El misterio de la escuela
Middleton
(Los Gemelos del Caos)
—¿Qué tienes
allí?
—A un chico.
Aarón Little de doce años. Escuela Middleton; suicidio. Se arrojó de un octavo
piso; de su edificio de apartamentos.
—Hm, últimamente
los suicidios de niños y preadolescentes en la zona ha aumentado, ¿no?
—Lo juventud
está podrida.
—O desquiciada.
El departamento
de detectives de la estación policiaca de la ciudad se hallaba archivando,
revisando y tomando los casos recientes y aunque el folder con la información
del pequeño Aarón pasó de mano en mano, restándole importancia, finalmente se
estableció en las del detective Frank Linus. Observó la fotografía adjunta a
los papeles. Un chico regordete, rostro sonrojado, cabello rubio peinado hacia
atrás y pecoso al extremo.
—No creo que
fuera un suicidio —Dio a saber sus pensamientos.
—¿Qué? —Sus
compañeros lo miraron extrañado.
—Quiero decir,
tan sólo míralo. El informe dice que sus padres le daban todo; ¿por qué un
chico que lo tiene todo se suicidaría? Además… —Se dirigió a su escritorio y
abriendo un cajón, revolvió hojas y folders hasta que encontró uno de éstos—.
La escuela Middleton; ¿se dan una idea de cuántos casos extraños ha habido en
este lugar en los últimos años?
—¿Casos
extraños? ¿A qué te refieres?
—Formas,
acciones y reacciones anormales en los niños; demencia y esto, supuestos
suicidios —Sacudió el folder en su mano—. Veinticuatro con el de Aarón.
—¿De dónde sacas
eso, Frank? —Inquirió uno de ellos, incrédulo—. No se han reportado tantos.
—Y no sé por qué
no lo hacen, pero…
—Yo sé por qué
—lo interrumpió otro—. Porque lo que ha pasado nada tiene que ver con nosotros,
como en el caso de este chico Little. Lo que esos casos necesitaron en su
tiempo fueron psiquiatras, no a la policía, mucho menos detectives.
—Frank, creo que
entiendo por qué te obsesionaste —le dijo alguien más en tono condescendiente—.
En esta escuela hubo tres asesinatos a sangre fría reportados a la policía y te
tocó trabajar con dos de ellos, pero como no hubo evidencia suficiente para
encontrar al culpable, te sientes responsable y…
—¡Correcto!
—Fran lo cortó—. Ni yo ni quien tomó el caso meses después pudimos encontrar al
criminal, ¿cómo podemos asegurarnos que el mismo sujeto no tiene que ver con lo
que pasa ahora?
—Porque no fue
homicidio, Frank —contestó otro, impacientándose.
—¡Ah! ¡Ustedes
son unos negligentes incompetentes! Llegaré al fondo de esto yo solo.
Y a pesar de que
sus homólogos lo llamaron e intentaron razonar con él, Fran simplemente tomó
todas las investigaciones que en su tiempo libre había recolectado de tan
inusual cadena de acontecimientos que parecían repetirse con mayor horror desde
hacía cuatro años. Que no le prestaran atención a sus conjeturas lo enfadaba
mucho, pero más lo molestaba el hecho de que supuestos detectives
“experimentados” no tomaran en serio su trabajo. Había algo detrás de lo que
pasaba en aquella escuela y él lo descubriría. Sabía lo que decían de él; que
los asesinatos de un par de años antes en la misma institución educativa lo
habían vuelto paranoico, pero no era verdad. Algo terrorífico rodeaba ese
escuela; algo maligno y despiadado.
Se encontraba
frente a la entrada de la escuela Middleton, vigilando desde su auto. No sabía
qué esperar de su comportamiento, pero pensaba que si alguien era la mete
maestra de todos los casos de suicidio y locura, debía andar rondando el lugar.
Pidió permiso al director para una guardia constante y una investigación
profunda de la vida de los docentes y demás personal. No podía darse el lujo de
pasarlo de lado. El perpetuador podía estar entre los mismos maestros o
cualquier otro trabajador. De lo que sí podía estar seguro era de que se
trataba de alguien que usaba la psicología para su beneficio; de alguien de
algún modo controlaba la mente de inocentes niños. ¿Qué clase de monstruo haría
semejante inhumanidad y con qué propósito?
