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jueves, 16 de octubre de 2014

Buscando a una Princesa

Saga de: Un Cuento de Hadas Desesperado y Rescatando a un Corazón

Ha pasado un año desde que Mina tuvo su aventura en el mundo de un cuento y procura seguir con su vida normal. Sin embargo, no puede sacarse del corazón y la mente a cierto mago. ¿Qué pasa cuando dicho personaje es encomendado a una misión en su mundo? ¿Se repetirá la historia?


Buscando a una Princesa

Prólogo

Una oportunidad no tomada en el momento puede volver a repetirse en otro tiempo bajo circunstancias diferentes, sí; pero el resultado nunca será el mismo.


La mujer tarareaba feliz, danzando de aquí para allá de manera improvisada, haciendo que su larga, lacia y brillante melena negra se meciera con gracia y elegancia en sincronía con su paso. La habitación en la que se movía era amplia, de un color naranja chillón, con luces amarillas brillantes colocadas por todo el rededor, iluminándola con potencia. No había ni un solo mueble en la estancia, únicamente estaba una fuente en el centro por la que bajaba una copiosa cascada desde su cúspide, cayendo en la base honda y aunque era mucha el agua que terminaba por caer, la fuente nunca se llenaba y la cascada jamás se agotaba.

La mujer dejó de tararear y bailar para colocarse fuente a la fuente, tocando el líquido transparente que hacía su recorrido hacia abajo. El acto hizo que el agua cumpliera el fin de una pantalla cuando imágenes del pasado se mostraron. Imágenes en las que la protagonista era una joven rubia de expresivos ojos celestes y piel de porcelana. Había sido un período muy tenso ese en el que esa joven había estado en aquel mundo. Por un momento pensó que todo acabaría para ella al ser la representación antropomorfa de ese universo. Eso no era bueno, por ello debía hacer algo para no verse amenazada nuevamente.


Sonrió al sentir la presencia de la persona que acababa de aparecer en la habitación y a quien le daba la espalda. Se volvió para enfocar sus plateados ojos desprovistos de pupilas en el hombre que ocultaba su rostro con el gorro de la capucha negra que vestía y que contrastaba completamente con la iluminación del lugar y su propio vestido que era blanco.

¿Me llamabas? —inquirió él con voz grave e impersonal.

Ajá —respondió ella retornando su visión al agua y congelarla cuando una imagen del hombre se presentó, quedando estática—. He estado pensando y creo que es hora de acabar con la maldición.

¿Es eso posible?

Sí, la misma maldición lo permite. Deberás ir al otro mundo, al real, y buscar a la que será la princesa permanente, ¿comprendes? —Se volvió para mirarlo.

Afirmativo —él no movió ni un músculo y su timbre no cambió.

Te llevarás al príncipe. Él te ayudará a encontrarla, pero hay un límite de tiempo; no podemos estar mucho tiempo sin ambos, así que dense prisa.

Entendido. ¿Algo más?

Si fracasan no podrán volver a intentarlo hasta que el círculo inicie y acabe de nuevo.

Me aseguraré de que tengamos éxito.

Bien, por ahora es todo. Cuanto estén listos, vuelves y te doy más detalles. Confío en ti, no lo olvides.

Él asintió y sin más que agregar, desapareció de su vista en un pestañeo. Ella volvió a dirigir su atención a la fuente para tocarla de nuevo y hacer que el agua y las imágenes continuaran su trayecto. Era verdad lo que le dijo, confiaba en él y estaba segura de que cumpliría su misión al pie de la letra, tal y como lo había hecho siempre. No por nada lo había encomendado como el encargado de la maldición. Por un momento entrecerró los ojos con recelo al ver a la rubia en la pantalla líquida antes de negar con la cabeza, sonriente. No, no había manera de que él la traicionara.
 
Reencuentro inesperado

El ansiado verano había llegado hacía un par de semanas atrás y como era de esperarse, la actividad, algarabía y su calor característicos inundó las calles de la ciudad. Los estudiantes se mostraban entusiasmados de haber finalizado las clases y prueba de ello era que ahora aprovechaban sus vacaciones haciendo planes para ir de paseo, de picnics, viajes a la playa y demás. Entre las actividades que también se dejaban para el verano eran algunas relacionadas con equipos deportivos de diversas instituciones escolares, y era en una secundaria que precisamente uno de estos eventos se llevaba a cabo. El lugar, más específicamente hablando en la zona de las canchas, estaba abarrotado de personas; tanto de los jóvenes participantes, como de sus amigos, compañeros y familiares que estaban allí para apoyarlos. Era la final del campeonato interescolar a nivel secundaria de voleibol, tanto el femenil como el varonil.

Haciéndose paso por entre la gente antes de que iniciara el partido se hallaba Ruth, buscando a su hermano Todd, que era uno de los integrantes del equipo varonil que representaría su escuela. Todd había llegado allí temprano ante las órdenes del entrenador, así que ella arribó mucho después, por lo que no tenía idea de dónde estaba. Quería que la viera para que supiera que había ido a darle su apoyo moral. Llegó a la cancha que sería utilizada ese día y en donde había varios jugadores practicando, más no ubicó a su hermano. Estaba tan ensimismada en su búsqueda que no notó que uno de los muchachos perdía el control del balón al golpearlo muy fuerte, logrando que se dirigíera a ella.

¡Cuidado!

El grito la alertó y fue entonces que vio que la pelota la golpearía sin consideración, por lo que se encogió de hombros cerrando los ojos, en espera de un impacto que nunca llegó. Abrió los ojos con sorpresa para detallar la espalda adornada de la rubia coleta alta de quien era su mejor amiga y siempre salvadora, Mina, que había llegado a tiempo para desviar la trayectoria del balón con su puño, así que la esfera voló en otra dirección, siendo su objetivo otro espectador.

¡Rayos! —vociferó Mina tomando a Ruth por los hombros colocándose tras ella, haciendo que caminara—. Actúa natural y no sabrán que fuimos nosotros. Culparán a los que están entrenando.

Pero Mina, sí fue nuestra culpa.

No tienen por qué enterarse. Finjamos que nadie vio nada.

Al menos deberías disculparte, ¿sabes?

Ay Ruth, no empieces —rogó Mina con fastidio—. No merezco que me regañes después de haberte salvado. No es justo. ¿Ves por qué es malo vivir en un mundo de fantasías todo el tiempo? Hace que te distraigas.

No estaba fantaseando, Mina —Ruth rio ligeramente por el comentario de su amiga—. Buscaba a Todd, ¿lo has visto?

No, pero te ayudaré a encontrarlo.

Las dos amigas volvieron sus pasos a las canchas y después de varios minutos transcurridos, al fin lograron distinguir al chico de trece años, quien era pelirrojo igual que su hermana, con la diferencia de que él tenía algunas pecas en el puente de la nariz. Se acercaron a él ganándose su atención.

¡Ruth! ¡Mina! —gritó feliz y sonriente corriendo hacia ellas para mirarlas con ojos brillantes—. ¡Qué bueno que vinieron!

Sabes que no nos lo perderíamos. Es una lástima que nuestros padres estén ocupados en el trabajo.

Y de hecho nosotras también deberíamos estar trabajando —intervino Mina mirando al adolescente con intensidad—. Así que más te vale que muestres un buen juego, ¿oíste?

Lo haré —aseguró Todd con confianza—. He mejorado mucho.

¿En serio? —Mina sonrió con malicia—. ¿Entonces que te parece un uno contra uno conmigo?

¿Eh? —El chico retrocedió un par de pasos, nervioso al saber que Mina era una máquina imparable en cuanto a deportes se refería—. Yo, bueno, verás, eh... —comenzó a sudar.

No hay tiempo para eso, Mina. Está por comenzar el partido —dijo Ruth y Todd la miró agradecido de que lo ayudara, hasta que la escuchó continuar—. Cuando termine puedes ir a casa y practicar con él cuanto lo desees.

Mina le dedicó una mirada victoriosa a Todd antes de retirarse con su amiga, dejándolo solo, temblando por dentro y estando seguro de que iba a sufrir mucho cuando ese día llegara. Si Mina era aterradora como entrenadora, como rival debía ser... Ni pensarlo mejor.

Eres muy mala con él, Mina —la reprendió la pelirroja dirigiéndose a sus asientos, aunque sin ocultar una pizca risueña.

¿Tú crees? No es a propósito. Me gustaría verlo llegar lejos con su voleibol. Me recuerda a mí en mis inicios como béisbolista, supongo. Creo que...

¡Te encontré, corazón mío!

Una alegre voz la interrumpió antes de sentir que unos fuertes brazos la rodeaban por detrás y un firme cuerpo se pegaba al suyo, en tanto el personaje se tomaba la libertad de colocar su barbilla sobre su hombro. Mina puso los ojos en blanco mientras sentía que un tic se apoderaba de su ojo izquierdo.

Helio, también pudiste venir. ¡Qué bueno! —saludó Ruth al recién llegado, sonriente.

¡Helio! —explotó Mina intentando despegarse de él—. ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas esto? ¿No habíamos quedado claros en cuanto a las muestras de afecto en esta amistad? Espacio personal, ¿recuerdas? ¡Suelta, suelta!

Más de a fuerzas que de ganas, Helio liberó a su ángel con un puchero de disconformidad.

¡Cielos! No tienes remedio —lo regañó la rubia mirándolo con el ceño fruncido, estirando sus músculos al sentirlos de pronto engarrotados por el abrazo de oso.

Pensé que estabas en el trabajo —habló ahora Ruth al recordar que el hombre trabajaba en un lavado de autos.

Tengo turno en la tarde toda esta semana —informó él, amable—. ¿Iban a sus lugares? ¿Puedo sentarme con ustedes?

Claro —aceptó la pelirroja sin problemas.

Mina suspiró con cansancio prematuro. Ella quería ver el partido completamente concentrada en él, pero con Helio y sus múltiples atenciones para con ella allí, iba a ser imposible. Apreciaba mucho al castaño y era un buen amigo, pero a veces era sofocante. Una de dos: o se conseguía ella un novio o le conseguía a él una novia. Con eso, los tres fueron a buscar un lugar entre la zona designada para los espectadores antes de que el partido comenzara. Encontraron un espacio disponible en el que cabrían perfectamente sin necesidad de siquiera rozarse entre ellos, pero como era de esperarse de Helio que amaba el contacto físico con Mina, se sentó de tal manera que su brazo y el de ella casi se fusionaron. La rubia sintió que ahora el tic se apoderaba de su ceja y se deslizó un poco más hacia la derecha, donde estaba Ruth, para despegarse de él. Helio hizo lo mismo para quedar pegado con ella nuevamente.

Helio —lo nombró completamente disgustada y a modo de advertencia.

¿Dime? —cuestionó él haciéndose el inocente.

O te haces para allá o Ruth y yo nos vamos y te quedas solo.

Helio se movió otra vez para dejar el pequeño espacio que debía separarlos, bastante renuente y con expresión de derrota. Ruth lo miró unos momentos y luego se acercó a su amiga, susurrándole en el oído:

¿Por qué siempre lo rechazas así?

Él tiene la culpa —contestó cruzándose de brazos, susurrando también—. Se pone muy pesado.

¿Qué tiene de malo que quiera estar contigo?

Que abusa. Además, nos vemos muy a menudo, no tiene por qué exagerar. Es bueno ser expresivo, pero él se pasa.

Ya, pero... —Ruth vio que los jugadores tomaban sus puestos dispuestos a dar inicio—. Luego hablamos.

Mina asintió enfocándose de lleno en el juego, el que resultó bastante interesante. El equipo contrario a Todd arrancó bien e hizo cinco puntos a favor contra uno de manera rápida, dando quizás una temprana idea de cómo terminaría el asunto, pero Todd y sus compañeros no se desesperaron, sino que se mantuvieron concentrados y pronto pudieron hacer el empate con nueve puntos. A partir de allí, el resultado se vio realmente justo y aunque los dos se esforzaron al máximo, al final el contrincante del equipo de Todd resultó vencedor cuando hicieron una picada que no pudieron detener, concluyendo el partido. Los victoriosos fueron recibidos con vítores y aplausos, mientras que los perdedores fueron llenados de palabras de consuelo. Ruth se acercó a su hermano junto con los otros dos, dispuestos a animarlo.

Creí que había entrenado lo suficiente, pero parece que no fue tanto como pensé —dijo el muchacho con desconsuelo en su voz, a punto de quebrársele, mirando el suelo.

Un segundo lugar no es tan malo —intentó alentar Helio.

Pero no es el primero —arguyó Todd sintiéndose en verdad un fracasado.

Puede ser, pero en tanto hayas puesto tus mayores energías no puede decirse que perdiste del todo —habló ahora Mina poniendo las manos en la cadera—.Y de hecho, pude darme cuenta que no mentías hace rato. En verdad mejoraste mucho y te felicito por eso y por dar todo de ti.

¿En serio? —Todd la miró con brillantes ojos a causa de las lágrimas retenidas, esperanzado.

Por supuesto. Si sigues de ese modo llegarás lejos, así que no te deprimas. ¿Está claro? —lo apuntó con el dedo en tono demandante.

¡Sí, señora! —Todd hizo un saludo militar a la que era su entrenadora y su ejemplo a seguir en deportes.

Bien. Helio, ¿traes dinero? —Mina desvió su visión del adolescente para enfocarla en su amigo.

¿Eh? —parpadeó confundido—. Sí, ¿por qué?

Perfecto —la rubia volvió a mirar al pelirrojo—. Allí lo tienes. Podemos ir a algún lugar a festejar tu buena participación.

¡Mina! —Ruth la miró con el ceño fruncido, inconforme—. No pongas a disposición tuya los bienes ajenos.

Pero a Helio no le molesta, ¿cierto?

Bueno... —el aludido se rascó la mejilla.

¡Todd, Todd! —un par de sus compañeros se acercaron a él—. El equipo irá a comer por allí, ya le pedimos permiso a nuestros padres. ¿Quieres venir?

¿Puedo? —Miró a su hermana, ilusionado.

Está bien, pero no llegues tarde, ¿de acuerdo?

El chico asintió y despidiéndose del trío, se alejó de allí con sus amigos.

Qué mal —se quejó Mina—. Allá va mi oportunidad de almorzar gratis.

Ruth negó con la cabeza; su amiga era simplemente imposible. Iba a decir algo acerca de que se costeara ella misma sus alimentos, cuando Helio tomó la palabra.

Aún puedo invitarlas a las dos.

Acepto —accedió la rubia sin pensárselo dos veces.

No quiero causarte problemas —se resistió Ruth, un poco avergonzada de estar envuelta en todo eso gracias a su amiga.

No los causas. Vamos.

Los tres se encaminaron a un establecimiento de comida rápida que se hallaba por el barrio y ordenaron cada quien lo que deseó, siendo la porción de Mina la de mayor cantidad pues estaba hambrienta. Se sumieron en un agradable entorno donde conversaron de temas varios y al terminar, se dirigieron ahora a una pastelería para comprarse un postre ante los antojos de la joven de mirada azul. Nuevamente corrió a cuenta de Helio y con su pedazo de tarta y pastel, Ruth y Mina fueron a sentarse en una de las mesas que el mismo negocio ofrecía, ya sin la compañía del hombre, pues tenía un par de diligencias que debía hacer antes de ir a trabajar, por lo que tuvo que dejarlas.

¡Está tan rico! —se deleitó Mina en saborear su pastel—. Y está más bueno todavía porque no lo pagué yo.

¿Por qué de pronto me pareció que te oíste como Odín? —indagó Ruth casualmente logrando que su compañera se atragantara con el pedazo que tenía en la boca, por lo que tuvo que darle golpecitos en la espalda mientras Mina misma se golpeaba el pecho para calmarse.

¿Qué te he hecho para que me insultes así, Ruth? —quiso saber la víctima entre tosidos, ofendida.

Ser cruel, eso has hecho —Ruth la miró frunciendo el entrecejo y la otra le devolvió la mirada confundida—. Te aprovechas mucho de los sentimientos de Helio.

Aprovechar es un término muy fuerte. Digamos que simplemente sé tomar las oportunidades que se me presentan. Yo no lo obligué a que nos pagara esto; lo hizo porque quiso.

De cualquier manera, no puedo entenderlo. Él se porta tan bien contigo, te da lo mejor que tiene, te demuestra lo mucho que le importas y no haces más que rechazarlo. ¿Cómo puedes hacerlo? Es un encanto contigo; te trata como si fueras...

Una princesa —la interrumpió Mina fastidiada de esa conversación que surgía entre las dos cada vez con más frecuencia—. Supongo que ese es el problema, que no soy una princesa y por ende, no necesito de un príncipe.

¿Por qué te niegas en querer novio?

No, Ruth, no estoy diciendo que no necesitaré un hombre en algún momento de mi vida. Estoy diciendo que no necesito de un príncipe. Yo no soy como tú que espera encontrar al chico perfecto que se desviva por mí, me atienda las veinticuatro horas y me tenga como el centro de su mundo. Claro, querré a alguien que me quiera y me apapache cuando sea necesario, pero no que me asfixie de amor. Además, me faltan muchos años para comenzar a preocuparme por esas cosas; mejor aprovecho mi soltería.

Ruth suspiró dándose por vencida con su amiga. Mina era una de las personas más testarudas que conocía y sabía que nada la hacía cambiar de opinión una vez se le metía algo en la cabeza; de allí que dejara el tema para después. Estaba segura de que el día que Mina se enamorara, iba a aferrarse a ese amor con dientes y uñas; tan solo esperaba que eso sucediera antes de envejecer. Las dos terminaron sus postres y anduvieron vagando por la calle sin mucho que hacer y sin ganas por parte de Mina de regresar a casa. No obstante, la pelirroja tuvo que irse al poco rato para asegurarse de que Todd llegara a casa y darle una explicación a sus padres.

Viéndose sola, Mina decidió ir a un centro de juegos unos instantes antes de que le diera hambre otra vez y decidiera regresar a casa, donde su madre la esperaba con la comida lista. En esa ocasión no esperó a que su padre arribara para comer en familia como era la costumbre, sino que se sirvió un par de platos bien llenos. Terminó y lavó lo que había utilizado para después ir a darse una ducha y luego encerrarse en su habitación, donde se la pasó frente a la computadora viendo las novedades en la página social en la que estaba inscrita. Dado que la mayoría de sus contactos, que eran compañeros de la universidad, ahora gozaban de más tiempo libre, tenía alertas de ellos con más frecuencia y podía pasársela horas atendiendo todas, como ese día que se le anocheció. Mas su navegación por la red no concluyó, sino que abusó un poco más para ver vídeos de entretenimiento.

Ya entraba la madrugada cuando se dio cuenta de la hora y decidió que era tiempo de meterse a la cama o la mañana siguiente no querría levantarse para ir a trabajar. Apagó el computador y antes de ir a soñar, salió del cuarto para ir a la cocina y comer otro ligero aperitivo, pues su estómago estaba resintiendo las energías gastadas en ver y leer. Sin embargo, a medio pasillo plagado de las tinieblas de la noche, se detuvo alertada al escuchar ruidos raros. ¿Qué diantres era eso?, se preguntó con extrañeza encendiendo la luz. Los ruidos se repitieron y los identificó como el rechinido de madera al ser pisada, pero lo que la perturbó en mayor medida fue que los sonidos provenían de arriba de su cabeza, o sea del ático, siendo acompañados por lo que parecían murmullos distorsionados.

Los nervios la atacaron al recordar que una vez, en un libro que tuvo que leer para hacer una tarea, se hablaba de que vagabundos habían aparecido en el ático de la protagonista, viéndose esclavizada a mantenerlos el resto de su vida o si no, la matarían a ella y a su familia. ¿Qué posibilidades había de que eso le ocurriera a ella teniendo en cuenta sus antecedentes fantasiosos? Sacudió la cabeza para borrar semejantes estupideces. Por eso odiaba leer libros; no hacían más que envenenar la mente. Pensó un momento qué hacer. Lo más sensato era pedir ayuda, pero a veces ella no se guiaba por la sensatez; además, siempre había sido un persona valiente e independiente, por lo que decidió enfrentarse a lo que fuera o quienes fueran que estuvieran escondiéndose en su ático.

Abrió el armario de los artículos de limpieza y sacó una escoba, la que sabiendo usar bien, podía funcionar como un buen arma a la hora de defenderse. Se acercó a la puerta-escalera empotrada en le techo de la casa y la que permitía el acceso al ático. Sujetó el cordón que permitía bajarla y tragó duro antes de halarlo, haciendo que la puerta-escalera descendiera súbitamente ante el peso de un cuerpo que cayó con un sonido sordo en la base de esta, dándose de lleno en el suelo. Mina reprimió un grito de sorpresa y susto, pero le propinó un golpe al intruso en la espalda, sacándole un gemido de dolor.

¡Espere, espere, señorita! Permítame explicarle.

El hombre suplicó al momento de sentarse en el suelo, dándole la cara a Mina y extendiendo sus brazos frente a sí en modo de escudo al ver que ella iba a asestarle otro golpe; sin embargo, la rubia se detuvo cuando consiguió distinguir el atractivo rostro del joven castaño que la miraba con sus penetrantes y hermosos ojos verdes llenos de miedo, y que vestía de una manera elegante, estilo de la nobleza antigua. Abrió los ojos sorprendida.

Kadin.

El nombre no salió de su boca a pesar de que la abrió con la intención de hablar, sino que una voz masculina, profunda, serena y que había soñado muchas veces, lo pronunció. Mina tembló al reconocer la voz, sintiendo que el pulso le aceleraba a mil por hora, y una emoción indescriptible la sacudió cuando comenzó a alzar su visión hacia la persona que bajaba las escaleras para salir de las sombras de ático y ser iluminado por la luz artificial de la bombilla. Detalló los zapatos poulaines, la túnica de pantalón color azul eléctrico que era adornada por un cinturón de lino negro y la capucha más oscura que la noche cuyo gorro impedía una vista completa del rostro del individuo. Pero eso fue solo hasta que él lo bajó, dejando al descubierto su tez tostada, su cabello negro como el ónix y sus ojos cual rubíes que chocaron con los zafiros de ella, quedando atrapados en una lucha de sentimientos encontrados.

¿Mina? —preguntó finalmente él, visiblemente sorprendido.

Tare —ella logró articular con dificultad ante el nudo que se le formó en la garganta por el impacto de verlo allí.

Desenterrando recuerdos

Los dos se vieron inmersos en la mirada del otro, incapaz de apartarla, como si se hubiesen fundido para forma una misma gema, mientras intentaban relajar las diversas sensaciones que los embargaron, tales como el asombro, la confusión y la dicha. Mina sintió que sus manos sudaban sin reparo, humedeciendo el palo de la escoa y tuvo que aferrarla con fuerza para que no se le resbalara, percibiendo el latir desenfrenado de su corazón dentro de su pecho. Y aunque algo parecido ocurría con Tare, otro sentimiento eclipsó los demás, haciéndolo fruncir el ceño, preocupado. ¿Por qué estaba Mina allí? No, la pregunta correcta era, ¿por que Kadin y él habían arribado precisamente allí? No pudo evitar pensar que lo que creyó iba a ser una misión más, ahora se transformaría en una complicada, desesperada y dolorosa odisea. Vio que Mina abría la boca para decir algo, pero se abstuvo de hacerlo al escuchar ruidos provenientes de una de las habitaciones.

Demonios —masculló la rubia por lo bajo y sin decir más, tomó a Tare y Kadin, quien ya se había levantado, de la capucha y el saco respectivamente para hacer que se movieran.

¿Qué pasa? —inquirió Kadin curioso viéndose arrastrado por la joven.

Shh —lo siseó ella abriendo la puerta del armario de los artículos de limpieza y como pudo porque no era muy grande y estaba bastante ocupado, los escondió allí, dejándolos en una posición tremendamente incómoda, antes de encerrarlos advirtiéndoles—: No hagan ruido, no respiren siquiera o me meterán en problemas.

Mina vio que la puerta de la habitación de sus padres se abría para que de ella emergiera su madre, quien la miraba con molestia evidente.

¿Qué esas haciendo, Mina? ¿Tienes idea de la hora que es? —A pesar de que habló en voz queda, la irritación fue penetrante.

No podía dormir y se me ocurrió hacer un poco de limpieza en el ático. Es un desastre, ¿sabes? —contestó un poco nerviosa. No era buena mintiendo y esperaba que su madre no lo notara.

¿En medio de la noche? —La mujer alzó una ceja, en parte escéptica y en parte creyéndole ante la evidencia que conformaban la escoba en la mano de su hija y la puerta del ático abierta.

Quién entiende a los padres. Si los hijos no hacemos limpieza nos regañan y cuando decidimos hacerla también nos regañan. Decídanse.

Mina —la mujer alzó un poco más la voz, exasperada ante el razonamiento de su hija—. Para todo hay un tiempo y la noche se hizo para dormir. Tu padre está hecho una fiera. Sabes que se levanta temprano para trabajar y lo despertaste con tus ruidos. Deja eso y vete a dormir, ¿sí?

Está bien, está bien —Mina subió la escalera del ático—. Listo, ¿ves? Vete tranquila a calmar a tu marido.

Su madre suspiró agotada dispuesta a volver a su estancia. Cuando lo hizo, la universitaria se apresuró a abrir el armario donde estaban los varones y al hacerlo, dada la presión en la que se hallaban, salieron disparados hacia adelante, casi dado de lleno al suelo de no ser porque Kadin encontró el equilibrio necesario y ella alcanzó a sostener a Tare para que no se fuera de bruces. Los que no corrieron con la misma suerte fueron algunos artículos, como un trapeador y una cubeta, que terminaron impactándose en el suelo, haciendo un ensordecedor estruendo que pareció más fuerte de lo que era dada la quietud del momento. Mina se cubrió las orejas y cerró los ojos con ansiedad; la iban a matar, la iban a matar. Echó una rápida mirada a la puerta del cuarto de sus padres, temerosa de que se abriera, los dos aparecieran, vieran a Tare y Kadin y los corrieran a los tres de la casa. Afortunadamente eso no pasó. Soltó el aire que había estado conteniendo inconscientemente, aliviada, y luego miró a Tare con reproche, quien alzó una ceja.

No pesarás culparme a mí, ¿cierto? —intentó adivinar, incrédulo.

¿A quién más si no? —cuestionó ella arreglando el desastre lo más silenciosamente posible.

A ti misma. Recibir a los invitados encerrándolos en un armario es un inhumano.

¿Qué esperabas que hiciera? ¿Dejar que mis padres me vieran con ustedes dos? Olvídalo. Me desheredan, me echar de patitas a la calle.

Tal vez te lo merezcas —concedió el moreno cruzándose de brazos—. Ahora entiendo por qué tu actitud para con la madrastra era tan insolente. Ni a tu propia madre pareces respetar.

Le hablo con mucha confianza, que es diferente. Pero claro, ¿cómo ibas a entenderlo si te diriges a todos con formalismos anticuados y estúpidas jerarquías?

Las jerarquías estipulan un orden. ¿Y qué hay de malo con los formalismos? Son elegantes.

Son aburridos, justo como tú.

Mejor que ser un desastre ambulante... y mediocre además.

¿Sigues con lo de mediocre? —Mina terminó con el armario mirándolo con un ligero disgusto aunque con una chispa divertida al recordar buenos momentos.

Chicos —intervino Kadin por primera vez en todo el rato.

¿Qué? —respondieron los dos debatientes mirándolo con el ceño fruncido, haciendo que el príncipe se encogiera de hombros, asustado por interrumpirlos.

