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martes, 17 de septiembre de 2013

El Misterio de la Escuela Middleton



El misterio de la escuela Middleton
(Los Gemelos del Caos)

—¿Qué tienes allí?

—A un chico. Aarón Little de doce años. Escuela Middleton; suicidio. Se arrojó de un octavo piso; de su edificio de apartamentos.

—Hm, últimamente los suicidios de niños y preadolescentes en la zona ha aumentado, ¿no?

—Lo juventud está podrida.

—O desquiciada.

El departamento de detectives de la estación policiaca de la ciudad se hallaba archivando, revisando y tomando los casos recientes y aunque el folder con la información del pequeño Aarón pasó de mano en mano, restándole importancia, finalmente se estableció en las del detective Frank Linus. Observó la fotografía adjunta a los papeles. Un chico regordete, rostro sonrojado, cabello rubio peinado hacia atrás y pecoso al extremo.


—No creo que fuera un suicidio —Dio a saber sus pensamientos.

—¿Qué? —Sus compañeros lo miraron extrañado.

—Quiero decir, tan sólo míralo. El informe dice que sus padres le daban todo; ¿por qué un chico que lo tiene todo se suicidaría? Además… —Se dirigió a su escritorio y abriendo un cajón, revolvió hojas y folders hasta que encontró uno de éstos—. La escuela Middleton; ¿se dan una idea de cuántos casos extraños ha habido en este lugar en los últimos años?

—¿Casos extraños? ¿A qué te refieres?

—Formas, acciones y reacciones anormales en los niños; demencia y esto, supuestos suicidios —Sacudió el folder en su mano—. Veinticuatro con el de Aarón.

—¿De dónde sacas eso, Frank? —Inquirió uno de ellos, incrédulo—. No se han reportado tantos.

—Y no sé por qué no lo hacen, pero…

—Yo sé por qué —lo interrumpió otro—. Porque lo que ha pasado nada tiene que ver con nosotros, como en el caso de este chico Little. Lo que esos casos necesitaron en su tiempo fueron psiquiatras, no a la policía, mucho menos detectives.

—Frank, creo que entiendo por qué te obsesionaste —le dijo alguien más en tono condescendiente—. En esta escuela hubo tres asesinatos a sangre fría reportados a la policía y te tocó trabajar con dos de ellos, pero como no hubo evidencia suficiente para encontrar al culpable, te sientes responsable y…

—¡Correcto! —Fran lo cortó—. Ni yo ni quien tomó el caso meses después pudimos encontrar al criminal, ¿cómo podemos asegurarnos que el mismo sujeto no tiene que ver con lo que pasa ahora?

—Porque no fue homicidio, Frank —contestó otro, impacientándose.

—¡Ah! ¡Ustedes son unos negligentes incompetentes! Llegaré al fondo de esto yo solo.

Y a pesar de que sus homólogos lo llamaron e intentaron razonar con él, Fran simplemente tomó todas las investigaciones que en su tiempo libre había recolectado de tan inusual cadena de acontecimientos que parecían repetirse con mayor horror desde hacía cuatro años. Que no le prestaran atención a sus conjeturas lo enfadaba mucho, pero más lo molestaba el hecho de que supuestos detectives “experimentados” no tomaran en serio su trabajo. Había algo detrás de lo que pasaba en aquella escuela y él lo descubriría. Sabía lo que decían de él; que los asesinatos de un par de años antes en la misma institución educativa lo habían vuelto paranoico, pero no era verdad. Algo terrorífico rodeaba ese escuela; algo maligno y despiadado.



Se encontraba frente a la entrada de la escuela Middleton, vigilando desde su auto. No sabía qué esperar de su comportamiento, pero pensaba que si alguien era la mete maestra de todos los casos de suicidio y locura, debía andar rondando el lugar. Pidió permiso al director para una guardia constante y una investigación profunda de la vida de los docentes y demás personal. No podía darse el lujo de pasarlo de lado. El perpetuador podía estar entre los mismos maestros o cualquier otro trabajador. De lo que sí podía estar seguro era de que se trataba de alguien que usaba la psicología para su beneficio; de alguien de algún modo controlaba la mente de inocentes niños. ¿Qué clase de monstruo haría semejante inhumanidad y con qué propósito?