Al mantener
abajo el cristal de la ventana, a sus oídos llegó el sonido de la algarabía de
los chicos al ir saliendo del instituto. La hora en la que las clases concluían
se presentó y muchos de ellos se dispusieron subir a los autobuses y algunos
otros se limitaron a esperar a sus padres a que fueran por ellos. Fran agudizó
sus sentidos, sobre todo su vista. Debía estar pendiente de cualquier
sospechoso. Entonces, unos metros frente a su auto, una niña de unos diez años
detuvo su paso para observarlo fijamente durante unos segundos que le
parecieron a él una eternidad, dada la intensidad de la mirada impávida. Luego
notó que otro niño de la mima edad se colocaba al lado de ella. Frank no vio
que la boca de alguno de ellos se abriera, mas algo le dijo que no necesitaban
hacerlo para entenderse y comunicarse, pues cuando la niña alzó su brazo y con
el dedo señaló su posición, el niño tan sólo asintió sonriente, sujetándola a
ella de la mano y dirigirse a él.
—¡Hola! —lo
saludó el niño con energía envidiable en cuanto se colocó a un lado de la
ventana.
Fran ahora pudo
contemplarlos en su totalidad. Los dos parecían un mismo ser, mostrando rasgos
exactos y, aunque con expresiones diferentes, ambos pincelados por el mismo
artista; como si éste se hubiese cuidado de que ninguna facción saliera del
cometido de recrear dos copias exactas. Los dos poseían una piel más pálida que
la nieve, casi brillante cual diamante, pareciendo tersa y delicada a la vista;
impecable. Sus cabellos eran más negros que las mismísimas tinieblas,
extrañamente sin rayar en lo azabache; y sus oscuros ojos, del color de un pozo
sin fondo y visiblemente más profundos e infinitos que un agujero negro. Eran
dos criaturas hermosas; sin embargo, esa belleza les concedía un aire místico e
ininteligible, rodeándolos de un ambiente extraño, casi irreal y la mirada de
ambos, aunque una aparentemente serena y la otra alegre, mostraba un vacío
inmenso, luciendo sus orbes casi artificiales.
—¿Hermanos? —La
pregunta era por demás estúpida, pero no encontró otra cosa que decirle a ese
par. Se vio acorralado como un insecto indefenso ante la presencia llena de
seguridad que los chicos mostraban. ¡Era ridículo! Él era casi treinta años
mayor, por Dios.
—Sí —volvió a
responder el chico con entusiasmo, luego se apuntó a sí mismo—. Soy Rod y ella
es Reah —Apuntó a su hermana, quien no dejó en ningún momento la inexpresividad
en su rostro, abrumando patéticamente al hombre—. Eres policía, ¿verdad?
Frank intentó no
parecer sorprendido ante el comentario. Se suponía que la conversación con el
director había sido secreta y por demás discreta. Sonrió afablemente,
revolviéndose incómodo sobre su asiento.
—Y dime, chico,
¿cómo sabes eso?
—La placas
—habló por primera vez la mujercita y su tono fue cortante, indiferente—. La
secuencia en los números y letras es de los policías; más concretamente
hablando, de la serie de detectives públicos.
—¿Y cómo sabes
eso tú, pequeña? —volvió a preguntar sin perder la compostura. Tal vez sí era
un poco paranoico.
La gemela clavó
sus inescrutables ojos en su persona, con su mirada tan característicamente
hueca, pero denotando a la vez una astucia y burla agraviante, a la que Frank
le pareció como una de indescriptible superioridad en muchos sentidos; todos en
realidad, estremeciéndolo. Rod rio con ganas y bastante divertido, en tanto
sacudía la mano frente así, desechando el ambiente de sometimiento.
—No es
importante. Reah lee e investiga muchas cosas, por eso sabe un montón. Pero
detective, estás aquí por lo de Aarón, ¿no es así?
Frank volvió a
ser sacudido por el asombro. No era un experto en el tema paternal, pero estaba
seguro de que ningún padre querría que sus hijos se enteraran de algo tan
horrible como lo que pasó con Aarón.
—No te sorprendas
tanto, detective —siguió diciendo Rod, como si leyera sus pensamientos—. Era un
buen amigo nuestro, ¿cómo no saberlo?, ¿cierto, Reah?
—Está aquí —fue
lo que dijo mientras giraba su cabeza noventa grados y a lo lejos, miraba un
carro gris.
—Oh, ya vinieron
por nosotros. Creo que nos despedimos por ahora, detective. Hasta otra.
Y así como
habían llegado, el par de niños se alejó de Frank, dispuesto a trepar el auto
de quien él creí era su madre. Apenas lo perdió de vista, escuchó una voz
susurrante muy cerca de su oído.
“No ganarás.”
Se giró con
brusquedad en su asiento, encontrándose frente a frente con la nada; pero la
misma frase volvió a escucharse ahora frente a él. Nuevamente dirigió su
atención hacia el lugar del que provenía la voz, sin encontrar a nadie. La voz
se repitió otra vez y antes de siquiera interceptar de dónde venía, la oración
se reiteró desde otro lado, seguida de otra repetición, y otra y una más; así
hasta que se convirtió en un ruido fastidioso y ensordecedor, como el de una
gran multitud, en frecuencias insoportables. Se tapó los oídos cansado de
observar a su alrededor como desquiciado, esperando que de alguna manera el
infernal sonido se dejara de escucharse, sin éxito. Lanzó un grito de
desesperación y al instante, la quietud y el silencio reinaron; tan
abruptamente como el ruido había comenzado.
