21
Se
perdieron en la mirada del otro, inmóviles; deleitándose en la
visión que presenciaban frente a sí. Aumentando su asombro segundo
a segundo, Sam detalló cómo las esmeraldas de Jake eran penetradas
por un sentimiento diferente a la impavidez cuando sus pupilas se
iluminaron ligeramente por un brillo de ¿esperanza? La joven deseó
que se tratara de eso. Primeramente porque sería bueno para él
deshacerse de tantas inquietudes que su alma y mente albergaban; y
segundo, porque quizás ahora sí le permitiría acercarse un poco a
más a él. Hubiese deseado quedarse en esa posición por toda la
eternidad, sintiendo la calidez que desprendía la mano de Jake bajo
la suya; sin embargo, todo lo bueno terminaba.
—¡Sam!
Los
dos despertaron de su ensimismamiento y volvieron la vista a donde la
voz había nombrado a la pelirroja, descubriendo que Sasha se
acercaba a ellos. Retornando su voluntad a él, Jake deslizó su mano
por debajo de la de Sam y se libró de su agarre, colocándola sobre
su regazo en tanto volvía a mirar al techo, intentando ignorar la
candidez en su rostro. Sam lo miró brevemente con un deje de
desilusión ante su aparente poco interés, sintiendo que su propia
mano era abrazada por una frialdad que hizo un hueco en su corazón;
luego posó la atención en su amiga, quien ya estaba frente a ellos.
—Vamos,
Sam —Sasha la tomó por el brazo y la levantó estirándola con más
fuerza de la que necesitaba, sacándole un pequeño gemido de dolor a
Sam—. No puedes perder el tiempo. El público está instalado ya;
estás por salir.
—Lo
siento, Sasha. La noción del tiempo se me fue por un instante —se
disculpó ella viéndose arrastrada por la morena.
—Sí,
bueno, cuida eso. Vamos, vamos que todos te esperan.
La
actriz le dio un par de empujoncitos en la espalada animándola a
seguir, y ganándose una mirada más de arrepentimiento mezclada con
confusión por parte de Sam, la vio tomar su puesto con los demás.
Hallándose sola, Sasha enfocó su mirada en el alejado Jake y
frunció el ceño en tanto sus ojos se oscurecían por un velo de
irritación y celos. Rechinó los dientes e hizo las manos en puño,
mas luego negó con la cabeza. Inhaló profundamente y exhaló con
lentitud antes de regresar a su grupo. Todavía no era el momento de
actuar.
Estático
en su lugar, siendo azotado por infinidad de sensaciones, Jake miró
su mano con incredulidad y confusión. El bienestar de ese pequeño
acto físico de afecto seguía presente. Su impacto había sido más
poderoso de lo que imaginó pues aún sentía el cosquilleo que había
ocasionado el contacto de su piel con la de Sam. Se le escapó un
suspiro inseguro y tembloroso al momento que su propio cuerpo era
sacudido por pequeños espasmos. Se abrazó a sí mismo esperando que
éstos aminoraran de alguna forma. Se sentía vulnerable, se sentía
patético, se sentía un pobre diablo; pero no estaba seguro del
porqué su sentir. ¿Era por toda la fuerza y sensaciones que Sam
ejercía sobre él? ¿O eran recriminaciones a su persona por dejarse
causar tanto disturbio emocional y mental? ¿O se debía al pesar de
saber que nunca sería lo que Sam esperaba que fuera? Ella era
cariñosa, él no lo era; ella expresaba sus sentimientos; él no lo
hacía. No podía ni mantener un tono de voz diferente al tosco y
gélido de siempre, ¿cómo podría hacer algo más?
“¿En
qué demonios piensas, Palmer?”,
se regañó al percatarse de sus cavilaciones. “No,
ese es el problema. Has dejado de pensar”.
Y es que estaba tocando terrenos por demás desconocidos para él y
le daba miedo.
Escuchó
la música de apertura y de nuevo, por más renuente que su corazón
estuviera, fue atraído por el imán que era Sam para él como pieza
de hierro solitaria. Se acercó a la entrada y la observó bailar en
tanto la presión de temor se repetía dentro de su pecho. No quería
explorar nada nuevo. Era de mente fija, tal vez; era un cobarde, sin
duda; pero la mayor parte de él no deseaba cambiar una minúscula
parte de su vida actual. Después de mucho tiempo de amargura al fin
le iba bien y estaba a gusto, cómodo; no quería perder eso. Después
de todo, estaba maldito. Los cambios siempre habían sido para mal en
su caso, así que prefería no arriesgarse. Antes de que el baile
terminara, regresó a su sitio de siempre. Lo mejor era mantenerse
alejado de Sam ahora que podía antes de que no hubiera marcha atrás.
Por
supuesto, algo le decía que las cosas no iban a salirle como
esperaba. Le daba la impresión de que Sam no le permitiría mantener
la distancia si continuaba con sus intentos de acercársele y
entablar conversación con él. ¿Qué más podía hacer él para
evitarlo? ¿No había tratado ya con la mayor indiferencia posible?
¿No la había ignorado incontables veces? ¿No había sido cruel? Y
allí seguía ella, empeñada en conocerlo, en formar parte de su
vida a la fuerza. Era un fastidio, un admirable fastidio. Y como
sospechó, en cuanto Sam se vio libre de sus obligaciones, se dirigió
ni tarda ni perezosa a donde estaba él para ocupar su lugar a un
lado de él, y algo le dijo que a partir de ahora, ese sitio sería
exclusivo no sólo de él, sino de ella también. El silencio se
extendió por un corto lapso de tiempo, pues Sam tomó la iniciativa
de hablar, otra vez.
—No
acostumbras ver el trabajo de los demás, ¿verdad?
—¿Se
nota? —Jake no pudo reprimir el sarcasmo, pero el comentario de
ella le había parecido fuera de lugar por lo obvio que era.
—Oh
sí, yo… quiero decir… —Sam se sintió una tonta; no se había
expresado bien—. Yo más bien quería saber por qué.
—No
me importa.
—¿Y
no te da siquiera un poco de curiosidad saber cómo lo hacen?
—insistió ella, esperanzada. Quería abrir la más insignificante
oportunidad para que Jake la viera bailar, un poco al menos. Sin
embargo, la seca negativa de él destrozó sus ilusiones.
—No.
—Ya
veo.
Sam
bajó la mirada, triste, enfocándola en el jugar de sus manos
nerviosas con la falda del vestido, en tanto se mordía el labio
inferior, aguantando el incómodo silencio que volvió a adueñarse
del ambiente. No era común de ella querer que alguien la viera
bailar. De hecho, al ser de carácter tímido, siempre procuró no
llamar la atención de las personas de ninguna manera. De allí que
incluso en las obras que presentó en el instituto eligiera a
bailarinas de rutina; las acompañantes de los protagonistas. Jamás
aspiró un papel muy alto. Sin embargo, esa era otro sentir inusual
que Jake despertaba en ella: el desear demostrarle lo buena que era
en el baile; en aquel arte que amaba. No que se considerara la mejor,
pero quería que observara que así como él, ella también se
esforzaba por hacerlo lo mejor posible y sobre todo, que lo
disfrutaba. Quería mostrarle lo que Matt no puedo ver en todo su
esplendor.
Ante
el recuerdo de su primer amor, un nudo en su pecho y garganta se
formó. Matt la había visto bailar el último día que se vieron,
pero no había sido de manera plena. Ella había tenido meses sin
practicar y la vestimenta no era la apropiada, así que en realidad
nunca pudo presentarle un buen acto de su baile a pesar de que él sí
le había dado una hermosa actuación de sus marionetas. Y la
esperanza de mostrárselo en otra ocasión se vio opacada por siempre
ante los sucesos que marcaron ese triste día. Un día que no
terminaba de rememorar y que no paraba de ocasionarle sufrimiento a
su aparentemente incurable corazón. Tanto así continuaba
afectándole que en ese momento sintió escocer sus ojos ante el
venidero llanto.
Lo
único que podía consolarla en esos momentos en el que el doloroso
recuerdo la invadía era el propio Matt; esa bella marioneta que le
había sido regalada y que era el más valioso de sus tesoros. Iba a
levantarse para ir a buscarla, ya que siempre dejaba el morralito en
el vestidor junto a las pertenencias de sus otros compañeros, pero
en eso divisó que Mark se acercaba a ellos corriendo a gran
velocidad, con una sonrisa traviesa y una marioneta en sus manos
—¡Jake,
no dejes que me atrape! —pidió entre risas deteniéndose frente a
los dos.
Tanto
Jake como Sam alzaron la ceja por demás confundidos en cuanto al
significado de las palabras del niño, y la pelirroja iba a inquirir
a qué se refería cuando distinguió que Clark se acercaba a ellos
también corriendo y con el ceño fruncido, aunque en realidad sin
emanar molestia, más bien un aire juguetón.
—¡Vuelve
aquí, pequeño pillo!
Mark
iba a volver a salir corriendo, pero dado que Clark era más grande,
con unas cuantas zancadas le dio alcance y lo aprisionó en un fuerte
abrazos de oso.
—¡Te
tengo! —dijo el hombre, sonriente—. Y ahora vas a pagar.
—¡No!
Sin
embargo, Clark ya estaba aplicándole su castigo al niño, el que
consistió en llenarlo de cosquillas aquí y allá, sacándole
incontable cantidad de carcajadas, además de agotarlo de su energía.
Jake suspiró ante la escena sin demasiada importancia, sospechando
más o menos de qué podría tratarse todo. En cambio, Sam se hallaba
por demás ignorante, mas no evitó que las risas de Mark se le
contagiara y divertida ante la escena, también rio entretenida.
—¿Qué
ha pasado, Clark? ¿Por qué torturas a Mark? —cuestionó con una
sonrisa.
—Porque
ha vuelto a hacer de las suyas —explicó el hombre y quitándole el
títere de las manos, lo señaló—. Volvió a escabullirse entre
mis cosas y ha sacado la nueva marioneta que integraríamos a la
obra. Allí tienes que no nos dimos cuenta hasta que ya estábamos en
el escenario y tuvimos que improvisar. Nos diste un buen susto,
travieso.
—Pero
me había gustado y quería verla bien. Iba a devolverla —se
justificó el Mark en tono inocente levantándose cuando Clark lo
dejó ir.
—Pues
te tardaste un poco —Clark suspiró y luego sonrió—. Al menos la
obra salió bien y Mark, no dejes que la curiosidad te gane. Pídeme
las marionetas que quieras en lugar de robarlas. Te las prestaré.
—No
es robo porque las devuelvo —volvió a defenderse el niño—. Y no
las pido porque no quiero que me digas que no como lo hace Jake.
—Allí
lo tienes, Jake —Clark miró al desinteresado pelinegro con una
sonrisa maliciosa—. Mark se convertirá en un delincuente por tu
culpa. Acepta la responsabilidad.
—¡Yo
no soy un delincuente! —casi gritó Mark con voz temblorosa, a
punto de llorar por la acusación, sofocando el bufido de Jake.
—De
acuerdo, de acuerdo —Clark le sonrió tranquilizador acariciando su
cabeza con cariño—. Pero la próxima vez avísame a mí, a Jake o
al señor Ford cuando quieras o tomes otra marioneta, ¿sí? Jake no
te dirá que no, ¿verdad? —Clark miró a Jake con insistencia y
parpadeando repetidas veces, casi suplicante, y Mark se le unió al
ruego poco después.
—Lo
que sea —Fue la respuesta del joven volviendo su mirada al techo y
los dos cómplices supieron que habían ganado la batalla.
—Anda,
ve a ver la obra o con tus padres.
Clark
despachó a Mark con una nalgadita cariñosa y aunque el niño se
quejó, hizo lo ordenado manteniendo una sonrisa en sus labios. Clark
lo miró desaparecer entre los demás, contento. Sam, que había
estado callada todo el tiempo, lo miró con detalle, fascinación y
curiosidad. No era la primera vez que lo veía llevarse tan bien con
Mark o con los niños en general. De hecho, aquella vez que la invitó
a la feria para pasear en caballo, Clark había interactuado con
varios pequeños y descubrió que se le daba bastante bien y que
ellos se sentían atraídos a la personalidad del hombre. Y una
pregunta cruzó su mente en ese momento; incógnita que volvía a
presentarse en ese entonces y que no pudo evitar formular, ansiosa
por conocer un poco más de Clark.
—Clark,
¿tú no tienes familia? —La interrogación atrajo la atención de
Jake de vuelta a los dos y miró a Sam, alzando la ceja, extrañado.
—¿Familia?
—Clark también enfocó sus confundidos ojos grises en ella. Sam
asintió.
—Ya
sabes. Que en algún lugar tengas una esposa e hijos esperándote;
quizás nietos.
Jake
ahora posó su visión en Clark. Nunca antes se había interesado por
esa parte de la vida de él. A pesar de que Clark siempre le hablaba
de lo que recordaba de sus padres y hermanos o personas que conoció
a lo largo de su vida; nunca le había hablado de ningún tipo de
relación romántica. Sí le había dicho que le gustaban los niños
y que su mayor deseo siempre fue formar su propia familia, mantenerla
y criar a sus hijos, pero nunca decía más al respecto y él no se
molestaba en indagar. Tal vez no le gustaba hablar de eso; quizás
era una experiencia dolorosa para él y Jake no quería abrir heridas
del pasado. Eso lo hacía un buen amigo, ¿no? ¿O lo hacía malo por
no importarle tanto la vida de Clark como a él le importaba la suya?
No, Clark era demasiado entrometido y Jake no caería en ese error.
—No,
no tengo —La voz animada del mayor lo sacó de sus pensamientos.
—Ya
veo. ¿Puedo preguntar por qué? —Sam dudó un momento; no quería
meterse en algo que no le incumbía ni mucho menos quería ser fuente
de incomodidad.
—Claro
que puedes —la tranquilizó Clark sin dejar de sonreír para
después masajearse el mentón, meditativo—. Veamos, ¿por qué no
tengo familia?
—Seguramente
nadie quería estar contigo de ese modo siendo tan molesto —comentó
Jake en tono neutro.
—¿Qué
insinúas, muchacho? —Clark se llevó una mano al pecho y se echó
para atrás, ofendido—. No quiero se vanidoso ni nada, pero he de
aclararte que siempre tuve muchas oportunidades para salir con
hermosas mujeres.
—¿Entonces?
—Jake alzó una ceja, ahora sí curioso—. ¿No decías que tu
mayor deseo era tener una familia?
—Pues
sí, pero…
Clark
bajó la mirada y un inusual ambiente de depresión lo envolvió. Sam
y Jake querían saber por qué nunca formó su propia familia, ¿pero
qué decirles si ni él mismo conocía la respuesta? No lo sabía, no
lo entendía. Cada ocasión que había tenido había sido eclipsada
por un extraño sentir en su corazón; un vacío insistente cuyo
origen no comprendía. Una sensación que le indicaba que no podía
cumplir su anhelado sueño porque entonces sería un traidor. Llevó
su mano izquierda a la cicatriz. Tal vez ese lapso de uno a dos años
de laguna mental que el accidente le dejó tenía algo que ver, pero
sus padres siempre le aseguraron que nada trascendental había pasado
en ese tiempo; sólo la misma rutina. ¿Entonces por qué se sentía
tan poco merecedor de otorgarse esa alegría? Levantó su mirada y
notó que los dos jóvenes lo miraban con un deje de preocupación.
Sonrió tranquilizador.
—La
verdad no lo sé —respondió al final, sincero y ante la mirada
inconforme de Jake, siguió—: Vamos, que no importa en realidad.
Los tengo a ustedes dos como hijos y eso me hace muy feliz.
Sam
sonrió asintiendo, sintiéndose honrada de ser llamada hija de él;
en cambio, Jake bufó con fastidio, rodando los ojos y volviendo su
atención al techo. Esa insistencia de Clark de quererlo como su hijo
era desesperante.
—Lo
único que les encargo son los nietos, ¿eh?