Al mantener abajo el cristal de la ventana, a sus oídos llegó el sonido de la algarabía de los chicos al ir saliendo del instituto. La hora en la que las clases concluían se presentó y muchos de ellos se dispusieron subir a los autobuses y algunos otros se limitaron a esperar a sus padres a que fueran por ellos. Fran agudizó sus sentidos, sobre todo su vista. Debía estar pendiente de cualquier sospechoso. Entonces, unos metros frente a su auto, una niña de unos diez años detuvo su paso para observarlo fijamente durante unos segundos que le parecieron a él una eternidad, dada la intensidad de la mirada impávida. Luego notó que otro niño de la mima edad se colocaba al lado de ella. Frank no vio que la boca de alguno de ellos se abriera, mas algo le dijo que no necesitaban hacerlo para entenderse y comunicarse, pues cuando la niña alzó su brazo y con el dedo señaló su posición, el niño tan sólo asintió sonriente, sujetándola a ella de la mano y dirigirse a él.

—¡Hola! —lo saludó el niño con energía envidiable en cuanto se colocó a un lado de la ventana.

Fran ahora pudo contemplarlos en su totalidad. Los dos parecían un mismo ser, mostrando rasgos exactos y, aunque con expresiones diferentes, ambos pincelados por el mismo artista; como si éste se hubiese cuidado de que ninguna facción saliera del cometido de recrear dos copias exactas. Los dos poseían una piel más pálida que la nieve, casi brillante cual diamante, pareciendo tersa y delicada a la vista; impecable. Sus cabellos eran más negros que las mismísimas tinieblas, extrañamente sin rayar en lo azabache; y sus oscuros ojos, del color de un pozo sin fondo y visiblemente más profundos e infinitos que un agujero negro. Eran dos criaturas hermosas; sin embargo, esa belleza les concedía un aire místico e ininteligible, rodeándolos de un ambiente extraño, casi irreal y la mirada de ambos, aunque una aparentemente serena y la otra alegre, mostraba un vacío inmenso, luciendo sus orbes casi artificiales.

—¿Hermanos? —La pregunta era por demás estúpida, pero no encontró otra cosa que decirle a ese par. Se vio acorralado como un insecto indefenso ante la presencia llena de seguridad que los chicos mostraban. ¡Era ridículo! Él era casi treinta años mayor, por Dios.

—Sí —volvió a responder el chico con entusiasmo, luego se apuntó a sí mismo—. Soy Rod y ella es Reah —Apuntó a su hermana, quien no dejó en ningún momento la inexpresividad en su rostro, abrumando patéticamente al hombre—. Eres policía, ¿verdad?

Frank intentó no parecer sorprendido ante el comentario. Se suponía que la conversación con el director había sido secreta y por demás discreta. Sonrió afablemente, revolviéndose incómodo sobre su asiento.

—Y dime, chico, ¿cómo sabes eso?

—La placas —habló por primera vez la mujercita y su tono fue cortante, indiferente—. La secuencia en los números y letras es de los policías; más concretamente hablando, de la serie de detectives públicos.

—¿Y cómo sabes eso tú, pequeña? —volvió a preguntar sin perder la compostura. Tal vez sí era un poco paranoico.

La gemela clavó sus inescrutables ojos en su persona, con su mirada tan característicamente hueca, pero denotando a la vez una astucia y burla agraviante, a la que Frank le pareció como una de indescriptible superioridad en muchos sentidos; todos en realidad, estremeciéndolo. Rod rio con ganas y bastante divertido, en tanto sacudía la mano frente así, desechando el ambiente de sometimiento.

—No es importante. Reah lee e investiga muchas cosas, por eso sabe un montón. Pero detective, estás aquí por lo de Aarón, ¿no es así?

Frank volvió a ser sacudido por el asombro. No era un experto en el tema paternal, pero estaba seguro de que ningún padre querría que sus hijos se enteraran de algo tan horrible como lo que pasó con Aarón.

—No te sorprendas tanto, detective —siguió diciendo Rod, como si leyera sus pensamientos—. Era un buen amigo nuestro, ¿cómo no saberlo?, ¿cierto, Reah?

—Está aquí —fue lo que dijo mientras giraba su cabeza noventa grados y a lo lejos, miraba un carro gris.

—Oh, ya vinieron por nosotros. Creo que nos despedimos por ahora, detective. Hasta otra.

Y así como habían llegado, el par de niños se alejó de Frank, dispuesto a trepar el auto de quien él creí era su madre. Apenas lo perdió de vista, escuchó una voz susurrante muy cerca de su oído.

“No ganarás.”

Se giró con brusquedad en su asiento, encontrándose frente a frente con la nada; pero la misma frase volvió a escucharse ahora frente a él. Nuevamente dirigió su atención hacia el lugar del que provenía la voz, sin encontrar a nadie. La voz se repitió otra vez y antes de siquiera interceptar de dónde venía, la oración se reiteró desde otro lado, seguida de otra repetición, y otra y una más; así hasta que se convirtió en un ruido fastidioso y ensordecedor, como el de una gran multitud, en frecuencias insoportables. Se tapó los oídos cansado de observar a su alrededor como desquiciado, esperando que de alguna manera el infernal sonido se dejara de escucharse, sin éxito. Lanzó un grito de desesperación y al instante, la quietud y el silencio reinaron; tan abruptamente como el ruido había comenzado.