Lo lamento, Kadin —se disculpó Tare calmándose, arrepentido de dejarlo de lado.

Sin embargo, había sido un día por demás estresante con todos los preparativos para ir al mundo real a encontrar a la princesa que remplazaría a la original para siempre. Tuvo que poner a Kadin al tanto de todo y hablarle de la maldición para obtener su ayuda. Y ahora que finalmente estaban allí para cumplir su cometido, se encontraban con Mina ¡con Mina! Pensar en lo que eso repercutiría en su objetivo y en él mismo le provocó un malestar enorme y lo asaltaron las ganas de llorar, pero se tragó sus sentimientos, dispuesto a cumplir su comisión sin distracciones.

Parece que ustedes dos se conocen —siguió diciendo Kadin alternando miradas de uno al otro.

La fémina frunció el ceño extrañada por su comentario, pero antes de decir algo al respecto, recordó que Tare borraba la memoria de todos cada que el cuento acababa, por lo que tenía sentido que no la recordara.

Mina fue una de las varias víctimas de la maldición que se vieron forzadas a cumplir el papel de princesa —informó el pelinegro con voz neutra—. De hecho, fue la última.

Oh, ya veo —comprendió Kadin y miró a la rubia con pesar—. Lamento mucho no acordarme de ti.

No te preocupes, en serio —Mina movió su mano frente a sí en un ademán de desechar el tema, luego miró al que había sido su prospecto mágico personal—. Vamos al sótano. Quiero que me cuentes qué hacen aquí y no quiero arriesgarme a que alguno de mis padres los vea. No bajamos allí a menos que sea para lavar la ropa, así que es parcialmente seguro. Sirve que duermen.

Tare asintió no dispuesto a discutir, entendiendo que la situación en la que estaba Mina era comprometedora y no quería ocasionarle más problemas de los que ya le habían dado. Bajaron al sótano y a pesar de que encendieron la luz, no dejó de reflejar un ambiente gris debido a las paredes de concreto, además de mostrar algunas manchas de humedad, por lo que un aroma a esta mezclada con detergente y suavizante se percibía en el lugar.

Oscuro y deprimente. Tal como te gusta, Tare —comentó Mina con sorna.

Muy amable, gracias —él rodó los ojos y ella sonrió.

De acuerdo, suelta la sopa. ¿Qué hacen aquí? —demandó por demás interesada.

Buscamos a una princesa permanente para romper la maldición —explicó el encapuchado yendo a un extremo del sótano.

¿Se puede hacer eso?

Aparentemente sí —Tare se dirigió al otro extremo—. Hay un par de oraciones en la maldición que lo permiten. “El amor al noble le hará retornar” y “El propósito inicial, cualquier barrera destrozará”.

¿Qué significan esas frases?

El significado inmediato de ambas está relacionado con lo que las princesas sustitutas deben hacer dentro del cuento para regresar a casa —continuó él con la explicación y con su caminata de un lado a otro—. No obstante, también quieren decir que la maldición puede ser rota. El propósito inicial del cuento siempre ha sido que cada uno de sus personajes viva dentro de él, sin modificaciones de ningún tipo en cada momento. Lo del amor al noble nos dice cómo encontrar a la que será la princesa definitiva.

Y por eso estoy aquí —Kadin se señaló—. Tare dice que la joven de la que me enamore y corresponda mis sentimientos será la princesa adecuada.

Creo entender eso —Mina se llevó una mano al mentón, intentando procesar la información que acababa de recibir—. Eso significa que los cuentos son los portales que conectan los dos mundos, ¿cierto? Su medio para llegar al mundo real.

Correcto —asintió Tare sin detenerse.

¿Por qué salieron del mío, entonces? ¿Acaso es en realidad el único que existe?

No, es verdad que no hay muchos, pero sí hay más —rectificó el de mirada roja.

¿Podrías dejar de hacer eso? Me estás mareando —pidió ella fastidiada de verlo ir y venir, pero él la ignoró, por lo que bufó con resignación—. Bueno, si hay otros libros de esos, ¿por qué salieron del mío? ¿Fue una coincidencia?

En absoluto —Tare se detuvo finalmente mirándolos con intensidad—. En realidad, sé a quién buscamos aunque no la conozco.

¿A quién? —Tanto Mina como Kadin preguntaron, pues el príncipe eso no lo sabía.

La descendiente de la princesa original.

¿Qué? —Volvieron a exclamar al unísono, sorprendidos, y luego la joven siguió—: ¿Cómo así? ¿Por qué?

¿Recuerdas que te dije que la maldición fue provocada porque la princesa no quiso continuar con su papel?

Sí —¿Cómo olvidarlo?”, pensó la rubia con amargura. “Por su culpa mi vida amorosa es un asco”.

Al rechazar su papel, ya no hubo lugar para ella en el cuento, por lo que fue desterrada a este mundo, entrelazándolos, creando la maldición —El joven se sentó cruzando las piernas, apoyando la espalda en una de las paredes—. Honestamente no habría imaginado jamás que la ciudad donde inició su vida como exiliada y en donde se estableció fuera la tuya, Mina.

Pareces decepcionado —le hizo saber ella, triste.

Más bien inquieto —confesó tamborileando sus dedos unos contra otros.

Pues yo estoy feliz de conocer a Mina... otra vez —se sinceró Kadin, sonriente—. Estoy seguro de que nos será de mucha ayuda.

Tengo la impresión de que el señor “sigue las reglas al pie de la letra” no opina lo mismo —mencionó ella señalándolo, y luego vio que Kadin bostezaba cansado—. Creo que ha sido un día difícil para todos. Les traeré unas mantas y colchas para que puedan dormir. Esperen un momento.

La rubia subió las escaleras dejando al dúo solo, y sin borrar su sonrisa, Kadin habló:

Es muy atenta, ¿no te parece? ¿No crees que es una buena candidata para ser la princesa?

Definitivamente no —replicó su compañero, tajante.

¿Por qué no?

Es problemática, no sabe seguir órdenes, no puede quedarse quieta en su sitio, es rebelde, respondona y demasiado impulsiva. Es lo opuesto a la princesa que necesitamos, así que no y punto final.

Kadin parpadeó asombrado de la descripción que Tare dio de Mina, pero no pudo comentar nada porque ella regresó con un montón de sábanas y cobertores en sus brazos, complicándole la tarea de bajar las gradas, por lo que presuroso, el castaño fue en su ayuda. Los dos doblaron un par de gruesos cobertores y los colocaron en el suelo a manera de colchón para que el príncipe se echara sobre estos.

Puede ser incómodo, pero es lo único que tengo —indicó ella al imaginarse lo duro que debía estar el suelo.

No te preocupes, está bien. Dormir así es nuevo para mí, así que lo tomaré como una aventura —le aseguró Kadin sin dejar de sonreír.

Sí que eres optimista. Deberías aprender algo de él, Tare —Mina lo miró, aunque él mantuvo su vista al frente y sin moverse—. Vamos, ayúdame a hacer tu cama.

Estoy bien así, gracias.

¿Piensas dormir en esa posición? ¿Cómo puedes? —la joven hizo un mohín de sorpresa mezclada con desasosiego de tan solo pensarlo.

Estoy acostumbrado. No te inquietes y ve a dormir.

Muy bien, pero no me eches la culpa si no logras conciliar el sueño. No estamos en tu mundo, ¿sabes? Aquí sí envejeces si no descansas bien, así que no te quejes si te arrugas como una pasa en tiempo récord.

Tare sonrió de medio lado ante el comentario y después de eso Mina se despidió de ellos deseándoles buenas noches, para finalmente desaparecer de su presencia apagando la luz. Viéndose rodeado por su fiel y discreta compañera, la oscuridad, Tare pudo cambiar la expresión en su rostro a una que dejara al descubierto todo aquello que brotaba en su interior como corrientes rápidas y acaudaladas que buscaban una vía por la cual desembocar. La sorpresa de ver a Mina nuevamente había sido sublime, mas la felicidad que acompañó a esta fue indescriptible. Su amor por ella seguía intacto, anidado fervientemente en su interior, tatuado en su corazón al rojo vivo, y prueba de ello habían sido los enormes deseos que casi lo dominaban para abrazarla con ternura y besarla con pasión. Por supuesto, había hecho gala de su buen auto-control, poniéndolo al límite.

No podía dejarse distraer, tenía una misión que cumplir y era importante; la vida de un mundo estaba en juego de nuevo. Lo mataba pensar que la dejaría otra vez después de haberla visto tan llena de vida y hermosa como la guardaba en sus memorias, pero no podía hacer nada, salvo quizás, guardar la distancia para evitar la desgracia de que la partida fuera fulminante. Además, no quería ser una curva en la línea recta que ahora debía ser la vida de ella. Ya había tenido que pasar por una situación desesperante y lastimosa al transportarse al cuento; lo más seguro era que Mina deseara borrar de su mente ese episodio tan deprimente. Que tuviera el libro en el ático le daba soporte a su razonamiento, ya que indicaba lo poco o nada que ella quería ver con él.

Tare —la voz de Kadin lo sobresaltó y agradeció que su amigo no pudiera verlo o estaba seguro le tendría lástima—. ¿Estás dormido?

No. ¿Qué pasa? —controló su voz para que no lo traicionara dado el nudo que tenía en la garganta.

Quería hacerte una pregunta, pero puede parecerte tonta.

Hazla.

¿Mina se enamoró de mí? —Tare pudo distinguir un deje de aflicción en el timbre del príncipe.

No exactamente. Terminó el cuento por terminarlo, sin sentimientos románticos hacia ti de por medio.

Ya veo, me alegro —Kadin soltó un suspiro de alivio—. Me atormentaba pensar que tal vez había sufrido mucho por mi causa. Ya sabes, por amar a alguien de quien serás arrebatado y que no te recordará. Aunque supongo que no debo preocuparme mucho. A puesto a que ella tiene un novio que la quiere mucho, ¿verdad?

Probablemente.

Bueno, era todo. Buenas noches.

Descansa.

Volvieron a sumirse en la quietud de la noche, logrando que el mago se torturara más con sus pensamientos. Esa era un posibilidad que debía admitirse a mí mismo por mucho que quisiera ponerle barreras a la hora de emerger de su subconsciente. Mina podía tener novio y si era así, no la culpaba. Después de todo, él la había hecho sufrir demasiado al no aceptar sus sentimientos por ella antes de que el tiempo se les acabara. Estaba convencido de que existía alguien que supo aprovechar el amor que la rubia le brindó a él y que terminó por rechazar. También debía tener en cuenta que ante lo dañada que debió salir del cuento, no sería extraño que buscara consuelo en otro amor. Además, había pasado un año desde entonces; un año que para Tare no era más que un parpadeo dada a su eternidad, pero que para Mina podía significar una vida. Sí, en un año podían pasar muchas cosas en ese mundo. Meditar aquello lo convenció de que era mejor para todos si se mantenía alejado de ella lo más que pudiera. 
Una mañana diferente

La alarma del celular resonó por toda la habitación, indicándole a Mina que era hora de levantarse para realizar las actividades del día. Refunfuñó entre dientes, maldiciendo el aparato al tiempo que lo tomaba para desactivar la irritante alarma. Soltó una exclamación de agotamiento sin dignarse levantar. No había dormido absolutamente nada, sino que se la pasó dando vueltas en su cama como demente en lo que restó de la noche, y ahora las consecuencias se dejaban ver. Tenía toneladas de pereza sobre ella, cantidad enorme de sueño y deseos inmensos de no salir de la cama. Lo peor era saber que no podía darse el lujo de quedarse en casa, y no era precisamente porque la preocupara el hecho de tener que ir trabajar; no, había decidido que ese día tampoco iría. Lo que la privaba de disfrutar más tiempo de desidia era la misma fuente que le había robado el sueño; a saber, los dos hombres que dormían en su sótano.

No podía creerlo; simplemente su mente era incapaz de asimilar que los tuviera en su casa, bajo el mismo techo. Le resultaba increíble saber que tenía a Tare a tan corto alcance cuando había sido ayer mismo que parecía estar fuera de cualquiera de sus posibilidades. Ahora podía verlo todo lo que quisiera, olerlo, tocarlo, sentirlo. Era como si fuera otro de los incontables sueños que su mente había maquinado, ansiosa por deleitar y saciar sus sentidos de él. Pero en esta ocasión era real, o eso esperaba ella. Tal vez por eso no había querido dormir; quizás una parte de ella tuviera miedo de que se tratara de otra fantasía de su mente y si dormía, todo volvería a la normalidad, haciendo que Tare se esfumara.

Lanzó otra queja levantándose al fin. Si era un sueño o no ya lo descubriría; ahora debía hacer una llamada. Tomó su celular otra vez y marcó un número en tanto hurgaba en su armario para buscar algo que ponerse. Respondieron del otro lado de la línea.

Buenos días, Mina —la saludó Ruth—. ¿Por qué me llamas ahora?

Lo que pasa es que no podré ir a trabajar hoy, Ruth, lo siento —informó mientras se ponía unos jeans.

¿Por qué no? —la pelirroja se extrañó muchísimo, pues Mina casi nunca faltaba a los trabajos que conseguían a pesar de su naturaleza quejumbrosa y ligeramente holgazana.

Es complicado. Tengo que atender a unas visitas que llegaron ayer de improvisto —comentó terminando de vestirse colocándose sus converses.

¿Parientes tuyos?

No en realidad. Mis padres no los conocen siquiera.

¿Qué? ¿Y están quedándose contigo? ¿En qué lío te has metido esta vez, Mina? —Ruth se oyó tanto preocupada como compasiva y la rubia rio con nerviosismo.

Te digo que es complicado. Digamos que perdí una apuesta, ¿sí?

Muy bien —concedió su amiga a manera de suspiro sabiendo que cada que le decía eso era porque no le diría más del asunto, así que no insistió—. Todd puede cubrirte hoy para que me ayude con las dos casas a las que iríamos, pero espero que mañana vengas, Mina. No podré encargarme de todo el trabajo yo sola en lo que se quedan tus visitas aquí.

Descuida, me las arreglaré para ajustar mi horario. Gracias por entenderlo. Eres la mejor y lo sabes.

A ver cuánto me dura el título. Ten cuidado en lo que hagas, ¿de acuerdo?

Claro, adiós y gracias otra vez.

Mina colgó guardándose el celular en uno de los bolsillos traseros del pantalón y en el otro se guardó la billetera. En verdad no podía darse el lujo de faltar tanto al trabajo; estaba bastante justa de presupuesto y le daba la sensación de que los días que vendrían lo estaría mucho más. Se arregló el cabello atándolo en su típica coleta alta y después salió de la habitación agradeciendo que su madre no se levantara hasta más tarde. No quería un sermón de su parte por lo de anoche apenas comenzando la mañana. Se dirigió al sótano bajando las escaleras con cuidado y al llegar a medias, se detuvo cuando tuvo un ángulo completo de los dos visitantes; sonrió. No había sido un sueño después de todo.

Kadin dormía plácidamente sobre la cama improvisada, roncando muy ligeramente; parecía ser que sí estaba muy cansado. En cambio, Tare mantenía su posición, apoyado en el muro, con las piernas cruzadas y los brazos de igual manera, cruzados sobre el pecho. También parecía dormir porque tenía los ojos cerrados y una expresión de paz adornaba sus facciones. Mina se vio inmersa en su tarea de contemplarlo. No había cambiando nada, aunque no debía sorprenderse si no envejecía. Se refería más bien a que seguía siendo igual de aburrido y amargado; de eso pudo darse cuenta la noche anterior gracias a las palabras que intercambiaron. ¡Ni siquiera se había tomado la molestia de decirle que le alegraba verla o que la había echado de menos! En verdad era un desconsiderado adicto al deber que no pensaba en nada más.

Es de mala educación mirar a alguien tan fijamente cuando duerme.

Al escucharlo, no pudo evitar saltar en su sitio al verse tan ensimismada en sus pensamientos, exaltada. Vio que él abría sus rojizos orbes para enfocarlos en ella. Allí iba otra cosa que no cambiaba; los sustos de muerte que le daba.

¿De qué te quejas? —Mina terminó de bajar los peldaños—. Ni siquiera estabas dormido.

Aun así es grosero mirar a alguien tan indiscretamente por mucho tiempo —Tare se puso de pie.

¿Por qué? Hasta donde sé la vista es libre.

Y debes aprender a discernir cuándo puede resultar incómoda.

Pero a ti no te incomodó —Mina sonrió con picardía—. De lo contrario no te habrías hecho el dormido.

Tare se ruborizó y se colocó el gorro de la capucha dándole la espalda, en un intento por ocultar su bochorno, ofuscado.

No seas ridícula.

Oh, te has sonrojado. Significa tengo razón, ¿cierto?

No molestes.

Y habría continuado atosigándolo como tanto amaba hacerlo de no ser porque Kadin comenzó a moverse en su lugar, abriendo los ojos poco a poco, despertando. Se alzó velozmente cuando notó a sus compañeros.

Ya están levantados. Lamento mi tardanza —se disculpó avergonzado, esperando que no pensar que era un ocioso.

No te preocupes, Kadin, comprendo que necesitabas recuperar energías —lo tranquilizó Tare—. Y en verdad espero que estén renovadas porque tenemos trabajo que hacer. No podemos desperdiciar un solo minuto.

Kadin asintió y Mina los miró confundida.

Aguarden un momento. ¿Por qué la prisa? ¿No pueden tomarse unos días de relajación? A ti te hacen falta con urgencia, Tare.

No, no podemos perder tiempo —aclaró moviendo su cabeza hacia donde estaba ella, mirándola, o eso supuso ya que el gorro tapaba sus ojos—. Tenemos un límite.

¿Por qué?

El cuento no puede quedarse mucho tiempo sin Kadin y yo. Si con la ausencia de la princesa se ve sumergido en el caos, con la nuestra terminará por desvanecerse en un santiamén. Debemos encontrar a la princesa lo antes posible y regresar.

¿Cómo piensan conseguirlo? Hay miles de mujeres jóvenes en la ciudad como para buscar a una en concreto y sin saber siquiera cómo es. ¿Qué pasa si no lo logran antes de que se les agote el tiempo?

Volvemos al cuento y continuamos con la maldición hasta que alguien vuelva a transportarse a él y termine el círculo una vez más. Entonces podremos regresar e intentarlo de nuevo. No obstante, mis planes son terminar con todo de una vez por todas.

Lo dices con mucha confianza para tratarse de algo tan colosal. ¿Piensas usar tu magia para ayudarte? Siempre te ha sacado de problemas.

No —Tare negó con la cabeza—. Mis habilidades no funcionan en este mundo porque la magia no existe. La única capacidad que tengo es la de regresar al cuento utilizando un poco de mi sangre como llave para abrir el portal, no más.

Vaya, vaya —la joven sonrió burlona—. Mi hada padrino se ha quedado sin sus poderes. Eso suena prometedor.

Es mago —la corrigió él con disgusto al escuchar la risa divertida de Kadin por el apelativo.

Querrás decir ex-hada padrino —lo provocó ella.

Es mago y sin el ex.

¿Por qué conservar el título si no tienes tu magia en este momento?

Es algo temporal; tarde o temprano mis habilidades volverán al regresar al cuento. Además, la función de un mago no se limita a usar magia y lo sabes. Debo asegurarme de que encontremos a la princesa y de que Kadin se encuentre bien.

Ah, es verdad —Mina asintió, divertida—. Olvidaba que también la haces de niñera.

Es guardián.

Prefiero hada padrino —se metió Kadin igual de entretenido y Mina soltó una risa, encantada.

Ustedes son imposibles —se lamentó el pelinegro quitándose el gorro de la capa para pasarse una mano por el cabello, revolviéndolo, incrédulo de que Mina pudiera corromper a su amigo tan fácilmente.

Oh, vamos, lo hacemos para que rías un poco —le dijo Mina al verlo tan irritado—. Apuesto a que Kadin nunca te ha visto sonreír.

El aludido negó dándole razón y Tare suspiró.

Es una pena, pero no estamos aquí de vacaciones.

Muy bien, muy bien —Mina se cruzó de brazos—. No estás aquí para pasarla bien un rato, pero estás en mi mundo y sus reglas difieren a las del tuyo. Además, no sabes cómo moverte en la ciudad, no tienes dinero para nada y no cuentas con el apoyo de tu magia. ¿Sabes lo que eso significa?

Tare tragó duro al imaginarse la respuesta en tanto la chica sonría con autosuficiencia al señalarse a sí misma.

Significa que estás bajo mi merced. Eso quiere decir que seré yo quien cumpla el papel de hada madrina de ustedes dos en lo que duren aquí, por lo que deberán hacer lo que yo considere lo mejor para ambos.

Si querías que entrara en pánico, lo has conseguido. ¿Satisfecha? —confesó Tare con alteración.

Por favor, no tienes que hacer un melodrama de todo. Descuida, les ayudaré a encontrar a su princesa yendo a sitios que son populares entre la juventud femenina, aunque debemos hacer un itinerario. No puedo estar faltando al trabajo por su causa todo el tiempo.

Suena interesante —comentó Kadin, emocionado—. Me gusta la idea.

A mí no —se sinceró el moreno con inquietud alarmante. ¿Cómo se suponía que se mantendría alejado de Mina con su persona sobre ellos todo el tiempo? No sabía por cuánto más podía fiarse de su autodominio antes de explotar. Pero comprendía que no era cuestión de gustos, sino del deber.

¿Verdad que no es fácil adaptarse a un nuevo estilo de vida de la noche a la mañana? —indagó ella sabiendo del tema.

Aunque no lo sea, haré un mejor trabajo que el que hiciste tú.

¿Quieres apostar?

No pudieron establecer si habría apuesta o no porque la perilla de la puerta que daba acceso al sótano se escuchó, y haciendo gala de sus años de ejercicio como jugadora de béisbol, la rubia subió las escaleras como alma que se lleva el diablo, llegando justo en el momento en que el ala de madera se abría por completo, dejando ver a su madre.

¿A dónde vas, mamá? —inquirió con los nervios de punta obstaculizándole el descenso, mirando las cobijas que llevaba en sus brazos, siendo obvio que planeaba lavarlas. ¡Bonito día había elegido para hacerlo!

A lavar esto, así que déjame pasar.

Se movió un poco hacia la izquierda para hacerse paso, pero su hija la bloqueó.

No, no, no. Yo las lavo por ti, no te preocupes. ¿Para qué estoy, si no? Dámelas —Mina le arrebató las cubiertas—. Anda, regresa a... a hacer lo que sea que vayas a hacer o estuvieras haciendo o lo que sea.

Estás muy hacendosa estos días, ¿por qué será? ¿Qué hiciste? ¿Qué quieres? —la mujer la miró con sospecha.

Qué cruel. Que esté siendo amable con mi madre no significa que quiera algo a cambio o haya hecho algo malo.

Es que me parece raro, es todo. En fin, me haré el desayuno. ¿Te preparo algo?

No, yo comeré afuera, eh... Tengo trabajo.

Está bien.

Su madre se alejó y Mina cerró la puerta, suspirando. Eso había estado peligrosamente cerca. Se dio la vuelta para bajar, cuando escuchó que volvían a abrir la puerta.

¡Hey! —exclamó la mujer, desconcertada, al intentar abrirla y Mina se lo impidió cerrándola del otro lado poniendo todas sus fuerzas—. ¿Qué pasa, Mina?

Nada, todo está perfecto. ¿Qué quieres?

Simplemente decirte que les eches un poco de vinagre. ¿Estás bien?

Sí, yo les echo. ¿Es todo?

Sí.

La joven escuchó los pasos de su progenitora retirarse al fin y lanzó otros suspiro de alivio. Tenían que salir de allí o el suspenso la comería viva. Ahora sí descendió las gradas rápidamente, antes de que a su madre se le ocurriera regresar, y dada la velocidad, las cobijas se desacomodaron en sus brazos y algunas de sus extremidades arrastraron. Fue precisamente al pisar una de estas, faltándole algunos peldaños, que perdió el equilibrio y se dispuso caer. Gritó tomada por sorpresa mandando a volar por los aires las cobijas y habría dado de lleno al suelo con semejante golpe de no ser porque, al percibir lo que pasaría y antes de que su mente pensara bien las consecuencias, Tare se movió de su sitio para atraparla en sus brazos. Las telas cayeron sobre ellos, cubriéndolos.

En verdad eres un desastre. ¿Cómo piensas cumplir tu papel de hada madrina si no puedes cuidar de ti misma? —regañó él sin soltarla.

¡Ay, qué fastidio! Había olvidado que te quejas por todo. Eso es algo que definitivamente no extrañaba —replicó a su vez la rubia, disfrutando el contacto.

¿Quieres hablar de cosas que no extrañamos?

¿Como tu pesimismo constante?

O tu irresponsabilidad.

O tu poca flexibilidad.

Tu desobediencia.

Tu amargura sin límites.

Tu... —Tare se mordió la lengua para no decir “ausencia”.

Mina sonrió al verse vencedora en el intercambio de opiniones, mirándolo con intensidad y él se perdió en esos celestes que día con día añoró volver a ver. El ambiente entre los dos se llenó de sentimientos reprimidos dentro de ese espacio tan íntimo que les daba el mantenerse bajo las cobijas, otorgándoles privacidad, y Tare se preguntó qué tan dañino sería sucumbir a la tentación al menos un momento. No había ojos indiscretos mirándolos, estaban escondidos del mundo; si la besaba como deseaba, nadie se daría cuenta. Inconscientemente afianzó el agarre sobre Mina, pegándola más a él y comenzó a acercar su rostro al de ella, notando ningún tipo de rechazo de su parte; al contrario, notó que cerraba los ojos, aguardando el roce. ¿Por qué lo esperaba? ¿A caso en realidad no había encontrado ya una pareja? Decidió escatimar en detalles y cuando su aliento se mezcló con el de ella, ¡zas! Se hizo la luz. Lo que los cubría voló de sobre ellos, por lo que él se separó de la chica con prontitud y miró a Kadin, quien lucía mortificado.

¿Están bien? De pronto dejaron de hablar y me preocupé —explicó y Tare agradeció que fuera tan despistado—. ¿Te hiciste daño en algún lado, Mina?

No —contestó con decepción, pensando que si se hubiera hecho una herida, no habría sido tan dolorosa como la que su corazón experimentaba en ese instante—. Vámonos de aquí; es demasiado arriesgado. Mi madre puede volver cuando menos lo esperemos.

No tan deprisa —la detuvo Tare al ver que se dirigía a la puerta que estaba en el mismo sótano y que daba al exterior. Ella lo miró inquisidora y ligeramente molesta por lo de hacía un rato, alzando un ceja. Él apuntó las sábanas en el suelo—. Le dijiste a tu madre que lavarías eso y vas a cumplirle.

¿Qué? ¿Lo dices en serio? Ella puede descubrirnos si pasamos más tiempo aquí ¿y eso es lo que te preocupa?

El deber no puede dejarse de lado y mucho menos cuando has dado tu palabra.

No puedo creerlo, en serio no has cambiado nada. No tienes remedio.

Tare se cruzó de brazos mirándola con seriedad y Mina supo que no podría escabullirse de esa tarea, por lo que no tuvo más opción que cumplirla. Era en serio, ¡Tare era un estirado! 
 