—¡Tú!
Jake
casi se levantaba de su lugar, irritado y por demás ruborizado para
lanzarse sobre el hombre, pero éste ya había echado a correr
lanzado una carcajada de franca diversión que no hizo más que sonar
burlona en los oídos del joven de ojos verdes, incremento su
vergüenza. A su lado, Sam había bajado la mirada también roja
hasta la médula de los huesos y la densidad entre ellos aumentó.
Jake se cubrió el rostro con una mano. Lo decía y lo repetía:
humillaciones y frustraciones puras era lo único que sacaría
estando con ese par.
22
El
silencio volvió a cerniese sobre ellos un corto espacio de tiempo
antes de que la pequeña risa de Sam se hiciera oír. Había estado
pensando en todo lo que había pasado y las ganas de reír la habían
asaltado, y aunque procuró controlarse, no lo consiguió; al menos
la disimuló cubriéndose la boca. A su lado, Jake la miró con
irritación mezclada con bochorno. ¿Se estaba burlando de él?
¿Había unido fuerzas con Clark para humillarlo? Dadas las
circunstancias, así le pareció. Bufó con fingido fastidio para
ocultar su vergüenza. Escuchándolo, Sam aminoró su risilla para
disculparse.
—Lo
lamento, pero Clark es muy ocurrente, ¿no? —En realidad ella
también estaba muy avergonzada por la insinuación del mayor, pero
comenzaba a tomarse los comentarios de Clark con más ligereza y con
diversión.
—Es
molesto —corrigió él en son monótono—. Dice cosas que no
vienen al caso; tonterías.
—¿Eso
quiere decir que...no querrías formar tu propia familia algún día?
—cuestionó Sam, insegura de hacer la pregunta e incluso temerosa
de conocer la respuesta.
Jake
cerró lo ojos y volvió su rostro al lado contrario de donde estaba
la pelirroja para no verla, sin planes de contestar, deseando cortar
el tema allí mismo. No quería tener esa conversación. El término
familia como debía ser nunca había estado presente en su vida.
Nunca había tenido una, no sabía cómo funcionaba en realidad, no
sabía cómo se suponía que debían actuar entre ellos, así que no
podía aspirar formar alguna. No era bueno para mantener relaciones
sociales y la familia era la base de la sociedad, así que dudaba ser
capaz de tener una. Jake era demasiado... Jake para pensarlo
siquiera. Después de todo, ¿cómo pensar ser un padre cuando nunca
se tuvo alguno? A veces llegaba a la conclusión de que sus padres
debieron ser igual que él y que cuando nació no se vieron capaces
de criarlo y por ello terminaron abandonándolo. No quería ser igual
que ellos, por lo que mejor se quedaba solo. Así nadie podría
lastimarlo y él mismo no podría lastimar a nadie. Ya no podían
decir que era egoísta, ¿o sí?
Sam
bajó la mirada al no obtener respuesta. Parecía ser que había
tocado otro asunto prohibido y aunque Jake no lo exteriorizó con
palabras, por su silencio y su desinterés previo, pudo conocer su
pensar al respecto. No deseaba tener familia. Un vacío se formó en
el corazón de la pelirroja y por centésima vez desde que lo
conocía, se preguntó por qué Jake era como era y por qué pensaba
como pensaba; por qué no le gustaba lo que no le gustaba. Se
preguntó por qué alguien tan diferente a Matt y a ella misma la
había atraído tanto hasta el grado de enamorarse de él. El sonido
de aplausos penetró sus pensamientos advirtiéndole que era momento
de que se alistara para entrar a escena nuevamente. Miró a Jake una
vez más, quien seguía con el rostro hacia el otro lado, y después
se levantó sacudiéndose cualquier indicio de polvo en el vestido.
—Bueno,
creo que es hora de que vuelva al trabajo.
Volvió
a mirarlo en toda su altura, esperando que él le dirigiera la mirada
como momentánea despedida, sin éxito, por lo que no tuvo más
remedio que ir con sus compañeros para hacer la segunda danza del
espectáculo. Como siempre que salía a escena, limpió su mente por
un momento de todo para concentrarse de lleno en su tarea, por lo que
no volvió a notar que con el sigilo de siempre, Jake se había
acercado a la entrada del escenario para verla. Intentaba engañarse
a sí mismo diciéndose que como persona rutinaria, se formaba un
hábito fácilmente y se acostumbraba a seguirlo. Así que eso era,
ver a Sam ya no era más que una costumbre, Sin embargo, lo que la
visión de ella le hacía sentir no podía ser rutina. Y en caso de
que lo fuera, le daba la sensación de que no podría familiarizarse
con esos sentimientos por mucho que lo intentara.
Al
finalizar el baile, Jake se dirigió a tomar las marionetas que
utilizaría en su obra y después de tenerlas en su poder, se
encaminó a ayudar a Clark con el mini-teatro que usaban, pero antes
se encontró con una Sam sonriente.
Lo
último lo dijo con timidez bajando un poco la cabeza, aunque sin
borrar su sonrisa y Jake frunció el ceño sintiendo enormes ganas de
preguntar por qué. ¿Por qué le decía frente a frente que lo
miraría? ¿Por qué no podía quedarse callada? No había necesidad
de que se lo hiciera saber, siempre podía hacer lo que él y verlo
sin decir palabra. ¿Por qué le era tan sencillo expresar lo que
quería? No le contestó nada y continuó su camino. Ahora debía
prepararse para luchar contra el desasosiego que seguramente lo
invadiría al pensar que tendría los ojos de la joven sobre él todo
el tiempo, el que sería prematuro gracias a su informe —amenaza
desde su perspectiva— de tenerlo en la mira todo el tiempo que
durara la obra.
Nunca
le había importado que nadie lo observara antes; jamás se sintió
agradecido, halagado, irritado o cohibido porque sus compañeros lo
miraran. Simple y llanamente poco le importaba que lo hicieran. No le
interesaba si llamaba su atención o si les era indiferente. Sin
embargo, últimamente esa característica suya había estado
brillando por su ausencia ante la presencia de Sam. Su estado estoico
e imperturbable era remplazado con una turbación e inquietud
inimaginables con la simpleza de tenerla a su lado o saberse el
objetivo principal de sus orbes cafés, como en ese momento.
Procuraba poner completa atención en su labor y al menos recordar
que era algo que disfrutaba, pero la insistencia en la mirada de Sam
que no era disimulada para nada no le ponía las cosas fáciles. Y es
que de pronto una inseguridad lo invadió al recordar las palabras de
ella en cuanto a su presentación anterior y cómo es que le había
encantado; esa sonrisa había sido prueba de ello. Por una vez en su
vida le preocupaba la opinión de alguien y también por primera vez
temió equivocarse en su demostración y entristecerla de alguna
manera.
Su
número terminó y un mar de aplausos inundó la sala de
espectadores. Jake dejó el escenario y aunque vio que Sam también
aplaudía encantada y feliz, ella no tuvo la oportunidad de
felicitarlo por su buen trabajo porque tuvo que prepararse para hacer
el baile final y deseó impaciente que todo eso terminara para hablar
con el mationetista. No obstante, los planes de Jake no eran
exactamente esos. Dado que su acto ya había terminado y no había
una tercera función, ya podía irse de ese lugar. No tenía por qué
esperar a que cerraran el evento, a que todos se alistaran, saludaran
a fanáticos y bla bla. Era un fastidio tener que aguantar tanto
jaleo cuando podía ir a casa por su cuenta y aunque se tomaba un
tiempo para llegar a la mansión que rentaban, no era mucho pues ésta
siempre estaba en el área del teatro. Total, prefería hacer otro
tipo de cosas que consideraba más productivas que socializar.
Empacó
sus marionetas y tomando el saco, se dirigió a la salida que lo
llevaría fuera de la construcción, mas a medio camino se detuvo. Si
se iba ahora ya no vería el baile final de Sam. Sacudió la cabeza
retomando su camino. Bueno, no importaba en realidad; no estaba
obligado a quedarse y hacerlo. Además, era mejor irse ya o
terminaría rodeado de gente que terminaba por ponerlo de mal humor y
lo enervaban. Tampoco era como si quisiera verla bailar, ya había
sido suficiente y no quería desenfocarse más. Se detuvo poco antes
de llegar a la puerta al escuchar la música de la danza y apretó el
saco que llevaba en su mano con fuerza. Si no quería contemplarla,
¿por qué se sentía obligado a quedarse? ¿Era por ella o por él
que ese repentino deseo nacía en su ser? ¿En realidad anhelaba
seguir viéndola en su papel de linda bailarina o una parte de él
sabía que si se iba, ella se desilusionaría y quería evitar eso?
Giró
su cabeza para mirar a los demás que se amontonaban en la entrada
del escenario deleitándose en la última coreografía del día. No
quería soportarlos a todos si se quedaba. Estaba también la
posibilidad de aguantar hasta el final del baile y luego irse
velozmente, pero le daba la sensación de que Clark ya no lo dejaría
irse y lo obligaría a montarse con él en alguno de los camiones,
cosa que sinceramente le apetecía poco. Recordar a Clark fue el
incentivo que necesitó para despejar cualquier debate interno y
actuara conforme a su plan inicial, saliendo del teatro. Ya había
tenido suficiente con sus directas y molestas sugerencias en cuanto
al hecho de que Sam se veía tan linda bailando que ni él mismo
podía resistirse a sus encantos. Le había dado bastantes razones
para agobiarlo como para estar dispuesto a otorgarle una más. Así,
intentando ocupar sus pensamientos en lo que fuera que no se tratara
de cierta pelirroja, se dirigió a casa.
Las
ovaciones a manera de aplausos sacudieron el teatro una vez más al
tiempo que la música dejaba de sonar y los bailarines quedaban
inmóviles en la pose final, despidiendo de una elegante y grácil
manera a su público. El telón se cerró por unos instantes mientras
cada uno de los participantes en la obra también salía a la tarima
y formaban una línea acomodándose entre sus otros compañeros.
Incluso Tucker, Jill y Mark formaron parte de la fila a pesar de no
participar legalmente, pero bueno, eran los patrones, por lo que
derecho tenían de lucirse. De esa manera era como los integrantes
del Teatro Woods se despedía
de los espectadores al finalizar cada espectáculo y se abría el
telón una última vez, en tanto se inclinaban de manera reverente en
un mudo agradecimiento por su apoyo.
Pocos eran los que no se dejaban ver,
principalmente porque servían principalmente como técnicos de
decoración y luz; sin embargo, entre ellos también estaba Clark,
quien le había asegurado a Sam que no le gustaba recibir más
alabanzas de las que ya le daban cuando concluía su presentación de
marionetas, por lo que prefería tomar el papel de alguien más entre
el público y aplaudir a sus compañeros. Sam pensó que otro al que
no le gustaba recibir felicitaciones de más debía ser Jake, ya que
a él tampoco lo había visto reunirse con ellos al finalizar, ni la
ocasión pasada ni esta. Aunque ahora entendía por qué nunca antes
lo había visto a él o a Clark cuando el teatro fue a su ciudad.
Con todo, decidió que no debía
sorprenderla la continua actitud retraída del joven. Ya había
descubierto que la interacción con sus compañeros no era algo
primordial en su vida. No obstante, eso no impidió que cuando el
telón bajara de nuevo, se apresurara a donde se suponía estaba Jake
esperando. Quería decirle otra vez que su demostración le había
encantado y que se notaba el talento que con esfuerzo se había
forjado. Su desilusión fue mucha cuando descubrió que el hombre de
su afecto no estaba en su sitio apartado; ni siquiera vio el saco por
ningún lado, o de lo contrario habría pensado que fue al baño o a
atender algo más y que pronto regresaría. Sin embargo, nada quedaba
ya de la presencia de Jake. ¿Habría subido al autobús desde ahora
para evitar el alboroto de los demás?
Al pensar en esa posibilidad, otra
realidad apuñaló su mente siendo el herido su corazón. Jake
siempre había salido temprano, justo al terminar su acto,
precisamente para evitar contacto con los demás. ¿No lo sabía ella
mejor que nadie? ¿No había memorizado eso semanas atrás para estar
frente a la puerta y darle la prometida bienvenida de todos los
días?¿Entonces por qué recordarlo la dañaba tanto? ¿Por qué su
corazón se sintió de pronto decepcionado? Fácil. Se había hecho
falsas ilusiones con respecto a su actuar para con Jake. Había
creído ingenuamente que él haría una excepción aquel día que era
tan importante para ella y la esperaría para regresar juntos. Confió
demasiado en que los pequeños, dulces y cálidos momentos que habían
tenido a lo largo de la tarde harían una diferencia, y había
olvidado los días pasados y la desaparición de Jake por su causa.
Había olvidado que su ausencia se debía a que no la soportaba.
Se llevó una mano al pecho y estrujó
la tela del vestido, allí donde se encontraba el corazón, deseando
que de alguna manera pudiera arrancárselo y ya no padecer de tan
intenso dolor que sus propios pensamientos le causaban. ¿Pero cómo
decirle a la mente que se enfocara en algo que no fuera la evidencia
del rechazo de Jake? ¿Qué tal si en verdad había estado luchando
por nada? ¿Acaso había estado lanzando golpes al aire, sin alcanzar
un objetivo? ¿Tenía que rendirse ahora? ¿Debía resignarse a que
todo lo que vivían los dos era porque ella lo forzaba? Después de
todo, Jake no se había molestado en verla efectuar su danza en
ningún momento, ni por cortesía. ¿No era prueba suficiente de lo
poco importante que era para él?
—Se fue, ¿eh? —La voz a su
espalda la hizo girar sobre su eje para encontrarse con su amiga
actriz, quien se encogió de hombros al seguir—: Bueno, no es
sorpresa. Para él, entre más lejos de la gente mejor. Siempre ha
sido así desde que lo conozco y nadie ha podido hacerlo cambiar. Ni
yo, ni Clark... y tú tampoco puedes, Sam.
La pelirroja desvió la mirada de la
seria y un tanto dura que Sasha le lanzaba. Parpadeó varias veces
intentando que las súbitas lágrimas no se derramaran. Así que
Sasha también pensaba lo mismo, ¿eh? Escuchó que la morena soltaba
un suspiro de cansancio para luego sentir que posaba su mano sobre su
hombro. Sam la miró y notó que los ojos de su amiga brillaban
extrañamente y que le sonreía ligeramente en tanto decía con voz
controlada:
—¿Ahora entiendes por qué creo que
Jake no te conviene? Hace que pongas caras tristes, como la de ahora
y no te lo mereces. Anda, Sam, hazme caso y aléjate de él,
¿quieres? Es por tu bien.
—Pero...he llegado tan lejos —se
excusó ella con voz débil, bajando la mirada. Su corazón seguía
obstinado en aferrarse a una esperanza, por ligera que fuera.
—¿Qué es lejos? —Ahora Sasha
sonó impaciente—. ¿Recibir miradas frías? ¿Poca atención? O
mejor dicho, ¿seguir siendo ignorada? ¿Te felicitó al menos por tu
debut?
—Yo... yo...
No supo qué más responder. ¿Sasha
tenía razón? Si así era, ¿por qué Clark se empeñaba en que no
se rindiera con Jake? ¿Por qué le daban consejos opuestos? ¿Quién
estaba en lo correcto o equivocado? ¿Era Clark el de la mala idea al
querer a Jake como un hijo y ser menos objetivo? Aunque, ¿no decía
que ella era como su hija de igual forma? Debía querer lo mejor para
ella también, ¿no? ¿O era Sasha la que estaba equívoca al ser de
carácter más fuerte y poco sensible? Pero era su mejor amiga y
también buscaba su bien, ¿cierto? ¿Por cuál se inclinaría a
obedecer y tomar en cuenta?
—¡Chicas!
El llamado de Clark entre el gentío
las obligó a posar su atención en él, que ya las había
interceptado y se les acercaba.
—¿Qué quieres? —preguntó Sasha
al estar junto a ellas.
