Solicitud
de amistad
Tus
pasos al recorrer el ancho y largo pasillo, fueron lentos y pesados,
como si tus pies en vez de ser de carne y hueso, fueran de plomo,
pues te estabas obligando a llegar a la puerta de esa habitación a
la que no querías llegar.
Tu
expresión no pareció reflejar nada, ya que tus facciones de rasgos
sencillos, se encontraban relajadas y tu respiración era tranquila,
no obstante, a medida que te fuiste acercando a la puerta, fue
perceptible el cambio en tu respiración y también el ágil bombeo
de tu corazón, el que sentiste palpitar fuertemente contra tu pecho,
lastimándote. Te dolió tanto que parpadeaste para no derramar las
traicioneras lágrimas que humedecieron tus ojos, las que sin embargo
escaparon al detenerte en el umbral de esa maldita puerta,
maldita, sí, porque ella te dejó ver aquello que no querías
ver, el interior de esa habitación que, a pesar de no ser lúgubre,
ni obscura, sino todo lo contrario, el decorado era muy alegre, a ti
se te hizo el lugar más espantoso de todo el mundo, porque allí, en
esa habitación, sobre una amplia cama, reposaba el cuerpo frágil de
la persona que más querías.
La única persona que había pasado a tu lado todos los momentos de tus casi dos décadas de vida y que ahora yacía en esa cama, débil y demacrada, consumiéndose poco a poco, aguardando el momento final. Ese momento que no deseabas que llegara. ¡Jamás!
La única persona que había pasado a tu lado todos los momentos de tus casi dos décadas de vida y que ahora yacía en esa cama, débil y demacrada, consumiéndose poco a poco, aguardando el momento final. Ese momento que no deseabas que llegara. ¡Jamás!
Como
cada vez que volvías a la casa después de pasarte días fuera, te
quedaste de pie, bajo el marco de la puerta, centrada tu mirada en la
frágil figura de tu amada persona que parecía perderse entre las
mantas y las almohadas. Las pocas lágrimas que habían escapado en
contra de tu voluntad, finalmente se habían secado sobre tu rostro.
Tu respiración y ritmo cardiaco recobraron su funcionamiento normal
cuando lograste percibir que tu amada persona seguía con vida y el
comprobar eso una vez más, te hizo por el momento, sentir alivio y
la angustia que sentías fue refundida hasta la última cavidad de tu
ser, acechando otro momento para brotar y martirizarte.
Verla
desde allí fue suficiente para ti, así que como siempre lo hacías,
te diste media vuelta para retirarte, pero algo, un movimiento en el
extremo opuesto a donde estaba la cama, capturó tu atención y
miraste allí. La sorpresa al descubrir a la niña sentada frente a
la mesa de trabajo que antes utilizaba tu persona amada para escribir
sus propias historias, iluminó tus facciones y por un momento
mostraste animosidad en tu frío rostro, además de que tu mirada
reflejó también ese asombro.
Jamás
entrabas a esta habitación, no desde que la persona que descansaba
en la cama, había sido confinada allí, privada de su libertad de
andar por toda la casa como antes lo hacía, porque sus fuerzas eran
escasas y por eso detestabas la habitación, por haberse convertido
en una celda para ella, pero esta vez, la presencia de la niña
atrajo tu atención, puesto que no comprendiste qué hacía una niña
allí. ¿Quién era?
La
miraste tratando de reconocerla y mientras te preguntabas cuál de
las hijas de tus tíos era, y por qué estaba allí sola, te
introdujiste al interior y en cuanto penetraste, la frialdad
imperante en la habitación te envolvió como si tuviera brazos y te
hubiese abrazado con fuerza. Jadeaste por el repentino cambio de
temperatura y el impacto de esa frialdad te hizo estremecer, incluso
tuviste que envolverte con tus propios brazos para recuperar el calor
que de pronto te dejó y el vaho expelido por tu boca al momento de
volver a jadear, formó una pequeña estela de vapor frente a ti, más
eso fue lo de menos.
