Una melodía, un encuentro
Llegué a casa de
mis protectores.
Arribé a ellos
aproximadamente un par de años atrás, junto con mi pequeño hijo. Habíamos
estado viajando durante mucho tiempo, solitarios, pobres y esforzándonos por
seguir adelante cuando él cayó enfermo gravemente; una infección pulmonar. Creí
que lo perdería, estaba tan asustada. A pesar de que quien lo engendró huyó
cual ser pusilánime, no dejaba de ser mi hijo, sangre de mi sangre y lo amaba
mucho. Le entregué todo el amor que su padre rechazó al irse y mucho más;
enfocándome de lleno en él para no hundirme yo misma en mi depresión. Después
de todo, también había amado a su padre en gran medida. No obstante, esta
familia, viendo nuestra lamentable situación y mi desesperación por intentar
salvar a mi retoño, me brindó su ayuda de manera desinteresada; no sólo
acogiéndome en su hogar, sino también pagando el médico y los medicamentos para
mi hijo, mi amado Matthew.
Sus bondades no
acabaron allí, cuando Matt se recuperó, sino que continuaron ofreciéndome su
techo y sus recursos, viéndome como alguien más de la familia. Desde entonces
vivimos con ellos, volviéndonos sus protegidos. Les estaba tan agradecida que
simplemente no pude quedarme de brazos cruzados, por lo que me dispuse
encontrar trabajo y cuando lo encontré limpiando casas, acordamos que
contribuiría en algunos gastos de la casa y con todo lo implicado a Matt y a
mí. Ahora es que regresaba de la jornada de trabajo, arribando al hogar Valley.
Una casa bastante sencilla, aunque con un terreno muy grande, el que ocupaban
más el jardín trasero y el patio delantero. En cuanto atravesé el portón para
ingresar a este espacio abierto, de la puerta de enfrente, ubicada unos metros
delante de mí y por la que se entraba de lleno a la sala de la casa, salió
disparado Matt, contento.
—¡Mami, mami!
—Gritó al verme lanzándose a mis brazos—. Bienvenida a casa, mami.
—Gracias, Matt.
Estoy de vuelta —respondí con una sonrisa sosteniéndolo en brazos y aunque
estaba por demás agotada, no deseé bajarlo y destruir su deseo de ser alzado por mí.
—Matt —Un joven
unos años menor que yo salió a nuestro encuentro—. Ten consideración con tu
madre. Ya no estás tan pequeño como para que ande cargándote a todos lados.
—Soy pequeño
—repuso él—. Tengo éstos.
Levantó su mano
derecha mostrando cuatro dedos alzados. Sonreí con pesar. Para mí apenas fue
ayer cuando era un bebé. Su infancia iba
que volaba y yo que no podía estar todo el tiempo que deseaba con él.
—Muy bien, eres
pequeño —concedió el joven morocho—, pero algún día crecerás y para que lo
hagas debes comer, así que anda, ve a la cocina y termina tu comida.
—Está bien.
Matt se removió
en mis brazos y lo bajé para que entrara a la casa, acatando lo ordenado. El joven,
hijo único del matrimonio que nos acogió, suspiró larga y tendidamente. Sonreí
apenada.
—Gracias por
encargarte de él cuando salgo a trabajar, Fred, a pesar de que tienes tus
propias obligaciones.
—Sí, bueno, no
importa en realidad.
—Claro que sí.
Matt es realmente inquieto y no es fácil lidiar con él. Estoy seriamente
pensando en recompensarte de algún modo. Pagarte por hacerlo no es mala idea,
¿eh?
—No tienes que
hacerlo, Leilany, de verdad. No es un problema… Es decir, sí es complicado,
pero no importa ya que… ya que… Quiero decir…
Fred comenzó a
balbucear y trabándose un montón, el escarlata cubrió su rostro. No tenía que
explicar nada. Él era igual que sus padres; generoso y amable. Tal vez no le
era fácil hablar abiertamente de algunas cosas, pero era joven; tan sólo
contaba con dieciséis años. La misma edad a la que tuve a Matt y yo me vi
obligada a madurar lo suficiente a una edad temprana; no podía obligarlo a él a
hacer lo mismo. Los dos ingresamos a la casa, dirigiéndonos directamente a la
cocina, donde estaba Matt sentado frente a la mesa que había en el centro,
degustando sus alimentos. Vi las cazuelas con los guisos sobre la estufa, pero
no vi por ningún lado a la cocinera: la dueña de la casa.
