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sábado, 5 de julio de 2014

Libertad


Libertad

Si ella pudiera percibir sus emociones, se daría cuenta de lo que sentía por la situación. Sabría que esa nueva aventura que tendrá que enfrentar dentro de poco sola, sin él, lo alegra, pero también le da una sensación de preocupación.
—Hoy es el gran día, Toby —le dijo ella una vez más. Toda la mañana se lo había estado repitiendo, así que ya sabía lo que seguía—: Después de la operación podré ver y todos estos años de oscuridad serán como una pesadilla de la que habré despertado.


Sintió la alegría que la esperanza le daba. La miró sonreír al vacío. Adelantado a ella un paso, pudo observar su pasiva expresión adornada por el regocijo. Sus ojos, de un hermoso color café claro, lucían sin el brillo de la visión, mirándose algo extraños en su rostro de nariz recta y labios carnosos. Ciega desde pequeña, sus ojos estuvieron condenados a la intensa oscuridad por causa desconocida, sin la posibilidad de apreciar la luz, pero hoy era diferente, porque por medio de una exitosa operación que, según los médicos, le daría luz a esos orbes, su esclavitud a la oscuridad podía terminar para siempre.

Él miró hacia donde ella posaba su vista sin ver, al exuberante campo que con sus variados árboles, plantas y flores, se mecían agraciados por la ligera brisa que soplaba en el cálido verano. Durante años lo habían recorrido juntos, así como a la pequeña ciudad que se levantaba detrás de la colina. Él era sus ojos desde que ambos eran pequeños, así que habían crecido juntos. Él la llevaba y la traía para todos lados fuera de casa, conduciéndola y cuidándola, amándola en silencio y era muy feliz, porque para eso había sido entrenado. Esa joven era su dueña, pero era más que eso, era su amiga, su todo.

—Vamos, Toby, es hora de regresar —jaló su correa y él se puso en movimiento, sintiendo la pierna derecha de la joven pegada a su torso izquierdo y ese toque fue parte de su ser. Mientras volvían a la casa, la chica siguió hablando—: ¿Te portarás bien en mi ausencia? No hagas sufrir mucho a Katy —la prima que lo cuidaría cuando no estuviera —, sé obediente con ella, sabes que no le gustan tanto los animales como a mí, pero sabe que tú eres un perro muy lindo.

Toby la escuchó con atención a pesar de que la tenía fija en la distancia, sobre el vehículo de sus padres que ya esperaba por la joven. El ronroneo del motor le causó dolor de cabeza por el hecho de que alejaría a su ama de su vida por algún tiempo. Al llegar al frente de la casa, la madre reprochó con voz preocupada:

—¡Janet! ¿Dónde andas? ¡Se hace tarde! Ya deberíamos estar en el hospital.

—Lo siento, mamá. No pude evitar dar un último paseo con Toby.

Allí también estaba Katy, una joven que derrochaba energía por todos lados y quien tomó la correa de Toby diciendo:

—No te preocupes por tu perro, lo cuidaré tan bien como tú.

—Gracias, Katy. Hay instrucciones de su cuidado en una nota pegada en el refrigerador. Puedes quitarle el arnés, ya no lo necesitará.

Se inclinó para que Toby se acercara y al hacerlo, lo acarició con mucho cariño. Él lamió su rostro y ella río con fuerza haciéndolo mover la cola con amplio gusto. Le encantaba su sonrisa, de hecho, todo le gustaba de Janet y sus caricias sinceras eran su vida, luego, la miró triste subir al auto. Esta era la primera vez que se separaban.

Y esa tristeza se incrementó en los siguientes días en la ausencia de su ama, sin embargo, aunque a Katy no le gustaban tanto los animales, lo trataba bien y tratando de seguir las instrucciones, lo sacaba a pasear, pero a veces se le olvidaba, no obstante, esos paseos con ella no eran iguales que con Janet. Era Katy quien lo dirigía y no él a ella, por lo que se le hicieron pesadas esas caminatas por el campo. No estaba acostumbrado a esta norma, de ahí que deseó incansable el regreso de Janet con la esperanza de que todo volviera a ser como era antes, así que se armó de paciencia y todos los días la esperó echado en la puerta y cuando finalmente Janet volvió, saltó por la casa lleno de dicha, regodeado de una satisfacción que lo hizo lucir hilarante en sus saltos y ladridos, pero Janet, por primera vez en todos esos años, lo ignoró y lo primero que hizo al entrar a la casa, fue abrazar a Katy.

