Libertad
Si ella pudiera
percibir sus emociones, se daría cuenta de lo que sentía por la
situación. Sabría que esa nueva aventura que tendrá que enfrentar
dentro de poco sola, sin él, lo alegra, pero también le da una
sensación de preocupación.
—Hoy es el gran
día, Toby —le dijo ella una vez más. Toda la mañana se lo había
estado repitiendo, así que ya sabía lo que seguía—: Después de
la operación podré ver y todos estos años de oscuridad serán como
una pesadilla de la que habré despertado.
Sintió la alegría
que la esperanza le daba. La miró sonreír al vacío. Adelantado a
ella un paso, pudo observar su pasiva expresión adornada por el
regocijo. Sus ojos, de un hermoso color café claro, lucían sin el
brillo de la visión, mirándose algo extraños en su rostro de nariz
recta y labios carnosos. Ciega desde pequeña, sus ojos estuvieron
condenados a la intensa oscuridad por causa desconocida, sin la
posibilidad de apreciar la luz, pero hoy era diferente, porque por
medio de una exitosa operación que, según los médicos, le daría
luz a esos orbes, su esclavitud a la oscuridad podía terminar para
siempre.
Él miró hacia
donde ella posaba su vista sin ver, al exuberante campo que con sus
variados árboles, plantas y flores, se mecían agraciados por la
ligera brisa que soplaba en el cálido verano. Durante años lo
habían recorrido juntos, así como a la pequeña ciudad que se
levantaba detrás de la colina. Él era sus ojos desde que ambos eran
pequeños, así que habían crecido juntos. Él la llevaba y la traía
para todos lados fuera de casa, conduciéndola y cuidándola,
amándola en silencio y era muy feliz, porque para eso había sido
entrenado. Esa joven era su dueña, pero era más que eso, era su
amiga, su todo.
—Vamos, Toby, es
hora de regresar —jaló su correa y él se puso en movimiento,
sintiendo la pierna derecha de la joven pegada a su torso izquierdo
y ese toque fue parte de su ser. Mientras volvían a la casa, la
chica siguió hablando—: ¿Te portarás bien en mi ausencia? No
hagas sufrir mucho a Katy —la prima que lo cuidaría cuando no
estuviera —, sé obediente con ella, sabes que no le gustan tanto
los animales como a mí, pero sabe que tú eres un perro muy lindo.
Toby la escuchó con
atención a pesar de que la tenía fija en la distancia, sobre el
vehículo de sus padres que ya esperaba por la joven. El ronroneo del
motor le causó dolor de cabeza por el hecho de que alejaría a su
ama de su vida por algún tiempo. Al llegar al frente de la casa, la
madre reprochó con voz preocupada:
—¡Janet! ¿Dónde
andas? ¡Se hace tarde! Ya deberíamos estar en el hospital.
—Lo siento, mamá.
No pude evitar dar un último paseo con Toby.
Allí también
estaba Katy, una joven que derrochaba energía por todos lados y
quien tomó la correa de Toby diciendo:
—No te preocupes
por tu perro, lo cuidaré tan bien como tú.
—Gracias, Katy.
Hay instrucciones de su cuidado en una nota pegada en el
refrigerador. Puedes quitarle el arnés, ya no lo necesitará.
Se inclinó para que
Toby se acercara y al hacerlo, lo acarició con mucho cariño. Él
lamió su rostro y ella río con fuerza haciéndolo mover la cola con
amplio gusto. Le encantaba su sonrisa, de hecho, todo le gustaba de
Janet y sus caricias sinceras eran su vida, luego, la miró triste
subir al auto. Esta era la primera vez que se separaban.
Y esa tristeza se
incrementó en los siguientes días en la ausencia de su ama, sin
embargo, aunque a Katy no le gustaban tanto los animales, lo trataba
bien y tratando de seguir las instrucciones, lo sacaba a pasear, pero
a veces se le olvidaba, no obstante, esos paseos con ella no eran
iguales que con Janet. Era Katy quien lo dirigía y no él a ella,
por lo que se le hicieron pesadas esas caminatas por el campo. No
estaba acostumbrado a esta norma, de ahí que deseó incansable el
regreso de Janet con la esperanza de que todo volviera a ser como era
antes, así que se armó de paciencia y todos los días la esperó
echado en la puerta y cuando finalmente Janet volvió, saltó por la
casa lleno de dicha, regodeado de una satisfacción que lo hizo lucir
hilarante en sus saltos y ladridos, pero Janet, por primera vez en
todos esos años, lo ignoró y lo primero que hizo al entrar a la
casa, fue abrazar a Katy.
—¡Katy! ¡Mírame!
¡Ya puedo ver! Ven, vamos a mi habitación para mostrarte lo que
papá me ha comprado. Estuvimos unos días en la ciudad después de
salir del hospital y mis padres me llevaron a conocerla visualmente.