Adaptándose al mundo

El trío salió de la casa dispuestos a hacer... ¿qué? Tare no estaba seguro; lo único que supo fue que se vio siguiendo a Mina junto con Kadin en tanto ella hablaba y hablaba. Honestamente, no le prestó atención, sino que se concentró en observar su alrededor. Parecía que Mina no vivía en un vecindario muy inquieto. Había gente caminando por la calle, paseando a sus mascotas y hasta se encontraron con uno que iba montado sobre una tabla con ruedas. Fuera de aquellos objetos que le eran desconocidos, Tare pensó que no había mucha diferencia de su mundo; las personas se mantenían ocupadas en sus respectivas diligencias y continuaban su vida normal. No lo sorprendía, pero tampoco era lo que había imaginado ver, mas tampoco sabía con exactitud qué esperar. Lo único que sí notó fueron las constantes miradas que los peatones les lanzaron a él y a Kadin al verlos, y Mina también se percató de ellas.

Creo que ya sé lo que haremos primero —comentó deteniéndose y Tare al fin la escuchó, imitándola al igual que Kadin—. Hay que conseguirles ropa nueva.

¿Qué hay de malo con nuestra vestimenta? —inquirió Kadin mirándose extrañado.

Parece que llamamos mucho la atención —notificó el pelinegro.

Así es. Su atuendo no encaja con la época. Hay que modernizarlos un poco o todos creerán que hacen cosplay.

¿Cosplay? —preguntaron los dos.

Que se disfrazan. Tú, Kadin, pareces que harás de héroe proveniente de la nobleza en una obra de teatro basada en la era medieval y tú, Tare... Bueno, tú tendrías el papel de villano con esas fachas tan oscuras.

¿Y cómo nos vestiremos ahora? —quiso saber el “héroe”, curioso.

Algo más a la moda.

¿Y cuál es la moda? —cuestionó ahora el “villano”, teniendo un muy mal presentimiento.

Bueno, es... más o menos así.

Mina señaló a un par de jóvenes que caminaban hacia ellos del otro lado de la acera. Usaban playeras muy holgadas que mostraban dibujos espeluznantes como el de una calavera en fuego y lo que parecía ser la marca de una mano ensangrentada; los pantalones los llevaban caídos hasta casi la mitad de las nalgas dejando al descubierto sus bóxeres. Kadin puso una cara de completo espanto en tanto Tare fruncía la boca, descontento, para luego mirar a la rubia y declarar:

No me convence.

No te preocupes que a mí tampoco. Descuiden, los llevaré a un lugar decente y me aseguraré de que los vistan bien.

Según recuerdo, no tenías buen gusto para la ropa —comentó Tare caminando nuevamente cuando ella retomó el paso.

Hablaba de ropa y estilo femenino. Estoy segura de que lo que pueda aconsejarles será mejor a como vestían esos tipos.

Cierto —concordó.

Oye, Mina —la llamó Kadin para ganar su atención—. Aquí la pobreza es muy aguda, ¿cierto?

¿Eh? Pues sí hay pobreza, como en cualquier lugar, pero no diría que es tan mala. ¿Por qué lo dices?

Es que mira a esas pobres señoritas. Apenas les alcanza para comprar algo con qué cubrirse.

Kadin señaló a un grupo de adolescentes que transitaban por una calle perpendicular a la que iban y que vestían ligeramente con shorts cortos, minifaldas y camisetas de tirantes o simples tops dado el calor del día. Mina tuvo que hacer un supremo esfuerzo por no reventar a carcajadas por el comentario, y que el castaño en verdad sintiera lástima por ellas hacía todo más divertido.

No, Kadin —corrigió ella sonriente y procurando no reír—. Así se visten la mayoría de las chicas aquí. Es normal.

Oh, ya veo. Es extraño, no deja de parecerme triste —Kadin la miró—. Tú no pareces disfrutar de esa moda.

Sí, bueno —Mina alzó la barbilla orgullosa de sí misma por su vestimenta cómoda y práctica—. Es que soy alguien muy modesta.

No siempre se nota —murmuró Tare entre dientes.

¿Has dicho algo? —Mina lo miró con intriga y él simplemente negó con la cabeza—. Vamos, no perdamos tiempo que estamos por llegar.

Arribaron a una tienda que vendía ropa exclusivamente para hombres y una de las dependientas se acercó a ellos con una sonrisa.

Buenos días. Díganme, ¿en qué puedo servirles?

Me gustaría un atuendo completo para estos dos —le informó Mina señalándolos.

Seguro que sí. ¿Alguna idea de cómo quieren lucir o algún gusto en particular?

No realmente —Los miró unos instantes, pensativa, y luego apuntó a Kadin—. A él le quedan bien los colores claros y la ropa elegante. ¿Podría conseguirle algo así?

No hay problema —la mujer de edad madura lo miró también, imaginando qué podría quedarle bien—. Creo que ya sé qué puede favorecerle.

La empleada buscó entre la sección de pantalones de traje y escogió uno gris claro junto con el chaleco a juego, luego fue a la sección de camisetas de vestir formales y tomó una color lila tenue e incluso se tomó la molestia de escogerle unos zapatos apropiados. Se acercó a ellos nuevamente y le tendió las prendas al castaño.

Creo que esto te quedará espléndidamente y resaltará tus ojos verdes. Vamos, ve a probártelos. Sígueme y te muestro los vestidores.

Gracias, es muy amable.

Kadin acató lo ordenado y fue a probarse lo que habían conseguido para él. La dependienta regresó al poco rato lista para atender al otro hombre.

Muy bien, ¿ahora qué podemos hacer por usted, joven? —indagó con cortesía mirando al moreno.

Creo que a él le quedaría un estilo más casual —mencionó Mina entrelazando su brazo con el de él—. Y parece preferir los colores oscuros.

Eso veo, aunque los colores claros le irían mejor por su tono de piel. De cualquier manera, el azul rey le queda bien, hace juego con esos pupilentes rojos que trae y que asustan un poco. Aguarden un momento que ya les traigo algo.

La mujer volvió a retirarse y Tare alzó una ceja, confundido.

¿Pupilentes?

Sí, en este mundo no hay gente que tenga los ojos rojos a menos que sean albinos y también son raros los casos —manifestó la rubia apoyando su cabeza en el hombro masculino—. Puedes colorearlos con lentes de contacto especiales, pero no dejan de ser falsos. Lo auténtico es mejor.

Tare tan solo hizo un monosílabo en señal de estar escuchándola, consciente del calor y peso de ella en su costado, sin deseos reales de alejarse. La mujer regresó con algunas prendas más y el calzado adecuado. Se los entregó a Tare y le dijo que esperaba que le gustara y que fuera a probárselo también. Mina se quedó sola en lo que los hombres terminaban de cambiarse, y la que los atendió comenzó a hacerle plática en cuanto a lo bien acompañada que estaba con esos dos; ella no pudo más que sonreír. Y entonces Kadin hizo su aparición, luciendo el atavío nuevo y todas las mujeres que estaban en la tienda quedaron sorprendidas, pues se veía extremadamente bien. La propia Mina quedó asombrada de verlo, y es que era verdad que Kadin era un hombre muy atractivo. Después de todo, era el príncipe de un cuento de hadas.

Se ve divino —elogió la empleada orgullosa de su trabajo.

Es verdad. Te ves muy guapo, Kadin —acordó Mina.

Gracias y de hecho me gusta —confesó moviendo sus extremidades para asegurarse de que todo encajara bien—. ¿Dónde está Tare?

Se está cambiado, ya vuelve.

Y los dos esperaron a que el otro hiciera acto de presencia, mas pareció tomarse su tiempo, pues no se dignaba salir. La joven se cansó de esperar y pidiendo que le mostraran dónde estaban los vestidores, fue a tocarle a ese lento para que saliera ya.

Tare —lo llamó estando frente a la puerta del pequeño cubículo—. ¿Por qué tardas tanto? ¿No te quedó la ropa?

...Supongo.

¿Cómo que supongo? A ver, sal.

Es que no me siento cómodo —admitió con un ligero toque de vergüenza.

¿Por qué no? A ver, no creo que estés tan mal. Anda, sal.

No hubo necesidad de hacerse del rogar porque la puerta se abrió permitiendo una visión completa del pelinegro. Mina había estado lista para burlarse de él en caso de que se presentara la oportunidad ante la renuencia de él de salir. No obstante, se vio con la boca abierta y sin aliento al descubrir que se veía muy apuesto con su nuevo look. Vestía unos vaqueros azules que hacían juego con la camiseta tipo panadero de algodón y de manga corta que era del mismo color. Las dos prendas se ajustaban moderadamente a su cuerpo y era precisamente eso lo que incomodaba al hombre, pues su túnica era muy suelta. Y la mirada tan brillante y misteriosa que Mina no apartaba de él lo abochornó todavía más. Kadin y la dependienta se acercaron también.

¡Oh, Tare! Te ves bien —lo halagó su amigo, sonriente.

Es cierto, me alegro que le quede todo —comentó la mujer—. ¿Sería todo lo que querrían?

Mina —la nombró Tare al ver que no se movía.

¿Eh? —la rubia salió de su ensoñación y miró a la empleada, sonrojada—. ¿Podría ponerme un par de vestuarios más para cada estilo, por favor?

La mujer asintió y fue a conseguir lo que le pidieron. Mina se masajeó el cuello de pronto cansada. Allí iba una buena parte de sus ahorros, los que curiosamente nunca usaba para disfrutarlos ella. Aunque la verdad no había estado tan mal, pensó al dirigir nuevamente su atención en Tare, quien escuchaba el parloteo de Kadin en cuanto a su nuevo atuendo. La nueva ropa le quedaba maravillosamente y por un momento se vio tentada a lanzársele encima y darle el beso que él no quiso darle en casa. ¡Qué demonios! Si quería devorarlo a besos. Y lo sabía, estaba saliéndose de carácter con esas cursilerías, pero no podía evitarlo. Tenía muchas emociones dentro de ella y si no las sacaba de alguna forma iba a volverse loca. Vio que el sujeto en cuestión tomaba su capucha para colocársela.

Alto allí —lo detuvo sujetando la prenda por el gorro—. No puedes ponerte esto. Arruinarás el encanto del estilo.

Pero me gusta mi capa. Me siento mejor si la tengo puesta.

Te digo que no puedes —Mina la estiró para quitársela.

Espera, Mina —Tare también la haló para liberarla de ella—. Vas a romperla.

Dicho y hecho; el sonido de la tela al desgarrarse inundó la tienda y fue entonces que ella soltó la capa. Tare se la quitó de tenerla medio puesta, la miró y descubrió que parte del gorro se desprendía casi por la mitad de la costura del resto de la capa. Miró a Mina con irritación.

¿Ves lo que hiciste? ¿Estás feliz ahora?

Hey, tranquilo, que tiene solución. Dámela y yo te la coso. Verás que quedará como nueva.

Tare suspiró derrotado y fastidiado antes de dársela.

Si tanto te preocupa aún podemos encontrar un suéter ligero con gorro —dijo ella doblando la capa para colgarla en su brazo.

No, déjalo así.

Esperaron un momento más hasta que la vendedora tuvo listos los encargos e incluso fue tan amable de poner las ropa que los dos llevaban puesta en una bolsa aparte y viéndose bien servidos, los tres salieron de la tienda; los varones llevando la bolsa de su respectivo vestuario. En eso, lo que pareció un fuerte rugido se dejó oír.

¿Qué ha sido eso? —preguntó Kadin alarmado, mirando a su alrededor.

Lo siento —se disculpó ella, roja como un tomate tocándose el estómago—. La bestia parece tener hambre.

Sigues con tu apetito voraz, ¿eh? —dijo Tare sonriendo ligeramente.

No es mi culpa. Ir de compras requiere más energías de lo que piensas. Vamos, los llevaré a comer algo.

Los dos siguieron a su guía y después de un rato de caminar, llegaron a un restaurante de comida rápida. La rubia no se comió la cabeza pensando si les gustaría o no, o preguntándoles qué se les antojaba, por lo que pidió tres combos iguales. Además, no podía derrochar el dinero tan a la ligera y ese restaurante era lo suficientemente económico. Su orden estuvo lista algunos minutos después y fueron a sentarse en una de las mesas que el establecimiento tenía. Mina comenzó a desenvolver sus alimentos dispuesta a degustarlos cuando notó que sus acompañantes no hacían ademán de hacer lo mismo, sino que miraban fijamente la comida.

¿Qué pasa ahora? —quiso saber, extrañada.

Am, Mina —Kadin señaló su combo—. ¿Dónde están los cubiertos para comer esto?

¿Cubiertos? —Mina suspiró. ¿Por qué tenían que lidiar con gente elegante?—. Este tipo de comida no se come con cubiertos; se usan las manos. Así.

Mina tomó su hamburguesa y se la llevó a la boca dándole una mordisco. Kadin la observó fascinado y la imitó, pero como la agarró mal, gran parte de su contenido cayó a la mesa. Mino rio divertida cuando el castaño comenzó a rellenarla otra vez haciendo pucheros de asco al sentir la mostaza y grasa en sus dedos. Tare miró todo en silencio, de pronto sin apetito. ¿Y se suponía que estaban en un mundo más avanzado y civilizado? Sin embargo, terminó uniéndose a sus compañeros en su tarea de engullir. Estaban por terminar cuando Mina decidió hablar del tema de interés de Tare.

Creo que acabando de almorzar podremos ir aun par de lugares a empezar a buscar a la princesa esta.

Me parece bien —coincidió el pelinegro.

¿Y cómo sabrán que es ella cuando la encuentren?

Ya te lo dijimos. Kadin se enamorará de ella y ella de él.

¿Amor a primera vista? —Mina alzó una ceja, escéptica.

Como en la mayoría de los cuentos —asintió Tare.

De acuerdo. Si ya terminaron podemos irnos.

Los hombres se levantaron presurosos y después de limpiar su mesa, salieron del negocio, dispuestos a iniciar su labor.

Manos a la obra

Los tres arribaron a lo que era un enrome y hermoso parque, siendo esa época del año en la que mejor le iba, obteniendo muchas ganancias, pues la gente iba allí casi todos los días. Las personas disfrutaban de una buena comida al aire libre, cocinándola en las parrillas establecidas en el suelo que el lugar rentaba, tomaban asiento en las largas mesas de madera que también podían ser arrendadas con anticipación ya que a veces era mucha la demanda. Aquellos que preferían traer todos los alimentos hechos, buscaban un lugar adecuado para sentarse en el verde pasto, bajo la sombra de uno de los innumerables árboles que habitaban la zona, o cerca del gran lago para deleitarse en la vista del mismo y de los patos que nadan libres en él, siendo alimentados por los mismos visitantes. Había otra buena parte del terreno que estaba pavimentada o con tierra, donde se encontraban las canchas de tenis, baloncesto y voleibol, listas para ser usadas por los amadores del deporte. Incluso los pequeños niños tenían su área llena de columpios y demás juegos por el estilo.

Como Mina había asegurado, muchos grupos de jóvenes, entre los que abundaban las del género femenino, podían apreciarse esparcidos por el lugar.

Aquí estamos. ¿Qué harán ahora? —indagó Mina extrañada por cómo funcionaría todo ese asunto.

No podemos simplemente acercarnos y mirar a cada una esperando que alguna sea la adecuada —comunicó Tare mirando la gente—. De allí que Kadin intente hablar con cada una de ella de manera breve y en tono amigable.

¿Con todas? ¿Y crees que pueda conseguirlo? Que un desconocido te hable así como así es bastante sospechoso.

Habrá que intentarlo. Kadin, por favor, haz lo tuyo. Nos mantendremos cerca en caso de que necesites ayuda.

El castaño asintió y se encaminó a uno de los grupos, dispuesto a entablar una conversación amistosa, teniendo a Tare y Mina a una prudente distancia. La rubia notó con sorpresa que Kadin no tenía problemas para desenvolverse, hablando con seguridad y confianza en sí mismo, como si fueran sus conocidos de toda la vida. De hecho, las chicas y sus acompañantes varones lo consideraron lo suficientemente agradable como para continuar con la charla y ofrecerle un poco de comida y asiento, los que el príncipe tuvo que rechazar anunciando que ya había comido.

Vaya, en verdad está haciéndolo —comentó Mina con asombro. Ni ella que tampoco tenía problemas conversando con la gente pensaba tener éxito si lo intentaba.

Es su don —aceptó Tare cruzándose de brazos—. Ser social se le da bien.

Nada comparado contigo, ¿cierto? Fácilmente podríamos estar acompañándolo en lugar de estar aburriéndonos aquí.

Si quieres irte, adelante. No tienes por qué quedarte desperdiciando tu día de esta forma. Puedes ir a donde te apetezca en tanto terminamos aquí que puede ir para largo.

Tienes razón, no tengo por qué quedarme —concordó Mina entrelazando su brazo con el de él otra vez, mirándolo—. Pero si aburrirme es el precio por estar contigo, entonces está bien. Puedo soportarlo.

Sus palabras calaron hondo en Tare y movieron cantidad inimaginable de sentimientos y pensamientos dentro de él, dificultándole las cosas mucho más y al querer mirarla fugazmente, viéndose sus intenciones hechas pedazos cuando sus rubíes quedaron atrapados en los celestes de ella, todo empeoró. Tragó duro. Esto ya estaba saliéndose de las manos, reconoció cuando la misma fuerza que esa mañana lo había obligado a casi besarla en el sótano, volvió a apoderarse de él y lo hizo inclinarse con la intención de unir sus labios con los de ella otra vez. Y lo habría hecho de no ser porque una extraña melodía emergió de quién sabe dónde, aunque parecía estar muy cerca. Escuchó que Mina maldecía con irritación y en voz baja.

¿Qué eso eso? —cuestionó Tare mirando a todos lados, intentando figurar de dónde salía la canción.

Tecnología —respondió Mina tomando el celular de su bolsa trasera—. No te preocupes, es una de las tantas maneras que usamos para comunicarnos aquí. Ya te lo explicaré —Se llevó el aparato a la oreja—. ¿Diga?

¿Dónde estás, Mina?

La voz de Helio la congeló y una repentina inquietud le hizo un nudo en el estómago. Por estar distraída no había visto el nombre en la pantalla. Vio que Tare la miraba con curiosidad.

Ah, pues, afuera —le dijo a Helio, nerviosa, alejándose no tan disimuladamente del pelinegro para que no escuchara la conversación.

Ya, yo entiendo eso. Fui a donde estarían trabajando hoy, y Ruth me dijo que no habías ido porque debías atender a unas visitas. Pensaba invitarte a comer. ¿Por qué no vienen contigo y comemos todos juntos?

¡No! —casi gritó—. Quiero decir, no se puede. Ya hicimos un plan para hacer turismo y esta gente es muy delicada con eso de no cumplir lo planeado, créeme —En eso definitivamente no mentía.

Ya veo, pero me gustaría conocer a tus amigos, así que dime dónde están y yo iré.

¡Tampoco! —volvió a casi gritar—. Digo, no se sienten cómodos con gente que no conocen. Aquí hay alguien realmente antisocial —En eso tampoco mentía.

Oh, qué pena —El tono de Helio se escuchó verdaderamente triste, pero luego cambió a uno más animado—. ¿Podemos almorzar juntos mañana, entonces?

Ya hice planes con mis visitas. Es natural que los próximos días vaya a estar ocupada con ellos. ¿No puedes dejarme tranquila en lo que estén aquí? No morirás si lo haces, ¿sabes?

Yo siento que sí —dijo con honestidad, herido por la simple idea—. Verte cada día es como el aire que respiro. Sin ti me asfixio.

Tú me asfixias a mí —le susurró con desgana.

Es tu culpa por se tan linda —confesó risueño.

Mira, tengo que colgarte o esta gente se me impacientará —le dijo al ver que Kadin terminaba de hablar con el primer grupo y se acercaba a Tare, quien parecía dispuesto a continuar con o sin ella—. Te dejo.

Espera, Mina...

No esperó, le colgó terminando la llamada. No es que quisiera ser tan grosera con él, pero tenía cosas más importantes en mente como para tener que preocuparse por sus pesadeces. Una de esas cosas y que para ella era la que encabezaba la lista, era el hecho de que Helio no podía verla estando con Tare. Si eso pasaba, las cosas se complicarían muchísimo, estaba segura. Podría haber malentendidos siendo Helio tan meloso y siendo Tare tan cabezota. Lo que menos deseaba en ese momento era que Tare pensara que tenía pareja o incluso un pretendiente. Además, quería disfrutar el mayor tiempo posible con él; lo había echado muchísimo de menos durante ese año. A Helio lo veía todos los días, por lo que de él tenía suficiente y hasta sobraba. Se dirigió a donde Tare estaba, descubriendo que Kadin no había perdido tiempo y se había acercado a otro grupo lozano.

Es raro verte hablar con un objeto —comentó Tare sin despegar su atención de su amigo.

Supongo que puedes decir que fue igual de raro para mí hablar con animales. Por cierto, no le diste ni un respiro, ¿eh? —Mina señaló a Kadin.

Es en serio cuando digo que quiero acabar con todo esto —replicó él a su vez con un ligero tono de frialdad.

¿Tan pronto y ya nostálgico? —Tare no contestó—. De verdad, ¿qué extrañas tanto que ya quieres volver? ¿Por qué el afán?

Tare no dijo nada nuevamente y Mina frunció el ceño, ligeramente deprimida y dolida. ¿Es que quería alejarse de ella tan rápido? Lo miró intentando percibir algo en su expresión que defiriera del estoicismo y la seriedad de siempre, más no vio nada. Estaba segura de que muchas inquietudes lo mortificaban y ella quería que se desahogara, esperaba al menos aligerarle un poco la carga si se abría con ella; estaba dispuesta a escucharlo. Pensaba que si seguía aguantando tantas cosas sin exteriorizarlas un mínimo iba a enfermarse. Por eso había escogido ese lugar que era tan alegre y animado, para que se relajara un poco, disfrutara del ambiente y el paisaje. ¡Pero claro! Tare era un testarudo que no se dejaba ayudar en nada. Por eso era tan amargado e iba a envejecer velozmente.

Continuaron buscando en aquel parque varias horas y cuando la tarde entró de lleno, Kadin había hecho un montón de nuevos amigos, pero no dio con la joven a quien buscaban, por lo que se fueron de allí. Luego se encaminaron a un restaurante económico para alimentarse y cuando terminaron de engullir sus nutrientes, ya más caída la tarde, Mina los llevó al otro sitio que había pensado. En contrate con el lugar anterior que era al aire libre, este era techado y aunque también era vívido y ruidoso, era bastante diferente al anterior ya que ese sitio era un club muy popular entre la juventud, por lo que la música a todo volumen, el baile, las bebidas y comidas eran lo que imperaban. Apenas habían entrado y a Tare ya le dolía la cabeza de tanto escándalo. Ahora entendía por qué Mina era como era. La pregunta era si la persona a la que buscaban era de frecuentar esa clase de sitios.

¿Creen que esté aquí? —preguntó Kadin alzando la voz por entre todo el ruido, también extrañado por el lugar.

No lo sé —respondió Mina levantando la voz de igual forma—. Si se crió en mi siglo debe gustarle esto.

Entonces habrá que apresurar el paso —dijo Tare casi gritando—. Entre más pronto salgamos de aquí, mejor.

El trío se adentró más en el local que era iluminado por luces de diversos colores y que parpadeaban encendiéndose y apagándose con frecuencia, como si fueran flashes; nada mejor para sufrir un ataque epiléptico. Lo peor, según Tare, era que la música ni siquiera era algo que pudiera disfrutarse como lo era la de la orquesta, sino que eran puros sonidos ensordecedores sin elegancia. Definitivamente iba a sufrir en esa misión. Continuaron caminando estando dispuestos a buscar una mesa libre, teniendo a Kadin por delante que se abría paso por entre la multitud de cuerpos aglomerados, así que fue inevitable que uno de esos cuerpos lo empujara bruscamente, por lo que al moverse, él mismo chocó con una joven que llevaba una bebida en su mano, ocasionando que el recipiente se moviera y vaciara su contenido en ambos.

¡Grandísimo torpe! —chilló la joven mujer viendo su vestido manchado, antes de dirigir sus iracundos ojos a los arrepentidos de Kadin—. ¿Por qué no te fijas por dónde vas, idiota?

Lo lamento mucho, señorita —se disculpó el príncipe, apacible.

¿Lo sientes? ¿Qué ganas con sentirlo? ¡Mira! Has arruinado mi vestido. Y justamente tenía que usar el blanco este día. ¡Agh! Odio estos lugares llenos de tontos.

Si los odias tanto, ¿por qué estás aquí, Ana? —Mina llegó a la escena del crimen con Tare tras ella.

¡Mina! —la pelinegra se sorprendió de verla—. Yo debería preguntarte eso. Tú no acostumbras estos clubes.

Asuntos de fuerza mayor, pero eso lo de menos.

¿Es amiga tuya, Mina? —inquirió Kadin mirando a la rubia—. ¿Podrías decirle que en verdad lamento lo ocurrido? ¿Que no era mi intención ensuciarla y volcar su bebida?

Sí, sí, lo que digas —Anahí movió la mano para hacer de lado el tema del accidente y se enfocó completamente en Mina, mirándola con un brillo de ilusión—. Si estás aquí significa que Helio también está aquí, ¿cierto?

Claro que no. ¿Por qué tendría que estarlo? —Mina se hizo la desentendida, intentando ocultar la ansiedad que sintió en su cuerpo por el hecho de que lo nombrara frente a Tare.

¿Cómo que por qué? —Anahí frunció el ceño, molesta—. Eres una desconsiderada al hacérmelo repetir todo el tiempo. El simple hecho de que Helio esté...

Mina evitó que soltara algo que no debía al propinarle un fuerte pisotón en el pie, siendo ambos calzados por unas ligeras zapatillas abiertas que los ventilaban, por lo que el golpe dolió muchísimo más. Anahí gritó abiertamente y sin disimulo, ganándose la atención de los que los rodeaban, quienes miraron la escena divertidos.

¡Pedazo de...! —Sus reproches fueron acallados por la mano de su atacante, quien se volvió a mirar a Tare y Kadin con una sonrisa inocente.

Ya vuelvo, no se muevan de aquí, ¿sí?

Y dejándolos por demás confundidos y atemorizados, Mina se alejó arrastrando con ella a la otra mujer, la que forcejeó con energías intentando liberarse, e incluso la pellizcó y la arañó para que la soltara. Sin embargo, Mina no lo hizo sino hasta que llegaron a uno de los lugares más apartados del club.

¡Bestia, salvaje, animal! ¡Bruta! —bramó Anahí todos sus disgustos—. ¿Por qué me tratas tan mal si ya no te he hecho nada! No me dejabas respirar, ¡casi me ahogo! ¿Intentas deshacerte de mí o qué?

¡Maldita sea, cierra el pico, Ana! —la silenció Mina hastiada de sus quejas, a pesar de que ahora sí que tenía motivos para hacerlas—. No tengo tiempo para perderlo contigo, así que solo escucha. No quiero que menciones a Helio en ningún momento cuando esté con los dos con los que me viste.

¿Qué? ¿Y yo por qué iba a hacerte caso? No eres nadie para decirme qué hacer o no. Yo puedo hablar con quien se me dé la gana y sobre el tema que yo quiera, así que... Espera. ¿Por qué me pides eso tan de repente? ¿Acaso estás enamorada de uno de ellos y no quieres que sepa que Helio quiere algo contigo?

Mina miró a su acompañante, tomada con la guarida baja. ¿De dónde había sacado eso si apenas le había hecho una simple petición? ¿Tan evidente era? ¿O Anahí comenzaba a volverse más suspicaz?

¡Es eso! —dijo Anahí al ver la expresión de Mina—. Bueno, no te culparía. No están nada mal tus amigos.

Suficiente, tan solo haz lo que te digo.