—¿Dónde está tu
madre, Fred? —inquirí con extrañeza. Minerva no tendía salir de casa.
—Oh, ella y papá
salieron. Un amigo de la familia llegó a la ciudad en el avión que arribó al mediodía y fueron a recibirlo.
—¿Un amigo de la
familia?
—Sí, bueno, en
realidad es un benefactor, pero la relación que mantiene con papá es buena. No
lo conoces. Él ha estado en una hacienda que tiene en las montañas al sur del
país durante los últimos dos años. Su esposa enfermó gravemente por aquel
tiempo y decidieron cambiar de ambiente con la esperanza de una mejoría. Hace
unos meses nos enteramos de que al final él enviudó. Supongo que regresa para
atender los negocios que tiene aquí. Posee una tienda de artesanías bastante
popular en el centro de la ciudad y que dejó a cargo de alguien de confianza.
—¡Ya acabé!
El aviso de Mattno
nos dio tiempo de seguir la conversación y atenderlo el resto del día no me
permitió a mí darle demasiadas vueltas a la historia que Fred me contó y me
concentré en atender las necesidades de mi pequeño. De aquella manera, la noche
reinó sobre esa parte de la tierra y me dispuse guardar el debido descanso para
el día de mañana. El día siguiente trascurrió relativamente normal, como
cualquiera; no salió de la rutina hasta que, al caer la tarde y deambulando por
la casa de la que me otorgaban completa libertad, buscaba a Matt, a quien de
pronto perdí de vista al tomar una pequeña siesta.Cuando pasaba por el patio interior
trasero para continuar con mi búsqueda, una hermosa melodía atravesó mi sentido
auditivo. Lo interesante era que la sinfonía provenía de ninguna clase de
instrumento, sino que mi oído lo identificó como un silbido; uno rítmico,
pausado y entonado.
Con la
curiosidad a flor de piel, me caminé con paso sigiloso hasta colocarme en el
umbral de la puerta que daba a la extensión llena de coloridas flores, pasto
verde y una cantidad considerable de jaulas para aves, las que a Minerva le
encantaban. Allí, frente a una de las jaulas en la que un canario de brillante plumaje amarillo verdoso cantaba alegre, un
hombre lo secundaba con su propio elegante silbido. De pronto, me vi incapaz de
apartar mi mirada de ese hombre desconocido alejado unos metros de mí.
Apenas pude
apreciar su perfil y detallar que era más joven de lo que su casi completamente
cano cabello hacía pensar; lo que llamó indiscutiblemente mi atención, porque
no podía negar que contaba con sus años, quizás un tanto mayor que el padre de
Fred, pero que las canas cubrieran lo que parecían haber sido unas hebras
castañas tan prematuramente, era algo insólito que nunca había visto. Una
extraña razón más por la que me vi sumergida en observarlo, fue que su
semblante, maduro y relativamente sereno, era empañado por una sombra de
tristeza y abatimiento; lo que hizo que lo visualizara raramente más encantador
y mi joven e inconstante corazón inició una rápida carrera dentro de mi pecho.
Él era un ser por el que la perfección se había colado entre tanta
imperfección, dándole aquella identidad tan llamativa a mi parecer.
Por un momento
mi entorno desapareció y mis ojos no se apartaron de él, desconectándome del
mundo como para no escuchar ni ver nada más que a él y su melodioso chiflido,
pero no lo suficiente como para no reaccionar cuando él sintió lo penetrante de
mi mirada y volviendo su rostro hacia donde yo me encontraba, se dispuso a
mirarme. Sin embargo, en cuanto sus intenciones fueron claras para mí,
velozmente me oculté de su punto de visión, utilizando la pared a mi izquierda
como escudo. Si mi corazón ya estaba acelerado, en ese momento pareció que
moriría de taquicardia. Además, sentí que mi rostro adquiría un tono rojizo muy
intenso porque lo sentí arder con furia. Añadido a ello, el que me mostrara
nerviosa y el estómago se me encogiera de un momento a otro. ¿Me habría visto?
