Ha pasado un año desde que Mina tuvo su aventura en el mundo de un cuento y procura seguir con su vida normal. Sin embargo, no puede sacarse del corazón y la mente a cierto mago. ¿Qué pasa cuando dicho personaje es encomendado a una misión en su mundo? ¿Se repetirá la historia?
Buscando a una Princesa
Prólogo
Una oportunidad no tomada en el
momento puede volver a repetirse en otro tiempo bajo circunstancias
diferentes, sí; pero el resultado nunca será el mismo.
La mujer tarareaba feliz, danzando de
aquí para allá de manera improvisada, haciendo que su larga, lacia
y brillante melena negra se meciera con gracia y elegancia en
sincronía con su paso. La habitación en la que se movía era
amplia, de un color naranja chillón, con luces amarillas brillantes
colocadas por todo el rededor, iluminándola con potencia. No había
ni un solo mueble en la estancia, únicamente estaba una fuente en el
centro por la que bajaba una copiosa cascada desde su cúspide,
cayendo en la base honda y aunque era mucha el agua que terminaba por
caer, la fuente nunca se llenaba y la cascada jamás se agotaba.
La mujer dejó de tararear y bailar
para colocarse fuente a la fuente, tocando el líquido transparente
que hacía su recorrido hacia abajo. El acto hizo que el agua
cumpliera el fin de una pantalla cuando imágenes del pasado se
mostraron. Imágenes en las que la protagonista era una joven rubia
de expresivos ojos celestes y piel de porcelana. Había sido un
período muy tenso ese en el que esa joven había estado en aquel
mundo. Por un momento pensó que todo acabaría para ella al ser la
representación antropomorfa de ese universo. Eso no era bueno, por
ello debía hacer algo para no verse amenazada nuevamente.
Sonrió al sentir la presencia de la
persona que acababa de aparecer en la habitación y a quien le daba
la espalda. Se volvió para enfocar sus plateados ojos desprovistos
de pupilas en el hombre que ocultaba su rostro con el gorro de la
capucha negra que vestía y que contrastaba completamente con la
iluminación del lugar y su propio vestido que era blanco.
—¿Me llamabas? —inquirió él con
voz grave e impersonal.
—Ajá —respondió ella retornando
su visión al agua y congelarla cuando una imagen del hombre se
presentó, quedando estática—. He estado pensando y creo que es
hora de acabar con la maldición.
—¿Es eso posible?
—Sí, la misma maldición lo
permite. Deberás ir al otro mundo, al real, y buscar a la que será
la princesa permanente, ¿comprendes? —Se volvió para mirarlo.
—Afirmativo —él no movió ni un
músculo y su timbre no cambió.
—Te llevarás al príncipe. Él te
ayudará a encontrarla, pero hay un límite de tiempo; no podemos
estar mucho tiempo sin ambos, así que dense prisa.
—Entendido. ¿Algo más?
—Si fracasan no podrán volver a
intentarlo hasta que el círculo inicie y acabe de nuevo.
—Me aseguraré de que tengamos
éxito.
—Bien, por ahora es todo. Cuanto
estén listos, vuelves y te doy más detalles. Confío en ti, no lo
olvides.
Él asintió y sin más que agregar,
desapareció de su vista en un pestañeo. Ella volvió a dirigir su
atención a la fuente para tocarla de nuevo y hacer que el agua y las
imágenes continuaran su trayecto. Era verdad lo que le dijo,
confiaba en él y estaba segura de que cumpliría su misión al pie
de la letra, tal y como lo había hecho siempre. No por nada lo había
encomendado como el encargado de la maldición. Por un momento
entrecerró los ojos con recelo al ver a la rubia en la pantalla
líquida antes de negar con la cabeza, sonriente. No, no había
manera de que él la traicionara.
Reencuentro inesperado
El ansiado verano había llegado hacía
un par de semanas atrás y como era de esperarse, la actividad,
algarabía y su calor característicos inundó las calles de la
ciudad. Los estudiantes se mostraban entusiasmados de haber
finalizado las clases y prueba de ello era que ahora aprovechaban sus
vacaciones haciendo planes para ir de paseo, de picnics, viajes a la
playa y demás. Entre las actividades que también se dejaban para el
verano eran algunas relacionadas con equipos deportivos de diversas
instituciones escolares, y era en una secundaria que precisamente uno
de estos eventos se llevaba a cabo. El lugar, más específicamente
hablando en la zona de las canchas, estaba abarrotado de personas;
tanto de los jóvenes participantes, como de sus amigos, compañeros
y familiares que estaban allí para apoyarlos. Era la final del
campeonato interescolar a nivel secundaria de voleibol, tanto el
femenil como el varonil.
Haciéndose paso por entre la gente
antes de que iniciara el partido se hallaba Ruth, buscando a su
hermano Todd, que era uno de los integrantes del equipo varonil que
representaría su escuela. Todd había llegado allí temprano ante
las órdenes del entrenador, así que ella arribó mucho después,
por lo que no tenía idea de dónde estaba. Quería que la viera para
que supiera que había ido a darle su apoyo moral. Llegó a la cancha
que sería utilizada ese día y en donde había varios jugadores
practicando, más no ubicó a su hermano. Estaba tan ensimismada en
su búsqueda que no notó que uno de los muchachos perdía el control
del balón al golpearlo muy fuerte, logrando que se dirigíera a
ella.
—¡Cuidado!
El grito la alertó y fue entonces que
vio que la pelota la golpearía sin consideración, por lo que se
encogió de hombros cerrando los ojos, en espera de un impacto que
nunca llegó. Abrió los ojos con sorpresa para detallar la espalda
adornada de la rubia coleta alta de quien era su mejor amiga y
siempre salvadora, Mina, que había llegado a tiempo para desviar la
trayectoria del balón con su puño, así que la esfera voló en otra
dirección, siendo su objetivo otro espectador.
—¡Rayos! —vociferó Mina tomando
a Ruth por los hombros colocándose tras ella, haciendo que
caminara—. Actúa natural y no sabrán que fuimos nosotros.
Culparán a los que están entrenando.
—Pero Mina, sí fue nuestra culpa.
—No tienen por qué enterarse.
Finjamos que nadie vio nada.
—Al menos deberías disculparte,
¿sabes?
—Ay Ruth, no empieces —rogó Mina
con fastidio—. No merezco que me regañes después de haberte
salvado. No es justo. ¿Ves por qué es malo vivir en un mundo de
fantasías todo el tiempo? Hace que te distraigas.
—No estaba fantaseando, Mina —Ruth
rio ligeramente por el comentario de su amiga—. Buscaba a Todd, ¿lo
has visto?
—No, pero te ayudaré a encontrarlo.
Las dos amigas volvieron sus pasos a
las canchas y después de varios minutos transcurridos, al fin
lograron distinguir al chico de trece años, quien era pelirrojo
igual que su hermana, con la diferencia de que él tenía algunas
pecas en el puente de la nariz. Se acercaron a él ganándose su
atención.
—¡Ruth! ¡Mina! —gritó feliz y
sonriente corriendo hacia ellas para mirarlas con ojos brillantes—.
¡Qué bueno que vinieron!
—Sabes que no nos lo perderíamos.
Es una lástima que nuestros padres estén ocupados en el trabajo.
—Y de hecho nosotras también
deberíamos estar trabajando —intervino Mina mirando al adolescente
con intensidad—. Así que más te vale que muestres un buen juego,
¿oíste?
—Lo haré —aseguró Todd con
confianza—. He mejorado mucho.
—¿En serio? —Mina sonrió con
malicia—. ¿Entonces que te parece un uno contra uno conmigo?
—¿Eh? —El chico retrocedió un
par de pasos, nervioso al saber que Mina era una máquina imparable
en cuanto a deportes se refería—. Yo, bueno, verás, eh...
—comenzó a sudar.
—No hay tiempo para eso, Mina. Está
por comenzar el partido —dijo Ruth y Todd la miró agradecido de
que lo ayudara, hasta que la escuchó continuar—. Cuando termine
puedes ir a casa y practicar con él cuanto lo desees.
Mina le dedicó una mirada victoriosa
a Todd antes de retirarse con su amiga, dejándolo solo, temblando
por dentro y estando seguro de que iba a sufrir mucho cuando ese día
llegara. Si Mina era aterradora como entrenadora, como rival debía
ser... Ni pensarlo mejor.
—Eres muy mala con él, Mina —la
reprendió la pelirroja dirigiéndose a sus asientos, aunque sin
ocultar una pizca risueña.
—¿Tú crees? No es a propósito. Me
gustaría verlo llegar lejos con su voleibol. Me recuerda a mí en
mis inicios como béisbolista, supongo. Creo que...
—¡Te encontré, corazón mío!
Una alegre voz la interrumpió antes
de sentir que unos fuertes brazos la rodeaban por detrás y un firme
cuerpo se pegaba al suyo, en tanto el personaje se tomaba la libertad
de colocar su barbilla sobre su hombro. Mina puso los ojos en blanco
mientras sentía que un tic se apoderaba de su ojo izquierdo.
—Helio, también pudiste venir. ¡Qué
bueno! —saludó Ruth al recién llegado, sonriente.
—¡Helio! —explotó Mina
intentando despegarse de él—. ¿Cuántas veces te he dicho que no
hagas esto? ¿No habíamos quedado claros en cuanto a las muestras de
afecto en esta amistad? Espacio personal, ¿recuerdas? ¡Suelta,
suelta!
Más de a fuerzas que de ganas, Helio
liberó a su ángel con un puchero de disconformidad.
—¡Cielos! No tienes remedio —lo
regañó la rubia mirándolo con el ceño fruncido, estirando sus
músculos al sentirlos de pronto engarrotados por el abrazo de oso.
—Pensé que estabas en el trabajo
—habló ahora Ruth al recordar que el hombre trabajaba en un lavado
de autos.
—Tengo turno en la tarde toda esta
semana —informó él, amable—. ¿Iban a sus lugares? ¿Puedo
sentarme con ustedes?
—Claro —aceptó la pelirroja sin
problemas.
Mina suspiró con cansancio prematuro.
Ella quería ver el partido completamente concentrada en él, pero
con Helio y sus múltiples atenciones para con ella allí, iba a ser
imposible. Apreciaba mucho al castaño y era un buen amigo, pero a
veces era sofocante. Una de dos: o se conseguía ella un novio o le
conseguía a él una novia. Con eso, los tres fueron a buscar un
lugar entre la zona designada para los espectadores antes de que el
partido comenzara. Encontraron un espacio disponible en el que
cabrían perfectamente sin necesidad de siquiera rozarse entre ellos,
pero como era de esperarse de Helio que amaba el contacto físico con
Mina, se sentó de tal manera que su brazo y el de ella casi se
fusionaron. La rubia sintió que ahora el tic se apoderaba de su ceja
y se deslizó un poco más hacia la derecha, donde estaba Ruth, para
despegarse de él. Helio hizo lo mismo para quedar pegado con ella
nuevamente.
—Helio —lo nombró completamente
disgustada y a modo de advertencia.
—¿Dime? —cuestionó él
haciéndose el inocente.
—O te haces para allá o Ruth y yo
nos vamos y te quedas solo.
Helio se movió otra vez para dejar el
pequeño espacio que debía separarlos, bastante renuente y con
expresión de derrota. Ruth lo miró unos momentos y luego se acercó
a su amiga, susurrándole en el oído:
—¿Por qué siempre lo rechazas así?
—Él tiene la culpa —contestó
cruzándose de brazos, susurrando también—. Se pone muy pesado.
—¿Qué tiene de malo que quiera
estar contigo?
—Que abusa. Además, nos vemos muy a
menudo, no tiene por qué exagerar. Es bueno ser expresivo, pero él
se pasa.
—Ya, pero... —Ruth vio que los
jugadores tomaban sus puestos dispuestos a dar inicio—. Luego
hablamos.
Mina asintió enfocándose de lleno en
el juego, el que resultó bastante interesante. El equipo contrario a
Todd arrancó bien e hizo cinco puntos a favor contra uno de manera
rápida, dando quizás una temprana idea de cómo terminaría el
asunto, pero Todd y sus compañeros no se desesperaron, sino que se
mantuvieron concentrados y pronto pudieron hacer el empate con nueve
puntos. A partir de allí, el resultado se vio realmente justo y
aunque los dos se esforzaron al máximo, al final el contrincante del
equipo de Todd resultó vencedor cuando hicieron una picada que no
pudieron detener, concluyendo el partido. Los victoriosos fueron
recibidos con vítores y aplausos, mientras que los perdedores fueron
llenados de palabras de consuelo. Ruth se acercó a su hermano junto
con los otros dos, dispuestos a animarlo.
—Creí que había entrenado lo
suficiente, pero parece que no fue tanto como pensé —dijo el
muchacho con desconsuelo en su voz, a punto de quebrársele, mirando
el suelo.
—Un segundo lugar no es tan malo
—intentó alentar Helio.
—Pero no es el primero —arguyó
Todd sintiéndose en verdad un fracasado.
—Puede ser, pero en tanto hayas
puesto tus mayores energías no puede decirse que perdiste del todo
—habló ahora Mina poniendo las manos en la cadera—.Y de hecho,
pude darme cuenta que no mentías hace rato. En verdad mejoraste
mucho y te felicito por eso y por dar todo de ti.
—¿En serio? —Todd la miró con
brillantes ojos a causa de las lágrimas retenidas, esperanzado.
—Por supuesto. Si sigues de ese modo
llegarás lejos, así que no te deprimas. ¿Está claro? —lo apuntó
con el dedo en tono demandante.
—¡Sí, señora! —Todd hizo un
saludo militar a la que era su entrenadora y su ejemplo a seguir en
deportes.
—Bien. Helio, ¿traes dinero? —Mina
desvió su visión del adolescente para enfocarla en su amigo.
—¿Eh? —parpadeó confundido—.
Sí, ¿por qué?
—Perfecto —la rubia volvió a
mirar al pelirrojo—. Allí lo tienes. Podemos ir a algún lugar a
festejar tu buena participación.
—¡Mina! —Ruth la miró con el
ceño fruncido, inconforme—. No pongas a disposición tuya los
bienes ajenos.
—Pero a Helio no le molesta,
¿cierto?
—Bueno... —el aludido se rascó la
mejilla.
—¡Todd, Todd! —un par de sus
compañeros se acercaron a él—. El equipo irá a comer por allí,
ya le pedimos permiso a nuestros padres. ¿Quieres venir?
—¿Puedo? —Miró a su hermana,
ilusionado.
—Está bien, pero no llegues tarde,
¿de acuerdo?
El chico asintió y despidiéndose del
trío, se alejó de allí con sus amigos.
—Qué mal —se quejó Mina—. Allá
va mi oportunidad de almorzar gratis.
Ruth negó con la cabeza; su amiga era
simplemente imposible. Iba a decir algo acerca de que se costeara
ella misma sus alimentos, cuando Helio tomó la palabra.
—Aún puedo invitarlas a las dos.
—Acepto —accedió la rubia sin
pensárselo dos veces.
—No quiero causarte problemas —se
resistió Ruth, un poco avergonzada de estar envuelta en todo eso
gracias a su amiga.
—No los causas. Vamos.
Los tres se encaminaron a un
establecimiento de comida rápida que se hallaba por el barrio y
ordenaron cada quien lo que deseó, siendo la porción de Mina la de
mayor cantidad pues estaba hambrienta. Se sumieron en un agradable
entorno donde conversaron de temas varios y al terminar, se
dirigieron ahora a una pastelería para comprarse un postre ante los
antojos de la joven de mirada azul. Nuevamente corrió a cuenta de
Helio y con su pedazo de tarta y pastel, Ruth y Mina fueron a
sentarse en una de las mesas que el mismo negocio ofrecía, ya sin la
compañía del hombre, pues tenía un par de diligencias que debía
hacer antes de ir a trabajar, por lo que tuvo que dejarlas.
—¡Está tan rico! —se deleitó
Mina en saborear su pastel—. Y está más bueno todavía porque no
lo pagué yo.
—¿Por qué de pronto me pareció
que te oíste como Odín? —indagó Ruth casualmente logrando que su
compañera se atragantara con el pedazo que tenía en la boca, por lo
que tuvo que darle golpecitos en la espalda mientras Mina misma se
golpeaba el pecho para calmarse.
—¿Qué te he hecho para que me
insultes así, Ruth? —quiso saber la víctima entre tosidos,
ofendida.
—Ser cruel, eso has hecho —Ruth la
miró frunciendo el entrecejo y la otra le devolvió la mirada
confundida—. Te aprovechas mucho de los sentimientos de Helio.
—Aprovechar es un término muy
fuerte. Digamos que simplemente sé tomar las oportunidades que se me
presentan. Yo no lo obligué a que nos pagara esto; lo hizo porque
quiso.
—De cualquier manera, no puedo
entenderlo. Él se porta tan bien contigo, te da lo mejor que tiene,
te demuestra lo mucho que le importas y no haces más que rechazarlo.
¿Cómo puedes hacerlo? Es un encanto contigo; te trata como si
fueras...
—Una princesa —la interrumpió
Mina fastidiada de esa conversación que surgía entre las dos cada
vez con más frecuencia—. Supongo que ese es el problema, que no
soy una princesa y por ende, no necesito de un príncipe.
—¿Por qué te niegas en querer
novio?
—No, Ruth, no estoy diciendo que no
necesitaré un hombre en algún momento de mi vida. Estoy diciendo
que no necesito de un príncipe. Yo no soy como tú que espera
encontrar al chico perfecto que se desviva por mí, me atienda las
veinticuatro horas y me tenga como el centro de su mundo. Claro,
querré a alguien que me quiera y me apapache cuando sea necesario,
pero no que me asfixie de amor. Además, me faltan muchos años para
comenzar a preocuparme por esas cosas; mejor aprovecho mi soltería.
Ruth suspiró dándose por vencida con
su amiga. Mina era una de las personas más testarudas que conocía y
sabía que nada la hacía cambiar de opinión una vez se le metía
algo en la cabeza; de allí que dejara el tema para después. Estaba
segura de que el día que Mina se enamorara, iba a aferrarse a ese
amor con dientes y uñas; tan solo esperaba que eso sucediera antes
de envejecer. Las dos terminaron sus postres y anduvieron vagando por
la calle sin mucho que hacer y sin ganas por parte de Mina de
regresar a casa. No obstante, la pelirroja tuvo que irse al poco rato
para asegurarse de que Todd llegara a casa y darle una explicación a
sus padres.
Viéndose sola, Mina decidió ir a un
centro de juegos unos instantes antes de que le diera hambre otra vez
y decidiera regresar a casa, donde su madre la esperaba con la comida
lista. En esa ocasión no esperó a que su padre arribara para comer
en familia como era la costumbre, sino que se sirvió un par de
platos bien llenos. Terminó y lavó lo que había utilizado para
después ir a darse una ducha y luego encerrarse en su habitación,
donde se la pasó frente a la computadora viendo las novedades en la
página social en la que estaba inscrita. Dado que la mayoría de sus
contactos, que eran compañeros de la universidad, ahora gozaban de
más tiempo libre, tenía alertas de ellos con más frecuencia y
podía pasársela horas atendiendo todas, como ese día que se le
anocheció. Mas su navegación por la red no concluyó, sino que
abusó un poco más para ver vídeos de entretenimiento.
Ya entraba la madrugada cuando se dio
cuenta de la hora y decidió que era tiempo de meterse a la cama o la
mañana siguiente no querría levantarse para ir a trabajar. Apagó
el computador y antes de ir a soñar, salió del cuarto para ir a la
cocina y comer otro ligero aperitivo, pues su estómago estaba
resintiendo las energías gastadas en ver y leer. Sin embargo, a
medio pasillo plagado de las tinieblas de la noche, se detuvo
alertada al escuchar ruidos raros. ¿Qué diantres era eso?, se
preguntó con extrañeza encendiendo la luz. Los ruidos se repitieron
y los identificó como el rechinido de madera al ser pisada, pero lo
que la perturbó en mayor medida fue que los sonidos provenían de
arriba de su cabeza, o sea del ático, siendo acompañados por lo que
parecían murmullos distorsionados.
Los nervios la atacaron al recordar
que una vez, en un libro que tuvo que leer para hacer una tarea, se
hablaba de que vagabundos habían aparecido en el ático de la
protagonista, viéndose esclavizada a mantenerlos el resto de su vida
o si no, la matarían a ella y a su familia. ¿Qué posibilidades
había de que eso le ocurriera a ella teniendo en cuenta sus
antecedentes fantasiosos? Sacudió la cabeza para borrar semejantes
estupideces. Por eso odiaba leer libros; no hacían más que
envenenar la mente. Pensó un momento qué hacer. Lo más sensato era
pedir ayuda, pero a veces ella no se guiaba por la sensatez; además,
siempre había sido un persona valiente e independiente, por lo que
decidió enfrentarse a lo que fuera o quienes fueran que estuvieran
escondiéndose en su ático.
Abrió el armario de los artículos de
limpieza y sacó una escoba, la que sabiendo usar bien, podía
funcionar como un buen arma a la hora de defenderse. Se acercó a la
puerta-escalera empotrada en le techo de la casa y la que permitía
el acceso al ático. Sujetó el cordón que permitía bajarla y tragó
duro antes de halarlo, haciendo que la puerta-escalera descendiera
súbitamente ante el peso de un cuerpo que cayó con un sonido sordo
en la base de esta, dándose de lleno en el suelo. Mina reprimió un
grito de sorpresa y susto, pero le propinó un golpe al intruso en la
espalda, sacándole un gemido de dolor.
—¡Espere, espere, señorita!
Permítame explicarle.
El hombre suplicó al momento de
sentarse en el suelo, dándole la cara a Mina y extendiendo sus
brazos frente a sí en modo de escudo al ver que ella iba a asestarle
otro golpe; sin embargo, la rubia se detuvo cuando consiguió
distinguir el atractivo rostro del joven castaño que la miraba con
sus penetrantes y hermosos ojos verdes llenos de miedo, y que vestía
de una manera elegante, estilo de la nobleza antigua. Abrió los ojos
sorprendida.
—Kadin.
El nombre no salió de su boca a pesar
de que la abrió con la intención de hablar, sino que una voz
masculina, profunda, serena y que había soñado muchas veces, lo
pronunció. Mina tembló al reconocer la voz, sintiendo que el pulso
le aceleraba a mil por hora, y una emoción indescriptible la sacudió
cuando comenzó a alzar su visión hacia la persona que bajaba las
escaleras para salir de las sombras de ático y ser iluminado por la
luz artificial de la bombilla. Detalló los zapatos poulaines, la
túnica de pantalón color azul eléctrico que era adornada por un
cinturón de lino negro y la capucha más oscura que la noche cuyo
gorro impedía una vista completa del rostro del individuo. Pero eso
fue solo hasta que él lo bajó, dejando al descubierto su tez
tostada, su cabello negro como el ónix y sus ojos cual rubíes que
chocaron con los zafiros de ella, quedando atrapados en una lucha de
sentimientos encontrados.
—¿Mina? —preguntó finalmente él,
visiblemente sorprendido.
—Tare —ella logró articular con
dificultad ante el nudo que se le formó en la garganta por el
impacto de verlo allí.
Desenterrando recuerdos
Los dos se vieron inmersos en la
mirada del otro, incapaz de apartarla, como si se hubiesen fundido
para forma una misma gema, mientras intentaban relajar las diversas
sensaciones que los embargaron, tales como el asombro, la confusión
y la dicha. Mina sintió que sus manos sudaban sin reparo,
humedeciendo el palo de la escoa y tuvo que aferrarla con fuerza para
que no se le resbalara, percibiendo el latir desenfrenado de su
corazón dentro de su pecho. Y aunque algo parecido ocurría con
Tare, otro sentimiento eclipsó los demás, haciéndolo fruncir el
ceño, preocupado. ¿Por qué estaba Mina allí? No, la pregunta
correcta era, ¿por que Kadin y él habían arribado precisamente
allí? No pudo evitar pensar que lo que creyó iba a ser una misión
más, ahora se transformaría en una complicada, desesperada y
dolorosa odisea. Vio que Mina abría la boca para decir algo, pero se
abstuvo de hacerlo al escuchar ruidos provenientes de una de las
habitaciones.
—Demonios —masculló la rubia por
lo bajo y sin decir más, tomó a Tare y Kadin, quien ya se había
levantado, de la capucha y el saco respectivamente para hacer que se
movieran.
—¿Qué pasa? —inquirió Kadin
curioso viéndose arrastrado por la joven.
—Shh —lo siseó ella abriendo la
puerta del armario de los artículos de limpieza y como pudo porque
no era muy grande y estaba bastante ocupado, los escondió allí,
dejándolos en una posición tremendamente incómoda, antes de
encerrarlos advirtiéndoles—: No hagan ruido, no respiren siquiera
o me meterán en problemas.
Mina vio que la puerta de la
habitación de sus padres se abría para que de ella emergiera su
madre, quien la miraba con molestia evidente.
—¿Qué esas haciendo, Mina? ¿Tienes
idea de la hora que es? —A pesar de que habló en voz queda, la
irritación fue penetrante.
—No podía dormir y se me ocurrió
hacer un poco de limpieza en el ático. Es un desastre, ¿sabes?
—contestó un poco nerviosa. No era buena mintiendo y esperaba que
su madre no lo notara.
—¿En medio de la noche? —La mujer
alzó una ceja, en parte escéptica y en parte creyéndole ante la
evidencia que conformaban la escoba en la mano de su hija y la puerta
del ático abierta.
—Quién entiende a los padres. Si
los hijos no hacemos limpieza nos regañan y cuando decidimos hacerla
también nos regañan. Decídanse.
—Mina —la mujer alzó un poco más
la voz, exasperada ante el razonamiento de su hija—. Para todo hay
un tiempo y la noche se hizo para dormir. Tu padre está hecho una
fiera. Sabes que se levanta temprano para trabajar y lo despertaste
con tus ruidos. Deja eso y vete a dormir, ¿sí?
—Está bien, está bien —Mina
subió la escalera del ático—. Listo, ¿ves? Vete tranquila a
calmar a tu marido.
Su madre suspiró agotada dispuesta a
volver a su estancia. Cuando lo hizo, la universitaria se apresuró a
abrir el armario donde estaban los varones y al hacerlo, dada la
presión en la que se hallaban, salieron disparados hacia adelante,
casi dado de lleno al suelo de no ser porque Kadin encontró el
equilibrio necesario y ella alcanzó a sostener a Tare para que no se
fuera de bruces. Los que no corrieron con la misma suerte fueron
algunos artículos, como un trapeador y una cubeta, que terminaron
impactándose en el suelo, haciendo un ensordecedor estruendo que
pareció más fuerte de lo que era dada la quietud del momento. Mina
se cubrió las orejas y cerró los ojos con ansiedad; la iban a
matar, la iban a matar. Echó una rápida mirada a la puerta del
cuarto de sus padres, temerosa de que se abriera, los dos
aparecieran, vieran a Tare y Kadin y los corrieran a los tres de la
casa. Afortunadamente eso no pasó. Soltó el aire que había estado
conteniendo inconscientemente, aliviada, y luego miró a Tare con
reproche, quien alzó una ceja.
—No pesarás culparme a mí,
¿cierto? —intentó adivinar, incrédulo.
—¿A quién más si no? —cuestionó
ella arreglando el desastre lo más silenciosamente posible.
—A ti misma. Recibir a los invitados
encerrándolos en un armario es un inhumano.
—¿Qué esperabas que hiciera?
¿Dejar que mis padres me vieran con ustedes dos? Olvídalo. Me
desheredan, me echar de patitas a la calle.
—Tal vez te lo merezcas —concedió
el moreno cruzándose de brazos—. Ahora entiendo por qué tu
actitud para con la madrastra era tan insolente. Ni a tu propia madre
pareces respetar.
—Le hablo con mucha confianza, que
es diferente. Pero claro, ¿cómo ibas a entenderlo si te diriges a
todos con formalismos anticuados y estúpidas jerarquías?
—Las jerarquías estipulan un orden.
¿Y qué hay de malo con los formalismos? Son elegantes.
—Son aburridos, justo como tú.
—Mejor que ser un desastre
ambulante... y mediocre además.
—¿Sigues con lo de mediocre? —Mina
terminó con el armario mirándolo con un ligero disgusto aunque con
una chispa divertida al recordar buenos momentos.
—Chicos —intervino Kadin por
primera vez en todo el rato.
—¿Qué? —respondieron los dos
debatientes mirándolo con el ceño fruncido, haciendo que el
príncipe se encogiera de hombros, asustado por interrumpirlos.
—Lo lamento, Kadin —se disculpó
Tare calmándose, arrepentido de dejarlo de lado.