—A ti te buscan algunos de tus fans,
Sasha —informó el hombre sonriente, por lo que la actriz no tuvo
más remedio que despedirse de ellos e ir a atender el llamado—. Lo
siento, Sam, pero tú todavía no tienes admiradores. Pero no te
preocupes que pronto los tendrás. ¡Esta vez estuviste asombra,
igual que la otra! Es más, ahora estuviste mejor.
—Muchas gracias, Clark —Sam esbozó
una sonrisa desganada.
—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo
malo? —inquirió el marionetista, preocupado, notando el ambiente
depresivo de la joven.
—No es nada. Eh... Será mejor que
vaya por mis cosas. Nos vemos en el camión, ¿sí?
Y
sin darle oportunidad al otro de decir algo, Sam se retiró
haciéndose paso por todo el personal hasta que llegó a los
vestidores. Se suponía que ese sería un día feliz. ¿Cómo había
terminado en desazón y amargura? Se colocó su morral inseparable en
cuanto lo tuvo a la vista y a través del material del mismo pudo
sentir la adorada marioneta al aferrarla con fuerza, y no pudo evitar
preguntar en silencio: “¿Qué hago, Matt?”
Estaba mal, muy mal; peor que mal. La
idea de Jake al arribar a la mansión había sido la de encerrarse en
su habitación para trabajar en alguno de los incontables proyectos
que tenía en mente. Después de todo, darle forma y vida a las
marionetas siempre había sido su pasión. Sin embargo, su objetivo
se había ido al drenaje de la manera más cruel posible cuando, al
cerrar la puerta de su cubículo y después de sacar todos los
utensilios y materiales necesarios para empezar, quedó estático en
su silla frente a la mesa de trabajo, sin siquiera dignarse a tomar
entre sus manos alguna herramienta. No, sino que su insolente mano
parecía moverse contra su voluntad simplemente para llegar al
bolsillo, sacar el reloj y ver la hora. Acción que se le antojaba
una inutilidad inmensa. Por mucho que mirara la hora, los segundos no
correrían más rápido ayudándolo en su repentina y absurda
urgencia —no, no era deseo— de que Sam regresara a casa.
Y
es que temblaba de nervios por dentro. Jamás pensó que llegaría a
hacer lo que había estado haciendo los días pasado, y mucho menos
había pensado que la causante de todo fuera alguien que estaba
destruyéndolo poco a poco. Pero lo había hecho y no había marcha
atrás, y ese pequeño y plano objeto en forma de colibrí que
brillaba bajo la luz de la lámpara de aceite era prueba de ello. Fue
una súbita decisión, en realidad; se atrevería a decir que nació
en un momento de locura. Al saber que Sam bailaría sintió la
obligación —no, tampoco era deseo— de darle un obsequio por su
iniciación como bailarina en el grupo. Y a pesar de que procuraba
convencerse de que era por mera educación, el tiempo que dedicó a
la búsqueda de algo adecuado para la pelirroja desmentiría sus
pensares.
Había dedicado todo momento de casi
todos los días pasados a ese obsequio de “compromiso”, hasta el
grado de llegar a levantarse muy temprano y no regresar a casa hasta
en la noche. Sin embargo, le había resultado más complicado de lo
que había imaginado en un principio. A pesar de que había un montón
de cosas bonitas para el cabello que podrían funcionar como adorno
para ella al bailar, dudaba a la hora de adquirirlo. No tenía
siquiera la más remota idea de los gustos de ella; si tenía un
animal favorito, o una flor o tan sólo qué color le gustaba más.
No sabía nada de ella y eso lo retuvo incontables veces de comprar
algo. Cuando llegó el día de la primicia de Sam, él no tenía nada
para darle, lo que lo desesperó bastante y más porque al ver la
hora, descubrió que ya todos estarían alistándose para ir al
teatro. Entonces, lo vio en el escaparate de una de las incontables
tiendas del barrio. Un simpático broche para ropa, ni siquiera para
el cabello que era lo que buscaba, que tenía la forma de un colibrí
visto desde perfil. Era de plata casi en su totalidad exceptuando el
ojito del ave que era de zafiro y el pico que era de oro.
Le gustó en cuanto lo vio, por lo que
no se paró a pensar en ese momento si le gustaría a Sam o no y lo
compró con prontitud, pues tenía que ir al teatro para ver el
estreno del baile de Sam, por curiosidad —insistía, no era deseo.
Y era precisamente que ya después de pasar la presión, estando en
la tranquilidad de su habitación, se ponía a meditar en la
intrepidez de sus actos y la duda lo asaltó. ¿Había sido buena
idea comprar eso sin pensárselo mucho? ¿Le gustaría a Sam? ¿Lo
rechazaría de plano o lo aceptaría de mala gana? La mejor manera de
evitarse cualquier tipo de bochorno y desprecio era no dándole nada.
Total, nadie sabía que había comprado ese broche y mucho menos
conocían el motivo, por lo que no importaba si se lo quedaba él.
Mas tampoco era como si le gustara acumular cosas que no utilizaría
y que se volverían un estorbo. Suspiró con agotamiento. ¿Qué
rayos iba a hacer? ¿Y por qué se rebanaba el cerebro por nimiedades
como esas?
Se escucharon golpes en la puerta y no
pudo evitar saltar en su lugar, asaltado; los nervios no se apiadaron
de él cuando se asentaron en su estómago, revolviéndolo. Miró el
colibrí sobre la mesa y su natural brillo lo instó a llevárselo
con él. Soltó un suspiró tormentoso, con parsimonia, al tiempo que
se levantaba, ignorando el objeto. Se acercó a la puerta y la abrió.
Allí estaba ella, sosteniendo la bandeja con los alimentos y
sonriendo como siempre... No, esta vez la sonrisa que mostraba
difería a las anteriores. Esa era forzada y ¿triste? ¿Por qué? Su
inquisidora e insistente mirada la perturbó porque bajó la mirada,
avergonzada.
—Ah, yo... quería decirte que me
gustó tu acto, pero te fuiste antes de que pudiera decirte algo, así
que, bueno, aprovecho. Lo hiciste muy bien...
La voz de Sam se apagó y evitó
contacto con los ojos de Jake. Era tan difícil verlo con todo ese
torbellino de inquietudes y dudas que tercas estaban en establecerse
en su cabeza. ¿Qué tal si estaba presionándolo con todo eso de ser
ella la que entregaba sus alimentos? Tal vez estaría bien que le
daba un momento de espacio y dejaba de verlo unos días más, así
como él parecía querer, aunque a ella la desgarrara por dentro.
Sintió que él le arrebataba la bandeja con velocidad y antes de que
pudiera levantar su vista a verlo, escuchó un rápido:
—Espera.
Y cuando finalmente alzo sus ojos, no
vio más que la puerta de la habitación del joven cerrarse. Parpadeó
confundida. ¿Había escuchado bien? ¿Jake le había pedido que
esperara o su imaginación le hizo otra mala jugada? ¿Qué tal si
incluso había dicho otra cosa como “vete” y ella sólo escuchó
lo que quería escuchar? Claro que eso parecía tan incongruente como
sonaba. No tuvo mucho tiempo de pensarlo, pues casi de inmediato la
puerta se abrió y Jake se dejó ver ante su persona con su brazo
ligeramente extendido hacia ella, teniendo el puño cerrado.
—Toma —dijo sin más.
Sam volvió a parpadear y extendiendo
las manos, las puso bajo el puño de él, por lo que el pequeño
colibrí aterrizó en sus palmas cuando él abrió la suya. Jake no
se molestó envolverlo en papel de regalo o en una tela. Por Dios que
él era práctico. Además, tenía prisa en dárselo. No le gustaba
esa mirada melancólica en ella; tal vez si le daba el colibrí, esta
cambiaría a otra; hasta una burlesca le valía... o quizás no, pero
ya no podía echarse para atrás. Sam lo miró por unos instantes
confusa y él maldijo la ingenuidad de ella. ¿De verdad volvería a
hacer que se lo dijera directamente? Sintió que la sangre subía a
su rostro a pesar de que intentó evitarlo y no atreviéndose a
mirarla a los ojos, enfocó su vista en un punto inespecífico del
pasillo, aclarando su garganta.
—Por tu debut. Bailaste bien.
En la última palabra, con el pulso a
mil, la miró discretamente y de reojo para ver su reacción, la que
primero se tradujo en una sensación de asombro. Sam abrió los ojos
sorprendida, principalmente por la declaración de él. Si la
felicitaba por su danza era porque ¡sí la había visto bailar!
Luego miró el broche que sostenía en las manos y le pareció
precioso, hermoso, un tesoro incomparable. Su pecho se contrajo en
una alegría que la orilló a inhalar de manera entrecortada ante el
peso de su dicha. Y no pudo controlarse más, al exhalar, el
sentimiento explotó, materializándose en tórridas lágrimas que
bajaron por sus mejillas como corrientes imparables, en tanto un
trémulo incontrolable se apoderaba de su cuerpo. Y al verla, Jake se
alteró. ¿Por qué lloraba? ¿Tan feo le había parecido el regalo
como para llorar? ¿O es que se burlaba de él? Su orgullo se sintió
herido.
—Si no lo quieres, no tienes por qué
conservarlo —dijo intentando no sonar dolido y alargó el brazo
para quitarle el colibrí a Sam, pero ella se apresuró a dar un paso
hacia atrás.
—¡No! —casi gritó, abrazando el
objeto contra su pecho con ahínco, temerosa de perderlo si lo
soltaba un momento—. Me encanta, mucho, demasiado —respondió con
voz entrecortada por los sollozos y sin dejar el llanto.
—¿Entonces por qué lloras? —se
atrevió a preguntar, confundido.
—¿Por qué? —Sam sonrió con
ternura—. Pues, porque estoy feliz, muy feliz —Ella notó que
Jake fruncía el ceño incapaz de comprender a qué se refería—.
¿Es que nunca has llorado de alegría, Jake?
“¿Es
siquiera eso posible?”, se
preguntó con desconcierto el pelinegro. ¿Llorar de felicidad?
¿Cómo? Era absurdo, tonto e irrazonable. Las lágrimas
representaban sufrimiento, amargura y tristeza; no podían significar
gozo y contento. Era ridículo. Al ver el debate mental que Jake
parecía tener, Sam, un poco más controlada, rio un poco al tiempo
que se limpiaba las lágrimas. El marionetista se sonrojó mucho más
sintiéndose mayormente humillado ante su aparente ignorancia. La
pelirroja explicó:
—A veces, cuando una persona está
tan contenta que no puede demostrarlo ni con una sonrisa o una risa,
es necesario que llore para expulsar su regocijo. Debe ser una
satisfacción muy grande porque no ocurre con frecuencia, pero sí
suele pasar. Como ahora —Sam volvió a mirar el colibrí con una
sonrisa espléndida y ojos cargados de cariño, para después posar
su completa atención en Jake—. En verdad te lo agradezco, Jake.
Significa mucho para mí. Lo guardaré con vehemencia, lo prometo.
Jake abrió la boca para decir algo,
pero no encontró la voz. La sonrisa de Sam lo había desarmado por
completo, por lo que con un simple asentimiento de cabeza, se dio la
vuelta y entró a su cuarto, dejando a Sam sola en el pasillo, a
quien las inseguridades habían decidido dejarla después de aquel
encuentro maravilloso. Después de todo, el día sí había terminado
feliz y aunque el manto nocturno imperaba en en el cielo, para ella
parecía iluminar más fuertemente que un día soleado, pues la
esperanza por la que tanto había estado preocupada, había decidido
mostrarse hoy. Ya tenía más razones para seguir adelante.
23
El día siguiente arribó y Sam se
levantó con energías renovadas que fueron evidentes para sus
compañeros cuando la vieron danzar de manera sutil y ligera por
todos los pasillos de la mansión, al tiempo que tarareaba lo que
parecía una melodía alegre. Eso despertó la curiosidad de muchos,
mas no se atrevieron a preguntar debido a que no contaban con tan
estrecha relación con la joven; los únicos que podían hacerlo eran
Clark y Sasha, quienes no esperaron invitación para iniciar el
interrogatorio al tenerla enfrente, ya a la hora de repartir el
desayuno.
—Parece que hoy te has levantado con
mucho ánimo —observó Clark con una sonrisa por el estado de la
pelirroja.
—Es verdad que siempre eres
enérgica, peor hoy te pasas —estuvo de acuerdo Sasha.
—¿En serio? —preguntó a su vez
Sam, radiante—. No lo había notado.
—Pues hay algo diferente en ti
—aseguró la actriz detallándola minuciosamente de pies a cabeza,
hasta que sus ojos chocaron en el brillante broche de colibrí que
adornaba su vestido. Nunca antes se lo había visto—. Ese broche es
nuevo, ¿verdad?
—Ah sí. Eso es lo diferente a lo
que quizás te referías, Sasha —comentó el hombre y se dirigió a
Sam—. Me fijé que lo traías desde que te levantaste. ¿Dónde lo
conseguiste? Es bonito, aunque no recuerdo haberte visto dejar la
casa para ir de compras.
—Fue un regalo —informó Sam con
un brillo de ilusión en sus ojos.
—¿De quién? —preguntaron los dos
curiosos, y luego Sasha continuó con voz pícara—. ¿De algún
admirador?
—No, fue un regalo de Jake por mi
debut.
Para Sam decir aquello significaba
mucho, pues nunca pensó que ese sueño suyo se hiciera realidad.
Había recibido muchos regalos a lo largo de su vida, pero el de Jake
era el segundo que cruzaba la línea entre lo bonito y lo especial.
Simplemente era un detalle que guardaría con cuidado y amor. Y dado
que ni ella había llegado a pesar que Jake pudiera ser tan
detallista, fue obvio que Clark y Sasha tampoco lo pensaran, razón
por la que de sus bocas salió una exclamación de sorpresa e
incredulidad, en tanto sus expresiones se tronaban asombradas a más
no poder. Luego, el marionetista sonrió con felicidad inigualable,
mientras la joven fruncía el ceño con inquietud.
—Eso es fantástico, Sam;
honestamente me resulta un poco difícil de creer, pero es fantástico
—le dijo Clark entusiasmado.
—Lo sé, me siento honrada. Oh, es
mi turno. Bueno, nos vemos ahora. Le llevaré su comida a Jake.
—Adelante —concedió Clark viendo
que ella hacía su labor y sin dejar el contento, le comentó a su
compañera a su lado—. ¿No es genial, Sasha? Parece que Sam
realmente está echando abajo esa barrera que recluye a Jake de los
demás. Es emocionante.
—¿Sí? Ya lo veremos —fue todo lo
que salió de la boca de la mujer antes de obtener su propia ración.
Mientras tanto, Sam se dirigía a la
habitación de Jake sin que su gozo se viera menguado de ninguna
forma. Quería demostrarle que había dicho la verdad cuando le
comentó lo feliz que la hizo su obsequio. Quería que viera que las
lágrimas de anoche no habían sido falsas o de descontento, sino que
de verdadero júbilo; pero sobre todo, quería enseñarle cuánto
valoraba su nuevo broche, sabiendo que no había mejor manera de
hacérselo saber que usándolo el mayor tiempo posible. Se colocó
frente a la puerta y tocó. Como casi siempre, la respuesta fue
inmediata y al visualizar al dueño de su amor, la sonrisa en sus
labios se vio más amplia y resplandeciente.
—Buenos días, Jake. ¿Dormiste
bien?
—No —fue la cortante réplica de
él.
—Oh —Sam se tornó incómoda y
contristada. ¿Por qué siempre hacía las preguntas equivocadas?—
Lamento eso.
—No importa, no es tu culpa.
“Grandísimo mentiroso”,
pareció gritarle la mente a Jake. Por supuesto que era la culpa de
ella, porque no quiso desaparecer de sus pensamientos las horas
pasadas, ocasionando que
el sueño rehuyera de él.
