal vez.

—El rey del invierno es el príncipe en mi reino. Por cierto, Sam, necesitas saber dónde está la habitación de Jake, ¿cierto? Puedo llevarte.

—Ah, sí, estaría agradecida.

—Espera, espera, ¿por qué? —Sasha perdió el hilo de la conversación y los miró a ambos, confundida.

—Sam le lleva la comida a Jake, ¿no lo sabías?

—No —Sasha frunció el ceño y acercándose a Sam la tomó por los hombros nuevamente—. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué clase de amistad estamos construyendo si no hay confianza? Creí que éramos confidentes.

—Basta, basta —Clark hizo que la actriz la soltara ya que la zamarreaba con fuerza.

—Lo siento. No creí necesario decírtelo —se disculpó Sam, apenada.

—¿No lo creíste? Ya veo. Ahora entiendo qué tan importante soy para ti. Gracias por nada.

—Sasha —Sam dio un paso hacia ella extendiendo su brazo para tocarla, pero se alejó—. Sasha.

—Oye, Sasha…

—¡Ay, por favor! —La joven abrazó a la pelirroja—. ¿Cómo podría enojarme contigo por una tontería si eres una dulzura?

—Qué susto —dijo Clark destensándose—. Iba a regañarte por tus chiquilladas.

—No hables. ¿Qué puede decirme un solterón sin hijos como tú?

—¿Quieres saber?

—Es suficiente, por favor —intervino Sam soltándose del abrazo.

—Tiene razón, Sasha. Este lugar debería ser como un hogar acogedor para Sam, no un campo de batalla. Acaba de dejar su ciudad natal.

—Es verdad. Apuesto a que estás triste y que todavía tengas que aguantar nuestras discusiones no es justo. Debes extrañar a tus padres.

—Lo hago, pero el sentimiento es diferente. Mis padres murieron hace años. Viví con mis hermanos unos meses antes de mudarme al instituto de ballet. Me visitaban constantemente, así que a ellos sí los extraño bastante.

—¿Entonces no tienes padres? —se aseguró Sasha. Sam asintió.

—Oh, pobre víctima de las injusticias de la vida —soltó Clark con su modo “dramático” activado—. Que una niña como tú perdiera a sus padres tan joven es una desgracia de las grandes. Aun así, has hecho un buen trabajo manteniéndote en un buen camino y prácticamente por ti misma. Habrá que asegurarse que eso continúe así. Te ayudaré. Adóptame como padre.

—Dios mío, Clark. Estás más loco que una cabra.

—¿Por qué? Siempre quise una hija.

—Te hubieras casado para eso. ¿Y por qué tiene que ser Sam? Pobrecilla. No hay ni parecido.

—¿Qué tiene que ver el parecido? El cariño lo es todo.

—En ese caso tendré que ser su hermana. No dejaré que ganes terreno.

—No estoy seguro de querer una hija como tú.

—¡Yo debería decir eso con respecto a ti! No soportaría a un padre como tú, para eso el mío basta y sobra.

Una nueva discusión estalló, pero Sam ya no les prestó atención. Nuevas lágrimas salían de sus ojos; éstas fluían porque estaba conmovida hasta lo más hondo de su ser. Era tan bendecida siempre al contar con personas que la amaran tanto. Habían estado a su lado Pass y Logan cuando sus padre formaron parte del mundo inactivo de los muertos; luego en la ciudad había tenido a Leilany a quien consideraba una madre y a Fred, a quien veía como un hermano mayor. Y ahora allí, Clark se ofrecía a volverse un padre con ella y Sasha una hermana. Las tragedias que había vivido hasta ese día no significaban nada comparadas con las dichas que llovían sobre su existir. A veces se sentía poco merecedora de tanto afecto. Sus sollozos imparables llegaron a los oídos de los debatientes, alarmándolos.

—¡Sam! —Clark se acercó a ella—. No llores. Sasha y yo no peleamos de verdad, sólo intercambiamos opiniones, ¿cierto?

—Sí, no nos hagas caso. También olvida la propuesta de Clark.

—Hey…

—Vamos, es obvio que por eso llora. ¿Quién querría un padre tan feo? Se sintió ofendida.

—Oye…

—No, no —Sam negó con la cabeza limpiándose las lágrimas—. Estoy realmente feliz. Los adopto a ambos como parte de mi familia, gracias.

Sonrió a plenitud y ellos le devolvieron el gesto. Su relación se había unido y fortalecido más. De pronto, una renovación sorprendente la invadió y se sintió más fuerte; así que estuvo parcialmente preparada para enfrentar una vez más al conocido por todos como el rey del invierno, gracias claro, a la guía de Clark para encontrar su dormitorio. Una zozobra la envolvió al recordar la situación del autobús. Había cometido un error que le había costado la oportunidad de pasar un rato sin problemas con Jake. Su respuesta de que no añoraba regresar a su hogar encerraba otro misterio por descubrir que se sumaba a la lista y se atrevía a decir que se hallaba más que ansiosa por desvelar cada uno de ellos, pero debía ser paciente. Eso, paciencia era lo que más necesitaba y repitiéndoselo, simplemente le dio la bandeja con la nota que se hacía habitual, en la que hablaba un poco más de ella y dando unas palabras de aliento, sin tocar el tema anterior y no haciéndole ninguna pregunta muy significativa o personal, por ahora. Ya llegaría el momento en que se abriera a ella.

Los días siguientes pasaron como era común para todos entre prácticas, quehaceres y el trabajo en el teatro. Sam se concentró en sus entrenamientos todo el día, eso sin descuidar la atención que le ponía a las mini cartas que le dejaba a Jake, a las cuales les ponía el corazón al redactarlas. Para ser un poco optimista, se había persuadido a sí misma que por lo menos él debía darles una ojeada rápida, así que se daba por bien servida si Jake podía apreciar los sentimientos que les ponía a esas notas. Jamás había plasmado algo con tantas emociones transparentes. En realidad, muchas veces se sentía avergonzada de las cosas que ponía. Incluso hablar de un simple amanecer y el placer de verlo lo convertía en una cursilería. No obstante, no se echaba para atrás gracias al recuerdo de Matt. Él siempre se había expresado muy abiertamente, con un estilo muy suyo y nunca tuvo miedo o se retrajo de decir lo que pensaba. Era su ejemplo.

El quinto día en aquella ciudad  ocurrió algo insólito para Sam, el que inició con una mañana usual. Pasó las horas matutinas danzando las dos piezas indicadas, las que por cierto eran más complicadas ensayándolas juntas; además de que continuaba esa incomodidad ante la presencia de Brian, quien no desaprovechaba oportunidad cuando se tomaban un descanso para acosarla con sus adulaciones exageradas y nada exitosos intentos de contacto físico. Después de aquello, la hora del almuerzo llegó y como siempre, se dirigió a la habitación cuando tuvo listos los alimentos y el escrito del día. Tocó la puerta. Con el pasar del tiempo le era menos difícil llamarlo, eso sí, cuando aparecía, el asunto cambiaba. La inseguridad no le daba tregua y la volvía un puñado de torpeza. Sin embargo, como le había pasado una ocasión anteriormente, ese día la puerta no se abrió.

Pensó que Jake podría estar fuera de su habitación. Tal vez salió a algún sitio por una urgencia o fue a atender necesidades o sólo quiso ir a tomar aire fresco. Ciertamente no podía aseverar nada. No lo conocía en lo absoluto, pero había probabilidades. También era humano, ¿no? ¿Cómo afirmar que no gozaba de los paseos por los parques? Nunca lo había visto haciendo nada de eso, pero no podía desechar la idea. De cualquier manera, decidió hacer lo que la vez pasada y recargándose en la pared paralela  a la puerta, esperó. Deseó que no tuviera que ser demasiado ya que no quería volver a quedarse sin comer. Desafortunadamente, el tiempo corrió indetenible, lo que Sam consideró un buen rato. Incluso se sentó y dejó a su lado la bandeja. Estaba esperando más que antes. Suspiró cansina. ¿Dónde estaría Jake? Se preguntó si ya había comido allá donde se encontrara. No era saludable saltarse las comidas en ningún momento.

Al estar allí, un sopor comenzó a hacerla su presa y la somnolencia fue apoderándose de ella y habría caído dormida de no ser porque de manera lejana escuchó que la llamaban. Se levantó de su lugar muy cansada, tanto que un mareo la sorprendió. La falta de comida en su organismo empezó a hacer de las suyas. Vio que por el pasillo se acercaba Clark a paso veloz y con mohín preocupado. La habitación de Jake era la última en el tercer piso; la más alejada. El hombre llegó a ella.

—Sam, ¿qué pasó? Volviste a perderte la repartición. ¿Sabes qué hora es? Brian ha estado preguntando por ti por casi una hora desde que todos terminamos de comer. Sasha y yo también nos preguntamos dónde estabas y luego recordé que viniste para acá —miró la bandeja en el suelo—. ¿No se la has dejado todavía? ¿Te sientes mal? ¿Estás enferma?

Clark habló en un tono paternal y Sam se sintió culpable. Siempre terminaba por preocupar a sus seres queridos. Alzó la bandeja.

—Perdona los problemas. Parece que Jake no está. Creí que volvería pronto por lo que esperé, pero considero que no regresará en un rato.

—¿No está? —Eso extrañó a Clark. No recordaba que Jake le mencionara algo de salir. Se dirigió a la puerta y la golpeó con la palma—. ¡Hey, Jake! ¿Vives o qué? —Sin esperar ningún tipo de respuesta la abrió—. ¡Jake!

—¿Qué quieres ahora?

Sam escuchó la ligeramente irritada voz de Jake desde el interior y su corazón se encogió de dolor. Sí estaba. Un malestar la envolvió y tuvo que esforzarse por no soltar la bandeja. Jake había estado todo el tiempo y sólo la había ignorado. Su garganta ardió ante el repentino nudo. Indudablemente, no era nadie para él. No significaba nada.

—¿Qué haces, Jake? ¿No escuchabas que tocaban la puerta? Ahora Sam se ha perdido el almuerzo —reprendió Clark cuando los dos estuvieron en el campo de visión de Sam.

—Necesito terminar la marioneta de la que te hablé. El plazo que me puse está llegando a su fin. No puedo perder tiempo.

Allí estaba la respuesta que Sam necesitaba. Para él era una simple pérdida de tiempo. Bajó la cabeza para que no vieran el sufrimiento que sus ojos reflejaron.

—De cualquier modo pudiste mirar de quién se trataba en lugar de dejarla esperando. Eres un desconsiderado, muchacho.

—No entiendo —Por primera vez Sam detalló un tono diferente al frío en la voz de él, quien la miró con esos brillantes hielos verdes—. Ya le había dicho que podía dejar la comida en el suelo. ¿Por qué esperar?

Sam no lo creía. Finalmente le pedía una explicación, se interesaba por ella, quizás de una manera muy indirecta, pero lo hacía. Abrió la boca queriendo contestar, pero meramente logró balbucear. Sus pensamientos estaban demasiado sorprendidos como para canalizar un argumento decente. Jake golpeó el suelo con su pie repetidas veces en señal de impaciencia antes de volver a hablar.

—Da igual, no desperdiciaré más minutos aquí —le arrebató la bandeja a Sam y se dirigió a Clark—. Tú, quédate. Necesito saber cómo me está quedando.

—No necesitas mi opinión desde hace un tiempo, Jake. Te digo que las haces bien.

—Tú ven y ya.

Clark se encogió de hombros y después de despedirse de Sam —ofreciéndole una disculpa en nombre de Jake—, se adentró en el cuarto junto al joven.  Manteniendo su mente en el episodio acabado por vivir, Sam regresó a sus prácticas, disculpándose con Brian adecuadamente por hacerlo esperar. Jake no era tan insensible como parecía o por lo menos no con Clark. Con él podía actuar con cierto grado de normalidad. Dos emociones llegaron a ella con respecto al mayor. Por un lado lo admiraba; ella esperaba ser capaz de mantener una relación llena de confianza con Jake. En la otra mano, en cambio, un grado de envidia se albergaba en su pecho. De pronto ella deseó estar en su lugar para ocupar un sitio especial e inalterable en el corazón de Jake.

Su pésima concentración y el hambre fueron motivos suficientes para que Brian decidiera terminar temprano la sesión del día. Obviamente que lo hizo con doble intención, descubrió Sam cuando la invitó a salir. Ciertamente, el moderador tenía un algo que a ella le impedía cifrar demasiada confianza en él. El ambiente que lo rodeaba era perturbador y, aunque pasaba mucho tiempo con él, no podía dejar de percibirlo, así que declinó la oferta poniendo la falsa excusa de que debía ayudar a Sasha con algo que le pidió de antemano. Estaba segura de que Sasha le seguiría la mentirilla si él le preguntaba algo, que no lo dudaba. Como la morena le había dicho, ella era su objetivo en el momento y no descansaría hasta obtenerla.

El poco tiempo que restó para la siguiente provisión de nutrientes lo pasó en su habitación, a esa hora vacía. Nuevamente revivió la escena de la mañana con Jake. No le contestó a su pregunta. Se golpeó levemente la frente con el puño. Era una tonta en su totalidad. Más de una semana esperando que él mostrara un pequeño interés en ella y cuando al fin la cuestionaba de alguna forma, cuando pedía saber algo de ella, nada, se quedaba en blanco. Sin embargo, la situación la cogió desprevenida, de súbito. ¿Por qué tomaba el riesgo de esperarlo a costa de perderse la repartición? ¿Qué responderle? ¿Que tenía que ver con la curiosidad que causaba en ella el parecido con su primer y único amor? ¿Que sin conocerlo había nacido una fascinación absurda por él, por saber de él?

Se echó de espaldas sobre su saco de dormir y se cubrió el rostro. No podía decirle eso, no en ese instante que era poco conveniente para su mente que era un lío con recuerdos nadando de aquí para allá, a su antojo, incapaz de controlarlos. De igual forma pasaba con sus sentimientos inestables. ¿Cómo explicar algo que no asimilaba del todo? Ella continuaba amando a Matt, no había más verdad que esa. Y sin embargo, allí estaba su corazón, palpitando con frenesí dentro de su pecho. Ese traicionero corazón que no la dejaba tranquila, descansar de tantas emociones juntas y que la llevaba a actuar sin razón, susurrándole que se dejara llevar, que hiciera tal como él le dictaba sin temores. Aquél que la hizo buscar papel y tinta; la hora de comer estaba por volver a llegar.



12



Jake se hallaba en su habitación tratando de trabajar en aquella marioneta que se había propuesto terminas en cierta fecha límite de la que sólo quedaban dos días, contando ese y estaba atrasado, muy atrasado. Últimamente su mente no había estado concentrada de la manera que le gustaría. ¿La culpa? Si le preguntaran diría que de la nueva, quien extrañamente había decidido quedarse gran parte de las horas del día clavada en su cabeza. Por supuesto que él estaba más que consciente de que la real culpa era suya por permitir que aquella joven fastidiosa se infiltrara en su fortaleza mental. Sin embargo, no podía evitarlo. Ella le parecía tan simple y común como diferente y llamativa. Era contradictoria. De hecho, la razón del impacto en él fue la manera en la que se conocieron, si podía llamarse así a ese momento en que se vieron por primera vez.



¡Y es que había sido tan inusual!



Ella danzaba de manera espléndida, presente y no, allí y lejos a la vez. Se mantuvo tan enfrascada en su mundo; ése en el que podía moverse con libertad, sin restricciones, temores o vergüenzas. Si impresión fue que bien podía comenzar una guerra y ella continuaría absorta en el baile, impasible. Y entonces ocurrió lo más extraño al verlo, porque lo miró clara y directamente, cualquiera lo testificaría. Y con ese contacto el hechizo que lo atrapó efímeramente se rompió, mas sus obres parecieron imantados a los de ella, incapaz de apartarlos, contemplando esas perlas cafés que ardían en múltiples emociones. La que recordaba imperaba en sus facciones era la sorpresa, la incertidumbre, como si se asombrara de verlo allí, como si lo conociera desde años y esperara que estuviera allí; pero era imposible. Él no dejaba conocidos en ninguna ciudad. No pudieron conocerse.



Y después el desmayo. Aún ahora se cuestionaba a sí mismo qué lo impulsó a acortar la distancia entre ambos y tomarla en brazos para evitar que estampara en el suelo. Quizás fueron los anteriores segundos llenos de sentimientos raros que los envolvieron. Tal vez meramente lo hizo como acto reflejo. A lo mejor la instantánea imagen mental de ella como las hojas otoñales haciendo una danza honorífica a la época lo llevó actuar así. Lo que fuera, el hecho de que la pelirroja despertaba en él cierto grado de curiosidad era algo que no iba a pregonar o aceptar abiertamente, simple y llanamente porque estaba harto del tema de ella. Clark que se las apañaba para contarle el más insignificante detalle del día de ella, lo que no sólo lo molestaba por la falta de confidencialidad del hombre ya que todos necesitaban su privacidad; sino que lo irritaba porque no necesitaba seguir escuchando de ella si con sus pensamientos era más que suficiente, lo que era más, sobraban.

Prueba clara de que no manifestaba el enfoque necesario fue que, al continuar pensando en Sam, Jake ladeó el frasco de pintura negra con la que dibujaba los bordes de los ojos, los labios y nariz de las marionetas, machándose la ropa, parte de la mesa y el suelo. Lanzó una pequeña maldición y se dispuso a limpiar. Su manía por la pulcritud y el orden siempre le quitaban mucho tiempo. En eso estaba cuando escuchó que tocaban la puerta. Debía tratarse de ella. Salvo Sam, nadie tocaba su puerta. Clark y Mark entraban casi siempre sin avisar. Por un momento se vio renuente a acudir al llamado. No le gustaba no cumplir con sus auto-desafíos, pero lo pensó mejor. ¿Ella sería lo suficientemente tonta como para volver a esperarlo y perjudicarse a sí misma? Escuchó un segundo grupo de golpes, luego otro, hasta un cuarto. Pues no había razón para dudarlo, aunque a su parecer tampoco existía motivo para entenderlo.