—¡Katy! ¡Mírame! ¡Ya puedo ver! Ven, vamos a mi habitación para mostrarte lo que papá me ha comprado. Estuvimos unos días en la ciudad después de salir del hospital y mis padres me llevaron a conocerla visualmente. Aunque el médico pidió que no exageráramos, pues todo es nuevo para mí. Estoy en terapia, una especie de clases para reconocer por vista todo lo que conozco por tacto, y no sabes lo que…

Su voz se atenuó escalera arriba. Desde abajo, Toby miró a ambas jóvenes, las que llevando las maletas de Janet, se perdieron de su vista al llegar al pasillo e ingresar a la habitación.

El impacto de haber sido ignorado lo había inmovilizado por completo. Su Janet jamás había actuado así con él y aquella preocupación que sintió el día que Janet se fue al hospital, se convirtió en un enorme pesar; una pena que siguió creciendo atenazando su corazón y absolutamente nadie sabía lo que sentía, pero aun así se esforzó por hacerse notar, por volver a los días en que su Janet lo necesitaba.

Varias veces en los siguientes días tomó en su hocico el arnés para que ella se lo pusiera y salieran a pasear, pero todas esas veces, ella le dijo:

—No, Toby. Este arnés ya no es necesario. Tú eres libre. Mi vista te ha otorgado tu libertad, así que anda, sal a jugar, corre y salta por el jardín, haz otras cosas. Sé un perro normal.

No pudo gritar de dolor por sus palabras, pero lloró y con su cabeza buscó las manos de ella para que lo acariciara un poco, pues desde su regreso, ninguna vez lo había hecho, tampoco lo había llevado a pasear. Añoraba caminar a su lado, pero Janet estaba muy ocupada absorbiendo el mundo de la visión. Ya no lo necesitaba y él, sin esa necesidad, prefería morir.

No era un robot, pero había sido programado, o dicho de otra manera, educado para hacer una tarea y esta era que Janet dependiera de él para ayudarla a desplazarse, para ayudarle en otras cosas, como acercarle algunos objetos, por ejemplo. Su afán era cuidarla, sin eso no tenía propósito, porque su deleite no estaba en ser un perro normal, sino el de ser un guía.

Poco a poco, el ánimo de Toby decayó y cuando Janet lo abandonó, su apetito disminuyó hasta el grado de que dejó de comer. La añoranza produjo que se convirtiera en un perro desolado y comenzó a vérsele con la cola entre las patas y la cabeza caída, siempre mirando el suelo y cuando no se le veía así, se le notaba tendido en un rincón de la casa dormido o despierto, sin aspiración de hacer nada, pero no fue sino hasta que emprendió a desalojar su tormento por medio de constantes aullidos, que los padres de su ex dueña, le pusieron atención.

—Me enervan sus aullidos —dijo la madre un día, muy mortificada —¡Y mira como ha enflacado!

—Extraña a Janet —respondió el esposo. Janet, por causa de las terapias y un empleo que se había conseguido, vivía ahora en la ciudad—. Estoy pensando que tal vez debemos donarlo al centro de capacitación. Allí pueden ubicarlo con algún invidente que lo necesite.

La madre estuvo de acuerdo, así que el padre lo llevó al centro de capacitación, cosa que Janet también aprobó cuando se lo informaron. Le dolió la decisión, pero no tenía tiempo para dedicarlo a su fiel amigo. Su vida había cambiado y comprendió que Toby estaría mejor en otras manos, aquellas que al igual que ella en su día, lo necesitara.

Pero ninguno de ellos sabía lo que había en el completo ser de Toby: amor y fidelidad. Empeño por estar al lado de la fuente que prodigaba tales cualidades, así que unos días después de estar en el centro de capacitación, escapó y no fue a la casa de los padres a donde acudió, sino a la casa de la ciudad, empleando la poca energía que le quedaba.

Las puertas de la casa, tanto la de enfrente como la de atrás estaban cerradas, asimismo la pequeña puerta incrustada en la parte inferior para que él pudiera entrar. Rodeó la casa varias veces, sus patas sumiéndose en la nieve, helándose hasta los huesos, porque aunque su pelo le daba cierta protección, la pérdida de grasa era una desventaja contra el intenso frío del invierno. Su hermosa apariencia de pastor alemán se había esfumado y ahora era un perro flaco y sin brillo, débil y tembloroso.

Arañó la puerta principal con sus congeladas patas. No se iría de allí, así que se echó sobre la nieve y a los pocos minutos, más de esta comenzó a caer y el cielo le dio su blanco regalo, cubriéndolo con una fina capa al principio, engrosando después con el paso del tiempo y si no hubiera sido porque Janet llegó, hubiese terminado sepultado en la nevada.

—¡Toby! —gritó cuando lo vio y presurosa se hincó a su lado para sacudirle la fría nieve — ¿Cómo llegaste aquí? Levántate, Toby, vamos adentro.