Aunque el médico pidió que no exageráramos, pues todo es nuevo
para mí. Estoy en terapia, una especie de clases para reconocer por
vista todo lo que conozco por tacto, y no sabes lo que…
Su voz se atenuó
escalera arriba. Desde abajo, Toby miró a ambas jóvenes, las que
llevando las maletas de Janet, se perdieron de su vista al llegar al
pasillo e ingresar a la habitación.
El impacto de haber
sido ignorado lo había inmovilizado por completo. Su Janet jamás
había actuado así con él y aquella preocupación que sintió el
día que Janet se fue al hospital, se convirtió en un enorme pesar;
una pena que siguió creciendo atenazando su corazón y absolutamente
nadie sabía lo que sentía, pero aun así se esforzó por hacerse
notar, por volver a los días en que su Janet lo necesitaba.
Varias veces en los
siguientes días tomó en su hocico el arnés para que ella se lo
pusiera y salieran a pasear, pero todas esas veces, ella le dijo:
—No, Toby. Este
arnés ya no es necesario. Tú eres libre. Mi vista te ha otorgado tu
libertad, así que anda, sal a jugar, corre y salta por el jardín,
haz otras cosas. Sé un perro normal.
No pudo gritar de
dolor por sus palabras, pero lloró y con su cabeza buscó las manos
de ella para que lo acariciara un poco, pues desde su regreso,
ninguna vez lo había hecho, tampoco lo había llevado a pasear.
Añoraba caminar a su lado, pero Janet estaba muy ocupada absorbiendo
el mundo de la visión. Ya no lo necesitaba y él, sin esa necesidad,
prefería morir.
No era un robot,
pero había sido programado, o dicho de otra manera, educado para
hacer una tarea y esta era que Janet dependiera de él para ayudarla
a desplazarse, para ayudarle en otras cosas, como acercarle algunos
objetos, por ejemplo. Su afán era cuidarla, sin eso no tenía
propósito, porque su deleite no estaba en ser un perro normal, sino
el de ser un guía.
Poco a poco, el
ánimo de Toby decayó y cuando Janet lo abandonó, su apetito
disminuyó hasta el grado de que dejó de comer. La añoranza produjo
que se convirtiera en un perro desolado y comenzó a vérsele con la
cola entre las patas y la cabeza caída, siempre mirando el suelo y
cuando no se le veía así, se le notaba tendido en un rincón de la
casa dormido o despierto, sin aspiración de hacer nada, pero no fue
sino hasta que emprendió a desalojar su tormento por medio de
constantes aullidos, que los padres de su ex dueña, le pusieron
atención.
—Me enervan sus
aullidos —dijo la madre un día, muy mortificada —¡Y mira como
ha enflacado!
—Extraña a Janet
—respondió el esposo. Janet, por causa de las terapias y un empleo
que se había conseguido, vivía ahora en la ciudad—. Estoy
pensando que tal vez debemos donarlo al centro de capacitación. Allí
pueden ubicarlo con algún invidente que lo necesite.
La madre estuvo de
acuerdo, así que el padre lo llevó al centro de capacitación, cosa
que Janet también aprobó cuando se lo informaron. Le dolió la
decisión, pero no tenía tiempo para dedicarlo a su fiel amigo. Su
vida había cambiado y comprendió que Toby estaría mejor en otras
manos, aquellas que al igual que ella en su día, lo necesitara.
Pero ninguno de
ellos sabía lo que había en el completo ser de Toby: amor y
fidelidad. Empeño por estar al lado de la fuente que prodigaba tales
cualidades, así que unos días después de estar en el centro de
capacitación, escapó y no fue a la casa de los padres a donde
acudió, sino a la casa de la ciudad, empleando la poca energía que
le quedaba.
Las puertas de la
casa, tanto la de enfrente como la de atrás estaban cerradas,
asimismo la pequeña puerta incrustada en la parte inferior para que
él pudiera entrar. Rodeó la casa varias veces, sus patas sumiéndose
en la nieve, helándose hasta los huesos, porque aunque su pelo le
daba cierta protección, la pérdida de grasa era una desventaja
contra el intenso frío del invierno. Su hermosa apariencia de pastor
alemán se había esfumado y ahora era un perro flaco y sin brillo,
débil y tembloroso.
Arañó la puerta
principal con sus congeladas patas. No se iría de allí, así que se
echó sobre la nieve y a los pocos minutos, más de esta comenzó a
caer y el cielo le dio su blanco regalo, cubriéndolo con una fina
capa al principio, engrosando después con el paso del tiempo y si no
hubiera sido porque Janet llegó, hubiese terminado sepultado en la
nevada.
—¡Toby! —gritó
cuando lo vio y presurosa se hincó a su lado para sacudirle la fría
nieve — ¿Cómo llegaste aquí? Levántate, Toby, vamos adentro.