Sin embargo, había sido un día por
demás estresante con todos los preparativos para ir al mundo real a
encontrar a la princesa que remplazaría a la original para siempre.
Tuvo que poner a Kadin al tanto de todo y hablarle de la maldición
para obtener su ayuda. Y ahora que finalmente estaban allí para
cumplir su cometido, se encontraban con Mina ¡con Mina! Pensar en lo
que eso repercutiría en su objetivo y en él mismo le provocó un
malestar enorme y lo asaltaron las ganas de llorar, pero se tragó
sus sentimientos, dispuesto a cumplir su comisión sin distracciones.
—Parece que ustedes dos se conocen
—siguió diciendo Kadin alternando miradas de uno al otro.
La fémina frunció el ceño extrañada
por su comentario, pero antes de decir algo al respecto, recordó que
Tare borraba la memoria de todos cada que el cuento acababa, por lo
que tenía sentido que no la recordara.
—Mina fue una de las varias víctimas
de la maldición que se vieron forzadas a cumplir el papel de
princesa —informó el pelinegro con voz neutra—. De hecho, fue la
última.
—Oh, ya veo —comprendió Kadin y
miró a la rubia con pesar—. Lamento mucho no acordarme de ti.
—No te preocupes, en serio —Mina
movió su mano frente a sí en un ademán de desechar el tema, luego
miró al que había sido su prospecto mágico personal—. Vamos al
sótano. Quiero que me cuentes qué hacen aquí y no quiero
arriesgarme a que alguno de mis padres los vea. No bajamos allí a
menos que sea para lavar la ropa, así que es parcialmente seguro.
Sirve que duermen.
Tare asintió no dispuesto a discutir,
entendiendo que la situación en la que estaba Mina era
comprometedora y no quería ocasionarle más problemas de los que ya
le habían dado. Bajaron al sótano y a pesar de que encendieron la
luz, no dejó de reflejar un ambiente gris debido a las paredes de
concreto, además de mostrar algunas manchas de humedad, por lo que
un aroma a esta mezclada con detergente y suavizante se percibía en
el lugar.
—Oscuro y deprimente. Tal como te
gusta, Tare —comentó Mina con sorna.
—Muy amable, gracias —él rodó
los ojos y ella sonrió.
—De acuerdo, suelta la sopa. ¿Qué
hacen aquí? —demandó por demás interesada.
—Buscamos a una princesa permanente
para romper la maldición —explicó el encapuchado yendo a un
extremo del sótano.
—¿Se puede hacer eso?
—Aparentemente sí —Tare se
dirigió al otro extremo—. Hay un par de oraciones en la maldición
que lo permiten. “El amor al noble le hará retornar” y “El
propósito inicial, cualquier barrera destrozará”.
—¿Qué significan esas frases?
—El significado inmediato de ambas
está relacionado con lo que las princesas sustitutas deben hacer
dentro del cuento para regresar a casa —continuó él con la
explicación y con su caminata de un lado a otro—. No obstante,
también quieren decir que la maldición puede ser rota. El propósito
inicial del cuento siempre ha sido que cada uno de sus personajes
viva dentro de él, sin modificaciones de ningún tipo en cada
momento. Lo del amor al noble nos dice cómo encontrar a la que será
la princesa definitiva.
—Y por eso estoy aquí —Kadin se
señaló—. Tare dice que la joven de la que me enamore y
corresponda mis sentimientos será la princesa adecuada.
—Creo entender eso —Mina se llevó
una mano al mentón, intentando procesar la información que acababa
de recibir—. Eso significa que los cuentos son los portales que
conectan los dos mundos, ¿cierto? Su medio para llegar al mundo
real.
—Correcto —asintió Tare sin
detenerse.
—¿Por qué salieron del mío,
entonces? ¿Acaso es en realidad el único que existe?
—No, es verdad que no hay muchos,
pero sí hay más —rectificó el de mirada roja.
—¿Podrías dejar de hacer eso? Me
estás mareando —pidió ella fastidiada de verlo ir y venir, pero
él la ignoró, por lo que bufó con resignación—. Bueno, si hay
otros libros de esos, ¿por qué salieron del mío? ¿Fue una
coincidencia?
—En absoluto —Tare se detuvo
finalmente mirándolos con intensidad—. En realidad, sé a quién
buscamos aunque no la conozco.
—¿A quién? —Tanto Mina como
Kadin preguntaron, pues el príncipe eso no lo sabía.
—La descendiente de la princesa
original.
—¿Qué? —Volvieron a exclamar al
unísono, sorprendidos, y luego la joven siguió—: ¿Cómo así?
¿Por qué?
—¿Recuerdas que te dije que la
maldición fue provocada porque la princesa no quiso continuar con su
papel?
—Sí —“¿Cómo
olvidarlo?”, pensó la rubia con amargura. “Por su culpa
mi vida amorosa es un asco”.
—Al rechazar su papel, ya no hubo
lugar para ella en el cuento, por lo que fue desterrada a este mundo,
entrelazándolos, creando la maldición —El joven se sentó
cruzando las piernas, apoyando la espalda en una de las paredes—.
Honestamente no habría imaginado jamás que la ciudad donde inició
su vida como exiliada y en donde se estableció fuera la tuya, Mina.
—Pareces decepcionado —le hizo
saber ella, triste.
—Más bien inquieto —confesó
tamborileando sus dedos unos contra otros.
—Pues yo estoy feliz de conocer a
Mina... otra vez —se sinceró Kadin, sonriente—. Estoy seguro de
que nos será de mucha ayuda.
—Tengo la impresión de que el señor
“sigue las reglas al pie de la letra” no opina lo mismo —mencionó
ella señalándolo, y luego vio que Kadin bostezaba cansado—. Creo
que ha sido un día difícil para todos. Les traeré unas mantas y
colchas para que puedan dormir. Esperen un momento.
La rubia subió las escaleras dejando
al dúo solo, y sin borrar su sonrisa, Kadin habló:
—Es muy atenta, ¿no te parece? ¿No
crees que es una buena candidata para ser la princesa?
—Definitivamente no —replicó su
compañero, tajante.
—¿Por qué no?
—Es problemática, no sabe seguir
órdenes, no puede quedarse quieta en su sitio, es rebelde,
respondona y demasiado impulsiva. Es lo opuesto a la princesa que
necesitamos, así que no y punto final.
Kadin parpadeó asombrado de la
descripción que Tare dio de Mina, pero no pudo comentar nada porque
ella regresó con un montón de sábanas y cobertores en sus brazos,
complicándole la tarea de bajar las gradas, por lo que presuroso, el
castaño fue en su ayuda. Los dos doblaron un par de gruesos
cobertores y los colocaron en el suelo a manera de colchón para que
el príncipe se echara sobre estos.
—Puede ser incómodo, pero es lo
único que tengo —indicó ella al imaginarse lo duro que debía
estar el suelo.
—No te preocupes, está bien. Dormir
así es nuevo para mí, así que lo tomaré como una aventura —le
aseguró Kadin sin dejar de sonreír.
—Sí que eres optimista. Deberías
aprender algo de él, Tare —Mina lo miró, aunque él mantuvo su
vista al frente y sin moverse—. Vamos, ayúdame a hacer tu cama.
—Estoy bien así, gracias.
—¿Piensas dormir en esa posición?
¿Cómo puedes? —la joven hizo un mohín de sorpresa mezclada con
desasosiego de tan solo pensarlo.
—Estoy acostumbrado. No te inquietes
y ve a dormir.
—Muy bien, pero no me eches la culpa
si no logras conciliar el sueño. No estamos en tu mundo, ¿sabes?
Aquí sí envejeces si no descansas bien, así que no te quejes si te
arrugas como una pasa en tiempo récord.
Tare sonrió de medio lado ante el
comentario y después de eso Mina se despidió de ellos deseándoles
buenas noches, para finalmente desaparecer de su presencia apagando
la luz. Viéndose rodeado por su fiel y discreta compañera, la
oscuridad, Tare pudo cambiar la expresión en su rostro a una que
dejara al descubierto todo aquello que brotaba en su interior como
corrientes rápidas y acaudaladas que buscaban una vía por la cual
desembocar. La sorpresa de ver a Mina nuevamente había sido sublime,
mas la felicidad que acompañó a esta fue indescriptible. Su amor
por ella seguía intacto, anidado fervientemente en su interior,
tatuado en su corazón al rojo vivo, y prueba de ello habían sido
los enormes deseos que casi lo dominaban para abrazarla con ternura y
besarla con pasión. Por supuesto, había hecho gala de su buen
auto-control, poniéndolo al límite.
No podía dejarse distraer, tenía una
misión que cumplir y era importante; la vida de un mundo estaba en
juego de nuevo. Lo mataba pensar que la dejaría otra vez después de
haberla visto tan llena de vida y hermosa como la guardaba en sus
memorias, pero no podía hacer nada, salvo quizás, guardar la
distancia para evitar la desgracia de que la partida fuera
fulminante. Además, no quería ser una curva en la línea recta que
ahora debía ser la vida de ella. Ya había tenido que pasar por una
situación desesperante y lastimosa al transportarse al cuento; lo
más seguro era que Mina deseara borrar de su mente ese episodio tan
deprimente. Que tuviera el libro en el ático le daba soporte a su
razonamiento, ya que indicaba lo poco o nada que ella quería ver con
él.
—Tare —la voz de Kadin lo
sobresaltó y agradeció que su amigo no pudiera verlo o estaba
seguro le tendría lástima—. ¿Estás dormido?
—No. ¿Qué pasa? —controló su
voz para que no lo traicionara dado el nudo que tenía en la
garganta.
—Quería hacerte una pregunta, pero
puede parecerte tonta.
—Hazla.
—¿Mina se enamoró de mí? —Tare
pudo distinguir un deje de aflicción en el timbre del príncipe.
—No exactamente. Terminó el cuento
por terminarlo, sin sentimientos románticos hacia ti de por medio.
—Ya veo, me alegro —Kadin soltó
un suspiro de alivio—. Me atormentaba pensar que tal vez había
sufrido mucho por mi causa. Ya sabes, por amar a alguien de quien
serás arrebatado y que no te recordará. Aunque supongo que no debo
preocuparme mucho. A puesto a que ella tiene un novio que la quiere
mucho, ¿verdad?
—Probablemente.
—Bueno, era todo. Buenas noches.
—Descansa.
Volvieron a sumirse en la quietud de
la noche, logrando que el mago se torturara más con sus
pensamientos. Esa era un posibilidad que debía admitirse a mí mismo
por mucho que quisiera ponerle barreras a la hora de emerger de su
subconsciente. Mina podía tener novio y si era así, no la culpaba.
Después de todo, él la había hecho sufrir demasiado al no aceptar
sus sentimientos por ella antes de que el tiempo se les acabara.
Estaba convencido de que existía alguien que supo aprovechar el amor
que la rubia le brindó a él y que terminó por rechazar. También
debía tener en cuenta que ante lo dañada que debió salir del
cuento, no sería extraño que buscara consuelo en otro amor. Además,
había pasado un año desde entonces; un año que para Tare no era
más que un parpadeo dada a su eternidad, pero que para Mina podía
significar una vida. Sí, en un año podían pasar muchas cosas en
ese mundo. Meditar aquello lo convenció de que era mejor para todos
si se mantenía alejado de ella lo más que pudiera.
Una mañana diferente
La alarma del celular resonó por toda
la habitación, indicándole a Mina que era hora de levantarse para
realizar las actividades del día. Refunfuñó entre dientes,
maldiciendo el aparato al tiempo que lo tomaba para desactivar la
irritante alarma. Soltó una exclamación de agotamiento sin dignarse
levantar. No había dormido absolutamente nada, sino que se la pasó
dando vueltas en su cama como demente en lo que restó de la noche, y
ahora las consecuencias se dejaban ver. Tenía toneladas de pereza
sobre ella, cantidad enorme de sueño y deseos inmensos de no salir
de la cama. Lo peor era saber que no podía darse el lujo de quedarse
en casa, y no era precisamente porque la preocupara el hecho de tener
que ir trabajar; no, había decidido que ese día tampoco iría. Lo
que la privaba de disfrutar más tiempo de desidia era la misma
fuente que le había robado el sueño; a saber, los dos hombres que
dormían en su sótano.
No podía creerlo; simplemente su
mente era incapaz de asimilar que los tuviera en su casa, bajo el
mismo techo. Le resultaba increíble saber que tenía a Tare a tan
corto alcance cuando había sido ayer mismo que parecía estar fuera
de cualquiera de sus posibilidades. Ahora podía verlo todo lo que
quisiera, olerlo, tocarlo, sentirlo. Era como si fuera otro de los
incontables sueños que su mente había maquinado, ansiosa por
deleitar y saciar sus sentidos de él. Pero en esta ocasión era
real, o eso esperaba ella. Tal vez por eso no había querido dormir;
quizás una parte de ella tuviera miedo de que se tratara de otra
fantasía de su mente y si dormía, todo volvería a la normalidad,
haciendo que Tare se esfumara.
Lanzó otra queja levantándose al
fin. Si era un sueño o no ya lo descubriría; ahora debía hacer una
llamada. Tomó su celular otra vez y marcó un número en tanto
hurgaba en su armario para buscar algo que ponerse. Respondieron del
otro lado de la línea.
—Buenos días, Mina —la saludó
Ruth—. ¿Por qué me llamas ahora?
—Lo que pasa es que no podré ir a
trabajar hoy, Ruth, lo siento —informó mientras se ponía unos
jeans.
—¿Por qué no? —la pelirroja se
extrañó muchísimo, pues Mina casi nunca faltaba a los trabajos que
conseguían a pesar de su naturaleza quejumbrosa y ligeramente
holgazana.
—Es complicado. Tengo que atender a
unas visitas que llegaron ayer de improvisto —comentó terminando
de vestirse colocándose sus converses.
—¿Parientes tuyos?
—No en realidad. Mis padres no los
conocen siquiera.
—¿Qué? ¿Y están quedándose
contigo? ¿En qué lío te has metido esta vez, Mina? —Ruth se oyó
tanto preocupada como compasiva y la rubia rio con nerviosismo.
—Te digo que es complicado. Digamos
que perdí una apuesta, ¿sí?
—Muy bien —concedió su amiga a
manera de suspiro sabiendo que cada que le decía eso era porque no
le diría más del asunto, así que no insistió—. Todd puede
cubrirte hoy para que me ayude con las dos casas a las que iríamos,
pero espero que mañana vengas, Mina. No podré encargarme de todo el
trabajo yo sola en lo que se quedan tus visitas aquí.
—Descuida, me las arreglaré para
ajustar mi horario. Gracias por entenderlo. Eres la mejor y lo sabes.
—A ver cuánto me dura el título.
Ten cuidado en lo que hagas, ¿de acuerdo?
—Claro, adiós y gracias otra vez.
Mina colgó guardándose el celular en
uno de los bolsillos traseros del pantalón y en el otro se guardó
la billetera. En verdad no podía darse el lujo de faltar tanto al
trabajo; estaba bastante justa de presupuesto y le daba la sensación
de que los días que vendrían lo estaría mucho más. Se arregló el
cabello atándolo en su típica coleta alta y después salió de la
habitación agradeciendo que su madre no se levantara hasta más
tarde. No quería un sermón de su parte por lo de anoche apenas
comenzando la mañana. Se dirigió al sótano bajando las escaleras
con cuidado y al llegar a medias, se detuvo cuando tuvo un ángulo
completo de los dos visitantes; sonrió. No había sido un sueño
después de todo.
Kadin dormía plácidamente sobre la
cama improvisada, roncando muy ligeramente; parecía ser que sí
estaba muy cansado. En cambio, Tare mantenía su posición, apoyado
en el muro, con las piernas cruzadas y los brazos de igual manera,
cruzados sobre el pecho. También parecía dormir porque tenía los
ojos cerrados y una expresión de paz adornaba sus facciones. Mina se
vio inmersa en su tarea de contemplarlo. No había cambiando nada,
aunque no debía sorprenderse si no envejecía. Se refería más bien
a que seguía siendo igual de aburrido y amargado; de eso pudo darse
cuenta la noche anterior gracias a las palabras que intercambiaron.
¡Ni siquiera se había tomado la molestia de decirle que le alegraba
verla o que la había echado de menos! En verdad era un
desconsiderado adicto al deber que no pensaba en nada más.
—Es de mala educación mirar a
alguien tan fijamente cuando duerme.
Al escucharlo, no pudo evitar saltar
en su sitio al verse tan ensimismada en sus pensamientos, exaltada.
Vio que él abría sus rojizos orbes para enfocarlos en ella. Allí
iba otra cosa que no cambiaba; los sustos de muerte que le daba.
—¿De qué te quejas? —Mina
terminó de bajar los peldaños—. Ni siquiera estabas dormido.
—Aun así es grosero mirar a alguien
tan indiscretamente por mucho tiempo —Tare se puso de pie.
—¿Por qué? Hasta donde sé la
vista es libre.
—Y debes aprender a discernir cuándo
puede resultar incómoda.
—Pero a ti no te incomodó —Mina
sonrió con picardía—. De lo contrario no te habrías hecho el
dormido.
Tare se ruborizó y se colocó el
gorro de la capucha dándole la espalda, en un intento por ocultar su
bochorno, ofuscado.
—No seas ridícula.
—Oh, te has sonrojado. Significa
tengo razón, ¿cierto?
—No molestes.
Y habría continuado atosigándolo
como tanto amaba hacerlo de no ser porque Kadin comenzó a moverse en
su lugar, abriendo los ojos poco a poco, despertando. Se alzó
velozmente cuando notó a sus compañeros.
—Ya están levantados. Lamento mi
tardanza —se disculpó avergonzado, esperando que no pensar que era
un ocioso.
—No te preocupes, Kadin, comprendo
que necesitabas recuperar energías —lo tranquilizó Tare—. Y en
verdad espero que estén renovadas porque tenemos trabajo que hacer.
No podemos desperdiciar un solo minuto.
Kadin asintió y Mina los miró
confundida.
—Aguarden un momento. ¿Por qué la
prisa? ¿No pueden tomarse unos días de relajación? A ti te hacen
falta con urgencia, Tare.
—No, no podemos perder tiempo
—aclaró moviendo su cabeza hacia donde estaba ella, mirándola, o
eso supuso ya que el gorro tapaba sus ojos—. Tenemos un límite.
—¿Por qué?
—El cuento no puede quedarse mucho
tiempo sin Kadin y yo. Si con la ausencia de la princesa se ve
sumergido en el caos, con la nuestra terminará por desvanecerse en
un santiamén. Debemos encontrar a la princesa lo antes posible y
regresar.
—¿Cómo piensan conseguirlo? Hay
miles de mujeres jóvenes en la ciudad como para buscar a una en
concreto y sin saber siquiera cómo es. ¿Qué pasa si no lo logran
antes de que se les agote el tiempo?
—Volvemos al cuento y continuamos
con la maldición hasta que alguien vuelva a transportarse a él y
termine el círculo una vez más. Entonces podremos regresar e
intentarlo de nuevo. No obstante, mis planes son terminar con todo de
una vez por todas.
—Lo dices con mucha confianza para
tratarse de algo tan colosal. ¿Piensas usar tu magia para ayudarte?
Siempre te ha sacado de problemas.
—No —Tare negó con la cabeza—.
Mis habilidades no funcionan en este mundo porque la magia no existe.
La única capacidad que tengo es la de regresar al cuento utilizando
un poco de mi sangre como llave para abrir el portal, no más.
—Vaya, vaya —la joven sonrió
burlona—. Mi hada padrino se ha quedado sin sus poderes. Eso suena
prometedor.
—Es mago —la corrigió él con
disgusto al escuchar la risa divertida de Kadin por el apelativo.
—Querrás decir ex-hada padrino —lo
provocó ella.
—Es mago y sin el ex.
—¿Por qué conservar el título si
no tienes tu magia en este momento?
—Es algo temporal; tarde o temprano
mis habilidades volverán al regresar al cuento. Además, la función
de un mago no se limita a usar magia y lo sabes. Debo asegurarme de
que encontremos a la princesa y de que Kadin se encuentre bien.
—Ah, es verdad —Mina asintió,
divertida—. Olvidaba que también la haces de niñera.
—Es guardián.
—Prefiero hada padrino —se metió
Kadin igual de entretenido y Mina soltó una risa, encantada.
—Ustedes son imposibles —se
lamentó el pelinegro quitándose el gorro de la capa para pasarse
una mano por el cabello, revolviéndolo, incrédulo de que Mina
pudiera corromper a su amigo tan fácilmente.
—Oh, vamos, lo hacemos para que rías
un poco —le dijo Mina al verlo tan irritado—. Apuesto a que Kadin
nunca te ha visto sonreír.
El aludido negó dándole razón y
Tare suspiró.
—Es una pena, pero no estamos aquí
de vacaciones.
—Muy bien, muy bien —Mina se cruzó
de brazos—. No estás aquí para pasarla bien un rato, pero estás
en mi mundo y sus reglas difieren a las del tuyo. Además, no sabes
cómo moverte en la ciudad, no tienes dinero para nada y no cuentas
con el apoyo de tu magia. ¿Sabes lo que eso significa?
Tare tragó duro al imaginarse la
respuesta en tanto la chica sonría con autosuficiencia al señalarse
a sí misma.
—Significa que estás bajo mi
merced. Eso quiere decir que seré yo quien cumpla el papel de hada
madrina de ustedes dos en lo que duren aquí, por lo que deberán
hacer lo que yo considere lo mejor para ambos.
—Si querías que entrara en pánico,
lo has conseguido. ¿Satisfecha? —confesó Tare con alteración.
—Por favor, no tienes que hacer un
melodrama de todo. Descuida, les ayudaré a encontrar a su princesa
yendo a sitios que son populares entre la juventud femenina, aunque
debemos hacer un itinerario. No puedo estar faltando al trabajo por
su causa todo el tiempo.
—Suena interesante —comentó
Kadin, emocionado—. Me gusta la idea.
—A mí no —se sinceró el moreno
con inquietud alarmante. ¿Cómo se suponía que se mantendría
alejado de Mina con su persona sobre ellos todo el tiempo? No sabía
por cuánto más podía fiarse de su autodominio antes de explotar.
Pero comprendía que no era cuestión de gustos, sino del deber.
—¿Verdad que no es fácil adaptarse
a un nuevo estilo de vida de la noche a la mañana? —indagó ella
sabiendo del tema.
—Aunque no lo sea, haré un mejor
trabajo que el que hiciste tú.
—¿Quieres apostar?
No pudieron establecer si habría
apuesta o no porque la perilla de la puerta que daba acceso al sótano
se escuchó, y haciendo gala de sus años de ejercicio como jugadora
de béisbol, la rubia subió las escaleras como alma que se lleva el
diablo, llegando justo en el momento en que el ala de madera se abría
por completo, dejando ver a su madre.
—¿A dónde vas, mamá? —inquirió
con los nervios de punta obstaculizándole el descenso, mirando las
cobijas que llevaba en sus brazos, siendo obvio que planeaba
lavarlas. ¡Bonito día había elegido para hacerlo!
—A lavar esto, así que déjame
pasar.
Se movió un poco hacia la izquierda
para hacerse paso, pero su hija la bloqueó.
—No, no, no. Yo las lavo por ti, no
te preocupes. ¿Para qué estoy, si no? Dámelas —Mina le arrebató
las cubiertas—. Anda, regresa a... a hacer lo que sea que vayas a
hacer o estuvieras haciendo o lo que sea.
—Estás muy hacendosa estos días,
¿por qué será? ¿Qué hiciste? ¿Qué quieres? —la mujer la miró
con sospecha.
—Qué cruel. Que esté siendo amable
con mi madre no significa que quiera algo a cambio o haya hecho algo
malo.
—Es que me parece raro, es todo. En
fin, me haré el desayuno. ¿Te preparo algo?
—No, yo comeré afuera, eh... Tengo
trabajo.
—Está bien.
Su madre se alejó y Mina cerró la
puerta, suspirando. Eso había estado peligrosamente cerca. Se dio la
vuelta para bajar, cuando escuchó que volvían a abrir la puerta.
—¡Hey! —exclamó la mujer,
desconcertada, al intentar abrirla y Mina se lo impidió cerrándola
del otro lado poniendo todas sus fuerzas—. ¿Qué pasa, Mina?
—Nada, todo está perfecto. ¿Qué
quieres?
—Simplemente decirte que les eches
un poco de vinagre. ¿Estás bien?
—Sí, yo les echo. ¿Es todo?
—Sí.
La joven escuchó los pasos de su
progenitora retirarse al fin y lanzó otros suspiro de alivio. Tenían
que salir de allí o el suspenso la comería viva. Ahora sí
descendió las gradas rápidamente, antes de que a su madre se le
ocurriera regresar, y dada la velocidad, las cobijas se desacomodaron
en sus brazos y algunas de sus extremidades arrastraron. Fue
precisamente al pisar una de estas, faltándole algunos peldaños,
que perdió el equilibrio y se dispuso caer. Gritó tomada por
sorpresa mandando a volar por los aires las cobijas y habría dado de
lleno al suelo con semejante golpe de no ser porque, al percibir lo
que pasaría y antes de que su mente pensara bien las consecuencias,
Tare se movió de su sitio para atraparla en sus brazos. Las telas
cayeron sobre ellos, cubriéndolos.
—En verdad eres un desastre. ¿Cómo
piensas cumplir tu papel de hada madrina si no puedes cuidar de ti
misma? —regañó él sin soltarla.
—¡Ay, qué fastidio! Había
olvidado que te quejas por todo. Eso es algo que definitivamente no
extrañaba —replicó a su vez la rubia, disfrutando el contacto.
—¿Quieres hablar de cosas que no
extrañamos?
—¿Como tu pesimismo constante?
—O tu irresponsabilidad.
—O tu poca flexibilidad.
—Tu desobediencia.
—Tu amargura sin límites.
—Tu... —Tare se mordió la lengua
para no decir “ausencia”.
Mina sonrió al verse vencedora en el
intercambio de opiniones, mirándolo con intensidad y él se perdió
en esos celestes que día con día añoró volver a ver. El ambiente
entre los dos se llenó de sentimientos reprimidos dentro de ese
espacio tan íntimo que les daba el mantenerse bajo las cobijas,
otorgándoles privacidad, y Tare se preguntó qué tan dañino sería
sucumbir a la tentación al menos un momento. No había ojos
indiscretos mirándolos, estaban escondidos del mundo; si la besaba
como deseaba, nadie se daría cuenta. Inconscientemente afianzó el
agarre sobre Mina, pegándola más a él y comenzó a acercar su
rostro al de ella, notando ningún tipo de rechazo de su parte; al
contrario, notó que cerraba los ojos, aguardando el roce. ¿Por qué
lo esperaba? ¿A caso en realidad no había encontrado ya una pareja?
Decidió escatimar en detalles y cuando su aliento se mezcló con el
de ella, ¡zas! Se hizo la luz. Lo que los cubría voló de sobre
ellos, por lo que él se separó de la chica con prontitud y miró a
Kadin, quien lucía mortificado.
—¿Están bien? De pronto dejaron de
hablar y me preocupé —explicó y Tare agradeció que fuera tan
despistado—. ¿Te hiciste daño en algún lado, Mina?
—No —contestó con decepción,
pensando que si se hubiera hecho una herida, no habría sido tan
dolorosa como la que su corazón experimentaba en ese instante—.
Vámonos de aquí; es demasiado arriesgado. Mi madre puede volver
cuando menos lo esperemos.
—No tan deprisa —la detuvo Tare al
ver que se dirigía a la puerta que estaba en el mismo sótano y que
daba al exterior. Ella lo miró inquisidora y ligeramente molesta por
lo de hacía un rato, alzando un ceja. Él apuntó las sábanas en el
suelo—. Le dijiste a tu madre que lavarías eso y vas a cumplirle.
—¿Qué? ¿Lo dices en serio? Ella
puede descubrirnos si pasamos más tiempo aquí ¿y eso es lo que te
preocupa?
—El deber no puede dejarse de lado y
mucho menos cuando has dado tu palabra.
—No puedo creerlo, en serio no has
cambiado nada. No tienes remedio.
Tare se cruzó de brazos mirándola
con seriedad y Mina supo que no podría escabullirse de esa tarea,
por lo que no tuvo más opción que cumplirla. Era en serio, ¡Tare
era un estirado!