Así que se hallaba cansado y fastidiado porque la pelirroja ya no
sólo se mantenía clavado en su cabeza durante el día, sino que
también en la noche. ¿Es que nunca descansaría de ella? Sin
embargo, no iba a decirle todo eso. ¿Para qué? ¿Para que ella
dejara de mostrar la felicidad que mostraba en
ese instante? ¿Para verse él
responsable del efecto negativo que seguramente sus palabras le
causarían? Prefería no arriesgarse. Lidiar con la Sam contenta era
tan complicado como lidiar con la depresiva, según su criterio; pero
al menos sabiéndola risueña lo hacía sentir bien.
En
eso, el brillo natural del colibrí llamó su atención, fijándose
hasta ahora que ella lo llevaba puesto. Frunció el entrecejo
confundido y no pudo retenerse de preguntar al momento de
señalar
el objeto:
—¿Por qué lo estás usando?
Dijiste que lo guardarías.
—Es verdad, pero me refería a que
lo cuidaría mucho. Además, ¿de qué sirve tener algo que se
utiliza y nunca lo haces? De alguna manera eso resta su valor y su
propósito; yo no quiero eso porque este broche es muy importante
para mí. Por eso quiero darle el uso que se merece lo más que
pueda. El vestuario del baile no permite accesorios ajenos al mismo,
pero al menos aquí puedo ponérmelo libremente.
Y una punzada de felicidad se incrustó
en el interior de Jake y eso sí fue algo que no se molestó en
negar. Jamás se había tomado la fatiga de darle un presente a
alguien bajo ningún concepto; ni siquiera a Clark que había hecho
tanto por él. Y es que desde que podía recordar, él y todo lo que
representaba, incluyendo trabajos, esfuerzos y energías, había sido
valorado en lo monetario o lo que fuera que otorgara ventaja y
conveniencia. No obstante, allí estaba Sam, viendo a través del
objeto y las ventajas, enfocándose en el gesto; porque ese prendedor
no servía para nada y con todo, la hacía extremadamente feliz.
¿Cómo era posible que algo tan inútil la hiciera sonreír de esa
manera?
Obviamente que no diría nada al
respecto y tan taciturno como siempre, se limitó a tomar la bandeja
sin soltar otra palabra, cerrando la puerta dispuesto a continuar
trabajando. Tiempo después, tuvo la inesperada visita de Clark y
Mark, que fueron a verlo con la intención de nada más que
fastidiarlo y humillarlo. Parecía ser que Sam les había dicho
acerca del prendedor y Clark le hacía saber su contento de manera
irritante preguntándole cosas como cuándo sería el siguiente
obsequio que le diera a la bailarina, qué sería y si ahora sí
tendría la cortesía de informárselo. Mark en cambio, se limitaba a
quejarse porque a él nunca le había dado nada. Fue en ese instante
y solo en ese instante, en el que Jake deseó que Sam hubiese
guardado y bajo llave aquel colibrí.
De
esa manera, los días pasaron imparables, convirtiéndose en semanas
que dieron fin al verano para abrirle las puertas a su vecino el
otoño. Época del año que para Sam equivalía
un mundo lleno de los recuerdos más bellos, así como de los más
devastadores. Y es que la llegada del otoño también traía consigo
un año más de la muerte de Matt y por mucho que lo intentara, no
podía evitar verse más distraída y aborta en sus remembranzas
durante esa estación en específico. No obstante, aun con todo lo
vivido, no dejaba de amar el otoño. Simplemente amaba sus colores y
su clima. Amaba que fuera la transición entre el
verano
y el invierno; dos épocas que nada tenían que ver la una con la
otra y que sin embargo eran unidos por el otoño.
Pasaba
del medio día y la pelirroja se mantenía echada sobre su saco de
dormir, hallándose sola en la habitación en tanto escribía una
carta a sus hermanos. Procuraba mandarles sus
razones
cada
que tenía la oportunidad,
tanto a ellos como a Leilany y Fred, a pesar de que a veces pasaran
más de dos semanas para conseguirlo. Sabía que para todos ellos era
complicado hacerle llegar alguna masiva dado el constante movimiento
del teatro y no negaba que eso la ponía triste. Después de todo,
eran su familia y ansiaba saber qué tal iban las cosas en la tienda
de artesanías de Leilany y
cómo estaba Fred; quería
saber qué
tal le iba a Logan con la granja, cómo la llevaban Rob y el pueblo;
anhelaba
enterarse de cómo
le iba a Pass con su nuevo bebé, al que deseaba ver y abrazar con
fuerza. No podía hacer mucho al respecto, salvo no cruzarse de
brazos a la hora de mantener ella comunicación, pues aunque para
ellos no era fácil localizarla, ella sí que podía hacerlo con
ellos.
Ahora
se concentraba en sus hermanos. Amaba a Logan muchísimo y confiaba
en el, pero a la hora de escribirle siempre lo hacía de una forma
muy general, dándole a entender que las cosas estaban bien para
ella. Por el contrario, con Pass era mucho más abierta. No le
hablaba de los roces que tenía que Glynn y que parecían no
disminuir
a causa de Brian, para no preocuparla; mas si le hablaba del rubio a
manera de acosador. Le contaba sobre Sasha y Clark y lo buenos amigos
que eran los tres, e incluso llegó a escribirle que el hombre la
había adoptado como hija. También le hablaba sobre los dueños del
teatro y lo lindo que era su hijo Mark. Y por supuesto, mencionaba la
constante en cada una de sus cartas: Jake.
Y
era precisamente de él de quien escribía en ese momento. Esperaba
que su hermana pudiera sentir a través de las letras que plasmaba,
la dicha que no había querido abandonarla esas semanas gracias al
hecho de que Jake, a pesar de que continuaba mostrándose apartado de
todos con su frívolo carácter, al menos ya se había hecho rutina
tener conversaciones cada que ella iba a darle su comida o durante el
espectáculo de la obra actuada. La entristecía que
él optara por no quedarse al concluir la representación, pues
así podían
irse juntos y hablar un poco más, pero comprendía que conseguir
platicar con él —siendo ella la principal
emisora
y él simplemente
el
receptor—
ya era un avance enorme, así que debía ser mayormente paciente;
ahora estaba segura de que sus esfuerzos eran recompensados de un
modo u otro.
De
lo que todavía no se sentía capaz de sacar a relucir de ninguna
forma era la incertidumbre que ocasionaba en su interior ese parecido
físico tan increíble que tenía Jake con Matt. Y es que lo
encontraba asombroso y la intrigaba sobremanera. Mas muy en el
interior, por mucho que su curiosidad fuera grande, prefería
quedarse con la incógnita. Según ella, no necesitaba enterarse al
respecto porque le daba miedo; lo que fuera que estuviera detrás de
ese parecido la asustaba, lo reconocía. Así que ya no indagaba
siquiera sobre el pasado de Jake, cosa que la frustraba bastante
porque sí que deseaba conocer un poco más acerca del marionetista,
pues
de esa manera podría entender mejor su
actitud
y podría
familiarizarse
más con él, unir su lazo.
Negó
con la cabeza. No había duda de que era un remolino de pensamientos
e ideas, y prueba contundente de ello era el haber dejado a medias la
carta de Pass. Suspiró larga y tendidamente; a veces todo era tan
confuso. Tomó el morral que descansaba en el suelo a un lado de ella
y sacó la marioneta de Matt, contemplándola con cariño. No se
cansaba de observarla; era su principal tesoro... Bueno, uno de
ellos. Se llevó una
mano al colibrí prendido en su ropa, allí donde estaba el corazón.
Ya no podía olvidarse de ese tesoro tampoco.
—Pero mira esto.
La
voz detrás de ella la sobresaltó y el pulso le aceleró a mil
cuando unas manos se adueñaron de la marioneta, arrebatándola de la
seguridad de las suyas.
—¡Sasha! —nombró a la recién
llegada levantándose para encararla, con un ligero tono de pánico
en su voz—, No te oí entrar.
—No
quería asustarte o molestarte; parecías muy concentrada —comentó
en tono
causal la actriz, analizando
con fijeza el títere que sostenía—. ¿Dónde sacaste esta
marioneta? ¿Te la dio Clark?
—No, no.
—¿Jake? —Sasha frunció el ceño
disconforme—. Se parece a él.
—No, tampoco me la dio él y que se
parezcan es una coincidencia —informó Sam rescatando a Matt del
agarre de la morena, apretándola contra su pecho.
—Eh, tranquila. No te pongas tan a
la defensiva. Es solo que de pronto llamó mi atención. Así que si
Clark no te la dio y Jake tampoco, ¿quién lo hizo?
Sam
bajó la cabeza, dubitativa. Jamás hablaba con nadie de Matt, tan
solo con Leilany y Fred, y aun entre ellos nunca mencionaban el
incidente; resultaba demasiado doloroso. Sin embargo, lo que más la
retraía de hablar de él era el hecho de que en parte, de algún
modo, el desenlace había sido su culpa y su conciencia no dejaba de
recordárselo. Si esa noche no hubiera detenido el caballo para pedir
explicaciones, si hubieran llegado a la oficina del sheriff con
prontitud, si hubiera confiado más en Matt, entonces
tal vez él estaría vivo, estaría
allí en el teatro junto a
ella, cumpliendo el sueño
que compartían, como se
supone las cosas debían
ser. Claro que los “hubiera” no existían ni valía la pena
gastar neuronas en ellos.
Después de todo, su vida era feliz, de diferente forma a la que pudo
imaginar cuando
tenía quince y lo conoció a él, pero era feliz.
—Oh,
ya veo —habló al fin Sasha con son ofendido al ver que Sam no
parecía dispuesta a soltar nada—. No me contaras nada, ¿correcto?
Bien, no importa. Ahora veo la importancia que cumplo en tu vida como
mejor amiga. No te preocupes, ya lo sospechaba, pero me alegra que
quede claro. Prometo no volver a fastidiarte.
—Espera, Sasha —Sam la detuvo al
ver que se disponía salir del cuarto—. Por supuesto que eres
importante para mí y te aprecio, pero es complicado.
—Me gusta lo complicado. Anda,
desahógate un poco que siento falta te hace. ¿O será que no
confías en mí? —la morena usó su expresión más dolida.
—Confío, confío en ti —aseguró
la pelirroja y su amiga le hizo señas para que continuara. Sam miró
la marioneta otra vez, esperando que le infundiera algo de valor—.
Fue un regalo de mi primer amor.
—¿Tu primer amor? —Enterarse de
eso sorprendió a Sasha—. ¿Ya habías estado enamorada antes?
¿Estás engañando a este chico con Jake? ¿Estás jugando con los
sentimientos de Jake, Sam?
—Por favor, Sasha —la voz de Sam
se convirtió en un tembloroso hilo. Lo que su amiga sugería la
hería—. ¿Cómo puedes pensar eso? ¿En realidad me crees capaz de
un acto tan vil?
—Tienes razón, lo siento. Es que
fue inesperado y me tomó con la guardia baja. Pero insisto, ¿qué
pasó entre ustedes? Si te dio eso la cosa iba en serio, ¿no?
También significa que es marionetista, ¿cierto?
—Sí, lo era. Se llamaba Matt.
—¿Se llamaba? —Sasha frunció el
ceño con pesar, de pronto sabiendo la respuesta a su pregunta.
—Él
murió hace algunos años —el dolor que esas palabras ejercían
todavía sobre ella se
reflejó en la voz pues
se le
quebró.
—Oh, yo... —La morena balbuceó un
par de cosas antes de quedar en silencio un momento—. Lo siento.
Debió ser difícil.
—Está bien, ya lo superé. Lo
recuerdo y me pongo sensible, pero sé que es la realidad. Además,
esta marioneta me ayuda a tener en mente cómo era; alegre y
sonriente. Estrictamente hablando, es su retrato.
—¿Quieres
decir que este chico Matt, se parecía a Jake? —La
actriz vio que Sam parecía meditarlo un poco, dudosa, para después
asentir. Suspiró—. Eso me preocupa, ¿sabes? Me da la impresión
de que lo reemplazas con Jake.
—¡No! —se apresuró a negar—.
No es así. Son muy diferentes en personalidad...
—¿Y qué? Un reemplazo no tiene que
ser lo mismo o igual que lo reemplazado.
—Oh, Sasha —los ojos de Sam
escocieron ante las ganas de llorar que la asaltaron. No le había
confesado una de sus experiencias más significativas para que la
juzgara.
—Al menos admite que el que se
parecieran fue lo que te orilló a interesarte por Jake, Sam.
—Al
principio solamente. Después eso cambió; después quise conocer
al Jake que se mostraba
frente a mí. Me enamoré de Jake por quien es, no por cómo luce.
—Y
te creo, en serio, pero no creo que él
lo entienda. ¿Te has preguntado qué pasaría si se entera de esa
marioneta? Preguntaría de dónde salió y si decides contarle todo,
¿qué? ¿Crees que lo acepte así como así? No, Sam. Jake estaría
convencido de que es el reemplazo y te odiaría el resto de su vida.
Sam
abrió la boca dispuesta a decir algo, pero la cerró al instante,
incapaz de hallar las palabras adecuadas. Iba a refutarlo, iba a
aseverarle a Sasha que lo que decía no era verdad, que Jake no
haría eso, ¿pero qué tan
segura estaba ella misma? Era verdad que el joven iba abriéndose a
ella en mayor medida con el paso del tiempo y
de una manera un tanto lenta,
mas en ese momento aún le parecía demasiado defensivo en cuanto al
exterior, buscando protegerse. Y para ser sincera, Jake le resultaba
un completo misterio. A veces creía conocerlo bien para después
verse sorprendida por alguna acción o dicho que salía de su temple
usual. Y también era consciente de que Jake podía ser un tanto
extremista.
—Escucha,
Sam —Sasha la sacó de sus cavilaciones—. Si te digo esto es
porque me importa lo que pueda pasarte, y aunque no me haces caso
cuando te digo que te alejes de Jake porque puedes salir lastimada,
al menos date cuenta que hay asuntos que no podrán hablar entre
ustedes, quizás nunca puedan.
Eso
ya hace la relación disfuncional. Bueno, menos mal que llevaste bien
la pérdida de
tu
antiguo amor, me da gusto y también me alegra que fueras capaz de
enamorarte de nuevo. Uf, yo me habría sentido como una traidora.
—¿T-traidora?
—De pronto, a Sam la
palabra se le antojó como un sabor muy amargo que se asentaba en su
paladar.
—Claro,
imagínate, es como si el amor que le tuviera no fuera serio. No sé,
sentiría que no respetara
su memoria. Como si lo que vivimos no fue lo suficientemente especial
que necesitara de alguien más. Claro que es mi opinión, así que no
te mortifiques. Yo me voy para que termines lo que estabas haciendo y
cuida esa marioneta si es tan importante para ti.
Sahsa
salió de la habitación dejando a Sam llena de contrariedad y
desasosiego. ¿Acaso estaba traicionando el amor que sentía por Matt
como Sasha decía? Sacudió la cabeza con vehemencia. No era posible,
jamás sería capaz de eso. Ella siempre lo amaría. ¿Significaba
eso que debía mantenerse sola para siempre; que no podría darle a
su corazón una segunda oportunidad de amar? Ella podía compartir su
amor tanto por él como por Jake; tenía el suficiente como para
lograrlo. No engañaba a ninguno de los dos de esa manera, ¿o sí?
Por
si fuera poco, Sasha tenía razón, ella
también creía que hablarle
a Jake de Matt no era tan buena idea y eso le dolía; no poder
compartir ese episodio de su vida tan trascendental con Jake la hacía
sufrir. ¿Cómo podían mantener un vínculo estable si había
secretos de por medio? Pero la llenaba de zozobra imaginar la
reacción de Jake al enterarse. Por Dios que no quería perderlo, no
quería. Lo mejor era continuar como estaban, sin pensar siquiera en
la similitud de los dos en cuanto
a la apariencia; sin meter a
Matt entre ella y Jake en cada momento; seguir
como si... como si...