Abrió la puerta y la miró. Los pocos segundos que se veían tres veces al día durante casi una decena de ellos habían sido suficientes para Jake y lograr analizarla con cuidado. No era una exótica belleza, pero no era fea. A decir verdad, tenía algo por lo que valía la pena detenerse a observarla con atención. Los días pasados se sorprendió él mismo cuando constató que las pequitas acumuladas en la zona del puente y los pómulos  influían mucho en ese algo que la hacía apetecible a la vista. Él era bastante quisquilloso en cuanto a las imperfecciones en la piel, sobre todo las causadas por la exposición al sol, de ello que prefiriera quedarse en cubierto. No obstante, lo que más lo atraía de esa manifestación antropomorfa de la tercera estación del año eran sus ojos. Dos mundos castaños transparentes para él y a la vez tan turbios. Podía leer en ellos cualquier emoción que mostraran en el momento, mas no era capaz de conocer el origen de ellas. Era como si despertara día con día y mirara por un cristal una zona diferente cada mañana. Reconocería los árboles en un bosque, las planicies de las llanuras, la nieve en lo alto de una montaña; pero jamás sabría el porqué del cambio de lugares.

Justo como en ese instante. Jake vio a través de ella. Como todos los días, se hallaba nerviosa y un encantador sonrojo bañaba sus mejillas, pero había algo diferente. Normalmente no podía sostenerle mucho tiempo la mirada, aunque en esa ocasión estaba más que rehuyéndola. Estaba avergonzado, mucho, descifró él. La pregunta del millón taladró su cabeza una vez más. ¿Por qué? Desencajándolo por completo, Sam le entregó la bandeja rápidamente y no exageraría al decir que se alejó corriendo hasta que no pudo visualizarla. Miró la comida hallándose exteriormente estoico e interiormente por demás desubicado. Eso lo había sacado de onda. Era usual que fuera él quien tuviera prisa por terminar con esas pequeñas visitas obligatorias. ¿Cuándo se habían intercambiado los papeles?

Procuró no darle demasiada importancia y regresó al interior de sus aposentos. Más que nada porque se había hecho una anormal costumbre, se preguntó cuál sería la nota del día. Desde que ese hábito inició las había estado leyendo por curiosidad. Sam era bastante extraña. ¿Quién en su sano juicio intentaría mantener comunicación con un ajeno de interés mínimo por medio de epístolas cortas? Además, lo que ella enviaba era tan irrelevante y absurdo que a veces leerla era difícil. Hasta ahora la única cartita que le había gustado era una breve descripción de un bosque que parecía conocer. Él nunca había estado en terrenos muy rurales así que le hizo ilusión que ella detallara tanto aquel bosque. Se preguntó cómo sería ver uno en persona y en sus cuatro transiciones. Primavera, verano, otoño e invierno. Sacudió la cabeza y se concentró en comer y leer la nota.

“Quiero pedir disculpas por mi comportamiento de hace un rato. Fue grosero de mi parte quedarme estática sin hacer nada ni responder. Lo siento, fui una tonta.”

Bueno, al menos lo reconocía.

“¿Por qué te espero siempre? No es que haya demasiada ciencia o la respuesta sea compleja. Tan sólo seré honesta. Lo hago para verte. Me hace feliz verte, me infunde fuerzas. Estoy segura de que eres alguien que lucha por lo que se propone, tu seriedad me lo confirma. Eso me da valor para no darme por vencida; gracias. Provocas energía en mí con sólo observarte, aunque ni siquiera tenga la oportunidad de verte trabajar directamente. Me gustaría que no se me arrebatara esto, no lo permitiría. Tres veces al día es poco, así que las valoro con intensidad. Me sentiría fatal no poder hacerlo. Estaría triste como lo estaría alguien que ama ver las aves y de pronto estas desaparecieran. Por lo que te lo pido. Déjame seguir llevándote la comida.”

¡Genial! Su presencia era usada como un objeto para alcanzar un fin. Un mero gusto trivial que podría ser suplido por otro. ¿Así o más maravilloso? Pues vaya que la chica era tonta o muy rara. ¿Una declaración con una petición así en una nota informal? ¿Qué tenía en la cabeza? ¿Qué tenía él en la cabeza como para que aquella pequeña cantidad de alegría emergiera de lo más profundo de su ser? ¿O era orgullo? Lo que fuera, era una sensación agradable, placentera. Nadie la había hecho saber algo así. Clark lo animaba muy al estilo de un padre, suponía. Sam lo hacía de una manera diferente. No podría describirlo, era un sentimiento nuevo que lo hizo sentir tranquilo. Aunque su interpretación del cometario lo molestó, esa nueva emoción que lo invadió alejó la ira, cualquier pensamiento negativo.

Un espasmo la saltó y el repentino nudo que se formó en su garganta le impidió tragar el bocado que tenía en la boca y una sensación de asco golpeó su estómago, por lo que tomó con rapidez una servilleta y se la llevó a la boca para sacarse la comida a medio masticar. Su expresión de repulsión no lo abandonó ni cuando bebió agua para que el amargo sabor de boca su fuera. Maldijo su corazón. Él era el culpable de todo. Él y esos recientes sentimientos que daba a luz. Siempre negando su raciocinio, llevándole la contraria con respecto a sus decisiones. No necesitaba nada de los demás. Nada.

“Mientes. Necesitas a las personas.”

Allí estaba la voz de su corazón, opuesto a él como siempre. No lo entendía. ¿Por qué se empeñaba en sufrir? ¿Por qué deseaba llevarlo al dolor una vez más? ¿Es que nunca aprendería? Las personas eran traicioneras, sólo lo lastimaban. No podía arriesgarse en confiar en alguien.

“¿Y Clark?”

Él era la excepción. Era diferente. No estaba seguro de que podía confiarle demasiado a Mark ahora. Era un niño, inocente, puro y feliz. ¿Qué pasaría cuando creciera? ¿Podría continuar dependiendo de él? Clark era especial.

“¿Y Sam? ¿No puede ser ella la excepción también?”

Ni siquiera les interesó a los que se suponía nunca lo dejarían, de quienes debía ser lo más importante, lo mejor; quienes eran sangre de su sangre. ¿Por qué debía importarle a alguien como ella? Tiró a la basura el resto de la comida, de la que ya no quedaba mucho; ya no comería. Dejó el vaso y el plato en la bandeja y miró la nota durante un rato. No podía; no quería ser dañado más, era horrible. Abrió la puerta y dejó la bandeja en el suelo para volver a entrar, sentarse frente a la mesa de trabajo, sujetar el títere que hacía, un pincel y no mover un músculo más. Un minuto, dos, cinco. Azotó los utensilios en la mesa y se levantó. Maldito, traicionero y masoquista corazón; estúpidos y desalmados sentimientos e idiota él por permitir que la duda el arrepentimiento lo manejaran a su antojo. Abrió la puerta.



Sam se colocó frente a la puerta y miró la bandeja. Sus ojos se ensancharon todo lo que pudieron y se arrodilló velozmente en el suelo. No estaba. Su nota no estaba donde la había dejado. Movió el plato y el vaso de su lugar, pensando que quizás estuviera debajo de alguno, pero no. Una emoción del tamaño del mar llovió sobre ella. ¿Sería posible que Jake la guardara? Alzó la bandeja descubriendo un pedazo de papel. Por un momento su felicidad se esfumó cual neblina ante la aparición de la insolente verdad; mas notándolo mejor, vio que no se trataba del suyo. Había una pequeña línea escrita con una letra bonita y diferente a la suya. La tomó con mano temblorosa y con el corazón corriendo desbocado en su tórax.

“Podrías mejorar tu redacción y la caligrafía. Es duro interpretarte.”

Era todo lo que decía. Una crítica que debió hacerla sentirse mal, desanimada y tímida, pero que en realidad la llenaba de una felicidad indescriptible que no pudo contener, por lo que no pudo detener a su cuerpo cuando este comenzó a saltar de aquí para allá, jubiloso, combinando uno que otro paso de ballet al tiempo que lanzaba exclamaciones de alegría. Le había contestado, finalmente Jake le había respondido, muy a su rígida manera, pero lo había hecho. Nada podía robarle el gozo que en ese momento la embargaba. Ningún otro sentimiento podía suplirlo con facilidad; simplemente no era posible que lo que fuera la hicieran olvidarse de ese triunfo tan dichoso.

—Oye…

Paró en seco su algarabía improvisada y de estar de espaldas a la habitación de Jake, giró sobre su eje y lo miró. La vergüenza volvió a hacerla su presa y el carmín la cubrió en totalidad. Había hablado demasiado pronto.

—¿Quieres callar un momento? Intento trabajar.

Y recordó sus gritos de loca.

—Lo siento.

Jake suspiró rodando los ojos sin terminar por creérselo y regresó a la recámara. Sam se alisó las arrugas imaginarias de su ropa, miró ambos lados aún apenada y tomó la bandeja para llevarla a la cocina guardándose la nota de Jake. Cuando se despidió de todos los que irían al teatro, aparentaba normalidad; pero cuando se quedó sola, una amplia sonrisa volvió a adornar sus labios en tanto se sentía con libertad de bailar a su antojo sin reservar. Fue a su cuarto y echándose sobre su saco, se cubrió el rostro con la almohada y pataleó cual adolescente, sacando a flote su entusiasmo. Después tomó su morral y sacó su amada marioneta. Le sonrió brillantemente acariciándole los cabellos negros.

—Me pasó algo bueno hoy, Matt. Jake respondió. Significa que las leía; siempre leyó mis cartas.

Tomó la crítica del joven y la miró. Bastante directa, justo como él. La abrazó contra su pecho así como la marioneta. Sus dos tesoros; debía cuidarlos bien. Eran recuerdos importantes, parte de ella.

13



Un espectáculo más había concluido, por lo menos para él. Como cada día, Clark le pidió que se quedara con él hasta que todos hubieran terminado y regresar junto a los demás. Nunca perdía la esperanza, ¿eh? Claro que las grandes multitudes lo enervaban, por lo que prefería regresar antes que los demás. A Clark  le gustaba quedarse y encomiar a todos por su buen trabajo. Era demasiado extrovertido. Tenía que caminar un buen tramo, pues los camiones que los trasportaban del teatro a la casa y viceversa no salían hasta el final, mas no era algo que le importara en realidad. A esa hora la luz del ocaso era la que iluminaba todo y no le causaba problemas a sus ojos y piel, muy sensibles a los rayos solares; otra razón por la que no salía con regularidad.



Divisó la casona a lo lejos. Debido a que el patio quedaba justamente entrando, varias veces se había encontrado a Sam practicando. Como era de esperarse, ella se sumergía tanto en su mundo de baile que no lo notaba, aunque también tenía que ver el hecho de que él fuera muy sigiloso en sus movimientos y que deliberadamente se ubicara de tal manera que ella no lo descubriera. En otras palabras, se escondía. ¿Era tan malo? Con ella todo difería. Para ese tiempo ya se habría aburrido de verla practicar lo mismo vez tras vez; sin embargo, no se hastiaba. Aun cuando el baile era abruptamente interrumpido al cometer algún error o por algún paso en falso; una parte de él anhelaba verla en el escenario del teatro, danzando sin estorbos. Supo su deseo estaba más en la superficie de su mente de lo que le gustaría y también supo que pronto lo vería realizado; eso sí, no supo cómo sentirse al respecto.



Llegó finalmente a la morada provisional del grupo e ingresó. Como supuso, Sam estaba allí aunque no ensayaba, sino que lo esperaba frente a la puerta con una radiante sonrisa impresa en sus labios, la que lo cautivó de inmediato y lo sorprendió mucho, pues sintió como sus ojos se ampliaban, su ceño se alzaba y su boca se abría ligeramente. Era verdad. Nunca la había visto sonreír de ninguna manera y menos de una forma tan esplendorosa ¡y vaya que hacía una diferencia! Estaba preciosa, más que eso. Involuntariamente su imaginación se dio a la fuga y un cuadro de ella como una criatura mágica se dibujó en su mente. Un hada quizás.

—Bienvenido a casa, Jake —lo saludó ella con voz enérgica.

Parpadeó una, dos veces. ¿Eso era un sueño raro? Apartó su vista de ella un momento y recorrió su alrededor. No lo parecía. Volvió a mirarla. La fuerza de atracción del imán parecía haber aumentado. No lo entendía. ¿Por qué de repente esa actitud? Nunca antes lo había recibido así, ¿por qué ahora? Pensó en la respuesta que le dejó. ¿Sería eso? Era lo único que recordaba era distinto a la rutina, aunque no podía ser. Era un pedazo de papel con un escrito insignificante, ¿qué tan importante iba a ser? ¿Y si en cambio sí era por eso? ¿Con qué clase de individuo estaba tratando que actuaba tan lejos de su entendimiento?

—Ah —soltó en lugar de un “sí”, confundido todavía y asombrado.

Sam ensanchó su sonrisa si era posible y él se puso en marcha, obligado. Si no se esforzaba por hacerlo, sintió se quedaría contemplándola hasta que los otros regresaran. Cuando entró al vestíbulo se volvió para mirarla. Ella continuaba observándolo sonriente. Enfocó su visión al frente nuevamente y luego de ladear la cabeza a un lado, subió la escalera que lo conduciría al tercer piso, hacia su habitación. Incluso allí, la estupefacción no lo dejaba tranquilo, provocando que recordara la hermosa sonrisa de Sam acompañado del tan común sonrojo en sus pómulos —el que sólo la hacía lucir más atrayente— y todo por esa nota. ¿Cuán simple y compleja podía ser una persona? Si se esforzaba podía comprender a Clark un poco, pero con ella eso era inalcanzable. Al cabo de una hora o poco más tocó la puerta. En esa ocasión mostraba una sonrisa un poco más tímida pero igual de atractiva.

—Espero te guste la cena. Ayudé un poco.

Si bien sus palabras fueron pronunciadas con un atisbo de nerviosismo, ya no se encontraba tan perturbada como solía ser frente a él, lo que lo sorprendió más y pensó que aquel papel había sido embrujado o algo como para causar semejantes cambios en ella; en ambos. Cuando se fue, él se sentó en su mesa de trabajo dispuesto a comer y a leer. Tal vez le diera algún indicio del porqué de su comportamiento como esa tarde.

“¿Fue de tu agrado la bienvenida que te di? Deseo que fuera así o por lo menos espero que puedas acostumbrarte. Planeo recibirte todos los días como lo hice hoy antes de que terminen mis prácticas. ¿Recuerdas que te dije que sería lindo que en cada ciudad nos hiciéramos recuerdos bonitos? Bueno, los míos acaban de empezar. Tu consejo me gustó; me hizo feliz saber que lees lo que escribo y me diste tu opinión. Gracias. Atesoraré ese momento y cuando volvamos, podré admitir con alegría que aquí obtuve mi primera nota de ti.

Estoy segura de que todos hemos pasado por duras pruebas a lo largo de la vida; escenas dolorosas y tristes que no queremos revivir y considero que para lograrlo hay que labrarnos memorias nuevas. Me gustaría contribuir en tu caso. Con un poco me conformo. En verdad quiero que alguna de estas cartas, alguno de mis tratos, alguno de estos días, en alguna ciudad, se quede dentro de ti como algo agradable de lo que tu mente no querrá huir. Hasta entonces lucharé por conseguirlo cuésteme lo que me cueste.”

Ninguna de sus dudas se disipó, lo que era más, le provocó otras. ¿Por qué aseguraba eso? ¿A ella qué le importaba lo que era de él, lo que fue, lo que sería? ¿Qué buscaba de su persona? Porque debía querer algo, ¿no? Era así porque lo usaría o le pediría un favor, no había otra explicación. La desconfianza, el sentimiento que más conocía, que más lo conocía, volvió a invadir cada fibra de su ser. No podría confiar; la gente era convenenciera. Lo sabía, pero entonces, ¿por qué nuevamente ese sentimiento de calidez lo envolvió haciendo a un lado ese recelo? ¿Por qué parecía que su corazón saltaba contento después de leer las palabras que Sam escribió? ¿Por qué de pronto lo ilusionaban?

Tantas sensaciones nuevas y confusiones le revolvieron el estómago. Nunca se había sentido tan frustrado de no entender qué lo rodeaba y era la primera vez que parecía no comprenderse a sí mismo. Tanto pensar iba a hacerlo polvo. ¿Y qué era lo mejor del asunto? Que cada vez que parpadeaba, el retrato de Sam con aquella brillante sonrisa lo asaltaba. Era innegable. Ella era un hada salida de quién-sabe-dónde y le había lanzado un extraño hechizo que terminaría matándolo, iniciando con la muerte cerebral, más concretamente hablando, con la del razonamiento. Había pensado que se trataba de una bruja, pero no; era demasiado bonita, tierna y aparentemente inocente —ingenua— como para tratarse de una.

Miró sin muchas ganas los alimentos que aún le faltaban por engullir. Ya no le apetecía comer, mas no podía tirarlos. ¿No había dicho ella que había ayudado a prepararlos? Allí estaban los primeros síntomas de su muerte cerebral. Ya no coordinaba los pensamientos. Todo era tremendamente abrumador.



Sam vio la bandeja sobre el suelo y se apresuró a levantarla. Nada; no había nota esta vez. Suspiró con un aire de fatiga, pero no decepción. Supuso que el que Jake le dejara el anterior comentario había sido un gran avance y un supremo esfuerzo para él, por lo que imaginó no debía esperarlos tan frecuentemente. Él seguía siendo una persona de pocas palabras; tanto orales como escritas. Aun así, el regocijo continuaba presente en su corazón e iba a durarle mucho. Después de todo, el papel que le dejó no estaba, lo que quería decir que él lo conservó, ¿no? Ni importaba, estaba feliz y esas energías se notaron cuando tres días más concluyeron en los que sus prácticas se vieron beneficiadas. Después llegó el momento de volver a moverse a un nuevo lugar. Los preparativos se hicieron desde muy de mañana, alistando y empacando todo. Sam se dirigió a la habitación de Jake. Tal vez ahora sí querría que lo ayudara de alguna forma. Como la otra vez, Clark le hablaba situado en el umbral de la puerta y algunas de las pertenencias del joven estaban en el suelo.