Adaptándose al mundo
El trío salió de la casa dispuestos
a hacer... ¿qué? Tare no estaba seguro; lo único que supo fue que
se vio siguiendo a Mina junto con Kadin en tanto ella hablaba y
hablaba. Honestamente, no le prestó atención, sino que se concentró
en observar su alrededor. Parecía que Mina no vivía en un
vecindario muy inquieto. Había gente caminando por la calle,
paseando a sus mascotas y hasta se encontraron con uno que iba
montado sobre una tabla con ruedas. Fuera de aquellos objetos que le
eran desconocidos, Tare pensó que no había mucha diferencia de su
mundo; las personas se mantenían ocupadas en sus respectivas
diligencias y continuaban su vida normal. No lo sorprendía, pero
tampoco era lo que había imaginado ver, mas tampoco sabía con
exactitud qué esperar. Lo único que sí notó fueron las constantes
miradas que los peatones les lanzaron a él y a Kadin al verlos, y
Mina también se percató de ellas.
—Creo que ya sé lo que haremos
primero —comentó deteniéndose y Tare al fin la escuchó,
imitándola al igual que Kadin—. Hay que conseguirles ropa nueva.
—¿Qué hay de malo con nuestra
vestimenta? —inquirió Kadin mirándose extrañado.
—Parece que llamamos mucho la
atención —notificó el pelinegro.
—Así es. Su atuendo no encaja con
la época. Hay que modernizarlos un poco o todos creerán que hacen
cosplay.
—¿Cosplay? —preguntaron los dos.
—Que se disfrazan. Tú, Kadin,
pareces que harás de héroe proveniente de la nobleza en una obra de
teatro basada en la era medieval y tú, Tare... Bueno, tú tendrías
el papel de villano con esas fachas tan oscuras.
—¿Y cómo nos vestiremos ahora?
—quiso saber el “héroe”, curioso.
—Algo más a la moda.
—¿Y cuál es la moda? —cuestionó
ahora el “villano”, teniendo un muy mal presentimiento.
—Bueno, es... más o menos así.
Mina señaló a un par de jóvenes que
caminaban hacia ellos del otro lado de la acera. Usaban playeras muy
holgadas que mostraban dibujos espeluznantes como el de una calavera
en fuego y lo que parecía ser la marca de una mano ensangrentada;
los pantalones los llevaban caídos hasta casi la mitad de las nalgas
dejando al descubierto sus bóxeres. Kadin puso una cara de completo
espanto en tanto Tare fruncía la boca, descontento, para luego mirar
a la rubia y declarar:
—No me convence.
—No te preocupes que a mí tampoco.
Descuiden, los llevaré a un lugar decente y me aseguraré de que los
vistan bien.
—Según recuerdo, no tenías buen
gusto para la ropa —comentó Tare caminando nuevamente cuando ella
retomó el paso.
—Hablaba de ropa y estilo femenino.
Estoy segura de que lo que pueda aconsejarles será mejor a como
vestían esos tipos.
—Cierto —concordó.
—Oye, Mina —la llamó Kadin para
ganar su atención—. Aquí la pobreza es muy aguda, ¿cierto?
—¿Eh? Pues sí hay pobreza, como en
cualquier lugar, pero no diría que es tan mala. ¿Por qué lo dices?
—Es que mira a esas pobres
señoritas. Apenas les alcanza para comprar algo con qué cubrirse.
Kadin señaló a un grupo de
adolescentes que transitaban por una calle perpendicular a la que
iban y que vestían ligeramente con shorts cortos, minifaldas y
camisetas de tirantes o simples tops dado el calor del día. Mina
tuvo que hacer un supremo esfuerzo por no reventar a carcajadas por
el comentario, y que el castaño en verdad sintiera lástima por
ellas hacía todo más divertido.
—No, Kadin —corrigió ella
sonriente y procurando no reír—. Así se visten la mayoría de las
chicas aquí. Es normal.
—Oh, ya veo. Es extraño, no deja de
parecerme triste —Kadin la miró—. Tú no pareces disfrutar de
esa moda.
—Sí, bueno —Mina alzó la
barbilla orgullosa de sí misma por su vestimenta cómoda y
práctica—. Es que soy alguien muy modesta.
—No siempre se nota —murmuró Tare
entre dientes.
—¿Has dicho algo? —Mina lo miró
con intriga y él simplemente negó con la cabeza—. Vamos, no
perdamos tiempo que estamos por llegar.
Arribaron a una tienda que vendía
ropa exclusivamente para hombres y una de las dependientas se acercó
a ellos con una sonrisa.
—Buenos días. Díganme, ¿en qué
puedo servirles?
—Me gustaría un atuendo completo
para estos dos —le informó Mina señalándolos.
—Seguro que sí. ¿Alguna idea de
cómo quieren lucir o algún gusto en particular?
—No realmente —Los miró unos
instantes, pensativa, y luego apuntó a Kadin—. A él le quedan
bien los colores claros y la ropa elegante. ¿Podría conseguirle
algo así?
—No hay problema —la mujer de edad
madura lo miró también, imaginando qué podría quedarle bien—.
Creo que ya sé qué puede favorecerle.
La empleada buscó entre la sección
de pantalones de traje y escogió uno gris claro junto con el chaleco
a juego, luego fue a la sección de camisetas de vestir formales y
tomó una color lila tenue e incluso se tomó la molestia de
escogerle unos zapatos apropiados. Se acercó a ellos nuevamente y le
tendió las prendas al castaño.
—Creo que esto te quedará
espléndidamente y resaltará tus ojos verdes. Vamos, ve a
probártelos. Sígueme y te muestro los vestidores.
—Gracias, es muy amable.
Kadin acató lo ordenado y fue a
probarse lo que habían conseguido para él. La dependienta regresó
al poco rato lista para atender al otro hombre.
—Muy bien, ¿ahora qué podemos
hacer por usted, joven? —indagó con cortesía mirando al moreno.
—Creo que a él le quedaría un
estilo más casual —mencionó Mina entrelazando su brazo con el de
él—. Y parece preferir los colores oscuros.
—Eso veo, aunque los colores claros
le irían mejor por su tono de piel. De cualquier manera, el azul rey
le queda bien, hace juego con esos pupilentes rojos que trae y que
asustan un poco. Aguarden un momento que ya les traigo algo.
La mujer volvió a retirarse y Tare
alzó una ceja, confundido.
—¿Pupilentes?
—Sí, en este mundo no hay gente que
tenga los ojos rojos a menos que sean albinos y también son raros
los casos —manifestó la rubia apoyando su cabeza en el hombro
masculino—. Puedes colorearlos con lentes de contacto especiales,
pero no dejan de ser falsos. Lo auténtico es mejor.
Tare tan solo hizo un monosílabo en
señal de estar escuchándola, consciente del calor y peso de ella en
su costado, sin deseos reales de alejarse. La mujer regresó con
algunas prendas más y el calzado adecuado. Se los entregó a Tare y
le dijo que esperaba que le gustara y que fuera a probárselo
también. Mina se quedó sola en lo que los hombres terminaban de
cambiarse, y la que los atendió comenzó a hacerle plática en
cuanto a lo bien acompañada que estaba con esos dos; ella no pudo
más que sonreír. Y entonces Kadin hizo su aparición, luciendo el
atavío nuevo y todas las mujeres que estaban en la tienda quedaron
sorprendidas, pues se veía extremadamente bien. La propia Mina quedó
asombrada de verlo, y es que era verdad que Kadin era un hombre muy
atractivo. Después de todo, era el príncipe de un cuento de hadas.
—Se ve divino —elogió la empleada
orgullosa de su trabajo.
—Es verdad. Te ves muy guapo, Kadin
—acordó Mina.
—Gracias y de hecho me gusta
—confesó moviendo sus extremidades para asegurarse de que todo
encajara bien—. ¿Dónde está Tare?
—Se está cambiado, ya vuelve.
Y los dos esperaron a que el otro
hiciera acto de presencia, mas pareció tomarse su tiempo, pues no se
dignaba salir. La joven se cansó de esperar y pidiendo que le
mostraran dónde estaban los vestidores, fue a tocarle a ese lento
para que saliera ya.
—Tare —lo llamó estando frente a
la puerta del pequeño cubículo—. ¿Por qué tardas tanto? ¿No te
quedó la ropa?
—...Supongo.
—¿Cómo que supongo? A ver, sal.
—Es que no me siento cómodo
—admitió con un ligero toque de vergüenza.
—¿Por qué no? A ver, no creo que
estés tan mal. Anda, sal.
No hubo necesidad de hacerse del rogar
porque la puerta se abrió permitiendo una visión completa del
pelinegro. Mina había estado lista para burlarse de él en caso de
que se presentara la oportunidad ante la renuencia de él de salir.
No obstante, se vio con la boca abierta y sin aliento al descubrir
que se veía muy apuesto con su nuevo look. Vestía unos vaqueros
azules que hacían juego con la camiseta tipo panadero de algodón y
de manga corta que era del mismo color. Las dos prendas se ajustaban
moderadamente a su cuerpo y era precisamente eso lo que incomodaba al
hombre, pues su túnica era muy suelta. Y la mirada tan brillante y
misteriosa que Mina no apartaba de él lo abochornó todavía más.
Kadin y la dependienta se acercaron también.
—¡Oh, Tare! Te ves bien —lo
halagó su amigo, sonriente.
—Es cierto, me alegro que le quede
todo —comentó la mujer—. ¿Sería todo lo que querrían?
—Mina —la nombró Tare al ver que
no se movía.
—¿Eh? —la rubia salió de su
ensoñación y miró a la empleada, sonrojada—. ¿Podría ponerme
un par de vestuarios más para cada estilo, por favor?
La mujer asintió y fue a conseguir lo
que le pidieron. Mina se masajeó el cuello de pronto cansada. Allí
iba una buena parte de sus ahorros, los que curiosamente nunca usaba
para disfrutarlos ella. Aunque la verdad no había estado tan mal,
pensó al dirigir nuevamente su atención en Tare, quien escuchaba el
parloteo de Kadin en cuanto a su nuevo atuendo. La nueva ropa le
quedaba maravillosamente y por un momento se vio tentada a lanzársele
encima y darle el beso que él no quiso darle en casa. ¡Qué
demonios! Si quería devorarlo a besos. Y lo sabía, estaba
saliéndose de carácter con esas cursilerías, pero no podía
evitarlo. Tenía muchas emociones dentro de ella y si no las sacaba
de alguna forma iba a volverse loca. Vio que el sujeto en cuestión
tomaba su capucha para colocársela.
—Alto allí —lo detuvo sujetando
la prenda por el gorro—. No puedes ponerte esto. Arruinarás el
encanto del estilo.
—Pero me gusta mi capa. Me siento
mejor si la tengo puesta.
—Te digo que no puedes —Mina la
estiró para quitársela.
—Espera, Mina —Tare también la
haló para liberarla de ella—. Vas a romperla.
Dicho y hecho; el sonido de la tela al
desgarrarse inundó la tienda y fue entonces que ella soltó la capa.
Tare se la quitó de tenerla medio puesta, la miró y descubrió que
parte del gorro se desprendía casi por la mitad de la costura del
resto de la capa. Miró a Mina con irritación.
—¿Ves lo que hiciste? ¿Estás
feliz ahora?
—Hey, tranquilo, que tiene solución.
Dámela y yo te la coso. Verás que quedará como nueva.
Tare suspiró derrotado y fastidiado
antes de dársela.
—Si tanto te preocupa aún podemos
encontrar un suéter ligero con gorro —dijo ella doblando la capa
para colgarla en su brazo.
—No, déjalo así.
Esperaron un momento más hasta que la
vendedora tuvo listos los encargos e incluso fue tan amable de poner
las ropa que los dos llevaban puesta en una bolsa aparte y viéndose
bien servidos, los tres salieron de la tienda; los varones llevando
la bolsa de su respectivo vestuario. En eso, lo que pareció un
fuerte rugido se dejó oír.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó
Kadin alarmado, mirando a su alrededor.
—Lo siento —se disculpó ella,
roja como un tomate tocándose el estómago—. La bestia parece
tener hambre.
—Sigues con tu apetito voraz, ¿eh?
—dijo Tare sonriendo ligeramente.
—No es mi culpa. Ir de compras
requiere más energías de lo que piensas. Vamos, los llevaré a
comer algo.
Los dos siguieron a su guía y después
de un rato de caminar, llegaron a un restaurante de comida rápida.
La rubia no se comió la cabeza pensando si les gustaría o no, o
preguntándoles qué se les antojaba, por lo que pidió tres combos
iguales. Además, no podía derrochar el dinero tan a la ligera y ese
restaurante era lo suficientemente económico. Su orden estuvo lista
algunos minutos después y fueron a sentarse en una de las mesas que
el establecimiento tenía. Mina comenzó a desenvolver sus alimentos
dispuesta a degustarlos cuando notó que sus acompañantes no hacían
ademán de hacer lo mismo, sino que miraban fijamente la comida.
—¿Qué pasa ahora? —quiso saber,
extrañada.
—Am, Mina —Kadin señaló su
combo—. ¿Dónde están los cubiertos para comer esto?
—¿Cubiertos? —Mina suspiró. ¿Por
qué tenían que lidiar con gente elegante?—. Este tipo de comida
no se come con cubiertos; se usan las manos. Así.
Mina tomó su hamburguesa y se la
llevó a la boca dándole una mordisco. Kadin la observó fascinado y
la imitó, pero como la agarró mal, gran parte de su contenido cayó
a la mesa. Mino rio divertida cuando el castaño comenzó a
rellenarla otra vez haciendo pucheros de asco al sentir la mostaza y
grasa en sus dedos. Tare miró todo en silencio, de pronto sin
apetito. ¿Y se suponía que estaban en un mundo más avanzado y
civilizado? Sin embargo, terminó uniéndose a sus compañeros en su
tarea de engullir. Estaban por terminar cuando Mina decidió hablar
del tema de interés de Tare.
—Creo que acabando de almorzar
podremos ir aun par de lugares a empezar a buscar a la princesa esta.
—Me parece bien —coincidió el
pelinegro.
—¿Y cómo sabrán que es ella
cuando la encuentren?
—Ya te lo dijimos. Kadin se
enamorará de ella y ella de él.
—¿Amor a primera vista? —Mina
alzó una ceja, escéptica.
—Como en la mayoría de los cuentos
—asintió Tare.
—De acuerdo. Si ya terminaron
podemos irnos.
Los hombres se levantaron presurosos y
después de limpiar su mesa, salieron del negocio, dispuestos a
iniciar su labor.
Manos a la obra
Los tres arribaron a lo que era un
enrome y hermoso parque, siendo esa época del año en la que mejor
le iba, obteniendo muchas ganancias, pues la gente iba allí casi
todos los días. Las personas disfrutaban de una buena comida al aire
libre, cocinándola en las parrillas establecidas en el suelo que el
lugar rentaba, tomaban asiento en las largas mesas de madera que
también podían ser arrendadas con anticipación ya que a veces era
mucha la demanda. Aquellos que preferían traer todos los alimentos
hechos, buscaban un lugar adecuado para sentarse en el verde pasto,
bajo la sombra de uno de los innumerables árboles que habitaban la
zona, o cerca del gran lago para deleitarse en la vista del mismo y
de los patos que nadan libres en él, siendo alimentados por los
mismos visitantes. Había otra buena parte del terreno que estaba
pavimentada o con tierra, donde se encontraban las canchas de tenis,
baloncesto y voleibol, listas para ser usadas por los amadores del
deporte. Incluso los pequeños niños tenían su área llena de
columpios y demás juegos por el estilo.
Como Mina había asegurado, muchos
grupos de jóvenes, entre los que abundaban las del género femenino,
podían apreciarse esparcidos por el lugar.
—Aquí estamos. ¿Qué harán ahora?
—indagó Mina extrañada por cómo funcionaría todo ese asunto.
—No podemos simplemente acercarnos y
mirar a cada una esperando que alguna sea la adecuada —comunicó
Tare mirando la gente—. De allí que Kadin intente hablar con cada
una de ella de manera breve y en tono amigable.
—¿Con todas? ¿Y crees que pueda
conseguirlo? Que un desconocido te hable así como así es bastante
sospechoso.
—Habrá que intentarlo. Kadin, por
favor, haz lo tuyo. Nos mantendremos cerca en caso de que necesites
ayuda.
El castaño asintió y se encaminó a
uno de los grupos, dispuesto a entablar una conversación amistosa,
teniendo a Tare y Mina a una prudente distancia. La rubia notó con
sorpresa que Kadin no tenía problemas para desenvolverse, hablando
con seguridad y confianza en sí mismo, como si fueran sus conocidos
de toda la vida. De hecho, las chicas y sus acompañantes varones lo
consideraron lo suficientemente agradable como para continuar con la
charla y ofrecerle un poco de comida y asiento, los que el príncipe
tuvo que rechazar anunciando que ya había comido.
—Vaya, en verdad está haciéndolo
—comentó Mina con asombro. Ni ella que tampoco tenía problemas
conversando con la gente pensaba tener éxito si lo intentaba.
—Es su don —aceptó Tare
cruzándose de brazos—. Ser social se le da bien.
—Nada comparado contigo, ¿cierto?
Fácilmente podríamos estar acompañándolo en lugar de estar
aburriéndonos aquí.
—Si quieres irte, adelante. No
tienes por qué quedarte desperdiciando tu día de esta forma. Puedes
ir a donde te apetezca en tanto terminamos aquí que puede ir para
largo.
—Tienes razón, no tengo por qué
quedarme —concordó Mina entrelazando su brazo con el de él otra
vez, mirándolo—. Pero si aburrirme es el precio por estar contigo,
entonces está bien. Puedo soportarlo.
Sus palabras calaron hondo en Tare y
movieron cantidad inimaginable de sentimientos y pensamientos dentro
de él, dificultándole las cosas mucho más y al querer mirarla
fugazmente, viéndose sus intenciones hechas pedazos cuando sus
rubíes quedaron atrapados en los celestes de ella, todo empeoró.
Tragó duro. Esto ya estaba saliéndose de las manos, reconoció
cuando la misma fuerza que esa mañana lo había obligado a casi
besarla en el sótano, volvió a apoderarse de él y lo hizo
inclinarse con la intención de unir sus labios con los de ella otra
vez. Y lo habría hecho de no ser porque una extraña melodía
emergió de quién sabe dónde, aunque parecía estar muy cerca.
Escuchó que Mina maldecía con irritación y en voz baja.
—¿Qué eso eso? —cuestionó Tare
mirando a todos lados, intentando figurar de dónde salía la
canción.
—Tecnología —respondió Mina
tomando el celular de su bolsa trasera—. No te preocupes, es una de
las tantas maneras que usamos para comunicarnos aquí. Ya te lo
explicaré —Se llevó el aparato a la oreja—. ¿Diga?
—¿Dónde estás, Mina?
La voz de Helio la congeló y una
repentina inquietud le hizo un nudo en el estómago. Por estar
distraída no había visto el nombre en la pantalla. Vio que Tare la
miraba con curiosidad.
—Ah, pues, afuera —le dijo a
Helio, nerviosa, alejándose no tan disimuladamente del pelinegro
para que no escuchara la conversación.
—Ya, yo entiendo eso. Fui a donde
estarían trabajando hoy, y Ruth me dijo que no habías ido porque
debías atender a unas visitas. Pensaba invitarte a comer. ¿Por qué
no vienen contigo y comemos todos juntos?
—¡No! —casi gritó—. Quiero
decir, no se puede. Ya hicimos un plan para hacer turismo y esta
gente es muy delicada con eso de no cumplir lo planeado, créeme —En
eso definitivamente no mentía.
—Ya veo, pero me gustaría conocer a
tus amigos, así que dime dónde están y yo iré.
—¡Tampoco! —volvió a casi
gritar—. Digo, no se sienten cómodos con gente que no conocen.
Aquí hay alguien realmente antisocial —En eso tampoco mentía.
—Oh, qué pena —El tono de Helio
se escuchó verdaderamente triste, pero luego cambió a uno más
animado—. ¿Podemos almorzar juntos mañana, entonces?
—Ya hice planes con mis visitas. Es
natural que los próximos días vaya a estar ocupada con ellos. ¿No
puedes dejarme tranquila en lo que estén aquí? No morirás si lo
haces, ¿sabes?
—Yo siento que sí —dijo con
honestidad, herido por la simple idea—. Verte cada día es como el
aire que respiro. Sin ti me asfixio.
—Tú me asfixias a mí —le susurró
con desgana.
—Es tu culpa por se tan linda
—confesó risueño.
—Mira, tengo que colgarte o esta
gente se me impacientará —le dijo al ver que Kadin terminaba de
hablar con el primer grupo y se acercaba a Tare, quien parecía
dispuesto a continuar con o sin ella—. Te dejo.
—Espera, Mina...
No esperó, le colgó terminando la
llamada. No es que quisiera ser tan grosera con él, pero tenía
cosas más importantes en mente como para tener que preocuparse por
sus pesadeces. Una de esas cosas y que para ella era la que
encabezaba la lista, era el hecho de que Helio no podía verla
estando con Tare. Si eso pasaba, las cosas se complicarían
muchísimo, estaba segura. Podría haber malentendidos siendo Helio
tan meloso y siendo Tare tan cabezota. Lo que menos deseaba en ese
momento era que Tare pensara que tenía pareja o incluso un
pretendiente. Además, quería disfrutar el mayor tiempo posible con
él; lo había echado muchísimo de menos durante ese año. A Helio
lo veía todos los días, por lo que de él tenía suficiente y hasta
sobraba. Se dirigió a donde Tare estaba, descubriendo que Kadin no
había perdido tiempo y se había acercado a otro grupo lozano.
—Es raro verte hablar con un objeto
—comentó Tare sin despegar su atención de su amigo.
—Supongo que puedes decir que fue
igual de raro para mí hablar con animales. Por cierto, no le diste
ni un respiro, ¿eh? —Mina señaló a Kadin.
—Es en serio cuando digo que quiero
acabar con todo esto —replicó él a su vez con un ligero tono de
frialdad.
—¿Tan pronto y ya nostálgico?
—Tare no contestó—. De verdad, ¿qué extrañas tanto que ya
quieres volver? ¿Por qué el afán?
Tare no dijo nada nuevamente y Mina
frunció el ceño, ligeramente deprimida y dolida. ¿Es que quería
alejarse de ella tan rápido? Lo miró intentando percibir algo en su
expresión que defiriera del estoicismo y la seriedad de siempre, más
no vio nada. Estaba segura de que muchas inquietudes lo mortificaban
y ella quería que se desahogara, esperaba al menos aligerarle un
poco la carga si se abría con ella; estaba dispuesta a escucharlo.
Pensaba que si seguía aguantando tantas cosas sin exteriorizarlas un
mínimo iba a enfermarse. Por eso había escogido ese lugar que era
tan alegre y animado, para que se relajara un poco, disfrutara del
ambiente y el paisaje. ¡Pero claro! Tare era un testarudo que no se
dejaba ayudar en nada. Por eso era tan amargado e iba a envejecer
velozmente.
Continuaron buscando en aquel parque
varias horas y cuando la tarde entró de lleno, Kadin había hecho un
montón de nuevos amigos, pero no dio con la joven a quien buscaban,
por lo que se fueron de allí. Luego se encaminaron a un restaurante
económico para alimentarse y cuando terminaron de engullir sus
nutrientes, ya más caída la tarde, Mina los llevó al otro sitio
que había pensado. En contrate con el lugar anterior que era al aire
libre, este era techado y aunque también era vívido y ruidoso, era
bastante diferente al anterior ya que ese sitio era un club muy
popular entre la juventud, por lo que la música a todo volumen, el
baile, las bebidas y comidas eran lo que imperaban. Apenas habían
entrado y a Tare ya le dolía la cabeza de tanto escándalo. Ahora
entendía por qué Mina era como era. La pregunta era si la persona a
la que buscaban era de frecuentar esa clase de sitios.
—¿Creen que esté aquí? —preguntó
Kadin alzando la voz por entre todo el ruido, también extrañado por
el lugar.
—No lo sé —respondió Mina
levantando la voz de igual forma—. Si se crió en mi siglo debe
gustarle esto.
—Entonces habrá que apresurar el
paso —dijo Tare casi gritando—. Entre más pronto salgamos de
aquí, mejor.
El trío se adentró más en el local
que era iluminado por luces de diversos colores y que parpadeaban
encendiéndose y apagándose con frecuencia, como si fueran flashes;
nada mejor para sufrir un ataque epiléptico. Lo peor, según Tare,
era que la música ni siquiera era algo que pudiera disfrutarse como
lo era la de la orquesta, sino que eran puros sonidos ensordecedores
sin elegancia. Definitivamente iba a sufrir en esa misión.
Continuaron caminando estando dispuestos a buscar una mesa libre,
teniendo a Kadin por delante que se abría paso por entre la multitud
de cuerpos aglomerados, así que fue inevitable que uno de esos
cuerpos lo empujara bruscamente, por lo que al moverse, él mismo
chocó con una joven que llevaba una bebida en su mano, ocasionando
que el recipiente se moviera y vaciara su contenido en ambos.
—¡Grandísimo torpe! —chilló la
joven mujer viendo su vestido manchado, antes de dirigir sus
iracundos ojos a los arrepentidos de Kadin—. ¿Por qué no te fijas
por dónde vas, idiota?
—Lo lamento mucho, señorita —se
disculpó el príncipe, apacible.
—¿Lo sientes? ¿Qué ganas con
sentirlo? ¡Mira! Has arruinado mi vestido. Y justamente tenía que
usar el blanco este día. ¡Agh! Odio estos lugares llenos de tontos.
—Si los odias tanto, ¿por qué
estás aquí, Ana? —Mina llegó a la escena del crimen con Tare
tras ella.
—¡Mina! —la pelinegra se
sorprendió de verla—. Yo debería preguntarte eso. Tú no
acostumbras estos clubes.
—Asuntos de fuerza mayor, pero eso
lo de menos.
—¿Es amiga tuya, Mina? —inquirió
Kadin mirando a la rubia—. ¿Podrías decirle que en verdad lamento
lo ocurrido? ¿Que no era mi intención ensuciarla y volcar su
bebida?
—Sí, sí, lo que digas —Anahí
movió la mano para hacer de lado el tema del accidente y se enfocó
completamente en Mina, mirándola con un brillo de ilusión—. Si
estás aquí significa que Helio también está aquí, ¿cierto?
—Claro que no. ¿Por qué tendría
que estarlo? —Mina se hizo la desentendida, intentando ocultar la
ansiedad que sintió en su cuerpo por el hecho de que lo nombrara
frente a Tare.
—¿Cómo que por qué? —Anahí
frunció el ceño, molesta—. Eres una desconsiderada al hacérmelo
repetir todo el tiempo. El simple hecho de que Helio esté...
Mina evitó que soltara algo que no
debía al propinarle un fuerte pisotón en el pie, siendo ambos
calzados por unas ligeras zapatillas abiertas que los ventilaban, por
lo que el golpe dolió muchísimo más. Anahí gritó abiertamente y
sin disimulo, ganándose la atención de los que los rodeaban,
quienes miraron la escena divertidos.
—¡Pedazo de...! —Sus reproches
fueron acallados por la mano de su atacante, quien se volvió a mirar
a Tare y Kadin con una sonrisa inocente.
—Ya vuelvo, no se muevan de aquí,
¿sí?
Y dejándolos por demás confundidos y
atemorizados, Mina se alejó arrastrando con ella a la otra mujer, la
que forcejeó con energías intentando liberarse, e incluso la
pellizcó y la arañó para que la soltara. Sin embargo, Mina no lo
hizo sino hasta que llegaron a uno de los lugares más apartados del
club.
—¡Bestia, salvaje, animal! ¡Bruta!
—bramó Anahí todos sus disgustos—. ¿Por qué me tratas tan mal
si ya no te he hecho nada! No me dejabas respirar, ¡casi me ahogo!
¿Intentas deshacerte de mí o qué?
—¡Maldita sea, cierra el pico, Ana!
—la silenció Mina hastiada de sus quejas, a pesar de que ahora sí
que tenía motivos para hacerlas—. No tengo tiempo para perderlo
contigo, así que solo escucha. No quiero que menciones a Helio en
ningún momento cuando esté con los dos con los que me viste.
—¿Qué? ¿Y yo por qué iba a
hacerte caso? No eres nadie para decirme qué hacer o no. Yo puedo
hablar con quien se me dé la gana y sobre el tema que yo quiera, así
que... Espera. ¿Por qué me pides eso tan de repente? ¿Acaso estás
enamorada de uno de ellos y no quieres que sepa que Helio quiere algo
contigo?
Mina miró a su acompañante, tomada
con la guarida baja. ¿De dónde había sacado eso si apenas le había
hecho una simple petición? ¿Tan evidente era? ¿O Anahí comenzaba
a volverse más suspicaz?
—¡Es eso! —dijo Anahí al ver la
expresión de Mina—. Bueno, no te culparía. No están nada mal tus
amigos.
—Suficiente, tan solo haz lo que te
digo.
—Ya te dije que no me des órdenes.