Pero Toby no se levantó. Recostado, la miró con infinita tristeza.

—Toby —se atragantó su voz al verlo así. Por primera vez reparó en su aspecto. Había estado tan ocupada que había pasado por alto todo lo referente a él. Las lágrimas de arrepentimiento saltaron a sus ojos—. No te mueras Toby, perdóname.

Se levantó para abrir la puerta, luego, como pudo, llevó a Toby adentro, en donde lo envolvió con una cálida frazada, enseguida encendió la chimenea aunque la calefacción estaba trajando y la tibieza que generaba era agradable. Se sentó en el sofá con Toby sobre ella, abrazándolo con evidente y sentido cariño.

—Toby, te quiero mucho. Perdóname por olvidar lo importante que eres para mí, no hay excusa. Tú mi mejor amigo, el que siempre estuvo a mi lado, fiel y amoroso, dándome todo —se quebró su voz por el llanto retenido y enterrando su rostro en el cuello del lánguido perro, lloró arrepentida, dolida hasta el extremo—. No te mueras, por favor, no te mueras.

Con sus manos palpó el cuerpo huesudo de su querido amigo y se sintió muy culpable. Ello lo había llevado a su actual condición. Su falta de interés lo había inducido a dejarse morir. Su llanto aumentó y con él vinieron las primeras lágrimas en los ojos de Toby. Su falta de energía no lo privaron de la sublime sensación que lo envolvió al sentirse querido, deseado de nuevo por su Janet. Lloró con ella.

—No voy a dejarte morir.

Resuelta, aunque gimiendo en su espíritu, se levantó dejando a Toby bien arropado y fue a la cocina en donde se dio a la tarea de triturar comida para perro en la licuadora. Afortunadamente en esta casa también se acostumbraba tener comida para él, pues algunas veces lo traían de visita aquí, de este modo intentó alimentarlo con el licuado poniendo dentro de su hocico el alimento con una cuchara, pero Toby no tenía interés en comer, por lo que mantuvo el primer bocado sin tragarlo.

—Por favor, Toby, come —ella le hizo la mímica para indicarle cómo debía tragarlo —¿Ves? Así se hace.

Su cara y gestos graciosos hizo que Toby levantara las orejas, pero continuó sin tragar, no obstante, después de unos minutos, pasó el alimento.

—¡Genial! —Janet aplaudió contenta—. Un poco más—, volvió a introducir licuado y esta vez Toby lo tragó de inmediato. Con el alimento cayendo en su estómago vacío, una revolución de tripas se puso en movimiento y un sonido parecido al de metralletas siendo disparadas, se escuchó—. ¡Oh! ¡Vaya! Sí que están vacías, hay que darles más.

Así siguió alimentándolo, pero no se excedió, sino que durante un par de días estuvo dándole batidos en cortas y constantes dosis. Al final del segundo día, Toby tuvo la voluntad de levantarse y comer por él mismo, aunque poco. A la semana, su potencia era más que evidente. Ya andaba por la casa, pero su apariencia de perro con la cola entre las patas y la cabeza caída era la misma, sin embargo empezaba a mostrar alguna señal de contentamiento, como cuando ella se sentaba a su lado para prodigarle sus caricias y sus sinceras expresiones de ánimo.

Entonces, un día, cuando ella lo vio mucho mejor, le mostró algo que él extrañaba mucho. El objeto lo hizo levantar la cabeza y sacar la cola de entre las patas para moverla de un lado a otro con júbilo. Su mirada café brilló y un ladrido brotó de su callada garganta, porque ese objeto era el arnés que ella puso sobre él, atándolo a su cuerpo con las cintas del mismo, luego, sujetando la correa, le dijo al momento de cubrirse con una venda negra los ojos.

—Vamos, mi lindo y fiel amigo, mi compañero amado, llévame a dar un paseo.

Toby saltó de alegría. Ladró de nuevo. Contentamiento en exuberancia brotó de su ser que lo llevaron a llorar y miró agradecido a su Janet. Finalmente ella comprendía que su libertad no era la de ser un perro normal, sino que consistía en tener la esperanza de seguir siendo su perro lazarillo, invidente o no, porque para eso había nacido, para ser su guía y nada podía cambiar, no para él, ese hecho, así que la condujo sumamente animado a la puerta y de allí a la calle. Ella lo siguió dócil, porque eso era vida para él.

—Este será nuestro pasatiempo favorito, ¿verdad, Toby?

El pastor alemán ladró y logró transmitirle su adquirida felicidad.

—Si pudieras hablar, me dirías: “Y nada lo impedirá, solo la muerte.”

Así mismo era.

F I N

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