Ya te dije que no me des órdenes. Además, no es como si fuera a verlos muy a menudo o como si me interesara entablar una conversación con ellos, así que pierde cuidado.

No entiendes. Necesito que me hagas un gran, un enorme favor. Necesito que mantengas ocupado a Helio por unos días.

¿Qué? —volvió a chillar a todo pulmón, incrédula—. ¿Cómo te atreves a pedirme eso otra vez después de todo lo que ha pasado? ¡Estás loca! Ya te había dicho que no quería nada que ver con él.

¿Ah, sí? ¿Por qué esperabas verlo aquí, entonces? ¿Por qué lo acosas todo el tiempo en su trabajo?

¡No es acoso! Es una coincidencia que lleve a lavar mi auto cada semana al lugar en el que trabaja.

Claro, y también es coincidencia que “por error” siempre compres más comida de la que necesitas y se la des a él, ¿cierto?

¿Y tú cómo diantres sabes eso? ¿Estás espiándome? —Anahí enrojeció de ira y vergüenza.

Por favor, Ana. Eres la única que sigue obsesionada con Helio a pesar de... bueno, ya sabes, todo el tema conmigo.

¡Olvídalo! Eres en verdad un monstruo. No pienso ser tu juguete otra vez. Además, no tienes idea de la densidad de nuestros encuentros, es casi insoportable. No hay duda, él me odia.

No te odia, simplemente es... ¿precavido?

Lo que nadie sabía era que Helio había tenido un fuerte impacto en la vida de Anahí, pues desde que terminaron, si es que alguna vez tuvieron una especie de relación, la joven había abandonado sus insistentes intentos por engatusar a un hombre y hacerlo su novio. De hecho, logró entender que su actitud la hacía poco atrayente a pesar de que fuera bonita en apariencia, y ahora luchaba por ser un poco más amable, aunque su fuerte carácter siempre parecía vencer. Hasta había hecho las pases con Mina y la perdonó por engañarla con respecto a los sentimientos de Helio. A él también lo había perdonado y había decidido no acercarse más a él, pero como en la mayoría de las veces, el corazón triunfó sobre la razón y no pudo mantenerse alejada, intentando demostrarle con pequeños detalles que seguía importándole, que continuaba queriéndole, que se esforzaba por cambiar por él. ¿Pero de qué servía? ¿Por qué iba a valer la pena su empeño si él no se fijaba en nada ni nadie que no fuera Mina?

Ana... —Mina la nombró al ver que su semblante decaía, pero calló cuando la otra levantó la mano frente a sí, indicándole que guardara silencio. Anahí alzó el rostro con confianza y altivez.

No es no, Mina. Si quieres ser egoísta, bien, pero no me involucres a mí que nada tengo que ver con esto y que no me lo merezco. Tampoco creo que Helio se merezca que lo desplantes de tu vida sin una explicación o sin dar batalla. Espero que te vaya bien con todo lo que hagas. Adiós.

No, espera, Ana. ¡Anahí!

La pelinegra la ignoró por completo dejándola sola y con su problema sin resolver. Lanzó una exclamación de irritación al aire. Creyó que Anahí estaría dispuesta a ayudarla si con eso tenía más oportunidad de estar con Helio sin verse afectada por la culpabilidad. No contó con que tuviera tanto orgullo y dignidad. Antes nunca los tuvo, ¿por qué ahora sí? Se dirigió a donde había dejado a Kadin y Tare para continuar con su trabajo antes de que al moreno le diera un ataque de nervios. Todavía había otro dilema por resolver, pero de ese se encargaría cuando terminaran allí.

Momentos desesperados, medidas desesperadas

El resto de lo que quedó de la tarde y pequeña parte de la noche, se la mantuvieron concentrados en Kadin, quien cumplió con su labor de manera excelente de ir a entablar plática con las jóvenes que veía. Unas hasta lo invitaron a bailar y aunque no aceptó todas las propuestas, de algunas sí, ya que la curiosidad de ver tan extraños movimientos que en su mundo no se practicaban, lo llevó a experimentarlos él mismo. Mientras tanto, Tare y Mina se quedaron aplastados en su sitio, observando a los demás divertirse, así que ella se quejó un par de veces y hasta se atrevió a decirle a Tare que la sacara a bailar un rato. Naturalmente, él se negó rotundamente y no sirvió que ella intentara arrastrarlo consigo a la pista de baile, pues el moreno se aferró con su vida a la mesa que estaba atornillada al suelo, por lo que ninguno de los dos se movió pese a los jalones de la rubia. Y es que Tare no quería hacer el ridículo, mas consideró sus esfuerzos por evitarlo un fracaso total al ver que muchos clientes y empleados los miraban entretenidos dado el papelito que montaron con el forcejeo.

Mina no tuvo más opción que resignarse a matar el tiempo protestando en mayor medida. Después intentó entablar conversación con su compañero, pero el alto volumen de la música y la gente al hablar no los dejaba oírse mutuamente, pues estaban sentados uno frente al otro. No obstante, ella tomó eso como la excusa perfecta para dejar su asiento y tomar el que estaba a un lado de Tare, pegándose mucho a él, poniendo el pretexto de que así sería más fácil hablar sin quedar afónicos en el intento. Por supuesto, a Tare aquella situación se le antojó una tortura y se mantuvo tenso todo el tiempo, procurando ignorar por cualquier medio posible el contacto que la piel de la chica hacía con la suya y que lo estremecía sin medida, volviéndose casi imposible controlar los espasmos, siendo estos su vivo deseo de tomarla en brazos y fundirse en un beso con ella.

Afortunadamente se vio capaz de dominarse a sí mismo, y después de lo que le pareció un calvario de los peores, decidió que Kadin había hecho suficiente por ese día a pesar de no encontrar a quien buscaban. De esa manera, los tres salieron del club al sereno de la noche, siendo la humedad más intensa ahora que el sol no reinaba en el cielo para absorberla. Tare se sintió más tranquilo sin el estridente ruido que provocó que sus oídos zumbaran fuertemente. Incluso Mina se vio más relajada y su mente pudo cavilar un poco mejor las cosas, hasta que la cuestión primordial del momento taladró su cabeza, angustiándola un poco. ¿Dónde iban a quedarse esos dos?

Su casa quedaba descartada al instante. La situación de esa mañana con su madre había sido demasiado peligrosa y no creía ser capaz de soportar tanta tensión si se quedaban en su sótano lo que fuera que duraran allí, así que definitivamente no. ¿En casa de Ruth? Sacudió la cabeza. Sus padres no la dejarían aceptar a dos desconocidos siendo varones además; no importaba si eran muy amigos suyos. Dalia era otra opción, pero su novio era demasiado celoso. Mireya y sus amigas eran unos devora hombres, así que también era un enorme negativo. Lo mejor era que se quedara con algún chico, pero no tenía una estrecha o una amistad tal cual con alguno que no fuera Helio, y ese también quedaba fuera. Mike podía ser otro, pero vivía muy lejos y prefería un lugar más accesible para ir y venir con facilidad.

Gruñó con frustración. ¿En verdad no tenía a nadie que pudiera sacarla de su dilema? Un rostro risueño, aunque con un toque de altanería cruzó su mente, provocándole indigestión de tan solo imaginarlo. ¿Él? ¿Por qué de todas las personas posibles siempre terminaba dependiendo tan absurdamente de él? Suspiró derrotada y abatida. No había más que hacer; el asunto era crítico y necesitaba tomar medidas ya, sin importar que estas fueran por demás desesperadas.

Muy bien, síganme —les pidió a los dos comenzando a caminar—. Les conseguiré un lugar en el que puedan quedarse estos días. Mi casa no es segura y no puedo arriesgarme.

¿Dónde nos quedaremos? —quiso saber Kadin, incauto—. ¿En casa de algún amigo tuyo?

No exactamente, pero espero que los acepte y estén lo suficientemente cómodos.

Si no es amigo, ¿qué es? —cuestionó ahora Tare, de pronto de mal humor.

Un extorsionista —respondió ella en un tono que denotó no quería más preguntas al respecto.

Ellos se sintieron inquietos, pero respetaron su deseo de mantenerse en silencio al ver que ella se sumergió en sus pensamientos. Llegaron a una zona de complejos cuyos edificios no eran más de dos pisos de alto, pero que se extendían a varios metros a la redonda. Mina se había vuelto cliente habitual de él ya que lo rentaba regularmente, simplemente para hacerle pasar un rato complicado a manera de venganza por todo lo que la hacía pasar, aunque claro, ella no salía tan bien librada a la hora del pago, pero la satisfacción de verlo en dificultades nadie se la quitaba. De allí que hubiese conseguido su dirección, mas era la primera vez que iba a buscarlo directamente a su residencia y se hallaba un poco nerviosa. Esperaba que estuviera en casa y la atendiera, pues en serio le urgía un lugar para que Tare y Kadin durmieran.

Quédense aquí en lo que voy a hablar con él —dijo a los hombres. No quería que la vieran ser timada por ese bribón; sería humillante.

¿No necesitas apoyo? —indagó Kadin, preocupado.

No, sé cómo tratarlo. Ya vuelvo.

Caminó buscando el número que creía era el correcto, pues no lo recordaba con exactitud. Menos mal que su complejo quedaba en el primer piso, ya que no tendría que perder tiempo subiendo y bajando escaleras. Cuando encontró el que pensaba era el número correcto, se colocó frente a la puerta y tocó el timbre que sonó muy fuerte, rogando que sí fuera allí donde viviera. No esperó mucho porque la puerta se abrió dejando al descubierto a un hombre joven, delgado, alto, de cabello negro, que vestía como si estuviera listo para salir a una reunión formal a pesar de ser ya noche, y cuyos chispeantes ojos áureos la miraban con asombro mezclado con deleite, en tanto le mostraba una sonrisa amplia, confianzuda y que enchinaba la piel.

¡Oh, Mina! —exclamó Odín, encantado y con su usual entonadita—. Qué grata sorpresa encontrarte por aquí, aunque no creo que pueda llamársele coincidencia al hecho de que estés justo frente a mi puerta, ¿o sí?

Apuesta a que no —Mina lo miró con los ojos entrecerrados, perturbada por su aparente emoción de verla—. Necesito un favor.

Sabes que no hago favores —replicó a su vez sin dejar su sonrisa, apoyando su costado en el umbral de la puerta y colocando las manos en los bolsillos, tomando una posición despreocupada.

Y tú sabes a lo que me refiero.

Te escucho.

Necesito un lugar en el que un par de amigos puedan quedarse a dormir algunos días, y lo necesito ya.

Odín enarcó una ceja al escucharla. Solo con ella pasaba de ser extorsionista a ser amigo rentado, y ahora a agente de bienes raíces. Sonrió más si era posible.

Vaya, puede ser realmente complicado encontrar a alguien que acepte acoger a unos extraños, ¿sabes? Y más a estas horas. Están por ser las diez.

Lo entiendo y la cuestión es que necesito que el lugar esté relativamente cerca de mi casa, por lo que pensé en tu apartamento.

¿Disculpa? —Ahora alzó las dos cejas, tomado fuera de lugar. ¿Pasaban apenas unos segundos y ya era gerente de hotel?

Vamos, voy a pagarte, ¿cierto? ¿Cuál es el problema?

No, si no digo que haya problema —aceptó retomando su carácter risueño—. De pronto me ha causado curiosidad. Lo que me pides es más bien algo que un buen amigo puede hacer por ti y gratis. ¿Por qué no le pides ayuda a tu novio?

Helio no es mi novio, te lo he dicho cientos de veces —corrigió ella disgustada de que siempre los relacionara de esa forma.

Muy bien —concedió él, condescendiente—. ¿Por qué no le pides ayuda a tu no novio?

La rubia abrió la boca sin saber realmente qué decir y el negociante notó su turbación.

Uy —Odín alargó la palabra en tono cantarín y acusador—. Me huele a traición. ¿Vorágines en el crucero del romance?

Ya basta. No tengo por qué darte explicaciones de nada. No es tu asunto —reclamó ella ruborizándose por verse descubierta otra vez. ¿Tan transparente era? La risa de él la irritó todavía más, dándole a su rostro un tono de rojo más intenso.

Descuida, tampoco es algo que me interese. Puedo ofrecer mi espacio para tus amigos sin inconveniente, pero el precio aumenta considerablemente.

Como si no supiera que ibas a aprovecharte de eso. A ver, ¿cuál es el costo?

Se cruzó de brazos esperando lo inevitable, estando preparada para lo que fuera, o eso pensó ella, pues cuando la mirada de él brilló misteriosamente y con complacencia aterradora, un sudor frío le recorrió la espalda y tragó duro. La sonrisa de Odín se ensanchó y en tono jovial soltó:

Tu colección de tarjetas de béisbol.

¡Qué! —gritó por demás tomada con la guardia baja, estupefacta—. ¿Estás loco? He invertido mi vida en ellas; mucho tiempo, energías, ¡dinero! Algunas son verdadera reliquias; valen oro.

Precisamente por eso sacaré una buena ganancia cuando las revenda en internet. ¿Tienes idea de cuánto puede subir su precio en subastas? El doble.

Olvídalo si crees que voy a hacer que te enriquezcas a costa mi esfuerzo, chantajista desalmado.

En ese caso, pasa una gloriosa velada —se despidió tomando el picaporte de la puerta para cerrarla.

¡Espera!

Mina puso su pie entre el umbral y el ala de madera para evitar que la cerrara en sus narices. Lo miró con todo el coraje del mundo sintiéndose vilmente usurpada, humillada y derrotada, pues no podía rechazar esa oferta, simplemente no podía. Se tragó su bilis procurando no llorar frente a él ante la impotencia que la embargó, contestó con voz cargada de resentimiento y ronca por aguantar tantos sentimientos:

Tú ganas. Trato hecho.

Gracias por tu preferencia y como siempre, ha sido un placer hacer negocios contigo —le dijo Odín con autosuficiencia abriendo la puerta completamente, ganándose una mirada iracunda por parte de ella—. ¿Vienen tus amigos contigo? Si es así, anda, ve por ellos. No los prives de su provisional morada. No sería apropiado y mucho menos inteligente teniendo en cuenta cuánto pagarás. Vamos, sirve que hago el contrato.

Mina le lanzó una última mirada fulminante antes de darse la vuelta y dirigirse a donde había dejado a Tare y Kadin esperando, diciéndoles que ya tenía un lugar para que pudieran descansar, así que los tres entraron al hogar del cineasta. Mina nunca había entrado, así que le hizo un poco de ilusión o curiosidad saber cómo era. El complejo no era grande, en realidad. Justo al entrar, a mano derecha, estaba la sala bien amueblada con tres sillones de diferente tamaño, una mesa en el centro, un mueble donde estaba un estéreo, un reproductor de DVD y libros. En una de las paredes colgaba una pantalla plasma de alta definición rodeada por cuatro bocinas de sonido, de igual forma incrustadas en la pared y solo había una ventana que daba al exterior. La cocina estaba a la izquierda de la puerta principal, con los muebles y equipo respectivos. Después había un pequeño pasillo al fondo, que conducía a dos puertas; una quedando paralela a la entrada y la otra escondida un poco más a la derecha, ambas cerradas. Era todo.

Lo que sí detallaron los tres fue la pulcritud en toda la superficie y lo bien iluminado que estaba por los focos del techo y las diversas lámparas, siendo de luz blanca todos. Parecía ser que a Odín le gustaba la luz y la claridad. El propietario salió de la puerta que quedaba equidistante a la principal, evidenciando así que esa era su habitación, y teniendo en su poder el contrato, se acercó al trío, ofreciendo una sonrisa amistosa a los que serían sus inquilinos.

Ustedes deben ser con quienes tendré que convivir a partir de hoy. Mucho gusto, soy Odín, estoy a su completo servicio y espero que su estadía aquí sea formidable.

Gracias —respondió el príncipe igual de cortés que él—. Mi nombre es Kadin y él es Tare.

Reitero, un gusto. Mina, ¿podrías firmar el contrato, por favor? Me gustaría cerrar el acuerdo cuanto antes.

Claro —Mina tomó los papales y la pluma que le ofrecía para hacerlo.

¿Acuerdo? —Tare alzó una ceja, inquisidor.

Así es —respondió Odín firmando también en cuanto Mina terminó—. Creí que Mina les habría informado que permitiría su estancia aquí a cambio de algo.

No, no lo comentó —Tare miró a la rubia con el ceño fruncido, en desacuerdo, y ella tan solo se encogió de hombros.

Oh, ustedes no tienen de qué preocuparse, no tendrán que darme nada —explicó el de orbes dorados—. Eso ya ha quedado arreglado. Tampoco deben preocuparse por el límite de tiempo; momentáneamente es indefinido, así que por favor, siéntase en su casa. Son libres de usar lo que sea que necesiten. El baño, que también es el cuarto de lavandería, es este de aquí —Señaló la puerta que estaba a un lado de la de su recámara—. Simplemente les pido respeten mi privacidad y no irrumpan en mi habitación bajo ningún concepto sin mi autorización.

Pierde cuidado. No contemplamos pasar mucho tiempo aquí. Tan solo queríamos un lugar para llegar a dormir —informó Tare, sereno.

Comprendo. Sin embargo, tendrán que perdonarme por lo de esta noche. No cuento con colchones o colchonetas extras, así que alguien tendrá que dormir en el sillón grande y alguien más en el suelo en lo que consigo algo más adecuado.

Tampoco es necesario —volvió a hablar el moreno—. El sillón es perfecto para Kadin y yo puedo dormir en el suelo sin dificultad. Con un par de mantas más y listo.

De acuerdo, como deseen.

Am, disculpa, ¿Odín, cierto? —Kadin lo nombró dudoso y él asintió entregándole toda su atención. El castaño apuntó la gran televisión—. ¿Por qué tienes un cuadro oscuro aquí?

¿Perdón? —Odín se limpió una oreja con el meñique en vano intento de sacar lo que fuera que estuviera obstruyendo su sentido del oído, pues no creía haber escuchado la pregunta bien.

Este cuadro negro no se ve bien aquí —siguió diciendo el príncipe, convencido de lo que hablaba—. Deberías cambiarlo por otro con algún paisaje. Sería más alegre.

Odín no pudo evitar mirar a Mina parpadeando repetidas veces, por demás confundido y cierto recelo. ¿Con qué clase de extrañas personas mantenía relación? En tanto, la joven no hizo más que golpearse la frente con la mano, negando con la cabeza y enrojeciendo de vergüenza ajena.

¿Amish? —se preguntó Odín ladeando la cabeza, enfocando a Kadin unos instantes antes de volverse a mirar a Mina—. ¿Menonitas?

No —negó ella—. Digamos que vienen de una tierra, muy, muy lejana.

Ya veo. En fin, recuerden que están en su casa. Si me disculpan, me retiro; tengo trabajo que terminar. Con su permiso —Odín se dirigió a sus aposentos, pero antes de desaparecer tras la puerta, se volvió a mirar a la rubia—. Ah, por cierto, el inmueble tal cual junto con el mobiliario no son parte del trato, por lo que cualquier daño a ambos será pagado por separado.

¡Qué! ¿Tengo que darte tanto y para que no cubras eso? —se exasperó ella, molesta.

Es tu culpa —Odín la miró con diversión—. Esa costumbre tuya de no leer el contrato antes de firmarlo es muy mala. Bueno, que todos tengan dulces sueños.

Y con eso, se encerró en su cubículo, dejando a Mina por demás disconforme y airada. No cabía duda de que ese tipo era un miserable, aprovechado y convenenciero. ¡Era odioso! 
Sin tiempo que perder

Y habría continuado echando pestes sobre su potencial salvador de no haber sido porque el estómago de, en esta ocasión, Kadin, se escuchó por la estancia, así que Mina decidió pedir una pizza a domicilio para saciarse, ya que ella también tenía hambre. Habría preparado algo ella misma, pero al abrir los gabinetes y el refrigerador de Odín no había encontrado nada. Seguramente se daba el lujo de ir a comer fuera todo el tiempo. La pizza llegó escasa media hora después y la degustaron con voracidad, o al menos ella y Kadin. Luego, el príncipe pidió que le mostrara cómo funcionaba la televisión una vez Mina le hubo explicado lo que era, así que la encendió y el hombre se vio sumergido en las imágenes de la pantalla, maravillado, por lo que ni cuenta se dio que Tare y Mina salieron un momento.

¡Cielos! ¡Qué día más agotador! —exclamó ella a modo de suspiro, estirando sus músculos—. ¿No crees?

Miró a Tare, quien parecía concentrado por completo en el cielo estrellado, así que ella también lo observó, logrando que ciertas memorias rebobinaran en su cabeza con nitidez asombrosa.

Son las mismas —habló él en un susurro intentando no romper la quietud del ambiente—. Esperaba ver algo en las estrellas que me corroborara que no estoy en casa, que estoy en un mundo diferente, que lo que ha pasado hoy es real, pero no encontré nada. Las estrellas son iguales aquí que allá.

¿Tú crees? Pienso que es cuestión de perspectiva. Para mí hoy sí que lucen diferentes —Mina sonrió mirándolo, ganándose su atención—. Se ven más brillantes, más bonitas.

La expresión de Tare cambió a una de ligera perplejidad, mas casi al instante retomó su seriedad, desviando la mirada de ella. Suspiró a punto de darse la vuelta para regresar a la vivienda, dispuesto a descansar y decirle a Mina que hiciera lo mismo, cuando sintió que los brazos de ella lo aferraban de improvisto y con fuerza, asombrándolo. Ella sintió el cuerpo de él tensarse ante el contacto y que la turbación emanaba de cada uno de sus poros, pero no lo soltó. Al contrario, lo estrujó con más energía, siendo imposible ocultar el temblor que invadió su cuerpo, escondiendo su rostro en el pecho de él, llenando sus pulmones de su natural aroma, disfrutando el momento.

Te extrañé mucho, Tare —confesó con voz trémula, a punto de quebrársele y sofocada al no apartarse ni un milímetro de él—. En verdad te extrañé muchísimo.

Tare se mantuvo paralizado unos instantes, sintiéndose terrible por escucharla casi a punto de llorar y por sentirla estremecer contra él. El calor que su cuerpo entero le brindó al suyo, así como la fragancia de ella que inundó su nariz, fue un aviso, un indicio de que estaba totalmente perdido en ella, por mucho que intentara negarlo, y cediendo finalmente a esa pequeña pero significante tentación, alzó sus brazos para colocarlos alrededor de la figura femenina, en un abrazo firme y suave.

Yo también te extrañé mucho, Mina —admitió en un hilo de voz, colocando su barbilla en la cabeza de ella, relajándose por primera vez desde que llegara.

Acurrucada contra él, Mina sonrió feliz. Era lo que necesitaba; por el momento, saber eso era lo único que le hacía falta. Eso y estar unos minutos más así, juntos, abrazados, como si nada más en el mundo o fuera de él existiera.



Un nuevo día llegó para Mina, quien se vio forzada a abrir los ojos de su sueño placentero ante la insistente alarma del celular. Gruñó con fastidio dándose vuelta en la cama para tomar el aparto y callarlo. Bostezó con pereza estirándose sin dignarse levantar. Se acomodó del lado que dormía y descubrió la capucha negra de Tare. Era verdad, tenía que arreglársela, pero al menos le había funcionado bien como muñeco de felpa. La tomó y la abrazó aspirando la esencia que desprendía, tan propia de Tare, y recordó el abrazo que compartieron la noche anterior. Suspiró antes de fruncir el ceño. Ser una enamoradiza cursi no era para ella; se sentía ridícula. Eso sí, muy alegre.

Se levantó con desgana para darse un baño ya que ayer no pudo pues llegó a casa directo a la cama. Por la tarde tenía trabajo; otro par de casas para limpiar y otra en la que debían pintar la cerca de madera. De allí que les prometiera a Tare y Kadin que estaría con ellos por la mañana y antes de irse al trabajo los dejaría en un lugar lo suficientemente lleno de chicas como para que aprovecharan el rato buscando a la princesa que necesitaban, en lo que ella regresaba por ellos. Así que no perdió tiempo y se duchó velozmente, se cambió, tomó su celular y la billetera, así como el montón de tarjetas de béisbol, las que ató con una liga, para pagarle de una vez a Odín. Se peinó el húmedo cabello poniéndose la liga en la muñeca para atárselo cuando se le secara. No le gustaba traerlo suelto porque le parecía un incordio, por mucho que lo prefiriera largo.

Viéndose lista, se dispuso salir de la casa con prontitud increíble sin siquiera molestarse en mirar al frente al concentrarse en cerrar la casa, por lo que no notó el cuerpo que estaba de pie justo frente a la puerta, a punto de tocarla, así que colisionó de lleno con él. Y aunque el impacto fue duro y la sorprendió lo suficiente como para hacerla retroceder, unos brazos cálidos y cariñosos la envolvieron con una fuerza que le resultó extremadamente familiar, al tiempo que una voz la saludaba alegre.

Buenos días, mi activo corazón.

¡Helio! —lo nombró ella, disgustada forcejeando para liberarse—. ¿Qué haces aquí? ¡Suelta!

Te dije que quería almorzar contigo y he venido a hacerlo —informó él sin soltarla a pesar de los intentos de ella.

Y yo te dije que ya había hecho planes con mis visitas. Voy a buscarlos ahora mismo, así que suelta y vete.

Pueden venir con nosotros.

No, que no les gusta los desconocidos, ¿no entiendes?

Precisamente para ya no ser desconocidos es que quiero conocerlos.

Te he dicho que no y es no. ¡Con un demonio, suéltame!

Helio no lo hizo, lo que irritó a Mina. No tenía tiempo para perderlo con él. Cada minuto que transcurría era uno que pasaba lejos de Tare y no podía darse ese lujo, por lo que usando la mayor de sus fuerzas, consiguió hacerse un hueco entre lo estrecho del apretón y pudo golpearlo bajo las costillas, logrando que la liberara. Mina se alejó rápidamente de él antes de que se recuperara y volviera a atraparla. En tanto, Helio se sujetó el costado afectado, abriendo los ojos por demás atónito. Mina nunca lo había golpeado para zafarse de alguno de sus abrazos. Reclamaba, empujaba, forcejeaba y demás, pero nunca lo golpeaba. ¿Qué estaba pasándole? Estaba actuando muy extraña y eso lo inquietó. Lo hirió que ella había continuado su camino sin parecer importarle si le había hecho mucho daño o no. Corrió tras ella.

¡Espera, Mina! —La sujetó por el brazo cuando no se detuvo.

Maldición, Helio, no estoy para esto. Déjame ir —le exigió soltándose con brusquedad, mirándolo molesta.

¿Qué te pasa, Mina? No estás siendo como tú el día de hoy. ¿Es por tus visitantes? ¿Quiénes son? ¿Por qué son tan importantes si no son ni tu familia?

Si estoy actuando diferente es porque me está retrasando mucho. ¿Y qué hay de malo con querer estar con amigos a los que no ves desde hace mucho tiempo, eh? Intenta entender que quiero aprovecharlos, pasar tiempo con ellos sin distracciones de ningún tipo. Lo pregunto en serio, ¿es tan difícil que me dejes en paz los próximos días?

Definitivamente Mina no estaba siendo la de siempre; en su voz pudo reconocer su ligero tono de desespero y reproche. Tal vez esas visitas podían ser muy queridos amigos, pero estaban sometiéndola a demasiado estrés. Helio iba a decir algo cuando el celular de la rubia sonó. Mina lanzó una maldición comenzando a detestar enormemente el tono de las llamadas a pesar de que se tratara de una de sus canciones favoritas.

¿Qué? —respondió de mala gana, sin mirar el número otra vez.