Además, no es como si fuera a verlos muy a menudo o como si me
interesara entablar una conversación con ellos, así que pierde
cuidado.
—No entiendes. Necesito que me hagas
un gran, un enorme favor. Necesito que mantengas ocupado a Helio por
unos días.
—¿Qué? —volvió a chillar a todo
pulmón, incrédula—. ¿Cómo te atreves a pedirme eso otra vez
después de todo lo que ha pasado? ¡Estás loca! Ya te había dicho
que no quería nada que ver con él.
—¿Ah, sí? ¿Por qué esperabas
verlo aquí, entonces? ¿Por qué lo acosas todo el tiempo en su
trabajo?
—¡No es acoso! Es una coincidencia
que lleve a lavar mi auto cada semana al lugar en el que trabaja.
—Claro, y también es coincidencia
que “por error” siempre compres más comida de la que necesitas y
se la des a él, ¿cierto?
—¿Y tú cómo diantres sabes eso?
¿Estás espiándome? —Anahí enrojeció de ira y vergüenza.
—Por favor, Ana. Eres la única que
sigue obsesionada con Helio a pesar de... bueno, ya sabes, todo el
tema conmigo.
—¡Olvídalo! Eres en verdad un
monstruo. No pienso ser tu juguete otra vez. Además, no tienes idea
de la densidad de nuestros encuentros, es casi insoportable. No hay
duda, él me odia.
—No te odia, simplemente es...
¿precavido?
Lo que nadie sabía era que Helio
había tenido un fuerte impacto en la vida de Anahí, pues desde que
terminaron, si es que alguna vez tuvieron una especie de relación,
la joven había abandonado sus insistentes intentos por engatusar a
un hombre y hacerlo su novio. De hecho, logró entender que su
actitud la hacía poco atrayente a pesar de que fuera bonita en
apariencia, y ahora luchaba por ser un poco más amable, aunque su
fuerte carácter siempre parecía vencer. Hasta había hecho las
pases con Mina y la perdonó por engañarla con respecto a los
sentimientos de Helio. A él también lo había perdonado y había
decidido no acercarse más a él, pero como en la mayoría de las
veces, el corazón triunfó sobre la razón y no pudo mantenerse
alejada, intentando demostrarle con pequeños detalles que seguía
importándole, que continuaba queriéndole, que se esforzaba por
cambiar por él. ¿Pero de qué servía? ¿Por qué iba a valer la
pena su empeño si él no se fijaba en nada ni nadie que no fuera
Mina?
—Ana... —Mina la nombró al ver
que su semblante decaía, pero calló cuando la otra levantó la mano
frente a sí, indicándole que guardara silencio. Anahí alzó el
rostro con confianza y altivez.
—No es no, Mina. Si quieres ser
egoísta, bien, pero no me involucres a mí que nada tengo que ver
con esto y que no me lo merezco. Tampoco creo que Helio se merezca
que lo desplantes de tu vida sin una explicación o sin dar batalla.
Espero que te vaya bien con todo lo que hagas. Adiós.
—No, espera, Ana. ¡Anahí!
La pelinegra la ignoró por completo
dejándola sola y con su problema sin resolver. Lanzó una
exclamación de irritación al aire. Creyó que Anahí estaría
dispuesta a ayudarla si con eso tenía más oportunidad de estar con
Helio sin verse afectada por la culpabilidad. No contó con que
tuviera tanto orgullo y dignidad. Antes nunca los tuvo, ¿por qué
ahora sí? Se dirigió a donde había dejado a Kadin y Tare para
continuar con su trabajo antes de que al moreno le diera un ataque de
nervios. Todavía había otro dilema por resolver, pero de ese se
encargaría cuando terminaran allí.
Momentos desesperados, medidas
desesperadas
El resto de lo que quedó de la tarde
y pequeña parte de la noche, se la mantuvieron concentrados en
Kadin, quien cumplió con su labor de manera excelente de ir a
entablar plática con las jóvenes que veía. Unas hasta lo invitaron
a bailar y aunque no aceptó todas las propuestas, de algunas sí, ya
que la curiosidad de ver tan extraños movimientos que en su mundo no
se practicaban, lo llevó a experimentarlos él mismo. Mientras
tanto, Tare y Mina se quedaron aplastados en su sitio, observando a
los demás divertirse, así que ella se quejó un par de veces y
hasta se atrevió a decirle a Tare que la sacara a bailar un rato.
Naturalmente, él se negó rotundamente y no sirvió que ella
intentara arrastrarlo consigo a la pista de baile, pues el moreno se
aferró con su vida a la mesa que estaba atornillada al suelo, por lo
que ninguno de los dos se movió pese a los jalones de la rubia. Y es
que Tare no quería hacer el ridículo, mas consideró sus esfuerzos
por evitarlo un fracaso total al ver que muchos clientes y empleados
los miraban entretenidos dado el papelito que montaron con el
forcejeo.
Mina no tuvo más opción que
resignarse a matar el tiempo protestando en mayor medida. Después
intentó entablar conversación con su compañero, pero el alto
volumen de la música y la gente al hablar no los dejaba oírse
mutuamente, pues estaban sentados uno frente al otro. No obstante,
ella tomó eso como la excusa perfecta para dejar su asiento y tomar
el que estaba a un lado de Tare, pegándose mucho a él, poniendo el
pretexto de que así sería más fácil hablar sin quedar afónicos
en el intento. Por supuesto, a Tare aquella situación se le antojó
una tortura y se mantuvo tenso todo el tiempo, procurando ignorar por
cualquier medio posible el contacto que la piel de la chica hacía
con la suya y que lo estremecía sin medida, volviéndose casi
imposible controlar los espasmos, siendo estos su vivo deseo de
tomarla en brazos y fundirse en un beso con ella.
Afortunadamente se vio capaz de
dominarse a sí mismo, y después de lo que le pareció un calvario
de los peores, decidió que Kadin había hecho suficiente por ese día
a pesar de no encontrar a quien buscaban. De esa manera, los tres
salieron del club al sereno de la noche, siendo la humedad más
intensa ahora que el sol no reinaba en el cielo para absorberla. Tare
se sintió más tranquilo sin el estridente ruido que provocó que
sus oídos zumbaran fuertemente. Incluso Mina se vio más relajada y
su mente pudo cavilar un poco mejor las cosas, hasta que la cuestión
primordial del momento taladró su cabeza, angustiándola un poco.
¿Dónde iban a quedarse esos dos?
Su casa quedaba descartada al
instante. La situación de esa mañana con su madre había sido
demasiado peligrosa y no creía ser capaz de soportar tanta tensión
si se quedaban en su sótano lo que fuera que duraran allí, así que
definitivamente no. ¿En casa de Ruth? Sacudió la cabeza. Sus padres
no la dejarían aceptar a dos desconocidos siendo varones además; no
importaba si eran muy amigos suyos. Dalia era otra opción, pero su
novio era demasiado celoso. Mireya y sus amigas eran unos devora
hombres, así que también era un enorme negativo. Lo mejor era que
se quedara con algún chico, pero no tenía una estrecha o una
amistad tal cual con alguno que no fuera Helio, y ese también
quedaba fuera. Mike podía ser otro, pero vivía muy lejos y prefería
un lugar más accesible para ir y venir con facilidad.
Gruñó con frustración. ¿En verdad
no tenía a nadie que pudiera sacarla de su dilema? Un rostro
risueño, aunque con un toque de altanería cruzó su mente,
provocándole indigestión de tan solo imaginarlo. ¿Él? ¿Por qué
de todas las personas posibles siempre terminaba dependiendo tan
absurdamente de él? Suspiró derrotada y abatida. No había más que
hacer; el asunto era crítico y necesitaba tomar medidas ya, sin
importar que estas fueran por demás desesperadas.
—Muy bien, síganme —les pidió a
los dos comenzando a caminar—. Les conseguiré un lugar en el que
puedan quedarse estos días. Mi casa no es segura y no puedo
arriesgarme.
—¿Dónde nos quedaremos? —quiso
saber Kadin, incauto—. ¿En casa de algún amigo tuyo?
—No exactamente, pero espero que los
acepte y estén lo suficientemente cómodos.
—Si no es amigo, ¿qué es?
—cuestionó ahora Tare, de pronto de mal humor.
—Un extorsionista —respondió ella
en un tono que denotó no quería más preguntas al respecto.
Ellos se sintieron inquietos, pero
respetaron su deseo de mantenerse en silencio al ver que ella se
sumergió en sus pensamientos. Llegaron a una zona de complejos cuyos
edificios no eran más de dos pisos de alto, pero que se extendían a
varios metros a la redonda. Mina se había vuelto cliente habitual de
él ya que lo rentaba regularmente, simplemente para hacerle pasar un
rato complicado a manera de venganza por todo lo que la hacía pasar,
aunque claro, ella no salía tan bien librada a la hora del pago,
pero la satisfacción de verlo en dificultades nadie se la quitaba.
De allí que hubiese conseguido su dirección, mas era la primera vez
que iba a buscarlo directamente a su residencia y se hallaba un poco
nerviosa. Esperaba que estuviera en casa y la atendiera, pues en
serio le urgía un lugar para que Tare y Kadin durmieran.
—Quédense aquí en lo que voy a
hablar con él —dijo a los hombres. No quería que la vieran ser
timada por ese bribón; sería humillante.
—¿No necesitas apoyo? —indagó
Kadin, preocupado.
—No, sé cómo tratarlo. Ya vuelvo.
Caminó buscando el número que creía
era el correcto, pues no lo recordaba con exactitud. Menos mal que su
complejo quedaba en el primer piso, ya que no tendría que perder
tiempo subiendo y bajando escaleras. Cuando encontró el que pensaba
era el número correcto, se colocó frente a la puerta y tocó el
timbre que sonó muy fuerte, rogando que sí fuera allí donde
viviera. No esperó mucho porque la puerta se abrió dejando al
descubierto a un hombre joven, delgado, alto, de cabello negro, que
vestía como si estuviera listo para salir a una reunión formal a
pesar de ser ya noche, y cuyos chispeantes ojos áureos la miraban
con asombro mezclado con deleite, en tanto le mostraba una sonrisa
amplia, confianzuda y que enchinaba la piel.
—¡Oh, Mina! —exclamó Odín,
encantado y con su usual entonadita—. Qué grata sorpresa
encontrarte por aquí, aunque no creo que pueda llamársele
coincidencia al hecho de que estés justo frente a mi puerta, ¿o sí?
—Apuesta a que no —Mina lo miró
con los ojos entrecerrados, perturbada por su aparente emoción de
verla—. Necesito un favor.
—Sabes que no hago favores —replicó
a su vez sin dejar su sonrisa, apoyando su costado en el umbral de la
puerta y colocando las manos en los bolsillos, tomando una posición
despreocupada.
—Y tú sabes a lo que me refiero.
—Te escucho.
—Necesito un lugar en el que un par
de amigos puedan quedarse a dormir algunos días, y lo necesito ya.
Odín enarcó una ceja al escucharla.
Solo con ella pasaba de ser extorsionista a ser amigo rentado, y
ahora a agente de bienes raíces. Sonrió más si era posible.
—Vaya, puede ser realmente
complicado encontrar a alguien que acepte acoger a unos extraños,
¿sabes? Y más a estas horas. Están por ser las diez.
—Lo entiendo y la cuestión es que
necesito que el lugar esté relativamente cerca de mi casa, por lo
que pensé en tu apartamento.
—¿Disculpa? —Ahora alzó las dos
cejas, tomado fuera de lugar. ¿Pasaban apenas unos segundos y ya era
gerente de hotel?
—Vamos, voy a pagarte, ¿cierto?
¿Cuál es el problema?
—No, si no digo que haya problema
—aceptó retomando su carácter risueño—. De pronto me ha
causado curiosidad. Lo que me pides es más bien algo que un buen
amigo puede hacer por ti y gratis. ¿Por qué no le pides ayuda a tu
novio?
—Helio no es mi novio, te lo he
dicho cientos de veces —corrigió ella disgustada de que siempre
los relacionara de esa forma.
—Muy bien —concedió él,
condescendiente—. ¿Por qué no le pides ayuda a tu no novio?
La rubia abrió la boca sin saber
realmente qué decir y el negociante notó su turbación.
—Uy —Odín alargó la palabra en
tono cantarín y acusador—. Me huele a traición. ¿Vorágines en
el crucero del romance?
—Ya basta. No tengo por qué darte
explicaciones de nada. No es tu asunto —reclamó ella ruborizándose
por verse descubierta otra vez. ¿Tan transparente era? La risa de él
la irritó todavía más, dándole a su rostro un tono de rojo más
intenso.
—Descuida, tampoco es algo que me
interese. Puedo ofrecer mi espacio para tus amigos sin inconveniente,
pero el precio aumenta considerablemente.
—Como si no supiera que ibas a
aprovecharte de eso. A ver, ¿cuál es el costo?
Se cruzó de brazos esperando lo
inevitable, estando preparada para lo que fuera, o eso pensó ella,
pues cuando la mirada de él brilló misteriosamente y con
complacencia aterradora, un sudor frío le recorrió la espalda y
tragó duro. La sonrisa de Odín se ensanchó y en tono jovial soltó:
—Tu colección de tarjetas de
béisbol.
—¡Qué! —gritó por demás tomada
con la guardia baja, estupefacta—. ¿Estás loco? He invertido mi
vida en ellas; mucho tiempo, energías, ¡dinero! Algunas son
verdadera reliquias; valen oro.
—Precisamente por eso sacaré una
buena ganancia cuando las revenda en internet. ¿Tienes idea de
cuánto puede subir su precio en subastas? El doble.
—Olvídalo si crees que voy a hacer
que te enriquezcas a costa mi esfuerzo, chantajista desalmado.
—En ese caso, pasa una gloriosa
velada —se despidió tomando el picaporte de la puerta para
cerrarla.
—¡Espera!
Mina puso su pie entre el umbral y el
ala de madera para evitar que la cerrara en sus narices. Lo miró con
todo el coraje del mundo sintiéndose vilmente usurpada, humillada y
derrotada, pues no podía rechazar esa oferta, simplemente no podía.
Se tragó su bilis procurando no llorar frente a él ante la
impotencia que la embargó, contestó con voz cargada de
resentimiento y ronca por aguantar tantos sentimientos:
—Tú ganas. Trato hecho.
—Gracias por tu preferencia y como
siempre, ha sido un placer hacer negocios contigo —le dijo Odín
con autosuficiencia abriendo la puerta completamente, ganándose una
mirada iracunda por parte de ella—. ¿Vienen tus amigos contigo? Si
es así, anda, ve por ellos. No los prives de su provisional morada.
No sería apropiado y mucho menos inteligente teniendo en cuenta
cuánto pagarás. Vamos, sirve que hago el contrato.
Mina le lanzó una última mirada
fulminante antes de darse la vuelta y dirigirse a donde había dejado
a Tare y Kadin esperando, diciéndoles que ya tenía un lugar para
que pudieran descansar, así que los tres entraron al hogar del
cineasta. Mina nunca había entrado, así que le hizo un poco de
ilusión o curiosidad saber cómo era. El complejo no era grande, en
realidad. Justo al entrar, a mano derecha, estaba la sala bien
amueblada con tres sillones de diferente tamaño, una mesa en el
centro, un mueble donde estaba un estéreo, un reproductor de DVD y
libros. En una de las paredes colgaba una pantalla plasma de alta
definición rodeada por cuatro bocinas de sonido, de igual forma
incrustadas en la pared y solo había una ventana que daba al
exterior. La cocina estaba a la izquierda de la puerta principal, con
los muebles y equipo respectivos. Después había un pequeño pasillo
al fondo, que conducía a dos puertas; una quedando paralela a la
entrada y la otra escondida un poco más a la derecha, ambas
cerradas. Era todo.
Lo que sí detallaron los tres fue la
pulcritud en toda la superficie y lo bien iluminado que estaba por
los focos del techo y las diversas lámparas, siendo de luz blanca
todos. Parecía ser que a Odín le gustaba la luz y la claridad. El
propietario salió de la puerta que quedaba equidistante a la
principal, evidenciando así que esa era su habitación, y teniendo
en su poder el contrato, se acercó al trío, ofreciendo una sonrisa
amistosa a los que serían sus inquilinos.
—Ustedes deben ser con quienes
tendré que convivir a partir de hoy. Mucho gusto, soy Odín, estoy a
su completo servicio y espero que su estadía aquí sea formidable.
—Gracias —respondió el príncipe
igual de cortés que él—. Mi nombre es Kadin y él es Tare.
—Reitero, un gusto. Mina, ¿podrías
firmar el contrato, por favor? Me gustaría cerrar el acuerdo cuanto
antes.
—Claro —Mina tomó los papales y
la pluma que le ofrecía para hacerlo.
—¿Acuerdo? —Tare alzó una ceja,
inquisidor.
—Así es —respondió Odín
firmando también en cuanto Mina terminó—. Creí que Mina les
habría informado que permitiría su estancia aquí a cambio de algo.
—No, no lo comentó —Tare miró a
la rubia con el ceño fruncido, en desacuerdo, y ella tan solo se
encogió de hombros.
—Oh, ustedes no tienen de qué
preocuparse, no tendrán que darme nada —explicó el de orbes
dorados—. Eso ya ha quedado arreglado. Tampoco deben preocuparse
por el límite de tiempo; momentáneamente es indefinido, así que
por favor, siéntase en su casa. Son libres de usar lo que sea que
necesiten. El baño, que también es el cuarto de lavandería, es
este de aquí —Señaló la puerta que estaba a un lado de la de su
recámara—. Simplemente les pido respeten mi privacidad y no
irrumpan en mi habitación bajo ningún concepto sin mi autorización.
—Pierde cuidado. No contemplamos
pasar mucho tiempo aquí. Tan solo queríamos un lugar para llegar a
dormir —informó Tare, sereno.
—Comprendo. Sin embargo, tendrán
que perdonarme por lo de esta noche. No cuento con colchones o
colchonetas extras, así que alguien tendrá que dormir en el sillón
grande y alguien más en el suelo en lo que consigo algo más
adecuado.
—Tampoco es necesario —volvió a
hablar el moreno—. El sillón es perfecto para Kadin y yo puedo
dormir en el suelo sin dificultad. Con un par de mantas más y listo.
—De acuerdo, como deseen.
—Am, disculpa, ¿Odín, cierto?
—Kadin lo nombró dudoso y él asintió entregándole toda su
atención. El castaño apuntó la gran televisión—. ¿Por qué
tienes un cuadro oscuro aquí?
—¿Perdón? —Odín se limpió una
oreja con el meñique en vano intento de sacar lo que fuera que
estuviera obstruyendo su sentido del oído, pues no creía haber
escuchado la pregunta bien.
—Este cuadro negro no se ve bien
aquí —siguió diciendo el príncipe, convencido de lo que
hablaba—. Deberías cambiarlo por otro con algún paisaje. Sería
más alegre.
Odín no pudo evitar mirar a Mina
parpadeando repetidas veces, por demás confundido y cierto recelo.
¿Con qué clase de extrañas personas mantenía relación? En tanto,
la joven no hizo más que golpearse la frente con la mano, negando
con la cabeza y enrojeciendo de vergüenza ajena.
—¿Amish? —se preguntó Odín
ladeando la cabeza, enfocando a Kadin unos instantes antes de
volverse a mirar a Mina—. ¿Menonitas?
—No —negó ella—. Digamos que
vienen de una tierra, muy, muy lejana.
—Ya veo. En fin, recuerden que están
en su casa. Si me disculpan, me retiro; tengo trabajo que terminar.
Con su permiso —Odín se dirigió a sus aposentos, pero antes de
desaparecer tras la puerta, se volvió a mirar a la rubia—. Ah, por
cierto, el inmueble tal cual junto con el mobiliario no son parte del
trato, por lo que cualquier daño a ambos será pagado por separado.
—¡Qué! ¿Tengo que darte tanto y
para que no cubras eso? —se exasperó ella, molesta.
—Es tu culpa —Odín la miró con
diversión—. Esa costumbre tuya de no leer el contrato antes de
firmarlo es muy mala. Bueno, que todos tengan dulces sueños.
Y con eso, se encerró en su cubículo,
dejando a Mina por demás disconforme y airada. No cabía duda de que
ese tipo era un miserable, aprovechado y convenenciero. ¡Era odioso!
Sin tiempo que perder
Y habría continuado echando pestes
sobre su potencial salvador de no haber sido porque el estómago de,
en esta ocasión, Kadin, se escuchó por la estancia, así que Mina
decidió pedir una pizza a domicilio para saciarse, ya que ella
también tenía hambre. Habría preparado algo ella misma, pero al
abrir los gabinetes y el refrigerador de Odín no había encontrado
nada. Seguramente se daba el lujo de ir a comer fuera todo el tiempo.
La pizza llegó escasa media hora después y la degustaron con
voracidad, o al menos ella y Kadin. Luego, el príncipe pidió que le
mostrara cómo funcionaba la televisión una vez Mina le hubo
explicado lo que era, así que la encendió y el hombre se vio
sumergido en las imágenes de la pantalla, maravillado, por lo que ni
cuenta se dio que Tare y Mina salieron un momento.
—¡Cielos! ¡Qué día más
agotador! —exclamó ella a modo de suspiro, estirando sus
músculos—. ¿No crees?
Miró a Tare, quien parecía
concentrado por completo en el cielo estrellado, así que ella
también lo observó, logrando que ciertas memorias rebobinaran en su
cabeza con nitidez asombrosa.
—Son las mismas —habló él en un
susurro intentando no romper la quietud del ambiente—. Esperaba ver
algo en las estrellas que me corroborara que no estoy en casa, que
estoy en un mundo diferente, que lo que ha pasado hoy es real, pero
no encontré nada. Las estrellas son iguales aquí que allá.
—¿Tú crees? Pienso que es cuestión
de perspectiva. Para mí hoy sí que lucen diferentes —Mina sonrió
mirándolo, ganándose su atención—. Se ven más brillantes, más
bonitas.
La expresión de Tare cambió a una de
ligera perplejidad, mas casi al instante retomó su seriedad,
desviando la mirada de ella. Suspiró a punto de darse la vuelta para
regresar a la vivienda, dispuesto a descansar y decirle a Mina que
hiciera lo mismo, cuando sintió que los brazos de ella lo aferraban
de improvisto y con fuerza, asombrándolo. Ella sintió el cuerpo de
él tensarse ante el contacto y que la turbación emanaba de cada uno
de sus poros, pero no lo soltó. Al contrario, lo estrujó con más
energía, siendo imposible ocultar el temblor que invadió su cuerpo,
escondiendo su rostro en el pecho de él, llenando sus pulmones de su
natural aroma, disfrutando el momento.
—Te extrañé mucho, Tare —confesó
con voz trémula, a punto de quebrársele y sofocada al no apartarse
ni un milímetro de él—. En verdad te extrañé muchísimo.
Tare se mantuvo paralizado unos
instantes, sintiéndose terrible por escucharla casi a punto de
llorar y por sentirla estremecer contra él. El calor que su cuerpo
entero le brindó al suyo, así como la fragancia de ella que inundó
su nariz, fue un aviso, un indicio de que estaba totalmente perdido
en ella, por mucho que intentara negarlo, y cediendo finalmente a esa
pequeña pero significante tentación, alzó sus brazos para
colocarlos alrededor de la figura femenina, en un abrazo firme y
suave.
—Yo también te extrañé mucho,
Mina —admitió en un hilo de voz, colocando su barbilla en la
cabeza de ella, relajándose por primera vez desde que llegara.
Acurrucada contra él, Mina sonrió
feliz. Era lo que necesitaba; por el momento, saber eso era lo único
que le hacía falta. Eso y estar unos minutos más así, juntos,
abrazados, como si nada más en el mundo o fuera de él existiera.
Un nuevo día llegó para Mina, quien
se vio forzada a abrir los ojos de su sueño placentero ante la
insistente alarma del celular. Gruñó con fastidio dándose vuelta
en la cama para tomar el aparto y callarlo. Bostezó con pereza
estirándose sin dignarse levantar. Se acomodó del lado que dormía
y descubrió la capucha negra de Tare. Era verdad, tenía que
arreglársela, pero al menos le había funcionado bien como muñeco
de felpa. La tomó y la abrazó aspirando la esencia que desprendía,
tan propia de Tare, y recordó el abrazo que compartieron la noche
anterior. Suspiró antes de fruncir el ceño. Ser una enamoradiza
cursi no era para ella; se sentía ridícula. Eso sí, muy alegre.
Se levantó con desgana para darse un
baño ya que ayer no pudo pues llegó a casa directo a la cama. Por
la tarde tenía trabajo; otro par de casas para limpiar y otra en la
que debían pintar la cerca de madera. De allí que les prometiera a
Tare y Kadin que estaría con ellos por la mañana y antes de irse al
trabajo los dejaría en un lugar lo suficientemente lleno de chicas
como para que aprovecharan el rato buscando a la princesa que
necesitaban, en lo que ella regresaba por ellos. Así que no perdió
tiempo y se duchó velozmente, se cambió, tomó su celular y la
billetera, así como el montón de tarjetas de béisbol, las que ató
con una liga, para pagarle de una vez a Odín. Se peinó el húmedo
cabello poniéndose la liga en la muñeca para atárselo cuando se le
secara. No le gustaba traerlo suelto porque le parecía un incordio,
por mucho que lo prefiriera largo.
Viéndose lista, se dispuso salir de
la casa con prontitud increíble sin siquiera molestarse en mirar al
frente al concentrarse en cerrar la casa, por lo que no notó el
cuerpo que estaba de pie justo frente a la puerta, a punto de
tocarla, así que colisionó de lleno con él. Y aunque el impacto
fue duro y la sorprendió lo suficiente como para hacerla retroceder,
unos brazos cálidos y cariñosos la envolvieron con una fuerza que
le resultó extremadamente familiar, al tiempo que una voz la
saludaba alegre.
—Buenos días, mi activo corazón.
—¡Helio! —lo nombró ella,
disgustada forcejeando para liberarse—. ¿Qué haces aquí?
¡Suelta!
—Te dije que quería almorzar
contigo y he venido a hacerlo —informó él sin soltarla a pesar de
los intentos de ella.
—Y yo te dije que ya había hecho
planes con mis visitas. Voy a buscarlos ahora mismo, así que suelta
y vete.
—Pueden venir con nosotros.
—No, que no les gusta los
desconocidos, ¿no entiendes?
—Precisamente para ya no ser
desconocidos es que quiero conocerlos.
—Te he dicho que no y es no. ¡Con
un demonio, suéltame!
Helio no lo hizo, lo que irritó a
Mina. No tenía tiempo para perderlo con él. Cada minuto que
transcurría era uno que pasaba lejos de Tare y no podía darse ese
lujo, por lo que usando la mayor de sus fuerzas, consiguió hacerse
un hueco entre lo estrecho del apretón y pudo golpearlo bajo las
costillas, logrando que la liberara. Mina se alejó rápidamente de
él antes de que se recuperara y volviera a atraparla. En tanto,
Helio se sujetó el costado afectado, abriendo los ojos por demás
atónito. Mina nunca lo había golpeado para zafarse de alguno de sus
abrazos. Reclamaba, empujaba, forcejeaba y demás, pero nunca lo
golpeaba. ¿Qué estaba pasándole? Estaba actuando muy extraña y
eso lo inquietó. Lo hirió que ella había continuado su camino sin
parecer importarle si le había hecho mucho daño o no. Corrió tras
ella.
—¡Espera, Mina! —La sujetó por
el brazo cuando no se detuvo.
—Maldición, Helio, no estoy para
esto. Déjame ir —le exigió soltándose con brusquedad, mirándolo
molesta.
—¿Qué te pasa, Mina? No estás
siendo como tú el día de hoy. ¿Es por tus visitantes? ¿Quiénes
son? ¿Por qué son tan importantes si no son ni tu familia?
—Si estoy actuando diferente es
porque me está retrasando mucho. ¿Y qué hay de malo con querer
estar con amigos a los que no ves desde hace mucho tiempo, eh?
Intenta entender que quiero aprovecharlos, pasar tiempo con ellos sin
distracciones de ningún tipo. Lo pregunto en serio, ¿es tan difícil
que me dejes en paz los próximos días?
Definitivamente Mina no estaba siendo
la de siempre; en su voz pudo reconocer su ligero tono de desespero y
reproche. Tal vez esas visitas podían ser muy queridos amigos, pero
estaban sometiéndola a demasiado estrés. Helio iba a decir algo
cuando el celular de la rubia sonó. Mina lanzó una maldición
comenzando a detestar enormemente el tono de las llamadas a pesar de
que se tratara de una de sus canciones favoritas.
—¿Qué? —respondió de mala gana,
sin mirar el número otra vez.
