Espejo
Azotaste
tu puño salvaje en el espejo, iracunda, agrietando la perfecta imagen de ti que
te devolvía. No viéndolo suficiente, el solitario golpe inicial se volvió
constante, invitando tu otro puño a terminar con aquel objeto dueño de tu odio.
Estabas cansada de ver día con día tu reflejo en él. No por lo que veías, no
por tu apariencia, sino por lo que significaba, por lo que eras.
Ese
espejo.
Un
producto más de la sociedad; un ser que no hacía más que reflejar a quien
estuviera frente a ti; alguien que no poseía pensamiento ni actuar propio, que
limitada estaba a mostrar de manera perfecta, sin rayón ni mancha la apariencia
y vida de terceros. Tu única función y ya no lo soportabas.
Continuaste
tu tarea de hace trozos aquel cristal reflector sin importarte que tus manos se
vieran heridas y sangrantes, pensando que se sentía bien. Insignificantes
rasguños que resultaron como bálsamo en porciones pequeñas para tu desgarrado
corazón. Terminaste de drenar tu furia contra el espejo, agotada; no así tu
suplicio. Un grito, detonador del sufrir y el hastío que en tu interior
albergabas, salió de tu garganta como un aullido lamentable antes de
arrodillarte sintiendo que los fragmentos de lo que una vez funcionó como
espejo se clavaban en tus desnudas piernas bajo la falda que vestías. Te
abrazaste a ti misma y permitiste que las lágrimas de amargura agónica fluyeran
sin reparo.
—Por
favor, sálvenme —suplicaste entre sollozos en tono desesperado—. Quien sea,
pero por favor, alguien hágame pedazos.
Fin
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te gustó esta historia? ¿Qué crees que le hizo falta?