—¿Ya preparaste todo para partir, Sam? —le preguntó Clark al verla.

—Sí. ¿Necesitan ayuda?

—No lo creo. ¿Jake?

El aludido salió del cuarto con el último saco sobre su hombro y cerró la puerta tras de sí. Miró a Sam, quien le sonrió ligeramente tímida, obligándolo a apartar su vista de ella, enfocándola en Clark.

—Vámonos ya.

Tomó su maleta y caminó. Ya regresaría por los otros sacos. Clark suspiró.

—Igual que siempre, ¿eh? Lo siento, Sam. Vienes hasta acá para nada.

Ella negó y caminó a un lado de Clark, siguiendo a Jake.

—No me molesta en realidad. Puede que no necesite ayuda ahora, pero algún día quizás sí y me gustaría estar allí para brindársela.

Jake, apenas retirado de ellos, logró escuchar sus palabras y reprimió el impulso de detenerse y volverse a verla con la expresión de la absurda interrogante por qué, que parecía haber abarcado todas las palabras de su diccionario personal y que lo volvía ridículamente vulnerable a lo que fuera.

—Sí, yo también digo eso —aseguró Clark con una sonrisa—. ¿Oíste eso, Jake? ¿No es prueba suficiente de que Sam y yo te queremos un montón?

Jake ahora sí se detuvo y miró a Clark, irritado; mas esa irritación no fue la usual de verdadera molestia. Era diferente. Era una irritación más por la incomodidad, porque sintió que Clark sobrepasó su límite de comentarios fuera de lugar. Incluso sintió que su rostro quería adquirir un color carmesí, pero se controló. Su semblante continuó lo más frío que pudo dejando de lado el que sus ojos estuvieran alterados y su ceño fruncido.

—¿Qué? —Clark sonrió divertido y algo pícaro—. Yo te he dicho muchas veces que te quiero y lo demuestro preocupándome por ti. Sam también se preocupa; es decir que también te quiere, ¿cierto, Sam?

La nombrada sí se puso como un tomate maduro y bajó la cabeza para no tener que encontrarse con los orbes verdes de Jake, que seguramente estarían clavados en su figura con completo disgusto o poco interés; cosa que era cierta hasta un punto. Jake sí mantenía su aparentemente fastidiada visión en ella, aunque un tanto expectante interiormente. ¿Qué esperaba? Que negara la insinuación de Clark. Que lo sacara de su enorme error y le dijera que no tenía el más mínimo cariño o apego por él y así finalmente podría descubrir las razones de tantas supuestas atenciones. No obstante, la acción de Sam no hizo más que aturdirlo mayormente. Ella, aún con la mirada baja y jugando con sus manos, nerviosa, asintió apenas perceptiblemente. Un tic quiso presentarse en el ojo derecho de Jake. Era definitivo. Simplemente era imposible asimilar a Sam y lo que ella implicara. Sus reacciones, sus gestos, sus sentimientos tanto reveladores como ininteligibles; lo que provocaba en él.

Tanto revuelo en su interior y sin exteriorizarlo un poco, volvió a provocarle una punzada en su estómago. Retomó su paso con su actitud impersonal de siempre, dejando a Clark y Sam con sensaciones diferentes. En ella, el desconsuelo al creer que el pasito que había dado con él, retrocedería un par por aquel episodio y que ahora no querría verla ni en pintura; mas no lo culpaba. Si ella misma estaba tan avergonzada como para volver a encararlo, ¿cómo estaría él de descontento o incómodo? Clark, en cambio, se di cuenta demasiado tarde que  había metido la pata hasta el fondo cuando el entorno se vio, más que denso o tenso, decadente y apesadumbrado, lleno de inquietud. Se colocó frente a Sam e hizo una venia pronunciada, sorprendiéndola.

—Lo siento mucho, Sam —se disculpó arrepentido—. Creo que no debí hablar antes de pensar. Mi espontaneidad es un arma de doble filo. Me temo que aquí he matado algo en lugar de defenderlo.

—Ah, no —Sam movió sus manos frente a sí, esperando que él dejara de inclinarse ante ella—. No importa.

—¿Cómo que no importa? —Clark se irguió—. Siento que lo he echado a perder. Parecía que ambos tenían tan buen ambiente y lo he arruinado.

—Eso no es cierto. Además… —volvió a bajar el rostro, ruborizándose y continuó en un hilo de voz—. La verdad no puede quedar oculta eternamente.

—Ya veo —Clark sonrió al saber que sus suposiciones eran correctas. Sam acababa de confirmárselo por su parte—. De cualquier manera no fue sensato de mi parte decirle a Jake algo así tan de improviso. Sus reacciones pueden diferir de las de los demás. Quizás ya te diste cuenta, pero me gustaría repetírtelo yo. Sé paciente con él, Sam; muy, muy paciente. Puede mostrarse duro y estoico e incluso algo orgulloso…bueno, bastante orgulloso, pero en realidad es más sensible de lo que parece. Es alguien de cristal; frágil y valioso.

Sam detalló que los ojos grises del hombre brillaban de una manera especial al hablar de Jake.

—Realmente aprecias a Jake, ¿no es así? —Inquirió con una pequeña sonrisa—. Siempre pensando en él, deseándole lo mejor; defendiéndolo al conocerlo bien.

—Claro que sí. Es como el hijo que siempre quise —Clark meditó un poco mejor la actitud del pelinegro—. De acuerdo, admito que el mío habría sido un tanto diferente, pero está bien. Lo quiero tal cual es o he aprendido a hacerlo.

—Aprendido —susurró Sam, pensativa.

—Así es, linda. El amor también debe aprenderse y cultivarse; ya que no siempre es fácil.

—Creo que te doy razón.

—¡Aquí están! —Sasha venía por el pasillo—. He estado buscándolos como loca. Vamos, Sam. Ya dije que subieran nuestro equipaje. Hay que abordar un camión ya para que podamos sentarnos juntas.

Y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, Sasha la tomó de la mano y la arrastró consigo.


14

Jake acomodó el último de sus sacos llenos de marionetas en la parte superior del camión. Tal vez Clark tuviera un poco de razón y no sería tan mala idea deshacerse de algunas; pero les tenía una enorme afición. Él les había dado forma desde cero, después de todo. Observó a su alrededor buscando a Clark para que subieran al autobús de una vez.

—Jake —una vocecilla a su espalda.

—Mark —nombró al verlo.

—¿Vas a sentarte conmigo hoy? —quiso saber, ilusionado.

—No lo planeaba —aceptó tajante.

—¿No? Pero quieres, ¿cierto?

—No estaba en mis planes —repitió sin pisca de tacto.

—¿Pero querrías?

—…Supongo.

—¡Bien!

Mark lo sujetó de la muñeca derecha y lo llevó consigo a uno de los autobuses. A uno que ni siquiera era en el que había subido sus pertenencias; sin embargo, no le prestó demasiada atención. Mark gozaba de sus libertades como hijo del patrón del teatro. Ya le explicaría después a Clark por qué tuvo que abandonarlo y lo tendría que hacer principalmente porque el hombre se lo exigiría de las mil y un maneras más fastidiosas existentes. Abordaron el bus y lo primero que resaltó a la vista —a la suya por lo menos—, fue una cabellera rojiza cuya dueña se hallaba sentada en los primeros asientos del lado del pasillo, con Sasha a su lado, con quien conversaba amenamente; razón por la que todavía no se percataba de su presencia y por un momento esperó que así continuara. ¿De todos los camiones que había, tenía que montar exactamente en el mismo que ella?

Y el pasar desapercibido no dio resultado porque Mark tuvo la brillante idea de detenerse un momento a conversar con ellas. Pudo sentir las insistentes miradas femeninas sobre él esos pequeños instantes, en tanto se concentraba en mirar un punto al vacío frente a sí, ignorando olímpicamente lo que fuera de lo que estuvieran hablando y procurando que ninguna de ellas se dirigiera a él. No quería de ninguna forma tener que ver los ojos de Sam o estaba seguro de que otro revoltijo de sensaciones lo golpearía junto con ese persistente dolor de estómago, del que ya se daba una idea del porqué. No podía ser cien por ciento saludable reprimir tantas emociones, ¿verdad? Después de eso, se dirigieron a los lugares que Mark había apartado con un par de sus cosas. Buena manera de reservar sitio, pensó Jake y creyó que no sería del todo malo comenzar a usarla para su beneficio. Lo único malo de la ubicación era que estaban en el medio, no en la última fila que tanto le gustaba. Por lo menos Mark tuvo la consideración de dejarle el asiento de la ventana; del que también disfrutaba mucho.

Minutos después, todos estuvieron listos para partir y los camiones comenzaron a moverse. Afortunadamente para Jake, Mark no era tan parlanchín como Clark; era un poco más callado. Lo que sí, era bastante inquieto. Se removía en su sitio, curioso; sacudía sus piernas arriba y abajo y se trepaba de rodillas sobre el asiento  para mirar sobre el mismo a los pasajeros. Jake no daba mucha importancia a las acciones del niño, pero no es como si lo desesperara realmente. Con él podía ser bastante tolerante; mucho más que con Clark, por lo menos. Creía que tenía que ver gran parte con el hecho de que Mark era un crío. Suponía su comportamiento era normal. Claro que conocía a muchas personas con una actitud infantil. Una más que se sumó a la lista fue Sam.

Y es que, a pesar de que miraba a través de la ventana, pudo descubrir de reojo que ella también se alzaba de rodillas sobre su asiento para mirar a la gente tras ella. Cuando en una de esas ocasiones él posó su mirada en ella directamente, la pelirroja rápidamente se apresuró a volver a la posición correcta, contestando su duda. Era a él a quien parecía querer enfocar de entre todos. Tal vez lo más razonable sería no buscar entenderla. Si seguía podría volverse loco sin retorno. Sintió un peso extra sobre su costado, casi sobre su regazo. Vio que Mark dormitaba y se había recostado en él. Tomó la pequeña mochila del niño —una de las cosas que usó para apartar los asientos— y la colocó bajo la cabeza del pequeño, acomodándolo bien para que usara su pierna como almohada. No era la primera vez que pasaba eso. Mark se aburría fácilmente en los viajes acostumbrando dormir, y por lo mismo sabía que babeaba, lo que no le hacía ninguna gracia. No quería bajar empapado de saliva. Por eso la mochila.

Se concentró en apreciar el paisaje y habría continuado absorto en ello de no ser porque sintió una insistente mirada sobre él. Alzó su vista y descubrió que nuevamente Sam se empeñaba en observarlo; mas en esta ocasión sus abiertos ojos brillaban sorprendidos y danzaban en su lugar, incrédulos. Con supremo esfuerzo volvió su atención al exterior, procurando no pensar en el motivo de su asombro. En eso, otra extraña sensación lo envolvió y dirigiendo sus orbes a ella, que seguía en la misma posición de vigilante, notó que ahora una ternura y dulzura indescriptibles bañaban sus iris, poniéndolo nervioso de un momento a otro. Apartó una vez más su visión de ella, de repente con el pulso amenazando por acelerarse. Tragó duro golpeando su cabeza en el cristal; de pronto a él también se le antojaba dormir. Entonces algo más se apoderó de él y sabiendo de quién provenía, miró a la bailarina; encontrando sus ojos oscurecidos por ¿qué? No era algo positivo, estaba seguro. Era el manto de un sentimiento que no había visto en ella. ¿Irritación? ¿Molestia? ¿Celos? ¿Envidia?

Cerró los ojos y sacudió la cabeza. ¿En qué pensaba? ¿Por qué iba a sentirse de esa manera? No había razón; era estúpido tan sólo imaginarlo. Sí, quizás su agotada mente jugaba con él y lo hacía percibir cosas que no eran. De nuevo alzó la vista esperando que Sam ya no estuviera contemplando hacia donde ellos, observándolo; pero se dio cuenta de que ella seguía persistentemente analizándolo, ahora con una expresión diferente. ¿Cuán volátil podía ser una persona? Ahora su lindo rostro era opacado por una tristeza y desesperanza a tal grado que sus ojos se empañaron de lágrimas que apostó derramaría. No lo supo porque ella se volvió velozmente y se sentó como era debido, dejándolo consternado a más no poder y con un efímero sentimiento de culpa, el que deshecho al instante.

Era ridículo. Él no había hecho nada para provocar ninguna de esas emociones en ella, ninguna. Hundió la cabeza en su asiento, intentando regularizar el latido de su corazón que de pronto tuvo la osadía de salirse de su ritmo habitual. Quiso meterse de lleno en el entorno del otro lado del vidrio, pero su mente ya se hallaba muy dispersa. De allí que simultáneas veces volviera su atención a unos asientos adelante, donde la pelirroja se encontraba. Sin embargo, ella no volvió a dirigirle la mirada en lo que restó del camino, provocándole un desconocido vacío en su interior del que se recriminó mentalmente de la forma más dura posible, al tiempo que el dolor de estómago hacía de las suyas. ¡Qué encantadora manera de disfrutar un viaje!

Los autobuses llegaron al que sería su nuevo hogar los próximos días. Todos se dispusieron bajar de los camiones, al igual que hicieron con su equipaje y se adentraron a la mansión. Sam y Sasha ingresaron a la habitación que la última escogió. Parecía ser que ella era quien mandaba al respecto, cosa que no le molestaba a Sam y que parecía no importarle a Glynn. Ante el recuerdo de la rubia, un abatimiento se apoderó de Sam. La relación con su otra compañera de cuarto no estaba bien. Varias veces la había sorprendido lanzándole miradas fúricas y de disgusto; éstas normalmente mientras ensayaba con Brian, lo que la hizo darse una idea de lo que pasaba. Sin embargo, ella no intentaba nada con él. Al contrario, estaría agradecida de que la ignorara. Pensó muchas veces pedir un cambio de instructor, para aligerar el ambiente entre Glynn y ella, mas no encontraba el valor necesario. Tampoco era como si mereciera el cumplimiento de sus caprichos. Todavía le parecía un milagro estar allí y que le tuvieran tanta paciencia.

Se convencía que no había otra manera que tener una conversación con Glynn, aunque eso tampoco la alentaba mucho. Lo había intentado ya y la joven no se mostró con buenos planes de escuchar. Al contrario, parecía que realmente le era desagradable tener que oír su voz, pues comenzaba a ponerse de malhumor y terminaba explotando con ella, insultándola. No quería que volviera a pasar, ni quería dejar así las cosas. Era otro dilema que arreglar. Sasha salió de la habitación e instantes después entró Glynn, dispuesta a arreglar sus cosas. Sam la miró de reojo un par de veces antes de decidirse hablarle. Debía persistir en su deseo de aclarar todo y ayudarla como pudiera para demostrarle que anhelaba convertirse en su amiga.

—Glynn —la nombró con voz suave, pero ella la ignoró como tantas otras veces, aunque no desistió—. Glynn, estás enfadada conmigo, ¿no es así?

Silencio por parte de su receptora y frunció el ceño, inconforme.

—Glynn, yo no quiero que nos llevemos de esta manera. Quiero aclarar las cosas. Déjame hacerlo. Yo y Brian no…

—¡Cállate! —espetó con ira mal reprimida, mirándola irritada—. No quiero escuchar nada de ti.

—Pero quiero que sepas que no estoy interesada en él y que puedes contar conmigo…

—¡He dicho que te calles! —se le acercó, amenazante.

—Creo que es muy lindo lo que intentas lograr con él. Apuesto a que si persistes, algún día…

La bofetada sin reparo que la rubia le propinó la silenció, ocasionando que el sonido del golpe quedara resonando en el aire. Sam la miró entre sorprendida y triste, llevándose una mano a la mejilla adolorida.

—¿Crees? ¿Apuestas? ¡¿Qué sabes tú?! —Gritó Glynn incapaz de contener el llanto de frustración y con sus bellas facciones crispadas ante la molestia—. ¡¿Cómo podrías entenderlo?! No sabes lo doloroso que es que la persona de la que estás enamorada no te tome en serio. No sabes lo terrible que es verlo con una y otra, sin que te dirija la mirada. No sabes el sufrimiento que es que cuando te propones olvidarlo, él aparezca delante de ti para pedir otra oportunidad. Tú ganas su atención completa sin esforzarte, sin hacer nada, ¡¿cómo ibas a entender lo que se siente ser ignorada a pesar de tanto trabajar?! ¡No lo sabes, así que no me tengas lástima y déjame en paz!

Glynn salió del cuarto sin parar el llanto, dejando a Sam estática en su lugar, no sabiendo qué hacer, siendo invadida por la culpabilidad y la comprensión. Sentíase culpable porque se dio cuenta de que no debió tocar un tema tan delicado. Era algo muy personal lo que había entre Glynn y Brian, así como lo que había entre ella y Jake; pero había tenido las mejores intenciones. Deseaba animarla como lo hacía Clark, sin llegar a entrometerse demasiado, ser fuente de aliento. No obstante, también la comprendía en algo. En el sentimiento agobiante y la tortura que era que alguien a quien apreciaba, alguien querido, alguien amado, pareciera no fijarse en ti ni por el más mínimo momento. Sabía, comprendía y entendía el suplicio que implicaba no ser notada por ese ser amado. Con ese respecto sí podía sentir total empatía. Por ello prefirió no darle importancia a sus reclamos y al golpe, y los consideró una reacción natural. Así que cuando Sasha llegó e inquirió por la marca roja en su mejilla, tan sólo sonrió y dio alusión a su torpeza. Después de todo, sí había actuado torpemente.