Mina, ¿qué tienes? Eso fue grosero —escuchó a Ruth un poco dolida por su mala contestación.

Lo siento, Ruth —se disculpó tranquilizándose un poco—. Me he levantado del lado equivocado de la cama.

¿Y yo tengo que pagar los platos rotos por ello?

Ya te dije que lo siento y mejor me dices por qué me llamas. Tengo algo importante que hacer.

Creo que tendrás que cancelar eso, Mina. La señora Gladys me llamó y dice que vayamos a limpiar su casa ahora mismo. Parece que saldrá con su familia antes de lo previsto.

¿Qué? —vociferó por demás asombrada—. No puede ser, ya tenía planes.

Tienes que cancelarlos. Sabes que la señora Gladys no confía en nadie más que en nosotras, así que no puedo llevar a Todd para que te cubra y tampoco puedo yo sola con el quehacer —rogó la pelirroja.

Pero... Es que... ¡Agh! —la frustración la inundó y pataleó el suelo por demás furiosa. ¡Estúpidas responsabilidades!—. Bien. ¿Estás en tu casa? Voy para allá.

Sí, aquí estoy, te espero.

Colgaron y la rubia lanzó al aire mil y un injurias entre dientes, odiando su situación y luego se propuso marcar el número de Odín para ver si le hacía el favor (ajá, favor que le costaría bastante) de decirle a Tare y Kadin que no podría estar con ellos temprano y que la esperan en el apartamento. No obstante, recordó que todavía no liquidaba su deuda más reciente, por lo que seguramente ni la escucharía. Bufó. ¡Que se fueran al diablo él y sus políticas de negociante!

Mina —Helio la llamó con suavidad para no perturbarla más de lo que parecía, mas no funcionó porque ella lo miró con ira—. ¿Necesitas que te lleve a algún lado? Tengo mi auto.

No gracias.

Comenzó a caminar en dirección contraria al complejo de Odín, hacia el hogar de Ruth, deseando llegar a la casa esa y limpiarla rápido. Se olvidó de Helio, quien montó su auto.

Y mientras eso sucedía con Mina, en su residencia temporal podían contemplarse a Kadin y Tare sentados en el largo sillón que el príncipe había utilizado para dormir, esperando a que la joven hiciera acto de presencia como había dicho que haría; mas los minutos pasaron hasta formar más de una hora. y fue cuando el moreno decidió que era suficiente. Se puso de pie.

No creo que vaya a venir, así que será mejor que nosotros hagamos algo por nuestra cuenta. En verdad no podemos perder tiempo, Kadin —declaró dirigiéndose a la puerta principal.

¿Está bien eso, Tare? —cuestionó el ojiverde, siguiéndolo—. ¿Qué tal si nos perdemos? La casa quedará cerrada.

Odín me dejó la llave antes de irse esta mañana; tú dormías. Además, le pedí la dirección exacta, por lo que siempre podemos pedir indicaciones para regresar. No soy tan malo orientándome.

¿Y qué pasa con la comida?

Desgraciadamente esa sí es una limitación, pero quedándonos aquí tampoco obtendremos alimento, así que mejor aprovechamos las energías que tengamos. Lamento pedirte esto, ¿pero podrías soportar el hambre por este día, por favor?

Supongo que sí —confirmó al tiempo que los dos salían de la zona de complejos—. ¿Y a dónde nos dirigimos exactamente?

Tampoco tengo un destino fijo —aceptó llevándose una mano al mentón, pensando que quizás hubiese sido mejor planear un poco más las cosas—. Por el momento caminemos simplemente e intentemos acercarnos a las damiselas que nos encontremos. Después ya veremos.

Kadin asintió e hizo tal cual su amigo le había pedido. Se la pasaron de esa manera un buen rato hasta que arribaron a lo que era una plaza pública que estaba llena de gente, aunque en su mayoría se trataba de personas de la tercera edad que se mantenían sentados en las bancas de la misma plazuela, conversando amenamente. Los dos rodearon la plaza encontrando a un grupo de jóvenes en uno de sus laterales, por lo que Kadin se acercó a ellas para continuar con su misión, y aunque no pudo conversar mucho porque llevaban prisa, no importó ya que el castaño no sintió que alguna de ella fuera la indicada.

Suspiró de pronto abatido, y siendo soñador como era, se preguntó si en verdad lograría encontrar a aquella muchacha que sería su alma gemela, o si tendría que regresar al cuento para enamorarse de alguien que lo dejaría como tantas veces había pasado a pesar de no recordarlo. Tare se sentía culpable por haberle borrado las memoria tantas veces en contra de su voluntad, pero comprendía que lo había hecho por el bien del cuento. Además, su amigo le había confesado que lo hizo también para que no sufriera más. Parecía ser que cuando la princesa de su mundo dejó de lado su papel y fue desterrada, él había entrado en una depresión terrible, pues se había sentido un traidor para con ella al tener que cumplir su papel con otra. Y aun ahora, a pesar de que no recodaba a su princesa original ni el amor que pudo profesarle, se preguntaba con pesar si ella tomó esa decisión porque era aburrido estar con él, o si fue porque no se sentía satisfecha con el cariño que le brindaba.

¿Kadin? —Una voz lo llamó sacándolo de sus cavilaciones y se volvió a mirar a la dueña asombrándose de su buena memoria al distinguirla como una de las tantas señoritas a las que conoció ayer.

Hola, ¿qué tal te va? —la saludó con una sonrisa amable viendo que iba con las mismas amigas de ayer, quienes también le sonrieron amigables.

Bien, dime, ¿qué haces?

Oh, busco un sitio en el que haya muchas jóvenes damas, pero como te dije ayer, soy nuevo aquí y no conozco la ciudad —explicó sin más, como si fuera lo más natural del mundo.

¿En serio? —ella rio divertida—. Pero mira, ta inocente que te veías y resulta que eres un gigoló, ¿eh? Te gustan mucho las chicas, ¿verdad? —lo golpeó ligeramente con picardía.

Pues sí, no lo niego —aceptó no viendo lo extraño del asunto, aunque sí estaba confundido por la reacción de ella.

En ese caso déjame ayudarte. Mis amigas y yo íbamos precisamente a un lugar donde hay muchas chicas. Puedes venir y te presentamos a alguna que te guste —le guiñó el ojo.

¿De verdad? —aquello ilusionó mucho al príncipe—. Muchas gracias.

No hay de qué. Oh, ese es amigo tuyo, ¿verdad? —apuntó a tare, quien se mantenía alejado, mirándolos.

Así es.

Bueno, que también venga y le conseguimos a alguien que le quite lo tímido.

No te preocupes por él. No está interesando en buscar a una mujer. Sus intereses son otros —informó Kadin refiriéndose a que deseaba acabar con esa labor que les fue encomendada y regresar a su mundo, pero como la muchacha no sabía el asunto completo, lo interpretó de forma diferente.

Oh, entiendo, entiendo. No hay problema, no somos prejuiciosas; respetamos a esa gente. Puede venir con nosotros también.

Eso suena estupendo, iré a decírselo —dijo el castaño, emocionado, y fue a contarle todo a Tare—...Y nos invitaron a conocer a más amigos. Anda, aceptemos la invitación, ¿sí? —imploró mirándolo con ojos brillantes.

Supongo que está bien —accedió muy poco convencido, pero creía que era mejor que vagar sin rumbo.

Kadin casi saltó de alegría y lo tomó del brazo para conducirlo con sus nuevas y amables amigas, quienes los conducieron a lo que era otro club diurno muy popular. En el trayecto, los tratos diferentes y extraños que las jóvenes mostraron para con Tare, además de hablar constantemente sobre sus “preferencias” sobre algo de lo que no estaba seguro de comprender, le dieron al pelinegro un mal presentimiento que le ocasionó un escalofrío.


Lo que mal empieza, continúa regular

En tanto, Mina y Ruth terminaron con su primera tarea del día y la pelirroja le sugirió a Mina que almorzaran y esperaran juntas a que la hora del otro trabajo llegara. Sin embargo, Mina le dijo que no podía y sin mucha más explicación, se alejó de ella despidiéndose con un rápido movimiento de mano asegurándole que la vería al rato. Se montó al camión de la ruta que la dejaría más cerca de la residencia de Odín. Corrió veloz una vez hubo desmontado, entrando a la zona de complejos, dirigiéndose al del negociante. Tocó con energía varias veces, pero nadie respondió. No estaban; se habían ido.

Pateó la puerta por demás furiosa. Tare era un idiota por ser tan impaciente y no esperarla un poco más; Odín era un torpe por no vigilar a sus ignorantes inquilinos. ¡Que los partiera un rayo, le daba igual! Ojalá Kadin y Tare se perdieran para que se les quitara lo desesperado. Un estremecimiento la invadió de tan solo pensar en esa posibilidad. Negó con la cabeza; no era verdad. Si algo le pasaba a Tare nunca se lo perdonaría; ni a él ni a ella. Ese mundo no era como el de él, era más peligroso, por lo que debía encontrarlos ya. Se dio la vuelta lista para retomar su paso cuando distinguió un auto conocido que se estacionaba frente a ella y del que Helio bajó, mirándola con ojos opacados por la molestia.

Aquí vive el extorsionista, ¿no es así? —inquirió con desagrado total recordando que una vez Mina le había dicho a Ruth que había conseguido su dirección, la que estaba por aquí—. ¿Esto era lo tan importante que tenías que hacer? ¿Venir a verlo?

¿Me seguiste? —inquirió ella sintiendo su sangre hervir—. Helio, ¿me seguiste? ¿En serio?

Si no te hubieras comportado tan rara no lo habría hecho. Estaba preocupado.

Eso no te da derecho a seguirme —lo reprendió por demás disgustada.

¿Por qué, Mina? ¿Por qué vienes a verlo? ¿Qué puede hacer este sujeto que no pueda hacer yo por ti? —Los celos fueron evidentes en la voz del hombre al verse distorsionada por los mismos.

¡Ay, no puede ser! —exclamó la rubia sin dar crédito a lo que escuchaba, cubriéndose el rostro con la mano. Helio estaba dirigiendo sus achares a la persona equivocada—. No está pasándome esto.

Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, Mina —siguió diciendo Helio—. No necesitas de ese pérfido codicioso. Anda, dime, ¿qué quieres que haga?

Te lo he dicho muchas veces y no lo cumples. Déjame en paz los siguientes días. Al menos Odín siempre cumple su parte del trato.

Lo que le pedía lo lastimaba enormemente porque no comprendía. ¿Por qué ese afán de correrlo de su lado? Era cierto que siempre exigió que guardaran sus distancias, sobre todo a la hora de las muestras de cariño, pero nunca había deseado que se borrara del mapa que era su vida por determinado espacio de tiempo. ¿Por qué ahora? ¿Qué le ocultaba? Iba a indagar eso cuando el estómago de ella rugió sonoramente, haciendo que se lo cubriera, avergonzada. Siempre sonaba en los momentos menos oportunos.

Déjame invitarte a almorzar, Mina, por favor —pidió él otra vez, apesadumbrado.

Mina iba a negarse nuevamente, pero sintió el característico dolor que le indicó que las tripas estaban comiéndose la una a la otra, por lo que asintió, resignada. No era como si pudiera hacer lo que había planeado hacer con Tare y Kadin dado que habían decidido salir por su cuenta. ¿Pero por qué no pudieron aguardar por su llegada un poco más? Tan solo se había retrasado por casi tres horas, pero no era demasiado, ¿o sí? A quién engañaba, ella tampoco hubiera esperado si treinta minutos. Además, necesitaba recuperar energías para ponerse a buscarlos; estaba muy preocupada por ellos. Servía que se hacía la hora de que Helio entrara a trabajar y la dejara tranquila a ver si los encontraba... Aunque tenía la ligera sospecha que eso podía ser muy entrada la tarde y no podía perder tiempo. Los dos montaron en el auto de él.

Arribaron al estacionamiento de una de los muchos restaurantes de la ciudad y detuvieron el auto en uno de los espacios libres designados para los clientes. Mina había querido caminar a cualquier establecimiento de comida rápida, pero Helio le dijo que quería llevarla a un lugar más decente sin importar que le saliera un poco más caro, después de todo, era él quien la invitaba y no le molestaba gastar su dinero en ella. Y Mina lo reconocía, Helio era un encanto de persona, un amigo maravilloso y muy querido para ella; por Dios que no era ciega. Sin embargo, no terminaba por gustarle del todo; sus atenciones desmedidas y personalidad dulzona no la inclinaban a intentar siquiera enamorarse de él.

Bajaron del auto al mismo tiempo que otro se estacionaba a un lado del de Helio y de él baja nadie más ni nade menos que Anahí, quien llevaba su cabello negro atado en una coleta baja a un lado que le caía sobre el hombro, y que usaba un fresco vestido veraniego con estampado de flores y de tirantes que terminaba por encima de las rodillas, además de las sandalias a juego y una bolsa blanca. Al verla, Mina creyó que otra vez estaría en su papel de acosadora, mas desechó el pensamiento cuando ella los descubrió y la sorpresa de verlos fue tanta o mayor a la suya, que hasta se echó para atrás.

Mina —Anahí la nombró por demás asombrada, posando sus ojos en el castaño fugazmente, sin ser capaz de sostenerle la mirada por más de un segundo.

¿Qué hacer? ¿Por qué tuvo que encontrárselos precisamente allí? Ganas de huir e ir a otro sitio a almorzar la asaltaron, pero no. No se pasaría el resto de su existencia corriendo como una cobarde. ¡Tenía más orgullo que eso! Así que alzando la cabeza con soberbia y colocando las manos en la cadera, preguntó:

¿Qué haces aquí, Mina? Últimamente te encuentro en lugares a los que no irías jamás.

Es por asuntos que me superan por completo, créeme —respondió la rubia poniendo los ojos en blanco—. ¿También vienes a almorzar?

Soy cliente habitual de este restaurante. Vengo un par de veces por semana.

¿Tú sola? —cuestionó ahora Helio lanzándole una mirada que la morocha no pudo descifrar y que la hizo sentir su rostro arder.

¡Por supuesto que no! ¿Quién te crees que soy? —se puso a la defensiva—. Tengo muchísimos amigos que me acompañan a donde quiera y cuando quiera. Hoy simplemente todos están ocupados.

Pues qué afortunada eres —dijo Mina con una sonrisa, maquinando—. Podríamos comer los tres.

¿Qué?

La exclamación salió sofocada de la garganta de Anahí, que se vio perpleja por la invitación. Cuánto quería decir que sí, si con ello podía pasar un rato con el hombre podía desechar su amor propio un momento, pero fijando su atención en Helio rápidamente, pudo discernir el desagrado que la idea le provocó al ver que su ceño se fruncía y sus ojos eran velados por ¿la repugnancia? Se tragó las ganas de llorar que la atacaron.

No gracias —se negó intentando controlar el son de su voz para que no se quebrara, en tanto comenzaba a caminar con sus ínfulas de siempre—. Procuremos no arruinarnos el día con situaciones forzada y comprometedoras, ¿de acuerdo?

¿Quién dice que son forzadas? —Mina la siguió—. Tengo ganas de hablar contigo.

Pues luego hablamos, las dos, solas —declaró enfatizando lo último.

Pero si hasta Helio tiene ganas de conversar contigo.

Anahí no pudo reprimir la pequeña risa sarcástica que brotó de su boca y avergonzada se la cubrió rápidamente. Helio la miró sorprendido. ¿Qué significaba esa reacción? ¿Qué clase de concepto tenía Anahí de él? ¿Uno de despiadado; insensible; desinteresado? Podría ser. Después de todo, la había hecho sufrir mucho e incluso la había golpeado. Eso era algo que no lo dejaría en paz nunca. Su estado de amargura y la histeria de ella no habían sido excusas suficientes para que le diera la bofetada que le había dado hace tanto tiempo. Y cuando terminaron, sí que le molestó que la chica se desquitara con Mina debido a que ella no tenía la culpa de nada... Pero para Anahí todo lo que había pasado entre ellos no había sido más que una cruel broma de ambos, así que al menos él sí que se sentía merecedor de los insultos que le dedicó ese día.

Suficiente, Mina —la voz disgustada de Anahí lo sacó de sus pensamientos—. Deja de obligar a la gente a hacer cosas que no quiere.

No, si es por mí, está bien. Estoy de acuerdo en que nos acompañes —intervino Helio nuevamente.

No tienes que hacerlo simplemente porque Mina lo quiere —espetó la pelinegra con acerbidad.

No es por eso —aseguró Helio mirándola fijamente—. Pasar un rato con una amiga siempre es agradable.

¿Amiga? —Eso la desencajó mucho. ¿Significaba que no la odiaba?—. ¿Me crees tu amiga? Se supone que no me soportas, ¿cierto?

Cielos, no. ¿Quién te dijo eso? Eres... —Helio se rascó la nuca, nervioso, sin estar seguro de cómo continuar—. Eres especial de tratar, un poco difícil, supongo, pero no es que me caigas mal, o no te soporte, ni nada de eso.

Y la alegría que esa declaración provocó en Anahí fue suplida por un intenso sentimiento de estar viviendo una injusticia. No se valía; no era justo que el hombre del que quizás estaba enamorada le dijera ese tipo de cosas cuando sabía que entre ellos no podría haber nada. Por eso su orgullo se vio consumido por aquellas emociones y dejó que las lágrimas de desencanto brotaran de sus ojos y corrieran por sus mejillas.

Eres un idiota —lo insultó entre imparables y pronunciados sollozos, tomándolo fuera de lugar—. En verdad eres horrible. Has hecho que arruinara el maquillaje.

L-lo siento —se disculpó él sin saber exactamente por qué, esperando que dejara de llorar; no le gustaba verla así.

Sin embargo, pareció tener el efecto contrario cuando el llanto de ella incrementó, ahora acompañado de pequeños alaridos llenos de sentimiento. Y es que se sentía como una imbécil por mostrarse tan débil ante él, además de estar segura de que debía lucir feísima con el delineador y el rímel corridos. Pensar en eso la llevó a buscar algo en su bolso con lo que pudiera limpiarse, y por inercia, Helio hizo lo mismo, buscando en los bolsillos del pantalón, sin encontrar nada. Notando que ella seguía en su búsqueda sin muchos resultados, el castaño se dirigió a su auto y sacó una garrita que usaba para limpiar el vidrio de vez en vez; no era lo mejor, pero al menos estaba limpia. Se la ofreció y ella casi se la arrebató, limpiándose el rostro. Transcurrieron unos minutos hasta que Anahí consiguió tranquilizarle, respiró profundamente y habló intentando controlar el trémulo en su voz.

Muy bien, será mejor que entremos ya. No se preocupen que yo pago mi comida. Vamos, Mina... ¿Mina?

Tanto ella como Helio miraron a su alrededor buscando a la rubia, quien brilló por su ausencia. Anahí se encaminó al restaurante esperando que se hubiese cansado de esperarlos y decidiera ingresar de una vez, pero no estaba; la maldijo en la mente. Helio se colocó a su lado.

Se ha ido —observó lo evidente y suspiró desilusionado.

No puede estar muy lejos; no tiene auto, ¿cierto? Si la buscas puedes hallarla rápido —sugirió la mujer con un deje de acidez. Él sacudió la cabeza.

Por hoy me doy por vencido. Ya la seguí demasiado. Además, quedamos en comer juntos. No quiero incumplirte.

Anahí sintió que los ojos le escocían de nuevo, y se apresuró a buscar una mesa donde sentarse para que él no viera su constante vulnerabilidad. En definitiva, lo que estaba pasándole no era justo.



Mina casi que corría por las calles de la ciudad en tanto le daba mordiscos aislados al perro caliente que había comprado en un puesto ambulante. Menos mal que Anahí había aparecido en el momento justo para entretener a Helio lo suficiente y permitirle escabullírsele. De acuerdo, comprendía que no había sido una de sus más limpias tretas, pero necesitaba sacárselo de encima. Estaba segura de que Helio no la habría dejado sola cuando terminaran de almorzar y habría insistido en ayudarla con lo que fuera, y no podía permitirse eso; necesitaba encontrar a Tare y Kadin de inmediato, sin la presencia de él. De allí que apresurara el paso a la zona donde estaban quedándose con Odín. No podían estar muy lejos, ¿o sí? Si ella hubiese salido a algún lado en una ciudad desconocida, lo habría hecho andando por lo alrededores de su lugar de estadía.

Después de muchos minutos que se le antojaron eternos, Mina llegó a una plaza que estaba por el área. Tal vez estuvieran sentados por allí, observando a la gente ir y venir, y cuando enfocaban a una joven, Tare hacía que Kadin la abordara para ver si era la indicada. No obstante, por más que rodeó la plaza una y otra vez, así como las calles adyacentes, no los divisó. La ansiedad se asentó en su estómago y le quitó el hambre que el perro caliente no pudo quitarle; empezaba a inquietarse muchísimo. Continuó buscando con obvio y palpable desespero, pues varias personas le preguntaron si se encontraba bien. Corrieron las horas y se vio muy tentada a llamar a la policía para que la ayudaran, pero resultó que el momento de hacer los otros trabajos que tenía pendiente se presentó, por lo que cuando Ruth la llamó para confirmarlo, no hizo más que tragarse su mortificación.


Después de la tormenta, viene la calma

Mina estuvo extremadamente distraída y cometió algunos errores en su trabajo e incluso olvidó algunas cosas, como cuando pintó la cerca que tenía que pintar y no recordó no apoyarse, manchándose el costado. Su pelirroja amiga se preocupó por ella, por lo que le preguntó qué pasaba y cuando Mina le explicó superficialmente lo que pasaba, Ruth le sugirió que fuera a ver el lugar donde estaban quedándose, pues tal vez ya habían regresado y así lo hizo. En cuanto terminaron de trabajar, estando el sol a punto de iniciar su esconderse tras el horizonte, Mina corrió como alma que se lleva el diablo al complejo de Odín y tocó el timbre un par de veces, esperando que ya hubiesen llegado. No esperó demasiado, pues la puerta se abrió dejando al descubierto al negociante, mas antes de que dijera nada, ella se hizo paso e ingresó a la morada, detallando la sala vacía.

¿Y la invitación a entrar la recibiste de...? —indagó Odín alzando una ceja cuando no vio a Tare y Kadin con ella—. ¿Dónde has abandonado a mis huéspedes?

Ellos se abandonaron solos. No tuvieron la paciencia de esperarme un poco y se les ocurrió la grandiosa idea de de salir por su cuenta, así que ahora están perdidos.

Es difícil perderse por aquí, así que no creo que debas inquietarte de más. En todo caso, ¿los has buscado o intentado localizarlos?

Por supuesto que sí. ¿Qué crees que me la he pasado haciendo todo el día? Pero ni sus luces. Estoy a punto de llamar a la policía.

Insisto en que exageras. Espéralos un poco más. Todavía no oscurece del todo y tienen la dirección exacta del apartamento.

Claro, como a ti te da igual... De acuerdo, esperaré otro rato —dijo sin muchas ganas—. Por cierto, aquí está el pago —Se sacó del bolsillo trasero el manojo de tarjetas de béisbol y se los dio.

Ah, tan puntual como siempre. Muchas gracias —Odín sonrió, tomándolas—. Bueno, ahora que todo ha quedado claro y arreglado, puedes irte —Se colocó a un lado de la puerta que seguía abierta, y extendió su mano indicándole a Mina que saliera.

¿Qué? ¿Qué pasó con lo de esperar a Tare y Kadin? —preguntó la rubia, desconcertada.

Puedes perfectamente esperarlos afuera —informó el negociante sin dejar su sonrisa, tranquilo.

¡Tú, bandido descortés!

Mina lo miró con irritación total; ese tipo en serio la sacaba de sus casillas. ¿En esas estaban? Pues en esas quedaban. Lo ignoró olímpicamente sentándose en el sillón para una persona, cruzando los brazos sobre el pecho, tomándose la libertad de subir los pies en la mesita de centro, mirándolo decidida a no moverse de su sitio. Tendría que sacarla a la fuerza bruta, en brazos, o con patadas y demás si en verdad quería correrla; aunque cabía decir que ella podía ser una fuerte resistidora. Odín entrecerró los ojos ante la acción de ella, notando el desafío en su azul mirar.

Te gusta provocarme, ¿no es cierto? —cuestionó como quien no quiere la cosa, espeluznantemente serio.

Me has atrapado. Es mi pasión secreta en la vida —replicó ella con sarcasmo hiriente y él sonrió entre divertido e incrédulo.

Muy bien. ¿Quieres jugar? Juguemos.

El poseedor de orbes dorados tomó su celular y marcó un número.

Buenas noches. ¿Departamento de policía? —A Mina se le fue la sangre a los pies—. Sí, una pregunta. ¿Cuáles son los cargos por allanamiento de morada?

Odín hablaba con un tono de voz risueño e inocente, que le provocó escalofríos a Mina, quien se puso de pie. No lo haría; no se atrevería, ¿o sí? Y Odín siguió hablando:

Ah, ya veo. Hasta seis meses de prisión o una cuantiosa multa, comprendo. Verá, el asunto es que hay alguien que ha entrado a mi hogar sin mi consentimiento. La dirección es...

Mina no esperó a que diera la dirección porque salió del complejo con velocidad. Odín sonrió por demás entretenido, cerrando la puerta y guardándose el celular. Pobre inocente.

Insensible cretino. ¡Demonio! —le espetó Mina a la puerta, iracunda.

Fue una tonta al siquiera dudar que Odín se atreviera a llamar a la policía para sacarla de su casa; él era capaz de eso y más. Por demás furiosa e insatisfecha con su condición, la joven no pudo más que sentarse en la acera, a un lado de la puerta, apoyando su espalda en la pared, esperando y rogando que Tare y Kadin aparecieran pronto, o de lo contrario le daría un ataque de histeria.



Tare y Kadin caminaban por las calles de la ciudad, teniendo el ocaso del día sobre ellos, y que estaba por darle la bienvenida a la noche. Habían logrado hacer algo con respecto a su cometido gracias a la ayuda de la joven que los interceptó en la plaza aquella Ella y sus amigas habían sido lo suficientemente amables de presentarles a más chicas y de hasta pagarles una comida al mediodía, cuando el estómago del castaño reclamó por alimentos. También los habían llevado a otro lugar donde les aseguraron que habría otras señoritas a las cuales presentarle a Kadin, quien parecía bastante exigente a la hora de decidirse por una compañera. Sin embargo, en ese sitio no duraron mucho ya que Tare decidió irse de inmediato cuando un sujeto, conocido de sus anfitrionas, comenzó a, estrictamente hablando, coquetearle.

Un escalofrío de incomodidad y espanto envolvió al hombre de tan solo recordar tan perturbador episodio de su vida. ¿Qué pasaba con la gente en ese mundo? ¿Dónde había dejado la ética y la moralidad; los principios básicos? ¿Por qué seguían modas, tendencias y pensamientos tan escandalosos? Suspiró negando con la cabeza; no estaba hecho para ese lugar. Cosa que se sumaba a sus tantas razones para acabar con todo eso y regresar a su mundo; mas a pesar de ser muchos sus motivos para volver, no terminaban por pesar lo suficiente como para ganarle al único que podía detenerlo de continuar, que estaba en el otro lado de la balanza, y que para colmo también le daba varios fundamentos para irse cuanto antes. Suspiró nuevamente; era mejor no darle tantas vueltas al asunto o terminaría por cometer una insensatez. Se concentró en pedir indicaciones para regresar a su temporal hogar; según la gente a la que le preguntó, estaban cerca y él mismo ya comenzaba a reconocer los alrededores.