“Matt
jamás hubiera existido”.
Su
propio pensamiento la aterrorizó y abriendo los ojos
desmesuradamente se llevó las manos a la boca para ahogar el grito
de indignación que quiso lanzarse a ella misma. Esa tampoco era la
solución. Los ojos volvieron a inundarse de lágrimas y le pidió
perdón a Matt en silencio. Y prefirió dar por terminados todas esas
reflexiones. Su cabeza estaba sobre calentada ahora la
hacía pensar
tonterías. Inhaló y exhaló repetidas veces para calmarse; luego se
dispuso terminar la carta para Pass.
24
Las palabras de Sasha en cuanto a todo
el asunto de Matt no salieron de la mente de Sam durante el
transcurso de ese día y de los que subsiguieron a este; no podía
evitarlo. El sentir de que traicionaba a su primer amor no era
exactamente el principal de sus pesares, pues estaba convencida de
que jamás dejaría de amar a Matt y estaba segura de que él habría
querido que ella fuera feliz y se diera la oportunidad de entregar su
corazón a alguien que lo mereciera ahora que no estaba. Sin embargo,
lo que la atormentaba viva era el hecho de que, aunque consideraba a
Jake como merecedor de su cariño a pesar de las dificultades y las
barreras de al inicio que comenzaba a derrumbar con el tiempo, en ese
instante le parecía que era ella la que no lo merecía a él.
Jamás había tenido la intención de
guardarle algún secreto y mucho menos algo que fuera tan importante,
mas ahora estaba haciéndolo; estaba ocultándole a Matt, estaba
escondiéndole lo mucho que él significó para ella, no hablaba de
lo desconcertada que estaba por el parecido entre los dos, y eso la
destrozaba por dentro. Ninguno de los dos se merecía lo que les
hacía. De alguna forma sí que se sentía una traidora para con
ambos. El miedo de perder a Jake de algún modo al revelarle todo la
atenazaba por completo, la volvía débil y la hacía desconfiar de
todos, de ella misma, de Jake. Sí, también demostraba falta de
confianza para con el pelinegro pues temía que su reacción al saber
la verdad fuera exactamente como Sasha había descrito y no quería.
Todos esos tumultuosos y agobiantes
pensamientos la agotaron no solo mental sino que físicamente también
cuando la privaron del sueño varias noches y sus energías se vieron
menguadas gradualmente, hasta el grado de que su rostro se tornó
demacrado, ojeroso y cansado. Evidentemente, la mayoría notó su
estado y cuando Clark le preguntó preocupado si tenía algún
problema, ella no puedo más que mentir y decir que estaba un poco
nostálgica, pero que ya se le pasaría, e incluso le obsequió una
muy forzada sonrisa que no convenció al hombre para nada, pero poco
pudo hacer ante su abstinencia de dar información. Fue en aquel
estado en el que su próxima mudanza la recibió.
Y en tanto ella empacaba sus
pertenencias con lentitud y distracción, en su habitación, Jake
hacía lo mismo con las suyas, aunque las guardaba muy mecánicamente
al mantener su mente por completo en nadie menos que la pelirroja. El
último par de días no había estado luciendo bien; parecía estar
enferma, algo que no tenía nada de extraordinario teniendo en cuenta
que la época de gripe arribaba junto con el otoño y que muchos de
los integrantes del teatro la tenían. Sin embargo, al preguntarle a
Clark si se trataba de un resfriado lo que mantenía a Sam tan mal,
él le había informado que no, sino que extrañaba mucho su casa y
su familia y por eso parecía enferma, pero que pronto volvería a
ser la joven vivaz y sonriente que todos amaban y apreciaban
—obviamente enfatizó las últimas palabras mirándolo a él de
manera pícara con la clara intención de molestarlo, pero lo dejó
estar.
Honestamente, no comprendía. ¿Cómo
alguien podía echar tanto de menos a su lugar de origen o el sitio
donde pasó la mayor parte de su vida hasta el grado de mostrar
malestar físico? Era algo que a él no le pasaría jamás, estaba
seguro. Aunque suponía mucho dependían las vivencias de las
personas. En contraste con él, Sam debía tener hermosas memorias de
su ciudad, familia y amigos, por lo que debía ser lógico que los
extrañara tanto. Con todo, seguía sin entenderlo del todo. ¿Acaso
Sam no estaba haciendo bonitas remembranzas allí, por lo que
prefería recordar las anteriores? ¿Acaso no estaba pasándola bien
con todos sus nuevos amigos por lo que pensaría regresar? ¿Lo que
vivía con los demás, con Mark, con Clark, con él, no era
suficiente como para evitar su nostalgia?
“Eres un idiota, Palmer”,
se recriminó con un sabor amargo en la boca.
“Lo único que has hecho es saturarla de razones para
extrañar su antigua vida”.
Y recordó todas las veces que le
complicó la existencia con sus crueles tratos, su indiferencia y sus
palabras rudas e hirientes, así que unos sentimientos de
culpabilidad, remordimiento y arrepentimiento que nunca había
experimentado envolvieron su corazón, haciendo que doliera. Y es que
ni reconocer que había sido muy grosero con Clark los primeros años
después de que se conocieron había causado tanto revuelvo en su
interior. No le sorprendería si un día de esos Sam llegaba con la
noticia de que dejaría el teatro y volvería a su gente. Lo que sí
lo asombró fue darse cuenta del efecto que tuvo el simple
pensamiento de esa posibilidad cuando un repentino vacío en su alma
se presentó, despiadado; y su mente se preguntó qué pasaría si se
volvía una realidad. Estaba seguro de que sufriría como... no
quería saber.
Miró la mano con la que empacaba sus
herramientas y descubrió que temblaba sin reparos; el súbito deseo
de reírse de sí mismo lo asaltó. Era increíble que la simple
imagen de Sam dejándolo causara semejante reacción en él, que lo
asustara tanto. Y eso que apenas podían considerarse compañeros. ¿O
ya llegaban a amigos? Tal vez sí y como se había acostumbrado tanto
a verla, si de pronto no lo hacía se sentiría incompleto. Sacudió
la cabeza para despejar cualquier imagen en cuanto a la posible
partida de la pelirroja. Todavía no pasaba y no estaba completamente
seguro de que pasaría, así que no valía la pena rebanarse el
cerebro por eso.
Llevó sus sacos y maletas al camión.
Le extrañó un poco que Clark no hubiese aparecido en su puerta para
preguntarle si necesitaba ayuda como cada vez que se mudaban; tampoco
Sam había aparecido. Retornar sus cavilaciones a ella le hizo creer
que quizás el hombre había decidido acudir en su ayuda en esa
ocasión. Sus suposiciones se volvieron un hecho cuando acomodó el
último de sus sacos en el toldo del autobús y Sam y Clark se le
acercaron. Él iba cargado hasta los dientes con su maleta en la mano
izquierda, su saco de marionetas en la derecha y otro par de bultos
sujetos entre sus costados y brazos. Tanta carga que llevaba lo hacía
caminar con cuidado y lentitud procurando que no se le cayera nada,
dándole un aspecto gracioso, y Jake no hizo más que alzar una ceja,
perplejo. A veces ese tipo era un espectáculo único.
—Uff —Clark soltó una expresión
de alivio dejando todo lo que llevaba en el suelo estando frente al
joven. Eso sí, su sonrisa no lo dejó en ningún momento—. Ahora
entiendo por qué prefieres hacer varios viajes en lugar de subir
todo de golpe, Jake. Es demasiado agotador.
—Siento mucho ocasionarte problemas,
Clark —se disculpó Sam con el rostro del color de su cabello.
—Nada de problemas. Al contrario, es
un placer y más si sigues enferma —Le sonrió tranquilizador y
ella la devolvió, avergonzada—. Bueno, en lo que termino de subir
esto, ¿por qué no van montándose al camión?
Sam asintió estando de acuerdo y Jake
simplemente acató lo sugerido ingresando al interior del camión,
teniendo a la chica detrás de él. Esa también se había hecho una
rutina en la mayoría de las mudanzas; que Sam lo siguiera para ver
dónde sería su lugar y en qué vehículo para sentarse juntos. A
veces ella decidía hacer el recorrido en silencio y otras veces se
esforzaba por hablar tratando de entablar una conversación con él,
y aunque ya no la ignoraba cuando le hacía ciertas preguntas, sus
respuestas siempre eran simples, cortas y al grano, así que a veces
la plática se volvía un interrogatorio que se tornaba incómodo y
terminaba en un ambiente silente de parte de los dos. Bueno, algo era
algo.
Se sentaron en la última fila, como
era propio de Jake, ocupando él el asiento de la ventana, por lo que
Sam tomó el de al lado. Quedaron en silencio mientras los demás
hacían lo suyo de subir al transporte entre animadas pláticas.
Clark también subió al poco rato, pero se quedó en la parte de
enfrente, hablando con uno de los actores de la obra. Jake miró el
exterior detallando los árboles en su estado cambiante de color y no
pudo evitar pensar que Sam se parecía a ellos con su larga melena
roja, sus brillantes y expresivos ojos cafés, su piel bronceada y el
suéter amarillo que había decidido vestir ese día le daba mayor
parecido. Enfocó su total atención en ella y notó que su rostro
seguía colorado. ¿Fiebre? Ella lanzó un bostezo que se cubrió con
la mano.
—Pareces cansada —comentó él
volviendo su visión al exterior, sorprendiéndola que fuera él
quien tomara la iniciativa de romper el silencio entre ellos.
—Un poco solamente —contestó con
voz tenue deseando no inquietarlo—. No he pasado muy buenas noches
últimamente.
—Deberías intentar dormir un poco
en el camino. Tal vez el movimiento te arrulle —sugirió sin
despegar sus ojos del vidrio.
—Es buena idea, tal vez lo haga
—aceptó ella con una sonrisa, feliz de que Jake estuviera
preocupándose por ella.
No continuaron con la conversación.
Tiempo después, en el que todo el teatro estuvo en su sitio, los
autobuses arrancaron, siguiendo su patrón de fila india, uno detrás
de otro. Jake continuó observando el cambio de los paisajes conforme
avanzaban, en tanto le dedicaba miradas furtivas a la chica a su
izquierda. Parecía ser que había tomado su consejo de dormir un
poco, pues descubrió que mantenía los ojos cerrados y que comenzaba
a cabecear frecuentemente. Debía estar realmente exhausta. No
obstante, decidió aprovechar la inconsciencia de ella en cuanto a su
alrededor para verla de forma directa, sin obstáculos y sin que ella
se diera cuenta.
La miró intensamente percibiendo que
en verdad parecía haberse dejado cobijar por Morfeo, pues su
expresión se tornó tranquila y su respiración se volvió pausada,
así que Jake fue incapaz de desechar la idea de que se veía
sumamente preciosa. Su cuerpo estaba destensado, en una relajación
que lo soltaba por completo, y fue por esa soltura que ella no tuvo
la voluntad de sostenerse y se ladeó hacia la izquierda, a punto de
apoyar su cabeza en el hombro del compañero de al lado. Siendo
víctima del pánico y los repentinos celos, Jake la tomó de la tela
de la manga del suéter y la haló para que retomara su posición
recta, despertándola.
—¿Qué, qué? —inquirió ella
desorientada, mirando brevemente su entorno antes de verlo a él.
Jake enrojeció violentamente al
saberse derrotado por semejantes impulsos tan humillantes y sin
sentido. Viró su cabeza a la ventana para que Sam no notara su
vergüenza al tiempo que sentía su corazón latir desenfrenado
dentro de su pecho y se aclaraba la garganta para hablar.
—Ibas a irte de bruces y te detuve
—mintió descaradamente sin observarla.
—Oh, lo siento.
Jake pensó que no debía disculparse
para nada ya que no tenía motivos para hacerlo, pero lo calmó que
ella no dudara de sus palabras o indagara más en el asunto. De reojo
distinguió que ella se tallaba los ojos en vano intento de despejar
el sueño que tenía, irritándoselos más de lo que ya estaban por
los desvelos. Él inhaló profundamente soltando el aire con
parsimonia al aceptarse conmovido por el cuadro que ella mostraba;
tan frágil y vulnerable, como jamás creyó verla. Eso lo orilló a
volver a hablar.
—Si necesitas un apoyo para estar
más cómoda puedes usarme —ofreció con voz casi perfectamente
neutra y sin volverse a verla.
Sam abrió los ojos por demás
impactada ante las palabras que por un momento creyó sus oídos
imaginaron escuchar y lo miró con un tumulto de sensaciones, entre
las que figuraron la alegría, el nerviosismo, la duda y el malestar
general que hacía estragos en su cuerpo entero. Jake la encaró al
fin y notó que ella abría la boca para decir algo, mas su garganta
no profirió sonido alguno. El joven pudo ver la indecisión pintada
en su rostro y cuando ella no hizo movimiento alguno que indicara que
estaba dispuesta a usarlo como almohada, Jake se sintió como un
tonto, un pobre diablo rechazado desconsideradamente y su orgullo se
sintió herido.
—Si tanto te desagrada la idea, no
lo hagas y punto —dijo con sequedad dirigiendo su vista afuera
nuevamente.
—No me desagrada.
La calmada y queda, aunque contenta
voz de la bailarina fue como un tranquilizante que duró apenas una
fracción de segundo, antes de que las diversas emociones dentro de
él formaran otro torbellino interno al sentir el moderado peso de
ella apoyarse en su costado. El pulso le aceleró a mil por segunda
vez ese día y el estómago se le revolvió. Sintió el calor que el
cuerpo de ella emanaba y que le transmitía al suyo. Sus esmeraldas
la enfocaron, detallando la genuina y pequeña sonrisa que adornó
sus labios, en tanto la paz absoluta recaía en su cuerpo y mente,
otorgándole el descanso que ansiaba desde hacía tiempo. Y en
semejante situación, viéndose paralizado físicamente, aturdido
mentalmente y atolondrado emocionalmente, Jake no pudo más que
esperar que Sam no babeara igual que Mark.
Llegaron a la siguiente ciudad una
media hora más tarde, y después de otros varios minutos se vieron
frente a la casona que sería su hogar temporal durante los próximos
días. Todos comenzaron a desbordar los transportes y Jake miró a
Sam, quien seguía acurrucada contra él, sumida en el mundo de los
sueños, así que una parte de él no quiso despertarla, mas tampoco
podían quedarse allí todo el día. Decidió esperar a que todos
bajaran para darle un poco más de oportunidad a ella de dormir, a
pesar de que él solía ser el primero en descender del camión en
cuanto llegaban.
El furgón fue vaciándose conforme
pasó el tiempo y aunque Jake estuvo al tanto de muchas miradas
curiosas e indiscretas por parte de los pasajeros, las ignoró
olímpicamente. A Clark incluso tuvo que hacerle una seña con la
mano indicándole que se largara cuando le dedicó una de sus típicas
sonrisas pícaras. Una vez quedaron un par de personas fue que
decidió despertarla, zarandeándola ligeramente moviendo el brazo en
el que reposaba. La pelirroja se movió, renuente a abrir los ojos,
pero el constante movimiento que era diferente al del camión al
andar, la obligó a hacerlo y soñolienta miró a su alrededor.
—Hemos llegado —le informó Jake
observando el ya vacío interior y con su típico tono frío.
—¡Oh!
Exclamó Sam sentándose bien y
parpadeando para alejar lo adormitado de su mirar, y recordó bien
qué había pasado al estar más lúcida; sintió su rostro arder más
de lo que ya lo sentía. ¡En verdad se había recostado en Jake!
Esperaba que no pensara que era una atrevida, pero no, él fue quien
le ofreció apoyarse en él, así que estaba bien, ¿cierto? Sonrió
percibiendo que, a pesar de que el malestar no terminaba por
abandonarla, al menos ya sentía una ligera mejoría emocional.
—¿Vas a levantarte o no? Me
estorbas el paso —la voz de Jake la sacó de su ensimismamiento
notando que él la miraba con una ceja enarcada, impaciente.