Tiempo después, cuando la mayoría estaba instalada, la hora de la comida llegó y Sam se dispuso entregarle la propia a Jake. Estaba nerviosa y eso debido a lo que había pasado en el camión. No sabía cómo mirarlo al rostro después de todo lo que pasó por su mente. Cuando vio lo bien que se portaba con Mark y lo amable que fue al permitir que se durmiera sobre su regazo, se sorprendió sobremanera. Sabía que Jake no podía ser tan insensible como parecía, pero verlo personalmente la anonadó mucho. Después la escena le pareció tan tierna y encantadora que no pudo evitar que su mirada y corazón reflejaran el sentimiento; la primera, mirándolos cariñosa y el último, palpitando con intensidad. Sin embargo, otro sentimiento, muy opuesto, los suplió. Se sintió celosa del niño. ¡Qué daría ella por estar en su lugar! Entonces, antes de que la vergüenza la atacara por lo atrevido de su cavilación, otro efecto la embargó junto con la cruda e innegable realidad que fue como un balde de agua fría.


Nunca llegaría a ocupar ese lugar. Nunca llegaría a importarle a Jake como ella deseaba. Pensar eso nuevamente, la hizo sentirse miserable; tanto que sus lágrimas quisieron salir otra vez y tuvo que sentarse recta y adecuadamente para calmarse y no verlo más. No tuvo el valor. Ahora, en cambio, con valor o sin él, debía verlo para entregarle su comida. Para continuar con ese privilegio que le había sido otorgado. Además, aunque estuviera nerviosa, quería verlo y verlo; no se cansaba. Algo que la aliviaba bastante era que sus últimas notas no habían reaparecido en la bandeja, por lo que tenía la esperanza de que él las guardara. No podía avalarlo en un cien por ciento, pero mantenía la ilusión. Era mejor centrarse en cosas positivas.



15



Tocó la puerta de la habitación que Clark le había dado conocimiento como la de Jake. Casi al instante, él acudió al llamado; tan rápido como de costumbre.



—Hola —saludó cohibida.


Jake tan sólo cabeceó una vez. Ella apartó su mirada de él para enfocarla en el suelo y se recriminó que la sonrisa no estuviera en sus labios. Se había propuesto sonreír frente a él siempre; después de todo, la hacía feliz verlo. Le entregó la bandeja. La nota del día también tenía que ver con su perturbación. Aún no se acostumbraba del todo a ser tan honesta con él. Pensar en sus reacciones al leerla la enervaban más. Después de unos días de armonía y confianza, nuevamente se hallaba inquieta. No quería. Quería regresar a la relación pacífica y más cercana de antes.

—¿Qué pasa?

La voz de Jake la hizo levantar sus ojos hacia los de él, que la miraban impávidos.

—¿Perdón? —Sam no estaba segura de haber escuchado.

—Quieres decirme algo, ¿no? —Siguió él ahora mirando un punto fijo sobre su cabeza—. ¿Qué es?

Sam parpadeó, confundida e intentando pensar. ¿Tenía que decirle algo? Vio que él alzaba una ceja y comenzaba a golpear reiteradamente el suelo con el pie; estaba impacientándose. Sam miró ambos lados balbuceando torpemente.

—Ah, yo… Bueno, sólo quería saber… ¿Disfrutaste el viaje?

Jake clavó sus verdes en ella otra vez, efímeros segundos antes de cerrarlos y reprimir un suspiro de ¿decepción o frustración? ¿Por él mismo al no saber qué esperar o por la respuesta de ella? ¿Por qué inquirió en primer lugar? Frunció el ceño volviendo a abrirlos.

—Fue bien —respondió con sequedad.

—Ya veo. Eso es bueno, me alegro.

—¿Y a ti? —casi la interrumpió.

—¿Eh?

“¡Qué lentitud de mujer!”, casi gritó, ansioso. Tratar de entablar una conversación salida de quién-sabe-qué impulso no estaba yendo por un buen camino. Inhaló profundamente y soltó el aire con parsimonia, intentando no desesperarse.

—El viaje, ¿cómo fue?

Sam lo miró, estupefacta. ¿Le había preguntado lo que creía le había preguntado? No podía ser obra de su imaginación porque Jake seguía debajo del umbral de la puerta en espera de su respuesta. Tanto tiempo y esa demostración de interés que había deseado que él le demostrara en persona, finalmente salía a flote, en un tono golpeado, pero salió. Un nudo se apoderó de su garganta y lágrimas amenazaron por salir. Sentía que explotaría de tanta alegría que su pecho albergó. Tuvo que controlarse enormemente para no volver a saltar y gritar frente a él y claro, para no tener que llorar; sería extremadamente vergonzoso. No obstante, esa amplia, sincera y deslumbrante sonrisa que no había querido presentarse en ese encuentro, se mostró de la manera más gloriosa posible, removiendo algo en el interior del marionetista, para variar.

—Estuvo bien, gracias —contestó con voz ahogada por el contento.

Jake asintió automáticamente. El cambio en el rostro de ella lo había dejado mudo y ofuscado, por lo que no sabiendo qué hacer, simplemente se dio media vuelta y penetró en su alcoba, cerrando la puerta tras de sí, dejando a Sam afuera, con un sentir placentero que duró el resto del día. Jake se desplomó sobre la silla cuando hubo dejado la bandeja sobre la mesita de trabajo, a salvo. Maldijo sus piernas. ¿Por qué de un momento a otro se vieron debilitadas al percibir la sonrisa de Sam? Lo que era más, ¿por qué su corazón se vio satisfecho cuando consiguió que sonriera? Como si le impactara no ver sus labios curvados hacia arriba como en días anteriores. Como si inconscientemente hubiese sacado esa absurda plática con el fin de hacerla sonreír. Como si en el fondo deseara que jamás dejara de mostrársela. Como si se sintiera incompleto si no volvía a verla.

Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en eso. Ya estaba lo suficientemente mal como para dejar que empeorara. Miró el papel que sobresalía de debajo del vaso. Un gemido de inseguridad escapó de su garganta. Ya no quería pensar en Sam; si lo leía no cumpliría su cometido. Sin embargo, había descubierto algo de él que no sabía antes. Era bastante curioso; mas esa curiosidad parecía aflorar únicamente en lo referente con la pelirroja, lo que no podía serle provechoso ya que quería desecharla de su cabeza. Con todo, no pudo luchar contra aquella fuerza de desear conocer qué había escrito, así que se sentó a leer. Eso sí, ya había aprendido a hacerlo después de comer o el que saldría mal parado sería él. Al menos esta vez era breve.

“Hoy he conocido un aspecto tuyo que me ha gustado. Me sorprendió ver la ternura con la que permitiste que Mark durmiera sobre tu regazo. Parece que lo quieres mucho y saber eso me ha resultado lindo. Creo que el recuerdo para esta ciudad ha llegado antes de lo imaginado. Esa escena de ti no se borrará de mi mente y la atesoraré con especial cariño. Estaré feliz y ávida de decir que tuve la oportunidad de ver el rostro afectivo de hermano mayor que mostraste. Gracias por esta bella memoria. Continuaré con mi recolección de ellas y con mi resolución de dejarlas para ti.”

¿Por qué le daba la sensación de que Sam lo veía como un monstruo? Era verdad que no era la euforia y el amor materializados, pero tenía sentimientos; llanamente no sabía cómo liberarlos y expresarlos, o era lo que Clark le había dicho. Recargó el codo sobre la mesa y apoyó la mejilla en la mano, al tiempo que en la otra sostenía el escrito y jugaba con él dándole vueltas, observándolo con fijeza. Podía pasarse horas en esa posición, pensando y cuestionándose infinidad de cosas. ¿Por qué su insolente corazón estaba gozoso de que ella supiera que no era un inhumano? ¿Por qué pensar en la posibilidad de un acercamiento más estrecho con ella? ¿Por qué darse la oportunidad de confiar en ella? ¿Por qué el repentino hecho de ya no ansiar no verla? Preguntas cuyas respuestas no conocía y que en realidad no buscaba. El miedo seguía atenazándolo. Le asustaba tan sólo pensar que pudiera encariñarse con Sam y que ella lo abandonara como hicieron sus padres, o lo usara como una herramienta igual que sus padrastros y su anterior empleador. Si lo destrozaba saber que esas personas le dieron la espalda sin siquiera quererlas, ¿cómo lo pasaría si Sam se alejaba después de llegar a apreciarla?

Dejó de jugar con el papel lanzando sus pensamientos al otro lado del mundo. No necesitaba deprimirse; tenía trabajo que hacer. Se levantó de la silla y se dirigió a su maleta, que estaba en una esquina del cuarto con los otros sacos rodeándola ordenadamente. La abrió y de su interior sacó una cajita de madera con bordados elegantes de unos quince centímetros de largo, unos diez de ancho y cinco de altura, cuya tapa se deslizaba para abrirse y cerrarse. Era uno de los tantos regalos que Clark le había hecho de sus andadas por las ciudades y pueblos a los que arribaban. Se la había obsequiado con el fin de que coleccionara todos sus valiosos recuerdos. Nunca la había usado para nada; hasta ahora. Deslizó la tapa y en el interior pudieron observarse trozos de papel: las notas que había estado tomando de Sam. Acomodó con precisión la última adquirida, simétricamente doblada, para después volver a cerrarla. La miró por unos instantes. A pesar de todas las inquietudes y disturbios mentales que Sam le provocaba, ¿aun así le dedicaba un espacio especial a sus comentarios? ¿No era prueba suficiente de que definitivamente estaba enfermo?


Los días pasaron normales para todos. Jake no hizo el esfuerzo de hablar con Sam nuevamente, cosa que no le afectó a ella. Comprendía que siendo tan reservado sería difícil que se abriera, por ello todavía continuaba un tanto sorprendida por su iniciativa; pero como otra remembranza, la grabaría en su corazón y mente como un tesoro. En cambio, Jake decidió no volver a meterse en otra situación tan desesperante e incómoda si no había necesidad, la que ciertamente nunca existió desde un principio, según su criterio; pero que Sam no borrara su sonrisa cada vez que le llevaba la comida era la auténtica razón de no intentar nada para sacársela. Finalmente, ocho días más transcurrieron y a volver a moverse. Como se había hecho habitual en Sam, se dirigió a la recámara de Jake y como siempre, Clark estaba allí en el pasillo.

—Así que ya estás aquí —fue el saludo del hombre al percatarse de su presencia, luego elevando la voz para que lo escuchara, le habló a Jake—. Oye, Sam está aquí. ¿Necesitas ayuda para empacar?

—No.

—¿Seguro?

—Sí.

—¿De verdad?

Ya no contestó. Conocía de sobra a Clark. Si le seguía el juego no lo dejaría de hostigar con preguntas que ni al caso. En lugar de eso, se concentró en empacar rápidamente. Al fondo pudo escuchar las voces de Clark y Sam al hablar. No le prestó atención a lo que decían. Con las constantes risitas de ella pudo descifrar que se trataba de otra de las bromas o chistes de su homólogo. Eso sí, no desaprovechó la oportunidad de mirar de reojo a Sam cada vez que reía. Era la primera vez que la veía haciéndolo y lejos de que su risa le pareciera irritante y chillona como la de otras chicas que había escuchado, en realidad se le antojó suave y melodiosa. Al menos algo útil sacaría de estar con ese par juntos que no fueran frustraciones y humillaciones. Terminó de empacar todo y salió del cubículo cerrando la puerta.

—¿Te ayudamos con algo? —preguntó Clark mirándolo.

—No.

Y tomando uno de éstos con la mano libre, comenzó a caminar a paso veloz, alejándose de ambos

—Creo que prefiere hacer todo por sí mismo. No le gusta ser una carga —opinó Sam caminando con Clark a su lado, tranquilos.

—En parte tienes razón, pero más que nada es porque se trata de las marionetas.

—¿De las marionetas? ¿A qué te refieres?

Clark le sonrió con un poco de tristeza.

—Sólo que está muy aferrado a ellas, es todo. Será mejor apresurarnos, ¿no?

—Sí… Ah, Clark, ¿puedo pedirte un favor?

—El que quieras.

Sam volvió a jugar con sus manos, nerviosa, en tanto se ruborizaba notablemente. ¿Cómo hacer ese pedido?

—Verás, me preguntaba si podía quedarme junto a ti y subir al mismo camión que tú y…

—¿Es por Jake? —cuestionó como quien no quiere la cosa.

—No… Bueno, un poco… En decir, sí —Apenas susurró la palabra, pero Clark logró escucharla.

—Si quieres sentarte junto a él sólo dilo y ya —La animó, sonriente—. No hay nada de qué avergonzarse.

—Es que me siento mal por Sasha. Siempre quiere que nos sentemos juntas y eso.

—No te preocupes por ella; si quieres yo se lo digo.

Sam asintió agradecida. Salieron de la casa y vieron a la muchedumbre subiendo maletas y abordando en los autobuses. Jake se encaminó a ellos dispuesto a conseguir su demás equipaje.

—¿Cuál camión? —quiso saber Clark al tenerlo cerca.

Jake señaló el elegido y se adentró en la mansión.

—Te ayudaré con tus cosas —se ofreció Clark y cuando todo estuvo arriba, dijo—: Iré a buscar a Sasha para decirle que vendrás acá.

—Espera, quiero acompañarte. No es justo que te eche la carga a ti.

—No es que me moleste, pero como quieras. Vamos entonces.

Iniciaron su búsqueda en los otros camiones, pensando que podría estar en uno de ellos. En efecto, la encontraron fuera de uno, esperándolos.

—Qué bueno que llegaron. Hay que subir ya o nos ganarán otra vez, Sam.

—Aguarda, Sasha —la detuvo antes de que la tomara por el brazo—. Hoy me iré con Clark.

—¿Por qué? —La morena enarcó una ceja, mirándolos inconforme.

—¿Por qué no? —inquirió Clark a la defensiva.

—Porque me parce raro. ¿Por qué iba a querer estar con un viejo como tú?

—Más respeto, señorita —la reprendió Clark.

—¡Ay, no! —Sasha se tapó los oídos—. No ese tono condescendiente de padre desilusionado.

—¿No quieres que use ese tono? Entonces cuida tu boca.

—¿Realmente piensas sermonearme?

—Oigan, oigan.

Sam se hizo oír para que no continuaran con su riña. Debió ir ella sola a informárselo a Sasha. La actriz bufó cruzándose de brazos.

—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Me quedaré sin compañero todo el viaje?

—Alguien tendrá que sentarse contigo a como dé lugar, Sasha —dijo Clark, tranquilo.

—¿Y si me toca alguien aburrido como Glynn? ¿O alguien anticuado como tú, Clark? ¡No, no! No pueden abandonarme así. ¿Qué tal si, en el peor de los casos, me toca con Brian?

—¿Yo qué? —Brian caminaba por allí y al escuchar su nombre, dedujo debía tratarse de algo de su interés.

—¡Rayos! Ya lo invoqué —masculló Sasha por lo bajo con fastidio.

—No, sólo que Sasha parece no disfrutar de tu presencia —mencionó Clark ganándose una mirada de reproche por parte de la susodicha.

—¿Ah, no? —El rubio miró a Sasha y se le acercó peligrosamente—. Habrá que arreglar eso, ¿o me equivoco?

—A-aléjate, pervertido —le advirtió retrocediendo hasta chocar con el costado del camión. Brian colocó sus brazos a los lados y se inclinó sobre ella, aprisionándola.

—Creo que tendré que acostumbrarte a mi encantadora compañía de la manera más eficiente —le dijo con una sonrisa que derretiría glaciales.

—Lo siento, Sam —dijo Clark tomándola del brazo y colocando su mano sobre sus ojos—. Esto no es apto para chicas inocentes como tú; vámonos. Nos vemos, Sasha.

—E-esperen… ¡Clark! ¡Sam! —Sasha intentó seguirlos, pero Brian no la dejó—. Muévete, estorbas.

—No hasta que admitas que sigues enamorada de mí —La miró insinuante.

—¿Cuándo lo estuve en primer lugar? No mentiré tan vilmente.

—La negación es la primera etapa de la aceptación, ¿sabías eso?

—Estas enfermo, Brian.

—Tal vez —sonrió ladino—. Lo único que sé es que te espera un largo viaje a mi lado.

—Demonios —volvió a susurrar con hastío e incapaz de detenerlo o hacer algo, Brian la subió al camión asiéndola firmemente de la cintura. Tenía al compañero que menos deseaba; aunque sabía que cualquier movimiento en falso por parte de él y no dudaría en romperle la nariz con un buen derechazo.


16

Sam y Clark subieron al camión en el que acomodaron sus pertenencias. Como era de esperarse, adentro había un escándalo con las pláticas de los pasajeros, quienes también se tomaban la libertad de andar de aquí para allá por el pasillo, ocasionando una incontrolable obstrucción del tráfico de gente. Sam alzó la vista por entre aquellos que estaban de pie, intentando enfocar el objeto de su anhelo. Lo ubicó en la fila de al fondo, sentado a un lado de la ventana, observando el exterior como era su hábito. Sonrió con alegría y estuvo dispuesta a caminar hacia él, pero cuando la persona que estaba ante ella se sentó, pudo distinguir a Mark sentado a su lado. Un desánimo enorme la golpeó. Adiós a sus esfuerzos por estar con él.

—¿Qué pasa, Sam? —Clark miró hacia donde ella clavaba su visión con triste insistencia—. Oh, parece que Mark se nos adelantó. No hay problema, yo me encargo de él. ¡Mark! ¡Mark! Ven aquí un momento, hijo.

El niño escuchó que lo llamaban y cuando descubrió a Clark, se acercó a él sin dudarlo. En su lugar, Jake dejó de mirar a través de la ventana y posó su atención en Clark, Sam y Mark, quinen ya había llegado con ellos en tanto el hombre se acuclillaba frente a él. Vio que le susurraba algo en el oído con una sonrisilla que le infundió la más mínima confianza. Mark miró un momento a Sam, quien lucía confundida y luego lo miró a él, sonriendo de la misma sospechosa manera que el adulto antes de asentir. Después el pequeño se abrió paso entre ambos y desapareció de su campo de visión. Clark le guiñó el ojo a Sam, provocando que se ruborizara y luego siguió a Mark. Notó que la pelirroja se le acercaba a paso calmado mirando el asiento vacío a un lado de él que una vez fue de Mark. Todo pareció encajar en la mente de Jake. Complot. La palabra taladró su cabeza. Suspiró volviendo su vista hacia afuera.