Mina seguía sentada en su sitio, mirando una y otra vez la hora en el celular, desesperada de que el tiempo no avanzara rápido, aunque tenía esa percepción simplemente porque lo miraba cada veinte segundos. El astro rey estaba por ocultarse por completo en cuestión de instantes, y para cuando la oscuridad iniciara su gobierno a plenitud, dejaría de aguardar tan inútilmente y buscaría ayuda de las autoridades.

¿Noticias de ellos?

La voz la sobresaltó al hallarse tan ensimismada en sus inquietantes pensamientos, así que pegó un brinco. Alzó la vista para descubrir a Odín, que se asomaba por la ventana, estando ella justo debajo de él. El hombre tenía en su boca una paleta de caramelo. La rubia volvió a mirar la hora; el mismo minuto.

No y mi tranquilidad está por abandonarme completamente —confesó con evidente desasosiego en su voz.

Luego vio que una paleta se colocaba frente a ella, siendo sujetada por una mano por el extremo del palo, y siguiendo el trayecto del brazo, volvió a encarar a Odín, quien se sacó su propio caramelo con la mano libre y hablar:

Para que te endulces la vida un poco.

Mina miró la paleta otra vez y frunció el ceño.

¿Por qué me la ofrecerías sin más? ¿Qué tengo que darte a cambio? —inquirió por demás desconfiada, retornando su visión a él.

Oh, descuida —comentó él con una sonrisa misteriosa—. Verte tan ansiosa y a punto de enloquecer es compensación suficiente.

Cínico —masculló descontenta, tomando el dulce.

Gracias, pero en serio no me gustan mucho los halagos —declaró él llevándose la paleta a la boca nuevamente, mirando el entorno.

Quedaron en silencio y Mina no hizo más que jugar con la paleta en sus manos, observándola. ¿Qué tendría? ¿Veneno? ¿Purgante? ¿Sería de un sabor muy asqueroso? ¿No tendría sabor alguno? ¿O que tal si era súper picante? Fuese como fuese, no iba a descubrirlo esa noche porque su estómago estaba cerrado a aceptar cualquier clase de alimento. Tenía un sabor muy amargo en la boca que le quitaba cualquier tipo de antojo, y creía que si comía algo, lo vomitaría. Y es que la angustia estaba haciendo estragos inimaginables en su cuerpo; como por ejemplo, el hecho de que ya sentía muy frías sus extremidades, lo que provocaba que ella misma sintiera un descenso de temperatura en su cuerpo, por lo que inconscientemente se abrazó a sí misma.

¡Oh! —La exclamación de Odín sonó ahogada por el producto en su boca, así que lo sacó otra vez para continuar—. ¿No son aquellos los extraviados?

Mina dirigió su atención a donde apuntaba, descubriendo que por la calle designada a esa zona de complejos, las figuras de dos hombres se acercaban y la rubia pudo reconocerlos como Tare y Kadin. Se levantó presurosa, sintiendo que un alivio enorme la inundaba de pies a cabeza. Estaban bien, o por lo menos lucían bien. Ganas de llorar por el sosiego que sintió en ese momento la asaltaron; estaba tan feliz. Sin embargo, casi al instante, la irritación se encendió en su interior como un fuego ardiente que la calentó, dejando en el olvido la frialdad anterior. Caminó a pasos agigantados, firmes y resonantes hacia ellos, mirándolos con el ceño fruncido en disgusto total.

¡Ustedes, par de torpes! —gritó con recriminación estando a escasos metros de ellos—. ¿Cómo se les ocurre irse así como así sin saber nada de nada, o tener nada de nada? ¿Son tontos o qué?

Estuvimos esperándote por un buen margen de tiempo —respondió Tare frunciendo el entrecejo también—. Entiende que no podemos perder un solo momento; no podíamos aguardar tu presencia todo el día.

¿Y esa es razón suficiente para aventurarse a un mundo desconocido? —inquirió ella con escepticismo.

Hasta donde sé, tú hiciste lo mismo en mi mundo. ¿Cuál es tu derecho a reclamar? —arguyó el moreno.

——Que no es igual. Yo no tengo una esfera mágica con la que pueda ver tus andanzas. Te vas y me dejas completamente preocupada.

¿Verdad que no es una sensación agradable? —Tare se cruzó de brazos esperando que Mina comprendiera un poco mejor cuánto lo había hecho batallar a él.

¿Qué rayos? ¿Estás vengándote de mí? —La rubia lo miró con disconformidad—. ¿Por una estúpida venganza te pusiste en riesgo? ¡Maldición, Tare! Este mundo no es como el tuyo. Este es muy peligroso, aquí la gente es muy mala, ¿no lo entiendes? Yo... —Mina lo abrazó con fuerza, sorprendiéndolo, en tanto dejaba drenar toda esa ansiedad y miedo que la habían agotado sobremanera—. Estaba muy asustada, realmente asustada. Si te hubiera pasado algo no sé qué habría hecho —Tembló ante el simple pensamiento.

Lo siento —se disculpó Tare abrazándola de vuelta, estrujándola con ternura en un intento de calmarla, comprendiendo que había actuado como un idiota, mortificándola de manera innecesaria. Apoyó su mejilla en la cabeza de ella—. No volveré a salir sin tu consentimiento.

Ella asintió conforme con eso, reforzando su agarre, suspirando mayormente aliviada. En su lugar desde la ventana, Odín observaba el cuadro con ojo curioso y gran interés, siendo el movimiento del palo de su paleta el único proveniente de él. Así que sí había romance de por medio, ¿eh? Bueno, nunca estaba de más saber algo extra de los clientes frecuentes, y si estaban estrechamente relacionados con él por el motivo que fuera, era mucho mejor conocerlos. En todo caso, siempre existía la posibilidad de sacar algo que lo beneficiara en cada situación. En ese momento, sin embargo, no había nada que le resultara provechoso, así que decidió regresar a su habitación a continuar trabajando antes de que la nostalgia lo atrapara. Cerró la ventana.


Tare y Mina continuaron fusionados en su abrazo por otro espacio de tiempo, en el que Kadin comenzó a sentirse incómodo y un muy mal tercio. Carraspeó para llamar la atención de sus amigos.

Chicos, no quiero interrumpirlos, pero en serio me estoy sintiendo como un estorbo no querido.

Kadin —exclamó Tare recordando que el castaño estaba como espectador y se separó de la rubia, ligeramente avergonzado por olvidarlo de nuevo—. Lamento eso.

Yo también —se sinceró Mina mirando al príncipe—. No te sientas mal, ¿quieres? También estaba muy preocupada por ti.

Siento los inconvenientes que te causamos —se disculpó Kadin, arrepentido.

Al menos ya pasó, procuremos no recordarlo...

Un rugido como el que nunca habían escuchado interrumpió a Mina, y tanto ella como Kadin dirigieron sus miradas hacia Tare, a quien se le notó el intenso sonrojo a pesar de su tono de piel y de la poca iluminación de las lámparas, pero en ese instante su estómago exigía algo que comer. Viró su rostro a un lado por demás abochornado, intentando ocultar su sentir de algún modo, cuando los otros dos soltaron las carcajadas.

¿Qué onda con eso? Ni yo me oigo así cuando tengo hambre —comentó Mina entre risas—. ¿Qué no han comido nada?

Al medio día solamente —informó Kadin intentando calmarse también.

Ya veo. Bueno, yo no he comido mucho tampoco desde hace varias horas —dijo la rubia sintiendo que el hueco en su estómago era vaciado de la pasada inquietud—. No es tan tarde, podemos ir a algún sitio a cenar, ¿qué dicen?

Me encantaría —aceptó Kadin, contento.

Yo preferiría quedarme en la casa —declaró Tare de pronto sintiéndose exhausto de sus vagancias. Él funcionaba mejor dentro de cuatro paredes.

Es una verdadera lástima porque iremos a cenar los tres —aseguró Mina entrelazando su brazo con el de él para hacer que caminara, teniendo a Kadin del otro lado—. No quiero que vuelvas a hacerme lo de esta mañana, por lo que será mejor si mantengo mi vista sobre ti.

Ya prometí no hacerlo de nuevo, ¿no confías en mí? —indagó él con extrañeza.

Tú nunca confiaste en mí, ¿por qué yo tendría que hacerlo contigo? —cuestionó a su vez, mordaz.

Dados los hecho, mi palabra tiene más fiabilidad que la tuya y con diferencia —respondió de la misma forma.

Ah, claro. Tanto así que desobedeciste el acuerdo al que habíamos llegado. Si hubiésemos hecho una apuesta habrías perdido.

Un pequeño desliz, lo admito. ¿Me recuerdas cuántas veces tú no seguiste mis órdenes e hiciste lo que se te plació?

¡Diantres, Tare! No te creía tan rencoroso.

Habla quien sugirió no recordar este episodio y es la primera que lo saca a colación.

Creo que es suficiente de su discusión —intervino Kadin al ver que Mina iba a decir algo en su defensa.

Supongo que tienes razón —concordó la joven, apaciguándose—. Mejor cuéntenme qué hicieron y cómo les fue.

Kadin le habló de sus aventuras con las chicas que los habían ayudado, y cuando mencionó el pequeño incidente de Tare que lo llevó a casi salir despavorido del segundo lugar al que los llevaron, Mina no pudo evitar reír abiertamente al imaginarse la situación, divertida a más no poder, logrando avergonzar al moreno, quien deseó desintegrarse de la faz de la tierra para no tener que experimentar tan humillante momento. Si en algo no había cambiado Mina, era en la facilidad que tenía para incomodarlo y hacer que enrojeciera con el mismo tono intenso de sus propios ojos.
  A primera vista

El día siguiente llegó, y como era sábado, Mina no tenía planes de trabajo, por lo que se dirigió a donde Odín con la intención de ir por Tare y Kadin a continuar con su búsqueda. El lugar al que irían ese día y que podía ser una buena fuente de toda clase de personas, incluidas jóvenes, era el centro comercial. Nuevamente, no era un sitio que Mina frecuentara por cuenta propia, mas sí solía ir cuando se veía arrastrada por su madre o por Ruth. Y es que ella consideraba que ir de compras era uno de los suplicios más grandes que pudieran existir; era demasiado aburrido, agotador y una pérdida de tiempo ir a ver decenas de artículos y productos que al final no compraría. Era absurdo.

Sin embargo, suponía que la princesa que buscaban debía tratarse de una chica lo más tranquila que el ambiente donde se crió pudiera permitirle ser, y que disfrutaba de las típicas actividades entre la lozanía femenina; aunque honestamente no estaba segura. En realidad, tampoco le inquietaba sobremanera hallar a la famosa princesa. Lo único que realmente le importaba era pasar el mayor tiempo posible con Tare. El taxi que había llamado los dejó en su destino.

¿Un sitio comercial? —inquirió Tare con extrañeza al ingresar a las instalaciones.

Increíble, ¿cierto? —comentó Mina negando con la cabeza—. En este mundo las compras pueden considerase un deporte o un pasatiempo más que una necesidad.

Vaya, este mundo tiene costumbres muy interesantes —habló ahora Kadin mirando a su alrededor con curiosidad—. ¿Aquí la encontraremos a ella?

No lo sé, es tan incierto como los lugares anteriores —respondió Mina encogiéndose de hombros—. Pero hay que intentarlo. Los puestos de ropa, accesorios, joyas, zapatos y ese tipo de cosas son imanes para las chicas, así que vamos.

Los tres iniciaron con su labor, y como era de esperarse, Kadin se concentró en conversar con las señoritas que veía que eran clientes, e incluso lo hizo con varias dependientas, dado que algunas de ellas eran de aproximadamente su edad. Por supuesto, no solo se limitó a las jóvenes, sino que siendo el caballero que era, le siguió la plática a algunas mujeres maduras y de más edad, que parecían bastante dispuestas a conversar con desconocidos que se vieran tan agradables como lo era el príncipe. Como siempre, Mina y Tare lo esperaron a una prudente distancia, y la rubia aprovechó para matar el tiempo viendo diferentes artículos que llamaron su atención.

En una de esas, en uno de los mostradores exteriores de una tienda que parecía vender solo muñecos de felpa, Tare vio un zorro naranja y deteniéndose frente al peluche, recordó a Eepa. Una sensación de culpabilidad se adueñó de su interior. No había pensado en él en ningún momento desde que llegara; no era un buen amigo. Sumado a ese sentir, estuvo uno de nostalgia y necesidad; le hacían falta los regaños y consejos de Eepa. Tal vez él pudiera ayudarle con la decisión que debía tomar en cuanto a todo el asunto con Mina; el zorro siempre había sido su confidente, desde que la maldición se había creado. Suspiró con melancolía.

Aww, ¡qué lindo! —La voz de Mina en un tono chillón e infantil lo hizo saltar del susto, viendo que ella se mantenía a su lado y le sonreía entre pícara y enternecida—. Extrañas al zorrito.

Que tú lo digas no significa que sea así —se defendió él, sonrojándose, mientras caminaba evadiendo la mirada de ella.

Por favor, si lo llevas escrito en toda la cara, no tienes por qué negarlo. Eres tan tierno —siguió ella caminando tras él.

Creí que era un amargado.

Y lo eres, pero también eres tierno y aunque lo niegues, echas de menos al zorrito.

...Tal vez —aceptó al fin, abochornado.

¡Oh! —Mina lo rebasó plantándose frente a él y le echó los brazos al cuello, por demás divertida cuando el rubor de él aumentó—. ¿Puedo hacer algo para que dejes de extrañarlo?

¿Te burlas de mí? —interrogó él, frunciendo el ceño pronunciadamente en desacuerdo al escucharla reír.

Sabes que sí, ¿por qué preguntas?

Eres cruel.

Sé cómo pasarla bien.

¿A costa mía? —Tare la miró escéptico.

Es el trabajo del bufón entretener con lo que sea, ¿no? —respondió ella con astucia.

No, su trabajo es ponerse en ridículo a sí mismo, no a otros.

Ah, es una pena que yo sea un payaso mediocre. No esperas que cumpla mi obligación de la manera correcta, ¿cierto?

Tare rodó los ojos, sonriendo un poco, incrédulo. No importaba lo mucho que conociera a Mina y sus poco convencionales actitudes y maneras de resolver o empeorar las cosas, nunca dejaba de sorprenderlo, nunca dejaba de maravillarlo, nunca dejaba de parecerle problemática y al mismo tiempo encantadora. Y aun teniéndola así de cerca, pegada a él, le costaba creer que todo aquello fuera real. La miró con intensidad y ella le devolvió la mirada de la misma forma con esos zafiros que tanto amaba. Inconscientemente colocó sus manos en la cintura de ella, atrayéndola hacia sí, y por un momento todo a su alrededor desapareció para ellos. Tare acercó su rostro al de Mina con lentitud desesperante, y ella cerró los ojos de nuevo, en espera de un beso que parecía no querer llegar, pues suspirando, logrando que la rubia sintiera su cálido aliento sobre su tez, Tare desvió sus labios para colocarlos sobre su oreja.

Hay que retomar la búsqueda, Mina —le susurró con voz grave y ronca, haciéndola estremecer.

La joven frunció el ceño por demás disconforme cuando él se sacó sus brazos de sobre el cuello y se alejó. Tare sí que sabía cómo arruinar el momento y torturarla de la manera más cruel, poniendo la excusa de su tarea, que no hacía más que robar la atención de él para con ella. Y lo que Mina quiso hacer con esa búsqueda del demonio fue agarrarla, hacerla pedacitos, embolsarla y enterrarla veinte metros bajo tierra; descubrió con pesar que estaba poniéndose celosa de una misión. ¿Así o más absurdo?

Continuemos —ordenó el moreno dispuesto a retomar el paso—. Kadin, no te separes... ¿Kadin?

Tare miró a todos lados al no percibir a su amigo, esperando que se hubiera quedado atrás un momento, mas no lo divisó ni cuando volvió su andar por el pasillo en el que habían avanzado. Se llevó una mano al cabello, revolviéndolo, sumamente preocupado y recriminándose mentalmente por perderlo de vista un segundo. Se suponía que su deber era vigilarlo todo el tiempo para evitar que situaciones así, en las que se perdiera, ocurrieran. ¡Qué buen papel de guardián estaba ejerciendo! Se aproximó a Mina, inquieto.

Perdí a Kadin —confesó con aflicción.

¿Tú? ¿Cometiendo un error de ese tamaño? Ahora sí se va a acabar el mundo —soltó ella, molesta con él por haberla dejado en ascuas instantes antes.

¿Y de quién crees que es la culpa? —cuestionó él, frunciendo el ceño, irritado.

¿Mía? No intentes echarme la responsabilidad a mí. Es completamente tu falta por no prestar atención.

Si fueras una buena chica y no hicieras cosas inoportunas e incómodas, no tendría por qué perder la concentración.

¿Entonces soy buena distrayéndote? ¡Qué bien! —Ella sonrió, satisfecha.

¡No estés orgullosa de eso! —la regañó él sintiendo que la sangre volvía a subirle al rostro. No cabía duda, Mina lo hacía perder la cabeza totalmente y no podía permitirlo; necesitaba mantener la mente fría—. Vamos, hay que encontrarlo.

Que te vaya bien —dijo ella y él la miró con exasperación mal contenida y clara demanda—. Era una broma, ya voy, ya voy. No puede estar muy lejos, tranquilo.

Y así, los dos se pusieron a buscar ya no a la princesa que les hacía falta, sino a un príncipe perdido.



Kadin se había alejado de sus amigos al ser cautivado por los diversos puestos de cierto pasillo del centro comercial, que parecía estar conformado por negocios donde vendían artesanías y antigüedades. Y es que él, educado para apreciar la belleza de la orfebrería y el arte decorativo, no pudo evitar admirarse de aquello, y algunos artículos le gustaron tanto que se preguntó si sería posible llevar algunos a su mundo una vez terminara allí. Estaba seguro de que a sus padres les encantaría deleitarse en piezas como esas. Sin embargo, cuando recordó que debía estar con Tare y Mina, fue demasiado tarde; ya estaba por demás extraviado en aquel inmenso lugar. Comenzó a vagar de aquí para allá, esperando encontrarse con ellos de alguna forma. En eso, divisó otra tienda, donde había muchos animales encerrados y se acercó al mostrador exterior, por el que eran visibles unos cachorros y donde un niño pelirrojo se mantenía absorto, mirándolos.

Qué criaturas más hermosas son ustedes, ¿no es así? —les habló Kadin acuclillándose frente a los perritos, sonriendo ampliamente cuando estos movieron la cola, contentos de verlo.

¿Verdad que están bonitos? —le preguntó el chico que estaba de pie a su lado, emocionado y mirándolos con ilusión.

Vaya que lo están. ¿Pero por qué los tienen encerrados? Eso es muy cruel. Deberían sacarlos de allí para que corran libres.

¿Eres alguna clase de activista o algo? —le preguntó el muchacho, desviando su atención de los perritos para enfocarla en él, extrañado.

¿Activista? —Kadin ladeó la cabeza, confundido, alzando su visión al pelirrojo sin dejar su posición.

Quiero decir, a mí tampoco me gusta el maltrato animal, pero esto es exagerar. Después de todo, a estos chicos los comprarán gente que los ame.

Ya veo. Si van a tener una buena vida está bien, entonces... ¿supongo? —dijo el príncipe no del todo convencido, luego volvió a ver al chico—. ¿Tú quieres hacer feliz a uno de ellos?

Me gustaría muchísimo —confesó con una sonrisa animada, pero al instante se tornó desganado—. Por desgracia no puedo. Mi madre es alérgica a los animales, así que mi hermana y yo nunca hemos tenido alguno por mucho que queramos.

Lamento escuchar eso. Si pudiera hacer algo para ayudarte, lo haría —se ofreció el castaño, conmovido.

A menos que tengas la cura para la alergia aguda, no puedes hacer mucho —El chico rio divertido—. No importa en realidad. Ya me resigné y lo que no gasto en una mascota lo gasto en videojuegos e historietas, así que no es una pérdida completa...

¡Todd! —Una voz femenina y delicada, con un ligero tono de preocupación, lo interrumpió—. Por favor, no te alejes mucho de mí, ¿quieres?

Lo siento, Ruth.

Dado que Kadin seguía agachado y Todd tapaba su visión para observar a la recién llegada, se echó hacía atrás un poco y así puedo detallar a la dueña de la voz que de pronto se le antojó dulce y melodiosa, encontrándose con una bellísima pelirroja de preciosos y brillantes ojos cafés, que vestía modestamente con una falda violeta y una blusa crema, llevando el cabello en una coleta baja, teniendo una corona de trenza hecha con el mismo, dándole un toque mucho más encantador. Y cuando ella se percató de él, chocando sus orbes con sus esmeraldas, algo en el ambiente se volvió mágico, pues se vieron incapaz de apartar la mira del otro, y Ruth sintió con perplejidad que su corazón iniciaba una precipitada carrera dentro de su pecho. Un adorable rubor se apoderó de su rostro cuando él le sonrió de manera espléndida, abrazándola en una sensación placentera, al tiempo que veía que él se ponía de pie y se le acercaba.

Hola —la saludó con cortesía y su voz varonil y suave la hizo estremecer.

Hola. Lo siento mucho si mi hermano estaba molestándote —se disculpó ella, avergonzada por la posibilidad y por sus propias reacciones frente a él; nunca había experimentado algo así con un chico.

¡Oye! —protestó Todd por la acusación, mas fue ignorado.

No te preocupes, muy por el contrario, su compañía resultó verdaderamente amena. Soy Kadin —la tranquilizó y se presentó ofreciéndole su mano, sin borrar su sonrisa en ningún momento.

Ruth, un gusto —se introdujo ella de igual forma, enlazando su mano con la de él, notando la diferencia de tamaños, pues la de él era grande y la suya pequeña, mas la increíble calidez que el contacto le brindó fue transmitida a su corazón, relajándola y se sintió segura; un sentir que difería por mucho al habitual que experimentaba con la mayoría de los hombres.

¡Qué hermoso nombre tienes! Ruth, es un deleite conocerte y estoy a tus pies —declaró Kadin inclinándose para depositar un dulce y tierno beso en el dorso de su mano.

Una corriente eléctrica sacudió el cuerpo de la pelirroja y su rostro se vio más colorado que su propio cabello. Definitivamente, algo muy inusual estaba pasándole. Mientras tanto, Kadin miraba con insistencia e interés a la joven frente a él, sin dignarse liberar su mano del suave apretón. De hecho, en el momento e que sus manos se enlazaron, un sentimiento de no desearla soltar jamás se había apoderado de él, así como la enorme emoción y algo más que no podía describir con certeza que nació con tan solo contemplara, y aunque ella lucía más bien contrariada por algo, enormes deseos de verla sonreír se sumaron a su tumulto de sensaciones.

¿Acaso la había encontrado? ¿Acaso había hallado a su adorada princesa? Porque ninguna de las damiselas con las que había conversado lo habían hecho sentir como lo hacía esa joven de espíritu apacible y agradable. ¿Eso era amor? ¿Estaba enamorándose? A pesar de que debía saber del tema al haberse enamorado muchas veces y de muchas chicas dado su papel en el cuento y por la maldición, en realidad no lo recordaba. Los sentimientos que desarrollaba hacia todas esas mujeres eran borrados junto con sus recuerdos, así que siempre experimentaba el amor como si fuera la primera vez, como ahora. Y como imaginó que debía ser, se trataba de algo hermoso y agradeció haberla encontrado y permitir que pudiera percibir el amor una vez más, ya sin secretos de por medio, lo que lo hizo apreciar más ese momento.
 
Una cita principescamente moderna

Los dos continuaron inundados en la presencia del otro, dejando que sus corazones los guiara en esas nuevas emociones que nacían en ambos.

Eh... ¿Piensan besarse o algo? — los interrumpió Todd, quien había estado esperando que dejaran de mirarse como tórtolos enamorados, Y fue al escucharlo, que los dos salieron de la burbuja mágica que los había envuelto.

Qué vergüenza, lamento mi atrevimiento —se disculpó Kadin soltando finalmente la mano de Ruth, un tanto renuente, pero abochornado al mismo tiempo.

No te disculpes, yo... no sé qué me pasó —confesó ella, ruborizada, sintiendo de inmediato la ausencia del cálido apretón de él, dejando un incomprensible vacío en su interior—. ¿Estás de compras? —le preguntó de pronto muy interesada en él, o quizás simplemente no quería que su encuentro terminara tan rápido.

No exactamente —explicó él con una sonrisa nerviosa—. En realidad venía con unos amigos, pero me perdí.

¿Tan grandote y todavía te pierdes? —se metió otra vez Todd entre asombrado y divertido—. Qué tonto.

¡Todd! —lo reprendió Ruth, indignada—. Eso fue grosero, discúlpate.

Lo siento —murmuró el chico sintiéndose regañado.

Yo también lo siento —pidió perdón la joven mirándolo con verdadero arrepentimiento por la actitud de su hermano.

No te preocupes. Creo que en parte tiene razón. Debí ser más cuidadoso al andar por sitios que no conozco —la tranquilizó él—. Lo que único que me inquiera es cómo voy a encontrarlos sin perderme más.

Podemos ayudarte a buscarlos —se ofreció Ruth, sonriente—. Nosotros conocemos bien el centro comercial y es mejor si te acompañamos para que no te sientas tan ansioso. Claro, solo si tu quieres.

Me encantaría —aceptó observándola con un brillo especial en sus ojos que la turbó sobremanera, aunque no precisamente en un sentido desagradable—. Si así puedo disfrutar un poco más de tu encantadora compañía, con gusto acepto acompañarlos.

¡Oh! —Ruth enrojeció todavía más si era posible—. Qué amable, gracias.

Menos mal que todavía no tienes novio, Ruth —volvió a intervenir Todd, sonriendo travieso—. O tu nuevo pretendiente tendría grandes problemas.

¡Todd! —Ruth lo nombre nuevamente, por demás avergonzada, no teniendo la oportunidad de darle un zape como quiso, porque el chico se alejó de los dos en una veloz carrera de defensa.

Vaya —comentó Kadin rascándose la nuca, también azorado, aunque después rio entretenido—. Debe ser bonito tener hermanos.

La mayoría de las veces —concordó ella, sonriendo ligeramente—. Aunque en muchas ocasiones pueden ser muy molestos, pero supongo que es el trabajo de los hermanos. ¿Nos vamos?

Kadin asintió y le ofreció su brazo como el distinguido hombre que era y Ruth lo miró extrañada.

Oh, lo siento —se disculpó enseguida él al notar su expresión—. ¿Aquí no tienen esta costumbre al escoltar a una dama?

No la tenemos —informó ella entre suaves risas, pero de alguna manera cautivada por la caballerosidad del castaño—. Sin embargo, lo considero una pena porque es un gesto muy noble y a mí me gusta.

¿Entonces podría permitirme el honor de escoltarla, bella señorita? —inquirió ofreciéndole su brazo una vez más, con galantería envidiable.

Estaría más que encantada, afable caballero —dijo divertida, aceptando el brazo que le ofrecían.

Le gustó ese pequeño juego entre los dos que la hizo recordar los innumerables cuentos que había leído a lo largo de su vida, donde el príncipe cortejaba a la princesa con elegancia, gracia y respeto. Y es que de pronto, Ruth se sintió como parte de un mundo así de fantástico; se sintió como una princesa de verdad. Lo miró de reojo detallando lo bien parecido que era, mas sabía que su reciente interés por este joven iba más allá de la atracción física; su actitud para con ella en ese corto espacio de tiempo en el que llevaban de conocerse la había cautivado de inmediato, y se preguntó con incredulidad cómo era eso posible.