—Mina, ¿qué tienes? Eso fue
grosero —escuchó a Ruth un poco dolida por su mala contestación.
—Lo siento, Ruth —se disculpó
tranquilizándose un poco—. Me he levantado del lado equivocado de
la cama.
—¿Y yo tengo que pagar los platos
rotos por ello?
—Ya te dije que lo siento y mejor me
dices por qué me llamas. Tengo algo importante que hacer.
—Creo que tendrás que cancelar eso,
Mina. La señora Gladys me llamó y dice que vayamos a limpiar su
casa ahora mismo. Parece que saldrá con su familia antes de lo
previsto.
—¿Qué? —vociferó por demás
asombrada—. No puede ser, ya tenía planes.
—Tienes que cancelarlos. Sabes que
la señora Gladys no confía en nadie más que en nosotras, así que
no puedo llevar a Todd para que te cubra y tampoco puedo yo sola con
el quehacer —rogó la pelirroja.
—Pero... Es que... ¡Agh! —la
frustración la inundó y pataleó el suelo por demás furiosa.
¡Estúpidas responsabilidades!—. Bien. ¿Estás en tu casa? Voy
para allá.
—Sí, aquí estoy, te espero.
Colgaron y la rubia lanzó al aire mil
y un injurias entre dientes, odiando su situación y luego se propuso
marcar el número de Odín para ver si le hacía el favor (ajá,
favor que le costaría bastante) de decirle a Tare y Kadin que no
podría estar con ellos temprano y que la esperan en el apartamento.
No obstante, recordó que todavía no liquidaba su deuda más
reciente, por lo que seguramente ni la escucharía. Bufó. ¡Que se
fueran al diablo él y sus políticas de negociante!
—Mina —Helio la llamó con
suavidad para no perturbarla más de lo que parecía, mas no funcionó
porque ella lo miró con ira—. ¿Necesitas que te lleve a algún
lado? Tengo mi auto.
—No gracias.
Comenzó a caminar en dirección
contraria al complejo de Odín, hacia el hogar de Ruth, deseando
llegar a la casa esa y limpiarla rápido. Se olvidó de Helio, quien
montó su auto.
Y mientras eso sucedía con Mina, en
su residencia temporal podían contemplarse a Kadin y Tare sentados
en el largo sillón que el príncipe había utilizado para dormir,
esperando a que la joven hiciera acto de presencia como había dicho
que haría; mas los minutos pasaron hasta formar más de una hora. y
fue cuando el moreno decidió que era suficiente. Se puso de pie.
—No creo que vaya a venir, así que
será mejor que nosotros hagamos algo por nuestra cuenta. En verdad
no podemos perder tiempo, Kadin —declaró dirigiéndose a la puerta
principal.
—¿Está bien eso, Tare? —cuestionó
el ojiverde, siguiéndolo—. ¿Qué tal si nos perdemos? La casa
quedará cerrada.
—Odín me dejó la llave antes de
irse esta mañana; tú dormías. Además, le pedí la dirección
exacta, por lo que siempre podemos pedir indicaciones para regresar.
No soy tan malo orientándome.
—¿Y qué pasa con la comida?
—Desgraciadamente esa sí es una
limitación, pero quedándonos aquí tampoco obtendremos alimento,
así que mejor aprovechamos las energías que tengamos. Lamento
pedirte esto, ¿pero podrías soportar el hambre por este día, por
favor?
—Supongo que sí —confirmó al
tiempo que los dos salían de la zona de complejos—. ¿Y a dónde
nos dirigimos exactamente?
—Tampoco tengo un destino fijo
—aceptó llevándose una mano al mentón, pensando que quizás
hubiese sido mejor planear un poco más las cosas—. Por el momento
caminemos simplemente e intentemos acercarnos a las damiselas que nos
encontremos. Después ya veremos.
Kadin asintió e hizo tal cual su
amigo le había pedido. Se la pasaron de esa manera un buen rato
hasta que arribaron a lo que era una plaza pública que estaba llena
de gente, aunque en su mayoría se trataba de personas de la tercera
edad que se mantenían sentados en las bancas de la misma plazuela,
conversando amenamente. Los dos rodearon la plaza encontrando a un
grupo de jóvenes en uno de sus laterales, por lo que Kadin se acercó
a ellas para continuar con su misión, y aunque no pudo conversar
mucho porque llevaban prisa, no importó ya que el castaño no sintió
que alguna de ella fuera la indicada.
Suspiró de pronto abatido, y siendo
soñador como era, se preguntó si en verdad lograría encontrar a
aquella muchacha que sería su alma gemela, o si tendría que
regresar al cuento para enamorarse de alguien que lo dejaría como
tantas veces había pasado a pesar de no recordarlo. Tare se sentía
culpable por haberle borrado las memoria tantas veces en contra de su
voluntad, pero comprendía que lo había hecho por el bien del
cuento. Además, su amigo le había confesado que lo hizo también
para que no sufriera más. Parecía ser que cuando la princesa de su
mundo dejó de lado su papel y fue desterrada, él había entrado en
una depresión terrible, pues se había sentido un traidor para con
ella al tener que cumplir su papel con otra. Y aun ahora, a pesar de
que no recodaba a su princesa original ni el amor que pudo
profesarle, se preguntaba con pesar si ella tomó esa decisión
porque era aburrido estar con él, o si fue porque no se sentía
satisfecha con el cariño que le brindaba.
—¿Kadin? —Una voz lo llamó
sacándolo de sus cavilaciones y se volvió a mirar a la dueña
asombrándose de su buena memoria al distinguirla como una de las
tantas señoritas a las que conoció ayer.
—Hola, ¿qué tal te va? —la
saludó con una sonrisa amable viendo que iba con las mismas amigas
de ayer, quienes también le sonrieron amigables.
—Bien, dime, ¿qué haces?
—Oh, busco un sitio en el que haya
muchas jóvenes damas, pero como te dije ayer, soy nuevo aquí y no
conozco la ciudad —explicó sin más, como si fuera lo más natural
del mundo.
—¿En serio? —ella rio divertida—.
Pero mira, ta inocente que te veías y resulta que eres un gigoló,
¿eh? Te gustan mucho las chicas, ¿verdad? —lo golpeó ligeramente
con picardía.
—Pues sí, no lo niego —aceptó no
viendo lo extraño del asunto, aunque sí estaba confundido por la
reacción de ella.
—En ese caso déjame ayudarte. Mis
amigas y yo íbamos precisamente a un lugar donde hay muchas chicas.
Puedes venir y te presentamos a alguna que te guste —le guiñó el
ojo.
—¿De verdad? —aquello ilusionó
mucho al príncipe—. Muchas gracias.
—No hay de qué. Oh, ese es amigo
tuyo, ¿verdad? —apuntó a tare, quien se mantenía alejado,
mirándolos.
—Así es.
—Bueno, que también venga y le
conseguimos a alguien que le quite lo tímido.
—No te preocupes por él. No está
interesando en buscar a una mujer. Sus intereses son otros —informó
Kadin refiriéndose a que deseaba acabar con esa labor que les fue
encomendada y regresar a su mundo, pero como la muchacha no sabía el
asunto completo, lo interpretó de forma diferente.
—Oh, entiendo, entiendo. No hay
problema, no somos prejuiciosas; respetamos a esa gente. Puede venir
con nosotros también.
—Eso suena estupendo, iré a
decírselo —dijo el castaño, emocionado, y fue a contarle todo a
Tare—...Y nos invitaron a conocer a más amigos. Anda, aceptemos la
invitación, ¿sí? —imploró mirándolo con ojos brillantes.
—Supongo que está bien —accedió
muy poco convencido, pero creía que era mejor que vagar sin rumbo.
Kadin casi saltó de alegría y lo
tomó del brazo para conducirlo con sus nuevas y amables amigas,
quienes los conducieron a lo que era otro club diurno muy popular. En
el trayecto, los tratos diferentes y extraños que las jóvenes
mostraron para con Tare, además de hablar constantemente sobre sus
“preferencias” sobre algo de lo que no estaba seguro de
comprender, le dieron al pelinegro un mal presentimiento que le
ocasionó un escalofrío.
Lo que mal empieza, continúa
regular
En tanto, Mina y Ruth terminaron con
su primera tarea del día y la pelirroja le sugirió a Mina que
almorzaran y esperaran juntas a que la hora del otro trabajo llegara.
Sin embargo, Mina le dijo que no podía y sin mucha más explicación,
se alejó de ella despidiéndose con un rápido movimiento de mano
asegurándole que la vería al rato. Se montó al camión de la ruta
que la dejaría más cerca de la residencia de Odín. Corrió veloz
una vez hubo desmontado, entrando a la zona de complejos,
dirigiéndose al del negociante. Tocó con energía varias veces,
pero nadie respondió. No estaban; se habían ido.
Pateó la puerta por demás furiosa.
Tare era un idiota por ser tan impaciente y no esperarla un poco más;
Odín era un torpe por no vigilar a sus ignorantes inquilinos. ¡Que
los partiera un rayo, le daba igual! Ojalá Kadin y Tare se perdieran
para que se les quitara lo desesperado. Un estremecimiento la invadió
de tan solo pensar en esa posibilidad. Negó con la cabeza; no era
verdad. Si algo le pasaba a Tare nunca se lo perdonaría; ni a él ni
a ella. Ese mundo no era como el de él, era más peligroso, por lo
que debía encontrarlos ya. Se dio la vuelta lista para retomar su
paso cuando distinguió un auto conocido que se estacionaba frente a
ella y del que Helio bajó, mirándola con ojos opacados por la
molestia.
—Aquí vive el extorsionista, ¿no
es así? —inquirió con desagrado total recordando que una vez Mina
le había dicho a Ruth que había conseguido su dirección, la que
estaba por aquí—. ¿Esto era lo tan importante que tenías que
hacer? ¿Venir a verlo?
—¿Me seguiste? —inquirió ella
sintiendo su sangre hervir—. Helio, ¿me seguiste? ¿En serio?
—Si no te hubieras comportado tan
rara no lo habría hecho. Estaba preocupado.
—Eso no te da derecho a seguirme —lo
reprendió por demás disgustada.
—¿Por qué, Mina? ¿Por qué vienes
a verlo? ¿Qué puede hacer este sujeto que no pueda hacer yo por ti?
—Los celos fueron evidentes en la voz del hombre al verse
distorsionada por los mismos.
—¡Ay, no puede ser! —exclamó la
rubia sin dar crédito a lo que escuchaba, cubriéndose el rostro con
la mano. Helio estaba dirigiendo sus achares a la persona
equivocada—. No está pasándome esto.
—Sabes que puedes contar conmigo
para lo que sea, Mina —siguió diciendo Helio—. No necesitas de
ese pérfido codicioso. Anda, dime, ¿qué quieres que haga?
—Te lo he dicho muchas veces y no lo
cumples. Déjame en paz los siguientes días. Al menos Odín siempre
cumple su parte del trato.
Lo que le pedía lo lastimaba
enormemente porque no comprendía. ¿Por qué ese afán de correrlo
de su lado? Era cierto que siempre exigió que guardaran sus
distancias, sobre todo a la hora de las muestras de cariño, pero
nunca había deseado que se borrara del mapa que era su vida por
determinado espacio de tiempo. ¿Por qué ahora? ¿Qué le ocultaba?
Iba a indagar eso cuando el estómago de ella rugió sonoramente,
haciendo que se lo cubriera, avergonzada. Siempre sonaba en los
momentos menos oportunos.
—Déjame invitarte a almorzar, Mina,
por favor —pidió él otra vez, apesadumbrado.
Mina iba a negarse nuevamente, pero
sintió el característico dolor que le indicó que las tripas
estaban comiéndose la una a la otra, por lo que asintió, resignada.
No era como si pudiera hacer lo que había planeado hacer con Tare y
Kadin dado que habían decidido salir por su cuenta. ¿Pero por qué
no pudieron aguardar por su llegada un poco más? Tan solo se había
retrasado por casi tres horas, pero no era demasiado, ¿o sí? A
quién engañaba, ella tampoco hubiera esperado si treinta minutos.
Además, necesitaba recuperar energías para ponerse a buscarlos;
estaba muy preocupada por ellos. Servía que se hacía la hora de que
Helio entrara a trabajar y la dejara tranquila a ver si los
encontraba... Aunque tenía la ligera sospecha que eso podía ser muy
entrada la tarde y no podía perder tiempo. Los dos montaron en el
auto de él.
Arribaron al estacionamiento de una de
los muchos restaurantes de la ciudad y detuvieron el auto en uno de
los espacios libres designados para los clientes. Mina había querido
caminar a cualquier establecimiento de comida rápida, pero Helio le
dijo que quería llevarla a un lugar más decente sin importar que le
saliera un poco más caro, después de todo, era él quien la
invitaba y no le molestaba gastar su dinero en ella. Y Mina lo
reconocía, Helio era un encanto de persona, un amigo maravilloso y
muy querido para ella; por Dios que no era ciega. Sin embargo, no
terminaba por gustarle del todo; sus atenciones desmedidas y
personalidad dulzona no la inclinaban a intentar siquiera enamorarse
de él.
Bajaron del auto al mismo tiempo que
otro se estacionaba a un lado del de Helio y de él baja nadie más
ni nade menos que Anahí, quien llevaba su cabello negro atado en una
coleta baja a un lado que le caía sobre el hombro, y que usaba un
fresco vestido veraniego con estampado de flores y de tirantes que
terminaba por encima de las rodillas, además de las sandalias a
juego y una bolsa blanca. Al verla, Mina creyó que otra vez estaría
en su papel de acosadora, mas desechó el pensamiento cuando ella los
descubrió y la sorpresa de verlos fue tanta o mayor a la suya, que
hasta se echó para atrás.
—Mina —Anahí la nombró por demás
asombrada, posando sus ojos en el castaño fugazmente, sin ser capaz
de sostenerle la mirada por más de un segundo.
¿Qué hacer? ¿Por qué tuvo que
encontrárselos precisamente allí? Ganas de huir e ir a otro sitio a
almorzar la asaltaron, pero no. No se pasaría el resto de su
existencia corriendo como una cobarde. ¡Tenía más orgullo que eso!
Así que alzando la cabeza con soberbia y colocando las manos en la
cadera, preguntó:
—¿Qué haces aquí, Mina?
Últimamente te encuentro en lugares a los que no irías jamás.
—Es por asuntos que me superan por
completo, créeme —respondió la rubia poniendo los ojos en
blanco—. ¿También vienes a almorzar?
—Soy cliente habitual de este
restaurante. Vengo un par de veces por semana.
—¿Tú sola? —cuestionó ahora
Helio lanzándole una mirada que la morocha no pudo descifrar y que
la hizo sentir su rostro arder.
—¡Por supuesto que no! ¿Quién te
crees que soy? —se puso a la defensiva—. Tengo muchísimos amigos
que me acompañan a donde quiera y cuando quiera. Hoy simplemente
todos están ocupados.
—Pues qué afortunada eres —dijo
Mina con una sonrisa, maquinando—. Podríamos comer los tres.
—¿Qué?
La exclamación salió sofocada de la
garganta de Anahí, que se vio perpleja por la invitación. Cuánto
quería decir que sí, si con ello podía pasar un rato con el hombre
podía desechar su amor propio un momento, pero fijando su atención
en Helio rápidamente, pudo discernir el desagrado que la idea le
provocó al ver que su ceño se fruncía y sus ojos eran velados por
¿la repugnancia? Se tragó las ganas de llorar que la atacaron.
—No gracias —se negó intentando
controlar el son de su voz para que no se quebrara, en tanto
comenzaba a caminar con sus ínfulas de siempre—. Procuremos no
arruinarnos el día con situaciones forzada y comprometedoras, ¿de
acuerdo?
—¿Quién dice que son forzadas?
—Mina la siguió—. Tengo ganas de hablar contigo.
—Pues luego hablamos, las dos, solas
—declaró enfatizando lo último.
—Pero si hasta Helio tiene ganas de
conversar contigo.
Anahí no pudo reprimir la pequeña
risa sarcástica que brotó de su boca y avergonzada se la cubrió
rápidamente. Helio la miró sorprendido. ¿Qué significaba esa
reacción? ¿Qué clase de concepto tenía Anahí de él? ¿Uno de
despiadado; insensible; desinteresado? Podría ser. Después de todo,
la había hecho sufrir mucho e incluso la había golpeado. Eso era
algo que no lo dejaría en paz nunca. Su estado de amargura y la
histeria de ella no habían sido excusas suficientes para que le
diera la bofetada que le había dado hace tanto tiempo. Y cuando
terminaron, sí que le molestó que la chica se desquitara con Mina
debido a que ella no tenía la culpa de nada... Pero para Anahí todo
lo que había pasado entre ellos no había sido más que una cruel
broma de ambos, así que al menos él sí que se sentía merecedor de
los insultos que le dedicó ese día.
—Suficiente, Mina —la voz
disgustada de Anahí lo sacó de sus pensamientos—. Deja de obligar
a la gente a hacer cosas que no quiere.
—No, si es por mí, está bien.
Estoy de acuerdo en que nos acompañes —intervino Helio nuevamente.
—No tienes que hacerlo simplemente
porque Mina lo quiere —espetó la pelinegra con acerbidad.
—No es por eso —aseguró Helio
mirándola fijamente—. Pasar un rato con una amiga siempre es
agradable.
—¿Amiga? —Eso la desencajó
mucho. ¿Significaba que no la odiaba?—. ¿Me crees tu amiga? Se
supone que no me soportas, ¿cierto?
—Cielos, no. ¿Quién te dijo eso?
Eres... —Helio se rascó la nuca, nervioso, sin estar seguro de
cómo continuar—. Eres especial de tratar, un poco difícil,
supongo, pero no es que me caigas mal, o no te soporte, ni nada de
eso.
Y la alegría que esa declaración
provocó en Anahí fue suplida por un intenso sentimiento de estar
viviendo una injusticia. No se valía; no era justo que el hombre del
que quizás estaba enamorada le dijera ese tipo de cosas cuando sabía
que entre ellos no podría haber nada. Por eso su orgullo se vio
consumido por aquellas emociones y dejó que las lágrimas de
desencanto brotaran de sus ojos y corrieran por sus mejillas.
—Eres un idiota —lo insultó entre
imparables y pronunciados sollozos, tomándolo fuera de lugar—. En
verdad eres horrible. Has hecho que arruinara el maquillaje.
—L-lo siento —se disculpó él sin
saber exactamente por qué, esperando que dejara de llorar; no le
gustaba verla así.
Sin embargo, pareció tener el efecto
contrario cuando el llanto de ella incrementó, ahora acompañado de
pequeños alaridos llenos de sentimiento. Y es que se sentía como
una imbécil por mostrarse tan débil ante él, además de estar
segura de que debía lucir feísima con el delineador y el rímel
corridos. Pensar en eso la llevó a buscar algo en su bolso con lo
que pudiera limpiarse, y por inercia, Helio hizo lo mismo, buscando
en los bolsillos del pantalón, sin encontrar nada. Notando que ella
seguía en su búsqueda sin muchos resultados, el castaño se dirigió
a su auto y sacó una garrita que usaba para limpiar el vidrio de vez
en vez; no era lo mejor, pero al menos estaba limpia. Se la ofreció
y ella casi se la arrebató, limpiándose el rostro. Transcurrieron
unos minutos hasta que Anahí consiguió tranquilizarle, respiró
profundamente y habló intentando controlar el trémulo en su voz.
—Muy bien, será mejor que entremos
ya. No se preocupen que yo pago mi comida. Vamos, Mina... ¿Mina?
Tanto ella como Helio miraron a su
alrededor buscando a la rubia, quien brilló por su ausencia. Anahí
se encaminó al restaurante esperando que se hubiese cansado de
esperarlos y decidiera ingresar de una vez, pero no estaba; la
maldijo en la mente. Helio se colocó a su lado.
—Se ha ido —observó lo evidente y
suspiró desilusionado.
—No puede estar muy lejos; no tiene
auto, ¿cierto? Si la buscas puedes hallarla rápido —sugirió la
mujer con un deje de acidez. Él sacudió la cabeza.
—Por hoy me doy por vencido. Ya la
seguí demasiado. Además, quedamos en comer juntos. No quiero
incumplirte.
Anahí sintió que los ojos le
escocían de nuevo, y se apresuró a buscar una mesa donde sentarse
para que él no viera su constante vulnerabilidad. En definitiva, lo
que estaba pasándole no era justo.
Mina casi que corría por las calles
de la ciudad en tanto le daba mordiscos aislados al perro caliente
que había comprado en un puesto ambulante. Menos mal que Anahí
había aparecido en el momento justo para entretener a Helio lo
suficiente y permitirle escabullírsele. De acuerdo, comprendía que
no había sido una de sus más limpias tretas, pero necesitaba
sacárselo de encima. Estaba segura de que Helio no la habría dejado
sola cuando terminaran de almorzar y habría insistido en ayudarla
con lo que fuera, y no podía permitirse eso; necesitaba encontrar a
Tare y Kadin de inmediato, sin la presencia de él. De allí que
apresurara el paso a la zona donde estaban quedándose con Odín. No
podían estar muy lejos, ¿o sí? Si ella hubiese salido a algún
lado en una ciudad desconocida, lo habría hecho andando por lo
alrededores de su lugar de estadía.
Después de muchos minutos que se le
antojaron eternos, Mina llegó a una plaza que estaba por el área.
Tal vez estuvieran sentados por allí, observando a la gente ir y
venir, y cuando enfocaban a una joven, Tare hacía que Kadin la
abordara para ver si era la indicada. No obstante, por más que rodeó
la plaza una y otra vez, así como las calles adyacentes, no los
divisó. La ansiedad se asentó en su estómago y le quitó el hambre
que el perro caliente no pudo quitarle; empezaba a inquietarse
muchísimo. Continuó buscando con obvio y palpable desespero, pues
varias personas le preguntaron si se encontraba bien. Corrieron las
horas y se vio muy tentada a llamar a la policía para que la
ayudaran, pero resultó que el momento de hacer los otros trabajos
que tenía pendiente se presentó, por lo que cuando Ruth la llamó
para confirmarlo, no hizo más que tragarse su mortificación.
Después de la tormenta, viene la
calma
Mina estuvo extremadamente distraída
y cometió algunos errores en su trabajo e incluso olvidó algunas
cosas, como cuando pintó la cerca que tenía que pintar y no recordó
no apoyarse, manchándose el costado. Su pelirroja amiga se preocupó
por ella, por lo que le preguntó qué pasaba y cuando Mina le
explicó superficialmente lo que pasaba, Ruth le sugirió que fuera a
ver el lugar donde estaban quedándose, pues tal vez ya habían
regresado y así lo hizo. En cuanto terminaron de trabajar, estando
el sol a punto de iniciar su esconderse tras el horizonte, Mina
corrió como alma que se lleva el diablo al complejo de Odín y tocó
el timbre un par de veces, esperando que ya hubiesen llegado. No
esperó demasiado, pues la puerta se abrió dejando al descubierto al
negociante, mas antes de que dijera nada, ella se hizo paso e ingresó
a la morada, detallando la sala vacía.
—¿Y la invitación a entrar la
recibiste de...? —indagó Odín alzando una ceja cuando no vio a
Tare y Kadin con ella—. ¿Dónde has abandonado a mis huéspedes?
—Ellos se abandonaron solos. No
tuvieron la paciencia de esperarme un poco y se les ocurrió la
grandiosa idea de de salir por su cuenta, así que ahora están
perdidos.
—Es difícil perderse por aquí, así
que no creo que debas inquietarte de más. En todo caso, ¿los has
buscado o intentado localizarlos?
—Por supuesto que sí. ¿Qué crees
que me la he pasado haciendo todo el día? Pero ni sus luces. Estoy a
punto de llamar a la policía.
—Insisto en que exageras. Espéralos
un poco más. Todavía no oscurece del todo y tienen la dirección
exacta del apartamento.
—Claro, como a ti te da igual... De
acuerdo, esperaré otro rato —dijo sin muchas ganas—. Por cierto,
aquí está el pago —Se sacó del bolsillo trasero el manojo de
tarjetas de béisbol y se los dio.
—Ah, tan puntual como siempre.
Muchas gracias —Odín sonrió, tomándolas—. Bueno, ahora que
todo ha quedado claro y arreglado, puedes irte —Se colocó a un
lado de la puerta que seguía abierta, y extendió su mano
indicándole a Mina que saliera.
—¿Qué? ¿Qué pasó con lo de
esperar a Tare y Kadin? —preguntó la rubia, desconcertada.
—Puedes perfectamente esperarlos
afuera —informó el negociante sin dejar su sonrisa, tranquilo.
—¡Tú, bandido descortés!
Mina lo miró con irritación total;
ese tipo en serio la sacaba de sus casillas. ¿En esas estaban? Pues
en esas quedaban. Lo ignoró olímpicamente sentándose en el sillón
para una persona, cruzando los brazos sobre el pecho, tomándose la
libertad de subir los pies en la mesita de centro, mirándolo
decidida a no moverse de su sitio. Tendría que sacarla a la fuerza
bruta, en brazos, o con patadas y demás si en verdad quería
correrla; aunque cabía decir que ella podía ser una fuerte
resistidora. Odín entrecerró los ojos ante la acción de ella,
notando el desafío en su azul mirar.
—Te gusta provocarme, ¿no es
cierto? —cuestionó como quien no quiere la cosa, espeluznantemente
serio.
—Me has atrapado. Es mi pasión
secreta en la vida —replicó ella con sarcasmo hiriente y él
sonrió entre divertido e incrédulo.
—Muy bien. ¿Quieres jugar?
Juguemos.
El poseedor de orbes dorados tomó su
celular y marcó un número.
—Buenas noches. ¿Departamento de
policía? —A Mina se le fue la sangre a los pies—. Sí, una
pregunta. ¿Cuáles son los cargos por allanamiento de morada?
Odín hablaba con un tono de voz
risueño e inocente, que le provocó escalofríos a Mina, quien se
puso de pie. No lo haría; no se atrevería, ¿o sí? Y Odín siguió
hablando:
—Ah, ya veo. Hasta seis meses de
prisión o una cuantiosa multa, comprendo. Verá, el asunto es que
hay alguien que ha entrado a mi hogar sin mi consentimiento. La
dirección es...
Mina no esperó a que diera la
dirección porque salió del complejo con velocidad. Odín sonrió
por demás entretenido, cerrando la puerta y guardándose el celular.
Pobre inocente.
—Insensible cretino. ¡Demonio! —le
espetó Mina a la puerta, iracunda.
Fue una tonta al siquiera dudar que
Odín se atreviera a llamar a la policía para sacarla de su casa; él
era capaz de eso y más. Por demás furiosa e insatisfecha con su
condición, la joven no pudo más que sentarse en la acera, a un lado
de la puerta, apoyando su espalda en la pared, esperando y rogando
que Tare y Kadin aparecieran pronto, o de lo contrario le daría un
ataque de histeria.
Tare y Kadin caminaban por las calles
de la ciudad, teniendo el ocaso del día sobre ellos, y que estaba
por darle la bienvenida a la noche. Habían logrado hacer algo con
respecto a su cometido gracias a la ayuda de la joven que los
interceptó en la plaza aquella Ella y sus amigas habían sido lo
suficientemente amables de presentarles a más chicas y de hasta
pagarles una comida al mediodía, cuando el estómago del castaño
reclamó por alimentos. También los habían llevado a otro lugar
donde les aseguraron que habría otras señoritas a las cuales
presentarle a Kadin, quien parecía bastante exigente a la hora de
decidirse por una compañera. Sin embargo, en ese sitio no duraron
mucho ya que Tare decidió irse de inmediato cuando un sujeto,
conocido de sus anfitrionas, comenzó a, estrictamente hablando,
coquetearle.
Un escalofrío de incomodidad y
espanto envolvió al hombre de tan solo recordar tan perturbador
episodio de su vida. ¿Qué pasaba con la gente en ese mundo? ¿Dónde
había dejado la ética y la moralidad; los principios básicos? ¿Por
qué seguían modas, tendencias y pensamientos tan escandalosos?
Suspiró negando con la cabeza; no estaba hecho para ese lugar. Cosa
que se sumaba a sus tantas razones para acabar con todo eso y
regresar a su mundo; mas a pesar de ser muchos sus motivos para
volver, no terminaban por pesar lo suficiente como para ganarle al
único que podía detenerlo de continuar, que estaba en el otro lado
de la balanza, y que para colmo también le daba varios fundamentos
para irse cuanto antes. Suspiró nuevamente; era mejor no darle
tantas vueltas al asunto o terminaría por cometer una insensatez. Se
concentró en pedir indicaciones para regresar a su temporal hogar;
según la gente a la que le preguntó, estaban cerca y él mismo ya
comenzaba a reconocer los alrededores.