—Hola —lo saludó cuando estuvo cerca y con una sonrisa tímida, sentándose.

Jake no contestó y tan sólo la miró de soslayo. Se preguntó si ella estaba al tanto del plan de Clark o, al igual que él, era una víctima más de la situación. La miró un poco más directamente y que ella sonriera más abiertamente antes de volver a apartar sus ojos de él, le indicó que quizás sí sabía del complot. Notó que ella se movía inquieta en su asiento mientras se tomaba la larga coleta de cabello y la colocaba sobre su hombro izquierdo, dejando al descubierto el lado derecho de su cuello, por el que escurría sudor. Sam se abanicó con la mano. El par de días anteriores había estado haciendo un calor imposible y sofocante. Era un martirio tener que hacer cualquier cosa en esas condiciones. Sintió que Jake la observaba con persistencia y sonrojándose mayormente, dejó de moverse tanto. Tal vez estaba molestándolo.

—Lo siento. Hace mucho calor, ¿no? — intentó hablar con naturalidad jugando con su cabello estrujándolo con sus manos, nerviosa.

Jake observó a sus demás compañeros, quienes tomaban su lugar correspondiente porque estaban por partir. Él nunca había sido una persona a la que el calor le afectara mucho. Era incluso raro que sudara demasiado. Nuevamente dirigió su atención a Sam antes de devolverla a la calle. Abrió la ventana, así que la brisa del día entró y aunque también era caliente, por lo menos habría ventilación.

—Gracias —susurró Sam sin importarle si Jake lo hizo por ella o no, ni que le dijera nada.

Los camiones comenzaron a moverse y andar por las calles de la ciudad hasta que salieron de la misma. A pesar de que era su deseo haberse sentado junto a Jake, realmente no tenía ni la remota idea de cómo conversar con él. La última vez había sido un tanto incómoda y la primera cometió un error que no quería volver a repetir. Aunque no le resultaba problema escribirle de lo que fuera, hablar con él en persona todavía le constituía un reto. No sabía cómo abordarlo sin tocar temas delicados. Era como si preguntar lo que fuera estuviera prohibido entre ambos. Era una relación difícil, muy difícil. Miró a Jake; parecía bastante tranquilo. Reparó en el exterior igual que él, esperando que de esa manera pudiera serenarse.

Jake, mientras tanto, continuaba aparentemente atento a la vista que pasaba ante sus ojos, pero en realidad su interior nadaba en un mar de desconcierto que luchaba por no desvelar. ¿No pasaría el ridículo si alguien se enterara de sus infantiles esfuerzos por no rozar su piel con la de Sam en ningún momento? Quería decir, parecía un bicho raro intentando fusionarse estrictamente hablando con el camión al pegarse tanto a él. Lo que era más, la transpiración que en aquel momento bajaba por su rostro y espalda de forma exigua pero notable, era otra cosa inaudita. El día más caluroso del verano provocaba en él ni una gota de sudor, pero una ingenua y en muchos sentidos, torpe chica, sí. Pare reírse, ¿no?

—¡Ah!

El repentino grito de alegría de Sam lo sobresaltó y no pudo reprimir brincar en su sitio sorprendido y asustado. Apenas iba a girarse a encararla y reprocharle con la mirada su reacción cuando vio que ella se inclinaba sobre él para lograr colocar sus manos en el borde de la ventana y casi sacar la cabeza por la misma, con un mohín de fascinación que no pudo esconder.

“¿Pero qué…?”, su interrogante mental fue interrumpida por la voz jubilosa de ella.

—¡Pinos! ¡Son pinos!

Jake frunció el ceño ligeramente confundido; luego giró su cabeza y vio hacia donde Sam miraba con tanta maravilla. Un bosque se extendía kilómetros a la redonda y parecía ser que pasaban por una zona en la que los pinos abundaban, pues eran los más visibles por el momento. Jake ahora miró el rostro de Sam, al que una gran sonrisa lo adornaba y sus ojos cafés brillaban con intensidad; iluminando cada rasgo de una manera que nunca antes había percibido y otra vez no supo el porqué de dicho cambio tan significante. Y es que por la mente de Sam recuerdos de Matt y el pino se presentaban uno con uno. No había visto tantos pinos reunidos en un mismo sitio en mucho tiempo y no podía evitar emocionarse. Eran objetos especiales para ella y cada que veía uno la llenaba de nostalgia y dicha. La hacían recordar por qué estaba allí; cómo lo había logrado. Apreciarlos en su verde esplendor junto con otros árboles frondosos era espléndido, único. Rememoró su bosque en su pueblo natal y sonrió melancólica.

—Oye.

La voz, cerca, muy cerca, prácticamente en su oído la hizo despertar de su ensoñación y un poco confundida viró su cabeza noventa grados encontrándose de lleno con el rostro de Jake a escasos centímetros de distancia. Los dos abrieron los ojos sorprendidos en tanto un rubor que él no pudo ocultar y que a ella le incrementó el anterior, se apoderó de su tez, al tiempo que el sudor emanaba mayormente en ambos, sentían en su estómago las famosas mariposas revoloteando sin aprisionamiento, libres y una ligera corriente eléctrica los sacudía.

—L-lo-lo siento mucho —se disculpó Sam volviendo a su asiento, por demás avergonzada y turbada. ¡Pero qué imprudente se había vuelto!

Jake se limitó a apoyarse más en el camión intentando recordar cómo respirar, porque de pronto el aliento le faltó, y procurando aminorar la taquicardia que presentaba en esos segundos. ¡Cielos! Insistía en que esa mujer iba a matarlo. Quizás ese era el propósito de querer estar siempre a su lado. Lo que fuera, había comprobado que era letalmente peligrosa. Incapaz de detenerse, la miró de reojo y descubrió que continuaba azorada manteniendo los ojos en sus manos, las que se hallaban entrelazadas sobre el morral que descansaba en su regazo. Se mantenía un poco encogida de hombros, notablemente abochornada y con expresión de una pequeña niña que acababa de ser atrapada in fraganti y que con toda la inocencia del mundo se mostraba arrepentida. Tuvo que apartar su vista de ella una vez más porque otra corriente eléctrica subió por su espina dorsal, estremeciéndolo. Sumamente peligrosa. Minutos de incómodo silencio los acompañó hasta que Sam se forzó a sí misma romperlo.

—En verdad lo lamento. N-no medí mis actos. Me encantan los pinos así que podría decirse que perdí la razón por un momento. Son mis árboles favoritos.

—Bien por ti —dijo Jake con sequedad encontrando el tema muy poco convincente como para seguirlo.

Sam sonrió un poco y él no supo decir si sabía que intentaba terminar la plática o no. Que la continuara le dijo que lo más seguro era que no; o que no le importaba.

—¿Tienes algún árbol favorito?

—¿Debería?

—No —Se mostró comprensiva, recordando—. Yo antes tampoco tenía uno.

Quedaron en silencio una vez más hasta que fue el turno de Jake hablar, respondiendo la pregunta de Sam, asombrándola.

—El roble, supongo.

—¿El roble? —Parpadeó varias veces y él tan sólo asintió. Sonrió feliz—. Ya veo. ¿Por qué?

—¿Por qué? —Jake la miró extrañado e irritado. ¿Qué pasaba con esa chica que hacía interrogantes tan raras?—. ¿Tendría que haber una razón?

—No —negó divertida y Jake enarcó una ceja. ¿Entonces para qué preguntaba si podía no haber respuesta?—. No es necesaria, pero no es bueno limitarse tanto. Eso me lo enseñaron.

Sam miró a través de la ventana y Jake pudo notar por sus ojos que estuvo lejos un instante, ausente. Quizás en un pasado lejano o no tanto, recordando, perdida. Luego, regresó al presente y mirándolo con un cariño que lo hizo tragar duro, le sonrió sutilmente antes de abrir la boca y explicar.

—A mí me gustan los pinos porque para mí se han convertido en un ejemplo a imitar —Para este punto Jake estaba más que metido en la conversación, expectante—. Ellos siempre permanecen verdes, no importa la época. Incluso en el más crudo invierno, ellos se conservan verdes y por ende, vivos. Su capacidad de aguantar las nevadas y los vientos gélidos es increíble. Yo me prepuse ser como ellos. Avanzar a pesar de las dificultades y las corrientes en contra. Seguir verde, viva, fuerte; resultar más valiosa de lo que aparento, como ellos. Por eso me gustan.

Y en la última frase sonrió ampliamente, cerrando con broche de oro su exposición. Jake la miró unos segundos más antes de posar su visión al frente, sin ver algo en realidad, sino un punto al vacío mientras meditaba en lo que acaba de escuchar. Era un buena comparación y la manera reflexiva en cómo la dio a entender le gustó. Mantenerse verde y vivo como un pino. Podría ser infantil y para mucho tonto, pero era verdad; profundo. Miró a Sam de soslayo. Parecía que podía tener temas interesantes y dignos de análisis; y preguntándose qué más podría haber en esa cabeza, volvió a convencerse del enigma que resultaba Sam para él. Lo que restó del camino se mantuvieron callados, pero en un ambiente más agradable, teniendo en cuenta el incidente pasado. De esa manera, llegaron a la próxima urbanización. Comenzaron las preparaciones por parte de todos. Sasha y Sam ya estaban en su nueva habitación.

—No puedo creer que me dejaran con ese desvergonzado —se quejaba Sasha en tono rencoroso.

—Lo siento mucho —se disculpó Sam sintiéndose culpable—. Imagino que debió ser difícil lidiar con él.

—Más o menos. Es un fastidio, pero soy de la clase de mujeres que parece no estar en su lista de conquistas, según él, por lo que no se pone muy pesado—notificó no muy contenta—. Eso me alivia mucho, pero mi orgullo femenino se siente muy ofendido. Ese miserable. ¿Cómo se atreve a decírmelo sin más?

Sam rio sin muchas ganas ante la actitud de su amiga. Ya quisiera ella estar fuera de la lista de conquistas del Casanova. Las cosas con él parecían estar tranquilas, mas no sabría decir por cuánto tiempo seguirían así. Acomodó sus cosas con tranquilidad sin saber que Sasha había dejado de hacerlo y la miraba con seriedad penetrante, frunciendo el ceño.

—Dime, Sam, en realidad no te fuiste con Clark por él, ¿cierto? Fue por Jake.

—¿Eh? —Sam enrojeció sintiéndose acorralada—. ¿Qué te hace pensar eso?

—Lo decía por decir. Tu reacción acaba de confirmármelo.

—Bueno… —Bajó el rostro. No podía esconderlo más de Sasha, además era su amiga—. Sí, yo…

—Eso pensé —la interrumpió y suspiró—. Escucha, Sam. No me lo tomes a mal ni nada, pero sugiero que te alejes de Jake.

—¿Por qué? —Esa petición la desubicó por completo. No esperó algo así.

—Porque él no te conviene, Sam. No importa lo que intentes, él no se interesará en ti y sufrirás por ello.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Porque llevo aquí más tiempo que tú y he visto muchas cosas relacionadas con Jake. ¿Piensas que has sido la única que ha intentado acercársele? Claro que no; muchas antes de ti lo trataron y él las rechazó a todas con su frialdad y sequedad, lastimándolas. La mayoría tuvo que irse del teatro.

—¿Eso es cierto?


—¿Por qué mentiría? —Sasha se hizo la ofendida; luego se acercó a ella, la sujetó por los hombros y le dedicó una mirada de preocupación—. Sam, sólo quiero lo mejor para ti porque eres mi amiga y para eso tienes que alejarte de Jake. Estás casi por copiar a Glynn. Ella es como un perrito faldero detrás de Brian. ¿Quieres ser lo mismo con Jake? ¿No es triste? Además, por la actitud de Brian, Glynn sale ganando, aunque sólo la use; ¿pero tú? Puedes ser ignorada para siempre. Me destrozaría verte de esa forma; así que por favor, Sam, aléjate de Jake.



17

Sam miró la puerta por sobre el hombro de Sasha. De alguna manera entendía la mortificación de su amiga, pero no podía alejarse de Jake por mucho que lo quisiera. Era cierto que él podía actuar muy indiferentemente y que la había herido en muchas ocasiones, sobre todo en los primero días, pero no lo culpaba, nunca lo culparía. Aparte de eso, ya había descubierto una parte sensible y gentil de él, la que rememoraba con ternura, amor y maravilla, recompensando cualquier padecimiento. De hecho, cada una de las pequeñas muestras de interés o muecas que no fueran la estoica tan habitual, la atesoraba en su mente y corazón como lo más valioso que tenía; precisamente porque era inusual en él actuar así era que equivalían el doble o el triple de cualquier otro tesoro. Porque con Matt las muestras de cariño habían sido normales, pero con Jake no y debía estimarlas mayormente. Porque todavía la consternaba el parecido entre ambos, le inquietaba y un sinfín de preguntas la asaltaba; pero los separaba porque eran muy diferentes. Pues Matt había sido el verano y Jake era como el invierno y empezaba a aprender a amar tan poco anhelada época del año. Verano e invierno, ¿qué tienen en común?

—Gracias por preocuparte por mí, Sasha, eres una gran amiga —le dijo, mirándola nuevamente a los ojos, cariñosa—. Sin embargo, continuaré como ahora. Soy un pino después de todo. El invierno no me matará, estaré bien.

—Sam…

—Es en serio, Sasha y si no, será únicamente mi culpa. Puedes estar tranquila.

Sasha la miró con desaprobación un largo rato, como si analizara cada una de sus palabras, mientras ejercía presión en su agarre antes de aflojarlo y alejarse de Sam.

—Muy bien. No te atosigaré como una desesperada porque ya eres bastante mayorcita, Aun así, sacaré el tema de vez en cuando, Sam, no puedo simplemente callar, te confieso y te advierto.

—Estaré esperando con un buen argumento.

—Vamos, continuemos desempacando que pronto comeremos.

—¿Dónde estará Glynn?

—Quién sabe. A lo mejor se fue con Brian un rato.

—¿Todo listo, señoritas? —Clark penetró en la estancia—. ¿Qué creen? Tengo buenas noticias. Hay una feria en la ciudad, cerca de esta zona y habrá entre las atracciones, la de tener la oportunidad de montar a caballo una hora. ¿Les gustaría acompañarme?

El rostro de Sam se iluminó y el de Sasha se tornó desganado.

—No bromees, Clark. Yo no soy para eso. ¿Y cómo te enteraste de esta feria tan rápido? ¿Y sabes montar a caballo?

—Me gusta mantenerme informado y tengo mucho que no subo a uno, pero dicen que lo que bien se aprende no se olvida.

—¿Dónde aprendiste, Clark? —quiso saber Sam, interesada.

—Cuando era más joven trabajé en una granja varios años por la recomendación de papá. Desde que puedo recordar me ha atraído la idea de sostenerme como marionetista, pero vengo de una familia bastante pobre y para ayudarla en los gastos no era suficiente controlar títeres, así que me vi en la penosa necesidad de trabajar de varias maneras. He trabajado en mano de obra, como peón y en las granjas. Ah, sí, parece ser que hubo un tiempo en que fui minero cuando era adolescente. No lo recuerdo, la verdad. Dicen que hubo un derrumbe y me golpeé la cabeza muy duro. Miren, aquí está la cicatriz.

Clark se levantó parte del abundante cabello con el que solía tapar la cicatriz, dejándola ver. Iniciaba pocos centímetros después de la sien izquierda y se curvaba hacia arriba hasta llegar a la mitad del lóbulo frontal izquierdo.

—¿Tienes que mostrarnos cada marca en tu cuerpo? —inquirió Sasha con una expresión de desagrado.

—Supongo que no. Sería raro, ¿verdad?

—¿Y qué hay de ti, Sasha? —Preguntó Sam mirando a la morena—. ¿Siempre fuiste actriz?

—No en el sentido estricto de la palabra. Soy la mayor de una familia de ocho hermanos y papá es bastante machista, así que siempre tuvo la cerrada idea de que no debía más que estar en casa ayudando a mamá con mis hermanos. Obviamente no lo soporté y decidí huir. Mis dotes de actuación siempre fueron mi habilidad y cuando supe de este lugar no dudé en anotarme. Aquí me pulí y soy lo que soy.

—Una joven rebelde. No dejo de compadecerme de tu padre —opinó el hombre.

—No digas nada, Clark.

—¿Y tu padre no estará preocupado buscándote? —cuestionó Sam, inquieta.

—No. Debe estar agradecido de no tener una boca más que alimentar.

—A ningún padre no le preocupa su hija, Sasha —sostuvo Clark.

—Al mío sí, ¿y tú qué? ¿Ya tuviste una para asegurarlo?

—¿Por qué siempre me atacas por ese lado? —Clark se tornó deprimido.

—Chicos —uno de sus compañeros apareció en el umbral—. La comida está lista.

—Gracias, ya vamos —respondieron los tres y el tipo desapareció continuando su labor de dar aviso.

—¿Qué te parece comer en la feria también, Sam? —propuso Clark, sonriente.

—Sería estupendo, me encantaría.

—¡Un segundo! Primero me abandonan en los camiones y ahora en la comida.

—Es tu culpa esta vez por no querer venir.

—Tú…

—Clark tiene razón Sasha —intervino Sam para que no se iniciara otro debate—. Eres bienvenida de venir con nosotros a pasar un buen rato.

—No, en serio que no me gusta ese ambiente ranchero… sin ofender, Sam. Vayan ustedes, ya qué.

—De acuerdo —Sam se dirigió a Clark—. ¿Podrías esperarme un momento? Quiero entregarle sus alimentos a Jake.

—Ah, es verdad —Clark pensó un poco—. Está bien, pero te acompaño esta vez. Quiero probar algo.