Se hundió sobre
el asiento, sintiéndose de pronto muy cansado y una vez más observó su entorno;
estaba solo. Se tocó la cabeza que amenazaba por punzarle con fuerza. ¿Qué
había sido aquello? Recordó la voz… No, las voces. Habían sido dos; muy
parecidas, pero no iguales y las que le parecieron recientemente familiares. Un
estremecimiento lo invadió junto con un sobrecogimiento de corazón ante lo que
su mente procesó. ¿No habían sido las voces de los gemelos que acababa de
conocer?
Se hallaba en el
hogar de la familia Little. Estaba seguro de que ya habían tenido que pasar por
todo el procedimiento de interrogación por algún otro agente —no por nada
contaban con el archivo del niño—, pero él necesitaba investigar un poco más;
lo que fuera le parecería relevante. De ello que regresara al edificio que
funcionaba como escena del suicidio y sostuviera una conversación con la madre
de Aarón. Conversación que no había sido del todo provechosa y que había
terminado por sacarle el llanto a la mujer; claro que era comprensible. Su hijo
había muerto, después de todo. Fue así que, dándole un momento a solas a la
madre para desahogarse sin miradas indiscretas, pidió permiso para inspeccionar
la habitación del chico. Como era de esperarse de las descripciones, estaba
llena de videojuegos.
“Un gamer más al mundo”, pensó
sin prestarle mucha importancia al hecho, vagando de aquí para allá.
Todos los juegos
eran aptos para niños; de esos de aventura o plataforma donde había que cumplir
una misión. Unos hasta eran educativos y Frank concluyó sin lugar a dudas que
la madre era quien los escogía. ¿Sería ese el motivo de su suicidio? ¿La
opresión, la falta de libertad a la hora de elegir? Podría sonar extremo, pero
la juventud de esta época era igual. No obstante, Frank no creía que fuera
aquello. La señora Little le había casi jurado que Aarón era feliz con el
simple hecho de sentarse frente a la pantalla del televiso o monito a jugar.
Algo más había perturbado la mente del crío. Siguió su búsqueda minuciosa y en
una de esas, encontró escondidos detrás del mueble de la computadora unas cajas
de DVD. Eran videojuegos también, pero por la portada, Frank supo que no tenían
nada que ver con los otros. Eran la saga de Death Space y Metro 2033. Su
conocimiento en videojuegos era nulo, pero algo le decía que éstos podrían ser
la clase de juegos que los padres estrictos y reservados evitarían darles a sus
hijos. Salió de la habitación y le comunicó su descubrimiento a la Sra. Little.
—Yo… Yo no sabía
de estos —dijo ella sosteniendo los juegos entre sus manos, temblorosa.
—Eso pensé. Me
pareció extraño que fueran diferentes. Quizás los consiguió de otra manera.
¿Prestados?
—¡Oh, Aarón! —La
mujer volvió a reventar en lágrimas—. ¿Por qué te descarriaste así? ¿No estabas
contento con tu vida? ¿Por qué me escondió esto? ¿Por qué prefirió decírselo a
esos niños?
—¿Qué niños?
—Normalmente Frank respetaba el dolor de las personas y se mantenía callado,
pero en esta ocasión su instinto lo obligó a preguntar.
—Los nuevos
amigos de Aarón. Con todos era muy sociable, pero su preferencia era quedarse
en casa jugando en lugar de salir, por lo que no invitaba a amigos a casa. Sin
embargo, estos niños tomaron la iniciativa y vinieron a verlo por su cuenta.
Qué lindo gentos de su arte, ¿verdad? Se veía que la pasaban muy bien.
—Los nombres.
¿Cuáles son los nombres de estos niños? ¿Los sabe? —La inquietud se apoderó de
cada fibra de su ser. Nuevamente presentía aquella esencia maléfica en el aire.
—Ay, ¿cómo se
llaman? No soy buena con los nombres, pero son unas criaturas angelicales. Son
como muñequitos de porcelana; hermanos gemelos. La niña, la seria, me lo dijo;
me advirtió que debía cuidar a Aarón de lo que jugaba. Me lo dijo ese día de la
tragedia…
La voz volvió a
quebrársele ante los amargos recuerdos, evidentemente dispuesta a drenar su
sufrir. Mas Frank pasó por alto cualquier acción de la mujer, perdiéndose en sus
cavilaciones; rememorando a los gemelos que había conocido el otro día. ¿Qué
tan involucrados podían estar ellos en aquel caso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te gustó esta historia? ¿Qué crees que le hizo falta?