—¡Oh! —volvió a exclamar,
levantándose—. Lo siento.
Jake bufó, fastidiado. Esas disculpas
tan repetitivas de ella en serio estaban colmando su paciencia. Sam
comenzó a caminar recorriendo el largo pasillo del bus, teniendo a
Jake tras ella, dispuestos a desbordar. No obstante, sucedió que al
bajar las escaleras que el vehículo tenía, Sam trastabillo en sus
pasos y lanzando un pequeño grito de sorpresa, sintió su cuerpo
caer y lo habría echo de no ser porque unos fuertes brazos la
atraparon. La bailarina levantó sus asustadas perlas para
encontrarse con el par de orbes azules de Brian, quien sonrió
ladino.
—Vaya, qué manera tan encantadora
tuvo la vida de entregarte a mis brazos —comentó con coquetería,
afianzado el agarre que su brazo hacía en la cintura de ella.
—Déjame ir, Brian, por favor —Sam
forcejeó con exiguas fuerzas intentando liberarse, nerviosa e
incómoda, desviando su mirada de los penetrantes e imprudentes ojos
de él.
—Oh, yo que me preocupo al no verte
por ningún lado y tú que me tratas tan mal.
Brian levantó su otra mano para tomar
el mentón de ella y hacer que lo mirara, pero otra mano sujetó
fuertemente su muñeca, deteniéndolo a medio camino. Brian desvió
su atención al ejecutor de la atrevida acción y sus pozos de agua
chocaron con dos glaciales verdes que lo miraron con fiereza y que
parecieron llamear en el fuego de la ira a pesar de que no parecían
derretirse por la misma; así que la frialdad combinada con la
sensación ardiente que envolvió al rubio lo perturbó un poco.
—Suéltala —ordenó Jake con voz
gélida y poseedora de un grado de furia.
—¿Disculpa? —Brian alzó una
ceja, atónito, sintiendo el férreo agarre en su muñeca.
Jake frunció el ceño
pronunciadamente. No le gustaba repetirse a sí mismo dos veces, pero
consideró al bailarín muy poco inteligente como para que captara el
mensaje de inmediato, por lo que reiteró su orden y agregó una
explicación.
—Suéltala. No está en condiciones
de aguantar tus estúpidos juegos, así que suéltala.
Y es que a pesar de no socializar con
nadie, Jake estaba bien informado de la vida de muchos de los
integrantes, todo por cortesía de Clark, naturalmente. De allí que
supiera de la fama de Casanova que el moderador de danza tenía entre
las féminas, y si Brian pensaba que Sam iba a ser tan tonta como
para caer en las garras de un sujeto tan superficial como él, tenía
que ser un verdadero idiota. Ella era mucho más que alguien que
aceptaba palabras bonitas y atenciones; era especial. Mientras tanto,
Sam no cabía en sí de estupefacción y dicha. ¡Jake estaba
defendiéndola! Se sintió tan impactada que pensó se desmayaría de
la emoción. En cambio, Brian miró al marionetista por demás
sorprendido. ¿No se suponía que el sujeto ese era un frívolo
antisocial egoísta a quien no le importaba nada ni nade en su
círculo de trabajo? ¿Cuándo se había convertido en alguien que
osaba desafiarlo a él, el príncipe del teatro, título ganado por
su popularidad?
—¿Desde cuándo el rey del invierno
se preocupa por alguien? —indagó con cinismo y altanería.
Jake se limitó a mirarlo con la misma
expresión, apretando más la muñeca en su mano. No tenía por qué
darle explicaciones a nadie y mucho menos a un pretencioso, por lo
que repitió:
—Suéltala.
Y esta vez pronunció la palabra
separándola y con lentitud, importándole poco que pareciera que
estuviera tratando al rubio como un retrasado mental, que igual,
desde su perspectiva, casi, casi que eran sinónimos.
Afortunadamente, la única neurona funcional de Brian hizo el sublime
esfuerzo de procesar la orden y liberó a la pelirroja, quien fue a
refugiarse detrás de Jake, el que aflojó el agarre hasta soltarlo
por completo. Brian se masajeó la parte afectada, detallando marcas
rojas que le dolían bastante.
—¿Ni siquiera un gracias? —quiso
saber la pobre “víctima”, disgustada.
Jake no se molestó en responderle y
se subió al toldo del camión para bajar sus cosas y las de Sam, que
eran las únicas que quedaban arriba. En eso estaba cuando Tucker y
Jill Woods se acercaron.
—Brian —llamó Tucker al
conquistador—. Necesito conversar contigo un momento, es
importante. Ven, acompáñame.
El rubio asintió y se fue con el jefe
del teatro. Jill no los siguió, sino que se quedó allí.
—Sam, yo también quiero hablarte
ahora que te veo —dijo la mujer, mirándola—. Quiero pedirte un
favor. No es algo muy grande.
—¿Un favor? —Sam se extrañó un
poco.
Jake terminó de bajar las cosas y
tomando un par de sus sacos, se alejó de ellas para darles
privacidad, dejando en Sam un vacío muy grande. Había querido darle
las gracias por salvarla de Brian, ahora tendría que esperar hasta
que la comida estuviera lista y le llevara sus alimentos. Prestó
atención a lo que su patrona fuera a decirle.
—Escucha, Sam, recibimos una carta
de los parientes de mi esposo. Mi suegro está muy mal de salud y es
urgente que vayamos a verlo. Tuck y yo aprovecharemos que no hemos
desempacado para irnos de una vez, así que, ¿podrías entregarle
esto a Mark?
Jill le entregó un par de hojas
dobladas y ella las tomó, confundida, en tanto la mujer seguía
hablando.
—Son un par de cartas. Una es para
Mark explicándole toda la situación y la otra es para Ann, pero no
te preocupes. Entrégale ambas a Mark y él sabrá que hacer.
—Claro
que se las daré, con mucho
gusto —respondió
ella recordando que Ann era la niñera oficial de Mark a pesar de que
el niño pasaba más tiempo con Clark—.
Y espero no sonar atrevida ni irrespetuosa, ¿pero por qué no
llevarán a Mark con ustedes? ¿No se sentirá mal?
—No
te mortifiques, no estás siendo irrespetuosa ni atrevida —la
mujer le ofreció una sonrisa cálida—.
A Mark no le gustan las
reuniones familiares; le aburren. Y no es la primera vez que lo
dejamos aquí para ir de viaje nosotros. Sabemos que todos aquí lo
cuidarán bien.
—Ya
veo. Entonces yo le doy esto a Mark.
—Muchas
gracias, linda. Nos vemos —Jill
comenzó a alejarse, pero Sam la detuvo.
—Espere,
por favor, una pregunta más. ¿Quién quedará a cargo del teatro en
lo que duran fuera? —cuestionó,
de pronto inquieta.
—Brian,
por supuesto —respondió
la mujer como si se tratara de la cosa más obvia del mundo.
—Ah,
entiendo, gracias.
Adiós, que les vaya bien en su viaje.
Sam se despidió con una sonrisa y
cuando perdió a Jill de vista, su rostro mostró preocupación
total. Esperaba no tener más problemas teniendo a Brian al frente de
todo, pues eso significaba que las cosas con Glynn también podían
ir peor.
25
Sam quedó estática en su lugar
durante otro espacio de tiempo, meditativa y ligeramente angustiada
en cuanto a todo el tema de Brian estando a cargo. Quería creer que
el rubio estaría demasiado ocupado con las obligaciones que Tucker
le encargase como para tener tiempo de dirigirse a ella en algún
momento; en verdad no quería más problemas con él, estaba cansada.
La persistencia que mostraba para con ella era abrumadora, y lo peor
era que sabía que lo hacía simplemente porque era un capricho,
porque no había caído en sus redes. Sasha le había advertido
claramente que no esperara que sus ataques duraran poco o desistieran
rápido. Su amiga también era de las pocas mujeres que habían
rechazado al bailarín en su momento, por lo que Brian también se
había obsesionado en obtener su atención, siendo un pesado por
mucho tiempo.
La pelirroja suspiró sintiéndose
mucho más agotada. El pequeño momento que durmió en el camión no
había sido el suficiente para un adecuado descanso. Ante el
recuerdo, se sonrojó, mas no pudo reprimir sonreír; debía
agradecerle a Jake su gesto y por haberla defendido. Iba a tomar su
par de maletas cuando Clark la interceptó y se ofreció ayudarla. No
deseaba causarle más problemas, pero realmente no se sentía con la
fuerza suficiente de cargar nada, por lo que lo dejó llevarlas. En
tanto ingresaban a la casona, Clark criticaba la poca caballerosidad
de Jake al dejar a una dama sola cuando necesitaba ayuda, así que
Sam tuvo que explicarle que él se fue primero para darles privacidad
a Jill y ella.
Llegaron a la habitación que sería
de Sam y que Sasha había escogido, donde ya se encontraban la
actriz y la rubia. Clark las saludó fugazmente antes de retirarse
para dejar que se acomodaran, mientras él iba a hacer lo mismo. Las
tres se mantuvieron en silencio en tanto desempacaban y se alistaban.
Sam miró a Glynn varias veces de reojo; las cosas entre ellas
tampoco parecían mejorar. No podían considerarse siquiera
compañeras de habitación dado que Glynn la ignoraba de la peor
manera posible; ni en sus inicios de conocerlo Jake la había tratado
con tanta indiferencia. Glynn solo le dirigía la palabra o la miraba
cuando Brian se le acercaba a coquetearle y eso porque de alguna
manera tenía que lanzarle sus represalias o mirarla con ira; y todo
por algo de lo que no tenía ninguna culpa y mucho menos control. Por
eso esperaba que el hombre se mantuviera absorto en el trabajo y no
se le acercara más.
Se tomaron su tiempo en acomodar el
equipaje, cada una en su espacio designado dentro del cubículo,
sobre todo Sam al sentirse débil, de allí que la hora de la comida
las sorprendiera y las tres fueron a hacer fila en cuanto se les
avisó que podían ir al comedor; Sam aprovecharía para darle las
gracias a Jake. La bailarina escuchaba la conversación de Sasha,
intentando mantenerse atenta, mas sus pensamientos eran un caos, no
ayudándole en nada la jaqueca que punzaba sus sienes sin
misericordia, y prueba de ello fue que cuando divisó a Mark, quien
también iba por sus alimentos, las cartas que Jill le había dado
para que se las entregara acudieron a su mente. Con todo el asunto de
Brian al frente y sus problemas con Glynn había olvidado
entregárselas.
—¡Mark!
¡Mark! —lo
llamó alzando su mano, sacudiéndola para que la viera.
—¿Qué
pasa? —cuestionó
Sasha frunciendo el ceño, disconforme por verse interrumpida de un
momento a otro.
—Olvidé
darle algo importante a Mark —explicó
bajando su brazo al ver que tenía la atención del niño.
—¿Dime?
—inquirió
el jovencito colocándose frente a ellas, amable.
—Mark,
tus padres estarán fueran por un tiempo y tu mamá me dio unas
cartas. Una para ti y otra para que se la des a Ann —informó
Sam sonriente.
—Oh,
ya veo. ¿Dónde están?
—Las
metí en mi morral y lo dejé en mi habitación —dijo
Sam al recordar que normalmente no cargaba con su morral dentro de la
casa—. Iré
por él.
—No
importa —la
detuvo Mark—. Hacer
fila otra vez es aburrido, así que no te salgas. Yo nunca hago, por
lo que iré yo.
—Está
bien. Gracias.
Sam
le dijo cuál era la recámara correcta y el infante se encaminó
hacia allá, tarareando una canción. No es que estuviera feliz
porque sus padres no se encontraban, pero estaba acostumbrado a que
hicieran ese tipo de salidas y él prefería quedarse en el teatro.
Allí se divertía más porque Clark estaba enseñándole cómo
controlar
marionetas, y era algo que quería aprender. Llegó al cuarto que le
habían dicho y lo recorrió con sus ojos en busca del morral de Sam;
sabía cuál era, pues se lo había visto muchísimas veces, así que
no debía tardar demasiado en encontrarlo.
En
efecto, lo ubicó a un lado del saco de dormir de la joven, el que
estaba paralelo a la pared adyacente de la puerta. Se acercó
echándose al suelo; lo tomó para hurgar en su interior encontrando
el par de cartas que su madre le había dejado, pero no solo eso,
sino que halló algo más que llamó su completo
interés.
Una marioneta de intensos ojos verdes, cabello negro y que lucía un
esplendorosa y abierta sonrisa, siendo sus facciones unas que él
conocía muy bien a pesar de nunca haberlas visto con semejante gesto
risueño.
—¡Jake!
—exclamó
por demás maravillado, sin dejar de mirar el monigote, detallándolo,
moviéndolo en sus manos.
Era
Jake, sin duda. ¿Significaba que él le había regalado esa
marioneta a Sam? El pequeño frunció el ceño, disconforme. No era
justo; él también quería algún regalo por parte de Jake. Tenía
mucho más tiempo conociéndolo que el que tenía Sam y
a ella ya le había hecho dos regalos; primero el broche de colibrí
y ahora esa marioneta. ¿Y él dónde quedaba? Se
levantó del suelo tomando las cartas con una mano y el títere con
la otra, saliendo del cuarto para caminar por los largos pasillos y
dirigirse a los aposentos del joven, dispuesto a reclamarle por su
falta de consideración hacia él. Se suponía que eran amigos y los
amigos se regalaban cosas, ¿verdad?
Arribó a la pieza y antes de siquiera tomar el picaporte y abrir la
puerta para
entrar, se anunció gritando el nombre de Jake una y otra vez.
—¿Qué
quieres? —preguntó
el pelinegro con sequedad cuando vio a Mark ingresar a la estancia.
—Eres
malo, Jake —reprochó
inflando los cachetes—.
¿Por qué a mí nunca me
has regalado una marioneta cuando te la he pedido y a Sam sí?
—¿Qué?
—Jake
frunció el ceño, confundido por lo que el chico decía—.
¿Cuál marioneta?
—La
que le hiciste de ti.
Mark
extendió su brazo para entregarle a Jake la susodicha y pudiera
viera; él la tomó y la examinó por demás extrañado.
Evidentemente no era una de sus obras, pues él siempre se esforzaba
por darle
lo mejor de sí a sus creaciones y hacerlas, si no perfectas, casi.
El muñeco que sostenía en sus manos era simple, burdo y mediocre;
el trabajo de un aficionado sin talento. Con todo, tenía algo que de
pronto lo perturbó mucho y es que aunque era un trabajo que parecía
haber sido hecho a las carreras, tenía su encanto; Jake no estaba
seguro de dónde radicaba ese encanto ni en qué, pero lo tenía.
Además del hecho de que sí había alguna similitud con él, por eso
del color de cabello y ojos, pero fuera de eso nada, ¿o sí? Observó
con cuidado los detalles del rostro y se inquietó mucho más al
descubrir que algunos rasgos se parecían a los suyos, por supuesto,
sin la sonrisa.
—¿Dónde
dices que encontraste esto? —quiso
saber después de pasar un buen rato mirando el monigote.
—Sam
lo tenía guardado en el morral que siempre lleva a todos lados
—notificó
Mark con presteza—. Tú
se la diste, ¿verdad?
—No
—negó
bruscamente enfocando nuevamente su visión en la marioneta.
—¿No?
—Mark
se sorprendió y se tranquilizó un poco—.
¿Entonces de dónde la
sacó?
—Y
yo qué sé —arguyó
con acidez intentando ocultar el hecho de que estaba muy intrigado
por saber cómo es que Sam poseía una marioneta que de pronto hacía
recordarlo a él.
—¿Crees
que Clark se la hizo? —indagó
Mark sumamente curioso.
—¿Clark?
Jake
frunció el ceño no creyendo que
se tratara de él. Primeramente porque Clark no era malo haciendo
marionetas, siempre y cuando se concentrara, aunque existía la
posibilidad de que hiciera una que otra por mera diversión y sin
tomárselo en serio, por lo que ciertamente podía terminar
simplonas.