Mina seguía sentada en su sitio,
mirando una y otra vez la hora en el celular, desesperada de que el
tiempo no avanzara rápido, aunque tenía esa percepción simplemente
porque lo miraba cada veinte segundos. El astro rey estaba por
ocultarse por completo en cuestión de instantes, y para cuando la
oscuridad iniciara su gobierno a plenitud, dejaría de aguardar tan
inútilmente y buscaría ayuda de las autoridades.
—¿Noticias de ellos?
La voz la sobresaltó al hallarse tan
ensimismada en sus inquietantes pensamientos, así que pegó un
brinco. Alzó la vista para descubrir a Odín, que se asomaba por la
ventana, estando ella justo debajo de él. El hombre tenía en su
boca una paleta de caramelo. La rubia volvió a mirar la hora; el
mismo minuto.
—No y mi tranquilidad está por
abandonarme completamente —confesó con evidente desasosiego en su
voz.
Luego vio que una paleta se colocaba
frente a ella, siendo sujetada por una mano por el extremo del palo,
y siguiendo el trayecto del brazo, volvió a encarar a Odín, quien
se sacó su propio caramelo con la mano libre y hablar:
—Para que te endulces la vida un
poco.
Mina miró la paleta otra vez y
frunció el ceño.
—¿Por qué me la ofrecerías sin
más? ¿Qué tengo que darte a cambio? —inquirió por demás
desconfiada, retornando su visión a él.
—Oh, descuida —comentó él con
una sonrisa misteriosa—. Verte tan ansiosa y a punto de enloquecer
es compensación suficiente.
—Cínico —masculló descontenta,
tomando el dulce.
—Gracias, pero en serio no me gustan
mucho los halagos —declaró él llevándose la paleta a la boca
nuevamente, mirando el entorno.
Quedaron en silencio y Mina no hizo
más que jugar con la paleta en sus manos, observándola. ¿Qué
tendría? ¿Veneno? ¿Purgante? ¿Sería de un sabor muy asqueroso?
¿No tendría sabor alguno? ¿O que tal si era súper picante? Fuese
como fuese, no iba a descubrirlo esa noche porque su estómago estaba
cerrado a aceptar cualquier clase de alimento. Tenía un sabor muy
amargo en la boca que le quitaba cualquier tipo de antojo, y creía
que si comía algo, lo vomitaría. Y es que la angustia estaba
haciendo estragos inimaginables en su cuerpo; como por ejemplo, el
hecho de que ya sentía muy frías sus extremidades, lo que provocaba
que ella misma sintiera un descenso de temperatura en su cuerpo, por
lo que inconscientemente se abrazó a sí misma.
—¡Oh! —La exclamación de Odín
sonó ahogada por el producto en su boca, así que lo sacó otra vez
para continuar—. ¿No son aquellos los extraviados?
Mina dirigió su atención a donde
apuntaba, descubriendo que por la calle designada a esa zona de
complejos, las figuras de dos hombres se acercaban y la rubia pudo
reconocerlos como Tare y Kadin. Se levantó presurosa, sintiendo que
un alivio enorme la inundaba de pies a cabeza. Estaban bien, o por lo
menos lucían bien. Ganas de llorar por el sosiego que sintió en ese
momento la asaltaron; estaba tan feliz. Sin embargo, casi al
instante, la irritación se encendió en su interior como un fuego
ardiente que la calentó, dejando en el olvido la frialdad anterior.
Caminó a pasos agigantados, firmes y resonantes hacia ellos,
mirándolos con el ceño fruncido en disgusto total.
—¡Ustedes, par de torpes! —gritó
con recriminación estando a escasos metros de ellos—. ¿Cómo se
les ocurre irse así como así sin saber nada de nada, o tener nada
de nada? ¿Son tontos o qué?
—Estuvimos esperándote por un buen
margen de tiempo —respondió Tare frunciendo el entrecejo también—.
Entiende que no podemos perder un solo momento; no podíamos aguardar
tu presencia todo el día.
—¿Y esa es razón suficiente para
aventurarse a un mundo desconocido? —inquirió ella con
escepticismo.
—Hasta donde sé, tú hiciste lo
mismo en mi mundo. ¿Cuál es tu derecho a reclamar? —arguyó el
moreno.
——Que no es igual. Yo no tengo una
esfera mágica con la que pueda ver tus andanzas. Te vas y me dejas
completamente preocupada.
—¿Verdad que no es una sensación
agradable? —Tare se cruzó de brazos esperando que Mina
comprendiera un poco mejor cuánto lo había hecho batallar a él.
—¿Qué rayos? ¿Estás vengándote
de mí? —La rubia lo miró con disconformidad—. ¿Por una
estúpida venganza te pusiste en riesgo? ¡Maldición, Tare! Este
mundo no es como el tuyo. Este es muy peligroso, aquí la gente es
muy mala, ¿no lo entiendes? Yo... —Mina lo abrazó con fuerza,
sorprendiéndolo, en tanto dejaba drenar toda esa ansiedad y miedo
que la habían agotado sobremanera—. Estaba muy asustada, realmente
asustada. Si te hubiera pasado algo no sé qué habría hecho —Tembló
ante el simple pensamiento.
—Lo siento —se disculpó Tare
abrazándola de vuelta, estrujándola con ternura en un intento de
calmarla, comprendiendo que había actuado como un idiota,
mortificándola de manera innecesaria. Apoyó su mejilla en la cabeza
de ella—. No volveré a salir sin tu consentimiento.
Ella asintió conforme con eso,
reforzando su agarre, suspirando mayormente aliviada. En su lugar
desde la ventana, Odín observaba el cuadro con ojo curioso y gran
interés, siendo el movimiento del palo de su paleta el único
proveniente de él. Así que sí había romance de por medio, ¿eh?
Bueno, nunca estaba de más saber algo extra de los clientes
frecuentes, y si estaban estrechamente relacionados con él por el
motivo que fuera, era mucho mejor conocerlos. En todo caso, siempre
existía la posibilidad de sacar algo que lo beneficiara en cada
situación. En ese momento, sin embargo, no había nada que le
resultara provechoso, así que decidió regresar a su habitación a
continuar trabajando antes de que la nostalgia lo atrapara. Cerró la
ventana.
Tare y Mina continuaron fusionados en
su abrazo por otro espacio de tiempo, en el que Kadin comenzó a
sentirse incómodo y un muy mal tercio. Carraspeó para llamar la
atención de sus amigos.
—Chicos, no quiero interrumpirlos,
pero en serio me estoy sintiendo como un estorbo no querido.
—Kadin —exclamó Tare recordando
que el castaño estaba como espectador y se separó de la rubia,
ligeramente avergonzado por olvidarlo de nuevo—. Lamento eso.
—Yo también —se sinceró Mina
mirando al príncipe—. No te sientas mal, ¿quieres? También
estaba muy preocupada por ti.
—Siento los inconvenientes que te
causamos —se disculpó Kadin, arrepentido.
—Al menos ya pasó, procuremos no
recordarlo...
Un rugido como el que nunca habían
escuchado interrumpió a Mina, y tanto ella como Kadin dirigieron sus
miradas hacia Tare, a quien se le notó el intenso sonrojo a pesar de
su tono de piel y de la poca iluminación de las lámparas, pero en
ese instante su estómago exigía algo que comer. Viró su rostro a
un lado por demás abochornado, intentando ocultar su sentir de algún
modo, cuando los otros dos soltaron las carcajadas.
—¿Qué onda con eso? Ni yo me oigo
así cuando tengo hambre —comentó Mina entre risas—. ¿Qué no
han comido nada?
—Al medio día solamente —informó
Kadin intentando calmarse también.
—Ya veo. Bueno, yo no he comido
mucho tampoco desde hace varias horas —dijo la rubia sintiendo que
el hueco en su estómago era vaciado de la pasada inquietud—. No es
tan tarde, podemos ir a algún sitio a cenar, ¿qué dicen?
—Me encantaría —aceptó Kadin,
contento.
—Yo preferiría quedarme en la casa
—declaró Tare de pronto sintiéndose exhausto de sus vagancias. Él
funcionaba mejor dentro de cuatro paredes.
—Es una verdadera lástima porque
iremos a cenar los tres —aseguró Mina entrelazando su brazo con el
de él para hacer que caminara, teniendo a Kadin del otro lado—. No
quiero que vuelvas a hacerme lo de esta mañana, por lo que será
mejor si mantengo mi vista sobre ti.
—Ya prometí no hacerlo de nuevo,
¿no confías en mí? —indagó él con extrañeza.
—Tú nunca confiaste en mí, ¿por
qué yo tendría que hacerlo contigo? —cuestionó a su vez, mordaz.
—Dados los hecho, mi palabra tiene
más fiabilidad que la tuya y con diferencia —respondió de la
misma forma.
—Ah, claro. Tanto así que
desobedeciste el acuerdo al que habíamos llegado. Si hubiésemos
hecho una apuesta habrías perdido.
—Un pequeño desliz, lo admito. ¿Me
recuerdas cuántas veces tú no seguiste mis órdenes e hiciste lo
que se te plació?
—¡Diantres, Tare! No te creía tan
rencoroso.
—Habla quien sugirió no recordar
este episodio y es la primera que lo saca a colación.
—Creo que es suficiente de su
discusión —intervino Kadin al ver que Mina iba a decir algo en su
defensa.
—Supongo que tienes razón —concordó
la joven, apaciguándose—. Mejor cuéntenme qué hicieron y cómo
les fue.
Kadin le habló de sus aventuras con
las chicas que los habían ayudado, y cuando mencionó el pequeño
incidente de Tare que lo llevó a casi salir despavorido del segundo
lugar al que los llevaron, Mina no pudo evitar reír abiertamente al
imaginarse la situación, divertida a más no poder, logrando
avergonzar al moreno, quien deseó desintegrarse de la faz de la
tierra para no tener que experimentar tan humillante momento. Si en
algo no había cambiado Mina, era en la facilidad que tenía para
incomodarlo y hacer que enrojeciera con el mismo tono intenso de sus
propios ojos.
A primera vista
El día siguiente llegó, y como era
sábado, Mina no tenía planes de trabajo, por lo que se dirigió a
donde Odín con la intención de ir por Tare y Kadin a continuar con
su búsqueda. El lugar al que irían ese día y que podía ser una
buena fuente de toda clase de personas, incluidas jóvenes, era el
centro comercial. Nuevamente, no era un sitio que Mina frecuentara
por cuenta propia, mas sí solía ir cuando se veía arrastrada por
su madre o por Ruth. Y es que ella consideraba que ir de compras era
uno de los suplicios más grandes que pudieran existir; era demasiado
aburrido, agotador y una pérdida de tiempo ir a ver decenas de
artículos y productos que al final no compraría. Era absurdo.
Sin embargo, suponía que la princesa
que buscaban debía tratarse de una chica lo más tranquila que el
ambiente donde se crió pudiera permitirle ser, y que disfrutaba de
las típicas actividades entre la lozanía femenina; aunque
honestamente no estaba segura. En realidad, tampoco le inquietaba
sobremanera hallar a la famosa princesa. Lo único que realmente le
importaba era pasar el mayor tiempo posible con Tare. El taxi que
había llamado los dejó en su destino.
—¿Un sitio comercial? —inquirió
Tare con extrañeza al ingresar a las instalaciones.
—Increíble, ¿cierto? —comentó
Mina negando con la cabeza—. En este mundo las compras pueden
considerase un deporte o un pasatiempo más que una necesidad.
—Vaya, este mundo tiene costumbres
muy interesantes —habló ahora Kadin mirando a su alrededor con
curiosidad—. ¿Aquí la encontraremos a ella?
—No lo sé, es tan incierto como los
lugares anteriores —respondió Mina encogiéndose de hombros—.
Pero hay que intentarlo. Los puestos de ropa, accesorios, joyas,
zapatos y ese tipo de cosas son imanes para las chicas, así que
vamos.
Los tres iniciaron con su labor, y
como era de esperarse, Kadin se concentró en conversar con las
señoritas que veía que eran clientes, e incluso lo hizo con varias
dependientas, dado que algunas de ellas eran de aproximadamente su
edad. Por supuesto, no solo se limitó a las jóvenes, sino que
siendo el caballero que era, le siguió la plática a algunas mujeres
maduras y de más edad, que parecían bastante dispuestas a conversar
con desconocidos que se vieran tan agradables como lo era el
príncipe. Como siempre, Mina y Tare lo esperaron a una prudente
distancia, y la rubia aprovechó para matar el tiempo viendo
diferentes artículos que llamaron su atención.
En una de esas, en uno de los
mostradores exteriores de una tienda que parecía vender solo muñecos
de felpa, Tare vio un zorro naranja y deteniéndose frente al
peluche, recordó a Eepa. Una sensación de culpabilidad se adueñó
de su interior. No había pensado en él en ningún momento desde que
llegara; no era un buen amigo. Sumado a ese sentir, estuvo uno de
nostalgia y necesidad; le hacían falta los regaños y consejos de
Eepa. Tal vez él pudiera ayudarle con la decisión que debía tomar
en cuanto a todo el asunto con Mina; el zorro siempre había sido su
confidente, desde que la maldición se había creado. Suspiró con
melancolía.
—Aww, ¡qué lindo! —La voz de
Mina en un tono chillón e infantil lo hizo saltar del susto, viendo
que ella se mantenía a su lado y le sonreía entre pícara y
enternecida—. Extrañas al zorrito.
—Que tú lo digas no significa que
sea así —se defendió él, sonrojándose, mientras caminaba
evadiendo la mirada de ella.
—Por favor, si lo llevas escrito en
toda la cara, no tienes por qué negarlo. Eres tan tierno —siguió
ella caminando tras él.
—Creí que era un amargado.
—Y lo eres, pero también eres
tierno y aunque lo niegues, echas de menos al zorrito.
—...Tal vez —aceptó al fin,
abochornado.
—¡Oh! —Mina lo rebasó
plantándose frente a él y le echó los brazos al cuello, por demás
divertida cuando el rubor de él aumentó—. ¿Puedo hacer algo para
que dejes de extrañarlo?
—¿Te burlas de mí? —interrogó
él, frunciendo el ceño pronunciadamente en desacuerdo al escucharla
reír.
—Sabes que sí, ¿por qué
preguntas?
—Eres cruel.
—Sé cómo pasarla bien.
—¿A costa mía? —Tare la miró
escéptico.
—Es el trabajo del bufón entretener
con lo que sea, ¿no? —respondió ella con astucia.
—No, su trabajo es ponerse en
ridículo a sí mismo, no a otros.
—Ah, es una pena que yo sea un
payaso mediocre. No esperas que cumpla mi obligación de la manera
correcta, ¿cierto?
Tare rodó los ojos, sonriendo un
poco, incrédulo. No importaba lo mucho que conociera a Mina y sus
poco convencionales actitudes y maneras de resolver o empeorar las
cosas, nunca dejaba de sorprenderlo, nunca dejaba de maravillarlo,
nunca dejaba de parecerle problemática y al mismo tiempo
encantadora. Y aun teniéndola así de cerca, pegada a él, le
costaba creer que todo aquello fuera real. La miró con intensidad y
ella le devolvió la mirada de la misma forma con esos zafiros que
tanto amaba. Inconscientemente colocó sus manos en la cintura de
ella, atrayéndola hacia sí, y por un momento todo a su alrededor
desapareció para ellos. Tare acercó su rostro al de Mina con
lentitud desesperante, y ella cerró los ojos de nuevo, en espera de
un beso que parecía no querer llegar, pues suspirando, logrando que
la rubia sintiera su cálido aliento sobre su tez, Tare desvió sus
labios para colocarlos sobre su oreja.
—Hay que retomar la búsqueda, Mina
—le susurró con voz grave y ronca, haciéndola estremecer.
La joven frunció el ceño por demás
disconforme cuando él se sacó sus brazos de sobre el cuello y se
alejó. Tare sí que sabía cómo arruinar el momento y torturarla de
la manera más cruel, poniendo la excusa de su tarea, que no hacía
más que robar la atención de él para con ella. Y lo que Mina quiso
hacer con esa búsqueda del demonio fue agarrarla, hacerla pedacitos,
embolsarla y enterrarla veinte metros bajo tierra; descubrió con
pesar que estaba poniéndose celosa de una misión. ¿Así o más
absurdo?
—Continuemos —ordenó el moreno
dispuesto a retomar el paso—. Kadin, no te separes... ¿Kadin?
Tare miró a todos lados al no
percibir a su amigo, esperando que se hubiera quedado atrás un
momento, mas no lo divisó ni cuando volvió su andar por el pasillo
en el que habían avanzado. Se llevó una mano al cabello,
revolviéndolo, sumamente preocupado y recriminándose mentalmente
por perderlo de vista un segundo. Se suponía que su deber era
vigilarlo todo el tiempo para evitar que situaciones así, en las que
se perdiera, ocurrieran. ¡Qué buen papel de guardián estaba
ejerciendo! Se aproximó a Mina, inquieto.
—Perdí a Kadin —confesó con
aflicción.
—¿Tú? ¿Cometiendo un error de ese
tamaño? Ahora sí se va a acabar el mundo —soltó ella, molesta
con él por haberla dejado en ascuas instantes antes.
—¿Y de quién crees que es la
culpa? —cuestionó él, frunciendo el ceño, irritado.
—¿Mía? No intentes echarme la
responsabilidad a mí. Es completamente tu falta por no prestar
atención.
—Si fueras una buena chica y no
hicieras cosas inoportunas e incómodas, no tendría por qué perder
la concentración.
—¿Entonces soy buena distrayéndote?
¡Qué bien! —Ella sonrió, satisfecha.
—¡No estés orgullosa de eso! —la
regañó él sintiendo que la sangre volvía a subirle al rostro. No
cabía duda, Mina lo hacía perder la cabeza totalmente y no podía
permitirlo; necesitaba mantener la mente fría—. Vamos, hay que
encontrarlo.
—Que te vaya bien —dijo ella y él
la miró con exasperación mal contenida y clara demanda—. Era una
broma, ya voy, ya voy. No puede estar muy lejos, tranquilo.
Y así, los dos se pusieron a buscar
ya no a la princesa que les hacía falta, sino a un príncipe
perdido.
Kadin se había alejado de sus amigos
al ser cautivado por los diversos puestos de cierto pasillo del
centro comercial, que parecía estar conformado por negocios donde
vendían artesanías y antigüedades. Y es que él, educado para
apreciar la belleza de la orfebrería y el arte decorativo, no pudo
evitar admirarse de aquello, y algunos artículos le gustaron tanto
que se preguntó si sería posible llevar algunos a su mundo una vez
terminara allí. Estaba seguro de que a sus padres les encantaría
deleitarse en piezas como esas. Sin embargo, cuando recordó que
debía estar con Tare y Mina, fue demasiado tarde; ya estaba por
demás extraviado en aquel inmenso lugar. Comenzó a vagar de aquí
para allá, esperando encontrarse con ellos de alguna forma. En eso,
divisó otra tienda, donde había muchos animales encerrados y se
acercó al mostrador exterior, por el que eran visibles unos
cachorros y donde un niño pelirrojo se mantenía absorto,
mirándolos.
—Qué criaturas más hermosas son
ustedes, ¿no es así? —les habló Kadin acuclillándose frente a
los perritos, sonriendo ampliamente cuando estos movieron la cola,
contentos de verlo.
—¿Verdad que están bonitos? —le
preguntó el chico que estaba de pie a su lado, emocionado y
mirándolos con ilusión.
—Vaya que lo están. ¿Pero por qué
los tienen encerrados? Eso es muy cruel. Deberían sacarlos de allí
para que corran libres.
—¿Eres alguna clase de activista o
algo? —le preguntó el muchacho, desviando su atención de los
perritos para enfocarla en él, extrañado.
—¿Activista? —Kadin ladeó la
cabeza, confundido, alzando su visión al pelirrojo sin dejar su
posición.
—Quiero decir, a mí tampoco me
gusta el maltrato animal, pero esto es exagerar. Después de todo, a
estos chicos los comprarán gente que los ame.
—Ya veo. Si van a tener una buena
vida está bien, entonces... ¿supongo? —dijo el príncipe no del
todo convencido, luego volvió a ver al chico—. ¿Tú quieres hacer
feliz a uno de ellos?
—Me gustaría muchísimo —confesó
con una sonrisa animada, pero al instante se tornó desganado—. Por
desgracia no puedo. Mi madre es alérgica a los animales, así que mi
hermana y yo nunca hemos tenido alguno por mucho que queramos.
—Lamento escuchar eso. Si pudiera
hacer algo para ayudarte, lo haría —se ofreció el castaño,
conmovido.
—A menos que tengas la cura para la
alergia aguda, no puedes hacer mucho —El chico rio divertido—. No
importa en realidad. Ya me resigné y lo que no gasto en una mascota
lo gasto en videojuegos e historietas, así que no es una pérdida
completa...
—¡Todd! —Una voz femenina y
delicada, con un ligero tono de preocupación, lo interrumpió—.
Por favor, no te alejes mucho de mí, ¿quieres?
—Lo siento, Ruth.
Dado que Kadin seguía agachado y Todd
tapaba su visión para observar a la recién llegada, se echó hacía
atrás un poco y así puedo detallar a la dueña de la voz que de
pronto se le antojó dulce y melodiosa, encontrándose con una
bellísima pelirroja de preciosos y brillantes ojos cafés, que
vestía modestamente con una falda violeta y una blusa crema,
llevando el cabello en una coleta baja, teniendo una corona de trenza
hecha con el mismo, dándole un toque mucho más encantador. Y cuando
ella se percató de él, chocando sus orbes con sus esmeraldas, algo
en el ambiente se volvió mágico, pues se vieron incapaz de apartar
la mira del otro, y Ruth sintió con perplejidad que su corazón
iniciaba una precipitada carrera dentro de su pecho. Un adorable
rubor se apoderó de su rostro cuando él le sonrió de manera
espléndida, abrazándola en una sensación placentera, al tiempo que
veía que él se ponía de pie y se le acercaba.
—Hola —la saludó con cortesía y
su voz varonil y suave la hizo estremecer.
—Hola. Lo siento mucho si mi hermano
estaba molestándote —se disculpó ella, avergonzada por la
posibilidad y por sus propias reacciones frente a él; nunca había
experimentado algo así con un chico.
—¡Oye! —protestó Todd por la
acusación, mas fue ignorado.
—No te preocupes, muy por el
contrario, su compañía resultó verdaderamente amena. Soy Kadin —la
tranquilizó y se presentó ofreciéndole su mano, sin borrar su
sonrisa en ningún momento.
—Ruth, un gusto —se introdujo ella
de igual forma, enlazando su mano con la de él, notando la
diferencia de tamaños, pues la de él era grande y la suya pequeña,
mas la increíble calidez que el contacto le brindó fue transmitida
a su corazón, relajándola y se sintió segura; un sentir que
difería por mucho al habitual que experimentaba con la mayoría de
los hombres.
—¡Qué hermoso nombre tienes! Ruth,
es un deleite conocerte y estoy a tus pies —declaró Kadin
inclinándose para depositar un dulce y tierno beso en el dorso de su
mano.
Una corriente eléctrica sacudió el
cuerpo de la pelirroja y su rostro se vio más colorado que su propio
cabello. Definitivamente, algo muy inusual estaba pasándole.
Mientras tanto, Kadin miraba con insistencia e interés a la joven
frente a él, sin dignarse liberar su mano del suave apretón. De
hecho, en el momento e que sus manos se enlazaron, un sentimiento de
no desearla soltar jamás se había apoderado de él, así como la
enorme emoción y algo más que no podía describir con certeza que
nació con tan solo contemplara, y aunque ella lucía más bien
contrariada por algo, enormes deseos de verla sonreír se sumaron a
su tumulto de sensaciones.
¿Acaso la había encontrado? ¿Acaso
había hallado a su adorada princesa? Porque ninguna de las damiselas
con las que había conversado lo habían hecho sentir como lo hacía
esa joven de espíritu apacible y agradable. ¿Eso era amor? ¿Estaba
enamorándose? A pesar de que debía saber del tema al haberse
enamorado muchas veces y de muchas chicas dado su papel en el cuento
y por la maldición, en realidad no lo recordaba. Los sentimientos
que desarrollaba hacia todas esas mujeres eran borrados junto con sus
recuerdos, así que siempre experimentaba el amor como si fuera la
primera vez, como ahora. Y como imaginó que debía ser, se trataba
de algo hermoso y agradeció haberla encontrado y permitir que
pudiera percibir el amor una vez más, ya sin secretos de por medio,
lo que lo hizo apreciar más ese momento.
Una cita principescamente moderna
Los dos continuaron inundados en la
presencia del otro, dejando que sus corazones los guiara en esas
nuevas emociones que nacían en ambos.
—Eh... ¿Piensan besarse o algo? —
los interrumpió Todd, quien había estado esperando que dejaran de
mirarse como tórtolos enamorados, Y fue al escucharlo, que los dos
salieron de la burbuja mágica que los había envuelto.
—Qué vergüenza, lamento mi
atrevimiento —se disculpó Kadin soltando finalmente la mano de
Ruth, un tanto renuente, pero abochornado al mismo tiempo.
—No te disculpes, yo... no sé qué
me pasó —confesó ella, ruborizada, sintiendo de inmediato la
ausencia del cálido apretón de él, dejando un incomprensible vacío
en su interior—. ¿Estás de compras? —le preguntó de pronto muy
interesada en él, o quizás simplemente no quería que su encuentro
terminara tan rápido.
—No exactamente —explicó él con
una sonrisa nerviosa—. En realidad venía con unos amigos, pero me
perdí.
—¿Tan grandote y todavía te
pierdes? —se metió otra vez Todd entre asombrado y divertido—.
Qué tonto.
—¡Todd! —lo reprendió Ruth,
indignada—. Eso fue grosero, discúlpate.
—Lo siento —murmuró el chico
sintiéndose regañado.
—Yo también lo siento —pidió
perdón la joven mirándolo con verdadero arrepentimiento por la
actitud de su hermano.
—No te preocupes. Creo que en parte
tiene razón. Debí ser más cuidadoso al andar por sitios que no
conozco —la tranquilizó él—. Lo que único que me inquiera es
cómo voy a encontrarlos sin perderme más.
—Podemos ayudarte a buscarlos —se
ofreció Ruth, sonriente—. Nosotros conocemos bien el centro
comercial y es mejor si te acompañamos para que no te sientas tan
ansioso. Claro, solo si tu quieres.
—Me encantaría —aceptó
observándola con un brillo especial en sus ojos que la turbó
sobremanera, aunque no precisamente en un sentido desagradable—. Si
así puedo disfrutar un poco más de tu encantadora compañía, con
gusto acepto acompañarlos.
—¡Oh! —Ruth enrojeció todavía
más si era posible—. Qué amable, gracias.
—Menos mal que todavía no tienes
novio, Ruth —volvió a intervenir Todd, sonriendo travieso—. O tu
nuevo pretendiente tendría grandes problemas.
—¡Todd! —Ruth lo nombre
nuevamente, por demás avergonzada, no teniendo la oportunidad de
darle un zape como quiso, porque el chico se alejó de los dos en una
veloz carrera de defensa.
—Vaya —comentó Kadin rascándose
la nuca, también azorado, aunque después rio entretenido—. Debe
ser bonito tener hermanos.
—La mayoría de las veces —concordó
ella, sonriendo ligeramente—. Aunque en muchas ocasiones pueden ser
muy molestos, pero supongo que es el trabajo de los hermanos. ¿Nos
vamos?
Kadin asintió y le ofreció su brazo
como el distinguido hombre que era y Ruth lo miró extrañada.
—Oh, lo siento —se disculpó
enseguida él al notar su expresión—. ¿Aquí no tienen esta
costumbre al escoltar a una dama?
—No la tenemos —informó ella
entre suaves risas, pero de alguna manera cautivada por la
caballerosidad del castaño—. Sin embargo, lo considero una pena
porque es un gesto muy noble y a mí me gusta.
—¿Entonces podría permitirme el
honor de escoltarla, bella señorita? —inquirió ofreciéndole su
brazo una vez más, con galantería envidiable.
—Estaría más que encantada, afable
caballero —dijo divertida, aceptando el brazo que le ofrecían.
Le gustó ese pequeño juego entre los
dos que la hizo recordar los innumerables cuentos que había leído a
lo largo de su vida, donde el príncipe cortejaba a la princesa con
elegancia, gracia y respeto. Y es que de pronto, Ruth se sintió como
parte de un mundo así de fantástico; se sintió como una princesa
de verdad. Lo miró de reojo detallando lo bien parecido que era, mas
sabía que su reciente interés por este joven iba más allá de la
atracción física; su actitud para con ella en ese corto espacio de
tiempo en el que llevaban de conocerse la había cautivado de
inmediato, y se preguntó con incredulidad cómo era eso posible.