Jake acababa de acomodar sus pertenencias en su cubículo provisional. Claro que antes lo había limpiado bien. Simplemente no podía trabajar en un entorno sucio y polvoriento. Lo creyera él mismo o no, la conversación con Sam del camión no había dejado de darle vueltas en la cabeza y extrañamente eso provocaba que su deseo por verla creciera. Es que era por demás sorprendente. Aquella curiosidad inicial se transformaba cada día que trascurría en un interés que aumentaba de nivel cada que pasaba más tiempo con la pelirroja y descubría más de su peculiar personalidad. Tan frágil y fuerte; tan contradictoria como siempre. Tocaron la puerta y al instante pensó que era ella. La hora de la comida había llegado. Se dirigió a abrir la puerta y se encontró con quien no esperaba.

—¿Clark? —preguntó sorprendido y sin poder ocultar un atisbo de desilusión en su voz. ¿Por qué él?

—¡Ajá! —exclamó el marionetista mayor rodeando el cuello de Jake con su brazo y apretándoselo, juguetón—. ¿A quién esperabas con tanto anhelo, pillín? Era a Sam, ¿cierto?

—Claro que no —Jake intentó zafarse.

—Vamos, no lo niegues que lo sé.

—Es la costumbre, ¿qué esperabas? —declaró finalmente soltándose del agarre, molesto.

—¿Costumbre, ¿eh? Pues no te mortifiques, tu Julieta no dejará de venir —Jake le dedicó una mirada punzante nada contento por el comentario. Clark la ignoró y alzó la voz un poco—. Está bien, Sam, ya puedes salir.

Ante el permiso, Sam asomó su cabeza por la esquina del pasillo de aquella sección de recámaras y se acercó a ellos, insegura. Jake volvió el rostro a un lado intentando evitar que ella lo mirara ya que sentía su rostro arder con furia; sin embargo, su empeño se vio inutilizado cuando, al llegar, Sam no apartó sus ojos de él. Nunca lo había visto con el rubor en sus pómulos hasta ese día; primero en el autobús y ahora aquí. Era un cuadro que no podía pasar por alto, sobre todo porque la palidez en la piel de Jake hacía imposible no ver el sonrojo. Su corazón inició otra desesperada carrera dentro de su caja torácica. Se veía lindísimo.

—¿Qué tanto miras? —cuestionó él con irritación y brusquedad a punto de perder los estribos.

—Jake —Clark procuró calmarlo, pero su mirada de advertencia lo retuvo.

—Oh, lo lamento —se disculpó Sam bajando la mirada, avergonzada—. Clark dijo que esperara porque quería aprobar algo y no me dijo qué. ¿Conseguiste la respuesta que querías, Clark?

El nombrado sonrió nervioso, hallándose perpetuador del crimen que Jake se imaginó al mirarlo acusador. Ya decía él que tenía que tratarse de otro de los experimentos sin sentido de su homólogo. Clark era un fastidioso de primera y un entrometido experto. Como imaginó que pasaría cuando estuviera con ese par, las humillaciones no se hicieron esperar, por lo que queriendo dejar aquello en el olvido, le arrebató la bandeja a Sam y se dispuso entrar al cuarto de no ser porque el pie de Clark se interpuso entre la puerta y el umbral, impidiendo que cerrara por completo.

—Espera, espera —pidió buscando abrir el ala de madera a la par—. Quería invitarte a un lugar. Es la razón principal de mi visita.

Jake lo miró con el ceño fruncido sin creerle ni una palabra y luchando por cerrar la puerta ejerciendo presión en ella.

—Es en serio. Es a la feria de aquí mismo. Iremos a montar caballos, Sam y yo.

Jake dirigió sus verdes ojos a Sam, esperando que corroborara las palabras de Clark. De alguna manera la pensaba más fiable. Le era difícil figurársela mintiendo y si lo hacía, le parecería una muy mala mentirosa o eso pensaba.

—Es verdad, Jake —le aseguró ella con voz suave, tranquilizándolo un poco.

—No iré.

—Vamos, hombre. Si sigues así envejecerás a los treinta —suplicó Clark ganándose una mirada de su parte que le dijo que ahora iría mucho menos—. ¿Cuál es el problema? Nos divertiremos mucho y comeremos un montón.

—No iré.

—Yo invito, si es lo que te preocupa.

Jake dejó de ejercer fuerza contra su lado y Clark casi se fue de bruces al tomarlo desprevenido, consiguiendo mantener el equilibrio a tiempo.

—Ah, así que sí es eso lo que te preocupa.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? Si continúas así terminarás en bancarrota.

—¿Más de lo que estoy? No creo —Jake lo miró con disgusto—. Está bien, Jake. Yo sabré cómo administrarme.

—Pero…

—Bueno, ya que no quieres acompañarnos, te dejamos que queremos pasar un buen rato en la feria. Vamos, Sam. Nos vemos al rato, Jake.

Y sin darle mayor oportunidad de decir algo, tomó a Sam del brazo y se la llevó de allí bastante confundida por la conversación final de la que no entendió nada, despidiéndose de Jake con un movimiento de mano en señal de adiós. Al verse solo, Jake frunció el ceño, inquieto. Clark no debía despilfarrar de esa manera el dinero. No cuando tenía esa deuda de por medio y debía terminar de pagar. Un nudo atravesó su garganta y lo sofocó un momento. Inhaló y exhaló con lentitud regresando a su habitación. Ya hablaría con él. Era increíble. En esa relación él era el adulto maduro y Clark el niño; pero estaba bien. Era parte de la amistad que tenían, porque sí, Clark era un muy buen amigo a quien indudablemente quería como nunca se propuso querer.



Sam y Clark habían pasado un buen rato en aquella feria. Nada mejor que un buen tiempo de esparcimiento antes de iniciar con una semana de arduo labor, era el lema de Clark y con diversión, Sam pudo darse cuenta de que en realidad él gozaba un montón de aquellos paseos. Visitaron varios puestos de comida, diferentes juegos como el tiro al blanco y varios mecánicos y, claro, los ansiados y prometidos caballos. Sam se sintió en casa en el transcurso de esa hora, mientras cabalgaba en el animal de brillante pelaje café y recordó a su querido Wild. ¿Cómo estaría ahora? Un mes antes de darse de baja en el instituto fue a la granja para visitar a sus hermanos y a su corcel, al que tanto cariño le profesaba y lo vio bastante bien. Logan le daba un buen cuidado en su ausencia. Dadas sus obligaciones era raro que fuera al pueblo, pero cada vez que pudo la aprovechó sin dudarlo. Esperó que todos y todo siguiera bien.

Con sorpresa descubrió que, si bien su condición física fue y era excelente, la falta de costumbre montando caballos pasó factura. Terminó más agotada de lo que creyó y con un considerable dolor en la espalda. Clark también parecía sufrir los mismos efectos, pero ambos resistieron la hora acordada, mostrando ser personas enérgicas y muy activas, sobre todo el hombre. Después de eso, vagaron un poco más hasta que decidieron regresar a la mansión ya que estaba por anochecer, lo que a Sam le preocupaba porque debía llegar a la cena a tiempo para entregársela a Jake. No obstante, en el camino pasaron por un negocio de variadas artesanías y Clark se detuvo.

—Espera un poco, Sam. Entremos aquí un momento. Necesito saber si aquí hay algo que busco.

—Oh —Sam miró el local y ahora recordó a Leilany y su negocio. Una tarde llena de remembranzas, ¿eh?—. Está bien, pero puedo esperar afuera.

—¿Segura? —Ella asintió—. Entonces procuraré no tardar.

Clark se adentró en el establecimiento y un rato después, que para Sam fue más que pocos minutos, salió con una caja musical.

—¿Lo encontraste? —preguntó al ver la cajita.

—No, esto lo compré para ti. Dicen que es una canción de Mozart —dijo levantando la tapa de la caja, dejando oír la melodía—. Es un regalo.

—¿Por qué? No he hecho nada para merecerlo. No tenías por qué.

—Claro que sí. El querer dar obsequios a quienes aprecias es razón suficiente. Anda, tómala que es tuya.

—Gracias —La tomó mirándola con ilusión, sin ser capaz de rechazarla—. ¿Y qué buscabas que no encontraste?

—Ah, un cisne, un cisne de cristal. Tenía uno cuando joven; lo encontré en la basura a los doce. Era precioso y fuera de la suciedad estaba en perfectas condiciones; me encantaba. Tanto que lo consideré un valioso tesoro.

—¿Y qué le pasó?

Clark frunció el ceño como queriendo buscar en sus memorias aquella que respondería esa incógnita; sonrió.

—No lo sé. No lo recuerdo. Mis padres dicen que simplemente lo perdí; quizás sea verdad. Era bastante descuidado. Me he preguntado si alguna vez encontraré uno igual. Hasta ahora no he podido, por lo que asumo sí era especial y por una extraña razón me puede mucho no saber qué fue de él —Suspiró con abatimiento—. Bueno, de esto sale una lección para ti, Sam. Si posees algo que valga para ti, un tesoro, asegúrate de cuidarlo con tu vida, ¿de acuerdo?

—Por supuesto. Es lo que hago, lo que he estado haciendo.

—Qué bueno, me alegro. Ahora sí, de vuelta a casa.



18

Y de esa manera, los dos emprendieron de nuevo el camino y llegaron justo cuando se animaba a todos a comer, así que Sam pudo entregar a tiempo la ración de Jake junto con una rápida nota.

“Fue realmente divertido. Jugamos mucho, pero perdimos más. Aquí una foto adjunta de los dos en caballo.”

Era todo lo que el papel decía. En su habitación, Jake miró la foto que seguramente se habían tomado en la misma feria. Los dos lucían realmente felices, sin problemas, vivaces. Sus rostros reflejaban tanta alegría que de pronto lo contagió de una manera lo suficientemente perceptible si alguien lo acompañara, pues sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba y una extraña sensación de satisfacción lo llenó, desplazando momentáneamente el egoísta pensamiento de “si no les importo, ¿por qué ellos deberían importarme?”, y pensó que tanto Clark como Sam se veían mejor cuando sonreían. Merecían ser felices y más consciente que inconscientemente, una atisbo de contento y luz se colaban en su corazón cuando los veía así. Perdió el tiempo viendo aquella fotografía, embobado, y antes de siquiera darse cuenta, volvió a escuchar toques en la puerta.

—¿Jake? ¿Estás bien? —Era Sam y sonaba por demás preocupada.

—Rayos —masculló por lo bajo mirando su reloj de bolsillo. Ya era tarde y no había dejado la bandeja afuera.

—¿Jake?

En tanto, Sam pensaba terribles cosas. ¿Qué tal si se había tropezado y se había golpeado fuertemente en la cabeza con la mesa y había quedado inconsciente? ¿O si la mezcla de barniz y pintura al fin hizo su efecto y lo había desmayado? ¿O si por error se había rebanado el brazo con la navaja en lugar de la madera? Estas y otra preguntas —cada una más incongruente que la anterior— llegaron a su mente y la desesperación la hizo su presa. Miró el picaporte de la puerta, dudosa. ¿Qué hacer? Jake le había prohibido entrar a su habitación, pero si realmente estaba en problemas no era momento de temer desobedecerlo, ¿o sí? Extendió la mano dispuesta a abrir la puerta, cunado ésta cedió, acabando con su oportunidad de ser una heroína. Jake la miró con los ojos entrecerrados y fríos de siempre.

—¿Estás bien? —preguntó ella, aún preocupada.

—¿Debería no estarlo?

—No, es sólo que creí… Bueno, que pudo pasarte algo; un resbalón o…

—¿Me crees tan torpe? —la interrumpió él, tajante.

—Ah, no, yo…

—Aquí está, ya no molestes —Le entregó la bandeja.

—Gracias —Sam se avergonzó de su inútil inquietud; parecía estar en perfectas condiciones.

—Esto también —Dejó la foto a un lado del plato.

—¿Te gustó? —Una sonrisa llena de ilusión adornó su rostro y lo miró con ojos brillantes.

—Supongo —respondió serio.

—¿Supones?

—Luces mucho mejor en foto que en persona.

—O-oh…

Un repentino desazón la embargó. ¿Qué significaba eso? ¿Estaba diciéndole fea? Probablemente sí. Quizás eso quería decir que Jake no la miraría como antes. Tal vez nunca la había considerado atractiva, pero al ver esa foto, ¿no aumentaban los puntos negativos a su aspecto? ¿Y si de ahora en adelante no toleraba verla más que en fotos? La tristeza y la auto-decepción afloraron ante sus pensamientos. Notando su mortificante incertidumbre, Jake rodó los ojos y reprimió un suspiro de impaciencia. ¿Lo haría decírselo directamente? Un tic amenazó por presentarse en la ceja al tiempo que miraba el vacío pasillo a su izquierda, para regresar su vista a ella y finalmente girar sobre su eje y darle la espalda.

—Era un cumplido.

Y expresado lo deseado, cerró la puerta tras de sí, dejando a una atónita Sam, quien tardó un poco en procesar lo que acababa de escuchar y al analizarlo bien, un rojo como el que no existe se apoderó de sus mejillas al tiempo que la flor de la dicha crecía un centímetro más en su corazón. Miró la puerta que impedía que continuara saciando su anhelo de contemplarlo y sonrió con dulzura. Si esos momentos tan hermosos continuaban, cualquier signo de tristeza o sacrificio que hubiese sufrido sería rezagado. Con ese pensamiento regresó a la cocina para dejar la bandeja y luego irse a dormir como se disponían hacer sus compañeros. Así, al día siguiente amaneció con las energías suficientes para continuar con sus prácticas y el cuarto día le fue dada la buena noticia de que iniciaría con el aprendizaje del tercer y último baile.

Con esta rutina, el teatro volvió a moverse cinco días después y un par de veces más. Fue entonces que Brian le dio su aprobación diciéndole que estaba lista para subir al escenario con los demás. Irradiando alegría por todos lados, Sam no pudo esperar a que la hora de la comida llegara y queriendo darle a conocer a Jake tan buenas noticias, se dirigió al cubículo del joven en tanto tuvo un tiempecito libre, teniendo preparado de antemano un pequeño escrito. Era la primera vez que iba a buscarlo fuera de las horas regulares, igual, sólo dejaría la nota, mas no pudo evitar ponerse nerviosa. Al estar frente a la puerta, soltó el aire que había estado reteniendo sin proponérselo y alzó la mano para tocar, pero se detuvo. ¿Y si en verdad se enojaba por molestarlo cuando se suponía que no debía? Quedó quieta unos instantes y bajando la mirada, observó la angosta rendija entre la puerta y el suelo.



Los golpes en la puerta lo interrumpieron de barnizar la marioneta terminada. Se levantó por demás extrañado dispuesto a atender el llamado, cuando vio que un papel era deslizado por debajo. Enarcó una ceja, confundido y tomó la nota. Era la letra de Sam. Abrió la puerta y se encontró con el rostro de la nada. Miró ambos lados del pasillo sin señales de ella. Sacudió el trozo de papel golpeándolo contra la palma de su otra mano. Era raro que ella dejara una nota sin la compañía de alimentos y fuera de la hora de los mismos; en realidad, era la primera vez que lo hacía, lo que lo llenó de curiosidad. Debía ser algo muy importante, la cuestión era si se trataba de algo bueno o malo. Regresó a la protección de su cuarto y se sentó dispuesto a leer.

“Me ha pasado algo bueno hoy, Jake. Finalmente he salido vencedora en mis batallas. Cuando nos mudemos de nuevo, podré acompañarlos a todos en el escenario, ¿no es maravilloso? Después de tanto tiempo podré decir con pleno derecho que soy tu compañera en lugar de alguna carga o molestia. Me siento emocionada, feliz. ¿Me aceptas como colaboradora tuya para apoyarnos mutuamente y trabajar unidos, hombro con hombro? ¿Podrías aceptar que me quede a tu lado por lo menos de esta manera?”

Jake carraspeó intentando deshacer el nudo en su garganta, los que últimamente estaban volviéndose más frecuentes en él. Dejó la nota sobre la mesa y tomando sus utensilios de trabajo, continuó con su quehacer. No dejaba de repetírselo a sí mismo y tenía la certeza de que nunca cambiaría su pensar con respecto a la incomprensible actitud de Sam. ¿Compañeros? ¿Apoyarse mutuamente? ¿En qué clase de fantasía vivía esa mujer? Ellos eran dos extraños que simplemente trabajaban bajo un mismo techo y en diferentes aspectos; no eran compañeros de nada. Él no sabía de baile y estaba seguro de que ella no tenía idea de lo que implicaba la creación de marionetas. No podían ayudarse, no podían ser compañeros; no había nada que les diera ese título. Sin embargo…

Se detuvo de pasar la brocha mojada en barniz sobre la marioneta y desvió su atención a la nota, más concretamente a las frases iniciales. Sam bailaría. Sin proponérselo, su imaginación recreó una imagen de Sam saltando y bailando de aquí para allá al recibir la noticia, con una sonrisa abierta, sincera y brillante, y el atisbo de una se posó sobre sus propios labios; la pensó de la misma manera a la hora de escribirle la nota. Frunció ligeramente el ceño y la impavidez volvió a sus facciones. Tomó la nota y la guardó en su cajita especial; luego se apresuró a ordenar las herramientas y limpiar, dejando a la marioneta sobre la mesa para que se secara, ya la terminaría. Satisfecho, salió del cuarto atravesando pasillos para dirigirse al de Clark, el que compartía con el señor Ford; tocó.

—Adelante —escuchó la voz de Clark. Abrió la puerta y se encontró con que los dos hombres ensayaban la presentación de los títeres.

—Oh, qué sorpresa que pases a visitarme por tu cuneta, Jake —observó Ford con sorpresa, aunque con la voz apacible y cargada de edad de siempre.

—A buena hora, Jake —Fue el saludo de Clark—. El señor Ford y yo queremos hacer un cambio en la obra. ¿Alguna idea?

—No. Voy a salir —dijo mirando a Clark.