Siempre había sido precavida en cuanto al asunto de fijarse en alguien o tener novio, porque sabía que no todos los chicos que la pretendían era del modelo a seguir. No consideraba el asunto de enamorarse y encontrar pareja algo sin importancia y que debía tomarse a la ligera; por eso prefería estar segura antes de dar algún paso con cualquiera. Pero ahora llegaba este joven y atravesaba con tanta facilidad sus barreras, y lo más curioso era que no se sentía intranquila al respecto; muy por el contrario, estar junto a él la llenaba de inmensa paz y seguridad, como si en verdad fueran el uno para el otro.

Continuaron caminando por los largos pasillos del centro comercial, buscando a los amigos de Kadin, teniendo a Todd varios pasos por delante, hasta que el chico ubicó una tienda de cómics, así que acercándose a su hermana, le preguntó si podían ir a ver, pues quería saber si el último número de un cómic que seguía ya había salido. Ruth se negó al principio recordándole que estaban ayudando a Kadin a encontrar a sus amigos, pero el hombre indicó que no tenía inconveniente si se desviaban un momento de su búsqueda. Contento, Todd, le agradeció tomándolo de la muñeca para llevarlo con él y entrara a la tienda para que viera las historietas. De un momento a otro, Kadin se vio rodeado de cientos de dibujos, gráficos y escenarios, y tomando todas las que Todd le mostró, se maravilló de ese nuevo tipo de arte que parecía abundar en aquel mundo.

¿Jamás habías visto un cómic? —cuestionó Ruth, curiosa de verlo tan fascinado.

No, de donde vengo no hay cosas como estas —notificó, asombrado—. Es como un libro contado con dibujos. Increíble, lo hace parecer más real.

Es verdad, aunque debo vigilar cuáles escoge Todd. No todos son aptos para niños.

¡Ya no soy un niño! —se quejó el nombrado, asomando su cabeza de detrás de una repisa en la que investigaba, para mirar a su hermana con molestia—. Tengo trece, soy un adolescente.

Tienes razón, lo siento —fue el turno de Ruth sonreír, traviesa.

Después de pasar un buen rato en aquel establecimiento, los tres salieron cuando el más joven decidió que estaba satisfecho y consolado al enterarse de que el número que quería no estaba listo todavía. Su recorrido duró otro poco, pues al pasar por un puesto de videojuegos, Todd volvió a encapricharse diciendo que le apetecía jugar un rato. Ruth dudó un momento y hasta miró a Kadin en espera de aprobación y él amablemente lo concedió, así que se dirigieron al negocio, deslumbrando en mayor medida al príncipe, y como un niño pequeño, visiblemente más emocionado que uno al pisar por primera vez un centro de videojuegos, comenzó a ir y venir, inspeccionando las máquinas. Luego regresó al lado de los pelirrojos, quienes seguían cerca de la entrada y les dijo encantado:

Todos esos aparatos lucen asombroso, ¿pero para qué sirven?

¿Qué? —exclamó Todd atónito, mientras curiosamente Ruth volvía a reír, pues estaba tan o más perpleja que su pariente—. ¿Nunca has jugado videojuegos?

¿Videojuegos? —Kadin ladeó la cabeza y parpadeó confundido—. ¿Qué es eso?

¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Bajo una roca? —interrogó Todd sin dar crédito a lo que escuchaba—. Sea de donde sea que vengas, te digo desde ya que no iré nunca allí. No importa si te casas con Ruth y la llevas a vivir allá.

Kadin y Ruth se sonrojaron ante el comentario, y la joven pensó que el que Todd pasara tanto tiempo con Mina en los entrenamientos de voleibol estaba afectándole demasiado. No obstante, no pudo reprenderlo porque su fraterno tomó al príncipe de la muñeca para adentrarlo más al lugar, asegurándole que le enseñaría cómo jugar y lo fantástico que sería. En efecto, Todd se la pasó un buen rato intentando mostrarle las funciones de los botones y palancas, pero cuando se echaron una partida, fue evidente que Kadin no aprendió bien porque no movía con precisión a su personaje, haciéndolo perder instantáneamente.

Creo que eres súper torpe —se sinceró el muchacho sintiendo vergüenza ajena.

Creo que te doy razón —confirmó Kadin mismo sonriendo abochornado.

Bueno, no es tan malo. Todos pasamos dificultad la primera vez, pero con el tiempo y la práctica se mejora —lo consoló palmeándole la espalda—. Será mejor irnos ya.

Kadin asintió y salieron del lugar junto con Ruth, que se había entretenido jugando algo por su cuenta también para dejar a los hombres con sus cosas. No es que fuera muy amante de los videojuegos, pero que a su hermano y a su mejor amiga les gustara tanto había terminado por influir en ella, al menos lo suficiente para aprender a jugar un poco. Anduvieron por unos minutos más, hasta que Todd, nuevamente, decidió hacer una parada, rogándole a Ruth que le comprara un smoothie, y aunque ella le dijo que no porque todavía no almorzaban, cuando se enteró que Kadin jamás había bebido uno, decidió que los compraría para que él los probara. El castaño le agradeció su bondad y pidió disculpas por ser una carga en cuanto a sentido monetario, pues no traía consigo ni un céntimo. Sin embargo, Ruth le hizo saber que no era problema. Así, los tres ya con sus bebidas en mano, se dirigieron a una zona de descanso que el mismo centro comercial proporcionaba, y se sentaron en una de las varias bancas que había.

Ay Kadin, se supone que debíamos buscar a tus amigos y mira dónde terminamos —exclamó Ruth avergonzada por dejarse manipular por su hermano y sus propias emociones.

Es cierto —Kadin miró hacía arriba, pensativo, antes de sonreír—. No me acordaba. Me la pasé tan bien a tu lado que simplemente lo olvidé.

Ruth enrojeció y bajo la mirada, conmocionada interiormente, sintiendo su corazón latir con frenesí, de pronto creyendo la situación graciosa porque ella tampoco había recordado no qué había dio a comprar de pasarla tan bien con él. Eso sí, una pregunta que había querido hacerle surgió de las profundidades de su cabeza y mirándolos, se la hizo.

Por cierto, Kadin, dices que no eres de la ciudad. ¿Has venido por algún motivo especial? ¿A estudiar, trabajar, de vacaciones? —La pelirroja esperaba que no se tratara de lo último, pues eso significaría que lo tendría poco tiempo rondando por allí y no quería eso.

En realidad buscaba a alguien —explicó mirándola fijamente.

¿Buscabas? ¿Ya has encontrado a esa persona? —indagó ahora decepcionada, ya que eso quería decir que sí volvería a su lugar de origen, y más pronto de lo que imaginó o desearía.

Sí, justo acabo de encontrarla hoy —declaró sin apartar sus vista de ella y el granate volvió a colorear el rostro de Ruth cuando descubrió en los intensos ojos de él una mezcla de cariño y ternura.

Vio que él levantó su mano con la intención de colocarla sobre su mejilla y acariciarla, pero se detuvo a medio camino al comprender que sería demasiado osado de su parte y que podría incomodarla, así que iba a bajarla cuando ella la tomó con la suya propia. En ningún momento apartaron su mirada del otro. Asombrada por su propia acción y comprendiendo la sorpresa en la expresión de Kadin, Ruth miró la mano que sostenía, azorada. Había sido un impulso tomarla, pero ansiaba volver a sentir la plácida calidez que percibió la primera vez que se tomaron las manos, que simplemente no pudo evitarlo.

Ruth —la nombró él con una devoción tal que le provocó cosquillas en el estómago—. Ruth, yo...

¿Amiel?

Una sorprendida y conocida voz para Kadin lo interrumpió, haciendo que dirigiera su atención a la dirección de la que provino, distinguiendo a Tare, que los miraba por demás estupefacto.

¡Tare! —exclamó feliz de verlo.

¡Tare! —lo llamó otra voz con un ligero toque de disgusto—. ¿Por qué me abandonas así? En verdad no...

¡Mina! —dijeron al unísono Ruth y Kadin, para después mirarse inquisidores y volver a hablar al mismo tiempo—. ¿La conoces?

¿Ruth? ¿Kadin? —preguntó ahora la rubia, confundida—. ¿Se conocen?

¡Mina! —la nombró Todd contento de verla también.

No obstante, la joven lo ignoró al detallar las manos entrelazadas de su amiga y Kadin. Un terrible desasosiego la embargó. No le saldrían ahora con que Ruth era la princesa que buscaban, ¿o sí? Miró a Tare, quien continuaba estático en su lugar, observando con absoluta perplejidad a la pelirroja, y es que el hombre no podía creerlo. Ella debía ser la descendiente de la princesa original, de Amiel, pues se parecían mucho; no eran iguales, pero era evidente que compartían genes, sobre todo por el color de cabello, pues Amiel también había sido pelirroja. Lo único que no tenía aquella joven era el color de los ojos, pues lo de ella eran cafés, comunes; los de Amiel habían sido tan inusuales como los suyos, de un violáceo profundo.

Tare —volvió a hablar Kadin, derrochando alegría, poniéndose de pie, acercándosele y sacándolo de sus pensamientos—. Creo que la he encontrado, Tare.

Eso veo —asintió el moreno sin cambiar su atónita expresión; en verdad no había esperado tanta similitud en ambas.

Y sus palabras fueron como una daga que se clavó en el corazón de Mina sin compasión, quien simplemente atinó a crispar las manos en puños, sintiéndose por demás impotente, y por lo mismo, irritada. No sólo iban a arrebatarle a Tare por segunda vez, ¿sino que ahora también le quitarían a su mejor amiga? Un amargo sabor se presentó en su paladar, en tanto comenzaba a brotar de su ser un enorme repudio por aquella situación, por la misión, por el condenado cuento y su estúpida maldición.

Señorita, necesitamos hablar urgentemente —le dijo Tare a Ruth al ver la confusión en su rostro.

¿Hablar? ¿Sobre qué? —Miró a la rubia—. ¿Entiendes algo, Mina? ¿Cómo los conoces? ¿Son, de casualidad, tus visitas?

Ya oíste, Ruth, tenemos que hablar; hay mucho, demasiado que explicar.

Fue todo lo que dijo Mina y su tono no aceptó réplicas o negaciones, por lo que Ruth tan sólo asintió. Decidieron ir a algún lugar tranquilo y sin mucha gente, y como los padres de los hermanos no estaban en casa, se dirigieron hacia allá montándose en un taxi, siendo todo el trayecto silencioso; las dudas se aclararían después. Al llegar, mandaron a Todd a su habitación diciéndole que el asunto a tratar era de adultos y no podía estar allí, por lo que el chico no tuvo más opción que obedecer a regañadientes. De ese modo, estando ya instalados los cuatro en la sala, Tare le soltó la bomba a Ruth, explicándole absolutamente todo lo concerniente a su problema; desde el hecho de que ellos venían de un cuento, hasta el cómo por culpa de su antepasada, la princesa original, su mundo se había sumido en la desesperación y el caos, causando la maldición, y que solamente ella podía terminar con esta. 
La llegada de lo inevitable

Ruth escuchó todo en silencio, haciendo preguntas vagas de vez en vez, aunque demasiado aturdida como para asimilar todo lo escuchado o creerlo siquiera; es que era imposible. ¿Cuentos, princesas, príncipes, maldiciones? Ella era una fantasiosa soñadora, pero no era estúpida, y de pronto sentía que esas personas le tomaban el pelo. No obstante, estaban demasiado serios como para que se tratara de una broma, y aun si ellos fueran lo suficientemente buenos para actuar, sabía que Mina no lo era, y la expresión de su amiga también era impávida a más no poder, lo que le daba mayor peso a las palabras de ellos. ¿Acaso Mina les creía? ¿Por qué a ella se le hacía tan difícil, entonces, siendo que era más crédula que la rubia? Su cabeza era un mar de confusiones, inseguridades y preguntas. No sabía qué hacer. Estaban técnicamente haciéndola responsable por algo que, estrictamente hablando, no era su culpa.

Pero sí de su predecesora, su bisabuela. Se llamaba Amiel por lo que le habían contado sus abuelos y su madre; tal como la princesa desterrada. ¿Cómo iba Tare a saber su nombre si no se tratara de la princesa? ¿Cómo iba a describirla diciendo que se parecía a ella, tal como lo hacía su familia, si no fuera la princesa? ¿Cómo iba a hablar del poco común color de ojos que la hicieron única, si no hubiese sido la verdadera princesa? No había más dudas al respecto, eso que estaba viviendo era real; real y demasiado impactante. Se levantó del sillón en el que estaba sentada, jugando con sus manos, ansiosa, y sin mirar a ninguno de sus invitados, habló:

Yo... Iré por algo de beber, ¿desean algo?

Los tres negaron y Ruth salió de la sala de estar para adentrarse a la cocina en busca de algo para beber; necesitaba calamar sus nervios de alguna forma o le daría un ataque. Con intranquilidad y manos temblorosas, sacó un vaso de la alacena para llenarlo con agua fresca y de sabor que guardaban en el refrigerador; tomó un sorbo y otro, intentando no terminar el líquido de una vez.

Ruth.

Saltó del susto en su sitio al escuchar su nombre, causando que casi se ahogue con el agua, por lo que tosió con fuerza. Casi al instante, sintió que alguien le palmeaba la espalda para ayudarle a recuperar el aire.

Siento haberte asustado —se disculpó la persona y la pelirroja se volvió para enfocar sus orbes en los celestes de su amiga—. Demasiada información que procesar, ¿verdad?

Ruth bajó la mirada; era más que demasiada, era inaudita. Observó que Mina se acercaba a la canasta con fruta que reposaba en una de las barras y tomaba una manzana, limpiándola en su camisa antes de llevársela a la boca, al tiempo que se apoyaba en la misma barra, tomando una posición despreocupada.

Bueno, no te culpo —siguió diciendo Mina encogiéndose de hombros—. En su momento tampoco creí nada de lo que me dijeron.

Pero la final lo hiciste —comentó Ruth sin entender cómo lo consiguió.

Tuve qué.

¿Por qué?

Porque yo misma viví la maldición —confesó con acidez y Ruth abrió los ojos, sorprendida. Tare no le había contado ese gran detalle.

¿Tú entraste al cuento? —Mina asintió—. ¿Cuándo?

Hace un año aproximadamente.

Ruth se llevó una mano a la boca para ahogar la exclamación de asombro que estuvo por brotar de su garganta; Mina se había transportado al cuento. Recordó entonces que por aquella época, la actitud de su amiga había cambiado ligeramente; quizás no fue perceptible para el mundo, pero fue lo suficientemente notorio para ella que la conocía desde siempre. Se había visto más decaída, ausente, triste, y a pesar de que Mina nunca quiso contarle nada, ahora comprendía que si lo hubiese hecho la habría tachado de loca; sin embargo, también entendía por qué su extraña conducta. ¿Sería posible que Mina hubiese sufrido todo ese tiempo por haber vuelto del cuento? ¿Acaso se enamoró de Kadin? No, eso sería muy extraño. La actitud del castaño no era exactamente la del chico ideal de Mina, aunque nunca podía estarse cien por ciento seguro de algo, así que la cuestionó.

¿Te enamoraste de Kadin?

Mina negó con la cabeza, sonriendo ligeramente. ¿Por qué todo el mundo sobrevaloraba tanto a los príncipes? ¡Rayos! Que fueran súper lindos, tiernos, atractivos, galantes... ¡Qué demonios! Que fueran perfectos no significaba que cada fémina debía terminar hechizada por ellos; y ella era la prueba de ello. Terminó de comer su manzana antes de contestar con simpleza:

No me enamoré de Kadin. Me enamoré del hada padrino más aburrido y amargado en toda la historia de los cuentos de hadas.

¿El hada padrino? —Ruth ladeó la cabeza.

De Tare, el mago.

Oh —Ruth rio, divertida por el calificativo.

¿Verdad que es gracioso? No entiendo por qué a Tare no le gusta; le queda genial... o tal vez no tanto.

La pelirroja rio más todavía; en serio, Mina era todo un caso.

Ruth —Mina la nombró ahora con demasiada seriedad, haciendo que dejara de reír—. Sabes que no tienes que hacerlo, ¿verdad?

Mina —La joven se desencajó de escuchar a su amiga decir eso—. Por supuesto que debo hacerlo.

No —volvió a negar la rubia—. Tú no tienes la culpa de nada; no tienes por qué expiar por los pecados de otros, aún si fueron tus familiares. La antigua princesa era ella y tú eres tú; no estás atada a nada, obligada a nada.

Lo estoy, Mina. Desde que mi bisabuela tomó su decisión, a muchos nos arrastró a un futuro que no pedimos o deseamos. Si soy yo quien puede evitar más dolor, ¿por qué negarme a brindar mi ayuda?

Maldición, Ruth, no seas tonta. Vivirás encadenada a un ciclo sin fin, ¿eso quieres?

¿Tú quieres que Tare continúe encadenado a la carga de encargarse de la maldición por siempre?

Yo... él... —Mina balbuceó sabiendo que Tare era su mayor debilidad; resopló con coraje—. No es lo mismo. Él está acostumbrado, tú no.

Puedo habituarme —Le sonrió, tranquila.

¡Ruth! —Mina frunció el ceño, frustrada.

Es mi decisión, Mina, y no puedes hacer nada al respecto —declaró con firmeza.

Mina gruñó con mayor irritación. ¿Por qué Ruth tenía tan buen corazón? ¿Por qué siempre abandonaba su comodidad, bienestar o felicidad por otros? La hacía sentirse un monstruo por pensar tan sólo en ella misma, pero no podía evitarlo. ¿Qué iba a ser de ella sin Ruth? ¿Con quién iría a pasear? ¿Con quién podría quejarse sin parecer un fastidio? ¿Quién la comprendería como su amiga? ¿Quién le tendría tanta paciencia? ¿Quién la regañaría cuando hiciera travesuras? ¿Quién sería su buena conciencia para hacer lo correcto? ¿Quién la volvería al buen camino cuando se desviara de él? No obstante, un sentimiento más afloró en Mina; una gran admiración hacia Ruth, pues mostraba una valentía que ella sería incapaz de mostrar si tuviera que sacrificar tanto por otros; quería decir, iba a abandonar su familia, sus amigos y demás para cumplir algo que si no quería hacer, pues no lo hacía y ya. Y sí, decidida y más clamada, Ruth salió de la cocina para encaminarse a la sala e informar su decisión, con Mina detrás de ella.

Quiera o no, ya soy parte de esto —le explicó a Tare y Kadin, quienes aguardaban con paciencia—. No es justo que por culpa de mi bisabuela ustedes tengan que pasar por tantos problemas, así que los ayudaré.

Tare suspiró de alivio, destensándose y Kadin sonrió emocionado antes de acercarse a la pelirroja para sujetar sus manos con las suyas, mirándola con intensidad, al tiempo que aseguraba:

Muchas gracias, Ruth. Te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para que sea feliz en tu vida; haré lo posible porque este amor que ha surgido por ti continúe floreciendo; lucharé para que los latidos de mi corazón dirigidos a ti, sean el incentivo que necesites para seguir adelante con una sonrisa. Te lo prometo.

Ruth se sonrojó ante las palabras de él, sintiendo que su pulso se aceleraba nuevamente y no pudo evitar sonreír, cautivada, pensando que a pesar de las dificultades, siempre había algo positivo que podía aligerar las cargas, y que en ese caso fuera Kadin quien cumpliera esa función la alegraba.

Gracias, Kadin, lo aprecio. Estoy segura de que será así —confesó por demás conmovida, ganándose una de las brillantes, hermosas y soñadoras sonrisas del príncipe; aquellas de las que ella sería la única dueña a partir de ahora.

Muy bien —tomó la palabra Tare en tono neutro—. Ya que todo ha quedado claro, tienes el resto del día para despedirte. Mañana mismo volvemos al cuento.

¿Qué? —inquirieron los tres, anonadados, luego Ruth siguió—. ¿Tan rápido?

Entre más pronto terminemos con esto, mejor —avaló Tare sin cambiar su tono, seguro—. No hay razón para aplazar más esto.

¡Qué! —exclamó ahora Mina, incrédula.

He dicho. Kadin, vámonos. Dejémosla para que goce el tiempo que le queda con sus seres queridos.

Mina iba a protestar, pero Tare ya simplemente caminó en dirección a la puerta principal para salir de la casa, seguido por Kadin una vez se hubo despedido de Ruth besando su mano. Mina volvió a empuñar las manos. ¿Por qué esa repentina resolución de irse al día siguiente? ¿Por qué Tare siempre dificultaba tanto las cosas con su mente súper racional y amargada? Sobre su cadáver iba ella a aceptar semejante cosa, por lo que sin despedirse de Ruth siquiera, también salió a alcanzar a ese cabezota.

¡Tare! —gritó su nombre con palpable descontenta, andando unos pasos detrás de él—. ¿Cómo así que mañana se van? ¿Según quién?

Según yo —respondió él sin volverse a mirarla—. Ya encontramos a la princesa, nuestra misión terminó, así que podemos volver.

¿Por qué? El tiempo no se les agota todavía, ¿cierto? ¿Por qué no se quedan hasta entonces? ¿Cuál es el problema?

Que estamos ocasionando demasiadas inquietudes. Deberías agradecer que nos vamos, ya no tienes que cargar con nosotros.

¿Y quién dice que están siendo una carga?... Bueno, sí lo son, un poco; pero eso no te da derecho a tomar decisiones sin tomar en cuanta a los demás. ¡Ese es el peor de tus defectos! Ruth necesita más tiempo para despedirse de sus padres y hermano.

No, si le doy más días puede arrepentirse. Hay que ver las cosas objetivamente.

¡Que la objetividad se vaya al cuerno! —explotó Mina, impaciente—. No puedes ser tan insensible.

No hay nada que nos ate más tiempo a este lugar, Mina —declaró él, tajante.

¿Nada? ¿En serio? ¿Nada? —Mina frunció el ceño, de pronto sintiéndose dolida—. ¿Ni siquiera yo?

No.

La sequedad en la respuesta de él la hirió mucho, pero se negó a creerle, por lo que alcanzándolo al fin, lo sujetó del brazo y lo hizo girar para que la encarara. Sus rojizos ojos la miraron con disgusto y frialdad, pero no le importó; ella misma estaba disgustada y sentíase arder en frustración.

Repítelo, anda —exigió Mina sin apartar su mirada de él—. Mírame a los ojos y dímelo de nuevo. ¿Ni siquiera yo puedo retenerte un poco más, Tare? Dime que no te importo un poco al menos y acabamos con esta estúpida discusión.

El debate de Tare fue enorme y Mina misma pudo percibir la indecisión en sus mirar. ¿Por qué siempre tenía que ser tan negativo? ¿Por qué no podía guiarse un poco más por sus sentimientos en lugar de guiarse por la razón? Esa misma pregunta se la hizo él, intentando no perderse en los zafiros de ella. Podía convertirse en un fracaso como guardián, como mago, como encargado; podía dudar de su posición, de su deber y de hasta lo que en realidad quería; mas no podía dudar del amor que sentía por la mujer frente a él y que lo miraba con tanta firmeza. Abrió la boca para decir algo, pero alguien más se le adelantó.

Sabía que estarías aquí, mi ángel.

No”, pensó Mina abriendo los ojos como platos. “No”, repitió al sentir que unos conocidos brazos la estrujaban con moderada fuerza y gentileza por detrás. “¡No!”, gritó en la mente más que angustiada, al notar que el mohín de Tare cambiaba a uno de, primero sorpresa, y luego a una mezcla de indiferencia y un malhumor que no se molestó en esconder.

¡Helio! —vociferó la rubia intentando zafarse del agarre del hombre—. ¡Suelta, suelta!

Ah, Mina, ya decía yo que debías tener un novio —comentó Kadin, sonriente de ver tan demostrativa muestra de cariño, sin notar que Tare gruñó por lo bajo.

No es mi novio y si sigue de fastidioso no seguiré considerándolo ni mi amigo —informó ella, continuando con el forcejeo; afortunadamente, Helio la soltó al escuchar la amenaza.

Vámonos de una vez, Kadin —volvió a hablar el moreno sin mirar a nadie, con acidez total—. Dejemos a solas a la feliz pareja.

¿Cuál pareja? Él y yo no somos nada —aclaró ella con presteza—. No es lo que piensas.

No importa lo que pienso y de cualquier forma da igual. Mañana me voy, ¿lo olvidas?

No si puedo evitarlo —se empecinó Mina.

No puedes —arguyó él con molestia.

Hey, Mina, ¿quiénes son estos tipos? ¿Tus visitas? —indagó Helio, mirándolos con recelo, en especial al pelinegro. ¿Con qué derecho trataba tan groseramente a su preciado corazón? ¿Y por qué a ella parecía importarle tanto que él supiera que no mantenían una realción romántica?

No ahora, Helio. Estoy ocupada, así que vete.

No hasta que me expliques —refutó él, decidido, y ella iba a reclamar cuando Tare tomó la palabra nuevamente.

Pueden conversar sin cuidado; nosotros nos retiramos. Vamos, Kadin.

Qué te retiras ni qué nada —Mina lo sujetó por la camisa—. Necesitamos hablar; de esta no te escapas, Tare.

¿Tare?

Helio repitió el nombre entre dientes, frunciendo el entrecejo, pensativo. Él ya había escuchado ese nombre antes, y fue Mina misma quien lo había mencionado, no con frecuencia, lo que fue evidente cuando tuvo problemas al recordarlo con exactitud, pero su mente fue capaz de dar con lo que buscaba, sorprendiéndose un momento, antes de que un repentino rechazo y celos hacia el sujeto propietario del nombre naciera en su interior.

¿Tare? —volvió a llamarlo, ahora con la suficiente fuerza en la voz para ganarse la atención de todos, al tiempo que fijaba sus fieros ojos marrones en el aludido—. ¿El mago del cuento?
 
Predecibles y desfavorables resultados

Tare abrió los ojos, impactado de escuchar la pregunta de Helio. ¿Sabía que venían de un cuento? Miró a Mina de reojo. ¿Ella se lo había dicho? Pregunta estúpida, pensó; ¿quién más si no ella? Y había decidido hablarle a ese tipo de lo que parecía una inverosímil fantasía creada por la imaginación, en lugar de contárselo a su mejor amiga. Y no sólo eso, sino que él parecía poseer la suficiente confianza en Mina como para creerle lo que se oiría como una tontería inmensa; cuánta familiaridad debía existir entre los dos, ¿no? Un amargo sabor de boca se le presentó; definitivamente, tenían que terminar con todo aquello de una vez antes de que las cosas se salieran más de curso.

Disculpa, ¿a caso tú sabes que venimos de otro mundo; de un cuento? —Kadin rompió el silencio y la tensión en el ambiente con su habitual curiosidad e inocencia, sintiéndose de pronto alegre de no tener que mentir en cuanto su origen o fingir que venía de quién sabe dónde.

Parece que Mina lo tiene bien informado —comentó Tare intentando mantener el tono indiferente.

Y bien informado —confirmó Helio—. Lo sé todo, absolutamente todo; lo que me hace preguntarme qué rayos hacen aquí. Le están arruinando la vida a Mina.

¿Y a ti quién te dijo semejante mentira? —cuestionó ahora la rubia, mirando al castaño con irritación.

No es necesario que me lo digan. Es deducible por tu extraña forma de actuar últimamente —rebatió Helio, devolviéndole la mirada con intranquilidad.

Pues no deduzcas que no se te da bien —contraargumentó ella.