La
impresión que te causó la mirada de la niña cuando te miró, hizo
que gimieras de pena y dolor, dos sentimientos que llenaban también
sus lagrimosos ojos oscuros, grandes e irremediablemente expresivos.
Con esa triste y dolida mirada, esa niña te dejó ver que sufría de
manera horrible, como si fuera el reflejo de tu propio sentir, esas
emociones que sofocabas porque no te gustaban. Abriste la boca para
hablar, preguntarle quién era y qué hacía allí, porque aunque
vagamente te pareció conocida, no lograste ubicarla en tu memoria,
pero la niña, de unos ocho años, colocó el dedo índice de su mano
izquierda sobre sus labios para pedirte silencio y a continuación,
inclinó su rostro sobre la hoja de máquina que estaba utilizando
para escribir, ya que eso hacía: estaba escribiendo.
Sin
intentar decir nada más, te acercaste a su lado, no queriendo
pretender leer lo que escribía, sin embargo, fue para ti imposible
no hacerlo, así que bajando tu mirada sobre la hoja de máquina,
recorriste las frases escritas:
Querida
Muerte…
No,
no puedo llamarte “querida”, porque quieres llevarte a esa
persona que está allí en esa cama, entonces quizás comience así:
Desconocida
Muerte…
No,
tampoco puedo llamarte desconocida, porque te conozco, ya te llevaste
a alguien muy amado y me hiciste mucho daño y el daño que haces no
se olvida nunca, entonces solo te diré:
Muerte:
Si
es que ese es tu nombre real, Muerte:
Te
escribo esta carta porque esa persona que está allí es mi más
grande tesoro, es de mi propiedad y no puedes llevártela también.
Te escribo para enviarte por medio de esta carta, una solicitud, sí,
una solicitud de amistad. Para que ya no me hagas daño. Si me
convierto en tu amiga, ¿sentirías amor por mí? ¿Dejarías de
lastimarme? ¿Dejarías de arrebatarme a las personas que quiero?
Por
favor, acepta mi solicitud de amistad, conviérteme en tu amiga y
cuando te sientas sola y sientas que nadie te quiere porque les haces
daño, ven a verme. Yo te escucharé y te consolaré, pero por favor,
aléjate de esa cama. ¡Deja de ser mi enemiga! ¡Sé mi amiga!
Atentamente:
Como
si lloviera, miraste las gotas de agua caer sobre el escrito,
oscureciendo la hoja blanca ahí donde caían y tardaste un momento
largo para darte cuenta que las gotas de agua no era lluvia, sino
lágrimas y que no eran de la niña, sino tuyas. También descubriste
por el nombre de esa pequeña escrito al final de la carta, que la
niña era inexistente y que la que estaba sentada frente a la mesa,
eras tú.
Tú,
que sostenías todavía el lapicero que habías utilizado para
escribir esa carta convirtiéndola en esa ridícula solicitud de
amistad, la única forma que tu inconsciente había encontrado para
desalojar tu sufrimiento, sin embargo, te dominó la ira por haber
sido tan ilusa e infantil. Tomaste la hoja escrita y la arrugaste con
manos temblorosas mientras pensabas llena de ira y amargura:
Sí! ¡Cómo no! ¡Como si la estúpida Muerte tuviera compasión!
¡Como si de veras fuera posible hacerle llegar tantas incoherencias!
¡La odio!
No
dejaste de repetir lo último sino hasta que lograste dominar tu
llanto y con éste, tu pena y dolor, matando así también cualquier
vestigio de esperanza que pudiera volver a surgir, ya que en este
momento la removiste por completo de tu corazón. Finalmente,
ahogando un suspiro, te levantaste de la silla y sin mirar ni una
sola vez hacia la cama, saliste de la fría habitación sin darte
cuenta que pasaste junto a ese Ser, a quien la carta iba dirigida y
que ese Ser pensó que tal vez si la solicitud de amistad hubiera
llegado a sus manos… Quizás.
Y
es ese Ser, el que ha contando tu historia.
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