Si lo hizo, ¿qué pensaría de mi descarado mirar? En realidad, las cuestiones
más importantes eran: ¿qué me pasaba? ¿Por qué me preocupaba tanto?
Me llevé las
manos al pecho en un desesperado intento por aplacar mis latidos presurosos y cerré
los ojos para aquietar el tumulto de mis pensamientos. No obstante, me
sobresalté cuando sentí una presencia a mi lado. Abrí los ojos sorprendida y
viré mi cabeza noventa grados para encontrarme de lleno con el rostro del
hombre desconocido, quien se había colocado bajo el umbral de la puerta, donde
segundos antes había estado yo, mirándolo. En esta ocasión fue mi turno ser la
observada bajo el par de perlas doradas que llevaba por ojos y que parecían
fundirse en una mezcla de sorpresa, curiosidad y esa congoja de antes, para
finalmente arder en el cálido fuego que una amable y bondadosa sonrisa los
envolvió.
—Hola.
Su saludo tenue,
amigable y sin chiste, hizo que un repentino estremecimiento me invadiera y que
una sensación extraña me golpeara tan súbitamente que me mareó, por lo que me
tuve que apoyar firmemente del muro. ¿Qué era este sentir de turbación,
nerviosismo y satisfacción? Con todo y mis acciones torpes, no pude apartar mi
mirada del hombre y los dos nos sumergimos en un silencio que, a pesar de la
incomodidad del inicio, fue tornándose agradable; sin embargo, duró más poco de
lo que percibimos, pues casi al instante llegó a la escena Fred junto con Matt.
—Sr. Black —lo
llamó Fred y luego me miró—. Leilany, ¿ya conociste al Sr. Black? Es el
benefactor del que te hablaba.
—Estábamos en
eso —dijo el hombre desconocido sin borrar su ligera sonrisa y sin dejar de
mirarme—. Nathan Black, un placer.
—Sí, lo mismo
—apenas pude susurras, por demás azorada.
—¿Qué hace aquí?
—Fred volvió a tomar la palabra, sin darnos oportunidad de tendernos la mano;
lo que en realidad agradecía, pues no sabía de qué manera reaccionaría si
llegaba a tocarlo—. Me sorprende que mamá no esté atendiéndolo.
—Buscaba a tu
padre. Es culpa mía por hacerlo en horas laborales. Minerva fue muy amable al
ofrecerse de ir a buscarlo a su lugar de trabajo.
—En ese caso
será mejor que lo esperemos en la sala. Acompáñeme, le serviré algo de beber
mientras tanto.
—Muchas gracias.
Y de aquella manera,
los hombres se alejaron, mas yo no los seguí. Al verme sola, tuve la
oportunidad de soltar todo aquello que segundos anteriores me embargó cual
torbellino inesperado en un largo suspiro de ensoñación. ¡Qué momento! Cerré
los ojos e inhalé profundamente para después soltar el aire con parsimonia;
procurando tranquilizarme.
—Mami —Escuché
la voz de Matt y hasta ese momento descubrí que no había seguido a Fred y al
hombre que me mantenía tan distraída al no apartarse de mis pensamientos.
—Hijo, ¿dónde
estabas? Me tenías preocupada.
—Fred y yo
veíamos las flores del patio de enfrente. Mira, encontré esto para ti. Fred
dice que da buena suerte porque son dificilísimos de encontrar.
Matt extendió su
mano hacia mí y me mostró un trébol
de cuatro hojas. Lo sostuve con manos temblorosas, pero llena de cariño. Buena
suerte, ¿eh? No es que fuera creyente de ésta, pero ver la sonrisa de mi niño
hizo que lo abrazara, sumamente agradecida, de pronto imaginando que las cosas
no podían ir mejor. De aquella manera, el resto del día trascurrió con normalidad
y ya no pude volver a encontrarme con él
ante las ocupaciones de ambos. No obstante, no pude mantenerme ajena a los
sentimientos que me provocó el verlo simplemente y ya en la noche, acostada en
mi cama sin poder dormir, a mi mente acudió la melodía que él entonaba con
tanta delicadeza y que llamó tanto mi atención, por lo que otra sensación de
bienestar mezclado con algo más surgió en mí, resumido en esto: El deseo de
volver a escuchar de sus labios el silbido de aquella musiquita y, por
supuesto, el anhelo de volver a contemplarlo.
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