—¿Vas a salir y viniste aquí sólo para decírmelo? —Clark se emocionó—. ¡Qué júbilo! Después de tantos años finalmente muestras consideración conmigo. ¡Qué asombroso y maravilloso giro de acontecimientos! Ah, deberíamos hacer algo para celebrarlo…

—Comeré afuera —lo interrumpió Jake. Cuando Clark activaba su modo dramático podía ponerse bastante pesado.

—¿Afuera? ¿Se lo dijiste a Sam?

—No.

Unos segundos de silencio en los que la tranquilidad del más joven no se vio afectada, la curiosidad del más viejo por enterarse de qué iba todo eso aumentaba, y el cerebro de Clark carburaba lo escuchado. Al conseguirlo, el hombre abrió sus enérgicos ojos grises mientras se echaba para atrás, como si un fuerte e invisible impacto lo golpeara, dándole aparentemente en el corazón cuando, con movimientos y expresiones súper actuadas, se llevó la mano al pecho.

—¡Tú, hijo desnaturalizado! —Acusó con mohín de sufrimiento y desencanto—. Jamás me tomaste en cuanta como confidente. Simplemente me quieres usar como mensajero. ¿Cómo tienes la crueldad de tratar así a tu padre?

—No eres mi padre —arguyó Jake con la más cargada sequedad.

—Cierto —Clark volvió a la normalidad—. Pero te he dicho muchas veces que si quieres, puedo serlo.

—No necesito un padre —avaló con presteza, frío.

—Yo creo que sí.

—He pasado mi vida entera sin uno, sin ninguno de los dos, padre o madre; sin necesitarlos. ¿Por qué iba a hacerlo ahora?

Clark pudo percibir el dolor y el rencor tras esas palabras supuestamente inexpresivas y también pudo percibir un tono de reproche. Aunque Jake perjurara que no le importaba el hecho de que sus progenitores, aquellos que le dieron la vida, lo hubiesen abandonado, en realidad sí le importaba. Jake ansiaba una respuesta; quería saber qué los orilló a dejarlo atrás; deseaba conocer qué defecto hallaron en su persona para que se fueran sin él. Pero ¿qué error podía haber en un bebé sano? Era algo que Clark se preguntaba constantemente. ¿Qué motivo o razón justificaría una acción tan inhumana como la de abandonar a un inocente bebé? Para él no existía.

A veces, cuando salía el tema, le preguntaba a Jake qué haría si por casualidad se encontrara con alguno de sus padres. La respuesta lo entristecía. Decía que le daría gusto demostrarles que a pesar de no contar con ellos, pudo sobrevivir al mundo; a pesar de que quizás su intención había sido acabar con él al dejarlo en ese despiadado orfanato. Estaría orgulloso de mostrarse fuerte aunque no los hubiese tenido, simplemente eso. Y con ello, Clark comprendía lo dañado que estaba y el resentimiento que guardaba en su interior, el que gradualmente lo había convertido en alguien, no malo, sino temedor del mundo.

—Bueno, Jake —habló Clark en tono afable—, sólo diré que las circunstancias cambian.

—Las mías no.

Y con ese ultimátum, el joven se dio la vuelta y salió de la recámara, cerrando la puerta tras de sí, dejando a los marionetistas mayores en un silencio sepulcral que fue roto por el tendido suspiro del de ojos grises. Lidiar con Jake era más agotador de lo que parecía.

—Uno de los dos terminará cediendo —comentó Ford, que conocía la relación entre ellos y a quien Clark consideraba alguien de confianza además de sabio.

—No seré yo, eso es seguro —dijo, confiado.

—Bueno, me da la impresión de que el otro nombre de Jake es testarudo.

—Es verdad —Clark sonrió divertido—, pero el mío es incansable.

Ford también sonrió; eso era algo que sí podía testificar con veracidad. Clark y Jake se parecían mucho por la tenacidad que demostraban. Además, Clark había descubierto algo interesante. La valla que Jake se había erguido a su alrededor o estaba perdiendo consistencia y fortaleza, o estaba permitiendo que cierta pelirroja la penetrara. Que se preocupara por hacerle saber que no comería allí para que se lo notificara a Sam —aunque hubiese sido muy indirectamente—, era prueba de ello. Claro que Clark habría preferido que se lo dijera a ella personalmente, pero con Jake las cosas se tomaban con calma, mucha, mucha calma. Sin tocar el tema de nuevo, el par de hombres se concentró en ensayar su representación.



19

La hora de recibir los alimentos arribó como cada día y todos se encaminaron a la cocina para hacer la usual línea y recibir su ración correspondiente. Entre un grupito de bailarinas con quienes había estado forjando una linda amistad, estaba Sam. Sin embargo, no se concentraba en prestar atención a la conversación que llevaban sus compañeras, sino que se mantenía absorta en sus cavilaciones, adivinando, suponiendo, preguntándose. ¿Qué habría pensado Jake en cuanto al hecho de que saldría a escena junto a los demás? ¿Compartiría su alegría? ¿No le importaría? ¿Sonreiría por ella al menos un poco?

Sonrisa.

No sabía cómo era la sonrisa de Jake y ansiaba verla. ¿Sería como la de Matt? Sacudió la cabeza. No, le daba la impresión de que no sería así. Matt había sido abierto y su sonrisa también. Jake era reservado, su sonrisa tenía que serlo también; sutil, tranquila y hermosa, muy hermosa. Iba a lanzar un suspiro profundo ante la imagen de un Jake sonriente cuando escuchó que la llamaban.

—¡Sam!

Miró a todos lados buscando a quien la nombró, sabiendo que no eran sus compañeras. Vio que Clark se acercaba a ella teniendo su comida en mano.

—Vamos, Sam. Sasha tiene tu plato.

—¿Eh? Pero Jake…

—Está bien, vamos. Yo te explico ahora.

Clark la sujetó del brazo y la sacó de la fila disculpándose con las otras bailarinas.

—¿Qué pasa, Clark? —quiso saber ella por demás confundida.

—Un aviso. Jake no está y me dijo que comería afuera, así que hoy te ves libre de tu tarea.

—¿De verdad? —Una desilusión tremenda la invadió y sus ojos se vieron opacados por una repentina tristeza—. Ya veo. ¿Sabes a dónde fue?

—Lo siento —se disculpó el hombre negando con la cabeza y mirándola enternecido ante su reacción. Colocó la mano en el hombro femenino con delicadeza y le sonrió reconfortante—. No te preocupes. No es como si no vaya a regresar y no lo vieras más.

Sam se sonrojó; ¿tan evidente era? Sonrió avergonzada y bajando la cabeza susurró:

—Sí, supongo que es verdad.

—Bien, vamos con Sasha antes de que se ponga como una fiera, ¿te parece?

Sonrió sabiendo que era mejor hacer lo que él decía. Ahora comprendía que Sasha podía ser bastante temperamental cuando las cosas no iban como ella quería. Procuró mantener los cinco sentidos a su alrededor y pensar positivo, como intentaba siempre, estando segura de que vería a Jake más tarde. Para cuando la hora de que todos se presentaran en el teatro se presentó, Sam supo que Jake había llegado para alistarse también gracias a que Clark se lo dijo, no obstante, no pudo verlo porque como siempre, ayudó a Sasha con su vestuario y demás detalles. Era algo que estaría haciendo a partir de la próxima semana y le gustaba tener un poco de conocimiento al respecto.

De aquella manera, entre ajetreo y movimiento, la pelirroja se encontró sólo en la compañía de los de servicio. Se había propuesto ensayar lo más posiblemente hasta su primera presentación, por lo que a eso se dedicó, y aunque hizo cada rutina de baile adecuadamente, no pudo evitar sentir un vacío en su pecho, entendiendo que se debía al no encontrarse con Jake. Era asombroso cómo podía causar esas sensaciones de desolación en ella con tan sólo faltar una vez a su rutina de verlo. La noche llegó y con ella la mayoría de los del grupo, dispuestos a recargar energías con la cena. Velozmente, Sam se dirigió a la fila para pedir los alimentos de ella y Jake, quien seguramente había ido directamente a su habitación. En la hilera estaba Sasha.

—¿Cómo les fue? —Era el saludo habitual después de una demostración.

—Siempre nos va bien, Sam, recuerda eso.

—¿Y Clark? —Miró en torno sin distinguirlo—. ¿Fue a dejar las marionetas?

Lo preguntó por preguntar, pues no creía que se tratara de eso. Clark y Sasha no perdían mucho tiempo cambiándose y dejando lo que ocuparon en el teatro al llegar; siempre los subían cuando iba a dormir. Que la actriz negara con la cabeza le confirmó su saber, más le notificó:

—No sus marionetas, las de Jake.

—¿Por qué? ¿Le pasó algo? —La preocupación comenzó a hacerla su presa. Jake nunca dejaba sus marionetas tan a la ligera; eran muy importantes para él.

—Bueno, no sé los detalles. Clark no me dijo mucho —Sasha frunció la boca ante el recuerdo de ser excluida de la conversación de ellos—. Pero escuché algo de que Jake tenía que hacer cosas en la ciudad y no vendría ahora mismo. Es todo lo que puedo decirte.

Sam parpadeó extremadamente desconcertada, y con interés se preguntó qué sería aquello que Jake tenía que arreglar, sin embargo, su curiosidad pasó a segundo plano al asimilar que tampoco lo vería esa noche. De pronto, un abatimiento volvió a caer sobre sus hombros y la sensación de que algo le faltaba la inundó. Incluso cuando Clark llegó con su animosa personalidad e intentó hacer conversación, ella se mantuvo taciturna y aunque comió hasta quedar lo suficientemente satisfecha, le sobró comida. Sin esperar a Sasha, se dirigió a su habitación deseando dormir de una vez, con la esperanza de que las horas pasaran rápido de esa forma y la oportunidad de Jake al día siguiente llegaría con prontitud. Atravesó la puerta de su cubículo y se detuvo sorprendida apenas dar un par de pasos al interior, descubriendo a Glynn, quien se había apresurado a darle la espalda hallándose acostada en su saco; mas Sam ya había vislumbrado lágrimas en su rostro.

—Yo, lo siento, no quise…

—No te disculpes —la cortó la rubia con grosería, aunque con voz quebrada—. ¿Por qué no viene Sasha contigo?

—Me vine antes, quiero dormir.

—Entonces hazlo que me molestas.

Sam asintió a pasar de que Glynn no pudo verla y bajo la tenue luz de la lámpara de aceite, se alistó en silencio. Luego se echó bajo las cobijas de su propio saco, sin apagar la llama para que su otra compañera no estuviera en penumbras al llegar. La habitación permaneció silente y a pesar de que Sam supo que Glynn se esforzó por acallar sus sollozos, consiguió escucharlos claramente. Conocía la razón; la había escuchado de manera superficial en el comedor. Brian no iba a dormir esa noche en la casa. Había conocido a una gran fan suya y se la había llevado a pasar una inolvidable velada; quizás no sólo esa, sino todas las que se quedaran en esa ciudad. No pudo evadir el sentimiento de compasión que afloró hacia la rubia al estar en una relación tan inestable. ¿Pero en verdad podía culpar sólo a Brian? ¿No estaba ella subyugada a él por voluntad propia? Estaba segura de que si en verdad quisiera, Glynn podría alejarse de él, ¿no?

“¿Tú te alejarías de Jake?”

La pregunta que su mente formuló la hizo sacudir la cabeza. Nunca, no podía alejarse de él; no quería.

“¿Ni siquiera si te rechazara de plano, una y otra y otra vez?”

Su mente volvió a inquirir y la resolución de no abandonar al pelinegro se ancló con más firmeza en su corazón y comprendió que ese intenso deseo se debía al amor que había ido naciendo por él. Estaba enamorada de Jake. Descubrirlo y reconocerlo la había llenado de una emoción indescriptible de gozo, que sintió lágrimas acumularse en el borde de sus ojos, mas no las derramó. Y fue así que, nadando su interior en alegría descomunal, fue quedándose dormida, sintiéndose de alguna manera ligada a Glynn, comprendiendo un poco mejor su extraño proceder. Ella amaba en verdad a Brian y de todo corazón esperó que algún día el rubio valorara eso.

Muy temprano al día siguiente, como era habitual, Sam se concentró en adiestrarse más todavía; ya no podía darse el lujo de cometer errores. Con gran entusiasmo se vio sumergida en sus bailoteos; estaba tan feliz dadas las buenas noticias del día anterior, que ni siquiera le dio importancia a Brian, quien ya había vuelto de su noche de diversión, en sus intentos por coquetearle, lo que hizo más llevadera la mañana y entonces llegó la hora de comer. Se encaminó presurosa a hacer fila. Clark la interceptó momentos después de estar en la línea y le comunicó algo que acabó con su buen ánimo.

—Jake ha vuelto a salir y estará fuera todo el día.

Sus palabras resonaron reiteradas veces en su mente y una incertidumbre atroz la apresó, así que no prestó atención a los intentos de Clark por consolarla al ver la decadencia en su jubiloso espíritu. ¿Por qué? ¿Por qué Jake se mostraba inusualmente atraído al exterior? Él amaba los interiores; su habitación, estar tras cuatro paredes, ¿por qué ese repentino cambio que la privaba de contemplarlo? Volvió a preguntarle a Clark si sabía del importante asunto que debía estar forzándolo a salir; no obstante, el hombre no sabía nada, lo que a él mismo extrañó. Jake siempre le hablaba de sus planes, por sencillos o vergonzosos que fueran. Ahora nada; estaba en blanco y una sensación de tristeza también lo golpeó. ¿Acaso Jake ya no confiaba en él? ¿Qué era peor que perder la confianza de un joven a quien se consideraba un hijo?

Sin embargo, quien pareció padecer en mayor medida la ausencia constante del joven marionetista fue, naturalmente, la pelirroja. No sólo porque el espacio en su vida y corazón que ocupaba Jake se vaciaba con el simple hecho de no verlo, sino también porque su cabeza encontró una posible respuesta a la extraña actitud de él; una razón que la involucraba y que no era positiva. Quizás Jake estaba cansado de soportarla; tal vez había estado haciendo un supremo esfuerzo por tolerarla y no dejar entrever el disgusto y desagrado que sentía hacia ella y el que al fin fuera a formar parte del escenario junto con él como compañera, había sido la gota que derramara su vaso de paciencia. Seguramente Jake no aguantaba la idea de tener que verla no sólo a la hora de llevarle los alimentos y las mudanzas, sino ahora también en el teatro. Probablemente salir y evitar comer en casa había sido el único escape que encontró a su condena.

Todas esas suposiciones y posibilidades apagaron la llama de alborozo en Sam, por lo que el resto del día se mantuvo triste y deprimida, sin que nadie pudiera alentarla. Fue así hasta que llegó la noche y ya en su habitación, dispuesta a dormir, permitió que las lágrimas de desconsuelo fluyeran con libertad de sus ojos. Sin embargo, una parte de ella se obligó a dejar de lamentarse con tanta auto-compasión. En un par de días volverían a mudarse y luego entraría en escena; no podía permitir que la desesperanza impidiera que cumpliera de lleno la promesa que le había hecho a su adorado Matthew. Ante el recuerdo de él, se tranquilizó un poco; tenía que seguir adelante por él, por su sueño compartido.

Fue de aquella manera como Sam siguió esforzándose, aunque no iba a negar que el no ver a Jake ninguno de los días que precedieron, la afligía mucho y era inevitable; él se había convertido en alguien especial a quien necesitaba y deseaba ver todos los días. Ni siquiera tuvo la oportunidad de mirarlo el día de la mudanza. Dado que ese día sí podía darse el lujo de distraerse, se mantuvo tan entrada en sus propios pensamientos que tardó demasiado tiempo en empacar y cuando terminó y fue al cuarto de Jake, él ya había acabado con todo y se había montado a un autobús. No tuvo más remedio que sentarse con Sasha en un camión diferente al que Mark, Clark y Jake estaban, deseando que esta vez Clark pudiera averiguar lo que fuera que estuviera pasándole a Jake. Quería saberlo, pero el hombre no había obtenido respuestas por parte del joven. Así, procurando hallarse en la conversación de su amiga, llegaron a la siguiente ciudad en su mapa laboral. La rutina de desempaque transcurrió normal y el manto nocturno eventualmente se apoderó de la expansión y no, Sam no vio a Jake en ningún momento.

Al día siguiente, por la tarde, el grupo se preparó para ir a ensayar en conjunto en el teatro de aquella urbanización. Cada vez que se mudaban, el día después de instalarse era dedicado a practicar la obra antes de la primera función oficial; no tanto porque no se la supieran, era más bien para ajustarse adecuadamente a las dimensiones del escenario ya que ninguno era igual al anterior. Unos podían ser más grandes que otros, o más profundos, por lo que los artistas debían acomodar cosas como la distancia entre cada uno y detalles de ese tipo para que la presentación quedara perfectamente. Las prácticas eran especialmente  para los actores y bailarines, no para los marionetistas, pues ellos siempre usaban su pequeño teatrito montable; además, Jake nunca iba a esos ensayos, por lo que no podían hacerlos ni aunque quisieran. Era asombroso y hasta un grado descabellado lo mucho que él se esforzaba por mantenerse alejado de la sociedad.

Sam se dedicó de lleno a seguir las instrucciones que Brian le dio a cada uno, en especial a ella y su pareja de baile al ser los recientes. Afortunadamente le había tocado con alguien diestro en el baile, amigable y agradable. Ya anteriormente habían practicado y congeniaban bastante bien. Él se llamaba Steve y era un par de años menor que ella a pesar de que lucía mayor. Era una persona honesta y tenía una novia actora a quien amaba con locura. La pareja de Brian, obviamente, era Glynn, siendo ambos los principales danzarines, y Sam notó admirada que aún en los ensayos, los dos bailaban con tal pasión y sentimiento que sus propios movimientos parecieron mecánicos y vacíos. Se preguntó entonces si aquellas emociones se debían simplemente al amor que tenían por el baile o si era por el que se profesaban entre ellos. Al bailar con Glynn, Brian demostraba que realmente la quería.