Siempre había sido precavida en
cuanto al asunto de fijarse en alguien o tener novio, porque sabía
que no todos los chicos que la pretendían era del modelo a seguir.
No consideraba el asunto de enamorarse y encontrar pareja algo sin
importancia y que debía tomarse a la ligera; por eso prefería estar
segura antes de dar algún paso con cualquiera. Pero ahora llegaba
este joven y atravesaba con tanta facilidad sus barreras, y lo más
curioso era que no se sentía intranquila al respecto; muy por el
contrario, estar junto a él la llenaba de inmensa paz y seguridad,
como si en verdad fueran el uno para el otro.
Continuaron caminando por los largos
pasillos del centro comercial, buscando a los amigos de Kadin,
teniendo a Todd varios pasos por delante, hasta que el chico ubicó
una tienda de cómics, así que acercándose a su hermana, le
preguntó si podían ir a ver, pues quería saber si el último
número de un cómic que seguía ya había salido. Ruth se negó al
principio recordándole que estaban ayudando a Kadin a encontrar a
sus amigos, pero el hombre indicó que no tenía inconveniente si se
desviaban un momento de su búsqueda. Contento, Todd, le agradeció
tomándolo de la muñeca para llevarlo con él y entrara a la tienda
para que viera las historietas. De un momento a otro, Kadin se vio
rodeado de cientos de dibujos, gráficos y escenarios, y tomando
todas las que Todd le mostró, se maravilló de ese nuevo tipo de
arte que parecía abundar en aquel mundo.
—¿Jamás habías visto un cómic?
—cuestionó Ruth, curiosa de verlo tan fascinado.
—No, de donde vengo no hay cosas
como estas —notificó, asombrado—. Es como un libro contado con
dibujos. Increíble, lo hace parecer más real.
—Es verdad, aunque debo vigilar
cuáles escoge Todd. No todos son aptos para niños.
—¡Ya no soy un niño! —se quejó
el nombrado, asomando su cabeza de detrás de una repisa en la que
investigaba, para mirar a su hermana con molestia—. Tengo trece,
soy un adolescente.
—Tienes razón, lo siento —fue el
turno de Ruth sonreír, traviesa.
Después de pasar un buen rato en
aquel establecimiento, los tres salieron cuando el más joven decidió
que estaba satisfecho y consolado al enterarse de que el número que
quería no estaba listo todavía. Su recorrido duró otro poco, pues
al pasar por un puesto de videojuegos, Todd volvió a encapricharse
diciendo que le apetecía jugar un rato. Ruth dudó un momento y
hasta miró a Kadin en espera de aprobación y él amablemente lo
concedió, así que se dirigieron al negocio, deslumbrando en mayor
medida al príncipe, y como un niño pequeño, visiblemente más
emocionado que uno al pisar por primera vez un centro de videojuegos,
comenzó a ir y venir, inspeccionando las máquinas. Luego regresó
al lado de los pelirrojos, quienes seguían cerca de la entrada y les
dijo encantado:
—Todos esos aparatos lucen
asombroso, ¿pero para qué sirven?
—¿Qué? —exclamó Todd atónito,
mientras curiosamente Ruth volvía a reír, pues estaba tan o más
perpleja que su pariente—. ¿Nunca has jugado videojuegos?
—¿Videojuegos? —Kadin ladeó la
cabeza y parpadeó confundido—. ¿Qué es eso?
—¿Dónde has estado todo este
tiempo? ¿Bajo una roca? —interrogó Todd sin dar crédito a lo que
escuchaba—. Sea de donde sea que vengas, te digo desde ya que no
iré nunca allí. No importa si te casas con Ruth y la llevas a vivir
allá.
Kadin y Ruth se sonrojaron ante el
comentario, y la joven pensó que el que Todd pasara tanto tiempo con
Mina en los entrenamientos de voleibol estaba afectándole demasiado.
No obstante, no pudo reprenderlo porque su fraterno tomó al príncipe
de la muñeca para adentrarlo más al lugar, asegurándole que le
enseñaría cómo jugar y lo fantástico que sería. En efecto, Todd
se la pasó un buen rato intentando mostrarle las funciones de los
botones y palancas, pero cuando se echaron una partida, fue evidente
que Kadin no aprendió bien porque no movía con precisión a su
personaje, haciéndolo perder instantáneamente.
—Creo que eres súper torpe —se
sinceró el muchacho sintiendo vergüenza ajena.
—Creo que te doy razón —confirmó
Kadin mismo sonriendo abochornado.
—Bueno, no es tan malo. Todos
pasamos dificultad la primera vez, pero con el tiempo y la práctica
se mejora —lo consoló palmeándole la espalda—. Será mejor
irnos ya.
Kadin asintió y salieron del lugar
junto con Ruth, que se había entretenido jugando algo por su cuenta
también para dejar a los hombres con sus cosas. No es que fuera muy
amante de los videojuegos, pero que a su hermano y a su mejor amiga
les gustara tanto había terminado por influir en ella, al menos lo
suficiente para aprender a jugar un poco. Anduvieron por unos minutos
más, hasta que Todd, nuevamente, decidió hacer una parada,
rogándole a Ruth que le comprara un smoothie, y aunque ella le dijo
que no porque todavía no almorzaban, cuando se enteró que Kadin
jamás había bebido uno, decidió que los compraría para que él
los probara. El castaño le agradeció su bondad y pidió disculpas
por ser una carga en cuanto a sentido monetario, pues no traía
consigo ni un céntimo. Sin embargo, Ruth le hizo saber que no era
problema. Así, los tres ya con sus bebidas en mano, se dirigieron a
una zona de descanso que el mismo centro comercial proporcionaba, y
se sentaron en una de las varias bancas que había.
—Ay Kadin, se supone que debíamos
buscar a tus amigos y mira dónde terminamos —exclamó Ruth
avergonzada por dejarse manipular por su hermano y sus propias
emociones.
—Es cierto —Kadin miró hacía
arriba, pensativo, antes de sonreír—. No me acordaba. Me la pasé
tan bien a tu lado que simplemente lo olvidé.
Ruth enrojeció y bajo la mirada,
conmocionada interiormente, sintiendo su corazón latir con frenesí,
de pronto creyendo la situación graciosa porque ella tampoco había
recordado no qué había dio a comprar de pasarla tan bien con él.
Eso sí, una pregunta que había querido hacerle surgió de las
profundidades de su cabeza y mirándolos, se la hizo.
—Por cierto, Kadin, dices que no
eres de la ciudad. ¿Has venido por algún motivo especial? ¿A
estudiar, trabajar, de vacaciones? —La pelirroja esperaba que no se
tratara de lo último, pues eso significaría que lo tendría poco
tiempo rondando por allí y no quería eso.
—En realidad buscaba a alguien
—explicó mirándola fijamente.
—¿Buscabas? ¿Ya has encontrado a
esa persona? —indagó ahora decepcionada, ya que eso quería decir
que sí volvería a su lugar de origen, y más pronto de lo que
imaginó o desearía.
—Sí, justo acabo de encontrarla hoy
—declaró sin apartar sus vista de ella y el granate volvió a
colorear el rostro de Ruth cuando descubrió en los intensos ojos de
él una mezcla de cariño y ternura.
Vio que él levantó su mano con la
intención de colocarla sobre su mejilla y acariciarla, pero se
detuvo a medio camino al comprender que sería demasiado osado de su
parte y que podría incomodarla, así que iba a bajarla cuando ella
la tomó con la suya propia. En ningún momento apartaron su mirada
del otro. Asombrada por su propia acción y comprendiendo la sorpresa
en la expresión de Kadin, Ruth miró la mano que sostenía, azorada.
Había sido un impulso tomarla, pero ansiaba volver a sentir la
plácida calidez que percibió la primera vez que se tomaron las
manos, que simplemente no pudo evitarlo.
—Ruth —la nombró él con una
devoción tal que le provocó cosquillas en el estómago—. Ruth,
yo...
—¿Amiel?
Una sorprendida y conocida voz para
Kadin lo interrumpió, haciendo que dirigiera su atención a la
dirección de la que provino, distinguiendo a Tare, que los miraba
por demás estupefacto.
—¡Tare! —exclamó feliz de verlo.
—¡Tare! —lo llamó otra voz con
un ligero toque de disgusto—. ¿Por qué me abandonas así? En
verdad no...
—¡Mina! —dijeron al unísono Ruth
y Kadin, para después mirarse inquisidores y volver a hablar al
mismo tiempo—. ¿La conoces?
—¿Ruth? ¿Kadin? —preguntó ahora
la rubia, confundida—. ¿Se conocen?
—¡Mina! —la nombró Todd contento
de verla también.
No obstante, la joven lo ignoró al
detallar las manos entrelazadas de su amiga y Kadin. Un terrible
desasosiego la embargó. No le saldrían ahora con que Ruth era la
princesa que buscaban, ¿o sí? Miró a Tare, quien continuaba
estático en su lugar, observando con absoluta perplejidad a la
pelirroja, y es que el hombre no podía creerlo. Ella debía ser la
descendiente de la princesa original, de Amiel, pues se parecían
mucho; no eran iguales, pero era evidente que compartían genes,
sobre todo por el color de cabello, pues Amiel también había sido
pelirroja. Lo único que no tenía aquella joven era el color de los
ojos, pues lo de ella eran cafés, comunes; los de Amiel habían sido
tan inusuales como los suyos, de un violáceo profundo.
—Tare —volvió a hablar Kadin,
derrochando alegría, poniéndose de pie, acercándosele y sacándolo
de sus pensamientos—. Creo que la he encontrado, Tare.
—Eso veo —asintió el moreno sin
cambiar su atónita expresión; en verdad no había esperado tanta
similitud en ambas.
Y sus palabras fueron como una daga
que se clavó en el corazón de Mina sin compasión, quien
simplemente atinó a crispar las manos en puños, sintiéndose por
demás impotente, y por lo mismo, irritada. No sólo iban a
arrebatarle a Tare por segunda vez, ¿sino que ahora también le
quitarían a su mejor amiga? Un amargo sabor se presentó en su
paladar, en tanto comenzaba a brotar de su ser un enorme repudio por
aquella situación, por la misión, por el condenado cuento y su
estúpida maldición.
—Señorita, necesitamos hablar
urgentemente —le dijo Tare a Ruth al ver la confusión en su
rostro.
—¿Hablar? ¿Sobre qué? —Miró a
la rubia—. ¿Entiendes algo, Mina? ¿Cómo los conoces? ¿Son, de
casualidad, tus visitas?
—Ya oíste, Ruth, tenemos que
hablar; hay mucho, demasiado que explicar.
Fue todo lo que dijo Mina y su tono no
aceptó réplicas o negaciones, por lo que Ruth tan sólo asintió.
Decidieron ir a algún lugar tranquilo y sin mucha gente, y como los
padres de los hermanos no estaban en casa, se dirigieron hacia allá
montándose en un taxi, siendo todo el trayecto silencioso; las dudas
se aclararían después. Al llegar, mandaron a Todd a su habitación
diciéndole que el asunto a tratar era de adultos y no podía estar
allí, por lo que el chico no tuvo más opción que obedecer a
regañadientes. De ese modo, estando ya instalados los cuatro en la
sala, Tare le soltó la bomba a Ruth, explicándole absolutamente
todo lo concerniente a su problema; desde el hecho de que ellos
venían de un cuento, hasta el cómo por culpa de su antepasada, la
princesa original, su mundo se había sumido en la desesperación y
el caos, causando la maldición, y que solamente ella podía terminar
con esta.
La llegada de lo inevitable
Ruth escuchó todo en silencio,
haciendo preguntas vagas de vez en vez, aunque demasiado aturdida
como para asimilar todo lo escuchado o creerlo siquiera; es que era
imposible. ¿Cuentos, princesas, príncipes, maldiciones? Ella era
una fantasiosa soñadora, pero no era estúpida, y de pronto sentía
que esas personas le tomaban el pelo. No obstante, estaban demasiado
serios como para que se tratara de una broma, y aun si ellos fueran
lo suficientemente buenos para actuar, sabía que Mina no lo era, y
la expresión de su amiga también era impávida a más no poder, lo
que le daba mayor peso a las palabras de ellos. ¿Acaso Mina les
creía? ¿Por qué a ella se le hacía tan difícil, entonces, siendo
que era más crédula que la rubia? Su cabeza era un mar de
confusiones, inseguridades y preguntas. No sabía qué hacer. Estaban
técnicamente haciéndola responsable por algo que, estrictamente
hablando, no era su culpa.
Pero sí de su predecesora, su
bisabuela. Se llamaba Amiel por lo que le habían contado sus abuelos
y su madre; tal como la princesa desterrada. ¿Cómo iba Tare a saber
su nombre si no se tratara de la princesa? ¿Cómo iba a describirla
diciendo que se parecía a ella, tal como lo hacía su familia, si no
fuera la princesa? ¿Cómo iba a hablar del poco común color de ojos
que la hicieron única, si no hubiese sido la verdadera princesa? No
había más dudas al respecto, eso que estaba viviendo era real; real
y demasiado impactante. Se levantó del sillón en el que estaba
sentada, jugando con sus manos, ansiosa, y sin mirar a ninguno de sus
invitados, habló:
—Yo... Iré por algo de beber,
¿desean algo?
Los tres negaron y Ruth salió de la
sala de estar para adentrarse a la cocina en busca de algo para
beber; necesitaba calamar sus nervios de alguna forma o le daría un
ataque. Con intranquilidad y manos temblorosas, sacó un vaso de la
alacena para llenarlo con agua fresca y de sabor que guardaban en el
refrigerador; tomó un sorbo y otro, intentando no terminar el
líquido de una vez.
—Ruth.
Saltó del susto en su sitio al
escuchar su nombre, causando que casi se ahogue con el agua, por lo
que tosió con fuerza. Casi al instante, sintió que alguien le
palmeaba la espalda para ayudarle a recuperar el aire.
—Siento haberte asustado —se
disculpó la persona y la pelirroja se volvió para enfocar sus orbes
en los celestes de su amiga—. Demasiada información que procesar,
¿verdad?
Ruth bajó la mirada; era más que
demasiada, era inaudita. Observó que Mina se acercaba a la canasta
con fruta que reposaba en una de las barras y tomaba una manzana,
limpiándola en su camisa antes de llevársela a la boca, al tiempo
que se apoyaba en la misma barra, tomando una posición
despreocupada.
—Bueno, no te culpo —siguió
diciendo Mina encogiéndose de hombros—. En su momento tampoco creí
nada de lo que me dijeron.
—Pero la final lo hiciste —comentó
Ruth sin entender cómo lo consiguió.
—Tuve qué.
—¿Por qué?
—Porque yo misma viví la maldición
—confesó con acidez y Ruth abrió los ojos, sorprendida. Tare no
le había contado ese gran detalle.
—¿Tú entraste al cuento? —Mina
asintió—. ¿Cuándo?
—Hace un año aproximadamente.
Ruth se llevó una mano a la boca para
ahogar la exclamación de asombro que estuvo por brotar de su
garganta; Mina se había transportado al cuento. Recordó entonces
que por aquella época, la actitud de su amiga había cambiado
ligeramente; quizás no fue perceptible para el mundo, pero fue lo
suficientemente notorio para ella que la conocía desde siempre. Se
había visto más decaída, ausente, triste, y a pesar de que Mina
nunca quiso contarle nada, ahora comprendía que si lo hubiese hecho
la habría tachado de loca; sin embargo, también entendía por qué
su extraña conducta. ¿Sería posible que Mina hubiese sufrido todo
ese tiempo por haber vuelto del cuento? ¿Acaso se enamoró de Kadin?
No, eso sería muy extraño. La actitud del castaño no era
exactamente la del chico ideal de Mina, aunque nunca podía estarse
cien por ciento seguro de algo, así que la cuestionó.
—¿Te enamoraste de Kadin?
Mina negó con la cabeza, sonriendo
ligeramente. ¿Por qué todo el mundo sobrevaloraba tanto a los
príncipes? ¡Rayos! Que fueran súper lindos, tiernos, atractivos,
galantes... ¡Qué demonios! Que fueran perfectos no significaba que
cada fémina debía terminar hechizada por ellos; y ella era la
prueba de ello. Terminó de comer su manzana antes de contestar con
simpleza:
—No me enamoré de Kadin. Me enamoré
del hada padrino más aburrido y amargado en toda la historia de los
cuentos de hadas.
—¿El hada padrino? —Ruth ladeó
la cabeza.
—De Tare, el mago.
—Oh —Ruth rio, divertida por el
calificativo.
—¿Verdad que es gracioso? No
entiendo por qué a Tare no le gusta; le queda genial... o tal vez no
tanto.
La pelirroja rio más todavía; en
serio, Mina era todo un caso.
—Ruth —Mina la nombró ahora con
demasiada seriedad, haciendo que dejara de reír—. Sabes que no
tienes que hacerlo, ¿verdad?
—Mina —La joven se desencajó de
escuchar a su amiga decir eso—. Por supuesto que debo hacerlo.
—No —volvió a negar la rubia—.
Tú no tienes la culpa de nada; no tienes por qué expiar por los
pecados de otros, aún si fueron tus familiares. La antigua princesa
era ella y tú eres tú; no estás atada a nada, obligada a nada.
—Lo estoy, Mina. Desde que mi
bisabuela tomó su decisión, a muchos nos arrastró a un futuro que
no pedimos o deseamos. Si soy yo quien puede evitar más dolor, ¿por
qué negarme a brindar mi ayuda?
—Maldición, Ruth, no seas tonta.
Vivirás encadenada a un ciclo sin fin, ¿eso quieres?
—¿Tú quieres que Tare continúe
encadenado a la carga de encargarse de la maldición por siempre?
—Yo... él... —Mina balbuceó
sabiendo que Tare era su mayor debilidad; resopló con coraje—. No
es lo mismo. Él está acostumbrado, tú no.
—Puedo habituarme —Le sonrió,
tranquila.
—¡Ruth! —Mina frunció el ceño,
frustrada.
—Es mi decisión, Mina, y no puedes
hacer nada al respecto —declaró con firmeza.
Mina gruñó con mayor irritación.
¿Por qué Ruth tenía tan buen corazón? ¿Por qué siempre
abandonaba su comodidad, bienestar o felicidad por otros? La hacía
sentirse un monstruo por pensar tan sólo en ella misma, pero no
podía evitarlo. ¿Qué iba a ser de ella sin Ruth? ¿Con quién iría
a pasear? ¿Con quién podría quejarse sin parecer un fastidio?
¿Quién la comprendería como su amiga? ¿Quién le tendría tanta
paciencia? ¿Quién la regañaría cuando hiciera travesuras? ¿Quién
sería su buena conciencia para hacer lo correcto? ¿Quién la
volvería al buen camino cuando se desviara de él? No obstante, un
sentimiento más afloró en Mina; una gran admiración hacia Ruth,
pues mostraba una valentía que ella sería incapaz de mostrar si
tuviera que sacrificar tanto por otros; quería decir, iba a
abandonar su familia, sus amigos y demás para cumplir algo que si no
quería hacer, pues no lo hacía y ya. Y sí, decidida y más
clamada, Ruth salió de la cocina para encaminarse a la sala e
informar su decisión, con Mina detrás de ella.
—Quiera o no, ya soy parte de esto
—le explicó a Tare y Kadin, quienes aguardaban con paciencia—.
No es justo que por culpa de mi bisabuela ustedes tengan que pasar
por tantos problemas, así que los ayudaré.
Tare suspiró de alivio, destensándose
y Kadin sonrió emocionado antes de acercarse a la pelirroja para
sujetar sus manos con las suyas, mirándola con intensidad, al tiempo
que aseguraba:
—Muchas gracias, Ruth. Te prometo
que haré todo lo que esté a mi alcance para que sea feliz en tu
vida; haré lo posible porque este amor que ha surgido por ti
continúe floreciendo; lucharé para que los latidos de mi corazón
dirigidos a ti, sean el incentivo que necesites para seguir adelante
con una sonrisa. Te lo prometo.
Ruth se sonrojó ante las palabras de
él, sintiendo que su pulso se aceleraba nuevamente y no pudo evitar
sonreír, cautivada, pensando que a pesar de las dificultades,
siempre había algo positivo que podía aligerar las cargas, y que en
ese caso fuera Kadin quien cumpliera esa función la alegraba.
—Gracias, Kadin, lo aprecio. Estoy
segura de que será así —confesó por demás conmovida, ganándose
una de las brillantes, hermosas y soñadoras sonrisas del príncipe;
aquellas de las que ella sería la única dueña a partir de ahora.
—Muy bien —tomó la palabra Tare
en tono neutro—. Ya que todo ha quedado claro, tienes el resto del
día para despedirte. Mañana mismo volvemos al cuento.
—¿Qué? —inquirieron los tres,
anonadados, luego Ruth siguió—. ¿Tan rápido?
—Entre más pronto terminemos con
esto, mejor —avaló Tare sin cambiar su tono, seguro—. No hay
razón para aplazar más esto.
—¡Qué! —exclamó ahora Mina,
incrédula.
—He dicho. Kadin, vámonos.
Dejémosla para que goce el tiempo que le queda con sus seres
queridos.
Mina iba a protestar, pero Tare ya
simplemente caminó en dirección a la puerta principal para salir de
la casa, seguido por Kadin una vez se hubo despedido de Ruth besando
su mano. Mina volvió a empuñar las manos. ¿Por qué esa repentina
resolución de irse al día siguiente? ¿Por qué Tare siempre
dificultaba tanto las cosas con su mente súper racional y amargada?
Sobre su cadáver iba ella a aceptar semejante cosa, por lo que sin
despedirse de Ruth siquiera, también salió a alcanzar a ese
cabezota.
—¡Tare! —gritó su nombre con
palpable descontenta, andando unos pasos detrás de él—. ¿Cómo
así que mañana se van? ¿Según quién?
—Según yo —respondió él sin
volverse a mirarla—. Ya encontramos a la princesa, nuestra misión
terminó, así que podemos volver.
—¿Por qué? El tiempo no se les
agota todavía, ¿cierto? ¿Por qué no se quedan hasta entonces?
¿Cuál es el problema?
—Que estamos ocasionando demasiadas
inquietudes. Deberías agradecer que nos vamos, ya no tienes que
cargar con nosotros.
—¿Y quién dice que están siendo
una carga?... Bueno, sí lo son, un poco; pero eso no te da derecho a
tomar decisiones sin tomar en cuanta a los demás. ¡Ese es el peor
de tus defectos! Ruth necesita más tiempo para despedirse de sus
padres y hermano.
—No, si le doy más días puede
arrepentirse. Hay que ver las cosas objetivamente.
—¡Que la objetividad se vaya al
cuerno! —explotó Mina, impaciente—. No puedes ser tan
insensible.
—No hay nada que nos ate más tiempo
a este lugar, Mina —declaró él, tajante.
—¿Nada? ¿En serio? ¿Nada? —Mina
frunció el ceño, de pronto sintiéndose dolida—. ¿Ni siquiera
yo?
—No.
La sequedad en la respuesta de él la
hirió mucho, pero se negó a creerle, por lo que alcanzándolo al
fin, lo sujetó del brazo y lo hizo girar para que la encarara. Sus
rojizos ojos la miraron con disgusto y frialdad, pero no le importó;
ella misma estaba disgustada y sentíase arder en frustración.
—Repítelo, anda —exigió Mina sin
apartar su mirada de él—. Mírame a los ojos y dímelo de nuevo.
¿Ni siquiera yo puedo retenerte un poco más, Tare? Dime que no te
importo un poco al menos y acabamos con esta estúpida discusión.
El debate de Tare fue enorme y Mina
misma pudo percibir la indecisión en sus mirar. ¿Por qué siempre
tenía que ser tan negativo? ¿Por qué no podía guiarse un poco más
por sus sentimientos en lugar de guiarse por la razón? Esa misma
pregunta se la hizo él, intentando no perderse en los zafiros de
ella. Podía convertirse en un fracaso como guardián, como mago,
como encargado; podía dudar de su posición, de su deber y de hasta
lo que en realidad quería; mas no podía dudar del amor que sentía
por la mujer frente a él y que lo miraba con tanta firmeza. Abrió
la boca para decir algo, pero alguien más se le adelantó.
—Sabía que estarías aquí, mi
ángel.
“No”,
pensó Mina abriendo los ojos como platos. “No”,
repitió al sentir que unos conocidos brazos la estrujaban con
moderada fuerza y gentileza por detrás. “¡No!”,
gritó en la mente más que angustiada, al notar que el mohín de
Tare cambiaba a uno de, primero sorpresa, y luego a una mezcla de
indiferencia y un malhumor que no se molestó en esconder.
—¡Helio! —vociferó la rubia
intentando zafarse del agarre del hombre—. ¡Suelta, suelta!
—Ah, Mina, ya decía yo que debías
tener un novio —comentó Kadin, sonriente de ver tan demostrativa
muestra de cariño, sin notar que Tare gruñó por lo bajo.
—No es mi novio y si sigue de
fastidioso no seguiré considerándolo ni mi amigo —informó ella,
continuando con el forcejeo; afortunadamente, Helio la soltó al
escuchar la amenaza.
—Vámonos de una vez, Kadin —volvió
a hablar el moreno sin mirar a nadie, con acidez total—. Dejemos a
solas a la feliz pareja.
—¿Cuál pareja? Él y yo no somos
nada —aclaró ella con presteza—. No es lo que piensas.
—No importa lo que pienso y de
cualquier forma da igual. Mañana me voy, ¿lo olvidas?
—No si puedo evitarlo —se empecinó
Mina.
—No puedes —arguyó él con
molestia.
—Hey, Mina, ¿quiénes son estos
tipos? ¿Tus visitas? —indagó Helio, mirándolos con recelo, en
especial al pelinegro. ¿Con qué derecho trataba tan groseramente a
su preciado corazón? ¿Y por qué a ella parecía importarle tanto
que él supiera que no mantenían una realción romántica?
—No ahora, Helio. Estoy ocupada, así
que vete.
—No hasta que me expliques —refutó
él, decidido, y ella iba a reclamar cuando Tare tomó la palabra
nuevamente.
—Pueden conversar sin cuidado;
nosotros nos retiramos. Vamos, Kadin.
—Qué te retiras ni qué nada —Mina
lo sujetó por la camisa—. Necesitamos hablar; de esta no te
escapas, Tare.
—¿Tare?
Helio repitió el nombre entre
dientes, frunciendo el entrecejo, pensativo. Él ya había escuchado
ese nombre antes, y fue Mina misma quien lo había mencionado, no con
frecuencia, lo que fue evidente cuando tuvo problemas al recordarlo
con exactitud, pero su mente fue capaz de dar con lo que buscaba,
sorprendiéndose un momento, antes de que un repentino rechazo y
celos hacia el sujeto propietario del nombre naciera en su interior.
—¿Tare? —volvió a llamarlo,
ahora con la suficiente fuerza en la voz para ganarse la atención de
todos, al tiempo que fijaba sus fieros ojos marrones en el aludido—.
¿El mago del cuento?
Predecibles y desfavorables
resultados
Tare abrió los ojos, impactado de
escuchar la pregunta de Helio. ¿Sabía que venían de un cuento?
Miró a Mina de reojo. ¿Ella se lo había dicho? Pregunta estúpida,
pensó; ¿quién más si no ella? Y había decidido hablarle a ese
tipo de lo que parecía una inverosímil fantasía creada por la
imaginación, en lugar de contárselo a su mejor amiga. Y no sólo
eso, sino que él parecía poseer la suficiente confianza en Mina
como para creerle lo que se oiría como una tontería inmensa; cuánta
familiaridad debía existir entre los dos, ¿no? Un amargo sabor de
boca se le presentó; definitivamente, tenían que terminar con todo
aquello de una vez antes de que las cosas se salieran más de curso.
—Disculpa, ¿a caso tú sabes que
venimos de otro mundo; de un cuento? —Kadin rompió el silencio y
la tensión en el ambiente con su habitual curiosidad e inocencia,
sintiéndose de pronto alegre de no tener que mentir en cuanto su
origen o fingir que venía de quién sabe dónde.
—Parece que Mina lo tiene bien
informado —comentó Tare intentando mantener el tono indiferente.
—Y bien informado —confirmó
Helio—. Lo sé todo, absolutamente todo; lo que me hace preguntarme
qué rayos hacen aquí. Le están arruinando la vida a Mina.
—¿Y a ti quién te dijo semejante
mentira? —cuestionó ahora la rubia, mirando al castaño con
irritación.
—No es necesario que me lo digan. Es
deducible por tu extraña forma de actuar últimamente —rebatió
Helio, devolviéndole la mirada con intranquilidad.