Suficiente —los detuvo Tare—. No hay necesidad de que peleen más por esto. Mañana mismo se acaban los problemas porque volvemos al cuento.

No me vengas con lo mismo, Tare —volvió a decir ella.

Déjalo que se vaya, Mina —aconsejó Helio—. Todo volverá a la normalidad si se va; es mejor.

No sabes lo que es mejor para mí o no, Helio, así que no digas nada —objetó la joven.

No, él tiene razón —intervino Tare nuevamente y Mina lo miró con dolor—. Es lo mejor para todos. Nosotros volvemos para cumplir nuestro papel y tú te quedas aquí y continúas con tu vida para rehacerla como te apetezca y con quien te apetezca.

Maldita sea, Tare, no decidas las cosas por mí, no lo hagas —reclamó Mina la borde de la histeria.

Avancemos, Kadin —le pidió Tare a su amigo ignorándola de plano, comenzando a caminar.

¡Con un demonio, Tare! Estás huyendo de nuevo. ¿Qué no sabes hacer otra cosa? ¿Qué te cuesta quedarte más tiempo? ¿Cuál es el maldito problema? ¡Eres un cobarde! —gritó siguiéndolo, estando casi por alcanzar su límite.

Y tú eres una ególatra que no entiende razones —argumentó él con algidez, sin detenerse.

¡No le hables con esa falta de respeto! —advirtió Helio sintiéndose hervir en ira por el hecho de que ese individuo tratara a Mina con tanta dureza.

Tare, por favor, no hagas esto —suplicó la rubia a punto de quebrarse, pero el continuó ignorándola.

Demonios, Mina, deja de seguirlo así —le pidió Helio, irritado, celoso y perturbado de verla como un perrito detrás de su amo en busca de atención—. Este sujeto no merece que ruegues por él. ¿Qué pasa con tu honor? Estás echando tu dignidad a la basura, por Dios.

¡No me importa! —declaró ella, desesperada. No le importaba nada ya; sólo quería que Tare la escuchara, que pudieran gozar más tiempo juntos, que la abrazara, que la besara. ¿Tan malo era desear eso?

No, si ya no puede hacer más el ridículo.

El comentario de Tare fue la gota que derramó el vaso; Helio perdió la poca paciencia que le quedaba, e incapaz de controlar su inseguridad, su miedo e ira, le dio alcance al pelinegro en un par de largas zancadas, lo tomó de la camisa para hacerlo girar sobre su eje, haciéndolo quedar frente a frente, y le propinó un puñetazo como hacía mucho tiempo no le daba a alguien y que, de hecho, reservaba para Odín. El golpe fue tan fuerte que el sonido de este se escuchó claramente y mareó a Tare lo suficiente como para que, al retroceder por el impacto, cayera de lleno al suelo con gran dolor en su rostro y posaderas. Fue imposible retener las lágrimas de sufrimiento, aunque no salió gemido alguno de su boca. Miró a Helio con resentimiento, tocándose la parte afectada, sintiendo la sangre brotar de su labio inferior.

¡Helio!/¡Tare! —gritaron Mina y Kadin, respectivamente; ella indignada y asombrada, y él por demás estupefacto y preocupado.

¿Cómo te atreves a llamarla ridícula? ¿Qué es ridículo, eh? ¿Apreciar a alguien? ¿Querer estar con alguien? —Helio lo observó con furor, apretando los puños—. Tú eres el ridículo por atreverte a rechazar e ignorar a alguien como Mina.

No entiendes nada —Fue lo único que dijo Tare sin dignarse levantarse, cabizbajo.

Verás cómo entiendo —Helio se acercó a él, amenazante, con la intención de golpearlo una vez más.

¡Detente, Helio, por favor! ¡Basta!

Mina se interpuso en su objetivo cuando corrió a abrazar a Tare; si iba a ponerle una mano encima a él, antes tendría que pasar sobre ella. Y no sólo fue la chica quien se puso en el camino de Helio, sino que el propio Kadin se le colocó frente a él al distinguir la amenaza, dispuesto a resguardar a su amigo si había la necesidad. Helio gruñó.

¿Por qué lo defiendes tanto, Mina? —inquirió el hombre con acidez—. ¿Por qué sigue importándote de esta forma?

Porque lo amo, Helio; lo amo con locura. No he dejado de hacerlo —confesó ella con voz temblorosa, aferrando su abrazo y justo en el oído de Tare, quien no pudo más que tensarse.

Kadin expresó su clara perplejidad al abrir lo ojos y la boca, incrédulo; mientras, Helio dejaba al descubierto lo herido que estaba. ¿Lo amaba todavía? ¿Eso quería decir que todo lo que ellos habían pasado juntos no había significado nada? ¿Que su presencia en la vida de Mina había sido tan débil como para que cualquier sentimiento de cariño que hubiese desarrollado por él, se esfumara en un santiamén con la llegada del otro? ¿Sus esfuerzos siempre fueron en vano; sus intentos no habían tenido validez? ¿Así de patético era; así de ineficaz? ¿Era que acaso el sujeto ese tenía razón, y el implorar por cariño no era más que algo absurdo? Sintió que su corazón se hacía pedazos; nuevamente, después de lo que creía tanto tiempo, volvía a experimentar ese calvario que le hizo desear arrancarse el corazón una vez más, desprenderlo de sí para no tener que padecer aquel martirio.

Lágrimas de dolor, tristeza, rabia e impotencia surcaron sus mejillas, imparables e incontrolables; un gemido atribulado escapó de su garganta, sintiéndose un estúpido iluso, luego, un sentir de humillación lo invadió. Estaba llorando en medio de la calle. ¡Qué vergüenza! La mirada compasiva que descubrió Kadin le lanzaba, lo hizo enrojecer de mayor bochorno y coraje por mostrarse tan débil. Se limpió el rostro con las manos y vio a Mina y Tare, que seguían en el suelo, ella renuente a soltar al hombre; les lanzó una última mirada acerada y atormentada, antes de darse la vuelta e irse de allí, sin dirigirle la palabra a nadie; ni siquiera a Kadin cuando le preguntó si estaría bien. ¡Por supuesto que no lo estaría! Estaba muriendo en vida y de forma agonizante, ¿cómo iba a estar bien? Decidió entonces, que debía hacer algo para menguar aquel desconsuelo o terminaría desquiciándolo.

En tanto, manteniendo la misma posición, estando sentado con las manos apoyadas en el suelo, hacia atrás para sostener el equilibrio ante el peso de más que ejercía Mina sobre él, Tare suspiró en silencio, afligido. Por eso había querido acabar con todo esto de una vez; para no ocasionar más angustia. Ese tipo, Helio, no debió padecer lo de hacia unos instantes; en realidad, nadie tenía que pasar por nada tan desagradable por su causa o la de Kadin. Ellos estaban de paso solamente; cuando se fueran, Helio podría intentar lo que quisiera con Mina, como era evidente que deseaba hacer, pues a leguas se notaba lo mucho que ella significaba para él; lo mucho que la quería, que la amaba.

Sin embargo, como era esperarse de Mina, no dejaba las cosas fáciles, no se quedaba quieta; no obedecía. Lo peor de todo, era que ella tenía razón, él era un cobarde; le daba miedo sucumbir ante sus deseos. Era mentira que decidió irse al día siguiente para que Ruth no cambiara de opinión en cuanto a ayudarlos; la verdad era que decidió aquello por él, por cobarde, porque temía que si seguía un día más al lado de Mina, terminaría por quedarse, terminaría por abandonar su misión completamente, acabaría por permitir la destrucción de su mundo, ya sin el miedo de que él o Kadin se vieran afectados. ¿Pero cómo hacerle eso a tantas personas inocentes? ¿A todos aquellos con los que trabajaba? ¿Cómo hacerle eso a personas que siempre lo trataron bien como sus majestades el rey y la reina, los padres de Kadin? ¿Cómo hacerle eso a su amigo Eepa? No podría vivir con esa culpa el resto de su existencia. Se burló de sí mismo. ¿Y se suponía que Mina era la egoísta?

No, no podía... no debía. Por ello, tomó los brazos de la rubia para que dejara de sujetarlo y sacársela de encima, pero al ver sus intenciones, ella puso más fuerza al agarre.

Mina —suplicó él, agobiado—. Suéltame.

No —se negó con voz sofocada por el nudo en la garganta, pero con tenacidad admirable.

Mina —Tare frunció el ceño, impaciente—. No seas terca; tienes que soltarme. Sabías que tarde o temprano tendríamos que irnos.

¿No puede ser más tarde que temprano?

¡Mina!

¿Por qué, Tare? ¿Por qué tu empeño en separarte de mí tan rápidamente?

Es lo mejor. Es para evitar que ocurra lo que pasó con tu amigo; para que otra gente no sufra.

¿Y está bien que yo sufra, entonces? ¿Eh? ¿Que otros no lo hagan, pero yo sí?

Son... sacrificios que a veces deben hacerse.

Demonios, Tare, yo no quiero hacerlos. No me gustan los sacrificios; los odio.

Yo también”, pensó Tare con desazón. En realidad, comenzaba a detestar inmensamente su función como encargado de la maldición; pero sabía que no era cuestión de gustos, disgustos u odios, sino del deber, ¡el condenado deber! Intentó zafarse del agarre de la rubia una vez más, sin demasiado éxito, por lo que ahora pidió la ayuda de Kadin, y aunque Mina se resistió lo mejor que pudo, él era muy fuerte para ella, por lo que no le fue difícil alejarla del moreno, quien se puso de pie, sacudiéndose con la más falsa de las tranquilidades, al tiempo que hablaba con voz controlada, posando sus rubíes en los zafiros de Mina.

Esto es todo —manifestó con determinación absoluta y eso hirió profundamente a Mina, pues su mirar le advirtió que no lo haría cambiar de parecer. Después de todo, el era y seguramente siempre sería el señor “sigue las reglas al pie de la letra”—. Kadin, volvamos a casa.

De acuerdo —accedió el príncipe todavía demasiado conmocionado; miró a la joven—. Nos vemos, Mina, descansa.

Y siguió a Tare, quien se alejaba a paso veloz, por lo que tuvo que trotar para darle alcance, y como las dudas lo asaltaba de una manera anormal, no puedo reprimirse de preguntarlas.

Tare, ¿cómo así que Mina te ama? Me sorprendió mucho escucharla decir eso y no estoy seguro de entender cómo o por qué... Digo, no hemos estado aquí tantos días y creí que sería yo quien experimentara amor a primera vista. ¿O es que fue de alguna otra forma? ¿Al menos es verdad lo que dijo?

Tare se detuvo, pero no miró a su amigo en ningún momento, sino que suspiró larga y tendidamente, con profundo desaliento. Kadin lo miró preocupado, meditando, intentando ver la lógica en todo lo que había pasado momentos antes; y como si de un rompecabezas se tratara, las piezas en su mente encajaron para formular una idea razonable de toda esa situación. Abrió los ojos, anonadado, al deducir todo.

Tare, tú... Quiero decir, ¿es posible? ¿Acaso Mina ha estado enamorada de ti desde que se transportó al cuento? Dijiste que no desarrolló sentimientos por mí, ¿pero los desarrolló por ti? Ella no sufrió por mi causa, pero sí lo hizo por ti, ¿no es así? Y tú, tú también la amas, ¿verdad?

Tare al fin lo miró y Kadin casi respingó del asombro al ver en los siempre serenos ojos rojos un tormento enorme e incontenible, confirmando cada una de sus sospechas.

¡Oh, Tare! —exclamó Kadin, conmovido y compasivo, no pudiendo retener sus ganas de abrazar a su compañero, en un intento de consuelo—. ¡Cuánto debiste haber sufrido todo este tiempo! ¡Cuánto debió sufrir Mina! Tare, si pudiera hacer algo para ayudarlos.

Gracias, Kadin, aprecio el gesto, pero no hay nada que pueda hacerse —dijo Tare en un hilo de voz, sacudiendo la cabeza—. Tan sólo démonos prisa y concluyamos este infierno, ¿de acuerdo?

Tare se separó del príncipe e intentó brindarle una mirada tranquilizadora sin resultados favorables, por lo que simplemente le pidió que continuaran su recorrido a casa y así lo hicieron, teniendo como tercer compañero al silencio.

Consuelo inimaginable

Mina observó partir a Tare en silencio e inusual apacibilidad y quietud, viendo con agonía y sufrimiento que su figura se perdía en el horizonte hasta desvanecerse, dejándola sola y con un vacío interior que no hacía más que lastimarla mayormente. Apretó lo puños con las pocas fuerzas que le quedaban, pues en verdad se sentía agotada; razón por la que tal vez no se vio capaz de ir tras él otra vez. Sintió que sus ojos escocían con atroz ardor y que el nudo en su garganta se hacía más grueso, impidiéndole respirar apropiadamente, así que comenzó a jadear. Sacudió la cabeza cuando percibió lágrimas a punto de  desbordarse por sus ojos. No quería llorar, no quería llorar; no le gustaba llorar. Ceder al llanto implicaba vulnerabilidad, debilidad, derrota y esas eran palabras que ella no conocía ni quería conocer; palabras que no estaba en su diccionario... Pero siempre había una primera vez, ¿cierto?

—¡Maldición! —vociferó con dificultad y voz ronca, pateando el suelo.

No era justo, no era justo. ¿En verdad iba a vivir lo mismo de nuevo? ¿En verdad iba a perder a Tare sin disfrutar al menos el tiempo que les quedaba lo máximo que pudieran? ¿Por qué él siempre tenía que actuar de esa forma y tomar las decisiones más dolorosas? Se obligaba a creer que eran las menos acertadas, pero sabía que no era así; eran decisiones correctas, pero por demás hirientes, y el hecho de que experimentara esa espantosa punzada en su pecho era prueba de ello, incrementando su padecer el saber que Tare no estaría dispuesto a ajustar su mentalidad como ya había dejado en claro.

—¡Maldición! —Volvió a soltar pateando esta vez una pared.

Se sentía extremadamente frustrada y sin escapatoria, con inmensas ganas de gritar y lamentarse, pero no quería, no quería afrontar la realidad que estaba viviendo; no deseaba hacerle frente a su situación; por primera vez en su vida, prefirió vivir en un mundo de fantasías, donde todo pudiera salirle bien. Así que comenzó a andar, primero a paso calmado, luego, acelerándolo hasta alcanzar el trote, para finalmente correr como nunca lo había hecho, como si su vida dependiera de ello; en vano intento de darle la espalda a la verdad, como si pudiese huir de ella y esconderse, tan sólo para no sufrir más.

Corrió todo lo que sus pocas energías le permitieron, haciendo gala de su buena condición física como jugadora de béisbol; no se detuvo en ningún momento a tomar aire o pensar en nada, hasta que su cuerpo no pudo dar más de sí y se detuvo, con la respiración agitada, un terrible dolor en los músculos de las piernas, garganta y pecho por los irregulares bocanadas de aire que tomaba, y sudando a mares. Observó el lugar al que había arribado; el parque urbano de la ciudad. Eso quería decir que había recorrido bastante en su improvisada carrera, lo que no la extrañaba si ahora se sentía tan hecha polvo y con amenaza de dolor de cabeza por el esfuerzo extra. Caminó por los senderos del lugar, deleitándose en sus zonas verdes y jardines adornados con diversas flores; aquello podría ayudarla a relajarse, pero descubrió que no era tan eficiente cuando su mente comenzó a darle vueltas al mismo asunto minutos después. Aunque admitió que el lugar se veía fantástico con ese brillante colorido ecológico, favorecido por la época del año.

Decidió andar un poco más, sin reales deseos de retomar su camino a casa, ya que no tenía más planes. Además, de estar encerrada deprimiéndose con pensamientos destructivos, a estar en un lugar abierto, con aire fresco, deprimiéndose de igual forma, pues mejor lo segundo, ¿no? No fue mucho lo que avanzó cuando logró divisar en uno de los amplios jardines del parque, a un grupo de personas considerablemente grande que parecía trabajar en alguna especie de proyecto. Se acercó sumamente curiosa y con sorpresa descubrió que parecían filmar una escena de película, serie o lo que fuera; pero lo que más la asombró fue ver a Odín entre ellos, siendo obviamente, quien dirigía el proyecto. No habría esperado encontrárselo allí en ningún momento, y en realidad, no le apetecía verlo siquiera, por lo que se dispuso retirarse, mucho más al notar que ya habían terminado de filmar y empacaba todo para irse. No obstante, comenzaba a creerse la chica más desafortunada del mundo, pues el cineasta la interceptó, llamándola, acercándosele y ofreciéndole su típica sonrisa confianzuda.

—Vaya, Mina, ¿fisgoneando por aquí? No sabía que te interesara tanto el séptimo arte —comentó él en su también usual tono cantarín.

La rubia se limitó a desviar su mirada de él, sin contestarle nada, evidentemente desganada.

—Oh, ¿por qué esa cara larga? —cuestionó el negociante, incauto, mirándola escudriñador—. No te queda, ¿sabes? Opaca tu habitual deslumbre. ¿Qué pasa, eh? ¿Las vorágines en el crucero del romance han dejado de serlo para convertirse en una tempestad implacable?

Mina volvió a enfocar su visión en él, atónita. ¿Cómo rayos lo sabía? ¿Con tan sólo verla? ¿En verdad era tan fácil leerla? Odín sonrió más al notar que dio en el blanco.

—Así que sí se trata de eso. ¿Qué sucedió? ¿Los rivales se trenzaron en una acalorada discusión al verse? ¿Hubo golpes?

La joven se mordió el labio inferior, no sabiendo cómo sentirse, pues Odín no se burlaba exactamente, aunque tampoco lo decía muy amablemente.

—Hubo golpes —se respondió él ante el silencio de ella, y luego siguió en son de juego—. Es una pena que me lo perdiera; habría sacado un buen vídeo para subir a mi página.

—¿Te diviertes? —explotó ella finalmente, frunciendo el ceño, molesta y con voz ahogada por todo lo que llevaba adentro—. ¿Crees que es divertido el sufrimiento de otros? ¿Que puedes reírte de ellos como te plazca? ¿Que...?

Mina levantó la mano en señal de querer darle un golpe, pero ni de cerca fue lo que hizo, sino que se aferró a la camiseta de Odín con fuerza, al tiempo que escondía su rostro en el pecho de él, incapaz de continuar conteniendo por un segundo más todo aquello que la embargaba, sintiéndose una estúpida por mostrarle su flaqueza precisamente a él. En cambio, la inesperada acción de la rubia desencajó enormemente al hombre, quien de pronto se vio tenso y estático en su lugar, demasiado aturdido como para pensar o hacer algo coherente, pues no se imaginó hallarse en una situación como esa; se vislumbró siendo golpeado, sí, pero no pensó verse así. Se rascó la cabeza, frunciendo el ceño, inseguro y nervioso. ¿Y ahora qué se suponía que hiciera? Nunca pensó que un día vería a Mina así de frágil, desahogándose y llorando en su pecho; y mucho menos visualizó que se debiera a algo que no era directamente su culpa, pues si él hubiese sido el causante de su principal sufrimiento, tal vez supiera cómo manejarlo mejor y hasta enmendarlo. Sin embargo, era un ajeno en el asunto aquel, lo que hacía la situación mucho más incómoda.

—Oye, estás arruinando mi reputación...y mi camiseta —habló él intentando aligerar el ambiente, obteniendo como respuesta de ella un restriego de su rostro en la tela—. Claro, debí sospecharlo; no puede importarte menos.

Odín suspiró, sintiéndose sumamente acorralado e inquieto. No solía meterse en circunstancias en las que no supiera cómo actuar; le daban la sensación de estar desprotegido y contrariado, por lo que debía buscar una solución rápida para salir de esa situación de inmediato. Alzó su mano derecha con lentitud y clara inseguridad, antes de colocarla en la espalda de Mina, en un intento por consolarla cuando la acarició con torpeza y nerviosismo.

—Vamos, no pudo haber sido tan malo —trató de animar, con su entonadita despreocupada.

—Por supuesto que fue malo, peor que malo, fue terrible —confesó ella entre sollozos, sin separarse de él, por lo que su voz sonó sofocada—. Tare lo complica todo, siempre ve lo negativo. ¡Con un demonio! Yo sé que tiene que irse, no se lo cuestiono, ¿pero por qué no puede aprovechar el tiempo que le queda conmigo? Es lo único que le pido, ¡pero no! Ni siquiera quiere escucharme, porque entonces Helio sufriría y también sé que no se lo merece, pero... pero... ¿Por qué otros pueden ser egoístas sin problema o parecer monstruos? ¿Por qué cuando yo intento serlo termino siendo la mala de la película? No es justo...

Su voz se apagó por el nudo en la garganta que se le formó. Odín había escuchado todo en silencio, aun no estando seguro de comprender al cien por ciento todo, pero se daba un buen esquema mental con lo que Mina le había contado. ¿Qué debía decirle ahora? Si buscaba que le confirmara que Tare tenía razón y que lo dejara marcharse si así lo quería él, entonces estaba con la persona equivocada. Odín mismo era una persona muy egoísta, a pesar de que no llegaba al narcisismo, así que no podía aconsejar no serlo. Ambos se amaban, ¿no? O al menos eso podía ver él a kilómetros de distancia, por lo que ¿cuál era el problema de luchar por algo que ambos anhelaban interiormente? Lo irónico del asunto, era que Odín parecía sentirse más identificado con Helio con eso del amor mal correspondido, pero insistía, no podía sugerirle a Mina que no fuera egoísta cuando él lo era, y no lo hizo; expresó su opinión tal cual la creía.

—No considero malo ser egoísta de vez en cuando, y mucho menos si es por algo que gozarás un corto espacio de tiempo.

—Pero Helio...

—Helio debe ser un hombre y entender que no puede tenerse todo en la vida, y que las malas etapas siempre estarán a la orden del día —la interrumpió él, mirando el cielo—. Si te ama tanto como presume, buscará a toda costa tu felicidad, aun si eso implica que ésta no sea a su lado; así que debe dejarte ir, por mucho que duela, pues vaya que duele, pero no puedes evitarlo. Se tiene que sufrir cuando se ama; es su precio, después de todo.

Mina se asombró de escuchar el timbre de voz de Odín con un deje de tristeza, como si en realidad supiera de lo que hablaba; como si en serio comprendiera lo que implicaba dejar ir a alguien amado para que obtuviera su felicidad. Levantó la vista para mirarlo, y aunque él continuaba contemplando la bóveda celeste sobre ellos, la rubia descubrió por su expresión que se mantenía lejos, ausente; quizás en un pasado no muy agradable, dedujo, notando en los dorados ojos el velo de una melancolía que jamás hubiese imaginado descubrir en ellos. Y por primera vez en todo el tiempo que llevaba de conocerlo, Mina lo vio como lo que era; un hombre joven con sentimientos que seguramente también luchaba contra fantasmas del pasado. Y por primera vez también, una curiosidad enorme por él nació en ella; quiso indagar y descubrir por qué ese pesar en su mirar.

No se percató de lo penetrante que resultó su inspección de él, hasta que Odín, saliendo de su transe, enfocó su vista en ella nuevamente, alzando una ceja, inquisitivo de verse el centro de atención de la rubia. Mina enrojeció de vergüenza al hallarse con las manos en la masa; no obstante, Odín decidió no prestarle importancia al asunto cuando sonrió ladino, tomando la palabra otra vez, al tiempo que se encogía de hombros.

—Además, la Mina que yo conozco no se rinde tan fácilmente. Hasta donde sé, lucha por aquello que desea, sin permitir que nadie ni nada se le ponga enfrente. No importa si eso ocasiona desdicha para otros, o si eso la convierte en una molestia aguda. En efecto, la Mina que yo conozco es más bien como un dolor de muelas; una tumor canceroso que no desaparece; un virus del mal que vuelve con más potencia; un irritante sarpullido que...

—¡Ya es suficiente! —lo silenció Mina, fastidiada—. ¿Quién te enseñó a hacer cumplidos? Porque debo decir que no hizo un buen trabajo.

—¡Qué grosera! —se quejó él, fingiendo estar ofendido—. Me estoy esforzando.

—¿Sí? No quiero saber qué dices cuando no te esfuerzas o en serio deseas ofender a alguien.

—Tienes razón, no quieres saber —asintió él, entretenido.

Mina rio ligeramente, increíblemente percibiéndose mejor en espíritu, como si una carga enorme hubiese sido removida de sus hombros y pecho. Se separó de Odín y no puedo evitar sonreírle a plenitud, agradecida.

—No es posible que vaya a decir esto, pero me has ayudado mucho; me siento mejor y se debe a ti, así que gracias.

—Bueno, mi deber como persona educada es decir de nada, pero en realidad no piensas que ha sido gratis, ¿verdad?

—¡Qué! —exclamó Mina, disgustada. Odín acababa de arruinar su encanto.

—¿Qué quieres que haga? —El hombre se encogió de hombros, sonriendo por demás burlesco—. Negocios son negocios; sabes que mi tiempo cuesta demasiado y me has hecho perder valiosos minutos, por lo que debes recompensarme. Recuerda también que debes pagar por mi camiseta que ahora está llena de lágrimas y mocos.

—¡Ay, por favor! Deja de lamentarte como un niño por tu camiseta. ¿Qué quieres? ¿Una nueva? ¿Quieres que la compre; quieres el dinero? ¿O quieres que te lave esta? Porque si es así, puedo hacerlo. Anda, quítatela —Mina le dio un tirón a la prenda.

—Cielos, Mina, creí que el día que me pidieras eso sería en un lugar más privado —insinuó Odín en son pícaro y chispeante, logrando que un escandaloso rubor invadiera el rostro de la rubia, quien retrocedió un par de pasos, al tiempo que el pelinegro reventaba a carcajadas, por demás divertido.

—¡No pienses cosas raras, pervertido! —exigió ella, inmensamente azorada.

—Es una broma, es una broma —confesó él sin dejar de reír—. En lo que hablo muy en serio es en lo del coste de mi tiempo, pero descuida, ya se me ocurrirá algo.

—De verdad, no sé por qué me sorprendo todavía —comentó la joven cruzándose de brazos, más calmada—. Al menos hazme un descuento, ¿quieres? Al fin y al cabo, soy tu clienta favorita.

—¿Y se puede saber quién te ha otorgado semejante título? —interrogó él, enarcando las cejas, curioso e incrédulo de escuchar aquello.

—Yo misma —aceptó Mina, alzando la barbilla con orgullo—. Sabes que me queda, así que ¿cuál es el problema?

—Eres muy constante y peculiar a tu manera, sí —admitió él.

—¿Ves? ¿No son razones suficientes para que me vuelva tu favorita?

—Lo pensaré —concedió, risueño —Por ahora sólo recuerda que estás en deuda e intenta no meterte en más líos, ¿de acuerdo? Que el resto de tu día esté lleno de dicha. Chao.


Odín comenzó a alejarse dándole la espalda, despidiéndose de la rubia alzando su brazo y sacudiendo la mano. Mina sólo lo contempló hasta que lo perdió de vista; luego, inhaló profundamente, permitiendo que el aire limpio del parque inundara sus pulmones. Odín tenía razón; ella no era derrotista, sino que peleaba por lo que se proponía y no había muro que se le pusiera enfrente, por lo que la terquedad de Tare no iba a ser la excepción. Él no la había dejado decirle todo lo que quería comentarle, así que decidió en ese momento que el moreno no se iría hasta que escuchara la última de sus palabras, y si para ello tenía que tomar medidas extremas, pues las tomaría y punto. Con ese pensamiento, regresó a casa, planeando su siguiente movimiento; el que ejecutaría mañana a primera hora del día.

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