La tarde transcurrió y al terminar la representación, todos montaron los autobuses y se dirigieron a casa. A pesar de que no tenía por qué haber ido, Clark fue a ver a Sam y en el camino estuvo elogiándola diciendo lo bellamente que danzaba. Ella agradeció y cuando llegaron a la mansión, los dos se dirigieron a la habitación de Jake, esperando que hubiese vuelto de su paseo desde la mañana temprano, mas descubrieron que la alcoba estaba vacía. El hombre intentó animar a Sam al ver que la aflicción se apoderaba de sus facciones, arrebatándole la felicidad de su buena práctica. Lo bueno fue que casi enseguida los llamaron a cenar y se apresuraron a hacerlo, así que la pelirroja tuvo que arreglárselas nuevamente para entender que no tenía tiempo de desanimarse. Finalmente mañana saldría frente a un gran público, teniendo la confianza de sus compañeros sobre ella para darles un buen espectáculo al auditorio. No los defraudaría.

20

Estaba nerviosa, realmente nerviosa. El día había llegado y las horas habían pasado con una rapidez asombrosa para Sam, que todavía no podía creer que ya se encontrara vistiéndose con ayuda de Sasha para la presentación. De acuerdo, era algo que había estado añorando desde que se hizo miembro del teatro, pero eso no quería decir que la ansiedad no se apoderara de ella. Sus nervios siempre habían sabido dominarla antes de cualquier acto importante. Afortunadamente, había aprendido a controlarlos a la hora de la verdad y esperaba de todo corazón que esa ocasión no fuera la excepción. Junto con los demás, subió a uno de los camiones, tomó el asiento de la ventana y se concentró en observar el exterior. A pesar de tanta ansiedad, se halla un poco desanimada y eso se debía a que, de nuevo, no había visto a Jake en todo el día. Sin embargo, él tenía que presentarse a fuerzas a su evento de marionetas, por lo que tenía el consuelo de que lo vería tarde o temprano; algo que le daba mayores ganas de llegar al teatro.

Arribaron al lugar con el tiempo suficiente para retocarse y preparar lo que fuera que hiciera falta, estando el grupo en los vestidores, mientras las personas comenzaban a llenar la sala tomando sus respectivos asientos, esperando que el telón se abriera y el famoso “Teatro Woods” los deleitara con su espectáculo como todos los años. Faltaban escasos minutos para que la danza de apertura diera inicio, así que todos tomaron sus posiciones, estando las mujeres en un extremo del escenario y los varones del otro. Sam era la última en su hilera, por lo que puedo escuchar a Clark claramente a pesar de que él estaba al fondo de la construcción.

—¡Jake! ¿Dónde has estado? Llegas a tiempo, aunque creí que no te presentarías hasta que fuera nuestro turno.

—Tenía cosas que hacer que acabo de terminar —También escuchó la amada voz del joven.

Y esa voz cargada de la habitual frialdad fue suficiente para que una dicha enrome la envolviera, en tanto sentía que un gran peso se le quitaba de encima, relajándola. Deseó dejar su lugar un insignificante momento para para ir a verlo una vez después de tantos días; vaya que quería, pero comprendió que no era el momento apropiado para hacerlo cuando vio que el telón se levantaba. Era hora de bailar, por lo que tragándose su deseo, puso toda su atención en realizar los movimientos de la primera coreografía, entrando al mundo en el que se sumergía cada vez que bailaba, así que no notó que Jake se había acercado al lugar que conducía al escenario pasando por alto las preguntas de Clark, poniendo todo su cuidado en ella y sus pasos.

Lucía peligrosamente preciosa, para él al menos. El vestido color salmón realzaba de manera decente su figura a pesar de la falda ancha, haciéndola verse hermosa, y el peinado que recogía todo su rojo cabello en un moño bajo junto con el ligero maquillaje que resaltaban sus castaños ojos, conseguían que su encanto saliera a la luz en mayor medida. Observarla así, concentrada de lleno en saltar y moverse de aquí para allá cual elegante gacela, llenó a Jake de una indescriptible sensación de calma y tranquilidad, que por un momento deseó quedarse todo el tiempo así, contemplándola. Sin embargo, de pronto, otras extrañas emociones nunca antes sentidas se apoderaron de él, poniéndolo de mal humor cuando su atención se centró en la pareja de baile de Sam, quien se tomaba la libertad de tocarla sin mayor problema al hacer las piruetas y saltos.

Y por un estúpido instante quiso ser él su compañero, lo que no tenía sentido porque no tenía ni mísera idea de baile y porque Sam y el otro sujeto no estaban haciendo más que su trabajo. Con desconcierto, después de pensárselo bastante, descubrió que estaba celoso; celoso de que todos parecían poder acercarse a ella sin dificultad, tocarla sin sentirse extraños; y él no. Sacudió la cabeza intentando desechar los pensamientos y el sentimiento. No tenía sentido, ¿por qué tenía que padecer aquello? ¿Al fin su cordura había decidido irse al diablo? Tuvo que despertar de su ensimismamiento al escuchar los aplausos de la gente cuando la introducción terminó y alarmado, se movió alejándose de la entrada a la plataforma antes de que Sam se diera cuenta de que lo había vuelto a hechizar; no obstante, Clark lo interceptó dispuesto a fastidiarlo para hacerlo confesar.

—¿Verdad que baila muy bien? —inquirió pícaro.

—No sé —respondió dirigiéndose a la parte más alejada y apartada del teatro, a donde ninguno de los demás miembros solía ir.

—¡Oh, vamos! —Clark lo siguió—. Si no despegabas la mirada de ella. Reconócelo, se veía bellísima, ¿no?

—No sé —Su saco de marionetas ya estaba allí.

—¿En serio no lo sabes o te obligas a no saber?

—No sé.

Jake se sentó a un lado de sus cosas, apoyando la espalda en la pared y alzó sus verdes ojos al techo, viendo la estructura del edificio como si fuera lo más interesante del mundo, sin prestarle atención a Clark y a cómo lo regañaba por ser tan esquivo. ¿Qué quería? Pensar las cosas no era tan sencillo como parecía y mucho menos si se trataban de Sam, la persona más problemática que había conocido en sus veinticuatro años de existencia; sí, problemática e intrigante. Por ello, si pensar no era fácil, mucho menos lo era expresar las ideas con palabras sin hacerse un revoltijo o sin parecer imbécil, de allí que prefiriera mantenerse silente. No mucho después, sintió que el hombre se alejaba de él, seguramente dispuesto a ver la obre actuada. A él, francamente, nunca le había interesado, así que jamás se molestaba en verla; de hecho, ni los bailes tenían por qué importarle, pero lo hacían desde hacía unos días para acá.

Y toda la culpa la tenía la personita que sintió, más que ver dado que todavía miraba el techo, se colocaba a un lado de él y supo que era ella porque su presencia despedía nervios, como siempre; inquietud, timidez y dulzura puras. Características dignas de Sam que no hacían más que confundirlo, siendo increíble hasta para él que por ella  hubiese llegado a la hora del inicio en lugar de la hora de su acto; sólo para deleitarse en observarla danzar. Sintió que Sam se sentaba también y se sumergieron en un silencio ni desagradable ni agradable; simplemente neutro. Jake finalmente la miró de soslayo notó que ella también miraba hacia arriba, buscando quizás aquello que mantenía su interés en el techo con tanta insistencia. La vio directamente.

—¿Qué quieres? —le preguntó y aunque no quiso sonar rudo, sonó.

Maldijo su habilidad en las conversaciones cuando notó que Sam se encogía de hombros, siendo sus duras palabras un aguijón en su corazón. Necesitaban darle un premio, sin duda. Quizás el más apto para matar una plática o el mejor con las palabras punzantes le iría bien. Vio que ella  jugaba con sus manos, turbada, mirándolas con persistencia, en tanto un rubor más intenso que el del maquillaje subía a su rostro, confiriéndole mayor delicadeza a sus facciones y el corazón de Jake latió con desenfreno, aumentando su palpitar ante las palabras de ella cargadas de sincera alegría.

—Me da gusto verte.

Era verdad, él había estado prácticamente todos los días y todo el día fuera de la casa, comiendo fuera, sin verla en ningún momento y la causante de todo, aunque no lo supiera y ni él mismo lo creyera, era ella.

—Vas a perderte la obra —dijo él con tono casual volviendo su visión hacia arriba.

—Prefiero hacerte compañía —aceptó con voz animada.

—No necesito compañía —arguyó a su vez, mirándola con un ligero ceño fruncido.

—Todos la necesitamos, Jake, todos.

Sam lo miró a los ojos por primera vez en todo el rato, deshaciéndose de su temor inicial, sonriéndole ligeramente y Jake se vio atenazado por esa fuerza de atracción que el conjunto de sus brillantes y vivaces orbes cafés conformaban junto con la sonrisa tan suya, que si bien era pequeña, no dejaba de irradiar; y una desconocida sensación se le presentó en el estómago. Eran los síntomas de su enfermedad, lo sabía.

—Creo que pasar tanto tiempo con Clark está haciéndote daño —comentó obligándose a retornar su vista al techo.

Sam rio divertida ante la observación y Jake frunció nuevamente el entrecejo, confundido. ¿Había sido gracioso? No lo había dicho con la intención de divertirla. No obstante, pasó por alto aquella nimiedad al sonido de su risa; era suave y armoniosa, por lo que la disfrutó al máximo los efímeros segundos que duró. Luego, la quietud volvió a reinar entre ellos y esta vez, una paz se adueñó del entorno, por lo que no se vieron en la necesidad de intercambiar más palabras para hacer ameno el gozar la presencia del otro. Fue así hasta que los aplausos que indicaron el final de la obra se escucharon y Sam supo que debía retomar su posición en el escenario.

—Bueno, debo irme.

Se levantó alisándose la falda del vestido y miró a Jake, quien seguía relajado sobre el suelo, mirando un punto indefinido en lo alto. Quería pedirle que la viera bailar, quería saber su opinión; pero quizás sería demasiado, por lo que tragándose su deseo, se alejó de él para darse un retoque y volver a su trabajo. Jake se quedó inmóvil lo que a él le pareció una eternidad antes de escuchar la música que acompañaba el baile, levantarse para colocarse a la entrada del escenario y verla bailar. Nuevamente se perdió en sus pasos y otra vez no tuvo el valor de permitir que ella se enterara de su actuar, pues cuando terminó la danza bajando el telón, regresó a donde estaba su saco, esperando que Clark o algún otro no abrieran la boca; tomó las marionetas que necesitaría para su función. Luego se encaminó al escenario, donde ya habían instalado la fachada del teatrito donde se llevaban a cabo las vivencias de su historia. Antes de salir, Sam lo interceptó.

—Por favor, Jake, esfuérzate mucho —le animó con una irradiante sonrisa de oreja a oreja.

Él simplemente la miró instantáneamente, luego centró toda su atención en su labor y salió a escena. En su lugar, Sam se mantuvo atenta a él. Por primera vez lo vería trabajar, se sentía muy emocionada y no fue para menos. A pesar de que al inicio el pelinegro se mostró un tanto tenso manejando los hilos debido a la insistente mirada de Sam sobre él, aunque ella no se enterara del efecto que ocasionaba, gracias al apoyo de Clark y Ford y porque realmente amaba su trabajo, Jake comenzó a soltarse y disfrutar el momento; así que sus ojos brillaron de una forma que la pelirroja no había visto jamás en él, asombrándola. Sin embargo, lo que terminó por desarmarla, envolviéndola en un tórrido bienestar que le sacó el aliento al tiempo que se llevaba las manos a la boca en un reflejo de reprimir el grito de impacto que se atoró en su garganta, fue su sonrisa. Jake sonreía y aunque era de la manera etérea que pesó sería, a sus ojos fue esplendorosa y el amor que tenía por él creció aún más. Sin proponérselo, los recueros de su querido Matt, sonriente, la golpearon. Parpadeó intentando que las lágrimas no brotaran de sus  ojos, pero fue inútil; el sentimiento resultó tan poderoso que lloró sin reparos.

—¿Estás bien, Samara? —le preguntó una de sus compañeras bailarinas a su lado. Ella asintió.

—Sí, es sólo que me encantan las marionetas.

—Ya veo. La historia también es conmovedora, ¿verdad?

Sam volvió a asentir e intentando controlarse porque estaba arruinando su maquillaje, contempló lo que restó del espectáculo y no resistió el impulso de unirse al público en un mar de plausos, dirigidos a los artistas, a Jake, encantada. Habría querido hacerle saber lo mucho que le había maravillado su acto, lo bien que lo había hecho, pero tuvo que ir a retocarse dado el llanto pasado. Con todo, Jake sabía que lo había estaba mirando, ¿cómo no enterarse si ella y sus ojos eran unos indiscretos? Por un momento se vio tentado a dejar la obra a medias e ir a reclamarle y exigirle que dejara de observarlo con tan perturbadora intensidad, ¿pero tenía derecho? ¿No había estado haciendo él lo mismo? ¿No había estado contemplándola sin disimulo en medio de su trabajo? Que ella fuera tan despistada como para no notarlo no era su problema, aunque sí lo consideró un beneficio cunado en el baile del cierre, Sam no descubrió que su atención estaba sobre su ser, otra vez.

Jake regresó a su posición a un lado de su saco, lejos de los demás, dispuesto a esperar a que ese público vaciara la sala y el siguiente entrara para efectuar la segunda y última función del día. La mayoría simplemente hizo ajustes en vestuarios, peinado y arreglos sin importancia; después de todo, técnicamente ya estaban listos. Menos mal que él no tenía que hacer tanto ajetreo o se volvería loco. En esta ocasión Sam no le hizo compañía y no precisamente porque no quisiera, al contrario, ansiaba estar a su lado, pero hallándose en su respectivo vestidor compartido con sus homólogas, la pelirroja era elogiada por todos, quienes le hacían saber lo bien que bailó y que los aplausos demostraron lo mucho que la multitud había gozado cada parte del espectáculo, incluyendo los bailes y por ende, el esfuerzo de ella. Incluso le dijeron, entre broma y en serio, que dentro de poco estaría lista para subir peldaños y volverse la principal.

Sam agradeció amablemente los halagos de todos, entre ellos Sasha y el equipo de actuación; por supuesto de Brian, Clark y el señor Ford; incluso la familia Woods la felicitó por su trabajo, después de todo, debían alentar a sus colaboradores. Sam apreciaba enormemente sus palaras, porque eso le demostraba que no había decepcionado a Matt, sino que había realizado correctamente su promesa y eso la llenaba de felicidad. No obstante, en ese momento quería ver a Jake y decirle lo hermoso que había estado en su obra y lo mucho que la había disfrutado. Desgraciadamente, no se vio libre para cuando la hora de empezar una vez más arribó, así que salió al escenario nuevamente, decidida a dar lo mejor de sí, sin advertir al par de ojos verdes que no se apartaban de su figura.

Al terminar la introducción, ahora sí que puedo dirigirse al objeto de su anhelo, encontrándolo en donde mismo, sentado, con la única compañía de sus marionetas, mirando el techo. Por un momento, una sensación de incertidumbre la envolvió. Jake lucía nuevamente tan apacible y serio como de costumbre lo que lo hacía verse bien, no lo negaba; amaba esa expresión tranquila y meditativa, pero también deseó ver la fugaz sonrisa que le había mostrado momento atrás, pues temió nunca verla de nuevo; le asustó pensar que Jake no se la mostraría otra vez. Se sentó a su lado con la cabeza abajo y el silencio no duró ni medio minuto antes de que ella tomara la palabra.

—Lo hiciste genial en tu presentación —Calló unos segundos apretando con fuerza la tela de su regazo, ansiosa, y sin levantar la vista suspiró, sonriendo ligeramente—. Me hizo feliz ver otra parte de ti; disfrutando de algo que te gusta, entregándole tu dedicación, esfuerzo y una linda sonrisa. Ahora tengo otro motivo, uno muy valioso e incomparable, para recordar con gusto esta ciudad.

Jake dirigió su vista a Sam, quien al percatarse se armó de valor para alzar la suya y encontrar la de él, en tanto el escarlata adornaba su tez. Era la primera vez que le decía algo así sin papel y tinta de por medio, por lo que sentíase muy avergonzada y turbada bajo el aparentemente inexpresivo mohín Jake, el que obviamente no era más que fachada, pues el contristado joven hacía un sublime esfuerzo por mantener la calma y no mostrar la inseguridad que sus palabras le causaron, mescladas con alegría. Inseguridad al no saber si podía confiar en aquellas frases siendo que podían ser por mera cortesía, y alegría explicable al saberse en los pensamientos de la pelirroja. Debía agradecerle, lo sabía, al menos por educación, pero las emociones se atoraron en su garganta, así que tuvo que carraspear o de otra manera la voz no le saldría.

—Gracias.

Fue todo; siente pequeñas e insignificantes letras que brotaron de su boca con rapidez, certeza y un poco de sequedad, en tanto volvía su visión al techo; nada aparentemente relevante y que sin embargo, resultaron suficientes para que a Sam la abrazaran un entusiasmo y un calorcillo plácido. Era la primera vez que Jake le daba las gracias. Esta vez le resultó imposible esconder su contento por medio de la amplia sonrisa que curvó sus labios, ocasionándole un brillo vivo y lleno de ternura. Incapaz de controlarla, su mano se movió a donde la de él, que yacía apoyada en el suelo sobre su costado y la tomó, apretándola con cariño. Jake se tensó ante el contacto al tiempo que un escalofrío lo recorría de pies a cabeza, y siendo invadido por un sentimiento de temor e irritación ante el atrevimiento, se volvió a mirarla dispuesto a liberarse de su toque; no pudo. En cuanto sus orbes se encontraron con la expresión reluciente y jubilosa de ella, su propósito se vio hundido como barco en alta mar, desprotegido en medio de una gran tormenta, sin poder de mantenerse a flote; se perdió en esos iluminados y afectivos ojos cafés.


—De nada, Jake. Cuando quieras, aquí estoy —le susurró ella con suavidad, sin dejar de sonreír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Te gustó esta historia? ¿Qué crees que le hizo falta?