—Pues no deduzcas que no se te da
bien —contraargumentó ella.
—Suficiente —los detuvo Tare—.
No hay necesidad de que peleen más por esto. Mañana mismo se acaban
los problemas porque volvemos al cuento.
—No me vengas con lo mismo, Tare
—volvió a decir ella.
—Déjalo que se vaya, Mina —aconsejó
Helio—. Todo volverá a la normalidad si se va; es mejor.
—No sabes lo que es mejor para mí o
no, Helio, así que no digas nada —objetó la joven.
—No, él tiene razón —intervino
Tare nuevamente y Mina lo miró con dolor—. Es lo mejor para todos.
Nosotros volvemos para cumplir nuestro papel y tú te quedas aquí y
continúas con tu vida para rehacerla como te apetezca y con quien te
apetezca.
—Maldita sea, Tare, no decidas las
cosas por mí, no lo hagas —reclamó Mina la borde de la histeria.
—Avancemos, Kadin —le pidió Tare
a su amigo ignorándola de plano, comenzando a caminar.
—¡Con un demonio, Tare! Estás
huyendo de nuevo. ¿Qué no sabes hacer otra cosa? ¿Qué te cuesta
quedarte más tiempo? ¿Cuál es el maldito problema? ¡Eres un
cobarde! —gritó siguiéndolo, estando casi por alcanzar su límite.
—Y tú eres una ególatra que no
entiende razones —argumentó él con algidez, sin detenerse.
—¡No le hables con esa falta de
respeto! —advirtió Helio sintiéndose hervir en ira por el hecho
de que ese individuo tratara a Mina con tanta dureza.
—Tare, por favor, no hagas esto
—suplicó la rubia a punto de quebrarse, pero el continuó
ignorándola.
—Demonios, Mina, deja de seguirlo
así —le pidió Helio, irritado, celoso y perturbado de verla como
un perrito detrás de su amo en busca de atención—. Este sujeto no
merece que ruegues por él. ¿Qué pasa con tu honor? Estás echando
tu dignidad a la basura, por Dios.
—¡No me importa! —declaró ella,
desesperada. No le importaba nada ya; sólo quería que Tare la
escuchara, que pudieran gozar más tiempo juntos, que la abrazara,
que la besara. ¿Tan malo era desear eso?
—No, si ya no puede hacer más el
ridículo.
El comentario de Tare fue la gota que
derramó el vaso; Helio perdió la poca paciencia que le quedaba, e
incapaz de controlar su inseguridad, su miedo e ira, le dio alcance
al pelinegro en un par de largas zancadas, lo tomó de la camisa para
hacerlo girar sobre su eje, haciéndolo quedar frente a frente, y le
propinó un puñetazo como hacía mucho tiempo no le daba a alguien y
que, de hecho, reservaba para Odín. El golpe fue tan fuerte que el
sonido de este se escuchó claramente y mareó a Tare lo suficiente
como para que, al retroceder por el impacto, cayera de lleno al suelo
con gran dolor en su rostro y posaderas. Fue imposible retener las
lágrimas de sufrimiento, aunque no salió gemido alguno de su boca.
Miró a Helio con resentimiento, tocándose la parte afectada,
sintiendo la sangre brotar de su labio inferior.
—¡Helio!/¡Tare! —gritaron Mina y
Kadin, respectivamente; ella indignada y asombrada, y él por demás
estupefacto y preocupado.
—¿Cómo te atreves a llamarla
ridícula? ¿Qué es ridículo, eh? ¿Apreciar a alguien? ¿Querer
estar con alguien? —Helio lo observó con furor, apretando los
puños—. Tú eres el ridículo por atreverte a rechazar e ignorar a
alguien como Mina.
—No entiendes nada —Fue lo único
que dijo Tare sin dignarse levantarse, cabizbajo.
—Verás cómo entiendo —Helio se
acercó a él, amenazante, con la intención de golpearlo una vez
más.
—¡Detente, Helio, por favor!
¡Basta!
Mina se interpuso en su objetivo
cuando corrió a abrazar a Tare; si iba a ponerle una mano encima a
él, antes tendría que pasar sobre ella. Y no sólo fue la chica
quien se puso en el camino de Helio, sino que el propio Kadin se le
colocó frente a él al distinguir la amenaza, dispuesto a resguardar
a su amigo si había la necesidad. Helio gruñó.
—¿Por qué lo defiendes tanto,
Mina? —inquirió el hombre con acidez—. ¿Por qué sigue
importándote de esta forma?
—Porque lo amo, Helio; lo amo con
locura. No he dejado de hacerlo —confesó ella con voz temblorosa,
aferrando su abrazo y justo en el oído de Tare, quien no pudo más
que tensarse.
Kadin expresó su clara perplejidad al
abrir lo ojos y la boca, incrédulo; mientras, Helio dejaba al
descubierto lo herido que estaba. ¿Lo amaba todavía? ¿Eso quería
decir que todo lo que ellos habían pasado juntos no había
significado nada? ¿Que su presencia en la vida de Mina había sido
tan débil como para que cualquier sentimiento de cariño que hubiese
desarrollado por él, se esfumara en un santiamén con la llegada del
otro? ¿Sus esfuerzos siempre fueron en vano; sus intentos no habían
tenido validez? ¿Así de patético era; así de ineficaz? ¿Era que
acaso el sujeto ese tenía razón, y el implorar por cariño no era
más que algo absurdo? Sintió que su corazón se hacía pedazos;
nuevamente, después de lo que creía tanto tiempo, volvía a
experimentar ese calvario que le hizo desear arrancarse el corazón
una vez más, desprenderlo de sí para no tener que padecer aquel
martirio.
Lágrimas de dolor, tristeza, rabia e
impotencia surcaron sus mejillas, imparables e incontrolables; un
gemido atribulado escapó de su garganta, sintiéndose un estúpido
iluso, luego, un sentir de humillación lo invadió. Estaba llorando
en medio de la calle. ¡Qué vergüenza! La mirada compasiva que
descubrió Kadin le lanzaba, lo hizo enrojecer de mayor bochorno y
coraje por mostrarse tan débil. Se limpió el rostro con las manos y
vio a Mina y Tare, que seguían en el suelo, ella renuente a soltar
al hombre; les lanzó una última mirada acerada y atormentada, antes
de darse la vuelta e irse de allí, sin dirigirle la palabra a nadie;
ni siquiera a Kadin cuando le preguntó si estaría bien. ¡Por
supuesto que no lo estaría! Estaba muriendo en vida y de forma
agonizante, ¿cómo iba a estar bien? Decidió entonces, que debía
hacer algo para menguar aquel desconsuelo o terminaría
desquiciándolo.
En tanto, manteniendo la misma
posición, estando sentado con las manos apoyadas en el suelo, hacia
atrás para sostener el equilibrio ante el peso de más que ejercía
Mina sobre él, Tare suspiró en silencio, afligido. Por eso había
querido acabar con todo esto de una vez; para no ocasionar más
angustia. Ese tipo, Helio, no debió padecer lo de hacia unos
instantes; en realidad, nadie tenía que pasar por nada tan
desagradable por su causa o la de Kadin. Ellos estaban de paso
solamente; cuando se fueran, Helio podría intentar lo que quisiera
con Mina, como era evidente que deseaba hacer, pues a leguas se
notaba lo mucho que ella significaba para él; lo mucho que la
quería, que la amaba.
Sin embargo, como era esperarse de
Mina, no dejaba las cosas fáciles, no se quedaba quieta; no
obedecía. Lo peor de todo, era que ella tenía razón, él era un
cobarde; le daba miedo sucumbir ante sus deseos. Era mentira que
decidió irse al día siguiente para que Ruth no cambiara de opinión
en cuanto a ayudarlos; la verdad era que decidió aquello por él,
por cobarde, porque temía que si seguía un día más al lado de
Mina, terminaría por quedarse, terminaría por abandonar su misión
completamente, acabaría por permitir la destrucción de su mundo, ya
sin el miedo de que él o Kadin se vieran afectados. ¿Pero cómo
hacerle eso a tantas personas inocentes? ¿A todos aquellos con los
que trabajaba? ¿Cómo hacerle eso a personas que siempre lo trataron
bien como sus majestades el rey y la reina, los padres de Kadin?
¿Cómo hacerle eso a su amigo Eepa? No podría vivir con esa culpa
el resto de su existencia. Se burló de sí mismo. ¿Y se suponía
que Mina era la egoísta?
No, no podía... no debía. Por ello,
tomó los brazos de la rubia para que dejara de sujetarlo y sacársela
de encima, pero al ver sus intenciones, ella puso más fuerza al
agarre.
—Mina —suplicó él, agobiado—.
Suéltame.
—No —se negó con voz sofocada por
el nudo en la garganta, pero con tenacidad admirable.
—Mina —Tare frunció el ceño,
impaciente—. No seas terca; tienes que soltarme. Sabías que tarde
o temprano tendríamos que irnos.
—¿No puede ser más tarde que
temprano?
—¡Mina!
—¿Por qué, Tare? ¿Por qué tu
empeño en separarte de mí tan rápidamente?
—Es lo mejor. Es para evitar que
ocurra lo que pasó con tu amigo; para que otra gente no sufra.
—¿Y está bien que yo sufra,
entonces? ¿Eh? ¿Que otros no lo hagan, pero yo sí?
—Son... sacrificios que a veces
deben hacerse.
—Demonios, Tare, yo no quiero
hacerlos. No me gustan los sacrificios; los odio.
“Yo también”,
pensó Tare con desazón. En
realidad, comenzaba a detestar inmensamente su función como
encargado de la maldición; pero sabía que no era cuestión de
gustos, disgustos u odios, sino del deber, ¡el condenado deber!
Intentó zafarse del agarre de la rubia una vez más, sin demasiado
éxito, por lo que ahora pidió la ayuda de Kadin, y aunque Mina se
resistió lo mejor que pudo, él era muy fuerte para ella, por lo que
no le fue difícil alejarla del moreno, quien se puso de pie,
sacudiéndose con la más falsa de las tranquilidades, al tiempo que
hablaba con voz controlada, posando sus rubíes en los zafiros de
Mina.
—Esto es todo —manifestó con
determinación absoluta y eso hirió profundamente a Mina, pues su
mirar le advirtió que no lo haría cambiar de parecer. Después de
todo, el era y seguramente siempre sería el señor “sigue las
reglas al pie de la letra”—. Kadin, volvamos a casa.
—De acuerdo —accedió el príncipe
todavía demasiado conmocionado; miró a la joven—. Nos vemos,
Mina, descansa.
Y siguió a Tare, quien se alejaba a
paso veloz, por lo que tuvo que trotar para darle alcance, y como las
dudas lo asaltaba de una manera anormal, no puedo reprimirse de
preguntarlas.
—Tare, ¿cómo así que Mina te ama?
Me sorprendió mucho escucharla decir eso y no estoy seguro de
entender cómo o por qué... Digo, no hemos estado aquí tantos días
y creí que sería yo quien experimentara amor a primera vista. ¿O
es que fue de alguna otra forma? ¿Al menos es verdad lo que dijo?
Tare se detuvo, pero no miró a su
amigo en ningún momento, sino que suspiró larga y tendidamente, con
profundo desaliento. Kadin lo miró preocupado, meditando, intentando
ver la lógica en todo lo que había pasado momentos antes; y como si
de un rompecabezas se tratara, las piezas en su mente encajaron para
formular una idea razonable de toda esa situación. Abrió los ojos,
anonadado, al deducir todo.
—Tare, tú... Quiero decir, ¿es
posible? ¿Acaso Mina ha estado enamorada de ti desde que se
transportó al cuento? Dijiste que no desarrolló sentimientos por
mí, ¿pero los desarrolló por ti? Ella no sufrió por mi causa,
pero sí lo hizo por ti, ¿no es así? Y tú, tú también la amas,
¿verdad?
Tare al fin lo miró y Kadin casi
respingó del asombro al ver en los siempre serenos ojos rojos un
tormento enorme e incontenible, confirmando cada una de sus
sospechas.
—¡Oh, Tare! —exclamó Kadin,
conmovido y compasivo, no pudiendo retener sus ganas de abrazar a su
compañero, en un intento de consuelo—. ¡Cuánto debiste haber
sufrido todo este tiempo! ¡Cuánto debió sufrir Mina! Tare, si
pudiera hacer algo para ayudarlos.
—Gracias, Kadin, aprecio el gesto,
pero no hay nada que pueda hacerse —dijo Tare en un hilo de voz,
sacudiendo la cabeza—. Tan sólo démonos prisa y concluyamos este
infierno, ¿de acuerdo?
Tare se separó del príncipe e
intentó brindarle una mirada tranquilizadora sin resultados
favorables, por lo que simplemente le pidió que continuaran su
recorrido a casa y así lo hicieron, teniendo como tercer compañero
al silencio.
Consuelo
inimaginable
Mina observó partir
a Tare en silencio e inusual apacibilidad y quietud, viendo con agonía y
sufrimiento que su figura se perdía en el horizonte hasta desvanecerse,
dejándola sola y con un vacío interior que no hacía más que lastimarla
mayormente. Apretó lo puños con las pocas fuerzas que le quedaban, pues en
verdad se sentía agotada; razón por la que tal vez no se vio capaz de ir tras
él otra vez. Sintió que sus ojos escocían con atroz ardor y que el nudo en su
garganta se hacía más grueso, impidiéndole respirar apropiadamente, así que
comenzó a jadear. Sacudió la cabeza cuando percibió lágrimas a punto de desbordarse por sus ojos. No quería llorar,
no quería llorar; no le gustaba llorar. Ceder al llanto implicaba vulnerabilidad,
debilidad, derrota y esas eran palabras que ella no conocía ni quería conocer;
palabras que no estaba en su diccionario... Pero siempre había una primera vez,
¿cierto?
—¡Maldición!
—vociferó con dificultad y voz ronca, pateando el suelo.
No era justo, no
era justo. ¿En verdad iba a vivir lo mismo de nuevo? ¿En verdad iba a perder a
Tare sin disfrutar al menos el tiempo que les quedaba lo máximo que pudieran?
¿Por qué él siempre tenía que actuar de esa forma y tomar las decisiones más
dolorosas? Se obligaba a creer que eran las menos acertadas, pero sabía que no
era así; eran decisiones correctas, pero por demás hirientes, y el hecho de que
experimentara esa espantosa punzada en su pecho era prueba de ello,
incrementando su padecer el saber que Tare no estaría dispuesto a ajustar su
mentalidad como ya había dejado en claro.
—¡Maldición!
—Volvió a soltar pateando esta vez una pared.
Se sentía
extremadamente frustrada y sin escapatoria, con inmensas ganas de gritar y
lamentarse, pero no quería, no quería afrontar la realidad que estaba viviendo;
no deseaba hacerle frente a su situación; por primera vez en su vida, prefirió
vivir en un mundo de fantasías, donde todo pudiera salirle bien. Así que
comenzó a andar, primero a paso calmado, luego, acelerándolo hasta alcanzar el
trote, para finalmente correr como nunca lo había hecho, como si su vida
dependiera de ello; en vano intento de darle la espalda a la verdad, como si
pudiese huir de ella y esconderse, tan sólo para no sufrir más.
Corrió todo lo que
sus pocas energías le permitieron, haciendo gala de su buena condición física
como jugadora de béisbol; no se detuvo en ningún momento a tomar aire o pensar
en nada, hasta que su cuerpo no pudo dar más de sí y se detuvo, con la
respiración agitada, un terrible dolor en los músculos de las piernas, garganta
y pecho por los irregulares bocanadas de aire que tomaba, y sudando a mares.
Observó el lugar al que había arribado; el parque urbano de la ciudad. Eso
quería decir que había recorrido bastante en su improvisada carrera, lo que no
la extrañaba si ahora se sentía tan hecha polvo y con amenaza de dolor de
cabeza por el esfuerzo extra. Caminó por los senderos del lugar, deleitándose
en sus zonas verdes y jardines adornados con diversas flores; aquello podría
ayudarla a relajarse, pero descubrió que no era tan eficiente cuando su mente
comenzó a darle vueltas al mismo asunto minutos después. Aunque admitió que el
lugar se veía fantástico con ese brillante colorido ecológico, favorecido por
la época del año.
Decidió andar un
poco más, sin reales deseos de retomar su camino a casa, ya que no tenía más
planes. Además, de estar encerrada deprimiéndose con pensamientos destructivos,
a estar en un lugar abierto, con aire fresco, deprimiéndose de igual forma,
pues mejor lo segundo, ¿no? No fue mucho lo que avanzó cuando logró divisar en
uno de los amplios jardines del parque, a un grupo de personas
considerablemente grande que parecía trabajar en alguna especie de proyecto. Se
acercó sumamente curiosa y con sorpresa descubrió que parecían filmar una
escena de película, serie o lo que fuera; pero lo que más la asombró fue ver a
Odín entre ellos, siendo obviamente, quien dirigía el proyecto. No habría
esperado encontrárselo allí en ningún momento, y en realidad, no le apetecía
verlo siquiera, por lo que se dispuso retirarse, mucho más al notar que ya
habían terminado de filmar y empacaba todo para irse. No obstante, comenzaba a
creerse la chica más desafortunada del mundo, pues el cineasta la interceptó,
llamándola, acercándosele y ofreciéndole su típica sonrisa confianzuda.
—Vaya, Mina,
¿fisgoneando por aquí? No sabía que te interesara tanto el séptimo arte
—comentó él en su también usual tono cantarín.
La rubia se limitó
a desviar su mirada de él, sin contestarle nada, evidentemente desganada.
—Oh, ¿por qué esa
cara larga? —cuestionó el negociante, incauto, mirándola escudriñador—. No te
queda, ¿sabes? Opaca tu habitual deslumbre. ¿Qué pasa, eh? ¿Las vorágines en el
crucero del romance han dejado de serlo para convertirse en una tempestad
implacable?
Mina volvió a
enfocar su visión en él, atónita. ¿Cómo rayos lo sabía? ¿Con tan sólo verla?
¿En verdad era tan fácil leerla? Odín sonrió más al notar que dio en el blanco.
—Así que sí se
trata de eso. ¿Qué sucedió? ¿Los rivales se trenzaron en una acalorada
discusión al verse? ¿Hubo golpes?
La joven se mordió
el labio inferior, no sabiendo cómo sentirse, pues Odín no se burlaba
exactamente, aunque tampoco lo decía muy amablemente.
—Hubo golpes —se
respondió él ante el silencio de ella, y luego siguió en son de juego—. Es una
pena que me lo perdiera; habría sacado un buen vídeo para subir a mi página.
—¿Te diviertes?
—explotó ella finalmente, frunciendo el ceño, molesta y con voz ahogada por
todo lo que llevaba adentro—. ¿Crees que es divertido el sufrimiento de otros?
¿Que puedes reírte de ellos como te plazca? ¿Que...?
Mina levantó la
mano en señal de querer darle un golpe, pero ni de cerca fue lo que hizo, sino
que se aferró a la camiseta de Odín con fuerza, al tiempo que escondía su
rostro en el pecho de él, incapaz de continuar conteniendo por un segundo más
todo aquello que la embargaba, sintiéndose una estúpida por mostrarle su
flaqueza precisamente a él. En cambio, la inesperada acción de la rubia
desencajó enormemente al hombre, quien de pronto se vio tenso y estático en su
lugar, demasiado aturdido como para pensar o hacer algo coherente, pues no se
imaginó hallarse en una situación como esa; se vislumbró siendo golpeado, sí,
pero no pensó verse así. Se rascó la cabeza, frunciendo el ceño, inseguro y
nervioso. ¿Y ahora qué se suponía que hiciera? Nunca pensó que un día vería a
Mina así de frágil, desahogándose y llorando en su pecho; y mucho menos
visualizó que se debiera a algo que no era directamente su culpa, pues si él
hubiese sido el causante de su principal sufrimiento, tal vez supiera cómo
manejarlo mejor y hasta enmendarlo. Sin embargo, era un ajeno en el asunto
aquel, lo que hacía la situación mucho más incómoda.
—Oye, estás
arruinando mi reputación...y mi camiseta —habló él intentando aligerar el
ambiente, obteniendo como respuesta de ella un restriego de su rostro en la
tela—. Claro, debí sospecharlo; no puede importarte menos.
Odín suspiró,
sintiéndose sumamente acorralado e inquieto. No solía meterse en circunstancias
en las que no supiera cómo actuar; le daban la sensación de estar desprotegido
y contrariado, por lo que debía buscar una solución rápida para salir de esa
situación de inmediato. Alzó su mano derecha con lentitud y clara inseguridad,
antes de colocarla en la espalda de Mina, en un intento por consolarla cuando
la acarició con torpeza y nerviosismo.
—Vamos, no pudo
haber sido tan malo —trató de animar, con su entonadita despreocupada.
—Por supuesto que
fue malo, peor que malo, fue terrible —confesó ella entre sollozos, sin
separarse de él, por lo que su voz sonó sofocada—. Tare lo complica todo,
siempre ve lo negativo. ¡Con un demonio! Yo sé que tiene que irse, no se lo
cuestiono, ¿pero por qué no puede aprovechar el tiempo que le queda conmigo? Es
lo único que le pido, ¡pero no! Ni siquiera quiere escucharme, porque entonces
Helio sufriría y también sé que no se lo merece, pero... pero... ¿Por qué otros
pueden ser egoístas sin problema o parecer monstruos? ¿Por qué cuando yo
intento serlo termino siendo la mala de la película? No es justo...
Su voz se apagó por
el nudo en la garganta que se le formó. Odín había escuchado todo en silencio, aun
no estando seguro de comprender al cien por ciento todo, pero se daba un buen
esquema mental con lo que Mina le había contado. ¿Qué debía decirle ahora? Si
buscaba que le confirmara que Tare tenía razón y que lo dejara marcharse si así
lo quería él, entonces estaba con la persona equivocada. Odín mismo era una
persona muy egoísta, a pesar de que no llegaba al narcisismo, así que no podía
aconsejar no serlo. Ambos se amaban, ¿no? O al menos eso podía ver él a
kilómetros de distancia, por lo que ¿cuál era el problema de luchar por algo
que ambos anhelaban interiormente? Lo irónico del asunto, era que Odín parecía
sentirse más identificado con Helio con eso del amor mal correspondido, pero
insistía, no podía sugerirle a Mina que no fuera egoísta cuando él lo era, y no
lo hizo; expresó su opinión tal cual la creía.
—No considero malo
ser egoísta de vez en cuando, y mucho menos si es por algo que gozarás un corto
espacio de tiempo.
—Pero Helio...
—Helio debe ser un
hombre y entender que no puede tenerse todo en la vida, y que las malas etapas
siempre estarán a la orden del día —la interrumpió él, mirando el cielo—. Si te
ama tanto como presume, buscará a toda costa tu felicidad, aun si eso implica
que ésta no sea a su lado; así que debe dejarte ir, por mucho que duela, pues
vaya que duele, pero no puedes evitarlo. Se tiene que sufrir cuando se ama; es
su precio, después de todo.
Mina se asombró de
escuchar el timbre de voz de Odín con un deje de tristeza, como si en realidad
supiera de lo que hablaba; como si en serio comprendiera lo que implicaba dejar
ir a alguien amado para que obtuviera su felicidad. Levantó la vista para
mirarlo, y aunque él continuaba contemplando la bóveda celeste sobre ellos, la
rubia descubrió por su expresión que se mantenía lejos, ausente; quizás en un
pasado no muy agradable, dedujo, notando en los dorados ojos el velo de una
melancolía que jamás hubiese imaginado descubrir en ellos. Y por primera vez en
todo el tiempo que llevaba de conocerlo, Mina lo vio como lo que era; un hombre
joven con sentimientos que seguramente también luchaba contra fantasmas del
pasado. Y por primera vez también, una curiosidad enorme por él nació en ella;
quiso indagar y descubrir por qué ese pesar en su mirar.
No se percató de lo
penetrante que resultó su inspección de él, hasta que Odín, saliendo de su
transe, enfocó su vista en ella nuevamente, alzando una ceja, inquisitivo de
verse el centro de atención de la rubia. Mina enrojeció de vergüenza al
hallarse con las manos en la masa; no obstante, Odín decidió no prestarle
importancia al asunto cuando sonrió ladino, tomando la palabra otra vez, al
tiempo que se encogía de hombros.
—Además, la Mina
que yo conozco no se rinde tan fácilmente. Hasta donde sé, lucha por aquello
que desea, sin permitir que nadie ni nada se le ponga enfrente. No importa si
eso ocasiona desdicha para otros, o si eso la convierte en una molestia aguda.
En efecto, la Mina que yo conozco es más bien como un dolor de muelas; una
tumor canceroso que no desaparece; un virus del mal que vuelve con más
potencia; un irritante sarpullido que...
—¡Ya es suficiente!
—lo silenció Mina, fastidiada—. ¿Quién te enseñó a hacer cumplidos? Porque debo
decir que no hizo un buen trabajo.
—¡Qué grosera! —se
quejó él, fingiendo estar ofendido—. Me estoy esforzando.
—¿Sí? No quiero
saber qué dices cuando no te esfuerzas o en serio deseas ofender a alguien.
—Tienes razón, no quieres
saber —asintió él, entretenido.
Mina rio
ligeramente, increíblemente percibiéndose mejor en espíritu, como si una carga
enorme hubiese sido removida de sus hombros y pecho. Se separó de Odín y no
puedo evitar sonreírle a plenitud, agradecida.
—No es posible que
vaya a decir esto, pero me has ayudado mucho; me siento mejor y se debe a ti,
así que gracias.
—Bueno, mi deber
como persona educada es decir de nada, pero en realidad no piensas que ha sido
gratis, ¿verdad?
—¡Qué! —exclamó
Mina, disgustada. Odín acababa de arruinar su encanto.
—¿Qué quieres que
haga? —El hombre se encogió de hombros, sonriendo por demás burlesco—. Negocios
son negocios; sabes que mi tiempo cuesta demasiado y me has hecho perder
valiosos minutos, por lo que debes recompensarme. Recuerda también que debes
pagar por mi camiseta que ahora está llena de lágrimas y mocos.
—¡Ay, por favor!
Deja de lamentarte como un niño por tu camiseta. ¿Qué quieres? ¿Una nueva?
¿Quieres que la compre; quieres el dinero? ¿O quieres que te lave esta? Porque
si es así, puedo hacerlo. Anda, quítatela —Mina le dio un tirón a la prenda.
—Cielos, Mina, creí
que el día que me pidieras eso sería en un lugar más privado —insinuó Odín en
son pícaro y chispeante, logrando que un escandaloso rubor invadiera el rostro
de la rubia, quien retrocedió un par de pasos, al tiempo que el pelinegro reventaba
a carcajadas, por demás divertido.
—¡No pienses cosas
raras, pervertido! —exigió ella, inmensamente azorada.
—Es una broma, es
una broma —confesó él sin dejar de reír—. En lo que hablo muy en serio es en lo
del coste de mi tiempo, pero descuida, ya se me ocurrirá algo.
—De verdad, no sé
por qué me sorprendo todavía —comentó la joven cruzándose de brazos, más
calmada—. Al menos hazme un descuento, ¿quieres? Al fin y al cabo, soy tu
clienta favorita.
—¿Y se puede saber
quién te ha otorgado semejante título? —interrogó él, enarcando las cejas,
curioso e incrédulo de escuchar aquello.
—Yo misma —aceptó
Mina, alzando la barbilla con orgullo—. Sabes que me queda, así que ¿cuál es el
problema?
—Eres muy constante
y peculiar a tu manera, sí —admitió él.
—¿Ves? ¿No son
razones suficientes para que me vuelva tu favorita?
—Lo pensaré —concedió,
risueño —Por ahora sólo recuerda que estás en deuda e intenta no meterte en más
líos, ¿de acuerdo? Que el resto de tu día esté lleno de dicha. Chao.
Odín comenzó a
alejarse dándole la espalda, despidiéndose de la rubia alzando su brazo y
sacudiendo la mano. Mina sólo lo contempló hasta que lo perdió de vista; luego,
inhaló profundamente, permitiendo que el aire limpio del parque inundara sus
pulmones. Odín tenía razón; ella no era derrotista, sino que peleaba por lo que
se proponía y no había muro que se le pusiera enfrente, por lo que la terquedad
de Tare no iba a ser la excepción. Él no la había dejado decirle todo lo que
quería comentarle, así que decidió en ese momento que el moreno no se iría
hasta que escuchara la última de sus palabras, y si para ello tenía que tomar
medidas extremas, pues las tomaría y punto. Con ese pensamiento, regresó a
casa, planeando su siguiente movimiento; el que ejecutaría mañana a primera
hora del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te gustó esta historia? ¿Qué crees que le hizo falta?