Pero Toby no se
levantó. Recostado, la miró con infinita tristeza.
—Toby —se
atragantó su voz al verlo así. Por primera vez reparó en su
aspecto. Había estado tan ocupada que había pasado por alto todo lo
referente a él. Las lágrimas de arrepentimiento saltaron a sus
ojos—. No te mueras Toby, perdóname.
Se levantó para
abrir la puerta, luego, como pudo, llevó a Toby adentro, en donde lo
envolvió con una cálida frazada, enseguida encendió la chimenea
aunque la calefacción estaba trajando y la tibieza que generaba era
agradable. Se sentó en el sofá con Toby sobre ella, abrazándolo
con evidente y sentido cariño.
—Toby, te quiero
mucho. Perdóname por olvidar lo importante que eres para mí, no hay
excusa. Tú mi mejor amigo, el que siempre estuvo a mi lado, fiel y
amoroso, dándome todo —se quebró su voz por el llanto retenido y
enterrando su rostro en el cuello del lánguido perro, lloró
arrepentida, dolida hasta el extremo—. No te mueras, por favor, no
te mueras.
Con sus manos palpó
el cuerpo huesudo de su querido amigo y se sintió muy culpable. Ello
lo había llevado a su actual condición. Su falta de interés lo
había inducido a dejarse morir. Su llanto aumentó y con él
vinieron las primeras lágrimas en los ojos de Toby. Su falta de
energía no lo privaron de la sublime sensación que lo envolvió al
sentirse querido, deseado de nuevo por su Janet. Lloró con ella.
—No voy a dejarte
morir.
Resuelta, aunque
gimiendo en su espíritu, se levantó dejando a Toby bien arropado y
fue a la cocina en donde se dio a la tarea de triturar comida para
perro en la licuadora. Afortunadamente en esta casa también se
acostumbraba tener comida para él, pues algunas veces lo traían de
visita aquí, de este modo intentó alimentarlo con el licuado
poniendo dentro de su hocico el alimento con una cuchara, pero Toby
no tenía interés en comer, por lo que mantuvo el primer bocado sin
tragarlo.
—Por favor, Toby,
come —ella le hizo la mímica para indicarle cómo debía tragarlo
—¿Ves? Así se hace.
Su cara y gestos
graciosos hizo que Toby levantara las orejas, pero continuó sin
tragar, no obstante, después de unos minutos, pasó el alimento.
—¡Genial! —Janet
aplaudió contenta—. Un poco más—, volvió a introducir licuado
y esta vez Toby lo tragó de inmediato. Con el alimento cayendo en su
estómago vacío, una revolución de tripas se puso en movimiento y
un sonido parecido al de metralletas siendo disparadas, se escuchó—.
¡Oh! ¡Vaya! Sí que están vacías, hay que darles más.
Así siguió
alimentándolo, pero no se excedió, sino que durante un par de días
estuvo dándole batidos en cortas y constantes dosis. Al final del
segundo día, Toby tuvo la voluntad de levantarse y comer por él
mismo, aunque poco. A la semana, su potencia era más que evidente.
Ya andaba por la casa, pero su apariencia de perro con la cola entre
las patas y la cabeza caída era la misma, sin embargo empezaba a
mostrar alguna señal de contentamiento, como cuando ella se sentaba
a su lado para prodigarle sus caricias y sus sinceras expresiones de
ánimo.
Entonces, un día,
cuando ella lo vio mucho mejor, le mostró algo que él extrañaba
mucho. El objeto lo hizo levantar la cabeza y sacar la cola de entre
las patas para moverla de un lado a otro con júbilo. Su mirada café
brilló y un ladrido brotó de su callada garganta, porque ese objeto
era el arnés que ella puso sobre él, atándolo a su cuerpo con las
cintas del mismo, luego, sujetando la correa, le dijo al momento de
cubrirse con una venda negra los ojos.
—Vamos, mi lindo y
fiel amigo, mi compañero amado, llévame a dar un paseo.
Toby saltó de
alegría. Ladró de nuevo. Contentamiento en exuberancia brotó de su
ser que lo llevaron a llorar y miró agradecido a su Janet.
Finalmente ella comprendía que su libertad no era la de ser un perro
normal, sino que consistía en tener la esperanza de seguir siendo su
perro lazarillo, invidente o no, porque para eso había nacido, para
ser su guía y nada podía cambiar, no para él, ese hecho, así que
la condujo sumamente animado a la puerta y de allí a la calle. Ella
lo siguió dócil, porque eso era vida para él.
—Este será
nuestro pasatiempo favorito, ¿verdad, Toby?
El pastor alemán
ladró y logró transmitirle su adquirida felicidad.
—Si pudieras
hablar, me dirías: “Y nada lo impedirá, solo la muerte.”
Así mismo era.
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