Se hundió sobre el asiento, sintiéndose de pronto muy cansado y una vez más observó su entorno; estaba solo. Se tocó la cabeza que amenazaba por punzarle con fuerza. ¿Qué había sido aquello? Recordó la voz… No, las voces. Habían sido dos; muy parecidas, pero no iguales y las que le parecieron recientemente familiares. Un estremecimiento lo invadió junto con un sobrecogimiento de corazón ante lo que su mente procesó. ¿No habían sido las voces de los gemelos que acababa de conocer?



Se hallaba en el hogar de la familia Little. Estaba seguro de que ya habían tenido que pasar por todo el procedimiento de interrogación por algún otro agente —no por nada contaban con el archivo del niño—, pero él necesitaba investigar un poco más; lo que fuera le parecería relevante. De ello que regresara al edificio que funcionaba como escena del suicidio y sostuviera una conversación con la madre de Aarón. Conversación que no había sido del todo provechosa y que había terminado por sacarle el llanto a la mujer; claro que era comprensible. Su hijo había muerto, después de todo. Fue así que, dándole un momento a solas a la madre para desahogarse sin miradas indiscretas, pidió permiso para inspeccionar la habitación del chico. Como era de esperarse de las descripciones, estaba llena de videojuegos.

“Un gamer más al mundo”, pensó sin prestarle mucha importancia al hecho, vagando de aquí para allá.

Todos los juegos eran aptos para niños; de esos de aventura o plataforma donde había que cumplir una misión. Unos hasta eran educativos y Frank concluyó sin lugar a dudas que la madre era quien los escogía. ¿Sería ese el motivo de su suicidio? ¿La opresión, la falta de libertad a la hora de elegir? Podría sonar extremo, pero la juventud de esta época era igual. No obstante, Frank no creía que fuera aquello. La señora Little le había casi jurado que Aarón era feliz con el simple hecho de sentarse frente a la pantalla del televiso o monito a jugar. Algo más había perturbado la mente del crío. Siguió su búsqueda minuciosa y en una de esas, encontró escondidos detrás del mueble de la computadora unas cajas de DVD. Eran videojuegos también, pero por la portada, Frank supo que no tenían nada que ver con los otros. Eran la saga de Death Space y Metro 2033. Su conocimiento en videojuegos era nulo, pero algo le decía que éstos podrían ser la clase de juegos que los padres estrictos y reservados evitarían darles a sus hijos. Salió de la habitación y le comunicó su descubrimiento a la Sra. Little.

—Yo… Yo no sabía de estos —dijo ella sosteniendo los juegos entre sus manos, temblorosa.

—Eso pensé. Me pareció extraño que fueran diferentes. Quizás los consiguió de otra manera. ¿Prestados?

—¡Oh, Aarón! —La mujer volvió a reventar en lágrimas—. ¿Por qué te descarriaste así? ¿No estabas contento con tu vida? ¿Por qué me escondió esto? ¿Por qué prefirió decírselo a esos niños?

—¿Qué niños? —Normalmente Frank respetaba el dolor de las personas y se mantenía callado, pero en esta ocasión su instinto lo obligó a preguntar.

—Los nuevos amigos de Aarón. Con todos era muy sociable, pero su preferencia era quedarse en casa jugando en lugar de salir, por lo que no invitaba a amigos a casa. Sin embargo, estos niños tomaron la iniciativa y vinieron a verlo por su cuenta. Qué lindo gentos de su arte, ¿verdad? Se veía que la pasaban muy bien.

—Los nombres. ¿Cuáles son los nombres de estos niños? ¿Los sabe? —La inquietud se apoderó de cada fibra de su ser. Nuevamente presentía aquella esencia maléfica en el aire.

—Ay, ¿cómo se llaman? No soy buena con los nombres, pero son unas criaturas angelicales. Son como muñequitos de porcelana; hermanos gemelos. La niña, la seria, me lo dijo; me advirtió que debía cuidar a Aarón de lo que jugaba. Me lo dijo ese día de la tragedia…

La voz volvió a quebrársele ante los amargos recuerdos, evidentemente dispuesta a drenar su sufrir. Mas Frank pasó por alto cualquier acción de la mujer, perdiéndose en sus cavilaciones; rememorando a los gemelos que había conocido el otro día. ¿Qué tan involucrados podían estar ellos en aquel caso?

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