Segundo, estaba la pregunta del millón: ¿por qué Clark tendría
que hacerle una marioneta a Sam que se pareciera a él y con una
expresión que nunca —o
casi nunca— utilizaba?
Para molestarlo, ¿por qué más iba a ser? Jake tenía bien claro
que Clark amaba sacarlo de sus casillas y humillarlo. Quizás el
hombre la había hecho
y se la había dado a Sam diciéndole algo tonto, cursi e irritante
como que ahora Jake
podría acompañarla a dondequiera que fuera y podrían estar juntos
todo el tiempo por medio del títere aquel que lo representaría; y
claro, como Sam era tan amable no pudo rechazarlo.
Sí,
seguramente eso había pasado, porque no era siquiera factible pensar
que había sido la misma pelirroja quien le pidiera a Clark que se la
hiciera, ¿cierto? O tal vez sí. Quizá
a ella le pasaba lo mismo que a él; tal vez Sam pensaba mucho tiempo
en él y esa marioneta era la manera de saciar su deseo de verlo, de
estar con él. Ante el simple pensamiento de aquella posibilidad,
Jake sintió que la sangre le subía al rostro y lo quemaba. Sacudió
la cabeza; era absurdo, era absurdo, era absurdo. ¿Entonces por qué
su corazón se sintió entusiasmado ante la idea? ¿Por qué su pulso
se aceleró al imaginarse ese motivo? ¿Por qué su interior, allá
en lo más profundo de su ser, aguardaba con esperanza que esa fuera
la verdadera
razón? ¿Tan arrogante era?
Apretó
la marioneta en su mano e inhaló hondamente; debía tranquilizarse o
le daría un ataque de taquicardia. En eso, tocaron la puerta y pensó
que
debía tratarse de ella. Jake tragó duro y antes de que Mark
corriera a atender el llamado, se obligó a sí mismo a moverse para
ser él quien abriera. Lo primero que vio fue el rostro de la
pelirroja, que aunque seguía luciendo demacrado, exhausto y enfermo,
sonreía como era tan típico en ella. No obstante, esa sonrisa
desapareció casi al segundo siguiente, cuando los ojos de ella se
posaron en la marioneta que sostenía en su mano, y su expresión fue
suplida por una de sorpresa mezclada con desconcierto y un atroz
pánico que Jake no pudo
describir, al tiempo que su boca se abría para soltar un nombre.
—¡Matt!
Sam
palideció como la cera y
soltó la bandeja, logrando que el plato con comida y el vaso lleno
se estrellaran en el suelo
haciéndose añicos, debatiéndose mentalmente, sin saber si llevarse
las manos a la boca o extenderlas hacia Jake para recuperar su
tesoro. Cuando sus alarmados orbes chocaron con los de Jake, que eran
inundados por la confusión, la extrañeza y demás, tembló como no
recordaba haberlo hecho jamás. ¿Por qué Jake tenía a Matt? ¿Cómo
se había enterado de su existencia? ¿Había
descubierto lo mucho que
representaba para ella? ¿Haría preguntas al respecto? ¿Tendría
que contarle todo? ¿Finalmente la peor de sus pesadillas ocurriría
y Jake se
alejaría
de ella?
El
aire se negó pasar a sus pulmones ante la última interrogante y se
aterrorizó. Después de la decisión que había hecho de no hablarle
de Matt, después de lo bien que estaban yendo las cosas entre los
dos, después de presenciar en primera fila que Jake se interesaba
por ella, después de todo su avance con él, ¿ahora iba a perderlo?
Las diversas emociones que la embargaron la marearon, aumentándole
el malestar y sus piernas no pudieron con su propio peso, viniéndose
abajo, y habría colapsado de lleno en el suelo de no ser porque en
un rápido impulso, Jake la atrapó en sus brazos y la obligó a
mantenerse de pie al apoyarla contra él; en ningún momento soltó
la marioneta.
—¡Oye!
—exclamó
él, mirándola preocupado. Estaba muy blanca y se estremecía sin
reparos; llevó su mano libre a la mejilla de ella, descubriendo que
ardía—. Tienes
fiebre.
—Lo
siento —se
disculpó ella con voz queda, colocando
sus manos el pecho de él para alejarlo e intentar ponerse de pie por
su cuenta, sin lograrlo.
—¿Qué
estás haciendo aquí? —le
preguntó Jake con el ceño fruncido en ligera irritación e
inquietud—. Deberías
estar descansando.
—Quería
agradecerte lo de la almohada y lo de Brian...
Su
voz se volvió un hilo y Jake bufó. ¿Es que era tan tonta como para
poner eso antes que su salud? La condujo al interior de
la habitación y la sentó en la silla donde él se la pasaba horas
frente a la mesa de trabajo.
—¿Qué
tienes, Sam? ¿Estás bien? —le
preguntó Mark colocándose frente a ella, con su carita llena de
mortificación y ella se sintió mal por causar tanto disturbio,
—Está
enferma, Mark —respondió
Jake, tajante—. Tiene
un fuerte resfriado. Ahora, ve por una escoba para limpiar el
desorden del pasillo.
—Ah,
¿por qué yo? Yo no lo hice —se
quejó el niño haciendo un puchero, nada contento.
—Solo
ve.
La
voz de Jake fue una que no admitió
reclamos, así que Mark tuvo que salir del cuarto e
ir a buscar lo que le pidieron. Jake miró a Sam, logrando que otra
revolución de sensaciones estallara dentro de ella. Él le ofreció
la marioneta que seguía
sosteniendo en su mano.
—Mark
dice que esto te pertenece.
—Sí...
Sam
la tomó con manos temblorosas, temiendo que Jake hiciera más
preguntas al respecto, sin embargo, no las
hizo, sino que se limitó a darle la espalda en tanto aguardaba por
Mark. La joven miró el muñeco y se preguntó cómo es que
terminaron en esta situación tan tensa. ¿Cómo había llegado a las
manos de Jake aquello que menos quería que conociera? Luego recordó
que había mandado a Mark buscar las cartas y que estas estaban en el
morral, junto a Matt. Había olvidado por completo que Mark tenía la
mala costumbre de tomar sin permiso las marionetas que llamaban su
atención; de haberlo recordado, ella habría ido por las cartas.
¿Pero cómo iba a imaginarse que el pequeño iría directo a Jake a
mostrársela? Si se la hubiese mostrado primero a Clark quizás ese
miedo desmedido que la
atenazaba de hablar y moverse no estaría abrazándola en ese
instante, cruel.
Al poco rato, Mark llegó con la escoba y algo para recoger la
basura, así que Jake
comenzó a barrer la comida regada y los pedazos de cerámica y
vidrio.
—Oh,
déjame... —Sam
se levantó para ir a ayudarlo dado que fue ella quien provocó el
desastre.
—No
te atrevas —la
detuvo Jake lanzándole una mirada de advertencia.
—Pero
yo...
—Siéntate.
—Pero...
—Siéntate
—siseó,
frívolo y molesto; en verdad no le gustaba repetirse dos veces.
Sam fue dócil y se sentó bajando la
mirada, dejando a Matt en su regazo.
—Siento
haber tomado tu marioneta sin permiso —La
voz de Mark la obligó a alzar
su vista para verlo
frente a él; sonrió. No podía decirle que estaba bien dado que no
lo estaba, pero tampoco podía culparlo del todo—.
¿Te la dio Clark?
—¿Clark?
—Sam
ladeó la cabeza, confundida. ¿Qué tenía que ver Clark con Matt?
—Lo
sabes, ¿no? —comenzó
Mark, emocionado—. La
marioneta se parece a Jake y yo creí que él te la había regalado,
pero dice que no, así que debió ser Clark. ¿O fue el señor Ford?
—El
infante frunció el ceño, pensativo y Sam rio divertida,
comprendiendo un poco mejor.
—No,
Mark. Fue un regalo que me hizo alguien de donde vengo —declaró
por inercia, sin pensárselo mucho, y se le revolvió el estómago
cuando notó que Jake dejaba de limpiar para mirarla un momento.
Desvió sus ojos de él.
—Como
un recuerdo, ¿verdad? Pero se parece a Jake, no puedes decir que no.
¿Por qué?
Sam
tragó duro para deshacerse del nudo que los nervios le formaron en
la garganta, en tanto tomaba a Matt en sus manos, en busca de valor;
y es que Jake mantenía sus
ojos en ella nuevamente.
Habló intentando que su voz no se
quebrara.
—E-es
una coincidencia. También me sorprendí la primera vez —mintió
con el más grande de los descaros y fue como si ella misma se
apuñalara el pecho.
Sus ojos escocieron. Estaba negando a
Matt, estaba negando conocerlo, estaba negando su existencia al no
decir la verdad del origen de su valioso tesoro y eso la lastimaba
como nadie podía imaginarse. Se sentía vil, indigna de siquiera
mantenerlo en sus memorias. ¿Para qué iba a querer sus recuerdos si
no iba a compartirlos jamás; si iba a eludirlos?
—Mark
—lo
llamó Jake cuando puso toda la basura en una bolsa y dejó limpio el
pasillo—, baja
a comer.
—Pero...
—El
muchacho iba a volver a reclamar, pero el pelinegro
no le dio la oportunidad.
—Ahora
—Lo
miró intensamente y Mark tuvo que obedecer nuevamente, despidiéndose
de Sam. Jake la miró a con el
mismo vigor—.
Ya vengo. No te muevas.
Y
sin decir más, desapareció de su vista cerrando la puerta tras de
sí, dejando a Sam en la soledad, y se sintió agradecida por eso,
porque ahora tuvo la oportunidad de drenar todas la emociones que la
inundaban por medio del llanto silente. Y simplemente pudo
tranquilizarla el
pensamiento de que lo que hacía valía lo pena, pues solo así podía
tener la garantía de que Jake seguiría a su lado, preocupándose e
interesándose por ella de la
singular manera en
que lo hacía, que
era tan suya y que tanto
amaba ella.
26
Jake caminaba por los pasillos de la
mansión dirigiéndose a la cocina, ligeramente irritado con toda
aquella situación, siendo su principal fuente de molestia el hecho
de que Sam no tomara en serio sus síntomas del resfriado y fuera tan
imprudente de ir de un lado a otro como si nada, siendo que debía
estar reposando en cama. En un lugar como el teatro, donde se
requería que cada uno de los miembros estuviera fuerte y saludable
para dar su máximo potencial en las obras, no eran admisibles esa
clase de descuidos en la salud. Sam debía entender eso y debía dar
prioridad a sí misma antes que a otros; debía anteponer su
bienestar antes que ir a hacer algo tan tonto como darle las gracias
a él. Gracias que no necesitaba ni quería.
Sin embargo, algo que lo inquietaba
sobremanera era la marioneta que Mark le había mostrado y que le
pertenecía a ella. No es que le mortificara el supuesto parecido con
él. Sam ya había dicho que se trataba de una coincidencia y eso
mismo pensaba él; una coincidencia muy extraña y perturbadora de
algún modo, pero que no significaba más. De hecho, se atrevía a
imaginar que quien quiera que se la hiciera, había pedido los gustos
de la pelirroja. ¿Quién quitaba la posibilidad de que a Sam le
atrajeran especialmente las personas con cabello negro y ojos verdes,
además de sonrientes? Estaba en todo su derecho de tener gustos
específicos; todo el mundo los tenía. Clark mismo le había
comentado una vez que él sentía especial inclinación por las
mujeres rubias y hasta él tenía cierta preferencia; las morenas le
parecían... atractivas.
Por supuesto, a veces esa clase de
arbitrios no significaban nada, y mucho menos querían decir que se
debía estar sujeto a ellos todo el tiempo, siendo prueba suficiente
el efecto que la bailarina provocaba en Jake, pues él no consideraba
que Sam entrara dentro de la categoría de su predilección, y sin
embargo, le parecía linda en algunos aspectos. Por otro lado, a
veces los gustos estaban más que anclados, lo que lo llevaba a
pensar que tal vez ese era el caso de Sam, y que su posible
preferencia hacia los pelinegros poseedores de ojos del color de la
vegetación fuera una de las razones por las que se interesó por él;
porque le pareció atrayente de algún modo, a pesar de no cumplir
con su gusto en la sonrisa. Ante la idea, sintió que el granate
volvía a colorear su rostro.
“Cálmate, Palmer”,
se dijo para controlar sus pensamientos y desbocados latidos.
Últimamente estaba volviéndose un engreído de primera por
pensar en tantas cosas
absurdas relacionadas con las posibles
razones
en
las actitudes de Sam hacia
él, y emocionarse por ellas.
Si
bien, entonces, la leve
similitud no era lo que
agitaba su espíritu, sí lo hacía le hecho de que quizás esa
marioneta tenía la culpa de la reciente conducta de Sam de
los días pasados. Si se la
habían obsequiado como un recuerdo, a lo mejor siempre que la veía
rememoraba todo aquello que había dejado atrás; a su familia,
amigos y vecinos. Así que una extraña aversión hacia esa marioneta
comenzaba a brotar dentro de él, porque de alguna manera, estaba
dañando a Sam, estaba alejándola de todos al mantenerla distraída,
en una fantasía; la distanciaba de su trabajo, de su pasión, de él,
y aquello lo molestaba, frustrándolo al mismo tiempo porque no tenía
sentido alguno. Mucho menos si él era amador innato de las
marionetas, por lo que no debía sentir tal rechazo por ninguna, pero
por esa sí
que mostraba cierto choque. ¿Serían celos? Se
obligaba a creer que no.
¿Sería enfado
de que Sam pareciera preferir y prestar atención a un muñeco sin
vida antes que a...ella misma?
No
obstante, también le
causaba mucha curiosidad, porque el monigote le
mostraba sin necesidad de preguntarle directamente a la chica, que
ella estaba relacionada de cierta
forma con el mundo de los títeres; probablemente
hasta conocía lo que
implicaba formarlas desde cero y los principios básicos de
controlarlas. Le decía que a diferencia suya, que en verdad no tenía
ni mísera idea de su mundo de baile, ella tal vez sí entendía un
poco más del suyo como marionetista; algo que le daba a su corazón
una sensación placentera, pues de algún
modo se sentía más unido a
ella. Saber que, después de todo, sí podían tener algo en común,
por muy insignificante que pudiera ser, lo hacía sentirse más cerca
de la joven, le permitía percibir que la enorme brecha que los
separaba, ahora se volvía cada vez más angosta. Una impresión que
no había experimentado con nadie más que con Clark, y era agradable
advertirla de nuevo.
Pero lo que definitivamente le
provocaba gran curiosidad y hasta cierto grado de desasosiego que no
era capaz de describir, turbándolo de vasta manera, era el nombre
que Sam había exclamado antes de casi desvanecerse. Matt. Un nombre
que en un principio no debía importarle en lo más mínimo, pero lo
hacía, porque a pesar de ser un nombre que le parecía eternamente
ajeno, también le era extremadamente familiar. Sin embargo, de eso
se aventuraría a indagar después, cuando cumpliese el cometido que
se había propuesto en ese momento, que era ir a formar parte de la
fila que le permitiría obtener comida, tanto para él como para la
pelirroja que aguardaba en su habitación.
El
asombro de todos al verlo ingresar en la cocina y formarse en la
línea, fue predecible, comprensible, notorio y palpable, teniendo en
cuenta que ni una sola vez desde que Jake era parte del teatro había
osado asomarse a la cocina, mucho menos intentar ir por su ración
alimenticia; así que su repentina aparición causó conmoción, y
los murmullos de sorpresa e
incredulidad no se hicieron esperar por parte de los presentes.
Naturalmente, él ignoró olímpicamente y con medalla de oro a cada
uno de ellos, no pudiendo importarle menos la reacción que ocasionó
en su compañeros, y se dispuso esperar no tan pacientemente a que
llegara su turno.
—¿Un
plato? —preguntó
una de las encargadas de repartir los alimentos una
vez le tocó a él.
