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jueves, 5 de junio de 2014

Solicitud de Amistad


Solicitud de amistad


Tus pasos al recorrer el ancho y largo pasillo, fueron lentos y pesados, como si tus pies en vez de ser de carne y hueso, fueran de plomo, pues te estabas obligando a llegar a la puerta de esa habitación a la que no querías llegar.
 Tu expresión no pareció reflejar nada, ya que tus facciones de rasgos sencillos, se encontraban relajadas y tu respiración era tranquila, no obstante, a medida que te fuiste acercando a la puerta, fue perceptible el cambio en tu respiración y también el ágil bombeo de tu corazón, el que sentiste palpitar fuertemente contra tu pecho, lastimándote. Te dolió tanto que parpadeaste para no derramar las traicioneras lágrimas que humedecieron tus ojos, las que sin embargo escaparon al detenerte en el umbral de esa maldita puerta, maldita, sí, porque ella te dejó ver aquello que no querías ver, el interior de esa habitación que, a pesar de no ser lúgubre, ni obscura, sino todo lo contrario, el decorado era muy alegre, a ti se te hizo el lugar más espantoso de todo el mundo, porque allí, en esa habitación, sobre una amplia cama, reposaba el cuerpo frágil de la persona que más querías.

  La única persona que había pasado a tu lado todos los momentos de tus casi dos décadas de vida y que ahora yacía en esa cama, débil y demacrada, consumiéndose poco a poco, aguardando el momento final. Ese momento que no deseabas que llegara. ¡Jamás!
 Como cada vez que volvías a la casa después de pasarte días fuera, te quedaste de pie, bajo el marco de la puerta, centrada tu mirada en la frágil figura de tu amada persona que parecía perderse entre las mantas y las almohadas. Las pocas lágrimas que habían escapado en contra de tu voluntad, finalmente se habían secado sobre tu rostro. Tu respiración y ritmo cardiaco recobraron su funcionamiento normal cuando lograste percibir que tu amada persona seguía con vida y el comprobar eso una vez más, te hizo por el momento, sentir alivio y la angustia que sentías fue refundida hasta la última cavidad de tu ser, acechando otro momento para brotar y martirizarte.
 Verla desde allí fue suficiente para ti, así que como siempre lo hacías, te diste media vuelta para retirarte, pero algo, un movimiento en el extremo opuesto a donde estaba la cama, capturó tu atención y miraste allí. La sorpresa al descubrir a la niña sentada frente a la mesa de trabajo que antes utilizaba tu persona amada para escribir sus propias historias, iluminó tus facciones y por un momento mostraste animosidad en tu frío rostro, además de que tu mirada reflejó también ese asombro.
Jamás entrabas a esta habitación, no desde que la persona que descansaba en la cama, había sido confinada allí, privada de su libertad de andar por toda la casa como antes lo hacía, porque sus fuerzas eran escasas y por eso detestabas la habitación, por haberse convertido en una celda para ella, pero esta vez, la presencia de la niña atrajo tu atención, puesto que no comprendiste qué hacía una niña allí. ¿Quién era?
La miraste tratando de reconocerla y mientras te preguntabas cuál de las hijas de tus tíos era, y por qué estaba allí sola, te introdujiste al interior y en cuanto penetraste, la frialdad imperante en la habitación te envolvió como si tuviera brazos y te hubiese abrazado con fuerza. Jadeaste por el repentino cambio de temperatura y el impacto de esa frialdad te hizo estremecer, incluso tuviste que envolverte con tus propios brazos para recuperar el calor que de pronto te dejó y el vaho expelido por tu boca al momento de volver a jadear, formó una pequeña estela de vapor frente a ti, más eso fue lo de menos.
La impresión que te causó la mirada de la niña cuando te miró, hizo que gimieras de pena y dolor, dos sentimientos que llenaban también sus lagrimosos ojos oscuros, grandes e irremediablemente expresivos. Con esa triste y dolida mirada, esa niña te dejó ver que sufría de manera horrible, como si fuera el reflejo de tu propio sentir, esas emociones que sofocabas porque no te gustaban. Abriste la boca para hablar, preguntarle quién era y qué hacía allí, porque aunque vagamente te pareció conocida, no lograste ubicarla en tu memoria, pero la niña, de unos ocho años, colocó el dedo índice de su mano izquierda sobre sus labios para pedirte silencio y a continuación, inclinó su rostro sobre la hoja de máquina que estaba utilizando para escribir, ya que eso hacía: estaba escribiendo.
Sin intentar decir nada más, te acercaste a su lado, no queriendo pretender leer lo que escribía, sin embargo, fue para ti imposible no hacerlo, así que bajando tu mirada sobre la hoja de máquina, recorriste las frases escritas:
Querida Muerte…
No, no puedo llamarte “querida”, porque quieres llevarte a esa persona que está allí en esa cama, entonces quizás comience así:
Desconocida Muerte…
No, tampoco puedo llamarte desconocida, porque te conozco, ya te llevaste a alguien muy amado y me hiciste mucho daño y el daño que haces no se olvida nunca, entonces solo te diré:
Muerte:
Si es que ese es tu nombre real, Muerte:
Te escribo esta carta porque esa persona que está allí es mi más grande tesoro, es de mi propiedad y no puedes llevártela también. Te escribo para enviarte por medio de esta carta, una solicitud, sí, una solicitud de amistad. Para que ya no me hagas daño. Si me convierto en tu amiga, ¿sentirías amor por mí? ¿Dejarías de lastimarme? ¿Dejarías de arrebatarme a las personas que quiero?
Por favor, acepta mi solicitud de amistad, conviérteme en tu amiga y cuando te sientas sola y sientas que nadie te quiere porque les haces daño, ven a verme. Yo te escucharé y te consolaré, pero por favor, aléjate de esa cama. ¡Deja de ser mi enemiga! ¡Sé mi amiga!
Atentamente:
Como si lloviera, miraste las gotas de agua caer sobre el escrito, oscureciendo la hoja blanca ahí donde caían y tardaste un momento largo para darte cuenta que las gotas de agua no era lluvia, sino lágrimas y que no eran de la niña, sino tuyas. También descubriste por el nombre de esa pequeña escrito al final de la carta, que la niña era inexistente y que la que estaba sentada frente a la mesa, eras tú.
Tú, que sostenías todavía el lapicero que habías utilizado para escribir esa carta convirtiéndola en esa ridícula solicitud de amistad, la única forma que tu inconsciente había encontrado para desalojar tu sufrimiento, sin embargo, te dominó la ira por haber sido tan ilusa e infantil. Tomaste la hoja escrita y la arrugaste con manos temblorosas mientras pensabas llena de ira y amargura:
Sí! ¡Cómo no! ¡Como si la estúpida Muerte tuviera compasión! ¡Como si de veras fuera posible hacerle llegar tantas incoherencias! ¡La odio!
No dejaste de repetir lo último sino hasta que lograste dominar tu llanto y con éste, tu pena y dolor, matando así también cualquier vestigio de esperanza que pudiera volver a surgir, ya que en este momento la removiste por completo de tu corazón. Finalmente, ahogando un suspiro, te levantaste de la silla y sin mirar ni una sola vez hacia la cama, saliste de la fría habitación sin darte cuenta que pasaste junto a ese Ser, a quien la carta iba dirigida y que ese Ser pensó que tal vez si la solicitud de amistad hubiera llegado a sus manos… Quizás.
 Y es ese Ser, el que ha contando tu historia.

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