—Dos.
¿Qué es bueno para mejorar el resfriado? —inquirió,
directo y al grano.
—Los
tés son muy buenos —le
informó la mujer, sonriente—.
El de jengibre, así como el
de limón, y con una cucharada de miel, ¡qué mejor!
—¿Puede
hacerme uno?
—¿Estás
enfermo? Qué mal. Debes cuidarte bien o puedes
empeorar. Imagínate que...
—¿Puede
o no puede hacerme uno? —la
interrumpió Jake de una forma un tanto grosera, pero no tenía el
tiempo ni el temple para gastarlo en conversaciones sin importancia.
—C-claro
—respondió
la mujer de inmediato, un poco intimidada, pues Jake podía imponerse
bastante cuando se lo proponía.
—Bien,
ya vuelvo por él —notificó
el joven antes de tomar los dos platos de comida que ya le habían
servido, retirándose de allí.
Jake
retomó su rumbo a su alcoba, donde obedientemente, Sam lo esperaba
sentada donde la dejó. Al verlo ella, ya estando más tranquila de
su llanto pasado, abrió mucho los ojos, por demás sorprendida.
¿Había ido a conseguirle comida? Un rubor
escandaloso cubrió su tez. Se suponía que era ella quien debía
atender esa necesidad, no al revés. ¿Así de inútil se había
vuelto últimamente? Sentía vergüenza de sí misma. ¿Y
si Jake la
consideraba tan buena para
nada que creía que no podía cumplir ni con esa simple tarea? ¿Y si
después de aquello él decidía definitivamente que ya no quería
que fuera ella quien le llevara los alimentos, para evitar otra
circunstancia tan molesta? No deseaba que eso pasara; no quería que
le quitaran esos momentos con él. Eran más que una rutina, eran
algo que necesitaba.
—Ten
esto —La
voz de él la volvió a la realidad y notó que le ofrecía uno de
los platos. Lo tomó con manos sudadas y temblorosas—.
Come, ya vengo.
Sam abrió la boca para preguntarle a
dónde iría, pero no tuvo la oportunidad, pues velozmente, Jake
volvió a salir de la estancia, cerrando la puerta tras de sí,
dejándola en compañía de la soledad otra vez. Sam miró el plato
de comida que sostenía en las manos durante un momento, antes de
observar el cuarto, notando la tranquilidad y el silencio del
ambiente. ¿Cómo era posible que Jake disfrutara tanto encierro? Era
algo que meditaba sin parar, pero jamás llegaba a una respuesta
convincente. Ella estaba tan acostumbrada a los espacios grandes,
abiertos y a la gente; mas suponía que también tenía que ver el
tipo de trabajo. El de ella requería que estuviera acompañada
prácticamente todo el tiempo, aún en las prácticas; en cambio,
Jake podía hacer sus marionetas en completo aíslo, sin problema
alguno y hasta con mayor concentración.
Se preguntó entonces si era posible
que estuviera incomodándolo demasiado con su presencia. Si Jake era
alguien tan hermético que prefería hacer todo solo, entonces que
ella estuviera allí debía parecerle un fastidio tremendo. Tal vez
por eso se había ido, porque no soportaba la idea de comer
teniéndola a ella en su espacio, en el lugar que funcionaba como su
refugio. El pensamiento le cerró la garganta y el estómago, por lo
que su casi inexistente apetito se redujo todavía más. Luego,
recordó que antes de irse, Jake había dejado su plato en la mesa de
trabajo, así que debía regresar, mas seguramente sería porque no
tenía a otro sito a dónde ir. Y habría continuado con sus
pensamientos poco alentadores de no ser porque Jake hizo acto de
presencia una vez más, trayendo ahora una bandejita con dos bebidas;
una evidentemente caliente por el vapor que desprendía.
—¿No
empiezas todavía? —le
preguntó él, alzando una ceja. No lo estaría esperando para
comenzar a comer, ¿o sí? Porque si se trataba de eso, sería el
colmo y terminaría por perder los estribos.
—Yo...
Lo siento. La verdad no tengo mucha hambre —confesó
la joven, abochornada.
—Necesitas
comer para recuperar energías —le
dijo Jake extendiéndole el vaso con la bebida caliente—.
Este té ayudará con el
resfriado, así que bébelo.
—G-gracias.
Sam
tomó el recipiente con cuidado, soplando un poco para enfriarlo
ligeramente y sorber una pequeña cantidad del líquido; era de
jengibre y estaba muy
endulzado, además de
bastante caliente, por lo
que se quemó la lengua. Lo dejó en el suelo, en un sitio que
pudiera recordar para no derramarlo accidentalmente, en tanto
esperaba que se enfriara un poco más. Luego miró su comida,
sintiéndose en serio renuente a tomar bocado, mas una penetrante
mirada la obligó a alzar su vista para enfilarla en Jake, quien no
había hecho ademán de acercarse a su propio festín, sino que la
observaba con intensidad, en muda expectativa de que alzara los
cubiertos y comenzara a engullir. Turbada ante la insistente y
demandante mirada de él, la pelirroja no tuvo más opción que
comer, de poquito en poquito y con lentitud, pero era mejor que nada.
Satisfecho
con las acciones de ella, Jake también se dispuso degustar sus
alimentos, de forma pausada y sin verse presionado, apoyándose
en la mesa de trabajo, quedando semi-sentado en el borde de ella, ya
que no contaba con otra silla aparte de la que Sam estaba usando. Se
sumieron en un silencio que, si bien, no resultó tenso ni
desagradable, se les antojó extraño, pues para ambos todo aquel
asunto era insólito. Para Jake, porque nunca antes había mostrado
semejantes atenciones por otro ser humano, mucho menos por una joven
mujer, y menos aún si dicha mujer le causaba tantos disturbios
mentales. Sam, en cambio, sentíase confundida y dividida, pues
aunque se hallaba indudablemente feliz de que Jake le otorgara piezas
de su interés, lejos estaban de ser los cuidados que cualquier chica
soñadora y enamorada imaginaba o añoraba recibir de la persona que
amaba. No había miradas de dulzura, no había palabras amables, no
había caricias cariñosas; tan sólo había silencio y distancia
entre ellos. Con todo, Sam no dejaba
de fascinarse y sentirse alegre; después de todo, la situación en
la que se encontraba había surgido debido a las actitudes de Jake,
por lo que esta lo reflejaba propiamente.
El
tiempo transcurrió y Jake terminó su comida, no así Sam, que dejó
casi un tercio del producto, y aunque al pelinegro no le agradó del
todo la idea, lo dejó estar; parecía suficiente teniendo en cuenta
su condición y al menos
se tomó todo
el té. Tomó el plato de Sam para tirar lo que restó, luego lo
colocó sobre su propio recipiente junto a los dos vasos, listos para
ser
llevados
a la cocina a que los lavaran, pero antes de hacerlo,
se volvió a mirarla.
—Necesitas
ir a descansar para que te recuperes rápido. Te acompaño, vamos.
El
ofrecimiento sorprendió mucho a Sam, quien se vio petrificada en su
asiento de un momento a otro. ¿Realmente estaba pasándole eso? ¿En
realidad estaba disfrutando de la asistencia de Jake? ¿En verdad él
estaba tan preocupado como asegurarse por su cuenta que reposaría un
momento? Se sentía en un sueño maravilloso, mas
supo que se trataba de la realidad al detallar en los ojos de él la
impaciencia y su ceño fruncido, estando ya a un lado de la puerta
abierta, en espera de que ella saliera. Se sonrojó, avergonzada de
hacerlo aguardar más de lo que era necesario siendo que él estaba
portándose tan considerado con su persona cuando no tenía que
hacerlo.
Se
levantó lo más rápidamente que su malestar le permitió, no
deseando que un mareo la atacara de nuevo, teniendo entre sus manos a
Matt, dispuesta a salir de los aposentos de Jake. En el pasillo, ella
continuó caminando en dirección a su propia recámara, teniendo al
ojiverde tras de sí, como si se tratara de su escolta personal, y
puedo sentir la mirada de él sobre su nuca, llenándola de una
emoción indescriptible. Habían tomado esa posición para que la
bailarina lo guiara, pues él no tenía ni la más remota idea de
dónde quedaba su cuarto. Finalmente, llegaron a la puerta indicada,
y colocándose frente a esta, Sam giró sobre su eje para encararlo.
—Muchas
gracias por todo lo que has
hecho por mí hoy. En serio te lo agradezco —se
sinceró ella, ofreciéndole una iluminadora
sonrisa, de esas que la caracterizaban, que podían mover hasta lo
más inmutable en el interior de Jake, y que él había extrañado en
los últimos días. Entonces, antes de que ella se dispusiera
ingresar a la habitación, él se aventuró a hacer aquella
interrogante que tanto había estado martillándole la cabeza.
—¿Quién
es Matt? —Soltó
la bomba, sin rodeos.
La
sonrisa de Sam murió y otra terrible zozobra la invadió, mientras
sus ojos reflejaban el pánico absoluto. ¿Por qué? ¿Por qué Jake
le preguntaba aquello ahora? ¿Qué sospechaba; qué sabía? Su
corazón se aceleró ante el miedo y sus orbes escocieron por las
lágrimas de impotencia retenidas, así
que tuvo que utilizar todas sus fuerzas para controlarse o volvería
a desmayarse; además, no quería levantar desconfianza en Jake por
su inusual actuar cada que oía ese nombre. Sin embargo, no quería
mentir, no con respecto a Matt, no podía, sería rechazarlo por
completo y simplemente no era capaz, sería una ingrata; pero tampoco
quería que Jake se enterara, no ahora que comenzaba a abrirse, aún
con miedo y cierta precaución; no ahora que se había tomado tantas
molestias con ella por su bienestar, algo que no quería poner en
peligro por ningún motivo. ¿Qué hacer? Tragó duro aclarándose
la garganta y evitar que su
voz saliera en un hilo cuando abrió sus labios temblorosos para
hablar.
—E-es
mi marioneta, así se llama —contestó
con supremo esfuerzo, intentando sonreír, resultando en una mueca
extraña. No estaba mintiendo al decir eso.
Jake
entrecerró los ojos; ya lo suponía, de hecho. Al fin y al cabo, Sam
la había nombrado al verla, pero no dejaba de parecerle
extraordinario. Ahora no sólo se asemejaban en apariencia, sino que
también en el nombre. ¿En verdad eran posibles
tantas coincidencias? Notó que ella lo miraba inquieta, quizás
preguntándose por qué es que de la nada había decidido
interrogarla, por lo que se explicó.
—Tan
sólo me parece curioso, supongo —dijo
no estando muy seguro de cómo clasificar exactamente su sentir,
logrando que Sam ladeara la cabeza, confundida, olvidando un momento
sus atormentadores pensamientos—.
Mi
segundo nombre es Matt.
Saber
eso pasmó a la pelirroja en su totalidad, y un trémulo sacudió su
cuerpo, sin saber con certeza a qué se debió, al tiempo que
estrujaba con mayor fuerza la marioneta en su manos. ¿El segundo
nombre de Jake era Matt? El impacto que las palabras le ocasionaron
la desorientaron demasiado, dificultándole la acción de respirar.
—¿Matt?
¿Como de Matthew? —consiguió
articular ella, atropellando las palabras dada la ansiedad con las
que las pronunció, deseosa de indagar más respecto a aquella
casualidad tan abrumadoramente asombrosa.
—Sí
—asintió
él, desconcertado un poco por la actitud de ella—.
Jake Matthew Palmer es mi
nombre completo.
Sam
abrió los ojos mucho más. ¡El segundo nombre de Jake sí era
Matthew! Matt, un nombre que significaba tanto para
ella, un nombre
que le parecía hermoso, que amaba. Su corazón
latió con frenesí otra vez, pero ahora no supo a ciencia cierta si
fue por la emoción de la declaración, o por la estupefacción que
le causó, o por la intranquilidad que la envolvió. No lo supo, tan
sólo estuvo consciente de que sus labios desearon pronunciar aquel
nombre nuevamente, por lo que no se detuvo a pensarlo mucho cuando
decidió hacerle una petición a Jake, mirándolo con fijeza,
desprendiendo su expresión una luz que lo desencajó en gran medida.
—¿Puedo
llamarte Matt?
Sam
enfatizó cada una de las palabras para dejar en claro que lo que
pedía era sumamente serio. Jake frunció el ceño por demás
confundido, no sólo por el pedido, sino por la ilusión en la voz de
ella, por el brillo esperanzador
que se imprimió en sus perlas cafés, de tal manera que se le antojó
incierto. ¿Pero por qué? ¿Por qué ese repentino cambio de
conducta? ¿Por qué tanta añoranza por llamarlo por su otro nombre?
—¿Por
qué? —cuestionó
al fin, incapaz de encontrar algún tipo de lógica.
Sam
bajó la cabeza para ver su marioneta, de pronto incómoda
y sin saber qué responder;
mas entonces, un recuerdo flechó su mente, uno de hace mucho tiempo,
en el que había vivido una escena similar, siendo ella y Matt los
protagonistas. Aquella vez ella le había preguntado a él si podía
llamarlo por su segundo nombre, Dylan, pues creía que era lindo, que
merecía ser utilizado, y lo mismo pensaba del segundo nombre de
Jake; merecía ser pronunciado porque le parecía hermoso.
—Es
que realmente me gusta —se
sinceró, dirigiendo su atención a
Jake—. Es
un muy bonito nombre, ¿no crees? Matthew.
Y la
manera en la que salió de sus labios, tan llena de dulzura, de
ternura, de una increíble
devoción,
ocasionó en Jake un ligero estremecimiento y una corriente eléctrica
que lo recorrió de cuerpo entero, cuya razón no pudo identificar y
que lo aturdió en... no supo qué sentimiento.
—¿O
es que tienes algún problema con él? ¿No te gusta? —inquirió
Sam al notar la repentina contrariedad en las facciones de él, y su
propio rostro fue apagándose al pensar sus ilusiones muertas.
Jake
pensó que no fuera que no le gustara el nombre; era más bien que no
estaba acostumbrado a él, para nada, pues nunca lo había usado y
que de pronto alguien lo
llamara por él sería muy extraño; tendría que habituarse, lo que
tomaba tiempo, cosa que
no le apetecía. No obstante, la triste expresión que había
trastornado el contento rostro de Sam al imaginarse una negativa de
su parte, le caló hondo;
sabía que no debía importarle, pero lo hacía. Además, ella sería
la única que lo llamaría Matt, por lo que iba a volverse algo
especial, ¿no? Algo propio de ella, algo que la diferenciaría de
todos los demás. ¿No era otra forma de estrechar la amistad que
habían desarrollado y de la que había perdido el punto de inicio?
El pensamiento le pareció tan llamativo que, de nuevo, su pulso se
atrevió a acelerarse y su bomba de sangre interna mandó el líquido
a su rostro, en plan de asentarlo
allí un buen rato, avergonzándolo.
—Llámame
como quieras —aceptó
finalmente, como quien no quiere la cosa, volviendo su rostro a un
lado para evitar que Sam notara
su rubor.
La
felicidad volvió a impregnar el mohín de la joven, en tanto la
amplia y esplendorosa sonrisa que tanto disfrutaba él, acudía
a sus labios. E incluso Sam sintió tremendas ganas de llorar de
dicha,
lo que se reflejó en su excitada y quebrada voz al agradecerle.
—Muchas
gracias, Jake... quiero decir, Matt.
—Da
igual. No pierdas más tiempo ni me hagas perder el mío y métete a
descansar ya.
Sam
asintió aún rebosante de gozo y agradeciéndole una vez más, se
adentró a su alcoba, cerrando la puerta, por lo que Jake no pudo
contemplarla más. Inhaló con profundidad antes de soltar el aire a
manera de suspiro largo y tendido. Los próximos días iban a ser muy
raros, pero si Sam iba a sonreír como lo había
hecho en ese momento, tal vez todo aquello valiera la pena, un poco
al menos.
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